El Palacio de los Sueños, de Ismaíl Kadaré
Editorial Alianza. 242 páginas. 1ª edición de 1981; ésta es de 2024.
Traducción de Ramón Sánchez Lizarralde
Ya he contado que me propuse leer en
2025 a Ismaíl Kadaré (Gjirokastra, Albania; 1936
– Tirana, 2024) y le
solicité a la editorial Alianza tres
libros suyos. Después de leer El general del ejército muerto
(1963) y Crónica de piedra (1971), me he acercado a El Palacio de los Sueños
(1981), que es la novela que suele considerarse la obra maestra del autor. En
las dos anteriores, el tiempo narrativo de las novelas se correspondía con
momentos vividos por Kadaré. La acción de El
general del ejército muerto se situaba «veinte años después de la guerra»;
es decir, en 1962 o 1963, y la acción de Crónica
de piedra nos llevaba hasta la infancia de Kadaré, hasta sus propias
vivencias de la guerra, en 1942 o 1943. La acción de El Palacio de los Sueños nos conduce hasta el Imperio otomano del
siglo XIX, a una Albania en la que la gente se mueve en carruajes y su país
forma parte de un territorio mucho más grande.
El Palacio
de los Sueños comienza de un modo que enseguida me ha remitido a
las otras dos novelas que llevo leídas del autor: mostrando una escena de mal
tiempo atmosférico. «La mañana era húmeda y ventosa» es la primera frase del
libro. Las escenas principales de los libros de Kadaré suelen compartir el
mismo telón de fondo: la lluvia, la bruma, la nieve, el frío, la oscuridad… Son
novelas que transcurren en los meses de otoño e invierno, y cuando llega la
primavera y el verano se produce un salto temporal. La novela acabará «una
tarde a finales de marzo» y su protagonista, a través de la ventana de un
carruaje, observará signos de la llegada de la primavera en un parque. «A dos
pasos de él sabía que se encontraba la renovación de la vida, la calidez de las
nubes, las cigüeñas y el amor, todo lo que había fingido ignorar, temeroso de
que pudiera arrancarlo del hechizo del Palacio de los Sueños.» (pág. 242). Es
decir, la novela transcurre durante los meses de otoño e invierno y finaliza
cuando va a llegar la primavera y el buen tiempo, algo que –por lo que llevo
leído– no ocurre en las novelas de Kadaré, en las que el clima adverso se
convierte en un elemento simbólico que va añadiendo capas de ominosidad en las
escenas.
El protagonista de la novela es
Mark-Alem, un joven de veintiocho años, que pertenece a la influyente familia
de los Quyprilli. La novela comienza la mañana en la que Mark-Alem entra en el
Palacio de los Sueños para realizar una entrevista de trabajo. Desde el
comienzo, desde que Mark-Alem atraviesa las puertas del Palacio de los Sueños,
o el Tabir Saray, una sensación de irrealidad comenzará a invadirle, igual que
al lector. «El pasillo era largo y sombrío. Las puertas desembocaban en él por
decenas, altas y sin numeración. Contó once y se detuvo.», leemos en la página
2. La sensación de extrañeza y amenaza será constante en el Palacio de los
Sueños. Tanto el espacio físico, repleto de pasillos y puertas, de problemas
para recordar el camino recorrido, una vez realizado, y las personas, que
parecen comportarse de un modo distante, con Marl-Alem, le recordarán al lector
al universo creado por el checo Franz
Kafka en obras como El castillo (1925, escrita entre
1914 y 1915). El hecho de ir a ser el primer día de trabajo de Mark-Alem
propicia que se encuentre con varios personajes que le van a hablar del
funcionamiento y de los orígenes del Palacio de los Sueños. Este recurso
permitirá también al lector conocer los secretos del lugar: «Nuestro Palacio de
los Sueños, creado por deseo expreso y personal del Sultán soberano, tiene como
misión clasificar y examinar no ya los sueños aislados de las personas
individuales las cuales, por una u otra razón, constituían antes una esfera
privilegiada y detentaban en la práctica el monopolio de las predicciones
mediante la interpretación de los signos divinos, sino el Tabir Total, dicho de
otro modo, el sueño de todos los súbditos sin excepción.» (Pág. 31). Como nos
dice en el prólogo, el traductor Ramón
Sánchez Lizarralde, Kadaré quería crear en esta novela «un infierno». En
esta fábula, el control que ejerce el Estado sobre los ciudadanos es tal que
éstos están obligados a trascribir sus sueños, cada vez que despiertan (y si no
saben escribir, habrán de visitar a un escriba para que lo haga por ellos) y
hacerlos llegar al Palacio de los Sueños. En él, los funcionarios tendrán que
clasificarlos, o desecharlos, hasta que lleguen al poderoso departamento de
Interpretación, donde se analizará si el sueño, que ha creado la mente de algún
ciudadano, puede representar un mal augurio para el futuro del Imperio; y ese
sueño podría convertirse en el Sueño Maestro, aquel que puede predecir las
catástrofes y que permitirá a las autoridades anticiparse.
El Palacio de los Sueños acabará
siendo una metáfora de la situación de control estatal que vivían los
ciudadanos en la Albania de Kadaré, bajo el régimen de Enver Hoxha. Como
Kadaré, en el momento de escribir este libro, aún vivía en Albania –más tarde se
acabaría exiliando a Francia– tuvo que situar su historia en el siglo XIX para
que pudiera pasar la censura gubernamental. Aun así, en 1982 Kadaré será
criticado públicamente por la publicación de este libro, que fue condenado al
silencio durante los siete años siguiente, y cuando se volvió a publicar en
1988, se hizo con la advertencia (estoy parafraseando el prólogo del traductor
Ramón Sánchez Lizarralde) de que había sido «revisada». Así que, en este caso,
la edición definitiva de la novela, a diferencia de otras, que se retocaron con
posterioridad por motivos estéticos o de madurez estilística, la versión
definitiva de esta novela consistió en recuperar su forma original.
El trabajo de Mark-Alem en el
Palacio, a pesar de que va ascendiendo posiciones, nunca parece ser agradable y
lo vive siempre con angustia, con el temor a equivocarse y ser reprendido o
despedido por ello. En uno de los capítulos se describe un día libre, en el que
intenta recuperar sus viejos hábitos y visitar, por ejemplo, el café al que
solía ir. Esta visita se acabará tornando desagradable cuando se dé cuenta de
que el dueño del local y el resto de la parroquia saben que ha empezado a
trabajar en el Palacio de los Sueños, lo que le convierte en una persona con un
poder temible.
El destino de la familia de
Mark-Alem –los poderosos Quyprilli– se irá complicando con el del sultán, con
quien parecen tener más de una rencilla del pasado pendiente. Los Quyprilli son
tan poderosos que existen rapsodas en los Balcanes que cantas epopeyas sobre su
pasado. Como ya he ido viendo que las novelas de Kadaré están, hasta cierto
punto, conectadas entre sí, creo que este tema de los rapsodas tiene que ver
con el argumento de El expediente H., donde unos estudiosos anglosajones viajan a
Albania para encontrar a estos rapsodas y entender así los cantos de Homero.
El Palacio
de los Sueños, es una novela sólida, muy bien construida, con
toques poéticos –sobre todo cuando se describen los sueños que Mark-Alem tiene
que analizar–, y un aire de amenaza y extrañeza perennes sobre lo contado. Sin
embargo, considero que la dependencia de la obra de Kafka acaba haciendo que
prefiera las otras dos novelas de corte más realista que he leído de Kadaré, El general del ejército muerto y Crónica de piedra. En cualquier caso, el
nivel de las tres obras es realmente alto.
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