Editorial Seix Barral. 223
páginas. 1ª edición: enero de 2013; ésta es la 7ª impresión de marzo de 2013.
No tenía intención de leer Intemperie
de Jesús Carrasco (Badajoz, 1972).
Desconfío de los fenómenos literarios instantáneos, de los libros que son el más
leído incluso antes de que se hayan publicado, que se publican en el extranjero
antes que en su propio país; y se publican en su país debido al clamor
extranjero sobre él (una prueba más del provincianismo patrio). Desconfío de
las campañas de marketing desmesuradas, porque soy profesor de economía y sé
que nadie pone sobre la mesa mucho dinero para promocionar algo que no piense
que va a ser fácil vender; y para vender muchos libros en España (un número
suficiente como para justificar la inversión en marketing) el libro ha de
ajustarse a los gustos de la masa mayoritaria; es decir, ha de ser un bestseller, un libro que pueda
satisfacer al público de Arturo
Pérez-Reverte o de Almudena Grandes.
¿Alguien ha visto una campaña de marketing desmesurada para promocionar un
libro de Ricardo Piglia, por
ejemplo? No la ha visto porque sus editores saben que no pueden atraer al
público de El maestro de esgrima a Respiración artificial.
Por otro lado, también sé que a
veces ocurre que, de repente, de modo imprevisto triunfa un libro profundamente
literario y se convierte en un bestseller
a posteriori sin por ello perder su esencia literaria, y conquistando a un
amplio colectivo de lectores. Pienso en algunos libros del boom hispanoamericano, por ejemplo.
El primer caso descrito parece
más frecuente que el segundo.
He terminado leyendo Intemperie porque me la prestó un
compañero del colegio donde trabajo. Yo le había dejado algún libro, él me
había querido dejar algún otro, y me pareció una grosería rechazar todos los
que me ofrecía. Él, además, es profesor del departamento de Lengua y su
criterio me parece fiable. Él se leyó Intemperie
de un tirón y le gustó bastante.
Intemperie sitúa su acción en un lugar indeterminado, al que se
denomina “el Llano”; un lugar que podríamos identificar con la meseta central
española. El tiempo narrativo parece el de la posguerra; el mejor párrafo para
poner fecha a la acción de la novela sería uno que aparece en la página 22:
“Sólo el alguacil disponía de un vehículo a motor en la comarca y, que él
supiera, sólo el gobernador poseía un vehículo de cuatro ruedas”. Una
persistente sequía ha llevado a que muchos pueblos de la región estén casi
deshabitados, y este hecho, sin ser fantástico, sí que le da a la novela un
regusto apocalíptico, que podría entroncarse con La carretera de Cormac McCarthy, como señala la solapa
del libro.
En Intemperie nadie tiene nombre propio (aunque a un ayudante del
alguacil se le designa con el apodo de Colorao), y en sus páginas nos
encontraremos con un niño, un cabrero, un alguacil, un padre, y algunos
animales, unas cabras, un burro, un perro… En la primera página aparece el niño huyendo de su casa (un niño que
nunca antes había salido de su pueblo). “La estampa del padre, solícito y
servil, volvió a su mente en compañía del alguacil”, se afirma en la página 12,
y en esta frase se recoge el drama que mueve a los personajes de la novela: el
alguacil está abusando sexualmente del niño bajo la connivencia del padre y el
niño ha tomado la decisión de huir. Su huida por un Llano inclemente,
perseguido por una partida de hombres al mando del alguacil, vertebra la
novela. Al niño le ayudará un cabrero que conoce los trucos necesarios para
sobrevivir a la intemperie en el Llano.
Mucho se ha hablado del lenguaje
de esta novela, un lenguaje repleto de arcaísmos del campo; más abundantes,
apuntaría, que los arcaísmos contenidos en una novela rural de Miguel Delibes. Creo que era Borges el que afirmaba que un escritor
no debe escribir usando un lenguaje diferente al que usan sus lectores. Si el
lenguaje de esta novela es el propio del autor, el lenguaje con el que habla
habitualmente a sus amigos, porque se da la circunstancia de que habita en un
entorno rural desconocido para un urbanita, entonces me parece que tiene sentido
usar esas palabras en la narración como un argot propio, pero me resulta más
extraño cuando son palabras que el autor, dado su contexto vital, no puede usar
de forma natural.
