domingo, 29 de junio de 2025

Bajos fondos, de Can Xue

 


Bajos fondos, de Can Xue

Editorial Aristas Martínez. 122 páginas. 1ª edición de 2016; esta es de 2025

Traducción de Tyra Díez

 

En 2024, las casas de apuestas señalaban el nombre de Can Xue (Hunan, China, 1953) como la más probable ganadora del premio Nobel de Literatura de ese año. Sentí curiosidad y le solicité a la editorial Aristas Martínez las dos antologías de relatos que ha publicado de ella: Hojas rojas (2022) y Al otro lado (2024). Al final, el premio Nobel lo ganó la surcoreana Han Kang, y así tuve la oportunidad de leer a ambas autoras asiáticas.

 

Los cuentos de Can Xue eran surrealistas, inquietantes y muchos de ellos parecían emular la falta de coherencia y angustia propia de los sueños, o más bien de las pesadillas. En ellos, las personas se perdían en lugares a los que no sabían cómo habían llegado, y aparecía o desaparecía gente de su lado casi sin continuidad. Más de uno de esos cuentos estaban protagonizados por animales o plantas: un sauce, unos animalillos indefinidos que habitaban bajo la tierra del desierto, una urraca y una chicharra. Cuando vi que Aristas Martínez publicaba un nuevo libro de Can Xue –en este caso una novela corta–, que estaba protagonizada por una rata, sentí curiosidad, porque esos cuentos protagonizados por plantas o animales que cito fueron de los que más me gustaron de esas antologías. Así que cuando me llegó la publicidad del libro al mail, se lo solicité al encargado de prensa de la editorial para poder reseñarlo y, muy amablemente, me lo envió, y aquí estamos.

 

Aunque la contraportada habla de que el libro está protagonizado por «Wei Qi, una carismática rata», el lector no acabará de tener la certeza de que la narradora de esta historia sea realmente una rata, un animal de otra especie o una clase indefinida de ser fantástico, que las personas suelen confundir con una rata. Cuando los humanos se dirigen a ella, normalmente la denominan «rata», un nombre con el que ella no parece sentirse muy de acuerdo. En la página 20 leemos: «El enano entonces me llamó “rata”. No me hacía ninguna gracia ese nombre. Qué iba a ser yo una rata, si era mucho más grande.»

Tampoco ella se identifica con el nombre de «Wei Qi», que es como la acabarán llamando dos hermanos con los que se encuentra.

 

Sabremos que la narradora siente que su hogar es un barrio de chabolas, asentado en los suburbios de una gran ciudad. En el segundo capítulo visitará algunos edificios de oficinas, pero no le gustarán y decidirá volver al suburbio, a los «bajos fondos» que se evocan en el título. Normalmente entraba en las chabolas y se resguardaba del frío junto a la hornilla de la cocina. Allí era tolerada y lo habitual era que los habitantes de la casa la alimentaran con las sobras de su comida, como si se tratase de una mascota o una presencia benéfica. «Los arrabales son mi hogar, nací aquí, crecí aquí, por las noches me cuelo en cualquier chabola con lumbre, por el día merodeo husmeando su intimidad. Conozco muchos de sus secretos, pero no capto sus enigmas. A simple vista son incógnitas horribles a la par que hermosas, ¿será por eso que no puedo evitar seguir fisgando?», leeremos en la página 30 y este párrafo será el final de la primera parte de cinco.

En la segunda parte, la narradora ha pasado a vivir en un túnel, y se cruzará con otros animales que habitan allí cavando. Esto me ha recordado al cuento Movimiento vertical de Hojas rojas, donde unos animalillos vivían bajo un desierto cavando túneles. Ya dije entonces que ese cuento me parecía que estaba escrito bajo la influencia del Franz Kakfa de El refugio, y aquí se repite esa sensación.

 

Bajos fondos está recorrido por una sensación de amenaza y violencia constantes. En todo momento, los humanos con los que nuestra rata se irá cruzando pueden golpearla, atarla, quemarla, tratar de envenenarla al ofrecerle comida… Aunque también, en otras ocasiones, pueden ser compasivos con ella y permitirle entrar en sus casas para que se proteja del frío, darle comida o liberarla si está atrapada. Si tratamos de buscar significados a la literatura de Can Xue, todas estas sensaciones que transmite el libro, sobre no saber a qué debe atenerse el personaje frente a los humanos con los que se cruza, pueden hablarnos de un mundo sin un sentido definido, en el que el individuo, en constante lucha por sobrevivir, se ve abocado a no entender al otro, a la falta de concatenación entre sus acciones y el resultado de estas. Aunque, a veces, se puede conseguir ayuda del próximo, parece decirme Can Xue que el individuo está condenado a pulular en soledad por un mundo incomprensible y agresivo.

 

Más de una vez la narradora evocará el valle donde vivieron sus ancestros. Quizás aquí, Can Xue nos quiera mostrar la dualidad de los ciudadanos chinos modernos, expulsados de su pasado en el campo para vivir, muchos de ellos, en los arrabales de las grandes ciudades y ser mano de obra barata de fábricas deshumanizadas. Este mundo es en el que trata de sobrevivir nuestra rata.

 

Como ocurría en los relatos, el lenguaje de Can Xue es evocador, poético y misterioso. Me ha llamado la atención que, en este libro, la traductora Tyra Díez (que también tradujo Al otro lado), a veces toma un registro coloquial del lenguaje. Así en la página 62 leemos «el niño, que se llamaba Xiao Mu, la lio parda», en la página 63: «Xiao Mu muchas veces afanaba cosas de la casa», o en la página 81: «¡aquel sigiloso gato negro se estaba papeando al escorpión rojo!». Imagino que no debe ser fácil traducir del chino y tener que tomar estas decisiones de traslación lingüística a otro idioma.

