domingo, 30 de octubre de 2016

La última entrevista y otras conversaciones. Libro de entrevistas a Philip K. Dick.

Editorial Melville House. 154 páginas. Primera edición de 2015.
Edición e introducción a cargo de David Streitfeld.

Este verano pasé ocho días en Londres. La última vez que estuve allí fue hace diez. Al pasear por el barrio de Bloomsbury y, como entonces, fotografiarme ante las casas de John M. Keynes y Virginia Woolf, me topé con una librería de la cadena Waterstones en la que hace una década compré ya algún libro (si no recuerdo mal, un libro de relatos de Lorrie Moore). En la entrada había un cartel que decía: «Ficción… porque la vida real es terrible». No pude resistirme a entrar de nuevo. En la segunda planta me demoré hojeando los libros de la sección de ciencia-ficción; más concretamente, los de Philip K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982). Aún me sorprende que haya novelas de Dick sin traducir al español. Algunas de ellas ya las conocía, pero me entretuve pasando las páginas de un libro de entrevistas que se publicó en diciembre de 2015 en Estados Unidos y que nunca había visto. Este libro, al estar editado en Estados Unidos, era un poco más caro que las novelas de Dick impresas en Gran Bretaña, pero me pareció que el inglés no era muy difícil y que no me importaría pagar 11,99 libras para tratar de leerlo.

Después de leer, en español, Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, me apeteció acercarme a las entrevistas de Dick. Esos días estuve buscando información sobre Dick en la red y leyendo páginas al azar de Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, la biografía de Dick escrita por el francés Emmanuel Carrère. Digamos que, como tantas veces en mi vida desde que tenía dieciséis años, había vuelto a caer bajo el embrujo del poderoso mundo dickeano.

El libro está editado por el periodista David Streitfeld, que suele escribir para The New York Times. Streitfeld incluye también un prólogo de catorce páginas en el que presenta al personaje. Para hacerlo, elige un tono parecido al de la biografía de Carrère: la admiración condescendiente. Algunas anécdotas sobre Dick incluidas en este prólogo ya las conocía gracias al libro de Carrère y a los aspectos biográficos que incluye el propio Dick en sus libros de ficción; otras no sé si las conocía y las había olvidado o eran totalmente nuevas para mí. Una me conmovió: Dick, durante su vida adulta, cuando ya era un escritor profesional, habla con el dependiente de un supermercado y se da cuenta de que éste gana al año más dinero que él. En más de una entrevista recogida en este libro se habla de dinero: hay periodos de su vida, durante los años 50 y 60, en los que Dick tiene que escribir hasta cinco novelas al año, porque le pagaban, en los buenos tiempos, 1.500 dólares por cada una y éste era su único sustento. Escribía por las mañanas en su máquina de escribir, llegando a alcanzar un ritmo de producción de 1.200 páginas cada tres semanas. Para conseguirlo consumía anfetaminas. Cuando, años más tarde, el médico le recomendó que las dejara, su ritmo de escritura se redujo de manera considerable.
Me he reído con esta anécdota: el amigo y editor de Dick, Terry Card, que dirigía Ace Double, ante las quejas de Dick por los recortes que hacía a sus obras y la baja calidad de la edición, le contesta: «Si la Biblia hubiese sido editada por Ace Double, la habríamos reducido a dos mitades de 20.000 palabras, con el Antiguo Testamento retitulado como Maestro del Caos y el Nuevo Testamento como La Cosa con Tres Almas». Creo que ésta es una buena definición de la edición pulp en el Estados Unidos de la época.

Streitfeld nos cuenta que la mayoría de las entrevistas que le hicieron a Dick se realizaron en la última década de su vida. Streitfeld señala que no pudo encontrar ninguna entrevista rescatable de los años 60, cuando Dick publicó sus libros más recordados. También nos advierte que debemos leer las entrevistas con cautela, porque Dick no es un testigo fiable de su propio pasado, sobre todo cuando habla de sus mujeres, sus novias, sus editores o sus enfrentamientos con la autoridad.

El libro contiene seis entrevistas a Philip K. Dick que tuvieron lugar entre 1974 y 1982. Voy a comentar lo que más me ha llamado la atención de cada una de ellas:

1) Entrevista a cargo de Arthur Byron Cover, en 1974

Dick afirma que el escritor de ciencia-ficción que más le influyó fue A. E. van Vogt, sobre todo la libertad creativa de su obra The World of Null-A, novela en la que las personas tienen implantados falsos recuerdos. Dick se pregunta: «El asunto fundamental es: ¿Cuánto miedo te da el caos? Y ¿hasta qué punto te hace feliz el orden? Van Vogt me influyó mucho porque me enseñó que no tiene por qué asustarnos cierta dosis de caos misterioso en el universo».
Dick piensa que la ciencia-ficción es un género literario maduro, porque la lectura de obras como Campo de concentración de Tom Dish puede transformarte.
Dick ama escribir, pero le parece indignante lo poco que le pagan los editores. Por su primera novela en tapa dura, Tiempo de Marte (que es un libro que me encantó), cobró 750 dólares.
Dick escribe porque no hay suficientes personas en el mundo que le hagan sentir acompañado.
Cover pregunta a Dick por su consumo de LSD, y él contesta que jamás ha escrito bajo los efectos del ácido. Para escribir Los tres estigmas de Palmer Eldricht se sirvió de su imaginación, pues aún no era consciente de que las drogas alucinógenas podían tener efectos flashback.
Dick habla de su viaje a Canadá en 1972. Se quedó allí una temporada para huir de su vida y cayó en una depresión. Se intentó suicidar y para conseguir ayuda tuvo que fingir que era adicto a la heroína. De esa manera logró que le ingresaran en un centro de rehabilitación. Allí, rodeado de gente, y encargado de tareas sencillas (como fregar), se empezó a sentir mejor.
Dick muestra simpatía por los jóvenes punks, porque considera que han iniciado una rebelión cargada de significado político, en el mundo a lo George Orwell en el que nos encontramos.

2) Entrevista a cargo de Paul Williams, en 1974

Dick habla de su decisión de dejar la universidad de Berkeley a los diecinueve años: «Voy a la facultad y me encuentro de pie mirando por un microscopio. Y no aparece allí ningún paramecio, porque se ha movido la lámina. Y las instrucciones son: “Dibuja lo que ves”. Y me doy cuenta de que allí no hay nada, nada de nada. Pero no puedo evitar pensar que este hecho es un símbolo de mis cuatro años de vida allí».
Para Dick, la escritura no es una terapia ante la ansiedad; escribe porque no sabe qué hacer con su tiempo.
Para Dick, el universo era básicamente hostil. Dick temía que el propio universo se diera cuenta de que él era diferente. En el momento de la entrevista, Dick ha cambiado de opinión y considera que el universo es amistoso. Esto se repite en muchas entrevistas: Dick personifica al universo y se interroga sobre su naturaleza benigna o maligna.
Dick no se considera paranoico, pero sitúa a sus personajes en un mundo que los vigila constantemente.
Para Dick, la paranoia es un sentimiento arcaico, que procede de la sensación que tenían los animales en la jungla de ser observados por depredadores. Aunque sus novelas transcurren en el futuro, él sitúa a sus personajes en un mundo paranoico, y por tanto primitivo.
La sorpresa es un tipo de antídoto contra la paranoia. Para los paranoicos no hay sorpresas, porque todo transcurre según lo previsto.

3) Entrevista a cargo de D. Scott Apel y Kevin C. Briggs, en 1977

Durante los años 60, Dick llegará a escribir dieciséis novelas en cinco años. Su editor, Terry Carr, le reprochaba que todas eran iguales.
Dick habla de la sorpresa que le producen ciertos aspectos en su obra que prevén sucesos de su propia vida. Esto le ocurrió, sobre todo, con Fluyan mis lágrimas, dijo el policía.

