Se generó una polémica en Argentina por el libro "Cometierra" de Dolores Reyes, que las autoridades de la Provincia de Buenos Aires compraron para las bibliotecas escolares. Dejo un vídeo de mi canal de YouTube en el que hablo de esto:
domingo, 17 de noviembre de 2024
domingo, 10 de noviembre de 2024
La vegetariana, por Han Kang
La vegetariana, de Han Kang
Editorial Random House. 167 páginas; primera edición de
2007, ésta es de 2024
Traducción de Héctor Silva
El pasado 10 de octubre se falló el Premio Nobel de Literatura 2024, que recayó sobre Han Kang (Gwangju, Corea del Sur,
1970). Una semana antes, cuando en las redes sociales los aficionados a la
literatura jugábamos a hacer quinielas sobre el Nobel de este año, uno de mis
contactos de Instagram apostó por esta autora, que en ese momento no me sonaba.
Al buscar las portadas de sus libros en internet sí las reconocí de las mesas
de novedades de algunas librerías y sí me sonaba que la había visto recomendaba
en internet. El mismo día del fallo me acerqué a tres librerías del centro de
Madrid y solo en una de ellas –la FNAC
de Callao– tenían un libro suyo, La vegetariana (2007), que se
tradujo antes al español (en Argentina) que al inglés. En el mundo anglosajón
ganó el Booker Internacional Prize
en 2016 y esto hizo que su fama y prestigio aumentaran mucho en Occidente.
La
vegetariana
está dividida en tres partes. La primera, de igual título que el libro, está
narrada por el marido de la protagonista, Yeonghye. La primera frase del libro
es bastante significativa: «Antes de que mi mujer se hiciera vegetariana, nunca
pensé que fuera una persona especial». El marido nos mostrará su extrañamiento
ante los cambios que está empezando a observar en su mujer, tras cinco años de
matrimonio anodino. Yeonghye contribuye de forma modesta a la economía
familiar: «Era profesora asistente en una academia de computación gráfica,
donde había estudiado un año, y en casa trabajaba por encargo transcribiendo
los textos a los globos de diálogo de las historietas». (pág. 12)
El marido empezará a comprender que algo extraño ha ocurrido
con su mujer cuando la descubra en plena noche vaciando la nevera de cualquier
alimento que provenga del cuerpo de un animal, con la mirada perdida.
Intercalados con la voz narrativa del marido, encontraremos
en esta primera parte, otros fragmentos en letra cursiva con la voz narrativa
de Yeonghye; pero, en realidad, no estamos hablando aquí de su voz narrativa cotidiana,
sino de aquella que describe los sueños que han empezado a asaltarla, unos
sueños en los que muerde trozos de carne cruda y todo está embadurnado de
sangre. Estos sueños recogen una sensación de violencia tremenda, de violencia
cruda, que se le transmite al lector con la idea de que Yeonghye, tras su
apariencia de mujer anodina y callada, se siente, y se ha sentido en el pasado,
aquejada por una persistente violencia. Yeonghye ha decidido dejar de comer
carne y empezará a adelgazar muy rápidamente. Una de las cosas que han
molestado de ella a su marido es su tendencia a no usar sujetador, una prenda
con la que ella se siente molesta. El sujetador simbolizará parte de la
opresión que Yeonghye ha sentido en su vida por ser mujer, una prenda, que al
usarla, se encarga de borrar en parte su condición femenina.
A través de algunas escenas donde se está deteriorando la
convivencia de la pareja, el lector podrá atisbar parte de la cultura coreana,
o al menos de la cultura de una megaciudad como es Seúl. «Por primera vez en
cinco años de casados, salí hacia mi trabajo sin que me ayudara a prepararme y
me acompañara hasta la puerta.», dirá el machista marido en la página 17; o una
página más tarde: «Desde que me habían cambiado de sección, hacía meses que no
salía del trabajo antes de las doce.», que nos da una muestra de la
competitividad de las empresas coreanas.
El marido sentirá vergüenza social ante los cambios que se
están produciendo en su mujer, unos cambios que la familia de ella tampoco va a
entender. En una fiesta familiar sabremos que el padre de ella educó a Yeonghye
y a su hermana ejerciendo la violencia sobre ellas. De hecho, la violencia de
la sociedad coreana, sobre todo ejercida contra la mujer, es uno de los ejes
centrales de la novela.
La segunda parte, titulada La mancha mongólica, está
narrada por el cuñado de la protagonista, el marido de su hermana, que vive de
una herencia recibida y que se dedica a realizar vídeo arte. Por otro lado, su
mujer trabajará en una tienda de comestibles durante largas jornada. A pesar de
esto, será ella la que se encargue mayormente del hijo de la pareja de cinco
años.