 

La crítica internacional ha relacionado la escritura de Can Xue con algunos maestros occidentales como Kafka, Borges y Calvino, para acabar concluyendo que Xue acaba teniendo un toque personal. Es cierto que, desde la primera página, he reconocido en Bajos fondos a la autora que conocía por las dos antologías de relatos mencionados, y esto acaba teniendo sus pros y sus contras. La propuesta –con fuerte tendencia experimental– de Can Xue es imaginativa, onírica, rica en matices y formas, pero también creo que este tipo de narración se sostienen mejor en un relato de veinte páginas, que en una novela corta de ciento veinte. Es decir, en los cuentos de Hojas rojas o Al otro lado, aunque estaban estilísticamente emparentados, cada quince o veinte páginas, la historia contada se cortaba, de forma más acabada o más abrupta, algo –esto último– que no tenía demasiada importancia, al fin y al cabo, en una narración que, en gran medida, prescindía de la lógica natural de causa-efecto de un relato convencional. Pero quizás esto mismo es más difícil de sostener durante toda una novela, donde se van a suceder escenas oníricas, surrealistas o absurdas sin orden de continuidad. Es cierto, que, como ocurría en los cuentos, Bajos fondos está cargado de símbolos sobre la alienación moderna, la pobreza, la crueldad, la violencia o el sinsentido existencialista, pero también es cierto que el estilo de escritura de Can Xue no permite desarrollar demasiado bien a los personajes secundarios de la historia, porque la rata-narradora siempre siente incomprensión hacia sus acciones y el modo en que interactúan con ella. En este sentido, sin desdeñar el extraño valor artístico de Bajos fondos, considero que me ha resultado más gratificante –aunque las propuestas sean, en realidad, similares– leer los cuentos que la novela. Si alguien no conoce nada de la obra de Can Xue, de las tres obras que yo he leído, publicadas por Aristas Martínez (tiene tres novelas más en Hermida Editores, de las que creo que destaca La frontera), creo que le recomendaría empezar por Hojas rojas.

 

domingo, 22 de junio de 2025

Eses fatales, por Sonia Manzano Vela


 Eses fatales, de Sonia Manzano Vela

Editorial Perreo Intenso. 211 páginas. 1ª edición de 2005; esta es de 2025

Prólogo de Andrea Rojas Vásquez

 

Augusto Rodríguez es un escritor y editor ecuatoriano (Quirófano Ediciones se llama su editorial de Guayaquil) que, durante los últimos años, se pasa de vez en cuando por Madrid. En estas ocasiones, quedamos a tomar algo e intercambiamos algunos libros. Creo que fue en su visita de 2024 cuando, junto a unos amigos –ecuatorianos residentes en Madrid– le oí hablar del proyecto de crear una editorial en España para publicar libros latinoamericanos que, o bien, no llegaron nunca a España, o bien, llegaron, pero cayeron en el olvido, pese a su calidad. Ese 2024 estaba en una reunión de estos amigos latinoamericanos, en la que estaban hablando sobre posibles nombres para la editorial, y a mí me pareció el más divertido aquel que resultó el definitivo, Perreo Intenso. Los editores de este proyecto han acabado siendo Augusto Rodríguez, ecuatoriano residente en Guayaquil, y Andrea Guerrero, ecuatoriana residente en Madrid. Para su visita a Madrid de 2025 Augusto ya me pudo regalar el primer título de la editorial Perreo Intenso, que pretende interesar a los jóvenes (o no tan jóvenes) en la cultura latinoamericana, como puede interesarles ahora mismo el reguetón. Este primer libro de la editorial es la novela Eses fatales (2005) de la escritora Sonia Manzano Vela (Guayaquil, Ecuador, 1947). Es un libro pequeño y elegante. La idea de los editores es que quepa en un bolsillo. Hicieron una presentación en la librería Sin tarima, a la que acudí.

 

Eses fatales es una obra importante dentro de la literatura ecuatoriana, ya que es la primera novela que se publicó en el país con temática lesbica. Andrea Rojas Vázquez, en el prólogo que hace del libro, nos contará que en Ecuador la homosexualidad era ilegal hasta 1997. Así que cuando Eses fatales se publicó en 2005 fue una novela rompedora con tabúes del pasado.

 

La novela comienza con una frase impactante: «Encontré a mi madre comiendo de sus propias heces fecales un domingo de hace ya casi un año atrás». La madre, de más de noventa años, padece Alzheimer. La hija tiene cincuenta y cinco. En realidad, la relación de la narradora con su madre no va a ser uno de los puntos fundamentales del libro, pero va a servir para recordarle al lector la fugacidad de la vida, para que, más adelante, cuando se nos hable del fuego de las relaciones sexuales, recordemos el camino hacia la vejez y la muerte. En definitiva, la escena inicial sobre la decadencia de la madre establecerá un contraste entre el Eros y el Tánatos, opuestos con los que se juega en la novela.

 

En el título de la novela hay un juego lingüístico entre esas «eses fatales» que se nos proponen y las «heces fecales» de la primera frase. Sonia Manzano va a usar este recurso de los juegos de palabras más de una vez en la novela; o bien, va a proponernos palabras que suenan parecidas en una misma frase, la misma palabra con significados diferentes o repeticiones de palabras buscadas. Así, por ejemplo, en la página 66 leemos: «cuando ya no quedaba bicho por ensartar y cuando ya Selene se preguntaba qué bicho le había picado», en la página 131: «te ponías cada vez más loca y locuaz», o en la página 155: «para que así, cuando sobrevenga el más total de los olvidos, no se olvide de actos tan elementales como respirar». Algunos de estos juegos de palabras me han recordado a los usados por el cubano Guillermo Cabrera Infante. En gran medida, la novela está escrita con un lenguaje humorístico, aunque tampoco está exenta de seriedad, pues al final, como se enumera al principio del libro, esta novela va a estar recorrida por esas «eses fatales» que se insinúan en el título y que son «suicidio, soledad, sadismo, sinsabores, sinfinales».

 

La narradora principal –Cristina Rosas–, de la que sabremos que es una escritora con obra publicada, está planeando escribir una novela sobre amor lésbico, y nos contará la historia de una de sus amigas, Selene, de origen griego por parte de uno de sus abuelos. Nos será narrada la historia del abuelo griego que llegó a Guayaquil en 1927 y también la historia del hijo, que será el padre de Selene. Pero estas narraciones sobre hombres serán una excepción, porque en Eses fatales nos vamos a encontrar, principalmente, historias de mujeres. Algunas de ellas nos serán transmitidas por la narradora principal –que está escribiendo una novela sobre lesbianas–, y que actuará como narradora testigo, puesto que es una amiga heterosexual de Selene, a la que esta realizará sus confesiones; y en otras ocasiones la primera persona de estas mujeres nos contará su historia directamente. Selene será el personaje del que más sabremos: desde su paso por el colegio, donde va a iniciarla en el lesbianismo. Allí será seducida por una monja de origen italiano de dos metros de alto y el cuerpo lleno de vello. La escena tiene un aire de farsa, un aire casi de realismo mágico, cuya pura exageración irreal quita hierro a la posible escena de abusos sexuales sobre una menor. «Su primer contacto con la esfera de lo ambiguo fue a través de una hembra peluda y frondosa, Selene desarrolló una poderosa atracción por las mujeres de abundante cabellera» (pág. 75). Aquí quizás se evoca el espíritu de Gabriel García Márquez. Selene, con el paso del tiempo, se convertirá en profesora y también acabará seduciendo a algunas de sus alumnas. Entre medias, cuando sea estudiante universitaria, tendrá relaciones con mujeres maduras, que están casadas con hombres. Todas estas relaciones sexuales lésbicas parecen darse, en la ciudad de Guayaquil, en un contexto de clandestinidad social.