 4) Entrevista a cargo de Charles Platt, en 1979

A Dick le interesa la idea de proyección de Jung: lo que experimentamos como algo externo a nosotros es en realidad una proyección de nuestro subconsciente. Dick escribió varias historias en las que las experiencias de las personas son proyecciones de su propia psique. El mayor poder que un ser humano puede ejercer sobre los otros es controlar su percepción de la realidad. La gran amenaza para el siglo XX ha sido el Estado totalitario.
Dick consumió LSD dos veces en su vida. La primera acabó teniendo un ataque de pánico. Siempre que le preguntan sobre el consumo de drogas, Dick comenta que él las ha consumido poco y las desaconseja. Para ilustrar su idea, suele servirse del ejemplo de algún conocido al que el consumo de drogas produjo daños cerebrales permanentes.
En 1963, Dick vio una cara maligna que le miraba desde el cielo, la misma que aparece en Los tres estigmas de Palmer Eldricht.
Dick suele pensar en una rata a la que atrapó en su casa gracias a una trampa. La rata estaba atrapada y él intentaba matarla, pero el animal no moría, chillaba. Era un ser vivo que sólo buscaba comida y que había sufrido una muerte espantosa. Esto le hace pensar en la condición de estar vivo en el universo. Al principio pensaba que el universo era un lugar hostil. Sin embargo, después del encuentro supraterrenal que tuvo en 1974 con una entidad a la que identifica con Dios y a la que llamaba VALIS, empieza a considerar que el universo es más amistoso.
VALIS invadió su mente y empezó a tomar decisiones por él. Esta voz le calmó. Dick reconoce que existe la posibilidad de que la voz procediera de su propia mente. Pero esta teoría no explica el increíble conocimiento que mostraba VALIS.

5) Entrevista a cargo de James van Hise, en 1981

Esta entrevista se refiere principalmente a la película Blade Runner, basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?
Al principio, Dick no se sentía conforme con el guión. Pensaba que le habían quitado la carga filosófica y la habían transformado en una comedia. Discute con varios guionistas, con los que, sin embargo, afirma que mantuvo una relación de amistad.
Dick llegó a publicar un artículo en el que criticaba la película anterior de Ridley Scott, Alien, que le parecía un triunfo de los efectos especiales y de la falta de ideas.
Sean Young, la actriz que interpretó a la replicante Rachael en la película, le parecía la encarnación de la chica morena y misteriosa que aparecía siempre en sus novelas.
También le gustaba mucho el actor Rutger Hauer, que interpretaba al replicante Roy Batty.
Dick piensa que la película recoge parte de las ideas del libro, pero que en ella se pierde el simbolismo de los animales vivos.
Dick murió antes de que Blade runner se llegara a estrenar.

6) Entrevista a cargo de Gregg Rickman, en 1982

A Dick le empezó a interesar la filosofía desde adolescente. Cuando trabajaba en una tienda de reparación de radios, un compañero le preguntó por un color, y él respondió que era rojo. La otra persona también consideraba que era rojo, pero eso no quería decir que los dos estuvieran viendo el mismo color. Uno podía estar llamando rojo a lo que el otro, pese a llamarlo también rojo, veía como verde.
Para Dick, el Salvador regresó a la Tierra en 1974. Él lo enunció, de forma críptica, en su novela Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974) y, de forma directa, en su novela VALIS (1980).
Durante la entrevista, Rickman propuso a Dick que pararan y continuaran al día siguiente, porque Dick no podía dejar de hablar. Al día siguiente, el escritor sufrió un paro cardiaco. Dick sobrevivió doce días más, pero perdió el habla. Así que las palabras que recoge esta entrevista son las últimas que se conservan de él. En ellas, Dick se muestra cada vez más disperso e incoherente. Llega a afirmar que su encuentro con el más allá de 1974 podía explicarse suponiendo que era el profeta Elías quien le había hablado. Más tarde señala que él mismo era Elías.



Esperemos que alguna editorial española se anime a publicar este libro de entrevistas, que recomiendo a todos los admiradores de Dick. Si alguien no ha leído los libros de este autor, le aconsejo empezar por alguna de sus novelas más famosas o por la trágica y a la vez divertida biografía de Emmanuel Carrère.

domingo, 23 de octubre de 2016

Anatomía de la memoria, por Eduardo Ruiz Sosa.

Editorial Candaya. 573 páginas. 1ª edición de 2014; esta de 2016.

Recuerdo que cuando Olga y Paco, los editores de Candaya, publicaron en 2014 Anatomía de la memoria de Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, México, 1983), sentí varias veces la tentación de pedírsela, pero en aquel momento, pensando que (como siempre, por otra parte) tenía muchos libros por leer, que no debería leer tantas novedades, etc., me contuve. Leí con interés las reseñas que iban apareciendo sobre ella, y al ser tan unánimemente positivas, siempre consideré que en algún momento acabaría leyendo el libro. Este verano, cuando Candaya anunció que estaba preparando la segunda edición y que además habría también una edición mexicana, me pareció el momento adecuado para leerla. Así que se la pedí a Olga y Paco que, al igual que otras veces, tuvieron la amabilidad de enviármela a casa.

Eduardo Ruiz Sosa ganó en 2012 la I Beca de Creación Literaria Han Nefkens, lo que le permitió estudiar el Máster en Creación Literaria de la Universidad Pompeu Fabra y tener tiempo para escribir su primera novela. Una primera novela que podría ser la quinta o la sexta, o el número que se le ocurra al lector, porque existen aquí muy pocos titubeos de primerizo (por no decir ninguno).

En una nota inicial, el autor pone en conocimiento del lector que Los Enfermos, el grupo revolucionario de la década de los 70 del que habla en su novela, existió realmente en México entre 1971 y 1974, un grupo que «pretendía, de alguna manera, instaurar un nuevo régimen nacional». El autor también nos advierte que, aunque el libro parte de algunos hechos reales, no pretende ser una crónica veraz de acontecimientos.

Cuando empecé a leer el primer capítulo (en el que se habla de una huida y una persecución −la de Juan Pablo Orígenes y Pablo Lezama−, sin que acabe de quedar claro quién persigue a quién, quién asesina a quién, o simplemente quién es quién, porque se juega constantemente a la transmutación de personalidades y nombres), y me encontré con una narración sazonada de preguntas, en apariencia lanzadas al aire de la página, comencé a recordar que me había encontrado antes con este recurso narrativo en una novela mexicana. Tras meditar unos minutos, acabé levantándome del sillón y sacando de las estanterías de mi biblioteca, para hojearlo y terminar mis pesquisas, Casi nunca de Daniel Sada, que ganó el Premio Herralde en 2008. Ahí estaban esas preguntas que hacían avanzar la narración. El nombre de Daniel Sada acaba apareciendo en la novela, casi al final, en la página 534.

Después de unas cuantas páginas, acabé por descubrir que, en realidad, las preguntas no las lanzaba el narrador al libro, sino que procedían de un personaje llamado Estiarte Salomón (si hubiese leído la contraportada lo habría averiguado antes, pero últimamente suelo acercarme a los libros sin leer la contraportada, y cuando leo reseñas me suelo saltar la parte en la que se resume el argumento). Salomón ha recibo el encargo –por parte del burócrata Bernardo Ritz− de escribir la biografía del poeta Juan Pablo Orígenes, que se encuentra en la sesentena. La tarea se complica por dos motivos: Orígenes padece párkinson, Alzheimer o alguna otra enfermedad no diagnosticada (como, por ejemplo, una enfermedad de la memoria), que le impide recordar con precisión los hechos por los que se le preguntan y distinguir entre realidades, ensoñaciones o fantasías. Además, Salomón empieza a sentir deseos de escribir no sólo sobre Orígenes, sino sobre el movimiento del que él formaba parte, junto a otras personas de Orabá (la ciudad imaginaria en la que transcurre la novela), que se llaman los Enfermos. «¿Los Enfermos eran comunistas, anarquistas, qué eran? A mí me contaron, le decía, que los Enfermos eran unos locos, que escribían en las paredes, que lloraban todo el día», leemos en la página 45.

En la década de los 70, Los Enfermos tenían 20 años y estudiaban en la ciudad de Orabá. Los Enfermos querían cambiar el mundo, y además de ser enemigos del Estado estaban enfrentados a los Comunistas, los Pescados y demás grupos de la universidad y de Orabá. El Enfermo Eliot Román escondía en su cuerpo, en alcantarillas o bajo tierra, la llamada Biblioteca Ambulante de Libros Izquierdistas de los Enfermos, y tenía que arrojar los libros que llevaba encima cuando a los jóvenes de Orabá les perseguía la Guardia Blanca de la ciudad. Los jóvenes sabían que, en algunas calles del centro, los vecinos dejaban las puertas abiertas para que pudieran guarecerse en su casa. Una de esas puertas, que irá cobrando cada vez más importancia en esta historia, es la de la Botica Nacional, donde un enfermo se encontró con el cuerpo desnudo de Lida Pastor.