Los escritores de bestsellers suelen estudiar una época y
en ella sitúan a esos personajes tan nobles que siempre luchan por restablecer
la justicia y el amor en un mundo sucio y corrupto. Los escritores de bestsellers, ya que se han tomado la
molestia de estudiar una época, nos la cuentan; y así el lector tendrá la grata
sensación de que, además de entretenerse cuando el amor joven triunfa tras
vencer al malvado, está aprendiendo. El lector de bestsellers aprende mucho leyendo: sabe cómo se construye una
catedral, sabe cómo es la organización territorial romana, sabe qué malo era el
esclavismo… frente a los lectores de literatura, que leen sobre cucarachas
gigantes que horrorizan a su familia (no quiero ser un plagiador: estoy
parafraseando un artículo de Javier
Cercas). Más de una vez, leyendo Intemperie
da la sensación de que Carrasco también ha estudiado una época y nos la cuenta:
ha estudiado sobre el tiempo en el que la gente viajaba en burro y ha aprendido
sobre ello. Por supuesto no se resiste a contarnos cómo se “monta un burro”
para salir de viaje: “El viejo agarró al burro por la cabeza y tiró de ella
hasta que el asno se puso de pie. Sin destrabarlo, colocó sobre su lomo un
albardón largo de lona armada. Encima dispuso un ropón de arpillera raída y
luego una albarda de centeno cuyo ataharre el viejo pasó por debajo de la cola.
Antes de cargar al animal, redistribuyó el relleno de paja, que con el trasiego
se había acumulado en las partes bajas del aparejo. Lo aseguró todo con una
cincha de esparto gruesa que apretó bajo la panza de la bestia. Encima de la
albarda extendió el mandil, lo que hizo al chico recordar el momento de la misa
en el que el cura volvía al altar después de haber dado la comunión. Con la
ayuda del monaguillo, iba apilando sobre el cáliz el corporal, la patena, el
purificador y la llave del sagrario. Por último, el viejo cruzó sobre el mandil
cuatro aguaderas de esparto unidas entre sí, acomodando dos en cada flanco. El
burro, que hasta el momento se había mostrado tranquilo, hizo ademán de iniciar
la marcha. El viejo le acarició la frente y le metió los dedos por el tupé que
asomaba entre las orejas y el asno volvió a la calma” (págs. 55-56). Cuando leí
la escena anterior me pareció que resultaba narrativamente innecesaria y que
era el afán de mostrar lo aprendido lo que llevaba a Carrasco a incluirla en su
novela.
En todo caso, si usted tiene un ipad y juega al Apalabrados le será muy útil leer Intemperie: si consigue encajarle a alguien palabras como serijo o taray seguro que consigue más de 30 puntos de golpe.
Resulta raro pensar cómo será la
traducción a otros idiomas de este vocabulario tan específico.
A pesar de lo comentado, del
abuso de un vocabulario rural extraño al uso habitual del autor, he de apuntar
que Carrasco escribe bien, con unos juegos metafóricos, siempre dentro del
contexto elegido, ricos y originales. También el ritmo de la novela es bueno,
si tenemos en cuenta que lo que se narra aquí es una historia bien sencilla: un
malvado alguacil persigue a un niño desamparado que recibirá la bienhechora
ayuda de un cabrero noble. En realidad, esta narración parece la adaptación
para adultos de un cuento infantil. Lo más original es el escenario sobre el
que la persecución tiene lugar: ese Llano brutal y desértico, que acaba
cobrando un protagonismo tan fuerte.
Sé que mi percepción de una
novedad literaria varía según la repercusión inmediata que ésta haya tenido, y
que me gusta ir a contracorriente: si me están diciendo que el libro es
excepcional entonces lo leeré con escepticismo, y si el libro que leo no ha
tenido ninguna repercusión, entonces tenderé a reivindicarlo.
¿De la reseña que he escrito se
puede deducir que no me ha gustado Intemperie?
En realidad, no. Me ha entretenido leerla, pero desde luego no creo que sea la
excepcional obra maestra que el marketing nos están diciendo que es. Diré más:
hace unas semanas comenté la novela El peor de los guerreros del joven
escritor chileno Rodrigo Díaz Cortez,
y gracias a facebook pude intercambiar unas palabras con el autor, quien me
dijo que en tres años la de mi blog era la segunda reseña que recibía su novela.
Una novela que no ha tenido ninguna traducción a ningún idioma, ni ha alcanzado
una segunda edición. Intemperie se
publicó en enero de 2013 y la edición que me ha dejado mi amigo es la séptima
(editada en marzo) y se está comercializando en trece países.
No entiendo por qué unos tanto y
otros tan poco, cuando El peor de los
guerreros es una novela, dada la complejidad de su trama y su acervo de
personajes, superior a Intemperie.