Orgullo y prejuicio, de Jane Austen
Editorial Alba. 422 páginas. 1ª edición de 1813; ésta es de 2011.
Traducción de Marta Salís e ilustraciones de Hugh Thomson
Después de haber leído en las
vacaciones de Navidad Middlemarch (1872) de George Eliot me apeteció acercarme a
otro clásico de la literatura británica del siglo XIX escrito por una mujer y –acercándome
a algún otro libro entre medias– en enero tomé de mis estanterías Orgullo
y prejuicio de Jane Austen
(Stevenson, Gran Bretaña, 1775 – Winchester, 1817). Había comprado el libro a
finales de 2012 y me lo había autorregalado por Reyes a principios de 2013. Así
que ha descansado siete años en mis estanterías de libros por leer. Una muestra
más de mi desbarajuste a la hora de controlar los libros que entran en casa.
Debió ser hace unos quince años cuando leí Sentido y sensibilidad (1811), la
primera novela de Austen. Por entonces, venía de leer a las tres hermanas Brontë, cuyas obras me
encantan, y Sentido y sensibilidad me
defraudó. Me pareció que cualquiera de las tres Brontë era mejor que Jane
Austen, aunque solo la estaba juzgando por su primera novela.
Hubiera sido una buena idea haber
leído Orgullo y prejuicio en 2013,
por que justo se cumplió entonces su
doscientos aniversario. Pero ha sido ahora cuando me he acercado a él y nunca
es tarde para reconciliarse con una autora cuyo libro primerizo no me había
convencido.
Igual que ocurría con Middlemarch, Orgullo y prejuicio nos traslada a la vida en la campiña inglesa y
más concretamente a la vida de la burguesía rural. «Es una verdad
universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna
necesita una esposa.», con esta frase empieza el libro. Según la contraportada
de Alba es uno de los comienzos, junto con el de Anna Karénina de Tolstoi, más famosos de la literatura.
La familia Bennet está formada por
un padre bonachón e indolente, una madre alocada y que habla demasiado y cinco
hijas. «Los bienes del señor Bennet consistían casi exclusivamente en unas
tierras que le rentaban dos mil libras anuales, y que, por desgracia para sus
hijas, al no tener un vástago varón, serían heredadas por un pariente lejano; y
la fortuna de su mujer, aunque más que suficiente en su situación, no bastaba
para compensar la suya.» (pág. 43). La mayor preocupación de la madre es casar
bien a sus hijas, y como hemos leído en el párrafo anterior, este deseo de la
madre está asentado en un miedo real: si el padre muere, uno de sus sobrinos, que
es el heredero legal de sus tierras, puede dejar a la mujer y a las hijas, aun
sin desposare, en la calle. Más de un personaje de la novela se quejará de esta
ley machista, que nos les queda más remedio que aceptar.
En la mansión próxima a la de los
Bennet se ha instalado el joven Bingley, rico, agraciado y simpático. La madre
insistirá al padre para que se le presente con la intención de que pueda
interesarse por alguna de sus hijas. Éstas serán invitadas a su casa, en la que
conocerán además del señor Bingley, a su hermana y al señor Darcy, un joven más
rico aún que Bingley, agraciado y de una aparente gran arrogancia.
La novela, escrita en tercera
persona, centrará su mirada sobre Elizabeth, que es la hija segunda de los
Bennet y protagonista principal del libro. Sin embargo, la voz narrativa no
siempre centra su atención sobre Elizabeth y el lector acaba sabiendo más sobre
lo que piensan y lo que motiva al resto de los personajes que la propia
protagonista. La hija mayor es Jane, que es la mejor amiga de Elizabeth, y la
más atractiva de las Bennet. Entre Jane y Bingley parece surgir el amor, pero
tendrán que enfrentarse a más de un desencuentro.
Elizabeth parece sentirse, en un
principio, atraída por Darcy, pero la arrogancia de éste, su orgullo y su mirada
de superioridad sobre la familia de Elizabeth conseguirán que pronto se
desilusione. Circunstancias posteriores harán que ese interés vuelva y se vaya
de un modo intermitente.
Las otras tres hermanas Bennett
serán personajes más secundarios de la obra: Mary dedica el tiempo a leer y a
las pequeñas Kitty y Lydia les gustan principalmente los bailes y flirtear con
los jóvenes, sobre todo con los soldados de una milicia que se ha instalado en
el pueblo, algo que puede tener consecuencias negativas para su reputación.
Uno de los temas que más interesa a
Austen es el de la posición de la mujer burguesa en la sociedad. En gran
medida, su narrativa es antirromántica, pues las mujeres de sus novelas
continuamente han de hacer cálculos económicos sobre los mejores partidos con
los que pueden contraer matrimonio. Recuerdo que este tema me sacaba algo de
quicio en mi lectura de Sentido y sensibilidad,
porque le daba a la narración un aire cínico y superficial. Pero ahora, leyendo
Orgullo y prejuicio, creo que he
podido verlo de otro modo. Austen se sirve de la ironía y de la sátira ligera
para retratar a sus personajes, pero tampoco elude la tristeza de las
situaciones a las que se ven abocadas algunas de sus protagonistas femeninas.
