He estado de vacaciones 17 días en Estados Unidos, un viaje que incluía como destinos Nueva York, Boston, Salem y Providence. Había visitado antes una sola vez en este país, durante dos semanas en el año 2000, cuando trabajaba de auditor y la empresa norteamericana que me contrató nos llevaba a los nuevos a realizar el conocido coloquialmente como “curso de Chicago”; aunque, en realidad, se impartía en medio de los campos de Illinois en un enorme complejo, y sólo pudimos visitar la ciudad durante un sábado (pasado el mediodía) y un domingo. En esta ocasión mi novia y yo pudimos dedicar todos los días al turismo.
Nueva York es una ciudad que pertenece ya al imaginario colectivo tanto literario como cinematográfico y es fácil visitarla como si uno se moviera (siento el tópico) por un decorado de una película de Woody Allen. Aunque también es observable lo contrario: uno puede darse cuenta en NY de cómo la realidad imita al arte. Basta con ir de paseo a Little Italy, el barrio de los italianos a principios del siglo XX, ahora dos calles repletas de restaurantes, con personas contratadas en las puertas, figurantes, que imitan a los actores de las películas de italoamericanos de los años 70 ó 80. Nos ocurrió la última noche: entramos en uno de estos restaurantes italoamericanos y sin abrir la boca se dirigieron a nosotros en español, todo el personal era argentino, salvo un puertorriqueño. Nos reímos después al ver cómo el maitrre bonaerense se asomaba a la puerta para llamar a unos clientes que consultaban la carta, diciendo: "Hey guys, how are you?", pero, desaparecido su acepto argentino lo pronunciaba con acento italiano, como si fuese Joe Pesci. Y después, cuando los clientes entraron al local, intentaba no hablar, porque resulta que eran argentinos, que por supuesto descubrieron el juego y se reían por lo bajo.
Recorrimos a pie (en diferentes días) casi toda la isla de Manhattan, sin buscar en principio rincones literarios; aunque siempre nos acabábamos topando con alguno. Por ejemplo, en la siguiente foto se muestra
la White Horse Tavern, que según un artículo que encontré en Internet era el local favorito de
Allen Ginsberg,
Jack Kerouac y
Norman Mailer:
Pasamos también por Washington Square. En el número 7 de esta plaza vivió Edith Warthon y en el 21 Henry James. No busqué estos lugares porque ese día hacía un calor insoportable y además me había dejado la información (que ahora consulto) en el hotel.
Visitamos el Lower East Side con la idea de descubrir la esencia del antiguo barrio judío de Manhattan y los escenarios de la novela Llámalo sueño de Henry Roth. Comprobamos que ahora el barrio ha pasado a ser principalmente un aledaño de Chinatown, como se puede ver en estas dos imágenes, en un lado de la calle la sinagoga y al otro una concurrida acera de locales chinos:
Inevitablemente visité Central Park pensando en Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. Éste es el estanque del que Holden se preguntaba qué hacían los patos en invierno:
También en Central Park existen dos estatuas que homenajean a
Hans Christian Andersen y a
Alicia en el país de las maravillas de
Lewis Carroll:
Para leer durante el viaje me llevé
la Antología del cuento norteamericano, editada por
Richard Ford, en la que bastantes de sus relatos (al menos de los primeros) transcurren en Nueva York, y ahora, visitando la ciudad, ya podía ubicarme si me estaban hablando de la calle 10, de la 40 o de la 110.
Me apenó ver que cerca de Madison Square Garden cerraban una librería BORDERS enorme. Me gustaba mucho visitar las librerías de esta cadena cuando iba a Londres. Supuse que cerraban porque el metro cuadrado de suelo útil debe de ser muy caro en Manhattan y, como me informé en Internet antes del viaje, algunas librerías emblemáticas de Nueva York dedicadas al libro en español, en concreto las librerías Lectorum y Macondo, cerraron sus puertas en 2007.
En el BORDERS de Manhattan los libros tenían un 20 o 30 % de descuento y compré Dr. Futurity, una novela de ciencia ficción de Philip K. Dick que no está traducida al español.
Me gustó mucho una librería llamada McNally & Jackson, que estaba en el 52 de la calle Prince, muy cerca de Little Italy. Además de librería era un espacio cultural con cafetería, coloquios sobre libros, incluso sobre libros en español, y en un rincón (cerca de la sección de libros en español) vi a una chica dando una clase particular de nuestro idioma. Aquí compré el libro de relatos Dusk de James Salter, que creo que no está traducido al español, y el primer libro de relatos de Juan Villoro, La noche navegable, editado en México y que no ha llegado a España.
