jueves, 29 de mayo de 2014

Mi nueva novela: una reflexión sobre las portadas y las sinopsis

Cuando en 2012 Francisco Portela –del blog Un lector indiscreto- tuvo la gentileza de organizar una lectura conjunta, con personas que conocía de otros blogs, para comentar mi novela Acantilados de Howth, me llegué la grata sorpresa de que las reseñas de mi primera novela publicada -en estos blogs- fuesen bastante elogiosas. Gracias a los comentarios que los lectores de los blogs en los que iban apareciendo las reseñas dejaban allí, pude percatarme de varias cosas relevantes: no todo el mundo usa para elegir los libros que lee los mismos criterios que yo, que suelen basarse en la fiabilidad de la editorial que edita el libro (si se trata de novedades) y en la posición del autor dentro del canon crítico si se trata de autores consagrados.
Muchas personas, al valorar novedades, se fían de las reseñas que encuentran en blogs (yo también); pero además juzgan un libro por su portada y por la sinopsis de su contraportada. Alguna persona comentaba, en los blogs citados, que había leído reseñas positivas sobre mi libro, pero no se había decidido a acercarse a él porque no le gustaba la portada o porque no le había convencido la sinopsis de la contraportada.

La portada de Acantilados de Howth la hicieron los editores de Baile del Sol a partir de unas fotografías que yo les envié, tomadas por mi hermano en Irlanda con una cámara de no demasiada calidad. El resumen de la contraportada lo escribí yo, y traté de mostrar el contenido del libro sin hacer demasiado énfasis en lo contado.

Cuando hace años leía las sinopsis de los libros no sabía -como sí sé ahora- que la mayoría de ellas las suele escribir el propio autor. Es decir, que cuando usted lee en la sinopsis de un libro que esa novela tiene “un ritmo trepidante”, “es una historia inolvidable”, “es una maravillosa novela”, etc., o mejor aún, el clásico “X es uno de los mejores escritores de su generación”; esos maravillosos, trepidantes e inolvidables son adjetivos que otorga el autor (uno de los mejores escritores de su generación) a su propia novela.

Esta vez, al publicar mi segunda portada, he tratado de cuidar más los detalles. Creo que la portada de El hombre ajeno es mucho más atractiva que la de Acantilados de Howth. Y esta portada de El hombre ajeno, con ese avión antiguo que parece querer abandonar el libro, es mucho más sugerente que la primera portada propuesta por el diseñador de la editorial. Y la idea del diseñador no era mala, en la primera versión de la portada aparecía una bandera formada por tres adoquines (azul, blanco, azul), que simbolizaba la dureza de la guerra de El Salvador (un elemento importante en la novela); pero, aunque el juego metafórico me gustaba, me parecía que se estaba produciendo un error de marketing, ¿cuántos posibles lectores españoles iban a reconocer de un vistazo los colores de la bandera de El Salvador?
El avión de la portada es mucho más sugerente y encierra un misterio, ¿por qué esta novela de título tan existencialista, y cuyo protagonista es un mostoleño de principios del siglo XXI, tiene un avión antiguo en la portada?

He tratado también de escribir un texto más sugerente para la sinopsis, esquivando siempre calificar a mi novela con adjetivos que considero que han de serle adjudicados desde fuera. He hablando también en este resumen de las influencias literarias bajos las que escribí la novela. Espero que la presentación de El hombre ajeno haya mejorado respecto a Acantilados de Howth, así como también espero (por supuesto) que haya mejorado la escritura en sí misma.

Dejo aquí las dos portadas y las dos sinopsis para que el lector pueda juzgar por sí mismo:

Portada de El hombre ajeno:




Sinopsis de El hombre ajeno:

¿Es el salvadoreño Héctor Meier Peláez uno de los más grandes poetas ocultos de las últimas décadas? ¿O es más bien un guerrillero sanguinario, muerto prematuramente en la vorágine de la violencia centroamericana?

Juan Linares, que ha dedicado varios años a investigar la vida y la obra del salvadoreño, se inclina por la primera opción, aunque frente a sí mismo ha de reconocer que, además de la obra de Meier, también le fascina su estrecha relación con la violencia.

Mientras compagina sus investigaciones literarias con un trabajo de carga y descarga de camiones en una nave industrial, Juan tendrá la oportunidad de indagar en su relación conflictiva con los hechos violentos que marcaron el fin de su infancia.

Deudora de algunos de los más relevantes escritores hispanoamericanos de los últimos años, como Roberto Bolaño o Rodrigo Rey Rosa, El hombre ajeno construye una trama detectivesca en la que el protagonista busca, en la biografía de un poeta maldito, las pistas para entender su propia vida.


Portada de Acantilados de Howth:




Sinopsis de Acantilados de Howth:
Howth es un pueblo pesquero situado al norte de la bahía de Dublín. Las vistas que brinda un paseo por sus acantilados han sido descritas por el escritor H. G. Wells como de las más bellas del mundo. Para Ricardo, el narrador de esta historia, Howth supone además el punto de fuga hacia el que con frecuencia se evade su memoria y su nostalgia.
Ricardo, doblemente licenciado en Administración y Dirección de Empresas y en CC. Económicas, poeta casi por accidente, llegó a Dublín a punto de cumplir los veinticinco años con la idea de perfeccionar el inglés durante seis meses, sin saber que la ciudad y las personas que iba a conocer allí le atraparían durante más de dos años y medio. Ahora, con treinta años, contable en una empresa del Campo de las Naciones en Madrid, casado, aunque tal vez a punto de divorciarse, reflexiona sobre su vida y su pasado, sobre todo lo que dejó en Irlanda y sobre el transcurso del tiempo.
Una novela sobre la juventud y su pérdida, sobre los momentos que vivimos sin saber que configurarán las claves de nuestro futuro.

Firma en la Feria del Libro de Madrid 2014:

Estaré firmando ejemplares de El hombre ajeno en la caseta 275 (Librería Atticus Finch) el jueves 5 de junio de las 19:00 hasta las 21:00 horas

martes, 27 de mayo de 2014

El hombre ajeno, portada

Quería mostrar hoy aquí la portada de mi nueva novela, titulada El hombre ajeno.
Me gusta mucho la sobriedad de esta portada, con la silueta de ese avión biplaza que parece querer escaparse del libro; y que en cierto modo lo simboliza.

En El hombre ajeno he tratado de indagar sobre la formación de la identidad del individuo, la violencia y la esencia del arte.
Además de situar la historia en mis escenarios habituales (principalmente Madrid y las ciudades del sur de la Comunidad, como Móstoles o Fuenlabrada), me apeteció añadir escenas situadas en lugares en los que nunca he estado; principalmente en El Salvador, pero también en Ucrania.