Este cuñado empezará a sentir una atracción cada vez mayor
por su cuñada, a la que desea grabar desnuda con su cámara. Le excita saber que
Yeonghye aún conserva la mancha mongólica en las nalgas que suelen tener de
pequeños los niños coreanos y que luego pierden. Han pasado dos años desde los
acontecimientos narrados en el final de la primera parte, y sabremos que la
salud mental de Yeonghye ha sido puesta en entredicho.
La tercera parte, titulada Los árboles en llamas,
está narrada por la hermana de Yeonghye. La mirada de la hermana sobre Yeonghye
será más compasiva que la de los dos narradores anteriores. La hermana,
separada ahora del marido, debe sacar adelante su tienda, a su hijo y cuidar de
su hermana.
Sin querer destripar más elementos del argumento, señalaré
como dato curioso que en 2007, el momento en el que aparece el libro, el
adulterio era un delito en Corea del Sur, que podía ser penado con la cárcel.
Dejó de ser así en 2015.
En realidad, La
vegetariana no trata exactamente sobre una mujer que decide hacerse
vegetariana por un convencimiento meditado acerca del sufrimiento animal, sino
de una persona que, debido a unos sueños, que muestran un mundo interior
traumatizado, siente rechazo hacia toda la violencia que simboliza la muerte de
los animales, los cuchillos para cortar la carne, etc. En este sentido, en la
primera parte del libro, hay una escena de violencia, que la protagonista
recuerda de su infancia, ejercida sobre un perro, que resulta espeluznante y
muy significativa. En las páginas del
libro, Yeonghye también sufrirá violencia sexual, y algunas de las escenas más
crudas del libro lo son en este sentido.
Yeonghye, como Bartleby, el escribiente de Herman Melville, es una persona que un
día decide que «preferiría no hacerlo», y al dejar de hacer lo que se espera de
ella, su vida apocada será juzgada por los demás, por su entorno familiar
principalmente, de un modo bastante drástico. Todos sabemos que Bartleby,
el escribiente (1853) es una de las influencias sobre la obra de Franz Kafka, y La vegetariana, que es una obra ligeramente irreal y onírica, sobre
la salud mental y la soledad en las grandes urbes, también bebe de uno de los
textos más famosos de Kafka: La metamorfosis. En esta novela
corta un joven amanece una mañana en su cama convertido en un insecto. Él
intentará seguir cumpliendo con sus obligaciones, pero los cambios que se han
producido en él se lo impedirán, ante, además, el rechazo furibundo de los
suyos. En La vegetariana, los cambios
que se empiezan a producir en Yeonghye no son realmente voluntarios, pues, tras
sus perturbadores sueños, la necesidad de no comer carne se impone a ella más
allá de sus intereses y sus decisiones conscientes. De nuevo, como en la obra
de Kafka, sufrirá el rechazo de su entorno. La
vegetariana acaba siendo una narración simbólica, dura y poética, sobre la
alineación y la soledad de las personas en las grandes urbes; de hecho, Seúl es
la sexta megaciudad más grande del mundo. Y esta alienación y soledad, parece
decirnos Han Kang, afecta de manera más drástica a las mujeres, sobre las que
la sociedad tradicional de su país exige más que a los hombres.
Nunca había leído un libro de un autor coreano y la
experiencia ha sido muy gratificante. En mi caso, el Premio Nobel ha servido
para descubrirme a una potente escritora. Ya estoy leyendo otra de sus novelas,
La
clase de griego.
domingo, 3 de noviembre de 2024
Hojas rojas, por Can Xue
Hojas rojas, de Can Xue
Editorial Aristas Martínez. 171 páginas, 2022
Traducción y notas de Belén Cuadra Mora
En el verano de 2024 leí mi primera novela china: Más
duro que el agua (2001) de Yan
Lianke. Había leído, hasta entonces, bastante narrativa japonesa, pero no
china, y la nueva experiencia me resultó gratificante. Al sentir este reciente
interés por la literatura china, me había fijado también en Can Xue (Changsha, 1953), una autora de
la que la editorial extremeña Aristas Martínez
tiene publicadas dos antologías de sus relatos: Hojas rojas (2022) y Al
otro lado (2024). Traducidas al español, también existen dos novelas de
Can Xue: La frontera y Nubes flotantes ya envejecidas, en
la editorial Hermida. En septiembre
estuve buscando información sobre los candidatos más firmes para ganar el premio Nobel de Literatura en 2024 y
uno de los nombres que aparecía con más fuerza era el de Can Xue. Entonces,
decidí solicitarle los dos libros de relatos a Aristas Martínez para poder leerlos
y reseñarlos. La editorial, amablemente, me los envió.