Llegamos a Boston, cuna de Edgar Allan Poe, pero nada en la ciudad (al menos que descubriéramos) recordaba este hecho; quizás se deba a que Poe era hijo de una pareja de actores itinerantes que murieron antes de que él cumpliera los tres años, y es posible que no tuvieran una residencia fija en la ciudad.
Aquí ya me di cuenta de que la crisis de las librerías BORDERS no sólo afectaba a la de Nueva York, porque la de Boston también estaba a punto de cerrar, igual que luego la de Providence. Leo ahora en Internet que la cadena BORDERS se ha declarado en quiebra y va a cerrar todas sus tiendas en Estados Unidos. Una mala noticia para el mundo de los libros. Imagino que las ventas de libros por Internet (Amazon) o el auge de los e-books, o que simplemente la gente no lee, han provocado el cierre.
En el BORDERS de Boston, aprovechando el descuento por cierre, compré un libro de Alfaguara en español: Palomos, del dominicano Pedro Antonio Valdez. Está editado en República Dominicana e imagino que se ha puesto a la venta en Estados Unidos pensando en los dominicanos que viven allí. No creo que este libro llegue a España, porque hojeándolo he observado que el vocabulario no es muy fácil para un lector medio español, ya que está escrito en un registro callejero dominicano.
En Boston también me gustaron las librerías de segunda mano Raven. En una de ella compré de saldo –porque está nuevo- una de las novelas realistas de Philip K. Dick y que tampoco está traducida al español, a pesar de que hace un par de años una editorial anunció que iba a hacerlo. La novela se titula The man whose teeth were all exactly alike, y el nombre me sonaba ya de adolescente. Según la contraportada ésta era la novela de no ciencia ficción que Dick prefería entre la decena que escribió y que nunca le publicaron en vida. Había más, a precios muy baratos, a 5 ó 7 euros al cambio, pero me contuve: al final sé que no puedo leer con demasiada soltura en inglés.
Desde Boston, a media hora en tren, se encuentra Salem, un pueblo muy conocido y turístico debido a los procesos por brujería que tuvieron lugar allí. Además de por su pasado de fanáticos religiosos el pueblo también muestra otra cara literaria, ya que es el lugar de nacimiento de Nathaniel Hawthorne.
Aquí visitamos
la Casa de los siete tejados (
The house of the seven gables), construida en 1668, una de las más antiguas de Estados Unidos, y que supuestamente sirvió de inspiración para la novela homónima de Hawthorne (el nombre con que publicitan a la casa está extraído de la novela, publicada en 1851). Esta foto es de dicha casa:
Y anexa a ella, la visita a la casa de los siete tejados incluye la entrada en otra casa más pequeña, que supuestamente es la casa de nacimiento de Hawthorne, que estaba en otra parte del pueblo y luego fue trasladada allí. En realidad, ni el mismo guía que nos lo contaba parecía creer en ello. Seguramente un caso similar al de la casa de Cervantes de Alcalá de Henares o la de El Greco en Toledo. Esta es la supuesta casa de nacimiento de Nathaniel Hawthorne:
Y ya al final del viaje nos acercamos hasta Providence; y si durante el resto de visitas -Nueva York, Boston o Salem- no primaba, sobre otros elementos del turista habitual, el literario, he de decir que, al menos por lo que a mí respecta, la visita a Providence la configuré desde el primer momento como una visita literaria. Conservo de la adolescencia el nombre de dos lugares para mí míticos, el Berkeley de Philip K. Dick y el Providence de H. P. Lovecraft.
Estaba en la estación de autobuses de Boston, ante el letrero del autobús que íbamos a tomar, y leía ese nombre, Providence, y me embargaba la emoción adolescente.
Lovecraft fue uno de mis autores de cabecera durante la adolescencia. Y le he vuelto a leer, ya de adulto, pasaba la treintena, en las cuidadas ediciones de Valdemar, y he encontrado que me sigue fascinando casi tanto como el primer día.
El volumen dos de las Obras completas de Valdemar, comienza con la novela El caso de Charles Dexter Ward, donde según los editores se observa el amor de Lovecraft por su ciudad, pues hace aparecer en ella a un gran número de sus edificios históricos.