Ya iré hablando más de este libro.





domingo, 25 de mayo de 2014

Alabanza, por Alberto Olmos

Editorial Random House. 376 páginas. 1ª edición de 2014.

Ya he comentado en el blog dos novelas de Alberto Olmos (Segovia, 1975), y ya he escrito aquí que he leído prácticamente casi todo lo que ha escrito, y que empecé con él en 1999 con A bordo del naufragio. En la reseña de Ejército enemigo escribí una larga introducción sobre mi relación con la obra de Olmos (ver AQUÍ). En esta reseña también apuntaba que lo conozco en persona. Sin ir más lejos, el mismo día en que acabé de leer Alabanza –en el autobús que por las mañanas me lleva al colegio donde trabajo–, quedé a tomar algo con él. En un bar de la calle del Pez, él pidió… (no, es broma; que luego me dice que escribo unas reseñas muy indiscretas).

Como le ocurre al personaje de Alabanza, al propio Olmos no le gusta hablar de lo que está escribiendo; pero, gracias a alguna conversación, yo sabía que en los últimos tiempos estaba enfrascado en la escritura de su novela más larga hasta la fecha y que el tema podía ser rural. Durante estas vacaciones de Semana Santa me acerqué a la Fnac de Callao y compré Alabanza, que he leído con la calma de las vacaciones, dedicándole a la lectura más tiempo que el que habitualmente me puedo permitir.

La novela comienza cuando la pareja protagonista, Sebastian Bel y Claudia, se acercan en coche hasta el pequeño pueblo de Castilla en el que han decidido pasar sus vacaciones de verano, un pueblo sin conexión a internet y con una población de unas veinte personas (según la agencia que les ha alquilado la casa).
Sebastian ha alcanzado un acotado prestigio como escritor de cuentos, pero cuanto más prestigio tenía (concedido por el todopoderoso crítico Roberto Alamañac), menos parecía vender. Un día, acuciado por la falta de dinero, decide escribir, al fin, una novela comercial, titulada El misterio del mapa o algo parecido. En la novela se juega a la desmemoria de Sebastian sobre el título de su propia novela, a la que secretamente desprecia: se trata de una novela sin alma literaria, un artefacto narrativo diseñado para satisfacer el gusto popular y que se convierte, de forma inmediata, en un best seller, que le dará dinero y fama. El crítico Alamañac ataca este cambio en la escritura de Sebastian, que –al revés que le ocurría antes– parece ganar lectores según pierde prestigio.
La novela está ambientada en el futuro inmediato de 2019, un mundo en el que ha desaparecido la Literatura Tal y Como se Conocía Hasta 2013. La literatura ha muerto por la ausencia de lectores y porque los escritores, asimismo, decidieron claudicar a favor del best seller. Quizás, se culpa Sebastian, la literatura murió después de la escritura de El misterio del mapa (o un título similar). El verano en el pueblo castellano le va a servir a Sebastian para dos cosas: escribir un nuevo libro de cuentos, tratando de redimirse como autor literario, cuando lo lógico sería escribir una segunda parte de su best seller; y mantenerse alejado de internet, donde suele ser el blanco de dolorosos ataques.

La estructura de Alabanza está muy cuidada: La ida, con la llegada en coche de la pareja al pueblo, sirve de prefacio de lo que se va a desarrollar después; y el final, La vuelta, sirve de conclusión, mientras los protagonistas dejan el pueblo. En medio hay tres partes –Broma, Prejuicio, Mentira– de una extensión similar.
La novela está escrita en tercera persona y se sirve del estilo indirecto libre para acercarse al punto de vista de los personajes (aunque serán más las páginas que se ocupen de Sebastian que las que se dedican a Claudia).
En Broma, Sebastian se ha propuesto no salir de la casa alquilada hasta que no escriba un buen cuento. Quiere escribir un libro de cuentos titulado Las amadas, y en cada uno de los cuentos hablará de la relación con las mujeres con las que se ha acostado (de nuevo, el interés de Olmos por el sexo). Sebastian irá fracasando en sus intentos de escritura, pero el lector podrá acercarse al fantasma de ese libro no escrito. Mientras, Claudia deambula por el pueblo, que parece habitado sólo por unas antipáticas viudas. A Claudia comenzará a fascinarle un pequeño misterio: el incendio de la principal iglesia del pueblo. Esto dará pie a una pequeña trama, la esperanza de resolución de un pequeño misterio.

En la segunda parte, Prejuicio, Sebastian, tras conseguir escribir lo que considera un buen cuento, sale a la calle. Los recuerdos le asaltan, ya que –descubre el lector– el pueblo castellano elegido no fue precisamente al azar, sino que es su pueblo de origen; ese del que renegó al huir a la ciudad y cambiar incluso de nombre.

En Mentira, otra vez se vuelven a entrecruzar el punto de vista de Claudia y el de Sebastian, y lo más destacable sería la rememoración de Sebastian de sus comienzos literarios. La crítica al sistema literario (con algunos personajes casi reconocibles) acaba siendo bastante ácida y divertida.

Alabanza recurre a la analepsis continuamente. El tiempo rememorado desde el verano del pueblo ocupa muchas más páginas que el presente. Y en cierto modo, cada una de las partes principales de la novela podría funcionar casi como una novela corta independiente; unidas, claro, porque lo contado atañe a distintos aspectos de la vida del protagonista: su relación con el sexo, con su pasado rural y con la literatura. El contrapunto de la mirada de Claudia y el pequeño misterio planteado en torno al incendio de la iglesia y a la muerte del padre de Sebastian completan la estructura argumental de la novela.

Alabanza está escrita con gran ambición literaria. El lenguaje podría ser el tercer protagonista de este libro, repleto de frases muy bellas, y que indaga no sólo en la búsqueda y el rescate de un vocabulario rural olvidado, sino simplemente en los entresijos del idioma. En las notas que tomo al leer han sido numerosas las palabras que he tenido que apuntar para consultar su significado (aproado, ancilar, esculcar, agiotista, nimbar, teratológico…, por poner algunos ejemplos).
Me ha gustado el siguiente detalle: aunque la novela se inscribe en esta pequeña corriente de la literatura actual que manifiesta un interés por el mundo rural (Intemperie de Jesús Carrasco o Por si se va la luz de Lara Moreno), y que retoma uno de los temas más olvidados de las últimas décadas, al situar la novela en 2019 se introduce también algún elemento de ciencia ficción. Los móviles (en el caso de poder conectarse a internet), al enfocar su visor sobre algún objeto desconocido, pueden suministrar al usuario información sobre la realidad que está contemplando.