El señor Collins, el heredero de la casa de los Bennett, hará una visita a la
familia, cuando ya esté instalado como clérigo de una parroquia. Para conseguir
respetabilidad necesita casarse. Ha ideado un plan que a él le parece de una
gran generosidad: si se casa con alguna de sus cinco primas, su casa familiar
volverá de nuevo a la familia. Para ello pedirá matrimonio a Elizabeth, y al
ser rechazado no tendrá reparos en pedírselo también, tan solo tres días
después, a Charlotte Lucas, una amiga de Elizabeth, vecina de los Bennet.
Charlotte tiene ya veintisiete años (es mayor que las Bennet, las hermanas
mayores apenas llegan a los veinte) y no es muy agraciada. Sabe que casarse con
el señor Collins puede ser su única oportunidad para no ser una solterona.
Elizabeth intuye que su amiga no puede realmente amar a Collins, pero su
decisión le parecerá sensata. Cuando vaya a visitarlos, se quedará tranquila
porque comprobará que Charlotte tiene suficiente espacio para hacer su vida y
no ser molestada demasiado por su marido. Este es un capítulo triste y cruel.
«¿Cuál es la diferencia entre el interés y la prudencia cuando se habla de
matrimonio? ¿Dónde acaba la discreción y empieza la codicia?», le pregunta
Elizabeth a su tía en la página 179. Jane Austen parece aconsejar el cálculo y
la prudencia cuando se trata de pensar en el matrimonio (ella no se casó nunca)
y, por lo que veo en este libro, castiga a los personajes femeninos que toman
decisiones irreflexivas y románticas.
Es famosa la escena en la que Darcy
acabará declarando su amor a Elizabeth. «Mi lucha ha sido en vano. Carece de
sentido. No reprimiré por más tiempo mis sentimientos. Permítame decirle cuán
ardientemente la admiro y amo.», le dice Darcy a Elizabeth en la página 218
para, a continuación, pasar a comentarle que se ha enamorado a su pesar, pues
considera que Elizabeth es inferior a él. Y aun así Darcy cree que Elizabeth va
a caer rendida en sus brazos. El orgullo y la arrogancia de Darcy le han
traicionado, porque Elizabeth, que había empezado a sentir algo por él, le
rechazará.
Es una escena bochornosa desde el
punto de vista actual, después de dos siglos. Para el lector, Darcy es un
completo imbécil. Pero desde el punto de vista de 1813 es más bien una escena
aterradora. Elizabeth se da cuenta de que a Darcy le correspondería una mujer
de una familia mejor que la suya. Entre otras cosas, uno de los defectos de
Elizabeth, desde el punto de vista de Darcy, es que tiene dos tíos que trabajan
para ganarse la vida, uno es abogado y otro comerciante. El trabajo era una
profunda vulgaridad para la nobleza y burguesía rurales de la que habla Austen.
Este tipo de detalles me ha hecho en algún momento distanciarme de los
personajes y la historia. Aunque Elizabeth si era una joven que se hacía
querer, sentirse atraída aún por Darcy después de su declaración de amor me
expulsaba un poco del libro.
En 1813 tanto hombres como mujeres
pobres estaban sufriendo la explotación laboral en las fábricas de la
revolución industrial y esto es algo que no existe en el mundo de Austen. Es
cierto que no hay en Orgullo y prejuicio
una crítica a los privilegios de la clase dominante, pero sí que se muestra –de
manera solapada– una crítica a la situación de la mujer dentro de los círculos
privilegiados de la sociedad. Así que considero que es mejor juzgar a Jane
Austen por lo que sí ofrece que por lo que no. Orgullo y prejuicio está escrito con un gran sentido del ritmo, en
todo momento los pequeños giros de la trama hacen que el lector se sienta
interesado por la lectura. Los personajes principales y secundarios están muy
bien caracterizados. Según he leído en internet, Orgullo y prejuicio es la primera novela con un personaje principal
femenino perfectamente desarrollado.
Middlemarch de George
Eliot –donde los personajes principales varones sí tenían que trabajar para
ganarse la vida–me ha parecido una novela de una complejidad superior a Orgullo y prejuicio, pero también es
cierto que aunque está publicado unos sesenta años después que la obra de
Austen (1872 frente a 1813) en algunos aspectos Middlemarch parece más anticuada. Esto se debe, sobre todo, a que
en Middlemarch la narradora
interrumpe constantemente la narración para hacer comentarios sobre los
personajes, un recurso clásico del siglo XIX, y esto no ocurre en Orgullo y prejuicio. Aquí la narradora
se dedica a crear escenas y a mover en ellas, de forma muy habilidosa, a sus
personajes.
Me alegra haberme reconciliado con
Jane Austen tantos años después de haber leído Sentido y sensibilidad. Orgullo
y prejuicio, que en la lista de mejores novelas británicas que publicó la BBC estaba en el puesto decimo primero
(frente al primer puesto de Middlemarch),
me ha resultado una narración maravillosamente bien medida y repleta de agudeza
y encanto.