Literatura infantil, de Alejandro Zambra
Editorial Anagrama. 226 páginas. 1ª
edición de 2023
Alejandro
Zambra (Santiago de Chile, 1975) es uno de mis narradores latinoamericanos
actuales favoritos. He leído casi todas sus novelas y libros de cuentos.
Después de la publicación de la gran novela que era Poeta chileno (2020),
tenía curiosidad por la siguiente obra del escritor chileno. Cuando vi que la editorial Anagrama anunciaba la
publicación de Literatura infantil (2023) se la solicité para poder leerla y
reseñarla y ellos, muy amablemente, me la enviaron.
La primera parte de Literatura infantil empieza con una enumeración de capítulos en apariencia
extraña: del 0, se pasa al 1, al 14, al 25, al 31… Estos números marcan los
días de vida de su hijo Silvestre y, por tanto, el capítulo 0 se corresponde
con el del día del nacimiento. «Contigo en brazos, por primera vez aíslo, en la
pared, la sombra que formamos juntos. Tienes veinte segundos de vida.», estas
son las primeras palabras del libro. La autoficción no es algo nuevo en la obra
de Zambra; en muchas de sus narraciones, este autor juega a diluir los límites
entre narrador y personaje. En este nuevo libro, el narrador principal (ya
veremos que no siempre) es el propio Alejandro Zambra y habla de su hijo
Silvestre y de su mujer Jazmina con sus nombres reales.
El lector se adentra en las páginas
de Literatura infantil como si estuviera
accediendo al diario de notas de un escritor que admira, donde éste reflexiona
sobre su nueva experiencia de ser padre por primera vez a los cuarenta y dos
años, y no, por ejemplo, a los veinticuatro años, como en la generación de sus
padres.
«He conocido a hombres que ejercen
la paternidad con lucidez, humor y humildad, pero también he visto a amigos
queridos, que parecían tener el corazón bien puesto, alejarse de sus hijos para
entregarse a la recuperación desesperada y caricaturesca de su juventud. Y
también abundan quienes enfrentan la pulsión de la muerte agobiando a los niños
a punta de misiones y decálogos, con la explícita o velada intención de
prolongar a costa de ellos sus sueños interrumpidos.», escribe Zambra en la
página 15, después de comentar una cita del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro sobre la
paternidad.
También abundan las reflexiones
sobre las nuevas formas de asumir la paternidad por parte de los hombres (a las
que podríamos llamar «nuevas masculinidades»), en contraposición a las formas
de las generaciones anteriores, «Nuestros padres intentaron, a su manera,
enseñarnos a ser hombres, pero no nos enseñaron a ser padres. Y sus padres
tampoco les enseñaron a ellos. Y así.» (pág. 16)
Una reflexión bonita surge alrededor
de la palabra «infantil» que, nos dice Zambra, en muchos casos, y al menos en
Chile, es pronunciada como un insulto o de forma condescendiente. A este
respecto, escribe: «Toda la literatura es, en el fondo, infantil. Por más que
nos esforcemos en disimularlo, quienes nos dedicamos a escribir lo hacemos
porque deseamos recuperar percepciones borradas por el presunto aprendizaje que
nos volvió tan frecuentemente infelices.» (pág. 18). Al final la literatura
viene a ser, nos dice el autor, una forma de recuperar aquellos primeros
cuentos de la infancia que nos leían nuestros padres.
«Durante siglos la literatura ha
evitado el sentimentalismo como a una peste. Tengo la impresión de que hasta el
día de hoy muchos escritores preferirían ser ignorados antes de correr el
riesgo de ser considerados cursis o sensibleros. Y es verdad que a la hora de
escribir sobre nuestros hijos, la felicidad y la ternura desafían nuestra
antigua y masculina idea de lo comunicable.» (pág. 22). En este sentido, Zambra
reflexiona sobre que en la literatura existe mucha más tradición de cartas al
padre (cartas normalmente tristes y rencorosas), que cartas al hijo; en
principio, más celebrativas y alegres. Y esto es lo que él se ha propuesto en
este libro. Escribir una carta al hijo, que éste habrá de leer en el futuro,
cuando tenga edad para ello. De este modo, esta primera parte está escrita en
segunda persona, como un mensaje al hijo, que es el verdadero receptor de este
texto.
Sin embargo, ya dentro de esta
primera parte, escrita principalmente en segunda persona, hay capítulos
escritos en primera persona, como uno en el que para combatir el dolor que le
producen a Zambra las migrañas en racimo, un amigo le pasa al autor un hongo, conocido
como pajarito, que mitiga esos
dolores. Zambra se excede con la dosis y este capítulo, sobre un viaje
alucinógeno, acaba siendo uno de los más divertidos del libro. Como es
habitual, el humor ligero y tierno de Zambra es un rasgo de estilo destacable
en Literatura infantil.
En Tiempo de pantalla la persona pasa a ser la tercera y aquí se
hablará de la relación del hijo con la pantalla del televisor, que será
inexistente, en contrario con la infancia en Chile del protagonista. No he
comentado que Zambra y su familia viven en Ciudad de México, y que, además, en
el tiempo narrativo se irá incorporando el tema del encierro, y sus
consecuencias (sobre todo en un niño de tres años), por la pandemia mundial de
corona virus.
En la página 66 nos encontramos un
apunte que me ha llamado la atención. Zambra escribe «Trato de volver a la
novela en la que trabajo». Por las fechas, me imagino que está hablando de Poeta chileno. En este momento, el
lector puede tener la sensación de que el principal trabajo literario de
Zambra, durante los años de los que está hablando en este libro, es la
elaboración de Poeta chileno, su
novela más larga hasta la fecha. Y que, por tanto, Literatura infantil es una obra secundaria o menor, elaborada a través
de apuntes de diario sobre la paternidad.
Sin embargo, no va a ser esta la
sensación con la que el lector, o al menos el lector que soy yo, acabe este
libro, porque, lo digo desde ya, me ha parecido una obra destacada dentro de la
gran obra de Zambra.
En la página 101 empieza una segunda
parte, con el texto Garabatos que es un cuento de casi treinta páginas, donde los
protagonistas son dos niños chilenos de once años, y que habla de su amistad. Garabatos es un cuento a la altura de
las mejores piezas de Mis documentos, el libro de cuentos
de Zambra.
Rascacielos habla de la
mala relación de un hijo de veinte años con su padre, y de la forma en la que
una discusión lleva al hijo a dejar la casa paterna. También es una historia de
amor. Un buen relato.
Introducción a la tristeza
futbolística es, posiblemente, el texto más divertido (y también
melancólico) del libro. Trata sobre un joven, que se puede identificar con
Zambra, que para salir con una chica ha de fingir ante ella que no le gusta el
fútbol, aunque esto no es cierto. Y los quiebros que ha de hacer para ver los
partidos son tomados por ella como sospechosas infidelidades. Zambra llama a
este texto, y a otros del libro, «ensayo» y no relato. Un rasgo muy interesante
de su construcción es que algunos de sus personajes leen las páginas que ha
escrito Zambra y opinan sobre ellas, y esto se incorporará al propio material
del relato. También es un texto sobre las relaciones entre padres e hijos y esa
«tristeza futbolística» se marca como metáfora de la escasa muestra de
sentimientos de los hombres de la generación del padre de Zambra, cuyas mayores
manifestaciones sentimentales se daban cuando su equipo ganaba o perdía.
Este tercer cuento entronca de forma
directa con la primera parte del libro porque vuelve a aparecer en él el hijo
de un narrador escritor llamado Zambra.
El cuarto relato es Cogoteros
de ojos azules y en él Zambra reflexiona sobre una historia de su
adolescencia: a los quince años, él y su padre fueron asaltados por unos
ladrones y Alejandro defendió a su padre de uno de ellos. La historia es
sencilla, pero la anécdota le sirve al autor para reflexionar sobre temas como
el racismo o, de nuevo, las relaciones paterno filiales. «¿Estás escribiendo
sobre mí? ¿De nuevo? ¡Hasta cuándo! -me dice mi padre.», leemos en la primera
página.
En Lecciones tardías de pesca con
mosca Zambra junta, de forma más intensa esta vez, a las tres
generaciones Zambra: al abuelo, a él y a su hijo. El abuelo llama por vídeo
llamada, los domingos por la mañana desde Santiago para hablar con su nieto, en
Ciudad de México, e invitarle a pescar con él, una afición que ya quiso
compartir con el narrador y por la que este nunca se interesó. Es un relato muy
bello sobre las relaciones entre padres e hijos, donde, de nuevo, los
diferentes personajes pueden leer lo escrito del relato y su lectura se
incorpora al texto como material del relato.
El libro acaba con el texto Recado
para mi hijo; y aquí se recupera la segunda persona para conversar con
el hijo, que ahora ha empezado a leer por sí mismo y se adentra en una novela
infantil de Juan Villoro. Es un
texto más corto que los anteriores y actúa como emotivo broche final.
Como ya adelanté más arriba, empecé
leyendo Literatura infantil como si
se tratase de un libro menor de Alejandro Zambra, compuesto con textos de
apuntes que tomaba sobre la paternidad, mientras elaboraba la ambiciona y
conseguida novela que es Poeta chileno,
y he acabado pensando que Literatura
infantil es una obra bellísima y que entra con derecho propio entre las más
emotivas y logradas de su autor.