El día que acabé la novela, como ya he comentado, quedé a tomar algo con el propio Olmos. Hablando sobre la esencia de la verdadera literatura, de esa conjunción entre lenguaje y creación de trama y personajes, y de mi opinión sobre la novela, le comenté a su autor que, partiendo de que Alabanza me parece un gran libro, quizás podría haber tenido más fuerza si la historia narrada en el presente del verano del pueblo hubiera planteado un conflicto mayor entre la pareja protagonista. El conflicto existe, los protagonistas cambian levemente desde que comienza Alabanza, desde ese prefacio titulado La ida, hasta el final (muy Lars Von Trier) de La vuelta, pero este cambio está, en todo caso, más sugerido que mostrado. Aunque tal vez este pequeño reproche sea simplemente un intento por mi parte de emular al gran crítico Roberto Alamañac, una señal (puramente personal) del camino que considero que ha de tomar Olmos en el futuro para convertirse (si no lo es ya) en uno de los escritores referenciales de mi generación.

Sin duda, Alabanza es una gran novela, que indaga en los conflictos de las relaciones de pareja, la identidad, la esencia del arte y la vocación literaria; escrita bajo los planos de una arquitectura sólida y que hunde sus manos en una sentida indagación de la esencia metafórica y una riqueza del idioma que a veces olvidamos.

La mejor novela del autor hasta la fecha.

viernes, 23 de mayo de 2014

Juan Ramón Jiménez, poema a la muerte de un fantasma

Ayer terminé de leer El cielo de Lima, la novela de Juan Gómez Bárcena que recrea un curioso episodio de la vida del poeta Juan Ramón Jiménez: dos estudiantes limeños, aficionados a la poesía, inventan en 1904 el personaje de una melancólica joven para dirigirse por carta al poeta admirado y conseguir de él algún libro dedicado o alguna carta. La novela es bastante entretenida (ya sacaré su reseña); pero hoy quería traer aquí el poema en que concluyó aquella extraña broma: un poema elegíaco a la amada muerta, una amada mucho más vaporosa que lo que el poeta podía imaginar:




CARTA A GEORGINA HÜBNER 
EN EL CIELO DE LIMA 

El cónsul del Perú me lo dice: "Georgina 
Hübner ha muerto..." 
¡Has muerto! ¿Por qué?, ¿cómo?, qué día
¿Cual oro, al despedirte de mi vida, un ocaso, 
iba a rosar la maravilla de tus manos 
cruzadas dulcemente, sobre el parado pecho, 
como dos lirios malvas de amor y sentimiento?

...Ya tu espalda ha sentido el ataúd blanco, 
tus muslos están ya para siempre cerrados, 
en el tierno verdor de tu reciente fosa 
el sol poniente inflamará los chuparrosas... 
Ya está más fría y más solitaria La Punta 
que cuando tú la viste, huyendo de la tumba, 
aquellas tardes en que tu ilusión me dijo: 
"¡Cuánto he pensado en usted, amigo mío!...". 

¿Y yo, Georgina, en ti? Yo no sé cómo eras, 
¿morena?, ¿casta?, ¿triste? ¡Sólo sé que mi pena 
parece una mujer, cual tú, que está sentada, 
llorando, sollozando, al lado de mi alma!
¡Sé que mi pena tiene aquella letra suave 
que venía, en un vuelo, a través de los mares, 
para llamarme "amigo"..., o algo más..., no sé..., algo 
que sentía tu corazón de veinte años!

-Me escribiste: "Mi primo me trajo ayer su libro..." 
-¿Te acuerdas?-Y yo, pálido: "Pero... ¿usted tiene 
                                              [un primo?". 

Quise entrar en tu vida y ofrecerte mi mano 
noble cual una llama. Georgina...En cuantos barcos 
salían, fue mi loco corazón en tu busca...; 
yo creía encontrarte, pensativa, en La Punta, 
con un libro en la mano, como tú me decías, 
soñando, entre las flores, encantarme la vida!... 

Ahora, el barco en que iré, una tarde, a buscarte, 
no saldrá de este puerto, ni surcará los mares; 
irá por lo infinito, con la proa hacia arriba, 
buscando, como un ángel, una celeste isla... 
¡Oh Georgina, Georgina!, ¡Qué cosas!..., mis libros 
los tendrás en el cielo, y ya le habrás leído 
a Dios algunos versos...; tú hollarás el poniente 
en que mis pensamientos dramáticos se mueren...: 
desde ahí, tú sabrás que esto no vale nada, 
que, salvando el amor, lo demás son palabras... 

¡El amor!, ¡el amor! ¿Tú sentiste en tus noches 
el encanto lejano de mis ardientes voces, 
cuando yo, en las estrellas, en la sombra, en la brisa, 
sollozando hacia el Sur, te llamaba: Georgina?
¿Una onda, quizás, del aire que llevaba 
el perfume inefable de mis vagas nostalgias, 
pasó junto a tu oído? ¿Tú supiste de mí 
los sueños de la estancia, los besos del jardín?

¡Cómo se rompe lo mejor de nuestra vida!
Vivimos..., ¿para qué? ¡Para mirar los días 
de fúnebre color, sin cielo en los remansos..., 
para tener la frente caída entre las manos!, 
para llorar, para anhelar lo que esté lejos, 
¡para no pasar nunca el umbral del ensueño, 
ah Georgina, Georgina!, ¡para que tú te mueras 
una tarde, una noche..., y sin que yo lo sepa!

El cónsul del Perú me lo dice: "Georgina
Hübner ha muerto..."
Has muerto. Estás, sin alma, en Lima,
abriendo rosas blancas debajo de la tierra...
Y si en ninguna parte nuestros brazos se encuentran,
¿qué niño idiota, hijo del odio y del dolor,
hizo el mundo, jugando con pompas de jabón?

domingo, 18 de mayo de 2014

Cada vez más cerca, por Elvio E. Gandolfo

Editorial Caballo Negro. 225 páginas. 1ª edición de 2013.

Ya he comentado en el blog cinco obras de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947), autor del que sólo se ha publicado en España un volumen con dos de sus relatos: Dos mujeres (Periférica, 2011), y ya he contado aquí también que, gracias a las redes sociales, he entablado con él una pequeña amistad en la distancia. De vez en cuando, Gandolfo me escribe un correo para comentarme alguna de las entradas del blog, o enviarme algún documento Word, donde me pasa un artículo que escribió para alguna revista y que tiene que ver con el libro que yo he comentado aquí.
Hacía más de una década que Gandolfo no publicaba un libro de cuentos y me gustó que me transmitiera a través del correo electrónico su alegría por este nuevo volumen (que sobrepasaba las 200 páginas, escribía), titulado Cada vez más cerca. Espero que cuando yo cumpla su edad siga manteniendo ese entusiasmo juvenil hacia la literatura que siempre parece desprenderse de sus palabras.

Gandolfo le pidió a su editor de la ciudad de Córdoba (Argentina) que me enviara un ejemplar de Cada vez más cerca, que yo recogí hace unas semanas del buzón.

