Editorial Páginas de Espuma. 115 páginas. 1ª edición de 2018.
Conocí a María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) en la
presentación de un libro que tuvo lugar en La
Central de Callao. No recuerdo de qué libro se trataba. Otra vez participé
con ella en una pequeña tertulia literaria en la librería Cervantes sobre Gestarescala, una de las novelas de Philip K. Dick. También estuve en la
presentación de la revista Eñe que
contenía el relato con el que ganó el premio
Cosecha Eñe en 2016. Así que conozco a María Fernanda, que reside en Madrid
desde hace unos años. Me causó una gran impresión su cuento Nam,
cuarto de Pelea de gallos y ganador del premio Cosecha Eñe de 2016.
Cuando pude comentárselo le dije que me había recordado al tono de los cuentos
de Los
días más felices del boliviano Rodrigo
Hasbún. También sabía, desde hacía más de un año, que María Fernanda estaba
tratando de publicar un libro de relatos, y yo le prometí que en cuanto saliese
a la venta (después de leer Nam no
dudaba de que iba a salir en una buena editorial) lo iba a leer y reseñar. Aquí
estoy. Me alegré mucho por ella cuando supe (en la presentación de Un
paseo por la desgracia ajena de Javier
Moreno) que su libro de relatos iba a formar parte de la editorial Páginas de Espuma, posiblemente la mejor
editorial para empezar en el mundo de la ficción con un libro de relatos (hasta
ahora Ampuero, periodista de profesión, había publicado dos libros de
crónicas).
Cuando supe que la llegada a las
librerías de Pelea de gallos era
inminente, le solicité un ejemplar a su editor, Juan Casamayor, quien me le envió muy amablemente.
Según recibí el libro, me senté y
dediqué unos minutos a leer su primer cuento, titulado Subasta. Sus escasas ocho
páginas me bastaron para dejarme seco, impactado con este cuento tan potente
sobre la violencia (hacia las mujeres, los pobres o hacia el prójimo en
general). Un cuento que me trasladó a las páginas violentas del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, pero con una voz propia,
una voz que pone el énfasis en la violencia hacia las mujeres, y sobre todo
hacia las niñas. Decía antes que Nam
me había recordado a la mirada sobre el fin de la infancia o la adolescencia de
los cuentos de Rodrigo Hasbún, pero la voz narrativa de Ampuero, frente a la de
Hasbún, es mucho más violenta que melancólica. Al leer la primera página del
primer relato de Pelea de gallos,
donde se cuenta que la narradora escucha unos gallos, pensé en el cuento No
oyes ladrar los perros de Juan
Rulfo. Como ocurre con Rulfo, la prosa de Ampuero es precisa y depurada, y
su realismo escatológico (que a veces roza el expresionismo) no está exento de
cierto lirismo tremendista. Creo que Subasta
es un gran cuento que debería estar (a partir de ya) en cualquier antología
sobre el nuevo cuento en español. Hagan una prueba: si sienten curiosidad por
este libro, cuando lo vean en una librería, ábranlo y lean Subasta. Sólo tardarán unos pocos minutos. Si son lectores serios
de cuentos van a querer seguir leyendo, se lo aseguro.
La llegada de Pelea de gallos me sorprendió con la lectura de la novela Para
esta noche de Juan Carlos Onetti
a medias. Esperé a acabarla y me acerqué a los cuentos de Ampuero unos días más
tarde. Releí el primer cuento, quería paladearlo.
Si Subasta es un cuento magnífico, el segundo, titulado Monstruos,
también lo es. La narradora es una niña de doce años, que ve películas de miedo
junto a su hermana gemela («Mercedes era miedosísima. Blanquita, debilucha.
Mamá decía que yo me comí todo lo que venía en el cordón umbilical porque nació
mínima: una gusanita y que yo, en cambio, nací como un toro. Usaban esa
palabra: toro. Y el toro tenía que encargarse de la gusana, ¿qué se le iba a
hacer?», leemos en la página 20). A las dos gemelas de doce años, Narcisa, la
chica de servicio de catorce, les va a dar una de las lecciones más importantes
de su vida: «Narcisa siempre decía hay que tenerle más miedo a los vivos que a
los muertos» (pág. 19). Monstruos es
un cuento cruel sobre las enseñanzas entre mujeres acerca de las violencias
masculinas y, al igual que ya ocurría con Subasta,
se acaba con un nudo en la garganta.
El tercer cuento, Griselda,
nos habla de nuevo sobre el fin de la infancia y la inocencia, y la llegada de
sus narradoras femeninas a un mundo machista, salvaje y violento. Es cierto que
una vez leídos los dos primeros, Griselda
impacta menos porque, aun siendo un buen cuento, al acercarse a él el lector
tiene la sensación de repetición de temas y enfoques: una voz narrativa
femenina nos habla de la realidad social de una ciudad indeterminada de América
Latina (pero que yo leía como si fuera ecuatoriana), desde la perspectiva de
una niña, en el momento en el que algún hecho traumático le hará perder su
inocencia.