Llegamos a Providence a mediodía, y, después de comer, mi novia estaba cansada y le apeteció quedarse en el hotel. Teníamos la idea de realizar un itinerario sobre los lugares de Lovecraft, siguiendo un mapa extraído de Internet (pinchar
AQUÍ) al día siguiente. Yo con el mapa que nos habían proporcionado en el hotel emprendí el camino hacia la
calle Angell, donde se suponía que había estado la casa natal del autor. Ya nos había advertido un librero, horas antes, que la ciudad no promocionaba nada la figura de Lovecraft, que sólo la tumba se podía visitar.
Avanzo por la calle Angell, y voy sacando fotografías a casas de un estilo que la guía define como neogótico, y que es una mezcla entre el alemán tirolés y las casas con torreones de los cuentos de terror. Y me sonrío porque me imagino a Lovecraft paseando por aquí 100 años antes, me lo imagino perfectamente, al anochecer, con su cara seria, rascándose con desaprobación su mandíbula prominente, soñando con sus monstruos particulares. Fotografío una casa histórica, el Estudio Fleur de Lys, en el 7 de Thomas Street, que fue usada por Lovecraft como hogar del personaje Henry Anthony Wilcox en La llamada de Cthulhu. Es ésta:
En el número 454 de Angell, donde tenía que haber estado la casa en la que nació Lovecraft me encuentro con un Starbucks, y enfrente una librería, donde los libros de H. P. L. ni siquiera están destacados. Ya sé que para mí Providence, desde la adolescencia, ha significado Lovecraft y que para la gente que vive o trabaja aquí no significa más que esto último. De todos modos, acabo comprando otro libro: Una casa en la calle Mango, de Sandra Cisneros.
Sigo andando y llego al 598 de Angell, donde vivió Lovecraft entre 1904 y 1924. En el solar que estuvo su casa ahora está esta:
En la misma calle Angell, de vuelta al hotel, fotografía Hamilton House, en el número 276, de cuya naturaleza malsana hablaba Lovecraft en carta a sus amigos. Ahora es una residencia de la tercera edad:
Y el domingo 7 de agosto, día programado para seguir el tour de Lovecraft, amaneció lloviendo abundantemente. Como volvíamos a Nueva York al día siguiente, no nos quedó más remedio que esperar a que acampara un poco y visitar Providence bajo la lluvia y la pobre protección de dos paraguas. En realidad sólo a nosotros parece importarnos Lovecraft, o somos los únicos que unimos como un binomio estas palabras: Providence-Lovecraft, porque en la ciudad lo que se está celebrando bajo la lluvia es un maratón suburbano. Una ciudad, por otra parte, Providence, con un aspecto rico, con altos hoteles que parecen promover un turismo de campos de golf y paseos en yate, bastante alejado de cualquier mundo de terrores acuáticos o evadidos de sueños malsanos.
El recorrido marcado principalmente se desarrollaba entorno a la calle Benefit, una de las más antiguas de la ciudad, con casas que muestras orgullosas en sus fachadas las fechas de su construcción, la mayoría del siglo XIX y algunas del XVIII.