 

En el presente narrativo de la novela, Selene está preocupada porque va a recibir la visita de una colombiana, afincada en Estados Unidos, a la que conoció una década antes en Nueva York. La historia principal retrata un enredo amoroso: Silvia Molina, la amante de Selene, la ha dejado por otra mujer; Selene trata de darle celos a Silvia con la llegada de su antigua amante colombiana. En medio de estas mujeres lesbianas se encuentra Cristina Rosas, heterosexual, que actuará como narradora testigo. En más de un momento, la narradora principal interrumpe su historia de forma metanarrativa. Así en la página 147 leemos: «Sigo en mis trece en esto de lograr dar forma concreta de novela a este montón de palabras erráticas que todavía no encuentran un derrotero fijo. No sé por dónde camino y hacia dónde voy. Tengo conciencia de que estoy dando bandazos alrededor del tema del lesbianismo, pero también reparo, cada vez más, en que soy una presencia advenediza dentro de un territorio que solo admite a mujeres marcadas con el estigma de una virilidad intensa». O en la página 163: «La escritura de esta novela me ha consumido con la fuerza de una tisis galopante. (…) No obstante, pase lo que pase, cueste lo que cueste, voy a concluir esta irredimible novela (…). Me enteré de que hasta ciertos exclusivos costos intelectuales, para los cuales el morbo es un pan al que hay que hincarle los colmillos a fondo, se había filtrado la noticia de que la infértil y repudiada Cristina Rosas –repudiada por los hombres y por todo lo que este repudio implica– estaba escribiendo una novela cuyos referentes mediáticos no eran otros que algunas conocidas lesbianas guayaquileñas de reconocido coturno cultural».

 

En otra de las capas de la novela, Cristina le pide información sobre Safo de Lesbos a uno de sus amigos. A partir de ahí, en su novela se irán incorporando capítulos en los que la relación de Safo con sus discípulas y amantes tendrá algunos paralelismos en la historia de las lesbianas de Guayaquil.

 

Quizás el gran cúmulo de historias y planos que se cruzan en este pequeño y abigarrado libro haga que la tensión narrativa de una historia principal no vaya escalando en intensidad, durante el último tramo de la narración, como podría haber sido deseable. Sin embargo, la construcción compleja de la novela, su lenguaje irónico, sus planos narrativos, el atrevimiento del tema tratado, en la sociedad en la que lo hace, y la variedad de miradas y prismas que componen la historia hacen que Eses fatales sea una novela notable de la narrativa latinoamericana del siglo XX.

Creo que la pequeña, pero combativa, editorial Perreo Intenso ha comenzado su trayectoria en España bailando con gusto y buen ritmo. Les deseo nuevos proyectos y una larga vida.

 

(Nota: si alguien en España está interesado en comprar esta novela debería preguntar en la librería madrileña Sin tarima)

domingo, 15 de junio de 2025

El Palacio de los Sueños, de Ismaíl Kadaré


El Palacio de los Sueños,
de Ismaíl Kadaré

Editorial Alianza. 242 páginas. 1ª edición de 1981; ésta es de 2024.

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde

 

Ya he contado que me propuse leer en 2025 a Ismaíl Kadaré (GjirokastraAlbania; 1936 – Tirana, 2024) y le solicité a la editorial Alianza tres libros suyos. Después de leer El general del ejército muerto (1963) y Crónica de piedra (1971), me he acercado a El Palacio de los Sueños (1981), que es la novela que suele considerarse la obra maestra del autor. En las dos anteriores, el tiempo narrativo de las novelas se correspondía con momentos vividos por Kadaré. La acción de El general del ejército muerto se situaba «veinte años después de la guerra»; es decir, en 1962 o 1963, y la acción de Crónica de piedra nos llevaba hasta la infancia de Kadaré, hasta sus propias vivencias de la guerra, en 1942 o 1943. La acción de El Palacio de los Sueños nos conduce hasta el Imperio otomano del siglo XIX, a una Albania en la que la gente se mueve en carruajes y su país forma parte de un territorio mucho más grande.

 

El Palacio de los Sueños comienza de un modo que enseguida me ha remitido a las otras dos novelas que llevo leídas del autor: mostrando una escena de mal tiempo atmosférico. «La mañana era húmeda y ventosa» es la primera frase del libro. Las escenas principales de los libros de Kadaré suelen compartir el mismo telón de fondo: la lluvia, la bruma, la nieve, el frío, la oscuridad… Son novelas que transcurren en los meses de otoño e invierno, y cuando llega la primavera y el verano se produce un salto temporal. La novela acabará «una tarde a finales de marzo» y su protagonista, a través de la ventana de un carruaje, observará signos de la llegada de la primavera en un parque. «A dos pasos de él sabía que se encontraba la renovación de la vida, la calidez de las nubes, las cigüeñas y el amor, todo lo que había fingido ignorar, temeroso de que pudiera arrancarlo del hechizo del Palacio de los Sueños.» (pág. 242). Es decir, la novela transcurre durante los meses de otoño e invierno y finaliza cuando va a llegar la primavera y el buen tiempo, algo que –por lo que llevo leído– no ocurre en las novelas de Kadaré, en las que el clima adverso se convierte en un elemento simbólico que va añadiendo capas de ominosidad en las escenas.