El viernes 11 de abril empezaron mis vacaciones de profesor en Semana Santa y me fui a dar un largo paseo. Como ya había acabado La parte inventada de Rodrigo Fresán, me pareció que el de Gandolfo podía ser un gran libro para que acompañara mis pasos en una mañana soleada, pasos que irremediablemente iba a pararse en alguna terraza a tomar algo mientras leía mi estrenado libro transatlántico.

Cada vez más cerca está formado por dieciséis relatos, algunos de los cuales ya habían sido publicados en revistas. De hecho, yo ya había leído uno de ellos, el titulado Un movimiento torpe, hace un par de años, porque Gandolfo me lo envió al correo electrónico.

Cada vez más cerca se inicia con El cuerpo, un relato realista que transcurre en dos momentos temporales del protagonista (o más bien desde un momento presente se evoca otro pasado), y que pese a su realismo aparente ya se filtra en él una mirada desasosegante hacia el otro o hacia la simple y extraña realidad.

Más bien bajo, sonriente, diminuto es uno de los mejores cuentos de este libro. Un relato de terror de estirpe anglosajona, con una atmósfera estrafalaria muy bien dibujada. Me ha recordado bastante a los cuentos que ya leí en Dos mujeres. Por cierto, Cada vez más cerca contiene otro relato de terror, titulado Las negritas, que en ediciones argentinas se suele publicar conjuntamente con Rete Caródita y Escamas, piel, los dos relatos largos que componían Dos mujeres. Las negritas también es uno de los mejores cuentos de este libro.

Pequeño es uno de los cuentos más cortos, y quizás el que menos me ha gustado del libro, dada su anécdota mínima: está narrado por unos pequeños seres que habitan en el aire y que penetran en los cuerpos de las personas hasta matarlos.

Hilo amarillo, pese a su comienzo puramente realista, con un hombre reflexionando sobre algo tan mundano como los baños de los bares: “No me gustan los baños de los bares.” (pág. 51), acaba siendo uno de los cuentos más surrealista del conjunto, un cuento de terror (o quizás no) que parece casi un sueño.

Grande, por su extensión y el contraste que plantea su título, guarda relación con Pequeño. Aquí también nos encontramos con una anécdota mínima y al cuento (de imaginario lovecratfiano) le falta (para mí) algo de desarrollo.

En Los pasos en las huellas Gandolfo nos acerca al policial (con algo de crítica política) metáfisico, con un espía –muy a lo Paul Auster- que sigue la vida de un vecino de su barrio, cuyos movimientos anodinos le acaban pareciendo al protagonista de Los pasos en las huellas más interesantes que los suyos propios. Un buen relato policial también sería Caballero estafador, que empieza con una reflexión metaficcional del propio autor: “Un antólogo amigo me invitó a participar en su nuevo libro. Era así: relatos basados en crímenes reales.” (pág. 111). Y en Caballero estafador nos encontramos con otra de las virtudes de este libro: la de comenzar a leer un relato de un género -en este caso, realismo metaficcional- que se va transformando en un relato de otro género, que en este caso sería o bien un relato negro o bien picaresco. Un gran relato, en cualquier caso.

Clasificación sería otro ejemplo de lo comentado en el párrafo anterior: un cuento que empieza siendo una cosa, una narración metaficcional, en la que el autor reflexiona sobre los libros que más le gustan, y como este gusto fluctúa con el tiempo (Interesante lista de libros de nivel 1: El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, Ethan Frome de Henry James, Edith Wharton, Kafka, Felisberto Hernández, Macedonio Fernández, Roberto Arlt, W. G. Sebald, Thomas Bernhard o Guimaraes Rosa), y luego, en un juego borgiano, al contarnos el resumen de la novela de un amigo (cuyo manuscrito perdió) Clasificación pasa a ser un cuento fantástico: cuentos que son cajas chinas, cuentos dentro de cuentos.

Pegando la vuelta es un cuento de ciencia-ficción, que me ha recordado el futurismo decadente de otro de los mejores cuentos de Gandolfo: Llano de sol, incluido en la colección Ferrocarriles argentinos. Me hubiera gustado que Pegando la vuelta hubiese sido un cuento más largo, o incluso una novela, porque el mundo decadente propuesto me resultaba muy sugerente.

Contagio lento es puramente un cuento de fantasmas. Y ya hacia el final de Cada vez más cerca aparece alguno más: Los amigos (el último del libro) es un relato que empieza siendo puramente realista, un homenaje de un hijo traductor (que parece un trasunto del propio Gandolfo) a su padre, famoso arquitecto, porque después de muchos años va a conseguir sacar el número seis de la revista de arquitectura que había convertido al padre en un mito. Una vuelta desde Buenos Aires a Rosario (donde vive la familia Gandolfo), que parece empezar siendo un homenaje a la generación del padre y la celebración del reencuentro con el pasado y que se acaba convirtiendo, de nuevo, en un cuento de fantasmas. Algo en la composición alegórica de este cuento me ha recordado a los cuentos de Fogwill, que era amigo de Gandolfo.

Contacto es un divertido cuento que empieza siendo político (con un militar bastante desagradable de protagonista) y que se acaba convirtiendo en un cuento de ciencia-ficción serie B.

Un movimiento torpe (el cuento que ya había leído) es un cuento meramente costumbrista, de anécdota muy sencilla, que no me parece a la altura de algunos de los cuentos que ya he comentado de Cada vez más cerca. Además, para cuento costumbrista habría que quedarse con El tango y Tito Lamónica, que es el más largo del libro, y que con el dibujo de unos cuantos personajes de la ciudad de Rosario  -el propio Gandolfo entra en la narración como personaje- sí que directamente está concebido como un homenaje a la generación de sus padres, un cuento que acabará en una parrillada donde el anciano matrimonio Lamónica bailará un tango como en los viejos tiempos, un tango verdadero a pesar de que “no habrían fascinado a ningún europeo, le sacaban al tango toda sexualidad espectacular y barata.” (pág. 197). Este cuento me ha recordado a alguno de los escritos por Haroldo Conti.

Como ya me ocurrió al leer el libro Ferrocarriles argentinos, lo que más me llama la atención al acercarse a un libro de relatos de Elvio E. Gandolfo es su heterogeneidad. Uno nunca sabe hacia dónde va evolucionar cada uno de sus relatos después de leer las primeras frases, porque el relato acabará siendo fantástico, de terror, de ciencia-ficción, onírico, o puramente costumbrista, o lo que es mejor; puede empezar pareciendo que es una cosa para acabar siendo otra. Así que el lector avisado de la forma de escribir de Gandolfo inicia cada uno de sus cuentos como si se tratase de una aventura, donde los elementos comunes serían, casi exclusivamente, un sentido del humor libérrimo y la sensación de extrañeza ante el mundo contemplado. Y esta aventura libre y gozosa a la que invita cada composición de este libro me parece que es profundamente original y por tanto literaria.

