domingo, 10 de noviembre de 2024

La vegetariana, por Han Kang

 


La vegetariana, de Han Kang

Editorial Random House. 167 páginas; primera edición de 2007, ésta es de 2024

Traducción de Héctor Silva

 

El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur, 1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba. Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendaba en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de Madrid y solo en una de ellas –la FNAC de Callao– tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón ganó el Booker Internacional Prize en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.

 

La vegetariana está dividida en tres partes. La primera, de igual título que el libro, está narrada por el marido de la protagonista, Yeonghye. La primera frase del libro es bastante significativa: «Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca pensé que fuera una persona especial». El marido nos mostrará su extrañamiento ante los cambios que está empezando a observar en su mujer, tras cinco años de matrimonio anodino. Yeonghye contribuye de forma modesta a la economía familiar: «Era profesora asistente en una academia de computación gráfica, donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo los textos a los globos de diálogo de las historietas». (pág. 12)

El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.

Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos en esta primera parte, otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana, sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado, aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda, que al usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.

A través de algunas escenas donde se está deteriorando la convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana, o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y me acompañara hasta la puerta.», dirá el machista marido en la página 17; o una página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no salía del trabajo antes de las doce.», que nos da una muestra de la competitividad de las empresas coreanas.

El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes centrales de la novela.

 

La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornada. A pesar de esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja de cinco años.

Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.

 

La tercera parte, titulada Los árboles en llamas, está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana, separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de su hermana.

Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el adulterio era un delito en Corea del Sur, que podía ser penado con la cárcel. Dejó de ser así en 2015.

 

En realidad, La vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino de una persona que, debido a unos sueños, que muestran un mundo interior traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la primera parte del libro, hay una escena de violencia, que la protagonista recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y muy significativa.  En las páginas del libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más crudas del libro lo son en este sentido.

Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby, el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Él intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los suyos. En La vegetariana, los cambios que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la alineación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, sobre las que la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.

Nunca había leído un libro de un autor coreano y la experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas, La clase de griego.

domingo, 3 de noviembre de 2024

Hojas rojas, por Can Xue

 


Hojas rojas, de Can Xue

Editorial Aristas Martínez. 171 páginas, 2022

Traducción y notas de Belén Cuadra Mora

 

En el verano de 2024 leí mi primera novela china: Más duro que el agua (2001) de Yan Lianke. Había leído, hasta entonces, bastante narrativa japonesa, pero no china, y la nueva experiencia me resultó gratificante. Al sentir este reciente interés por la literatura china, me había fijado también en Can Xue (Changsha, 1953), una autora de la que la editorial extremeña Aristas Martínez tiene publicadas dos antologías de sus relatos: Hojas rojas (2022) y Al otro lado (2024). Traducidas al español, también existen dos novelas de Can Xue: La frontera y Nubes flotantes ya envejecidas, en la editorial Hermida. En septiembre estuve buscando información sobre los candidatos más firmes para ganar el premio Nobel de Literatura en 2024 y uno de los nombres que aparecía con más fuerza era el de Can Xue. Entonces, decidí solicitarle los dos libros de relatos a Aristas Martínez para poder leerlos y reseñarlos. La editorial, amablemente, me los envió.

 

Can Xue es hija de dos intelectuales chinos represaliados durante la campaña antiburguesa en China de 1957. Esto hizo –como cuenta su traductora– que tuviera que dejar el colegio pronto y trabajar en fábricas. Su formación como escritora fue siempre autodidacta e influenciada principalmente por autores occidentales.

 

Hojas rojas consta de ocho relatos y está traducido por Belén Cuadra, la misma traductora de Duro como el agua de Yan Lianke. Su trabajo en esta novela me pareció excelente, así que imaginaba (con razón) que su trabajo en Hojas rojas también sería muy bueno.