 

El protagonista de la novela es Mark-Alem, un joven de veintiocho años, que pertenece a la influyente familia de los Quyprilli. La novela comienza la mañana en la que Mark-Alem entra en el Palacio de los Sueños para realizar una entrevista de trabajo. Desde el comienzo, desde que Mark-Alem atraviesa las puertas del Palacio de los Sueños, o el Tabir Saray, una sensación de irrealidad comenzará a invadirle, igual que al lector. «El pasillo era largo y sombrío. Las puertas desembocaban en él por decenas, altas y sin numeración. Contó once y se detuvo.», leemos en la página 2. La sensación de extrañeza y amenaza será constante en el Palacio de los Sueños. Tanto el espacio físico, repleto de pasillos y puertas, de problemas para recordar el camino recorrido, una vez realizado, y las personas, que parecen comportarse de un modo distante, con Marl-Alem, le recordarán al lector al universo creado por el checo Franz Kafka en obras como El castillo (1925, escrita entre 1914 y 1915). El hecho de ir a ser el primer día de trabajo de Mark-Alem propicia que se encuentre con varios personajes que le van a hablar del funcionamiento y de los orígenes del Palacio de los Sueños. Este recurso permitirá también al lector conocer los secretos del lugar: «Nuestro Palacio de los Sueños, creado por deseo expreso y personal del Sultán soberano, tiene como misión clasificar y examinar no ya los sueños aislados de las personas individuales las cuales, por una u otra razón, constituían antes una esfera privilegiada y detentaban en la práctica el monopolio de las predicciones mediante la interpretación de los signos divinos, sino el Tabir Total, dicho de otro modo, el sueño de todos los súbditos sin excepción.» (Pág. 31). Como nos dice en el prólogo, el traductor Ramón Sánchez Lizarralde, Kadaré quería crear en esta novela «un infierno». En esta fábula, el control que ejerce el Estado sobre los ciudadanos es tal que éstos están obligados a trascribir sus sueños, cada vez que despiertan (y si no saben escribir, habrán de visitar a un escriba para que lo haga por ellos) y hacerlos llegar al Palacio de los Sueños. En él, los funcionarios tendrán que clasificarlos, o desecharlos, hasta que lleguen al poderoso departamento de Interpretación, donde se analizará si el sueño, que ha creado la mente de algún ciudadano, puede representar un mal augurio para el futuro del Imperio; y ese sueño podría convertirse en el Sueño Maestro, aquel que puede predecir las catástrofes y que permitirá a las autoridades anticiparse.

 

El Palacio de los Sueños acabará siendo una metáfora de la situación de control estatal que vivían los ciudadanos en la Albania de Kadaré, bajo el régimen de Enver Hoxha. Como Kadaré, en el momento de escribir este libro, aún vivía en Albania –más tarde se acabaría exiliando a Francia– tuvo que situar su historia en el siglo XIX para que pudiera pasar la censura gubernamental. Aun así, en 1982 Kadaré será criticado públicamente por la publicación de este libro, que fue condenado al silencio durante los siete años siguiente, y cuando se volvió a publicar en 1988, se hizo con la advertencia (estoy parafraseando el prólogo del traductor Ramón Sánchez Lizarralde) de que había sido «revisada». Así que, en este caso, la edición definitiva de la novela, a diferencia de otras, que se retocaron con posterioridad por motivos estéticos o de madurez estilística, la versión definitiva de esta novela consistió en recuperar su forma original.

 

El trabajo de Mark-Alem en el Palacio, a pesar de que va ascendiendo posiciones, nunca parece ser agradable y lo vive siempre con angustia, con el temor a equivocarse y ser reprendido o despedido por ello. En uno de los capítulos se describe un día libre, en el que intenta recuperar sus viejos hábitos y visitar, por ejemplo, el café al que solía ir. Esta visita se acabará tornando desagradable cuando se dé cuenta de que el dueño del local y el resto de la parroquia saben que ha empezado a trabajar en el Palacio de los Sueños, lo que le convierte en una persona con un poder temible.

El destino de la familia de Mark-Alem –los poderosos Quyprilli– se irá complicando con el del sultán, con quien parecen tener más de una rencilla del pasado pendiente. Los Quyprilli son tan poderosos que existen rapsodas en los Balcanes que cantas epopeyas sobre su pasado. Como ya he ido viendo que las novelas de Kadaré están, hasta cierto punto, conectadas entre sí, creo que este tema de los rapsodas tiene que ver con el argumento de El expediente H., donde unos estudiosos anglosajones viajan a Albania para encontrar a estos rapsodas y entender así los cantos de Homero.

El Palacio de los Sueños, es una novela sólida, muy bien construida, con toques poéticos –sobre todo cuando se describen los sueños que Mark-Alem tiene que analizar–, y un aire de amenaza y extrañeza perennes sobre lo contado. Sin embargo, considero que la dependencia de la obra de Kafka acaba haciendo que prefiera las otras dos novelas de corte más realista que he leído de Kadaré, El general del ejército muerto y Crónica de piedra. En cualquier caso, el nivel de las tres obras es realmente alto.

 

 

domingo, 8 de junio de 2025

Crónica de piedra, por Ismaíl Kadaré

 


Crónica de piedra, de Ismaíl Kadaré

Editorial Alianza. 281 páginas. 1ª edición de 1971; ésta es de 2024.

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde

 

Ya he contado que me propuse leer en 2025 a Ismaíl Kadaré (GjirokastraAlbania; 1936 – Tirana, 2024) y le solicité tres libros suyos a la editorial Alianza. Después de acabar El general del ejército muerto (1963), con la grata sensación de haberme acercado a una obra maestra de la literatura europea del siglo XX, empecé Crónica de piedra (1971). Se la pedí a Alianza porque en el resumen de la contraportada afirma que es una obra autobiográfica y tenía la sensación de que me iba a gustar conocer más y empatizar con Kadaré. En la lectura del libro, en ningún momento, se señala que su narrador se llame Ismaíl Kadaré, pero uno lo lee pensado que así es.

Kadaré nació en Gjirokastra, una ciudad al sur de Albania, que en 2025 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad por ser un «raro ejemplo de pueblo otomano bien conservado y construido por terratenientes». Esta ciudad, evocada desde el título –ya que sus calles, casas y tejados están construidas con piedra– será uno de los personajes principales de la novela.

 

Como ocurría en El general del ejército muerto, Crónica de piedra comienza resaltando el clima adverso. El narrador, en el primer capítulo, evoca una noche de su infancia en la que no para de llover, y esto puede suponer un problema para su familia, puesto que el aljibe, donde se guarda el agua, puede acabar rebosando e inundando la casa. Los vecinos llegarán al hogar para ayudar a sus padres a solucionar el problema. La idea de comunidad, de ser el niño parte de un solo cuerpo formado por muchas personas, también va a estar presente en el libro. Las últimas dos páginas de la novela nos hablan de alguien que, después de muchos años, vuelve a su ciudad natal y evoca a personas de su infancia que ya han muerto, pero que él siente que se han fundido con las piedras que componen el espacio humano. Personas y piedras de la ciudad se fundirán en una bella metáfora que aparece casi al final del libro: «La carne tierna de la vida volvía a llenar el caparazón de piedra.» (pág. 279)

 

Crónica de piedra es una evocación de la infancia, desde la vida adulta, pero que intenta recrear la mirada inocente de un niño sobre la realidad. De este modo, se narra una conversación entre las mujeres de la familia y las vecinas en la que, escandalizadas, comentan que un joven vecino ha cometido la osadía de empezar a usar gafas. «Se me hizo un nudo en la garganta. Cómo logre contenerme y no ponerme a gritar, solo yo lo sé.», apuntará una de ellas. La mirada es doble: el adulto evoca esta escena cotidiana con un aire cómico, con ironía, pero también recuerda cómo el niño empieza él mismo a sentir que necesita gafas, puesto que de lejos los contornos de las casas y los árboles se le tornan borrosos, y para solucionarlo, en ocasiones, se coloca delante de uno de sus ojos un cristal que encuentra en un baúl de la abuela, una pura excentricidad, pero que le servirá para poder disfrutar de las películas en el cine.

 

El contexto histórico de los primeros capítulos es de la ocupación italiana de la ciudad, un hecho al que el narrador da, de entrada, menos importancia que a otros sucesos que le llaman mucho más la atención. Así nos hablará, con gran entusiasmo, de una ola de brujería que se ha desatado en la ciudad. «Manos invisibles colocaban objetos maléficos por doquier, en los umbrales de las puertas, tras los muros, bajo los aleros, envueltos en papel o en sórdidos trapos viejos que helaban la sangre.» (pág. 44). También el niño nos hablará de una chica a la que sus padres no dejan salir de casa por la vergüenza que le supone a su familia que tenga una barba como la de un hombre, o de ancianas de ciento treinta y dos años. Esta evocación de la infancia contiene, como vemos, pequeños toques de realismo mágico, que más que recordarme a la obra de Gabriel García Márquez, me han evocado la del judío polaco Bruno Schulz y sus cuentos recogidos en Madurar hacia la infancia (que, por cierto, acaba de reeditar Siruela y que recomiendo con pasión).

 

Me ha gustado percatarme de que Crónica de piedra tenía elementos relacionales con El general del ejército muerto. En esta última novela, el general y el cura italianos, en su búsqueda de los restos de los soldados de su país muertos en la Segunda Guerra Mundial, llegan a la ciudad de Gjirokastra y aquí, en un bar, un camarero les contará una historia de la guerra, acerca del impacto que supuso para la ciudad que los italianos abrieran en ella un burdel. En esta historia, se habla del primer albanés que se atrevió a visitar el prostíbulo, llamado Lame Kareco Spiri, del que también se habla, en referencia a la misma historia, en Crónica de piedra.

 

Al narrador, sus padres a veces le mandan a pasar unos días a la casa de uno de sus abuelos, en las afueras de la ciudad. El abuelo suele pasar el tiempo leyendo libros escritos en turco, y en una de estas visitas le prestará el libro de Macbeth de William Shakespeare, lo que empezará a despertar en él la pasión por la literatura.

Aunque la novela comienza en un tono poético, pronto la violencia de los años vividos empezará a afectar a los personajes. La ciudad de piedra acabará inmersa en los devenires de la Segunda Guerra Mundial y será bombardeada por aviones ingleses. Los griegos arrebatarán la ciudad a los italianos, y durante un breve periodo de tiempo, el dominio de esta pasará de unos a otros, de italianos a griegos, para quedar más tarde a merced de los guerrilleros albaneses, de los que muchos ciudadanos de Gjirokastra no se acaban de fiar porque son comunistas, y muchos de los vecinos de la ciudad no saben cuáles son sus intenciones. Al final, y aquí se acabará la crónica, la ciudad, siguiendo los hechos históricos, caerá en manos de los alemanes. «Al caer el crepúsculo la ciudad que había figurado en los mapas del Imperio Romano, de los normandos, de Bizancio, del Imperio Turco, del Reino de Grecia, del Reino de Italia, se acostó esta vez bajo el imperio de los alemanes. Cansada, profundamente aturdida por la confrontación, no daba la menor señal de vida.» (pág. 274). Como ya he apuntado anteriormente, el narrador personifica a la ciudad y la convierte en otro personaje más de la trama; de hecho el lector sentirá, con los personajes humanos, el dolor de los bombardeos o los incendios sobre sus muros.

Otro hecho histórico del que se habla en el libro es que Enver Hoxha, que fue líder comunista con los guerrilleros, y futuro dictador de Albania, es otro de los vecinos de la ciudad de piedra.

 

El niño convivirá con el horror de la guerra sin olvidar el sentido de la maravilla, y así nos hablará, por ejemplo, de una temporada en la que el lenguaje cotidiano tendía a dibujarlo en su mente desde la literalidad: «El lenguaje cotidiano, equilibrado y seguro hasta entonces, aparecía de pronto convulsionado por la acción de un terremoto. Todo se derrumbaba, se quebraba, se fragmentaba. Había penetrado en el reino de las palabras. Era una tiranía implacable. El mundo se llenó de gente que en lugar de cabeza tenía un pepino; otras cabezas se ponían a dar vueltas; los ojos reventaban como cartuchos; a algunos se les congelaba la sangre como los hielos (…)» (pág. 94).

También sucumbirá el niño a su fascinación por el aeropuerto y la fascinación que le causan los aviones, aunque lleguen para lanzar bombas sobre su cabeza. El niño llegará a llorar cuando los aviones dejan el aeropuerto, y más tarde dirá: «Teníamos ante nosotros el campo abandonado del aeropuerto, a través del cual debíamos pasar. Por fin nos encontramos sobre él. Jamás había imaginado que pudiera llegar a pisarlo. Sentí una punzada en el corazón. Aquella explanada había sido sagrada para mí. Una especie de hermana o esposa del cielo. Predestinada como una princesa.» (pág. 255). También nos hablará de su ligero despertar sexual, pero, por esos años, el aeropuerto y los aviones, serán, en realidad su verdadero amor.

 

Además de la voz del narrador, en las páginas finales de muchos capítulos, podemos acercarnos a otras voces narrativas: las páginas de un anciano cronista de la ciudad, las páginas del periódico local o las voces desconocidas de algunos vecinos, lo que enriquece los matices de la obra.