Como ya he dicho en otras ocasiones: es sorprendente que Elvio E. Gandolfo tenga solamente un libro con dos narraciones publicado en España, cuando sus libros de relatos, que reinventan de forma divertida y libre los géneros narrativos trascendiéndolos, le convierten en uno de los más destacados escritores de relatos de la lengua española en la actualidad.

jueves, 15 de mayo de 2014

¡Acabad ya con esta crisis!, por Paul Krugman

Editorial Crítica. 264 páginas. 1ª edición de 2012.

Sigo con la lectura de libros de economía. Y antes de ponerme con el de David Ricardo, he preferido tomar de mis estanterías éste de tal sugerente título: ¡Acabad ya con esta crisis!, del economista norteamericano Paul Krugman (Albany, EE.UU. - 1953), columnista del periódico New York Times y premio Nobel de economía en 2008. Compré este libro en la Fnac de Nuevos Ministerios, un día que había acudido allí para mirar otra cosa que ahora no recuerdo. Por esas semanas había estado buscando vídeos de Krugman para usarlos en mis clases de economía de primero de bachillerato, ya que este economista, de estirpe neokeynesiana, centra mucho sus trabajos en el análisis de la crisis actual y sus posturas económicas me sirven para explicar parte de mi temario, y mostrar el enfrentamiento ideológico con los economistas neoliberales como Milton Friedman.

Voy a realizar un resumen por capítulos del libro:

Introducción
Desde las primeras páginas de su ensayo, Krugman muestra sus cartas: “Estamos viviendo una verdadera depresión. (…) Esencialmente se trata de la misma clase de situación que John Maynard Keynes describió en la década de 1930: «un estado crónico de actividad inferior a la normal durante un periodo considerable de tiempo» (…) Estamos sufriendo penalidades que (…) son claramente similares a las de los años treinta. (…)  No estamos usando el conocimiento que tenemos porque, por una serie diversa de razones, demasiadas personas de entre las que más pesan (…) han elegido olvidar las lecciones de la historia, (…) han optado por prejuicios ideológicos y políticos convenientes. (…). Es hora de que el gobierno gaste más.”

Recordemos al lector que la  Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero (1936) de John M. Keynes, donde se expone su teoría de la insuficiencia de la demanda que se produce durante las crisis, fue el libro que recoge las doctrinas que usó el presidente  Roosevelt durante la Gran Depresión de los años 30; doctrinas –basadas principalmente en promover la intervención gubernamental, mediante el gasto público, en los mercados en situación de crisis- que marcaron los designios económicos de Occidente entre 1930-1973. Con la crisis del petróleo, se produce un fenómeno que se escapa al modelo keynesiano: la coincidencia de incremento del desempleo con incremento de la inflación (estanflación). Como los trabajos de Milton Friedman en la década de 1960 hablaban precisamente de esa situación estanflacionaria, sus ideas neoliberales (aquí muere la influencia preponderante de Keynes en el pensamiento económico) se tomaron como el nuevo referente político-económico; y fueron el marco teórico de las políticas de recortes sociales llevadas a cabo por Ronald Reagan o Margaret Thatcher.

1) ¿Cuál mal están las cosas?
Krugman centra sus análisis en EE.UU., aunque luego hay algunos capítulos dedicados a la situación europea.
“En diciembre de 2011, los desempleados estadounidenses ascendían a más de 13 millones, frente a los 6,8 millones de 2007”.
“Casi el 40 por 100 de las familias habían sufrido reducciones de horas, salarios o complementos.”
Está aumentando el desempleo de larga duración y esta situación es peor para los jóvenes (uno de cada cuatro licenciados recientes se haya desempleado o tiene un empleo a tiempo parcial).
“Lisa Kahn, economista de la Escuela de Dirección de Yale, ha comparado las carreras de los licenciados universitarios que se graduaron en tiempos de paro elevado con las de quienes lo hicieron en épocas de bonanza económica; y los licenciados a los que les tocaron los malos tiempos desarrollaron carreras significativamente peores.”
“Los economistas se plantean una tarea demasiado fácil e inútil si, en las épocas tempestuosas, lo único que pueden decirnos es que cuando la tormenta pase las aguas se habrán calmado de nuevo.”
La crisis ha provocado en EE.UU. el despido de unos 300.000 maestros (lo que sienta las bases para problemas futuros si pensamos en la importancia de la educación).
“Los datos sugieren que una acción eficaz, en lo que respecta a limitar la profundidad y duración de la recesión posterior a una crisis financiera, reduce también estos daños a largo plazo; lo que supone, a la inversa, que no adoptar esas medidas necesarias –omisión que nosotros estamos cometiendo en la actualidad- también supone aceptar un futuro más limitado y amargo.”

2) Economía de la depresión
“Hay un gran deseo de ver la economía como una obra moral en la que los malos tiempos son un castigo ineludible por los excesos previos.” Hay personas que afirman que los problemas actuales tienen raíces muy profundas y que tenemos que adaptarnos a un panorama más austero; pero Krugman piensa que están equivocados y que el origen del sufrimiento actual es relativamente trivial y que los problemas podrían arreglarse con rapidez.
Siguiendo con las ideas keynesianas, Krugman afirma que el paro es elevado porque nosotros no estamos consumiendo lo suficiente; y las empresas, al no vender, reducen su inversión y no contratan a más personas. Según las teorías neoliberales no puede ser que la economía en su conjunto esté sufriendo una insuficiencia de demanda (teoría de Keynes), idea con la que Krugman sí está de acuerdo.
Krugman carga contra este pensamiento republicano, que considera una falacia: si los norteamericanos lo están pasando tan mal, es el momento de que el gobierno sea solidario y se apriete el cinturón. Según Krugman lo que el gobierno debe hacer es precisamente lo contrario: gastar más para contrarrestar el insuficiente gasto privado.
“A nivel colectivo, los residentes del mundo intentan comprar menos cosas de las que pueden producir, para gastar menos de lo que ganan. Esto lo puede hacer un individuo, pero no una sociedad en su conjunto.” Este es debido a que el gasto de alguien es el ingreso de otro, y si en la crisis todo el mundo pretende ahorrar otro no podrá vender lo que produce, y ese “otro” tendrá que despedir a trabajadores.
EE.UU. ha salido tradicionalmente de las crisis imprimiendo más dinero, pero aunque la Reserva Federal ha triplicado la base monetaria desde 2008, la economía sigue deprimida. Y esto nos lleva a lo que Krugman llama “la trampa de la liquidez”: la Reserva Federal inyecta más dinero a los bancos y estos pueden prestar dinero a tipos de interés más bajos, pero sólo hasta un punto, puesto que no pueden bajar de cero (momento en el que prestar dinero para ganar un beneficio deja de tener sentido). Pero con un tipo de interés de cero el gasto de los consumidores sigue siendo insuficiente para hacer que la economía se recupere.
Cuando (tras la crisis de las hipotecas subprimes) se pensó que los niveles de deuda eran demasiado altos, los deudores se vieron obligados a gastar menos, pero los acreedores no estaban dispuestos a gastar más.
Este es un punto esencial en el libro: los neokeynesianos como Krugman piensan que durante la crisis el gasto se ha contraído en exceso dando lugar a una insuficiencia de demanda, que ha de ser contrarrestada con un incremento del gasto público; los neoliberales piensan que los empleos siguen existiendo (el único desempleo es el natural y para ellos, por tanto, el desempleo es voluntario) y las personas deben formarse más para conseguir esos trabajos. Dice Krugman: “Si tuviéramos una tasa de desempleo colosal porque demasiados trabajadores carecieran de la formación adecuada, tendríamos que poder encontrar a un número significativo de trabajadores que sí estuvieran gozando de prosperidad; y no podemos. Lo que nos encontramos, en su lugar, es un empobrecimiento general: lo que sucede cuando la economía sufre  de una demanda inadecuada.”
“Lo que ahora necesitamos para salir de la depresión actual es otro arranque de gasto gubernamental.”

