La mujer de la arena, de Kobo Abe
Editorial Siruela. 206 páginas. 1ª edición de 1962. Ésta es de 2006.
Traducción de Kazuya Sakai
Ya he comentado que, a principios de
2022, me apeteció volver a leer al premio Nobel de literatura de 1994 el
japonés Kenzaburo Oé, del que había
leído cinco libros a finales de los años 90. Después me apeteció seguir con
literatura japonesa, y leí libros de Natsume
Soseki, Osamu Dazai y de Yuriko Miyamoto. En la mayoría de las
páginas web que consultaba, en busca de los autores japoneses más relevantes,
solía aparecer también el nombre de Kōbō Abe (Tokio, 1924 – 1993), al
que suelen, además, denominar el «Kafka japonés».
Tomé de la biblioteca de Móstoles su
novela El mapa calcinado (1967), que era la única que tenían. Pero, según
la información que leía en internet, ésta no estaba entre sus novelas más
señeras, así que saqué, antes de leer la otra, en préstamo, de la biblioteca de
Ciudad Lineal, La mujer de arena (1962), que sí se suele señalar como una de
sus novelas más significativas.
El protagonista de La mujer de la arena se llama Jumpei
Niki, aunque este dato del nombre no lo sabremos hasta, exactamente, la última
página del libro, cuando podamos leer una ficha de «persona desaparecida», en
la que se muestran algunos de sus datos personales. Gracias a esta misma ficha,
sabremos que la acción de la novela comienza en agosto de 1955. Jumpei tiene
treinta y un años, y este dato sí se da en el propio cuerpo de la narración.
«Cierto día de agosto, un hombre
desapareció. Aprovechando sus vacaciones, había ido a una playa, que estaba a
medio día de viaje en tren, y no se volvió a saber de él. La búsqueda que
emprendió la policía y los avisos en los diarios no dieron ningún resultado.»,
con este párrafo, en el que se adelanta el propio final de la historia,
comienza el libro.
El hombre sin nombre —o que solo
adquiere uno en la última página del libro—, que protagoniza la novela trabaja
como maestro y vive solo en una residencia. Además es un entomólogo aficionado
y, precisamente, ha acudido a la playa con la intención de capturar insectos
para su colección. «El verdadero placer de los entomólogos es mucho más
sencillo, más directo; consiste en descubrir nuevos especímenes. Cuando esto
ocurre, el nombre del descubridor aparece en las enciclopedias ilustradas de
entomología junto con el nombre técnico en latín del insecto descubierto: es la
consagración. Sus esfuerzos serán coronados por el éxito si su nombre se
perpetúa en la memoria de los hombres, aunque sea asociado con un insecto.»
(pág. 19) En este párrafo creo encontrar humor en Abe, al asociar el triunfo de
su personaje a algo nimio, a un propósito intrascendente. Pero además, creo
encontrar un homenaje a Franz Kafka.
Su famosa novela breve La metamorfosis (1915) comienza así:
«Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, se encontró en
la cama convertido en un monstruoso insecto.»
Ya he comentado que al leer durante
2022 a escritores japoneses me ha llamado la atención la influencia de la
literatura occidental sobre ellos: en Kenzaburo Oé y Osamu Dazai se notaba la
influencia de la literatura francesa (lengua que estudiaron en la universidad)
y en Natsume Soseki la influencia de la inglesa (lengua que estudió en la
universidad). Si bien Kobo Abe estudió medicina en la universidad, como su
padre (una profesión que no llegó a ejercer), me parece clara la influencia de
Kafka, el autor checo de habla alemana. En La
metamorfosis, Samsa se va a ver convertido, de un modo simbólico, en un
insecto, y en La mujer de la arena,
Abe va a jugar continuamente a la idea de que su protagonista se va a ver
atrapado en una trampa para insectos, pasando a ser él uno de esos insectos que
venía persiguiendo.
El argumento de La mujer de la arena es, en apariencia, sencillo. Jumpei Niki busca
insectos en unas dunas cercanas a una playa. En estas dunas hay un pueblo, con
unas casas extrañamente cavadas en las dunas. Un viejo le pregunta si es un
inspector del gobierno y al contestarle que no, parece relajarse. El viejo
indica a Jumpei que se le ha hecho tarde para regresar a la ciudad y que lo
mejor será que pernocte en el pueblo. Le conducirá a una casa, en la que vive
una mujer. Solo se puede acceder a la casa, bajando por una escala, ya que la
vivienda se encuentra en un pozo excavado en las dunas. Será una sorpresa para
Jumpei descubrir que a la mañana siguiente, desde arriba, han retirado la escala
y que se encuentra atrapado allí. La mujer le contará que desde el último tifón
se ha quedado viuda y ha perdido a su hijo. Así que parece que los habitantes
del pueblo han querido reemplazar al hombre muerto por otro para que pueda
ayudar a la mujer en sus tareas. «Era una pesadilla demasiado fantástica.», va
a pensar Jumpei en la página 52.
La mujer, ayudada ahora por el
hombre, debe sacar arena para tratar de que la duna no acabe de derrumbar su
casa.
En un momento se insinúa que la
cooperativa de la aldea vende la arena y hace negocio con ella, pero en
realidad ‒quizás porque olvidé algún párrafo‒ no he acabado de tener claro si
la arena que mueven la mujer y el hombre acaba siendo sacada hasta la superficie.
En realidad, Jumpei ha caída en un sueño de Sísifo, obligado a mover arena con
el único fin de no morir aplastado con ella. Aquí la novela, gracias a este
simbolismo expresionista, nos habla sobre la inutilidad de los esfuerzos
humanos, que es también uno de los temas de Kafka.
Son continuas las metáforas y las
comparaciones que se establecen en la novela entre la situación del personaje y
el mundo de los insectos. Así por ejemplo leemos: «Y él había caído
estúpidamente en una trampa, en un hormiguero.» (pág. 52), «El hombre parecía
una de esas moscas grandes y negras que creen estar volando y solo consiguen
chocar contra el vidrio.» (pág. 105) o «Hasta la sensación de vergüenza quedó
borrada, como un ala de libélula consumida en un instante por el fuego.» (pág.
173).
La novela está escrita en tercera
persona, pero, en más de una ocasión, se pasa a la primera persona de Jumpei, y
así el lector puede acceder de un modo directo a sus pensamientos.
También se habla de la arena con
profusión, casi como si se tratase de un ser vivo. «En última instancia pienso
que el mundo es como la arena… No se puede conocer su verdadera naturaleza
mientras se la considera como cuerpo estático… No es que la arena fluya; el
fluir mismo es la arena…» (pág. 91)
«La belleza de la arena pertenecía
al reino de la muerte.» (pág. 157)
En la novela se habla en algún
momento, muy de pasada, de la guerra, que ha finalizado una década antes.
«Recordaba cómo unos diez años antes, cuando solo quedaban ruinas de la guerra,
todos anhelaban la libertad de no seguir caminando. Y ahora, pensó, ¿será que
nos hemos cansado de la libertad de dejar de caminar? ¿Acaso él mismo no se
había dejado seducir por esta arena, cansado ya de juegos caprichosos?» (pág.
82)
En la novela también podemos
encontrar un componente erótico. Ya dije que Jumpei tiene treinta y un años y
la mujer con la que va a pasar a convivir tiene treinta. Entre ellos se
establecerá una relación marcada por el deseo y la desconfianza.
Ya he hablado de las referencias a La metamorfosis de Kafka, pero diría que
La mujer de la arena guarda también
referencias a otro de los relatos más famosos de Kafka, el titulado La
guarida, que empieza así: «He terminado la guarida y parece que ha
quedado bien. Desde fuera solo se puede ver un gran agujero, pero éste, en
realidad, no conduce a ninguna parte; después de un par de metros se levanta
una pared rocosa natural.» Esta guarida de la que habla Kafka le va a suponer
mucho trabajo al ser que la habita y siempre estará teniendo que reparar los
continuos derrumbes que sufre, como les ocurre a los protagonistas de la novela
de Abe.
En la página 172 leemos la siguiente
frase: «A menos que uno fuera un artista del trapecio, tarde o temprano
llegaría al límite de la resistencia.» Un artista del trapecio es uno de
los más famosos cuentos de Kafka, y esa cita, donde se da el título de forma
literal, no puede ser una casualidad.
Hacia el final, el protagonista
exclama: «¡Su Señoría, exijo que se me diga cuál es el contenido de la
acusación! Exijo que se me comunique el motivo de mi sentencia.» (pág. 185),
que parece otra referencia clara a la obra de Kafka, en este caso a la novela El
proceso, donde su protagonista, Joseph K., se encuentra una mañana con
el aviso de que está en un proceso, pero nadie le dice de qué se le acusa.
Así que hemos podido comprobar que
el apelativo que se le da a Kobo Abe de «el Kafka japonés» está justificado. En
definitiva, La mujer de la arena me
ha parecido una angustiosa, erótica, bella y misteriosa novela, y Kobo Abe uno
de los escritores más originales (pese al peso de Kafka sobre su obra) de los
japoneses que he leído hasta ahora.
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