 

Forasteros es el primer relato. En él conoceremos a Juhua, una niña que al despertarse por la mañana en su cama siente frío, como si el viento del exterior se colase por debajo de su edredón. A partir de aquí –y hablo tanto del relato como del libro en general– una sensación de desasosiego acompañará al lector. Juhua decide visitar el cementerio del pueblo cercano y, en su caminar hacia allí, se va disolviendo el realismo en el que, durante las primeras páginas, pese a la sensación de extrañeza, parecía transcurrir la historia. Un pequeño animal sin identificar se unirá a la niña en el cementerio, y desaparecerá también como si se volatiliza. Será muy frecuente, en todos los relatos de Xue, que aparezcan y desaparezcan personajes secundarios que acompañaban al personaje principal con esa falta de lógica propia de los sueños. De hecho, un aire onírico, de amenaza continúa y saltos de lógica narrativa, propia de los sueños –o más bien de las pesadillas– suele caracterizar la composición de estos relatos. También recorrerán el cuento fogonazos poéticos, normalmente en torno a la naturaleza.

 

Confesiones de un sauce es el segundo relato y, para mí, uno de los mejores de las dos antologías (al escribir esta reseña casi he acabado también de leer Al otro lado). La voz narrativa es la de un sauce que se va secando en un jardín. Un jardinero humano ha dejado de regarle, y él desconoce el motivo. «No me explico por qué decidió el jardinero cortarme el suministro de agua» (pág. 43).

En la contraportada del libro se habla de las influencias de Can Xue: Kafka y Borges. Lo cierto es que yo he sentido en los cuentos de las dos antologías (y en especial en cuentos como Confesiones de un sauce), sobre todo la influencia de Kafka. Confesiones de un sauce parece estar escrito bajo la lectura de relatos como Josefina, la cantora, o el pueblo de los ratones, donde se personifica a los animales. Todos sabemos que Kafka, en muchas de sus narraciones, escribe sobre el Dios del Antiguo Testamento, ese Dios lejano e incomprensible que rige el destino de las personas. En este relato de Can Xue, ese Dios lejano sería el jardinero para el sauce, un Dios del que depende para subsistir, y que no sabe por qué le ha abandonado. «Creí comprender de veras que nunca llegaría a lograr la tranquilidad y la felicidad que todo el mundo ansía y que, por lo tanto, debía aprender a sentir cierta alegría en mitad de la sed, la ansiedad y el dolor.», leemos en la página 50.

 

En El delito un padre deja a su hija una extraña herencia: una caja sin llave, que cuando se agita parece sugerir que su interior guarda objetos cambiantes. Una prima de la protagonista, con la que tiene una relación difusa, empieza a vivir temporalmente en la casa. ¿Querrá, quizás, apropiarse de la caja? Este es un relato misterioso, con una desasosegante lógica propia.

 

Hojas rojas es otro de los cuentos que más me ha gustado de los que llevo leídos de Can Xue. El profesor Gu se encuentra en la cama de un hospital. Mientras limpian la habitación, él piensa en las hojas rojas que podía encontrar junto a su casa, unas hojas rojas que acabarán apareciendo en la habitación del hospital, cuando la frontera entre lo real y lo imaginado empiece a disolverse. Una amenaza parece cernirse sobre el profesor Gu: siente la presencia en el hospital de unos hombres gatos. Tratará de encontrarlos y se topará con un exalumno, que el lector intuirá que está muerto y que, por tanto, se está empezando a diluir para el profesor Gu la frontera entre la vida y la muerte.

En más de una ocasión, leyendo estos relatos, y sobre todo en algunos, como en este de Hojas rojas, he sentido que existía una conexión entre la obra de Can Xue y la de autores latinoamericanos como Mario Levrero y César Aira, también lectores de Kafka.

 

 

Movimiento vertical empieza con la siguiente frase: «Somos unos animalillos que habitan la tierra negra del subsuelo del desierto.» También tiene un aire muy kafkiano. En este caso me ha recordado, sobre todo, al relato de Kafka El refugio, también sobre un ser que vivía en el subsuelo. Tengo la sensación de que cuando los cuentos están protagonizados por plantas o animales, Can Xue se muestra más contenida, que cuando los protagonistas son humanos, relatos en los que a veces, según nos acercamos al final, el surrealismo, el aire onírico y la incomprensión tienden a monopolizar la narración.