3) El momento de Minsky
Krugman nos habla de una figura un tanto marginal de la economía, Hyman Minsky, profesor de la universidad de San Luis, que murió en 1996 sin mucho reconocimiento. Sin embargo, entre sus arduos libros hay al menos una idea muy relevante: “La gran idea de Minsky fue centrarse en el «apalancamiento»: la acumulación de deuda en relación con los activos o los ingresos. En los períodos de estabilidad económica, decía el autor, el apalancamiento se incrementa, porque todo el mundo mira con displicencia el riesgo de que el deudor no sea capaz de devolver lo prestado. Pero este ascenso del apalancamiento, a la postre, genera inestabilidad económica. De hecho, prepara el terreno para una crisis económica y financiera.”
Decía el economista Irving Fisher en 1933: Un empeoramiento económico crea una situación en la que muchos deudores se ven obligados a adoptar medidas rápidas para reducir su deuda. Pueden «liquidar» sus activos mediante la venta y/o recortar el gasto. Esto puede funcionar a nivel individual, pero si en una economía demasiados agentes lo hacen al mismo tiempo la economía entrará en crisis; ya que el vendedor no encontrará comprador, también empeñado en reducir su deuda. Si todos intentan vender a la vez, los precios bajarán, y la deflación hará que las deudas nominales sean ahora mayores para los deudores.
Krugman expone “la paradoja del ahorro”: todo el mundo intenta ahorra más al mismo tiempo. El ahorro podría hacernos pensar que va a repercutir en una inversión industrial mayor. Pero con una economía deprimida las empresas no canalizan el ahorro hacia nuevas inversiones. Lo que ocurre es que cuando todo el mundo intenta ahorrar más los ingresos de otros menguan, y así menguan los ingresos (PIB) generales de la economía: “en el intento de ahorrar más, desde el punto de vista personal, los consumidores terminan ahorrando menos en conjunto.”
Y “la paradoja de la flexibilidad”: “Un trabajador individual puede mejorar sus oportunidades de obtener trabajo a cambio de aceptar un salario inferior, que lo haga más atractivo en comparación con otros trabajadores, un recorte general de los salarios deja a todo el mundo en el mismo lugar, pero el nivel de deuda se mantiene igual. Así pues, más flexibilidad en los salarios (y los precios) sólo empeoraría las cosas.”
“¿Acaso supone esto que elevar sueldos y precios mejoraría la situación y que la inflación, de hecho, sería útil? En efecto, así es, porque la inflación reduciría la carga de la deuda.”

4) Banqueros que se vuelven locos
Krugman carga contra Alan Greenspan, economista y presidente de la Reserva Federal Americana entre 1987 y 2006, cuando éste afirma que las finanzas modernas, con sus “valores respaldados por activos” contribuían a general estabilidad. Según Krugman, esas innovaciones financieras alabadas por Greenspan fueron la base de la crisis actual.
En 1933 entró en vigor la ley Glass-Steagall, que limitaba la cantidad de riesgo que podía asumir un banco, y esto hizo a la economía más estable en las décadas siguientes. La situación empezó a cambiar en 1980 con Ronald Reagan. La desregularización de la banca de las décadas de 1980 y 1990 se tradujo en un estímulo a las conductas de riesgo; y sólo los bancos con conductas más imprudentes podían sobrevivir en el nuevo contexto. Se produjo un fuerte incremento de los préstamos.
Con Bill Clinton siguió la desregularización, y desapareció la norma de Glass-Steagall que separa la banca comercial de la de inversión.
Para Kurgman esta es “la gran mentira” norteamericana: según esta historia el crecimiento de la deuda se debió a que personas de espíritu benefactor obligaron a los bancos a conceder préstamos hipotecarios a los pobres.
Tirando esta idea: la expansión del crédito y el boom inmobiliario fue muy generalizado (también en Europa). El grueso de los préstamos de riesgo fue suscrito por entidades privadas.
“Lo que en verdad vemos es una historia en la que los conservadores se hicieron con el poder, se pusieron a desmantelar muchas de aquellas protecciones de los tiempos de la Depresión… y la economía se hundió. (…) Los conservadores necesitaban desesperadamente alejar de las mentes esta historia incómoda y narrar otro relato que convirtiera al gobierno –y no a la falta de gobierno- en el origen del mal.”
Se podría pensar (si los neoliberales tuvieran razón) que el crecimiento económico desde 1980 –la época de la desregularización- ha sido mayor que antes; pero Krugman afirma que no ha sido así, que ha sido en realidad más lento. El verdadero periodo de «crecimiento extraordinario» fue el de la generación posterior a la segunda guerra mundial.

5) La segunda edad de oro
Sólo para una pequeña minoría la desregulación financiera y el incremento del endeudamiento supuso una gran mejoría en sus ingresos.
En el debate de la desigualdad, los neoliberales apuntan que en un entorno más especializado y tecnológico cada vez cobran más importancia las aptitudes y la formación. Según Krugman esto cierto sólo en parte. Entre 1979 y 2007 el 1% de los más ricos vio aumentados sus ingresos en un 277,5%. Una gran parte de los muy ricos son directivos de empresas financieras.
Krugman apunta que puede haber una relación entre el incremento de la desigualdad y la crisis financiera. El economista Robert Frank señala que el mayor gasto de los más ricos provoca una cascada de consumo por parte de las clases sociales que están por debajo. Además la desigualdad en la educación pública, ha hecho que muchas familias se endeudasen de más para comprar casas en barrios con buenas escuelas.
Keith Poole y Howard Rosenthal “descubrieron que existía una relación clara entre el porcentaje de ingresos totales que obtenía el 1% más acaudalado y el grado de polarización de Congreso.” Desde 1980 el Partido Republicano se ha desplazado hacia la derecha.