El cuarto cuento es Nam, el ganador del premio Cosecha Eñe
2016, que ya había leído. Es uno de los mejores cuentos del libro. Ahora la
narradora es ya adolescente, y nos habla del descubrimiento del sexo y de su
posible homosexualidad. El mundo de los adultos volverá a ser una realidad grotesca,
amenazante.
El quinto cuento (Crías)
sí que empieza como un cuento de Rodrigo Hasbún: «Vanesa y Violeta, las
gemelas, mis vecinas de toda la vida, ahora viven fuera. Emigraron hace unos
quince años, como yo, y no han pisado el país desde entonces» (pág. 41), pero
aquí cambia un tanto la perspectiva respecto a cuentos anteriores: una mujer
vuelve a su ciudad natal en América Latina y desde ahí recuerda algunos sucesos
de su pasado, que tienen que ver con sus vecinos. Cuando la narradora recuerda
un hecho crucial para ella afirma: «No fue traumático para mí porque a las
gemelas yo ya no las quería en mi vida, había descubierto los libros y con
ellos la deliciosa sensación de no necesitar nada ni a nadie en el mundo» (pág.
48). Por afirmaciones como ésta, o la anterior sobre la vuelta al hogar desde
la emigración, el lector tiene la sensación de que Ampuero está usando de forma
fructífera sus propios recuerdos para, a partir de lo particular, retratar a
todo un territorio. Nunca se dice que uno de estos cuentos transcurre en un
país latinoamericano u otro, y con este detalle la autora parece decirnos que
lo retratado, sobre la violencia social y machista, puede ocurrir tanto en
Ecuador como en Bolivia o Perú.
Me gusta que el narrador de Persianas
sea una voz masculina. Con este detalle se rompe el peligro de que Pelea de gallos estuviera constituido
por cuentos muy potentes, pero escritos siempre desde enfoques (fin de la
inocencia de una voz femenina) muy similares.
En Cristo vuelve a aparecer
una voz narrativa femenina infantil, pero, como el cuento acaba siendo una
crítica a una cierta religiosidad inútil para los pobres, los temas tratados se
expanden.
Creo que Pasión es el cuento que
más me ha desconcertado de este libro. Trata sobre una mujer que sigue a un
«profeta religioso» latinoamericano. Ampuero habló con mucho cariño sobre él en
la presentación de su libro (librería
Cervantes de Madrid, 8 de marzo de 2018), pero creo que es la narración con
la que menos he conectado de las incluidas en el libro.
Luto es un cuento terrible sobre la
violencia entre hermanos. Sospecho que su propuesta, cercana al género de
terror, tiene que ver con las propuestas narrativas de la argentina Mariana Enríquez y su libro Las
cosas que perdimos en el fuego.
Me gusta el relato Ali porque
la realidad narrada se enfoca desde una perspectiva diferente a la de las demás
historias del libro. Si bien los primeros cuentos de Pelea de gallos estaban narrados por niñas hispanoamericanas que el
lector entendía de clase media, que hablaban de hogares en los que había
mujeres de servicio, en Ali se da la palabra, de forma acertada, a estas
mujeres del servicio. La voz narrativa de Ali es la primera del plural y esto
me parece un logro. «Se las traían de los campos, las mamas mismas las
regalaban, y les daban casa y comida y gracias, patrón, papá diosito les bendiga
y les dé muchos años de vida» (pág. 84). De nuevo están aquí los abusos
paternos y las violaciones, uno de los sustratos del libro.
Coro está escrito en tercera persona y
es una sátira que se burla de un grupo de mujeres latinoamericanas de clase
alta. Su humor corrosivo me ha recordado al de las novelas del peruano Jaime Bayly. He llegado a pensar en Alfredo Bryce Echenique, pero este
escritor me parece menos cruel que Bayly o Ampuero.
En Cloro se vuelve a usar la
tercera persona y la protagonista es una mujer (seguramente de un país europeo)
que descansa en un hotel hispanoamericano y contempla desde su habitación a los
mozos morenos que limpian una piscina imposible. Es un cuento detenido y
poético sobre la decadencia física. Frente a la potencia de los cuentos
anteriores, quizás este cuento (lo mismo ocurre con el último, el titulado Otra)
sea demasiado insinuante y le falte movimiento, pero me alegro de que haya sido
incluido en la versión final de Pelea de
gallos (sé que fueron descartados algunos relatos), porque abre el libro a
nuevas miradas.
En resumen, Pelea de gallos es un debut narrativo impresionante; un texto
maduro y contundente. En este libro, de un nivel medio muy alto, hay al menos
cinco o seis cuentos que se merecerían estar en cualquier antología sobre el
nuevo cuento en español. Un libro sobre la violencia (sobre todo la ejercida
contra las mujeres en América Latina) que debería llegar a muchos lectores. Mi
enhorabuena a su autora, María Fernanda Ampuero. Presiento que Pelea de gallos va a ser (merecidamente)
un libro de largo recorrido.