 

En La cabaña del monte ocurre lo que apuntaba antes, que Can Xue se desborda al mostrar la extrañeza de lo contado. Una mujer ordena los cajones de su casa, de un modo obsesivo, y sabe que en una caseta, detrás de su casa, hay una persona encerrada. Viento, lobos, ratas, ladrones… diversos miedos acosan a nuestra protagonista. En algún momento, este cuento me ha llegado a recordar a esos cuentos que muestran relaciones familiares enfermizas que escribe Mariana Enríquez en libros como Un lugar soleado para gente sombría. La cabaña del monte tiene menos páginas que otros cuentos del conjunto y me he conectado menos con él, aunque es uno de los cuentos más famosos de la autora.

 

Los hombres sombra nos habla de un viaje; ya avanzado el relato conoceremos el porqué: «Recordé el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Alguien me había robado el tesoro familiar: un valioso tintero de piedra.» El protagonista, se adentrará en una ciudad, o más bien en un mundo –el mundo de los «hombres sombra»– regido por unas leyes que no acaba de comprender. De este modo, puede resultar acogido en una casa o expulsado. De nuevo, aparecen aquí muchos errores de percepción de la realidad del personaje. Y, de nuevo, he sentido detrás de este cuento el pulso de Kafka, de algunas páginas de El desaparecido o El castillo, por ejemplo.

 

Conviviendo con humanos cierra esta antología de cuentos. Aquí el protagonista es una urraca macho de mediana edad. Como ya he apuntado, al ser un animal el protagonismo, parece que Can Xue controla más su narración y acota mejor los límites en los que se va a mover que en los cuentos protagonizados por humanos. De nuevo, el terror para la colonia de urracas partirá de los humanos, de un niño que ataca sus nidos con un tirachinas y, principalmente, de la bedel de un colegio cercano. La bedel tiene una función narrativa similar a la del jardinero de Confesiones de un sauce. «Imposible adivinar lo que les pasa por la cabeza a los humanos, ¿verdad?», dirá la pareja del protagonista en la página 157.

 

En un artículo de José de Monfort, publicado en The Objetive, leo que las influencias principales de Can Xue son Kafka, Borges, Calvino y Beckett. Diría que yo, principalmente, he visto en los cuentos de Xue la influencia de Kafka; si bien es cierto que el cuento Movimiento vertical nos puede hacer pensar en el Samuel Beckett de libros como Compañía; pero, al fin y al cabo, esta última historia es una reescritura de El refugio de Kafka, fuente de la que también mana el relato de Can Xue.

También he sentido en los cuentos de Can Xue la confluencia con las voces de otros descendientes de Franz Kafka, como son César Aira y Mario Levrero. Dudo de que Can Xue haya podido leer a Aira o Levrero, y sobre todo a Levrero (con quien encuentro en la obra de Can Xue bastantes paralelismos), pero sí considero que ambos escritores, partiendo de una influencia común, han llegado a lugares oníricos, angustiosos, pesadillescos y líricos, que guardan relación.

Me hubiera gustado que el libro incluyera un prólogo, que indicara, por ejemplo, en qué año se publicaron originalmente los cuentos, o más notas explicativas sobre su contexto, pero lo cierto es que los cuentos se sostienen por sí solos.

Ha sido una grata sorpresa acercarme a este libro de cuentos de Can Xue. Hojas rojas contiene páginas valiosas, en el contexto de la literatura actual. La obra de Can Xue ha sido traducida a veinte idiomas y es una firme candidata a ganar el premio Nobel. Al final, el Premio Nobel de Literatura de 2024 ha sido para la coreana Jan Kang; en cualquier caso, Can Xue será una gran premiada si la academia sueca decide concederle el galardón algún otro año.