Olga y Paco, los editores de
Candaya, me enviaron en el verano de 2016 la novela El espectáculo del tiempo
de Juan José Becerra (Junín,
Argentina, 1965). Después de leerla y hacerle una entrevista al autor, les
solicité su anterior novela, que también había sido publicada por ellos. Me la
enviaron y la leí la semana después de que me propusieran presentar El
espectáculo del tiempo en la librería La Buena Vida de Madrid, lo que yo acepté encantado.
Como ocurría en El espectáculo
del tiempo con Juan Guerra, Mariano Mastandrea –el protagonista de La
interpretación de un libro– también es un escritor. En este caso, la
historia está contada en tercera persona y no en primera. Mastandrea es autor
de una sola novela, titulada Una
eternidad. Becerra nos presenta a su personaje en el momento en que ya ha
publicado su obra y se dedica a recorrer Buenos Aires buscando en el metro o en
las librerías de la Avenida Corrientes a un lector de su libro, un libro que ha
pasado desapercibido y que languidece en las librerías de saldo del centro. Al
fin, en un vagón de metro, Mastandrea descubrirá a Camila Pereyra leyendo Una eternidad. Ella sale del subte, él
la sigue, y cuando ella se sienta en un banco dispuesta a reanudar su lectura
él la aborda. Intercambian pareceres y teléfonos. Quedan, inician una relación
y ella –que hasta entonces vivía con su madre– se muda al pequeño apartamento
de Mastandrea.
Pereyra comenzará a decorar la casa de Mastandrea con cuadros de Edward Hopper en los que aparecen
mujeres leyendo, o que ella considera que están leyendo.
Becerra presenta al escritor Mariano Mastandrea en el momento en que
él está esperando la recepción de su obra, pero ya no se encuentra escribiendo
y no parece sentir impulsos de hacerlo, mientras tanto se dedica a ver la
televisión. Y también presenta a Camila Pereyra leyendo sólo Una eternidad, libro que ya se sabe de
memoria, o al menos se lo sabe mejor que el escritor. Cuando ella saca el libro
de otro escritor de las estanterías de Mastandrea, será tomado por éste como
una traición. Casi no hay en la novela más personajes, solo se encuentran aquí
una idea arquetípica de «escritor» con una idea arquetípica de «lectora».
Mastandrea no parece, en este libro, haber recibido ningún comentario sobre su
obra proveniente de otros colegas escritores (que no parecen existir) ni de
familiares o amigos (que tampoco parecen existir): Pereyra, a la que los trabajadores
del jardín Botánico –al que va a sentarse en un banco para leer– llaman «la
loca de los libros», como Mastandrea ha escuchado de casualidad, además de su
madre, con la que vivía, no parece relacionarse tampoco con nadie más. Ambos se
encerrarán en el piso del escritor y darán juego a una relación que se irá
tornando cada vez más enfermiza. Ninguno de los dos, en el tiempo de la novela
(que transcurre en 2005) parece tener que trabajar para ganarse la vida.
Antes de encontrarse con su lectora, Mastandrea duda de su labor,
¿para qué escribir si no hay receptor de la obra que uno produce y ofrece al
mundo? Después de sus peleas con Mastandrea, Pereyra teme abismarse en un mundo
sin lectura. ¿Son la lectura y la escritura orgánicas? ¿Forman parte de la vida
o de la negación de la vida? Durante su relación, el libro físico de
Mastandrea, así como las ideas abstractas de la escritura y la lectura, se
entremezclan con su vivencia del sexo y la evolución de su vida en pareja. Una
relación que cada vez parece irse volviendo más absorbente, más invasiva para
el otro y más dependiente. Pereyra preguntará a Mastandrea si la protagonista
de su libro (una historia de desamor) es real, porque siente celos de ella.
También recitarán fragmentos de escritura. «Por un instante están en el
interior del libro, en una de sus escenas y en cada una de las palabras
empleadas en la recreación que es, sobre todo, realización, sueño cumplido de
la letra.», leemos en la página 66.
Además de la historia del Escritor y la Lectora –una narración que,
debido al aislamiento vital de los personajes, acabará cobrando tintes cada vez
más expresionistas y simbólicos–, La
interpretación de un libro escapa de su cerrado planteamiento al desviarse
por algunos pequeños cauces narrativos, que actúan de afluentes de la historia
principal. Así, el resumen de la novela de Mastandrea (en la que su personaje,
Castellanos, es descrito como «cronofóbico», una dolencia que también aquejaba
al protagonista de El espectáculo del
tiempo) se convierte en un relato en sí mismo, lo mismo ocurre con las
interpretaciones de los cuadros de Hopper.
Me llama la atención que siendo La
interpretación de un libro una novela con un personaje escritor, nunca se
habla en ella de autores literarios reales. Esto mismo ocurría en El espectáculo del tiempo. Los
planteamientos metaliterarios de Becerra se centran en los hechos de la
escritura y la lectura en sí mismos, pero no en relación al contexto de
producción creativa en el que las obras escritas actúan.
Ya lo comenté al hablar de El
espectáculo del tiempo: por su prosa cuidada y densa, que incide en la
forma de interpretar la realidad de sus personajes y en la percepción de los
fenómenos que les rodean, la escritura de Juan José Becerra me parece
emparentada con la de Juan José Saer.
En este sentido, una de las escenas de La
interpretación de un libro, la que se desarrolla en la página 32 y tiene
que ver con la primera vez en la que Mariano y Camila cenan en un restaurante,
donde se describen sus movimientos en torno a los cubiertos o la comida
(«Camila Pereyra unta una rodaja de pan y abre la boca para introducirla en
ella; se ven sus dientes blancos y parejos, y el hueco oscuro del que sale la
lengua que se extiende como una bandeja o una cinta transportadora para recibir
el bocado y llevarlo al interior.»), me ha recordado mucho a algunas escenas de
los libros de Saer. Por ejemplo, en este caso, a la descripción de la reunión
de amigos al final de La pesquisa de Saer, donde también
se describía como Tomatis, Garay, Sordi… tomaban aceitunas y bebidas de una
mesa y qué venían de los otros desde sus asientos.
Juan José Saer comienza a
ser unos de los astros en torno a los que gira la nueva narrativa argentina, y
sus herederos más claros me parecen los argentinos Sergio Chejfec y Juan José
Becerra, ambos publicados en España por la editorial Candaya.
Hasta ahora conocía al Becerra más desbordado, el de la extensa novela
El espectáculo del tiempo, y ahora me
he acercado a otro más contenido, el de la novela corta La interpretación de un sueño. Ambas obras me confirman que estamos
ante un gran escritor.