Salomón intentará reconstruir la historia del grupo (que llegó a tratar de secuestrar a un político y cuyos miembros sufrieron la cárcel, la tortura, la muerte o la desaparición por parte del Estado, pero también la tortura, la muerte o la desaparición por parte de los compañeros que acusaban a la víctima de traidor). De esa forma se encontrará con los supervivientes de este grupo, que aún viven en Orabá (principalmente con Juan Pablo Orígenes, Eliot Román, Isidro Levi y Javier Zambrano), pero sus pasos le conducirán cada vez más a la Botica Nacional, donde se relacionará con el boticario Macedonio Bustos (posible pareja de Lida Pastor), que tiene edad para haber sido un Enfermo y le habla también de aquellos años en los que la Botica Nacional se convirtió en un refugio de la Enfermedad. En la Botica Nacional, Salomón entrará en contacto con un grupo de personas, amigas de Macedonio, enganchadas a las pastillas o al suero, con las que empezará a compartir noches de excesos clandestinos.

En Anatomía de la memoria se juega mucho con la idea de la enfermedad: desde la Enfermedad ideológica, de la que siempre se habla con mayúscula inicial, hasta la enfermedad clínica (todos los Enfermos de los años 70 padecen, cuarenta años después, alguna enfermedad o limitación física que actúa en la narración de forma simbólica: Juan Pablo Orígenes la desmemoria, Isidro Levi la ceguera, Eliot Román la cojera provocada por un disparo de la policía y Javier Zambrano la enfermedad del desamor y la melancolía).

En la primera mitad de la novela (la más rítmica y mejor del libro) se reconstruye, por medio de las voces de los Enfermos, invocadas por el joven Salomón, la historia del grupo político en la década de los 70, y en la segunda mitad, debido en cierta medida a la intervención de Salomón, gran parte de los Enfermos intentarán resucitar el movimiento, gracias al llamado Ensayo de la Resurrección, y, entre otras cosas, se dedicarán a buscar los libros perdidos de la Biblioteca Ambulante de los Enfermos.

Anatomía de la memoria está recorrido por la presencia de una de las obras capitales de las letras británicas: Anatomía de la melancolía de Richard Burton, un libro clave en la Biblioteca Ambulante de los Enfermos, en cuyos márgenes escribía Orígenes, dando continuidad a su obra en la de Burton. Yo no he leído Anatomía de la melancolía, y no sé, por tanto, hasta qué punto la estructura de esta novela es deudora de la anterior, pero lo que sí puedo afirmar es que, según van pasando las páginas, Anatomía de la memoria se va convirtiendo cada vez más en una Anatomía de la melancolía, porque la melancolía por el pasado que no puede volver, ni siquiera a través del recuerdo o la imaginación, va cobrando cada vez más protagonismo.

Al principio hablaba de la posible influencia de Daniel Sada en esta obra y, tirando de mi imaginario mexicano (que, lamentablemente, no es excesivo), pensé también en Juan Rulfo, sobre todo cuando se habla de la muerte y sus fantasmas: «Soy el sueño de un muerto, escribió»; de este modo tan a lo Pedro Páramo habla de sí mismo Orígenes en la página 29. También he pensado en más de una ocasión en Gabriel García Márquez, porque algunas de las escenas delirantes de la novela se acercaban casi al realismo mágico (sin llegar a serlo) y porque sus comentarios sobre la evaporación del pasado (sobre todo en las escenas que tienen que ver con la historia de la Botica Nacional), escritas con un lenguaje decididamente poético, me han recordado al estilo del Nobel. Pongo un ejemplo: «El tío Liberato Pastor, hermano de Amalia, ocupaba una de las dos habitaciones en el centro de la casa, escuchaba música por las tardes y leía los diarios por la noche porque, así, decía, a la mañana siguiente podría recordar el origen de todas sus pesadillas» (pág. 309).

Recuerdo ahora aquella frase de Enrique Vila-Matas sobre Los detectives salvajes de Roberto Bolaño: «Un carpetazo histórico y genial a Rayuela de Cortázar. Una grieta que abre brechas por las que habrán de circular las nuevas corrientes literarias del próximo milenio». Hace unos meses leí No derrames tus lágrimas por nadie que viva en estas calles de Patricio Pron; en esta novela de 2016, uno de sus protagonistas, Pietro Linden, entrevistaba a una serie de escritores políticos sobre unos hechos que habían tenido lugar décadas antes. Algo similar ocurre en Anatomía de la memoria (novela de 2014): Estiarte Salomón entrevista a unas personas sobre su pasado político, que en gran medida tiene que ver con la literatura. Así que en ambos libros, al igual que en Los detectives salvajes de Bolaño, nos encontramos con una investigación detectivesca, siendo la literatura uno de los principales ejes que vertebran dicha investigación. Tanto Patricio Pron como Eduardo Ruiz Sosa me parecen hijos legítimos de Bolaño, dos escritores que hacen espeleología −o tal vez barranquismo− en esa grieta abierta por Bolaño de la que hablaba Vila-Matas.

Anatomía de la memoria es una primera novela en la que, como ya apunté al principio, no se ajusta bien el calificativo de «primera». Anatomía de la memoria es una obra madura, poética, poderosa, que indaga en el pasado de México y en la pérdida de los sueños de cualquier juventud, y que, página a página, se va convirtiendo en una verdadera Anatomía de la melancolía. Eduardo Ruiz Sosa acaba de entrar en mi lista de escritores jóvenes a los que seguir la pista.


domingo, 16 de octubre de 2016

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía, por Philip K. Dick.

Editorial Acervo. 282 páginas. 1ª edición de 1974; esta de 1976.
Traducción de Domingo Santos.

Encontré esta edición de Fluyan mis lágrimas, dijo el policía en una librería de segunda mano, especializada en ciencia-ficción, que estaba en Ópera (Madrid). Fue un viernes por la tarde y estaban a punto de cerrar. La novela costaba 25 euros, un precio elevado para lo que suelo gastarme en librerías de segunda mano. Era la primera edición del libro, que apareció en España en 1976, estaba nuevo, con su faja promocional incluida, y en ese momento estaba descatalogado en España (unos años después lo volvió a reeditar Minotauro). Además, la traducción era de Domingo Santos, al que yo conocía ­–también es escritor de ciencia-ficción– como traductor del mítico Dune de Frank Herbert. Acabé comprándolo. Le comenté al librero que era la última novela, de las que estaban disponibles en España en ese momento, que me quedaba por leer de Philip K. Dick (Chicago, 1928-Santa Ana, 1982). El librero no me contestó nada, me cobró y salí de la tienda algo cortado. No mucho después la librería cerró. No me extrañó nada. No hace falta ser profesor de Economía y Empresariales (como yo) para saber que si abres un negocio dirigido a un público muy concreto y especializado, este sólo puede prosperar si tú mismo eres un entusiasta del material que vendes.

A pesar de que, ciertamente, Fluyan mis lágrimas... era la última novela de Dick traducida al español (si descontamos alguna inencontrable traducción argentina) que me quedaba por leer y de que pagué 25 euros por ella, llevaba cinco o seis años en mi montaña de libros por leer. Además, Minotauro sacó al mercado una nueva, Laberinto de muerte, que compré y leí de forma inmediata. También leí una novela de Dick en inglés (The man whose teeth were all exactly alike), aún no traducida al español, antes que Fluyan mis lágrimas..., que tiene más prestigio que estas otras novelas de las que hablo. Y no sé por qué. Quizá tenía miedo a que me decepcionara, o a quedarme sin más novelas de Dick para leer (y eso que aún no he leído sus cinco tomos de cuentos). El caso es que este verano estuve ocho días de vacaciones en Londres (después de diez años sin ir), y me gustaba entrar en las grandes librerías de varias plantas, visitar su sección de ciencia-ficción y hojear los libros de Dick aún no traducidos al español. Creo que hacerlo me rejuvenecía, ya que Dick ha sido uno de mis escritores fetiches, mi escritor favorito durante la adolescencia. En Londres terminé comprando dos novelas en inglés y un libro de entrevistas. Al regresar a Madrid, antes de empezar con ellas me apeteció tomar por fin, de los altillos de mis estanterías, Fluyan mis lágrimas...