6) Economía de la edad oscura
“Fueron muchos los economistas punteros que defendieron la desregulación financiera aun a pesar de que hacía a la economía aún más vulnerable a la crisis. Y luego, cuando estalló la crisis, fueron demasiados los economistas famosos que cargaron, con tanta ferocidad como ignorancia, contra cualquier clase de respuesta eficaz.”
La fobia a Keynes parece muy arraigada entre los conservadores norteamericanos
Una pregunta espinosa: ¿hasta qué punto las donaciones del 1% de los más privilegiados a las universidades han coloreado los estudios de los economistas académicos? En Estados Unidos la economía está muy escindida entre “economistas de agua salada” (universidades de las costas), que son keyneisanos; y los “economistas de agua dulce” (universidades del interior) que son liberales.
Para Kurgman un problema fundamentan de la situación actual se encuentra en que los economistas liberales no consiguen explicar por qué ocurren las recesiones, y es así porque no quieren recurrir a Keynes. “Hoy en día, buena parte del análisis académico de la macroeconomía está dominado por la teoría del «ciclo económico positivo», que afirma que las recesiones son la respuesta racional, y de hecho eficaz, a los choques tecnológicos adversos, que sin embargo quedan sin explicación; y afirma que la reducción de empleo que se produce durante la recesión es una decisión voluntaria de los trabajadores, que se toman tiempo hasta que mejoran las condiciones. Si esto suena absurdo… es porque lo es.”
Cuando estalló la crisis, muchos economistas optaron por la “guerra religiosa” de ideas.
En 2008-09 la Reserva Federal hizo todo lo que Friedman afirmaba que había que debería haberse hecho en los años treinta y aun así la economía parece atrapada en la crisis.
Para Krugman, la profesión económica ha perdido en gran parte el rumbo desde hace 30 años.

7) Anatomía de una respuesta inadecuada
Obama y el resto de dirigentes políticos del mundo desarrollado sólo hicieron parte de las cosas que había que hacer. Entraron con políticas de dinero barato y ayudas a los bancos para impedir el hundimiento general de las finanzas que ocurrió en los años 30.
Al comienzo de la crisis se produjo una implosión del crédito. Según Krugman los gobiernos sí que deberían haber ayudado a la banca, pero deberían haberles exigido la devolución del dinero concedido. El sistema bancario se estabilizó, pero eso no necesariamente reporta prosperidad.
El tipo de interés no podía bajar más porque ya estaba a cero; y Obama quiso llevar a cabo una política fiscal expansiva –incrementando el gasto público- que no tuvo el éxito deseable porque según Krugman fue insuficiente. No hubo ningún programa de obras públicas similar a los de Roosevelt.
Kurgman señala que uno de los problemas actuales es que las familias están demasiado endeudadas, sobre todo debido a la compra de viviendas, y apunta que estas deudas deberías ser renegociadas y rebajadas. Así las personas podrían incrementar su consumo.

8) Pero ¿y el déficit?
El primer estímulo de Obama era demasiado corto, pero al no funcionar desacreditó el concepto general del estímulo. Empezaron a cobrar importancia las advertencias sobre el peligro de un déficit excesivo; y Obama optó en 2010 por hacer recortes de gastos.
“Los prejuicios causados por el desempleo son reales y terribles, el daño causado por el déficit, a un país como Estados Unidos y en su situación actual, es ante todo hipotético.”

El temor al déficit se debe sobre todo a la respuesta que pueden dar ante él los que Krugman llama “los vigilantes de los bonos”, quienes cuando pierden la confianza en las políticas de un país se deshacen de sus bonos.

Al estar metidos en la trampa de la liquidez, hay un exceso de ahorro, que podría canalizarse hacia el endeudamiento gubernamental, mediante la emisión de bonos. En una economía en depresión, el déficit presupuestario no compite por los fondos con el sector privado y, en consecuencia, no provoca el ascenso de las tasas de interés. Aunque EE.UU se endeude más Krugman no ve el peligro a que los vigilantes de los bonos no quieran bonos norteamericanos (lo que ocurre en Europa es diferente y se ve más adelante).
Ha sido un error dejar de centrarse en resolver a corto plazo el problema del empleo y centrase en el del déficit.
Hay un argumento en contra de la política fiscal expansiva: “afirmáis que esta crisis es fruto de un endeudamiento excesivo. Bien, ahora decís que la respuesta es endeudarse más todavía”. Krugman piensa que ese razonamiento es una falacia, porque depende de quién se endeude. Tras el momento Minsky, las familias no quieren (o no pueden) consumir y el gasto (mediante el endeudamiento) debe partir del gobierno.

9) Inflación: la amenaza fantasma
El temor a la inflación hace que más de un economista sea contrario a la expansión del gasto gubernamental; siguiendo la tesis monetarista de Friedman que afirma que un incremento de la masa monetaria por parte del Estado se traslada de forma directa a un incremento de precios, sin generar estímulo (en contra de lo que dice Keynes).
No tenemos una gran inflación a pesar de que se imprima dinero porque, metidos en una trampa de liquidez (con tipos de interés de cero), las personas se muestras reticentes a gastar.
“Sin auge no hay inflación; si la economía se mantiene deprimida, no hay que inquietarse por las consecuencias inflacionarias de crear dinero.”
Krugman aboga por intentar conseguir una tasa de inflación más alta que la actual; lo que tendría los siguientes beneficios: “una tasa de inflación más alta podría aliviar las limitaciones impuestas por el hecho de que las tasas de interés no pueden bajar por debajo de cero”. Irving Fisher señala: “la expectativa de una inflación más elevada, cuando el resto de circunstancias no cambian, hace que solicitar préstamos resulte más atractivo: si los prestatarios creen que podrán devolver sus préstamos en dólares que valdrán menos que los dólares tomados prestados hoy, se mostrarán más dispuestos a endeudarse.”
“La deflación –dijo Fisher- puede deprimir una economía al elevar el valor real de la deuda. A la inversa, entonces, la inflación, podrá ser de ayuda al reducir ese valor real.”

