Llevo una semana tratando de recordar cuándo fue la primera vez que visité la Feria del Libro de Madrid. Sin estar convencido de que fuese la primera, he conseguido remontarme hasta mis 16 años. Acababa 2º de BUP, había ido de visita a casa de mis abuelos, tenía mucho que estudiar, acompañaba a mis padres a algún recado en Madrid y de vuelta pasamos por la Feria del Libro. Recuerdo también una exposición canina en un lugar que pienso que era una garaje, pero que no podía ser un garaje, algo que debía ser la galería de un centro comercial. Salimos de allí, avanzamos por el parque del Retiro, empezaba a atardecer.
Desde los senderos entre los árboles, desembocamos en el paseo de Coches, y en una caseta me topé con la figura de Terenxi Moix. Miraba al frente con el gesto decidido e irónico, pensé en un ave rapaz a punto de despegar. Yo no había leído a Moix entonces (de hecho, tampoco lo he hecho después, no se ha dado la circunstacia), pero recuerdo la emoción de estar ante el que considera “un escritor de verdad”, es decir alguien cuyos libros se podían encontrar en librerías, leer reseñas de ellos en prensa, alguien a quien había visto en la televisión o escuchado en la radio. Y estaba allí, cercano, a la vista de todos, dentro del cubículo de una caseta de contrachapado. Creo que esta claro que yo ya entonces deseaba ser “un escritor de verdad”.
No me acerqué a él. En realidad yo buscaba un libro de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que, en contra de mis pronósticos, encontré con bastante facilidad en el puesto de una librería especializada en ciencia-ficción.
Me recuerdo también, años más tarde, como un avezado cazador de autógrafos. Hace una década tuve que pelearme en una cola informe con un bravío batallón de mujeres de mediana edad, por acercarme a Mario Benedetti, autor que en su momento llegó a gustarme bastante. Recuerdo la mirada cansada del uruguayo cuando le dije que el ejemplar de La tregua que le acercaba para que garabatease en él su nombre, por fin me lo iba a quedar, que lo había comprado al menos cuatro o cinco veces y siempre para regalar (a chicas).
Recuerdo una conversación con Javier Cercas, sobre su novela Soldados de Salamina y sobre Roberto Bolaño. La sorpresa que le causó que le contara que en un libro de Bolaño, difícil de conseguir entonces, La Pista de hielo, había una escena similar a la descrita por él para su protagonista, y el hecho curioso de que Bolaño no le había hablado de la existencia de ese libro. Años después me acerqué a Cercas de nuevo para que me firmase La velocidad de la luz, y ya le encontré cansado, distante, acalorado de éxito y días de junio.
Recuerdo las locuras exquisitas de Leopoldo María Panero, la cercanía de Vargas Llosa, una agradable conversación sobre Tobias Wolff con Ignacio Martínez de Pisón…
Recuerdo la angustia que sentí ante la elegancia de Carlos Fuentes. Entonces andaba yo por los 27 años, trabajaba en la auditora norteamericana y no podía sacar casi tiempo para escribir, y en algún lugar había leído acerca de la dedicación completa del joven Fuentes al amparo de otro escritor mexicano en sus comienzos; unos comienzos que ya empezaban a dejarme atrás y me perseguía la certeza de que la vida no iba ser como en París era una fiesta.
Recuerdo la simpatía campechana de Javier Tomeo, de Álvaro Pombo… Recuerdo a un grupo de extrema derecha montando un pifostio frente a la caseta en la que estaba Ángel González; los radicales increpaban a su vecino de firma (no recuerdo quién era), y yo, entre las voces estridentes y las banderas no democráticas, le pedía al poeta que me escribiera, en la primera edición de Otoños y otras luces, aquel verso que tanto me gusta de él: “Te llaman porvenir, porque no vienes nunca…”
Al menos tres veces me ha firmado Javier Marías, posiblemente el que para mí sea el mejor escritor español vivo.