También he estado hojeando de nuevo la biografía de Dick Yo estoy vivo y vosotros estáis muertos, escrita por Emmanuel Carrère. Según esta biografía, Fluyan mis lágrimas... fue una de las novelas más importantes para Dick a nivel personal. En noviembre de 1971, después de varias semanas pensando que alguien iba a asaltar su casa, ésta fue efectivamente desvalijada. Según Dick, este hecho probaba que no era un paranoico, sino que tenía razón de modo intuitivo. El episodio del asalto le preocuparía, sin embargo, durante mucho tiempo. Una de sus teorías era que el gobierno de Estados Unidos entró en su casa en busca del primer manuscrito de Fluyan mis lágrimas..., porque en esta novela hablaba de una droga con la que, supuestamente, estaba experimentando el propio gobierno, cuyo presidente en aquel momento era Richard Nixon, y él había preconizado algunos de los acontecimientos secretos que estaban ocurriendo en la realidad. Por tanto, el gobierno le seguía la pista. La vida de Dick siempre pareció una novela de Dick.

El personaje principal de Fluyan mis lágrimas... es Jason Taverner, un cantante de cuarenta y dos años que dirige un programa de televisión llamado Jason Taverner show, que posee una audiencia de treinta millones de personas. Jason mantiene un romance con la también famosa cantante Heather Hart. Aunque se siente algo mayor, Jason es una persona satisfactoriamente instalada en una vida de éxito.

Después de uno de sus programas, Jason vuela con Heather desde California hasta una de sus casas en Suiza. Por el camino recibe la llamada de una joven actriz a la que trató de ayudar en su carrera, con la que además (esto Heather sólo lo sospecha) tuvo un romance. Jason hace un alto en el camino para averiguar por qué la joven actriz siente tanta urgencia por verle. En su casa, Marilyn, la actriz, arrojará a Jason una «esponja Callisto», que se anclará en su pecho con sus cincuenta tubos de alimentación. Aunque Jason logra arrancársela, algunos de sus tubos quedarán insertados en su interior. Su vida corre peligro y, ya en el hospital, tendrá que ser operado. Éste sería el resumen del primer capítulo.

En el segundo Jason se despierta, pero en vez de estar en el hospital, se encuentra en la habitación de un hotel barato. Sigue llevando el traje de la noche anterior, y un fajo de 5.000 dólares en un bolsillo que también estaba allí hace veinticuatro horas. Jason se asusta. No puede limitarse a salir a la calle y volver a su casa. La novela, escrita durante los años 70, está ambientada en 1988, y en este 1988 de coches voladores, en que el hombre, además de en la Tierra, vive en colonias marcianas, sigue gobernando Richard Nixon. El mundo –o al menos la porción de mundo que representan los Estados Unidos– se ha convertido en un estado policial, con controles «pols» y «nacs» en casi todas las calles. Además, los campus universitarios están acordonados por la policía y los estudiantes condenados a vivir bajo tierra.

Jason, a pesar de su traje bueno y su dinero, se ha despertado en una habitación de hotel desconocida sin documentos de identidad, lo que puede llevarle a un campo de concentración tras ser interceptado por cualquier control policial rutinario. Jason comienza a hacer llamadas telefónicas y nadie ‒ni su agente, ni su amante‒ le conoce. Es posible que ya no sea una estrella de la televisión con una audiencia de treinta millones de espectadores.
Jason decidirá pagar una fuerte suma de dinero al recepcionista del hotel para que le presente a algún falsificador de tarjetas. Así empieza a entrar en contacto con una cadena de enigmáticas mujeres y policías. Es posible, también, que alguna de las mujeres con las que se cruza sea una confidente de la policía.

El ambiente que recrea Dick en esta novela es profundamente angustioso y paranoico. El lector siente en cada momento el peso de la persecución del aparato del Estado sobre Jason, que en realidad no ha cometido ningún delito. Lo malo no es cometer un delito ‒reflexiona McNulty, un alto cargo policial, que acabará convirtiéndose en uno de los personajes secundarios de la novela‒, sino que la policía se haya fijado en ti.

En Fluyan mis lágrimas... nos encontramos con los elementos clásicos de las novelas de Dick: angustia existencial y paranoia, además de percepciones de la realidad alteradas y personajes perdidos en otros mundos. La novela está escrita en tercera persona, pero, como viene siendo habitual en Dick, el narrador cede la voz a los personajes reflejando sus pensamientos y terminando el párrafo con la palabra «pensó». Tenemos aquí también a una misteriosa mujer morena, trasunto de la hermana gemela de Dick, muerta semanas después del parto.

Como ya he leído muchas novelas de Dick (más de veinte; de hecho, es el escritor del que más libros he leído), ya conozco muchos de sus trucos narrativos. Al principio pensaba que toda la novela, la realidad alternativa en la que un personaje tan popular como Jason se convierte en un desconocido sin papeles, iba a ser un sueño inducido por el veneno que inoculó en Jason la esponja Callisto del primer capítulo. Pero, según avanzaba en la lectura, y veía que en algunos capítulos el narrador nos hablaba de McNulty y el lector podía acercarse a sus pensamientos, deduje que la resolución del libro tenía que ser algo más compleja de lo que estaba imaginando, como así ha sido al final (compleja y absurda y divertida no tienen por qué ser términos contradictorios).

Como siempre, me han encantado los detalles fantásticos e imaginativos que utiliza Dick en sus novelas. Así, por ejemplo, leemos en la página 243: «Aquel selecto edificio de diez plantas que flotaba, sobre chorros de aire comprimido, a algunos palmos del suelo. La flotación daba a sus inquilinos la incesante sensación de estar siendo suavemente acunados, como en un gigantesco regazo materno. Aquello siempre le había gustado. Allá en el Este aún no se había puesto de moda, pero aquí en la Costa era el último y carísimo grito».

La edición de Acervo de 1976 está plagada de erratas (comienzos de frase sin mayúscula, pronombres con tildes o sin ellas, la misma palabra –por ejemplo «rió»– en unas ocasiones con tilde y en otras sin ella, alguna frase de traducción dudosa…), pero hasta este detalle tan pulp aporta encanto al libro. Espero que la nueva edición de Minotauro esté revisada.

Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (el título hace referencia a un verso de un poema de John Dowland, que le gusta al jefe de policía McNulty) tiene mucho sentido del ritmo y va generando una angustia y una intriga que hacen que el lector quiera seguir leyendo. El libro contiene prácticamente todos los elementos característicos de una novela de Dick (no había aquí, sin embargo, ninguna subtrama que hablase de Dios). Se trata de una destacada obra de su bibliografía, lo que no quiere decir –al menos para mí, que soy un devoto del universo dickeano– que sea una obra menor, sino todo lo contrario: estamos hablando de una gran novela.

«Mi realidad está filtrándose de vuelta», dice uno de los personajes. Yo, que empecé a leer a Philip K. Dick en 1990, no puedo dejar de quererlo.


jueves, 13 de octubre de 2016

Teoría de la clase ociosa, por Thorstein Veblen

Editorial Alianza. 429 páginas. 1ª edición de 1899, ésta es de 2014.
Traducción y prólogo de Carlos Mellizo

No estoy seguro de que, durante mis años de universidad como estudiante de Empresariales, apareciera en algún momento el nombre de Thorstein Veblen (Wisconsin, 1857 - California, 1929). Lo ha hecho, sin embargo, cuando he empezado a ser profesor de Economía de Bachillerato Internacional en el colegio en el que trabajo. En los manuales que uso para prepararme las clases, en los temas sobre oferta y demanda, se habla de los «bienes de Veblen», que son aquéllos en los que empieza a subir la demanda cuando los precios superar un determinado mínimo, porque sus compradores ven en ellos lo que se califica como «valor snob». Así lo traduje yo del libro de Bachillerato Internacional en inglés, y que, entiendo ahora, Carlos Mellizo traduce como «consumo ostensible».

Yo hablaba de los bienes de Veblen en mis clases y en alguna librería vi, sobre 2014, la reedición de Teoría de la clase ociosa, con su encantadora portada retro, estilo en el que suele incidir el acertado nuevo diseño de Alianza. La compré en la Feria del Libro de Madrid de 2015, en la caseta de la Librería Ecobook, especializada en economía.

Si el año pasado al acabar el curso académico leí la edición extractada de El Capital de Karl Marx realizada por César Rendueles, éste me apeteció acercarme a la Teoría de la clase ociosa de Veblen.