Can Xue es hija de dos intelectuales chinos represaliados
durante la campaña antiburguesa en China de 1957. Esto hizo –como cuenta su
traductora– que tuviera que dejar el colegio pronto y trabajar en fábricas. Su
formación como escritora fue siempre autodidacta e influenciada principalmente
por autores occidentales.
Hojas
rojas consta de ocho relatos y está
traducido por Belén Cuadra, la misma
traductora de Duro como el agua de
Yan Lianke. Su trabajo en esta novela me pareció excelente, así que imaginaba
(con razón) que su trabajo en Hojas rojas
también sería muy bueno.
Forasteros
es el primer relato. En él conoceremos a Juhua, una niña que al despertarse por
la mañana en su cama siente frío, como si el viento del exterior se colase por
debajo de su edredón. A partir de aquí –y hablo tanto del relato como del libro
en general– una sensación de desasosiego acompañará al lector. Juhua decide
visitar el cementerio del pueblo cercano y, en su caminar hacia allí, se va
disolviendo el realismo en el que, durante las primeras páginas, pese a la
sensación de extrañeza, parecía transcurrir la historia. Un pequeño animal sin
identificar se unirá a la niña en el cementerio, y desaparecerá también como si
se volatiliza. Será muy frecuente, en todos los relatos de Xue, que aparezcan y
desaparezcan personajes secundarios que acompañaban al personaje principal con
esa falta de lógica propia de los sueños. De hecho, un aire onírico, de amenaza
continúa y saltos de lógica narrativa, propia de los sueños –o más bien de las
pesadillas– suele caracterizar la composición de estos relatos. También
recorrerán el cuento fogonazos poéticos, normalmente en torno a la naturaleza.
Confesiones de un sauce es el segundo relato y, para mí, uno de los mejores de las
dos antologías (al escribir esta reseña casi he acabado también de leer Al otro lado). La voz narrativa es la de
un sauce que se va secando en un jardín. Un jardinero humano ha dejado de
regarle, y él desconoce el motivo. «No me explico por qué decidió el jardinero
cortarme el suministro de agua» (pág. 43).
En la contraportada del libro se habla de las influencias de
Can Xue: Kafka y Borges. Lo cierto es que yo he sentido
en los cuentos de las dos antologías (y en especial en cuentos como Confesiones de un sauce), sobre todo la
influencia de Kafka. Confesiones de un
sauce parece estar escrito bajo la lectura de relatos como Josefina,
la cantora, o el pueblo de los ratones, donde se personifica a los
animales. Todos sabemos que Kafka, en muchas de sus narraciones, escribe sobre
el Dios del Antiguo Testamento, ese Dios lejano e incomprensible que rige el
destino de las personas. En este relato de Can Xue, ese Dios lejano sería el
jardinero para el sauce, un Dios del que depende para subsistir, y que no sabe
por qué le ha abandonado. «Creí comprender de veras que nunca llegaría a lograr
la tranquilidad y la felicidad que todo el mundo ansía y que, por lo tanto,
debía aprender a sentir cierta alegría en mitad de la sed, la ansiedad y el
dolor.», leemos en la página 50.
En El delito un padre deja a su hija
una extraña herencia: una caja sin llave, que cuando se agita parece sugerir
que su interior guarda objetos cambiantes. Una prima de la protagonista, con la
que tiene una relación difusa, empieza a vivir temporalmente en la casa.
¿Querrá, quizás, apropiarse de la caja? Este es un relato misterioso, con una
desasosegante lógica propia.
Hojas rojas
es otro de los cuentos que más me ha gustado de los que llevo leídos de Can
Xue. El profesor Gu se encuentra en la cama de un hospital. Mientras limpian la
habitación, él piensa en las hojas rojas que podía encontrar junto a su casa,
unas hojas rojas que acabarán apareciendo en la habitación del hospital, cuando
la frontera entre lo real y lo imaginado empiece a disolverse. Una amenaza
parece cernirse sobre el profesor Gu: siente la presencia en el hospital de
unos hombres gatos. Tratará de encontrarlos y se topará con un exalumno, que el
lector intuirá que está muerto y que, por tanto, se está empezando a diluir
para el profesor Gu la frontera entre la vida y la muerte.
En más de una ocasión, leyendo estos relatos, y sobre todo
en algunos, como en este de Hojas rojas,
he sentido que existía una conexión entre la obra de Can Xue y la de autores
latinoamericanos como Mario Levrero
y César Aira, también lectores de
Kafka.