 

Igual que he observado esa relación comentada entre El general del ejército muerto y Crónica de piedra, en torno a la idea del burdel, he percibido también más conexiones que Kadaré va a establecer con alguna otra de sus obras. En Crónica de piedra se habla de dos familias de la ciudad, los Karllashe y los Hankoni, que tienen una disputa pendiente desde hace setenta años. Para hablar del carácter vengativo de los albaneses se evocaba esta historia en El general del ejército muerto y, aunque aún no lo he leído, creo que es la historia que Kadaré cuenta en su novela Abril quebrado, que espero leer también este año de 2025.

 

Ya dije que El general del ejército muerto me ha parecido una obra maestra y he acabado Crónica de piedra con la sensación de nuevo –aunque algunos peldaños por debajo, pero desde una altura alta– de haber leído un gran libro. Cuando en las dos últimas páginas el narrador, ya desde la vida adulta, nos habla de una visita a la ciudad y evoca a todas las personas muertas de las que nos ha hablado en las páginas anteriores, el lector siente una honda pena, prueba clara de que ha conseguido levantar ante él su mundo ficcional de un modo emocionante y convincente. Seguiré con Kadaré.

 

domingo, 1 de junio de 2025

El general del ejército muerto, por Ismaíl Kadaré


El general del ejército muerto,
de Ismaíl Kadaré

Editorial Alianza. 346 páginas. 1ª edición de 1963; ésta es de 2019.

Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde

 

Ismaíl Kadaré (GjirokastraAlbania; 1936 – Tirana, 2024) era uno de los autores clásicos del siglo XX europeo, que había anotado desde hacía mucho tiempo, y que tenía aún pendientes de leer. De hecho, creo que es el único autor de lengua albanesa del que se ha hablado a nivel europeo, o al menos yo no conozco a otro.

Me apenó que, cuando murió en el verano de 2024, a los 88 años, aún no hubiera leído nada suyo. Para solucionarlo, a principios de 2025 le escribí al representante de prensa de la editorial Alianza, para que me enviara tres libros del autor, para poder leerlos y reseñarlos. Estos libros fueron: El general del ejército muerto (1963), Crónica de piedra (1971) y El Palacio de los Sueños (1981), que –leí en internet– eran tres de sus obras más significativas. Se considera que El Palacio de los Sueños es su obra maestra y no quería empezar por ella, sino acercarme hasta la cima de la montaña habiendo podido conocer antes sus laderas, así que empecé por El general del ejército muerto que fue su primera novela publicada. Según la información que encuentro en internet se publicó por primera vez en 1963, pero al final del libro existe la siguiente nota del autor: «Tirana, 1962-1966». Por lo que he leído en el prólogo de Crónica de piedra, a cargo de Ramón Sánchez Lizarralde, el traductor, Kadaré revisó más de una vez sus libros y en algunas de las siguientes ediciones los iba mejorando. Quizás esto fue lo que ocurrió con El general del ejército muerto, que se publicó por primera vez en 1963, cuando el autor tenía 27 años, y luego lo fue corrigiendo y modificando para ediciones posteriores. O quizás hay un error inicial en la página de la Wikipedia, o en algún otro lugar, que es arrastrado posteriormente en el resto de páginas.

 

En 1939 la Italia fascista de Benito Mussolini invadió Albania, creando un protectorado, situación que se prolongó hasta 1943. La narración de El general del ejército muerto empieza «veinte años después de la guerra», referencia que se repite más de una vez en el texto. Así que el tiempo narrativo del libro debe ser 1962-63. El algún momento se habla también de la guerra de Vietnam, que comenzó en 1964 y, teniendo en cuenta que el tiempo de la novela se prolonga durante unos dos años, estos deben de estar comprendidos entre 1962 y 1965.

 

El general ha recibido la misión de viajar a Albania, en la compañía de un cura, que también es militar (con grado de coronel), pero en la actualidad la misión del cura «solo figuraba como representante espiritual» (pág. 18). «El general dio a entender que él era el principal personaje de aquella misión», leemos en la página 18. Aunque el general esté al mando de la misión, dependerá, en más de una ocasión del cura, puesto que este sí estuvo durante la Segunda Guerra Mundial destinado a Albania y conoce el idioma albanés, habilidad de la que carece el general. El general ha recibido la misión de –tras un acuerdo entre su país y Albania– viajar a Albania para buscar y rescatar los restos de los soldados muertos de su país en la última guerra, y entregar estos restos a sus familiares. Aunque en todas las reseñas que se pueden leer sobre este libro en internet señalan que el general y el cura proceden de Italia, Kadaré se cuida de nombrar a este país de un modo directo, aunque, más tarde, cuando estos personajes lean el diario de un soldado que murió en Albania y que, queda claro que pertenece a su ejército, se citará al «duce» como responsable de la situación, y por tanto se hablará por fin de Mussolini e Italia.

 

«Sobre la tierra extranjera caía una mezcla de agua y nieve.» es la primera frase del libro, y resultará significativa, porque un mal tiempo perenne parecerá acompañar al general y al cura en su misión en Albania, un mal clima que se acabará convirtiendo en un símbolo de la triste misión que les ha sido encomendada a estos hombres. El general observará, desde la ventanilla del avión «la imagen amenazadora de las montañas», «tierras abruptas» o «sombrías laderas» y una sensación de irrealidad empezará a rondarle. «En aquellos abismos y barrancos, por toda aquella vastedad invernal, se pudría bajo la lluvia el ejército que él venía a exhumar.» (pág. 15). El clima como símbolo es muy importante en la composición de la novela, que se divide en dos partes, y entre las dos se producirá un salto temporal, en el que el narrador aludirá hablar de la primavera y el verano de las tierras albanesas, para dejarnos otra vez ante las inclemencias del segundo otoño del general y el cura. En otro momento del libro, el coronel recordará unos días que pasó en una playa de su país, antes de partir para su misión, y el narrador escribirá: «comenzaron a aparecer nubes en el horizonte, nubes negras cargadas de lluvia, que viajaban hacia el este, hacia Albania.» (pág. 115)

 

El general y el cura, de los que nunca sabremos los nombres, cuentan con listas que detallan, hasta cierto punto, la localización de las tumbas que han de buscar. Sin embargo, debido a diversas circunstancias, como el clima o la imprecisión de las localizaciones anotadas durante la guerra, la tarea no sea fácil. Además, tendrán que contratar a trabajadores locales que les ayuden y, allí por donde pasen, podrán sentir miradas de curiosidad, que pueden también mezclarse con el rencor que algunos aldeanos pueden sentir al revivir el pasado. Así mismo, la relación que se establece entre el general y el cura no siempre va a ser cómoda.