Como viene siendo habitual, pasaré a realizar un resumen del libro:

Prólogo de Carlos Mellizo
Según el comentarista económico Rick Tilman, Thorstein Veblen «fue probablemente el economista y crítico social más penetrante que los Estados Unidos ha producido.» (pág. 9)
Veblen nació en Wisconsin y fue el hijo de unos padres noruegos emigrados a Estados Unidos.
«Para entonces (1884) ya ha adquirido una reputación de persona non grata en los círculos académicos de su país y le resulta imposible encontrar un puesto universitario.» (pág. 10-11)
Veblen se casó con Ellen Rolfe y sus múltiples infidelidades, que su mujer se encargaba de airear, hicieron que fuese expulsado de varias universidades.
Se considera a Veblen el fundador de la llamada «economía institucional», que analiza la evolución de las instituciones económicas; así, según él, el sujeto económico no es el individuo, sino el grupo o institución. La institución puede establecer sus propias normas de comportamiento, que no han de ajustarse necesariamente a una elección racional. Me interesa esta idea: siempre me ha parecido que la supuesta racionalidad de los agentes en los modelos de economía no siempre estaba justificada.
Pág. 24 y 25: «El tono satírico que penetra las páginas de esta Teoría de la clase ociosa implica, obviamente, una toma de postura que en muchos aspectos puede ser entendida como una extensión del pensamiento marxista». Esta idea me interesa: al buscar información sobre el libro, antes de empezar a leerlo, leí un comentario que consideraba que a pesar del tono de burla del ensayo, Veblen defendía a la clase ociosa, y la consideraba necesaria como modelo de comportamiento consumidor por el resto de personas de la sociedad. Tras leer el libro, esta idea comentada no me parece que aparezca en él.

Prefacio
Veblen comenta que su investigación «discurre por terrenos de teoría económica y generalización etnológica.»

1. Introducción
La institución de la clase ociosa puede encontrarse en su desarrollo más completo en los estadios más altos de la cultura bárbara, como por ejemplo en la Europa y en el Japón feudales. En estas sociedades hay una clara distinción de clases sociales. La más alta habitualmente está exenta de los trabajos industriales, y se dedica a los “empleos honorables”: el ejercicio de las armas, o el sacerdotal; también al gobierno y a los deportes. Estos son empleos que no pueden alcanzar las clases bajas.

Veblen dice que cualquier tribu de indios de Norteamérica puede tomarse como ejemplo de sus teorías. En estas tribus existe una marcada diferencia de tareas entre hombres y mujeres y esta distinción es de carácter odioso. Las mujeres serán empleadas en las tareas útiles, que en la etapa siguiente de la evolución social serán las “tareas industriales”.
«La gama de empleos industriales es una derivación de lo que en la comunidad bárbara primitiva era el trabajo de las mujeres.»
Veblen habla de un salvajismo primitivo en el que no hay una jerarquía de clases económicas, y dice que esta fase de la humanidad «constituye sólo una pequeña e insignificante fracción de la raza humana.»
«La institución de una clase ociosa ha emergido gradualmente durante la transición de un estado salvaje a un estado bárbaro». Para que esto ocurra deben darse unas condiciones:
1) la comunidad debe poseer un hábito de vida predatorio (guerra, caza o ambas cosas) 2) la subsistencia debe ser alcanzada de manera relativamente fácil.
Las tareas dignas para la clase ociosa son aquella que se pueden clasificarse como proezas; las indignas son aquellas necesarias para la vida cotidiana.
«Las que se reconocen como características sobresalientes y decisivas de una clase de actividades o de una clase social en una etapa determinada de una cultura, no retendrán la misma importancia relativa, a efectos de clasificación, en ninguna etapa posterior.» (pág. 41). En la sociedad primitiva la división de tareas entre dignas e indignas, entre proezas y lo que no son proezas, coincide con la división de tareas de los sexos. La caza y la lucha (actividades depredadoras) son propias de los hombres. «En muchas tribus de cazadores el hombre no tiene la obligación de traer a casa la presa cazada, sino que debe mandar a su mujer a que ella realice esa tarea inferior» (pág. 47)
«El concepto de dignidad, valía u honor, tal y como son aplicados a las personas o a la conducta, es de primordial importancia para el desarrollo de las clases y en las distinciones de clase.»
Veblen también apunta que el hombre tiene un sentido del mérito de servir para algo o de ser eficaz y del demérito de la futilidad, el despilfarro o la incapacidad. A esta actitud la llama instinto de trabajo eficaz. Este instinto de hacer las cosas bien se manifiesta en una comparación competitiva, odiosa, entre personas. El instinto de hacer las cosas bien se manifiesta en una demostración emuladora de fuerza. Para el guerrero o el cazador el botín, los trofeos de caza o de guerra son apreciados como pruebas de fuerza preeminente. Se establecerán comparaciones odiosas entre un guerrero o cazador y otro.
Mientras que las armas son honorables, el manejo de herramientas o instrumentos de trabajo se ve como algo inferior.
«Una cultura depredadora es impracticable en épocas primitivas hasta que las armas evolucionan hasta un punto en el que hacen del hombre un animal formidable» (pág. 52)

2. Emulación pecuniaria
«La emergencia de una clase ociosa coincide con el comienzo de la propiedad.» (pág. 54). La diferenciación original de la que surge la distinción entre una clase ociosa y una clase trabajadora proviene de la división que se establece en la baja edad bárbara entre el trabajo de los hombres y el de las mujeres.
«Apropiarse de mujeres es cosa que empieza de una manera clara en las primeras épocas de la cultura bárbara.» La razón original de su apropiación era la de su utilidad como trofeos. La propiedad-matrimonio hace que surja un hogar con un jefe masculino. Se produce una extensión de la esclavitud que abarca a otros cautivos y subordinados además de las mujeres. De la apropiación de las mujeres, el concepto de propiedad se extiende a los productos de su trabajo; y así surge la apropiación de cosas tanto como de personas. De este modo se va instalándose un sistema consistente de propiedad de bienes.

Veblen apunta que algunos economistas consideran que la lucha por la riqueza es algo que viene a ser en sustancia una lucha por la subsistencia. Luego, en las fases del desarrollo industrial, en vez de hablar de subsistencia se habla de “competición por aumentar las comodidades de la vida”. Veblen no está de acuerdo, él apunta: «El móvil que subyace en la raíz de la propiedad es la emulación. (…) La propiedad comenzó y llegó a convertirse en una institución humana por razones que nada tienen que ver con el mínimo necesario para subsistir. Desde el principio, el incentivo dominante fue la distinción que establece diferencias odiosas entre los diversos niveles de riqueza.» (pág. 58) La propiedad empezó siendo un botín exhibido como trofeo capturado en el ataque victorioso. La comparación odiosa en la etapa bárbara era la principal utilidad de las cosas poseídas.
La fase del saqueo deja paso a una etapa posterior en la que se produce una organización del trabajo sobre la base de la propiedad privada (es decir, la posesión de esclavos). La actividad industrial va desplazando a la depredadora de la vida ordinaria, pero la acumulación de propiedad va tomando cada vez más el lugar de los trofeos del triunfo depredador. La acumulación de riqueza, en la sociedad industrial, es la base de la reputación y la estima. La propiedad se convierte en la prueba más fácilmente reconocible, diferente del hecho heroico o sobresaliente, de haber alcanzado un estimable grado de éxito. La riqueza adquirida por herencia se convierte en algo incluso más honorable que la riqueza adquirida por propio esfuerzo.
«Tan pronto como el hecho de tener propiedades se convierte en la razón principal de la estima popular, también se convierte en un requisito necesario para que tengamos eso que se llama respeto por uno mismo.» «Por la naturaleza misma de la cuestión, el deseo de riqueza difícilmente puede ser saciado en ningún caso particular.», ya que el deseo de acumular riqueza no es otro que el de destacar sobre el prójimo. «La lucha es sustancialmente una lucha por la reputación sobre la base de comparaciones odiosas, no es posible llegar a ningún logro que sea verdaderamente definitivo.» La legitimidad del esfuerzo es el de poder compararse favorablemente con otros hombres.

Así se define, entonces, el concepto de comparación odiosa: «describe una comparación entre personas con la idea de calificarlas en cuanto a su mérito o valía –en un sentido estético o moral– concediéndoles y definiendo de este modo los relativos grados de complacencia con que estas personas puede legítimamente contemplarse a sí mismas y ser contempladas por otros. Una comparación odiosa es un proceso de valoración de personas con respecto a los bienes que poseen.» (pág. 66)

3. El ocio ostensible
Las clases bajas necesitan trabajar, y esto hace que el trabajo no sea humillante para ellas. Acaban desarrollando un orgullo emulativo en adquirir fama de trabajar bien. Para ellos la lucha por el prestigio pecuniario se manifiesta en un aumento de diligencia y sobriedad.

Para las clases bárbaras es un orgullo abstenerse de hacer trabajos productivos: durante la etapa depredadora el trabajo productivo se asociaba a la idea  de sujeción a un amo.
«A fin de lograr la estima de los hombres, no basta simplemente con poseer riqueza y poder. La riqueza y el poder deben ser exhibidos.» En la etapa depredadora una vida de ocio es la prueba más directa del poder pecuniario. Abstenerse de trabajar es un requisito de la decencia.
Para Veblen, el término “ocioso” no implica indolencia o pasividad; sino que habla de una manera no productiva de consumir el tiempo. El ocio honorable es el ideal del caballero. La ociosidad como ocupación  tiene un estrecho parentesco con la vida del realizador de hazañas. Los buenos modales, el decoro o el comportamiento educado indican que se ha disfrutado de un grado honorable de ociosidad. Los buenos modales son una expresión de relaciones basadas en el status. «El valor de los buenos modales radica en el hecho de que son comprobante y garantía de que se ha vivido una vida ociosa.»
Si la base de la propiedad privada como institución es la posesión de personas (mujeres, esclavos o siervos), la base del sistema industrial es la esclavitud que trata a los seres humanos como bienes muebles.
La idea de que la nobleza es transmisible hace que al adquirir una mujer (según la concepción bárbara del mundo de la que habla Veblen) ésta se sitúe por encima del esclavo común. A la mujer se la exime de las tareas serviles como muestra de poder. Igualmente será una muestra de poder rodearse de sirvientes que cada vez hagan menos tareas útiles. La cultura bárbara ha llegado a las figuras de “la dama” y “el lacayo”.
Estos lacayos o damas disfrutan del llamado ocio vicario. Así surge una clase ociosa subsidiaria o derivada, cuya función es exhibir un ocio vicario dirigido a resaltar el prestigio de la clase ociosa primaria. El siervo o la esposa han de mostrar una disposición servil y deben conocer las tácticas de la subordinación. «Si el trabajo del sirviente es indicación de que al amo le faltan medios, ello anula el propósito fundamental de su misión.»

4. El consumo ostensible
Una porción de la clase servil ha de asumir una nueva y subsidiaria gama de obligaciones: el consumo vicario de bienes.
En las primeras fases de la cultura depredadora, la función de los varones es consumir lo que las mujeres producen.
En la etapa industrial la clase baja trabajadora sólo debe consumir aquellas cosas que son necesarias para su subsistencia; los lujos y las comodidades pertenecen a la clase ociosa. La mujer debe consumir lo que es estrictamente necesario para su mantenimiento, excepto en la medida en que un consumo extraordinario puede contribuir a la comodidad o buena reputación de su amo.
El caballero establece el canon de prestigio: el caballero ya no es sólo el varón triunfal y agresivo, debe cultivar también sus gustos. De aquí surgen los buenos modales. Los regalos y el dar fiestas tienen la función de ser gastos ostensibles.
Existen caballeros sin fortuna que acaban siendo siervos de los caballeros que pueden permitirse el ocio ostensible; los primeros entran al servicio de estos últimos y sus tareas pueden pasar a ser honrosas: Dama de Honor, Mayordomo de las Caballerizas del Rey…
En la clase media-baja no hay pretensión de ocio por parte del jefe de familia, pero procura que su esposa pueda disfrutar del ocio vicario para preservar el buen nombre de la casa, imitando la estructura social promovida por la clase ociosa.
Del desarrollo del ocio y el consumo ostensibles se desprende que la utilidad de ambos reside en el elemento de derroche: derroche de tiempo y esfuerzo o derroche de bienes.

En la sociedad moderna el consumo empieza a superar al ocio como medio de mostrar decoro. Los medios de comunicación exponen al individuo a muchos ojos que sólo pueden juzgarle cuando ven su consumo de bienes. El consumo se convierte en un elemento de mayor importancia en el nivel de vida de la ciudad que en el campo.
«El ocio como medio de adquirir prestigio encuentra su origen en la arcaica distinción entre ocupaciones nobles e innobles. (…) La ociosidad es una manera de probar que se es rico.» La ociosidad ha perdido terreno frente al consumo, pero este choca contra el instinto de trabajo eficaz. Este instinto predispone a los hombres a mirar favorablemente la eficacia productiva y a censurar el despilfarro. «En la medida en que entra en conflicto con la ley del gasto ostensible, el instinto de trabajo eficaz no tanto se expresa en la insistencia en la utilidad sustancial, como en un sentido permanente de cuán odioso y estéticamente imposible resulta lo que es obviamente futil.»

Al leer este capítulo sobre el consumo ostensible y el instinto de trabajo eficaz estaba pensando que las ideas de Veblen entraban en conflicto con lo expuesto por Max Weber en La ética protestante y el espíritu del capitalismo (un libro al que tengo ganas de acercarme), por esto me parece relevante resaltar el siguiente párrafo: «Mientras todo el trabajo continúa siendo realizado exclusiva o habitualmente por esclavos, la indignidad de todo esfuerzo productivo está demasiado presente en la mente de los hombres y tiene demasiado poder disuasivo como para permitir que el instinto de trabajo eficaz tenga un verdadero efecto en la dirección de la utilidad industrial. Pero cuando la etapa quasi-pacífica (de esclavitud y status) pasa a la etapa pacífica del trabajo industrial (de empleos asalariados y pagos en metálico), el instinto entra en juego de manera más eficaz» (pág. 125)
La energía que antes había encontrado una salida en la actividad depredadora se dirige ahora a un fin ostensiblemente útil. El ocio ostensiblemente inútil se ha convertido en algo censurable. Pero ese canon de prestigio que desestima todo empleo de naturaleza productiva está todavía ahí. Se ha producido un cambio no tanto en la sustancia como en la forma en que la clase ociosa practica el ocio ostensible. Así se han desarrollado  las observancias corteses y deberes sociales de una naturaleza ceremonial.
Aunque en el habla coloquial el término “derroche” implica una censura, Veblen la usa para hablar de un gasto que no favorece la vida humana. Así: «Nada debería incluirse bajo el epígrafe de derroche ostentoso excepto aquellos gastos en los que se incurre cuando se quiere hacer una comparación pecuniaria de tipo odioso.»

5. El nivel pecuniario de la vida
Gastar más de lo necesario no se debe tanto a la idea de consumo ostensible como al deseo de vivir de acuerdo al nivel convencional de decoro.
El gasto honorable y ostensiblemente derrochador puede llegar a ser más indispensable que el gasto que sirve para cubrir las necesidades “inferiores”.
«Mientras que un retroceso es difícil, un nuevo avance en el gasto ostentoso es relativamente fácil y llega a tener lugar casi como algo natural.» El motivo es la emulación: cada clase envidia y emula a la clase que está justo por encima de ella en la escala social.

Si se concede tiempo, el radio de influencia de la clase ociosa en el esquema de vida de la comunidad en cuestiones de forma y detalle es grande. El derroche ostensible de la clase ociosa va calando a las clases más bajas, templado en mayor o menor medida por el instinto de trabajo eficaz.
«Dicho en el lenguaje de la teoría económica actual: aunque los hombres se muestran reacios a reducir sus gastos en cualquier dirección, se muestran más reacios a reducir sus gastos en unas direcciones más que en otras.» Los artículos o formas de consumo a los que el consumidor se aferra con la mayor tenacidad son las llamadas “necesidades de la vida”. En cualquier caso, la propensión a la emulación –a la comparación odiosa– es un hábito antiguo y predominante para el hombre.
«Con la excepción del instinto de autoconservación, la tendencia a la emulación es probablemente el más fuerte, más despierto y más persistente de los motivos económicos propiamente dichos.»
«Como la cada vez más eficiente productividad industrial hace posible procurar los medios de vida con menos trabajo, las energías de los miembros activos de la comunidad se dedican a obtener más altos resultados en lo que se refiera a gasto ostensible, en vez de procurar reducir la actividad a un ritmo más cómodo.»
En contra de la opinión malthusiana, según Veblen el bajo índice de natalidad de las clases sobre las que recae con mayor fuerza la exigencia de gastar para mantener la reputación se debe a la necesidad de realizar gastos ostensibles.