Para llegar a la calle Benefit primero pasamos por la calle Church, cuyo cementerio obsesionó tanto a Poe como a Lovecraft. Éste es:
En el 88 de Benefit se encuentra la casa de Sarah Helen Whitman, poetisa cortejada por Poe. Ésta es:
En el 135 de Benefit está Stephen Harris House, usada por Lovecraft para el relato La casa evitada. Ésta:
En los números 175-185 de Benefit existe un edificio de apartamentos despreciado por Lovecraft, ya que (según sus palabras) “este miserable ultra-moderno edificio de apartamentos sustituye a las pocas casas reales que quedan en el país”. La verdad es que Lovecraft debía de tener ya una visión de su ciudad anticuada para su época. Este es el edificio:
En el 10 y 11 de la calle Thomas, Lovecraft y sus tías asistían a exposiciones de arte. Aquí:
En el 251 de Benefit está el Ateneo, frecuentado por Lovecraft y donde Poe cortejó a Sarah Helen Whitman:
En la siguiente foto aparece la biblioteca John Hay, en el 20 de la calle Prospect, lugar frecuentado por Lovecraft. Se supone que posee la mayor colección de manuscritos del autor, pero no pudimos verlo porque era domingo y estaba cerrado (no sé si se exponían al público):
Y junto a la biblioteca existe una placa que conmemora a nuestro autor, erigida en 1990 gracias a S. T. Joshi, Murray, John Cooke y los amigos de Lovecraft. Esta es toda la gloria literaria que su ciudad natal dedica a Lovecraft:
En el 10 de la calle Barnes estuvo el hogar de Lovecraft entre 1926 y 1933:
En el 140 de Prospect Street esta Halsey House, que tenía fama de estar encantada en los tiempos de Lovecraft:
Sé que tengo más fotos de casas en las que supuestamente se sitúa la acción de El caso de Charles Dexter Ward, pero, entre la lluvia y el cansancio no estoy seguro de cuál es cuál; de hecho, la guía que seguíamos tampoco parece estar segura y propone varias. Creo que estas se pueden incluir en esa categoría:
Tras casi tres horas de luchar contra la lluvia, de refugiarnos en porches, de aprovechar momentos de calma en la tormenta, completamos el recorrido y volvimos al hotel. Comimos como a las 4 de la tarde, una hora impensable para un norteamericano y estábamos solos en el restaurante del hotel. Fuera comenzó de nuevo a llover con fuerza. Sobre las cinco paró la lluvia y aunque me sentía algo enfermo, constipado o con gripe, me dio cargo de conciencia quedarme en el hotel. Llevaba 20 años soñando con Providence, con una idea difusa y por supuesto falsa de una ciudad surgida de la mente de un escritor cercano a la perturbación permanente. Así que tomé un café en el Starbucks del hotel y con un plano que me habían impreso en la recepción, una ruta para coche, me encaminé hacia el cementerio Swan Point con la idea de visitar la tumba de Lovecraft (recuerdo hace muchos años una historia: el amigo de un amigo viaja a Estados Unidos y le trae de recuerdo a mi amigo una piedra; pero no es una piedra cualquiera, es una piedra tomada de la tumba de Lovecraft, y mi amigo la expone en su librería).
Temo que vuelva a llover, pero brilla un tímido sol sobre la ciudad empapada. Consigo llegar a la calle Butler, una calle con un bullevar por el que corre la gente o anda haciendo marcha atlética entre mansiones. Después de una hora y cuarto de andar deprisa, llego a las puertas del cementerio. Leo en la entrada que cierran a las 7. Tengo 35 minutos para encontrar la tumba. El lugar parece inmenso y vacío. Hay una casa para atender a las visitas, me acerco y su puerta está cerrada. Por el cristal veo el material impreso para visitantes del cementerio, imagino que allí estará marcado el lugar donde se encuentra la tumba que busco. No hay nadie, me percato de que va a ser casi imposible encontrar la tumba sin ninguna indicación. Me pongo a andar deprisa, pienso en Tuco en la película El bueno, el feo y el malo, buscando también una tumba en un cementerio.
Swan Point es un cementerio anglosajón; es decir, un espacio sin casi ninguna lápida en el suelo, sólo señales verticales, con árboles, colinas, caminos para ir en coche. Todo está mojado, cae el sol y no hay nadie en ninguna parte de este recinto inmenso. Veo a una familia que se ha bajado de un coche, me acerco con cuidado, para no asustarles. El hombre está inclinado sobre una tumba y le cuenta algo a sus dos hijos pequeños. Pregunto por Lovecraft a la mujer y me dice que es la primera vez que entran allí y que su marido está fascinando porque ha encontrado una tumba con su nombre. Sigo andando, un rato después detengo a un ciclista, un chico joven, pelirrojo, con sobrepeso. Me escucha, ladea la cabeza y sin mirarme me dice que no puede ayudarme, y me fijo en cómo se marcha cantando o hablando solo mientras pedalea. Camino entre colinas, tumbas, árboles, miro el reloj, veo que van a ser las 7 y sin indicaciones va a ser imposible hallar lo buscado. Me encamino hacia la salida, tampoco la encuentro, cae el sol, no hay nadie. Temo encontrarme con las puertas del cementerio cerradas y una sensación de soledad y absurdo, de que ya tengo 37 años y no 17, se apodera de mí. Y me paro y me río, y me doy cuenta de que aunque me cierren las puertas la valla de piedra es de un metro de altura. Y de que sin un mapa y sin luz no voy a encontrar nada.
Estas son las fotos del cementerio donde no encontré la tumba de Lovecraft: