Editorial Baile del Sol. 172 páginas. 1ª edición de 1964, ésta de 2009.
Prólogo de Enrique Falcón.
Y hemos llegado a un mito; o, al menos, a uno de mis mitos. La primera vez que supe de la existencia del poeta
Roque Dalton (El Salvador, 1935-1975) fue en algún momento impreciso de finales de los años 90, gracias a una visita al Simago de mi barrio de Móstoles. Durante los 80 ó 90 aquel Simago tenía una sección de libros y cómics, que fue reduciendo su tamaño indefinidamente hasta desaparecer. En una de sus eliminaciones de stocks, rebuscando en una cesta de metal, encontré un libro titulado
Antología de la Poseía Hispanoamericana, editado por Alba en 1997. Un libro que recorría todos los países de Hispanoamérica, y de cada uno de ellos seleccionaba a 3 poetas, de los que aportaba una pequeña biografía y unos pocos poemas. El libro costaba 300 pesetas.
Inmediatamente me llamó poderosamente la atención la pequeña nota biográfica de Dalton. La reproduzco aquí: “ROQUE DALTON GARCÍA (1935-1975). Desde muy joven inicia una intensa actividad política que le lleva al exilio y a la muerte a manos de extremistas del propio grupo en el que militaba. Su poesía sincera, humana y solitaria se encuentra en un lugar de privilegio dentro de las letras centroamericanas. El mar (1962), Los testimonios (1964) y Taberna y otros lugares (1969), entre otros, reflejan unas vivencias apasionadas y esperanzadas.”
Los 4 poemas de Dalton que mostraba la antología fueron de los que más me gustaron del libro; una poesía sentida, irónica, directa…
Pero en las librerías, incluso en las especializadas en poesía de Madrid, nunca tenían ningún libro de Roque Dalton. Fue unos cuantos años después cuando, buscando por Internet, encontré que una editorial que desconocía de Canarias se había propuesto editar en España toda su obra. Esta editorial era Baile del Sol, que después iba a editar alguno de mis libros, y mi primer contacto con ella consistió en encargar en La casa del libro de Gran Vía Taberna y otros lugares (1969), que se considera la obra más emblemática de la poesía de Roque Dalton. El libro me gustó mucho, pero hizo que cambiara mi apreciación inicial sobre este poeta: no practicaba una poesía tal directa como lo que yo había supuesto. A veces sus poemas son narrativos e irónicos, creando personajes, incluso; a veces son intimistas, líricos y abstractos; a veces directamente de denuncia política; y a veces escribe pequeñas prosas cercanas al relato poético.
También leí hace unos años La ventana en el rostro (1962), y ahora me he acercado a El turno del ofendido (1964) escrito en los años 1961 y 1962, entre México y Cuba, en uno de los periodos en los que Dalton es perseguido en El Salvador.
El turno del ofendido cuenta con un interesante prólogo de 27 páginas del poeta Enrique Falcón. En la página 11 del libro, Falcón afirma: “en este libro que nos ocupa se destacan ya las tensiones fundamentales entre las que respirará su poesía entera”. También en esta página escribe: “la significación que El turno del ofendido tiene en la trayectoria poética de Roque Dalton debería ser juzgada con radicalidad y lejos todavía de ser (bienintencionadamente) deformada por el monumento de su martirio (que habrá de acaecer, todavía lejos, en 1975).”
Reconozco que me resulta muy difícil acercarme a la poesía de Roque Dalton olvidándome de su mito y de su vida exagerada: su infancia lejos del padre norteamericano que no lo reconoce, la clandestinidad, la cárcel (en una ocasión se escapa de una de El Salvador gracias a un oportuno terremoto que derrumba los muros de la prisión), su paso por México, Cuba, Checoslovaquia, la creación de una obra poética portátil, su lucha y denuncia de las injusticias… y toda esta trayectoria como prefiguración de su muerte trágica a manos de una facción radicalizada de su propio grupo revolucionario, días antes de cumplir 40 años.
Roque Dalton formó parte en su juventud en El Salvador de la llamada Generación comprometida.
De los poetas que yo he leído, le uno en mi imaginario de lector a Ernesto Cardenal y a la poesía más comprometida y menos abstracta de César Vallejo.
El turno del ofendido se abre con un poema sin título que es toda una declaración de intenciones:
Me habéis golpeado azotando
la cruel mano en el rostro
(desnudo y casto
como una flor donde amanece
la primavera)
Me habéis encarcelado aún más
con vuestro ojos iracundos
muriéndose de frío mi corazón
bajo el torrente del odio
Habéis despreciado mi amor
os reísteis de su pequeño regalo ruboroso
sin querer entender los laberintos
de mi ternura
Ahora es la hora de mi turno
el turno del ofendido por años silencioso
a pesar de los gritos
Callad
Callad
Oíd
Después, el libro se divide en dos partes: Las cicatrices y Por el ojo de la llave.
Las cicatrices es de extensión bastante más breve que la segunda parte, y aquí se concentran los poemas más intimistas del conjunto. La madre del poeta era cristiana y Roque Dalton abrazó esta fe hasta los 20 años, es decir el poeta revolucionario fue creyente durante la mitad de su existencia. La influencia de la religión está presente en
Las cicatrices, y me ha parecido que Dalton concibe a la figura del revolucionario de izquierdas como a la de un nuevo Jesucristo, que ha llegado a
la Tierra para luchar contra la injusticia y ser la voz de los más desfavorecidos; un Jesucristo que habrá también de aceptar el sacrificio.
En algunos de estos poemas la presencia de términos religiosos (apostasía, mártir, santo, blasfemar…) es apabullante y definitoria, como podemos observar en el siguiente poema, perteneciente a el tipo de poemas en los que Dalton despliega su gusto por la metáfora abstracta y por la construcción de estructuras repetitivas (“lejos de…”):
LEJOS DE MI PATRIA
Lejos del mundo, lejos
del orden natural de las palabras;
lejos,
a doce mil kilómetros
de donde el hierro es casa para el hombre y crece
como una rara flor enamorada de las nubes;
lejos del crisantemo, del ala suave del albatros,
de los oscuros mares que blasfeman de frío;
lejos, muy lejos de donde la medianoche es habitada
y nos dicta la máquina su voz sobresaliente;
lejos incluso de donde ya quedó atrás la esperanza,
de donde el llanto nace muerto o se suicida
antes de que lo ahogue la basura;
lejos de donde los pájaros odian,
de donde te hablan de amor hediondos lobos y te invitan
a un lecho de marfil;
lejos de donde los jardines atentan contra su belleza
con los cuchillos que dona el humo;
lejos,
lejos,
lejos de donde el aire es una gran botella gris;
de donde todos ofrecen terribles pompas de jabón
y ángeles depravados beben con niños cínicos
el veneno de la apostasía contra todas las auroras que pueden;
lejos de la murmuración de las máscaras;
lejos de donde las desnudas no ciegan con la luz de su piel;
lejos de la consolación de los vómitos;
lejos de la sensualidad del pantomimo,
de la resaca de sus imprecaciones sin fondo;
lejos, terriblemente lejos
de donde corretean por las calles los monstruos de seda,
de donde los bosques tiemblan derrocados y huyen
de donde cada llave tiene una puerta que la espera sin sueño;
de donde germina ciega la música del oro
y ladran desatadas las jaurías de cobalto;
lejos, definitivamente lejos
de donde muere el mártir lapidado por la mofa
y el santo es un payaso que se queda callado.
En Las cicatrices, la idea mesiánica se concentra en algunos versos llenos de angustia existencial, en los que el poeta conversa directamente con Dios: “Pregunté a Dios por mis hermanos: Y no sabían nada” (pág. 66)
En la parte llamada Por el ojo de la llave, Dalton nos habla del hombre universal, del otro. Aunque en algunos de estos poemas también habla de sí mismo sin abandonar su angustia de existir en el mundo: “La angustia existe” (pág. 74).
En esta parte la carga metafórica es menor que en Las cicatrices, llevando, en algunos casos, al poema de esencia puramente narrativa, con la presencia también de personajes. Veamos uno de los ejemplo más claros:
EL VECINO
Tiene una esposa, más bien,
fea.
Tiene dos hijos que sacaron sus ojos
y que por estos días persiguen a los gatos en el barrio.
Trabaja, lee mucho, canta por las mañanas;
pregunta por la salud de las señoras;
es amigo del pan, del panadero;
suele beber
cerveza al mediodía;
conoce bien el fútbol, ama el mar,
desearía tener un automóvil,
asiste a los conciertos, tiene un perro pequeño,
ha vivido en París, escribió un libro –creo yo
que eran versos-, se siente satisfecho al ver los pájaros,
paga sus cuentas al final del mes,
ayudó a reparar el campanario…
Ahora está en la cárcel prisionero:
también es comunista, como dicen…
Además de la denuncia política o el reflejo de su angustia existencial, en Por el ojo de la llave también nos podemos encontrar poemas de amor, como este cargado de erotismo:
DESNUDA
Amo tu desnudez
porque desnuda me bebes con los poros,
como hace el agua cuando entre sus paredes me sumerjo.
Tu desnudez derriba con su calor los límites,
me abre todas las puertas para que te adivine,
me toma de la mano como un niño perdido
que en ti dejara quietas su edad y sus preguntas.
Tu piel dulce y salobre que respiro y que sorbo
pasa a ser mi universo, el credo que me nutre;
la aromática lámpara que alzo estando ciego
cuando junto a las sombras los deseos me ladran.
Cuando te me desnudas con los ojos cerrados
cabes en una copa vecina de mi lengua,
cabes entre mis manos como el pan necesario,
cabes bajo mi cuerpo más cabal que su sombra.
El día en que te mueras te enterraré desnuda
para que limpio sea tu reparto en la tierra,
para poder besarte la piel en los caminos,
trenzarte en cada río los cabellos dispersos.
El día en que te mueras te enterraré desnuda,
como cuando naciste de nuevo entre mis piernas.
Y para finalizar esta entrada voy a transcribir aquí –incluido en Por el ojo de la llave- el que según Mario Benedetti es el mejor poema de Roque Dalton:
ALTA HORA DE
LA NOCHE
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.
Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.
Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.
No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.
No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.
No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.
Lo dicho: Roque Dalton, uno de mis más grandes mitos personales. Qué tiempos aquellos en los que se podían comprar libros de poesía en un Simago de barrio. Tengo también de Dalton en mi estantería de inleídos
Los testimonios. Lo leeré e imagino que seguiré leyendo las obras completas de Roque Dalton que está editando Baile del Sol.