6. Normas pecuniarias del gusto
Se consume para actuar en conformidad con el uso establecido, y se tiende al derroche ostensible.
Este párrafo me encanta: «El ladrón o estafador que ha hecho una gran fortuna como resultado de su delito, tiene más probabilidades de escapar de los rigores de la ley que el simple ladronzuelo; y se le concede un cierto grado de prestigio por haber aumentado su capital y por gastar de una manera decorosa sus pertenencias tan irregularmente adquiridas.» Ahora piensen en sus países, y elijan un ejemplo.
El canon del derroche ostensible es responsable de una gran porción de lo que podríamos llamar consumo devoto; es decir, el consumo de edificios sagrados, vestimentas y otros bienes de la misma especie. Por muy pobre que sea una comunidad, el santuario local está más adornado y exhibe un mayor derroche de arquitectura que las casas en las que viven los miembros de la congregación.
Veblen encuentra un paralelismo entre la figura del sacerdote y la del lacayo. La misión del ejército de siervos de un dios (que estaría formado por los sacerdotes) ha de dedicarse al ocio vicario.

El gasto ostensible puede crear nuestros cánones de belleza: la mayor satisfacción que se deriva del uso y contemplación de productos costosos y supuestamente bellos es en gran medida una satisfacción de nuestro sentido de lo caro, que se disfraza bajo la máscara de lo bello. Veblen habla del uso de animales domésticos como muestra de consumo ostensible y yo pienso en los perros de raza de mi barrio y también en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? de Philip K. Dick, que contiene esta idea. Según Veblen, el gato es una mascota menos prestigiosa que los perros o los caballos porque derrocha menos y su temperamento no servil (puesto que una de las funciones del perro es la de actuar como siervo de su dueño o señor) no sirve como muestra de ocio ostensible.

Según Veblen, el ideal de la belleza femenina cambia según sus teorías: en el pasado las exigencias de la emulación requerían esclavas robustas, pero después se requirió una muestra ostensible de ocio vicario. Así se volvió atractivo, por ejemplo, el talle ceñido en las mujeres occidentales y los pies deformados de las mujeres chinas. Estos atributos convierten a la mujer en una consumidora de ocio vicario incapacitada para el trabajo práctico.

Según Veblen: «Las señales de costo superfluo en los bienes son señales de valor.» Tengo la impresión de que los modelos comerciales de empresas actuales como Ikea y Zara contradicen esta idea, pero también me parece que la idea de Veblen se puede adaptar a una nueva realidad: se convence a los consumidores de que es lógico gastar poco en ropa y muebles desechables y de este modo tener más dinero para hacer un consumo ostensible en otros bienes, como los tecnológicos.

Según Veblen se prefiere lo artesanal, más imperfecto, frente lo fabricado a máquina, más perfecto, por lo artesanal muestra de forma más clara el gran costo superfluo de haberlo producido así.

7. El vestido como expresión de la cultura pecuniaria
Para Veblen el gasto en el vestido es un gran ejemplo de su teoría del derroche ostensible. El atavío está siempre a la vista y ofrece a los observadores una indicación de nuestra situación pecuniaria. Muchas personas se privan de comodidades y necesidades para poder pagar la cantidad de consumo derrochador en vestido que se considera decorosa.
Ningún atuendo es elegante o decente si muestra efectos del trabajo manual por parte del usuario. El sombrero de copa, el bastón, la ropa blanca impoluta… tienen valor que son atuendos con los que no se puede realizar una actividad útil.
La falda de las mujeres es cara e impide a su usuaria realizar un esfuerzo útil. El corsé sirve para reducir la vitalidad de la mujer, y por tanto para impedirla realizar un trabajo útil.
El vestido además de ser ostensiblemente caro tiene que ser también de última moda, lo que apuntala su condición derrochadora. La ropa de la mujer, ostensiblemente inútil para el trabajo, redunda en la idea de que la mujer es un adorno del hombre, y actúa como consumidora vicaria.
Los ropajes del sacerdote inciden también en la idea de que éste no debe realizar ningún esfuerzo útil.

8. Exención del trabajo industrial y conservadurismo
Las instituciones cambian según lo hacen las circunstancias. Las instituciones –es decir, los hábitos mentales– bajo cuya guía viven los hombres son heredadas de un pasado anterior.
Veblen define el término «conservadurismo» cuando señala que las instituciones existentes ahora no se adaptan exactamente a la situación de ahora. El reajuste de las instituciones y las opiniones habituales a un medio alterado se hace como respuesta a una presión exterior. La clase ociosa suele estar más protegida ante los cambios en el medio y por tanto adapta sus opiniones sobre lo que es justo y bueno más tarde que el resto de la población, por tanto la clase ociosa es la clase conservadora. «La función de la clase ociosa en la evolución social consiste en retrasar el movimiento y en conservar lo que es obsoleto.» Este conservadurismo ha llegado a ser reconocido como signo de respetabilidad.
«Las personas rematadamente pobres, y todas aquellas personas cuyas energías están enteramente absorbidas por la lucha cotidiana por la existencia, son conservadoras porque no pueden permitirse el esfuerzo de pensar en pasado mañana; de igual manera, las personas que llevan una vida altamente próspera son conservadoras porque tienen pocas oportunidades de estar descontentas con la situación en la que se encuentran actualmente.»
«El efecto que el interés pecuniario y los hábitos pecuniarios de pensamiento tienen sobre el desarrollo de las instituciones puede observarse en leyes y convenciones que tienden a garantizar la seguridad de la propiedad y el cumplimiento de los contratos.»

9. La conservación de rasgos arcaicos
La existencia de una clase ociosa se impone a los individuos por educación, de forma coercitiva. La emulación pecuniaria y la exención laboral son cánones de vida.
Los grupos étnicos actuales en Occidente son –según Veblen– el dolicocéfalo-rubio, el braquicéfalo-moreno y el mediterráneo (lo cierto es que aquí Veblen entra en una extraña deriva racista que no sé si venía muy a cuento). Se desarrollan varios tipos de caracteres: la variable pacífica o ante-depredadora y la variable depredadora.
El hombre civilizado moderno tiende a reproducir la cultura depredadora o quasi-depredadora.
El desarrollo social inicial es de tipo pacífico. La fase depredadora surge después cuando la lucha por la existencia pasa de la del grupo contra un medio no humano a luchar contra un medio humano. El la cultura bárbara la característica sobresaliente es una emulación y antagonismos incesantes entre individuos. «Estar libre de escrúpulos, de compasión, de honestidad y de respeto a la vida contribuye, dentro de ciertos límites, a fomentar el éxito del individuo dentro de la cultura pecuniaria.»

El buen funcionamiento de una comunidad industrial moderna queda mejor garantizado allí donde no se dan, en principio, los rasgos del hombre depredador. Pero hay oficios como el de abogado que tienen gran prestigio porque el abogado se ocupa sólo de los detalles del fraude depredador.
El acceso a la clase ociosa se produce mediante un continuo proceso selectivo por medio del cual los individuos aptos para la competición pecuniaria son separados de las clases inferiores. En la antigüedad se podía llegar a la clase ociosa mediante la “proeza”, ahora las actitudes son pecuniarias.
Este párrafo me parece muy bueno: «El tipo ideal de hombre adinerado se asemeja al tipo ideal de delincuente por su falta de escrúpulos a la hora de utilizar bienes y personas para sus propios fines, y por su total falta de consideración hacia los sentimientos y deseos de los demás, así como por no importarle en absoluto las consecuencias indirectas de sus actos; pero se diferencia de él en que posee un sentido más agudo del estatus
«La tendencia de la vida pecuniaria es, en general, la de conservar el temperamento bárbaro, pero poniendo el fraude y la cautela, es decir, la habilidad administrativa, en lugar de esa predilección por el daño físico que caracteriza al bárbaro primitivo.»
El “hombre económico” cuyo interés es el egoísta y cuyo único rasgo humano es la prudencia, es inútil para los propósitos de la industria moderna. Ésta requiere que el trabajo que se realice sea impersonal y no esté motivado por comparaciones odiosas.
Actualmente la clase ociosa actúa retrasando la adaptación de la naturaleza humana a las exigencias de la vida industrial moderna.

10. Supervivencias modernas de la proeza
Se da una continua criba selectiva del material humano que integra la clase ociosa. Esta selección se produce sobre la base de la aptitud para las empresas pecuniarias.
La más clara expresión de la naturaleza humana arcaica es la propensión al belicismo. La clase ociosa comparte esta mentalidad belicosa con los delincuentes de clase baja. Así el “batirse en duelo” es una institución de la clase ociosa. Si el hombre primitivo adquiría prestigio mediante la proeza, el hombre moderno que vive en una sociedad en la que la guerra y el pillaje son más extraños adquiere prestigio con el éxito en los deportes: «El deporte cubre una gama de matices que van desde el combate hostil hasta la astucia y la mallurrería.»
La proeza se encuentra en nuestra sociedad presente en la guerra, en las ocupaciones pecuniarias y en los juegos y deportes.
«Estos dos rasgos bárbaros, ferocidad y astucia, se funden para constituir el ánimo o temperamento espiritual depredador. Son expresiones de un hábito mental estrictamente egoísta. Ambos rasgos son altamente útiles para la conveniencia individual en una vida orientada a triunfar sobre los demás. Ambos tienen también un alto valor estético. Ambos son fomentados por la cultura pecuniaria. Pero ambos son igualmente inútiles para los propósitos de la vida colectiva.»

11. La creencia en la suerte
La propensión a los juegos de azar es otra característica del temperamento bárbaro. Además va en contra del carácter industrial de una sociedad.
La suerte es una idea anterior a la cultura depredadora, es una modalidad de la aprehensión animalista de las cosas.
En la página 314 encontramos una posible crítica a las ideas de Adam Smith: pensar que la realidad está regida por una “mano invisible” le parece a Veblen una idea puramente animista.
«El hábito animista tiene una cierta significación para la teoría económica por otros motivos: 1) es un indicio bastante seguro de la presencia, y hasta cierto punto incluso del grado de potencia, de otros rasgos arcaicos que le acompañan y que son de sustancial importancia económica; y 2) las consecuencias materiales de ese código de conveniencias devotas a que da origen el hábito animista en el desarrollo de un culto antropomórfico son importantes de estas dos maneras: a) en cuanto afectan el consumo de bienes de la comunidad y los cánones que predominan en ella, tal y como ya hemos indicado en un capítulo anterior, y b) induciendo y conservando un cierto reconocimiento habitual de la relación con un superior, fortaleciendo así el sentido corriente del status y la lealtad.»
«Los pueblos bárbaros que tienen un esquema de vida de carácter depredador bien desarrollado también suelen estar poseídos de un fuerte hábito animista predominante, un culto antropomórfico bien formado y un vívido sentido del status

12. Observancias devota
«La supervivencia y eficacia de los cultos y el predominio de su programa de observancias devotas están relacionados con la institución de una clase ociosa.»
El temperamento deportista es de carácter animista. Desde el punto de vista económico. El carácter deportivo se convierte gradualmente en el carácter de un devoto religioso.
Otra curiosa idea que lanza Veblen sin más pruebas que las de su imaginación: hay una relación entre el temperamento deportivo y el de las clases delincuentes, ambas relacionadas con un culto antropomórfico.
La vida industrial moderna es contraria al temperamento devoto.
En teoría económica, el consumo de bienes y esfuerzo en el servicio de una divinidad antropomórfica significa una reducción de la vitalidad de la comunidad.
Hay un sorprendente paralelismo entre el consumo que se realiza al servicio de una divinidad antropomorfa y el que se lleva a cabo al servicio de un caballero ocioso.
«Entre los estudiosos de la vida criminal en las comunidades europeas, es ya un lugar común el hecho de que las clases criminales y disolutas se distinguen por ser, si acaso, más devotas, y devotas de modo más ingenuo, que la media de la población.»
«Las iglesias están perdiendo la simpatía de las clases artesanas y la influencia que tenían sobre ellas.»
Según Veblen, para las personas que están en contacto directo con los procesos industriales modernos la observancia devota está en vías de desaparecer.

13. Supervivencia del interés generoso
«Ese residuo no odioso de la vida religiosa –el sentido de comunión con el medio con el proceso vital genérico– así como el impulso de caridad o sociabilidad, actúan de manera dominante en la formación de los hábitos mentales de los hombres para fines económicos.»
«La tendencia a fines que no sean los de establecer comparaciones odiosas ha producido una multitud de organizaciones cuyo propósito es alguna obra de caridad o de mejora social.»
«Muchas obras que dan ostensible muestra de un espíritu altruista y desinteresado se inician y se realizan primordialmente con vistas a realzar la reputación y aun la ganancia pecuniaria de sus promotores.»
«Bajo las circunstancias propias de la posición protegida en que está situada la clase ociosa, parece, pues, haber una cierta reversión a aquellos impulsos no-competitivos que caracterizan la cultura salvaje anti-depredadora. La reversión comprende tanto el sentido del trabajo eficaz como la proclividad a la indolencia y al buen compañerismo.»

14. La educación superior como expresión de la cultura pecuniaria
La clase ociosa ha ejercido una gran influencia sobre los hábitos educativos.
El conocimiento en las sociedades primitivas era sobre cuestiones rituales y ceremoniales. La educación comenzó siendo un subproducto de la clase ociosa vicaria sacerdotal.
El uso de la toga y el birrete, las ceremonias de iniciación y graduación… provienen de los rituales sacramentales.
Según la comunidad se hace más rica y su clientela empieza a ser de clase ociosa se incide más en el ritual académico.
En las sociedades industriales modernas la mujer ha accedido a la educación superior. En la sociedad bárbara la educación de la mujer debería ir enfocada a conseguir una mejor realización de los servicios domésticos y hacia conocimientos y destrezas quasi-académicas y quasi-artísticas que caben bajo el calificativo de ocio vicario.
Las universidades norteamericanas suelen estar asociadas a órdenes religiosas.
En la universidad la clase ociosa adquiere conocimientos jurídicos y políticos, además de administrativos. Son conocimientos que han de guiar a la clase ociosa en su tarea gubernamental, basados en los intereses de la propiedad.
En las universidades de la era industrial ha ido ganando terreno el estudio de las ciencias. Sin embargo, el status para la clase ociosa sigue estando en la adquisición de conocimientos inútiles (por ejemplo, el estudio de lenguas muertas) y en el desprecio hacia lo útil (por ejemplo, el estudio de ingenierías).

Conclusión personal
Teoría de la clase ociosa me ha parecido un libro bastante original, que tiene que ver con la economía, pero también con la antropología o la sociología, corrientes del pensamiento que hacia finales del siglo XX cada vez ha sido más necesario incluir en el debate económico.
Veblen contradice algunas de las ideas más clásicas de la teoría económica, como la del supuesto del sujeto racional, poniendo el foco de sus ideas en una interesante idea, la de la economía institucional.
Tengo la impresión de que en este ensayo hay alguna pequeña contradicción interna: a veces le cuesta salvar la dicotomía entre la tendencia al ocio y al instinto del trabajo eficaz. Esto hace que tenga más ganas ahora de leer La ética protestante y el espíritu del capitalismo de Max Weber.
Quizás Veblen, que escribió su ensayo en los últimos años del siglo XIX, tuvo demasiada fe en la evolución de la cultura industrial y el retroceso de la cultura depredadora. Sus ideas parecen dar fe de un mundo que se extingue, un mundo en el que no va a haber, por ejemplo, una Primera y una Segunda guerras mundiales. Y lo curioso es que precisamente su existencia hace más vigentes las teorías de Veblen sobre los residuos de la sociedad bárbara. Uno puede, por ejemplo, pensar en el nazismo y relacionarlo perfectamente con la teoría de este libro: la imposición bárbara sobre los demás, la hazaña y el ensalzamiento del deporte, la figura del líder como dios antropomórfico y el gasto en ocio y consumo ostensibles.
Jorge Luis Borges incluyó Teoría de la clase ociosa en su Biblioteca personal, y existe un prólogo del libro escrito por él. John Galbraith es otro admirador de Veblen.
Tengo la sensación de que Sigmund Freud leyó este ensayo de Veblen. De hecho la forma de organizar los pensamientos en Totem y tabú se asemeja un tanto a Teoría de la clase ociosa: la investigación del hombre primitivo para explicar los comportamientos del hombre moderno, y también los del joven (o el niño, en el caso de Freud) en el adulto.
Existen muchos fenómenos del mundo actual que pueden explicarse según la Teoría de la clase ociosa: si uno ve la película Inside job tras leer a Veblen se dará cuenta de que entre los ejecutivos de Wall Street predominaban las pulsiones de la cultura bárbara depredadora, y el objetivo de la compra de aviones privados, por ejemplo, no era otro que el del consumo ostensible que establece comparaciones odiosas entre los hombres.
Las fotos que colgamos en las redes sociales, mostrándonos en la playa, en un restaurante o en una discoteca son muestras de consumo ostensible, de la aceptación de los valores de la clase ociosa.