Luis Landero me firmó también dos veces; García Montero, Luis Alberto de Cuenca…
Me emocionó que alguien que había estado en un campo de concentración nazi me firmara el libro en que narra su experiencia. Estoy hablando, claro, de Jorge Semprún.
El año pasado, al fin siguiendo la lógica inapelable del tiempo, me firmó alguien más joven que yo: Andrés Neuman.
No mucho después de su premio Nobel, José Saramago firmaba libros. Hice cola para que me dedicase La caverna, que luego me defraudó bastante. La cola se iba renovando constantemente y no bajaba nunca de los 50 metros. Además, para llegar a la caseta de Saramago, se pasaba delante de otra donde firmaba un escritor del que nunca había oído hablar, y nadie requería sus libros. Allí estaba el hombre mirando al frente, distante y estoico, viendo pasar por delante de sus ojos la inmensa, inacabable cola de lectores de Saramago. No recuerdo quién era, ni la gloria enana de aparecer en este blog le ha sido dada.
El sábado volví a pasar por el Retiro (desde que me cambié de casa vivo al lado) y vi que estaba en una caseta Vila-Matas, fui a mi piso y cogí las primeras ediciones de sus novelas que aún me quedaban sin firmar. Hace dos años ya me firmó otros libros en una conferencia que dio con Rodrigo Fresán. Me ocurrió igual que con Cercas, la primera vez me pareció cercano y cordial, y la segunda lejano.
El sábado pasaba por la Feria para saludar a Tito Expósito, editor de Baile del Sol, y preguntarle si existía ya mi novela Acantilados de Howth en papel. Acababa de hablar con el impresor, me dijo, y si no estaba para el miércoles por la tarde se iba él mismo a la imprenta a imprimir el libro (esto contado con su acento canario tenía más gracia).
Así que este jueves 3 de junio en la caseta 262, la de Baile del Sol, estaré yo de 18.00 a 20.00 horas firmando ejemplares de una novela que aún no existe, una novela escrita hace unos 4 ó 5 años, y que he retocado al menos dos veces en este tiempo. Espero que no me toque al lado de ningún Saramago y tenga que convertirme yo en el escritor distante y estoico. Aunque como decía Henry Miller en El Trópico de Capricornio: “puede que aquel fuese el peor libro que hubiera escrito un hombre jamás, pero era mi primer libro y yo estaba enamorado de él”.
No me acerqué a él. En realidad yo buscaba un libro de Philip K. Dick, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que, en contra de mis pronósticos, encontré con bastante facilidad en el puesto de una librería especializada en ciencia-ficción.
Me recuerdo también, años más tarde, como un avezado cazador de autógrafos. Hace una década tuve que pelearme en una cola informe con un bravío batallón de mujeres de mediana edad, por acercarme a Mario Benedetti, autor que en su momento llegó a gustarme bastante. Recuerdo la mirada cansada del uruguayo cuando le dije que el ejemplar de La tregua que le acercaba para que garabatease en él su nombre, por fin me lo iba a quedar, que lo había comprado al menos cuatro o cinco veces y siempre para regalar (a chicas).
Recuerdo una conversación con Javier Cercas, sobre su novela Soldados de Salamina y sobre Roberto Bolaño. La sorpresa que le causó que le contara que en un libro de Bolaño, difícil de conseguir entonces, La Pista de hielo, había una escena similar a la descrita por él para su protagonista, y el hecho curioso de que Bolaño no le había hablado de la existencia de ese libro. Años después me acerqué a Cercas de nuevo para que me firmase La velocidad de la luz, y ya le encontré cansado, distante, acalorado de éxito y días de junio.