 

En algunos capítulos se nos mostrarán episodios del pasado del general, como las visitas que, tras saberse públicamente qué misión iba a llevar en Albania, empezará a recibir en su casa de familiares de los militares muertos allí. Todos ellos le rogarán que encuentre los restos de sus hijos, maridos, etc. Sobre todo, se destacará la relación que el general acabará tenido con la familia del coronel Z, cuya joven y bella viuda le pedirá encarecidamente que encuentre los restos de su esposo. Esta búsqueda del coronel Z, sobre cuya muerte existe un misterio, será uno de los leitmotiv de la novela. Es posible también que el coronel Z no haya sido la estupenda persona que su familia piensa que era.

 

La novela utiliza el recurso cervantino del relato dentro del relato. Así un camarero de Gjirokastra –ciudad natal de Kadaré– le contará a aquel la historia de un burdel de mujeres italianas que los invasores abrieron en su ciudad. O, como ya conté antes, el lector podrá acercarse a las páginas de un soldado desertor, que recibirá un juicio negativo por parte del general y el cura, al considerar su testimonio el propio de un «llorica sentimental».

Además, el general y el cura se irán cruzando por los caminos de Albania con otro militar de un ejército extranjero (posiblemente alemán), al que acompaña un alcalde, que ha de realizar una misión similar a la suya, aunque sus listas y localizaciones parecen más caóticas.

 

Kadaré irá haciendo descubrir al general, y con él al lector, cómo es el carácter y cómo son las costumbres de los albaneses. Así, por ejemplo, hablará de sus ideas ancestrales de venganza que, por lo que he leído en internet, es el tema central de su novela Abril quebrado (1978).

Será significativo para el lector observar los cambios que se irán produciendo en el orgullo del general al enfrentarse a su penosa misión, a la que acabará considerando miserable: «repatriar aquel gran ejército, reducido ahora a unas cuantas toneladas de calcio y fósforo.» (pág. 258) Esta idea del ejército de jóvenes muertos prematuramente se va también cargando de simbolismo, y hará que el libro cobre un profundo mensaje antibélico.

 

El tramo final de la novela, en el que se va acumulando la tensión narrativa y la melancolía, me ha parecido magistral. Es sorprendente la madurez que presenta Ismaíl Kadaré en su primera novela, que fue muy bien acogida en Francia y desde aquí se lanzó al resto del mundo, empezando a consolidar el prestigio del autor. El general del ejército muerto es una de las obras maestras de la segunda mitad del siglo XX.

domingo, 25 de mayo de 2025

Cartas III, El terror de la razón, por H. P. Lovecraft


Cartas III, El terror de la razón
, de H. P. Lovecraft

Editorial Aristas Martínez. 425 páginas. 1ª edición de 2024.

Traducción y edición de Javier Calvo

 

 

En 2023 leí Cartas I, Escribir contra los hombres, de H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937), que publicó la editorial Aristas Martínez. En 2024 leí Cartas II, Diario de sueños, que, al principio del proyecto, iba a ser una parte del segundo volumen de las cartas, editadas en español por Javier Calvo para la editorial Aristas Martínez, y al final se desprendió de ese libro y se publicó como un volumen independiente. A finales de 2024, Aristas Martínez publicó el tercer y definitivo volumen de estas cartas seleccionadas de Lovecraft, con el título de El terror de la razón. Como contaba Calvo en el volumen I de las cartas, Lovecraft llegó a escribir unas 75.000 cartas, de las que se conservan 10.000. En Estados Unidos existe una edición de las cartas completas, formada por 23 volúmenes.

 

El volumen I trataba sobre las ideas literarias de Lovecraft y las percepciones sobre su propia obra y la de sus amigos. En el segundo volumen se recogían los veintidós sueños que Lovecraft narró por cartas a sus interlocutores, y Calvo hacía el ejercicio de buscar en su obra artística si esos sueños se habían trasladado a las novelas y relatos del autor. Este tercer volumen es «de temática más amplia y dispersa», apunta Calvo en la primera página de su prólogo. A veces Lovecraft, en sus extensas cartas, desarrollaba ideas que podían tener la densidad de un ensayo, que luego usaba, con las mismas palabras, para publicarlos en periódicos amateurs.

 

Javier Calvo ha dividido los contenidos de este volumen en cinco partes. Calvo hace una introducción a cada una de las partes, que acaba siendo bastante significativa. En el volumen I, hacía una introducción al comienzo de cada año y aquí la introducción es por esa división temática, que él mismo ha decidido y que considera arbitraria. Así cada una de estas cinco partes recorren, en orden cronológico, todas las etapas vitales del autor.

A continuación voy a hablar un poco de cada una de ellas:

 

1) Un arte individual de la reminiscencia

Aquí Lovecraft habla de su relación con el pasado y el conflicto que le suponen los cambios históricos. Nos dirá Calvo que, en 1904, cuando muere el abuelo de Lovecraft el pasado se convierte para él en su auténtica patria, un espacio seguro y sin pérdidas.

«Todo lo que he amado lleva dos siglos muertos», leemos en la página 32, en una carta a Kleimer. Lovecraft se va a identificar sobre todo con el siglo XVIII y con la Roma clásica. En relación a la historia de Estados Unidos, respecto a la guerra de independencia de 1776 él se sentía a favor del rey británico y piensa que fue un error que Estados Unidos se desligara de Gran Bretaña.

«Es el mundo actual el que me parece más irreal y fantástico, y espero a medias despertarme y descubrir el mundo de 1903» (pág. 36)

Lovecraft ama Providence fundada en 1636, porque considera que es la más colonial e inglesa de las ciudades americanas. No le gusta la vida industrial y urbana, sino que añora un mundo de pueblos con casitas pintorescas.

En la página 52 me agrada leer las cartas que Lovecraft le manda a la escritora Zealia Brown Reed. Leí los tres relatos que escribió en colaboración con ella en el libro Más allá de los eones (La maldición de Yig, El montículo y La cabellera de Medusa), entonces firmaba como Zelia Bishop y esos cuentos fueron de los que más me gustaron de este volumen de relatos en colaboración.

 

Son interesantes las notas que Javier Calvo añade sobre los interlocutores de Lovecraft. Así conoceremos, por ejemplo, a Woodbum Harris, un granjero de Vermont, sin un interés aparente por la literatura, al que Lovecraft escribió tres cartas y entre las tres suman 250 páginas.

Para Lovecraft el futuro y el progreso carecen de significación concreta.