Movimiento vertical empieza con la siguiente frase: «Somos unos animalillos que
habitan la tierra negra del subsuelo del desierto.» También tiene un aire muy
kafkiano. En este caso me ha recordado, sobre todo, al relato de Kafka El
refugio, también sobre un ser que vivía en el subsuelo. Tengo la
sensación de que cuando los cuentos están protagonizados por plantas o
animales, Can Xue se muestra más contenida, que cuando los protagonistas son
humanos, relatos en los que a veces, según nos acercamos al final, el
surrealismo, el aire onírico y la incomprensión tienden a monopolizar la
narración.
En La cabaña del monte ocurre lo que
apuntaba antes, que Can Xue se desborda al mostrar la extrañeza de lo contado.
Una mujer ordena los cajones de su casa, de un modo obsesivo, y sabe que en una
caseta, detrás de su casa, hay una persona encerrada. Viento, lobos, ratas,
ladrones… diversos miedos acosan a nuestra protagonista. En algún momento, este
cuento me ha llegado a recordar a esos cuentos que muestran relaciones
familiares enfermizas que escribe Mariana
Enríquez en libros como Un lugar soleado para gente sombría.
La cabaña del monte tiene menos
páginas que otros cuentos del conjunto y me he conectado menos con él, aunque
es uno de los cuentos más famosos de la autora.
Los hombres sombra nos habla de un viaje; ya avanzado el relato conoceremos el
porqué: «Recordé el motivo que me había llevado hasta aquel lugar. Alguien me
había robado el tesoro familiar: un valioso tintero de piedra.» El
protagonista, se adentrará en una ciudad, o más bien en un mundo –el mundo de
los «hombres sombra»– regido por unas leyes que no acaba de comprender. De este
modo, puede resultar acogido en una casa o expulsado. De nuevo, aparecen aquí
muchos errores de percepción de la realidad del personaje. Y, de nuevo, he
sentido detrás de este cuento el pulso de Kafka, de algunas páginas de El
desaparecido o El castillo, por ejemplo.
Conviviendo con humanos cierra esta antología de cuentos. Aquí el protagonista es
una urraca macho de mediana edad. Como ya he apuntado, al ser un animal el
protagonismo, parece que Can Xue controla más su narración y acota mejor los
límites en los que se va a mover que en los cuentos protagonizados por humanos.
De nuevo, el terror para la colonia de urracas partirá de los humanos, de un
niño que ataca sus nidos con un tirachinas y, principalmente, de la bedel de un
colegio cercano. La bedel tiene una función narrativa similar a la del
jardinero de Confesiones de un sauce.
«Imposible adivinar lo que les pasa por la cabeza a los humanos, ¿verdad?»,
dirá la pareja del protagonista en la página 157.
En un artículo de José
de Monfort, publicado en The Objetive, leo que las
influencias principales de Can Xue son Kafka,
Borges, Calvino y Beckett. Diría
que yo, principalmente, he visto en los cuentos de Xue la influencia de Kafka;
si bien es cierto que el cuento Movimiento
vertical nos puede hacer pensar en el Samuel Beckett de libros como Compañía;
pero, al fin y al cabo, esta última historia es una reescritura de El refugio de Kafka, fuente de la que
también mana el relato de Can Xue.
También he sentido en los cuentos de Can Xue la confluencia
con las voces de otros descendientes de Franz Kafka, como son César Aira y
Mario Levrero. Dudo de que Can Xue haya podido leer a Aira o Levrero, y sobre
todo a Levrero (con quien encuentro en la obra de Can Xue bastantes
paralelismos), pero sí considero que ambos escritores, partiendo de una
influencia común, han llegado a lugares oníricos, angustiosos, pesadillescos y
líricos, que guardan relación.
Me hubiera gustado que el libro incluyera un prólogo, que
indicara, por ejemplo, en qué año se publicaron originalmente los cuentos, o
más notas explicativas sobre su contexto, pero lo cierto es que los cuentos se
sostienen por sí solos.
Ha sido una grata sorpresa acercarme a este libro de cuentos
de Can Xue. Hojas rojas contiene
páginas valiosas, en el contexto de la literatura actual. La obra de Can Xue ha
sido traducida a veinte idiomas y es una firme candidata a ganar el premio
Nobel. Al final, el Premio Nobel de Literatura de 2024 ha sido para la coreana
Jan Kang; en cualquier caso, Can Xue será una gran premiada si la academia
sueca decide concederle el galardón algún otro año.