Recuerdo las locuras exquisitas de Leopoldo María Panero, la cercanía de Vargas Llosa, una agradable conversación sobre Tobias Wolff con Ignacio Martínez de Pisón…
Recuerdo la angustia que sentí ante la elegancia de Carlos Fuentes. Entonces andaba yo por los 27 años, trabajaba en la auditora norteamericana y no podía sacar casi tiempo para escribir, y en algún lugar había leído acerca de la dedicación completa del joven Fuentes al amparo de otro escritor mexicano en sus comienzos; unos comienzos que ya empezaban a dejarme atrás y me perseguía la certeza de que la vida no iba ser como en París era una fiesta.
Recuerdo la simpatía campechana de Javier Tomeo, de Álvaro Pombo… Recuerdo a un grupo de extrema derecha montando un pifostio frente a la caseta en la que estaba Ángel González; los radicales increpaban a su vecino de firma (no recuerdo quién era), y yo, entre las voces estridentes y las banderas no democráticas, le pedía al poeta que me escribiera, en la primera edición de Otoños y otras luces, aquel verso que tanto me gusta de él: “Te llaman porvenir, porque no vienes nunca…”
Al menos tres veces me ha firmado Javier Marías, posiblemente el que para mí sea el mejor escritor español vivo.
Luis Landero me firmó también dos veces; García Montero, Luis Alberto de Cuenca…
Me emocionó que alguien que había estado en un campo de concentración nazi me firmara el libro en que narra su experiencia. Estoy hablando, claro, de Jorge Semprún.
El año pasado, al fin siguiendo la lógica inapelable del tiempo, me firmó alguien más joven que yo: Andrés Neuman.
No mucho después de su premio Nobel, José Saramago firmaba libros. Hice cola para que me dedicase La caverna, que luego me defraudó bastante. La cola se iba renovando constantemente y no bajaba nunca de los 50 metros. Además, para llegar a la caseta de Saramago, se pasaba delante de otra donde firmaba un escritor del que nunca había oído hablar, y nadie requería sus libros. Allí estaba el hombre mirando al frente, distante y estoico, viendo pasar por delante de sus ojos la inmensa, inacabable cola de lectores de Saramago. No recuerdo quién era, ni la gloria enana de aparecer en este blog le ha sido dada.
El sábado volví a pasar por el Retiro (desde que me cambié de casa vivo al lado) y vi que estaba en una caseta Vila-Matas, fui a mi piso y cogí las primeras ediciones de sus novelas que aún me quedaban sin firmar. Hace dos años ya me firmó otros libros en una conferencia que dio con Rodrigo Fresán. Me ocurrió igual que con Cercas, la primera vez me pareció cercano y cordial, y la segunda lejano.
El sábado pasaba por la Feria para saludar a Tito Expósito, editor de Baile del Sol, y preguntarle si existía ya mi novela Acantilados de Howth en papel. Acababa de hablar con el impresor, me dijo, y si no estaba para el miércoles por la tarde se iba él mismo a la imprenta a imprimir el libro (esto contado con su acento canario tenía más gracia).
Así que este jueves 3 de junio en la caseta 262, la de Baile del Sol, estaré yo de 18.00 a 20.00 horas firmando ejemplares de una novela que aún no existe, una novela escrita hace unos 4 ó 5 años, y que he retocado al menos dos veces en este tiempo. Espero que no me toque al lado de ningún Saramago y tenga que convertirme yo en el escritor distante y estoico. Aunque como decía Henry Miller en El Trópico de Capricornio: “puede que aquel fuese el peor libro que hubiera escrito un hombre jamás, pero era mi primer libro y yo estaba enamorado de él”.
(En realidad no es mi primer libro y yo no estoy enamorado de él, pero me gusta la cita. En realidad creo que me queda mucho camino para ser “un escritor de verdad”.)
Dejo aquí la portada del libro. Esta hecha con el montaje de dos fotos tomadas por mi hermano, Sergio, en Howth:
Firma en la Feria del Libro de Madrid, Retiro, caseta 262, día 3 de junio, jueves, de 18.00 a 20.00 horas.