«El crecimiento inevitable de la era de las máquinas ha hecho que nuestro sistema económico de libre mercado sea obsoleto e impracticable, de tal manera que no podremos tener paz hasta que lo reemplacemos por algún nuevo sistema adecuado a las nuevas condiciones y que devuelva al hombre de la calle la capacidad para ganarse la vida.» (páginas 92-93).

 

2) La ética del espectador

Aquí Lovecraft hablará de la necesidad de crearse una ética individual. Calvo opina que Lovecraft, sin quererlo, se aproxima a las filosofías orientales, como el Tao, en su negación del deseo.

«La humanidad en su conjunto carece de meta o propósito.» (pág. 109)

«Apenas sé cómo es sentir emoción.» y «El erotismo pertenece a un orden inferior de instintos, y es una cualidad animal en lugar de noblemente humana.» (Pág. 111)

«Jamás he sentido el más mínimo interés por el romance y el afecto.» (pág. 112)

«Los mayores placeres no residen en las cosas frenéticas o animales, sino en las percepciones estéticas delicadas y en la tranquilidad no emocional.» (pág. 118)

Para Lovecraft, que se declara no creyente, Dios es la Razón.

Sí le gusta viajar a Lovecraft, de lo que saca «una sensación más intensa y emocionante de expansión, de sorpresa y de la inminencia de prodigios desconocidos.» Le gustaba viajar por las regiones más remotas de Nueva Inglaterra, buscando lo antiguo en las construcciones.

Aquí también, en alguna carta, Lovecraft habla de su sensación de fracaso vital y de falta de dinero: «Conozco a pocas personas cuyos logros estén más continuamente alejados de sus aspiraciones, o que en general tengan menos razones para vivir.» (pág. 170)

 

3) Una filosofía sin el hombre

Para Lovecraft el universo no tiene un plan central.

«Nuestra especie humana no es más que un incidente trivial en la historia del cosmos.» (pág. 193). Más adelante se referirá a las personas como «alimañas irrelevantes», piojos o insectos reptantes.

Al principio va a rechazar las teorías de Einstein y todo el cuerpo de la nueva física cuántica (de la que hablará bastante en sus cartas), para acabar aceptando sus preceptos.

No sabemos nada del cosmos y la religión le parece un mito falso.

No le gustan los escritores de ciencia ficción que muestran la vida en otros planetas como si fuesen muy parecidos a los humanos, lo que a Lovecraft le parece muy improbable.

 

4) Del fascismo ilustrado al socialismo racional

Antes del crack de 1929, Lovecraft se consideraba archiconservador, partidario de un orden monárquico y aristocrático. De hecho, hasta 1930 escribió muy poco sobre política en sus cartas.

Lovecraft se sentirá contrario al movimiento de independencia de Irlanda, porque él se siente profundamente anglosajón y británico.

En las 15 únicas cartas en las que habla de política, antes de 1930, Javier Calvo lo retrata como «un pobre hombre desconectado de la realidad» (pág. 284)

Lovecraft sentirá una simpatía inicial por el fascismo de Mussolini y, en menor medida de Hitler, al que ve como un imitador de Mussolini.

«En realidad, el fascismo que Lovecraft quiere para América es un socialismo cultivado y humanístico, dirigido y controlado por una élite funcionarial ilustrada y altamente preparada.», dice Calvo en la página 287.

A pesar de que a Lovecraft casi no salía de su casa, en la que vivía con dos tías, le gusta verse a sí mismo como un hombre de acción, como un soldado. Es particularmente cómico este párrafo de la página 302: «¿Es que vamos a ser tan mujeriles como para preferir la vocecilla emasculada de un árbitro al sediento grito de un guerrero de barba rubia y ojos azules? ¡El único poder seguro en el mundo es el poder de un brazo derecho velludo y musculado!» Aseveraciones como esta me hacen pensar que Lovecraft era un homosexual reprimido, a pesar de que se casó con una mujer, durante un breve periodo de tiempo, y que en alguna carta mostraba su aversión por los homosexuales.

 

Según avanzan los años 30, Lovecraft va cambiando sus posiciones políticas del fascismo fantasioso, hasta posiciones más sociales, para evitar una revolución popular. Al final, será partidario de las políticas del New Deal de Roosevelt. Tampoco le gustará la prohibición de Hitler de prohibir los libros escritos por judíos.

«Lo que necesitamos, sin duda, está bastante más a la izquierda que el New Deal.» (pág. 346)

 

5) El problema de las razas

Javier Calvo ha dejado para el final este tema, porque es el más controvertido del libro. Dice que lo podía haber ocultado, pero que le parecía su obligación mostrar todas las facetas de la personalidad de Lovecraft y el racismo es importante en la configuración de su semblante. Calvo no quiere blanquear a Lovecraft.

Calvo señala que existió el proyecto de erigir en Providence una estatua de Lovecraft, pero al final se rechazó por su racismo. Ya he contado alguna vez que yo estuve en Providence, buscando las huellas de Lovecraft y que me extrañó que, salvo una placa en el patio de la universidad, no había nada que recordara la vinculación del autor con su ciudad. Me doy cuenta ahora de que se debía a este problema.

Dice Calvo que algunos de los biógrafos de Lovecraft han tratado de minimizar su racismo, considerando el contexto de su época, pero él señala que, incluso así, Lovecraft estaba entre los individuos más retrógrados con este tema de los nuevos Estados Unidos.

Sobre todo, Lovecraft echaba pestes de los extranjeros con los que se encontró en Nueva York, cuando se mudó allí con la idea de ganarse la vida y no pudo conseguirlo, como vimos en el volumen de Cartas I. Lovecraft tenía una idea anticuada sobre la ciencia biológica en lo que respecta a los seres humanos, y pensaba erróneamente que blancos, negros, eslavos u orientales no tenían ancestros comunes. Algunas de las opiniones que aparecen en las cartas de esta sección sobre los negros son realmente terribles y he decidido no reproducir aquí ninguna de muestra.

 

De los tres volúmenes de cartas, el que me sigue resultando más interesante y emocionante es el primero, donde Lovecraft hablaba de sus aspiraciones y fracasos literarios. Era un libro que, incluso, alguien que no fuese fan de Lovecraft, pero que sí estuviera interesado en los procesos creativos de los escritores podría disfrutar. En cambio, estas Cartas III creo que están destinadas, de forma más específica, a los fans de Lovecraft, que quieran conocer más rasgos de su personalidad.

Me sigue quedando por leer su libro de ensayos, que publicó Páginas de Espuma. A ver si lo leo pronto.