10) Eurodämmerung: el crepúsculo del euro
Krugman es un euroescéptico. España al entrar en el euro recibió grandes entradas de capital de Alemania, dinero que pasó al sector inmobiliario propiciando la burbuja. Los salarios españoles crecieron, y ahora con la crisis no somos competitivos. Aquí Krugman cita una idea de Friedman que considera acertada: es difícil convencer a los trabajadores de una bajada de sueldo, y es más aceptable si el país que ha perdido competitividad devaluase su moneda frente a la otra. Es decir, devaluar la peseta frente al marco. Al tener una moneda común no podemos hacer esto.
Un problema del euro es que los países que lo tienen no comparten la integración fiscal ni la movilidad laboral. En cuanto a la movilidad laboral hay muchas limitaciones idiomáticas y culturales. En cuanto a la integración fiscal: si la UE fuese de verdad un único país, la seguridad social común podría ayudar a los más necesitados de los países a los que va peor con la crisis, pero esto no ocurre.
Con el euro la deuda de España, Italia y Grecia se empezó a tratar en los mercados como si fuese tan segura como la de Alemania. Esto supuso un fuerte descenso del coste del dinero prestado en el sur de Europa, lo que provocó las explosiones inmobiliarias.
La crisis financiera en Estados Unidos fue el desencadenante del derrumbe europeo. Y el euro se vio ante un gran choque asimétrico, que se agravó mucho por la falta de una integración fiscal. Los ingresos cayeron y el gasto en los subsidios de desempleo se disparó. También se disparó la deuda y el déficit y los inversores se inquietaron.
El “gran engaño” europeo: se basa –según Krugman- en la creencia de que la crisis europea se debe ante todo a la irresponsabilidad fiscal. Los países han incurrido en déficits presupuestarios excesivos y ahora lo importante es impedir que se repita la historia. En realidad (lo vemos a través de una gráfica), la deuda de los países mediterráneos europeos (más Irlanda) en relación a su PIB –ratio que estaba mejorando- sólo se disparó tras la llegada de la crisis.
El problema se suele formular en términos morales: los países tienen problemas porque han pecado endeudándose mucho y ahora deben penar.

El incremento de salarios de España se debería ajustar mediante la devaluación de la moneda; y al no poderse, se debería permitir –apunta Krugman- una inflación mayor que la de Alemania, lo que se conoce como «devaluación interna». Pero el Banco Central Europeo está empeñado (de forma errónea, según Krugman) en mantener la inflación baja. Además el incremento de la deuda sí que hace que los “vigilantes de los bonos” exijan tipos de interés más altos para comprarlos a los países sin moneda propia, por el riesgo a una posible expulsión del euro. Las tasas de interés de la deuda británica son muy inferiores a las de la española –el 2% frente al 5%- pese a que Gran Bretaña tiene más deuda y más déficit.
Los países europeos que no aceptaron el euro, como Gran Bretaña o Suecia, lo están pasando ahora menos mal que los que sí lo aceptaron, pero romper ahora con el euro, una vez que ya existe, hasta para un euroescéptico como Krugman parece un error. Para salvar a la eurozona, Europa tienen que atajar los ataques de pánico, garantizando una liquidez adecuada: El Banco Central debería comprar bonos gubernamentales de los países del euro. Los países con excedentes deberían demandar exportaciones de los países con problemas (es decir, Alemania debería comprar más cosas de España).
El Banco Central no está tomando las medidas necesarias, forzando la austeridad en los países con problemas, y también en los que no los tienen, y por tanto impidiendo que esos últimos puedan incrementar las importaciones de los primeros.

11) «Austeriacos»
Tras la caída de Lehman, los gobiernos pasaron a desarrollar políticas monetarias y fiscales expansivas. Pero en 2010 se puso de moda reclamar recortes del gasto, incrementos de impuestos y tasas de interés más elevadas.
El argumento a favor de la contención que ha tenido más fuerza es el del miedo a la inflación. Aunque desde el principio, la crisis griega fue tomada por los antikeynesianos (o economistas austriacos) para defender la austeridad.
“En una situación de profunda depresión económica, y cuando las tasas de interés ya rondan el cero, los recortes de gastos no se pueden compensar. Por lo tanto, contribuyen a deprimir más la economía; y esto hace que disminuyan los ingresos y que desaparezca, al menos en parte, la pretendida reducción del déficit.”
Para los austriacos, la reducción del gasto público, pese a provocar desempleo, genera un clima de «confianza» que compensa su efecto negativo, ya que así los agentes gastarán más.
Krugman no confía en la capacidad expansiva de la austeridad: “¿A cuánta gente conoce usted que decida hoy cuánto puede gastar este año a partir del cálculo de lo que las decisiones fiscales supondrán para sus impuestos a 5 o 10 años vista?
El FMI investigó para encontrar algunos ejemplos de austeridad fiscal expansiva, y lo que halló fue que la austeridad fiscal deprime la economía, más que expandirla.
Se analiza el caso de Gran Bretaña: un gobierno que se ha embarcado en una austeridad voluntaria para generar confianza y evitar que se eleven las tasas de interés. Krugman observa que las tasas de interés siguen siendo bajas porque los inversores no sienten inquietud ante un país avanzado con moneda propia, pero ahora los consumidores y las empresas consumen menos, así que en realidad su confianza ha bajado y Gran Bretaña sigue en depresión.
Para Kurgman el deseo de los austriacos de reducir el gasto gubernamental con una economía deprimida es “profundamente destructivo”.
Krugman concluye que la doctrina económica que exige austeridad para evitar la inflación beneficia a los más poderosos que son los que prestan dinero; ya que la inflación perjudica a los prestatarios y beneficia a los deudores.

12) Lo que hará falta
Krugman vuelve a invocar las palabras de Keynes de 1936: “Las deficiencias principales de la sociedad económica en la que vivimos son su capacidad de proporcionar pleno empleo y su arbitraria y desigual distribución de la riqueza y los ingresos.”
Entre 1939 y 1941 una explosión del gasto federal causó un 7% de aumento del número total de puestos de trabajo en el país.
Para Krugman la solución es clara: incremento del gasto gubernamental: “Si se pone dinero en manos de quienes lo necesitan, es muy probable que lo gasten, y esto, es, exactamente, lo que necesitamos que pase.”
Un plan importante debería ser el del “alivio hipotecario”: reducir el peso del endeudamiento familiar en viviendas; pero los planes de socorro se ven obstaculizados por el miedo a que algunos deudores reciban ayuda sin merecerlo.
También, se apunta, se deberían haber adoptado medidas más duras con países como China, que mantienen el valor de su divisa artificialmente bajo.

13) ¡Acabad ya con esta depresión!
“La depresión que estamos atravesando es, fundamentalmente gratuita: no hace falta que suframos tanto.”
“Lo que bloquea esta recuperación es solamente la falta de lucidez intelectual y de voluntad política.”

Epílogo ¿Qué sabemos en realidad de los efectos del gasto público?
“A la pregunta sobre cómo funciona la economía deberíamos responder atendiendo a las pruebas, no lo a los prejuicios.”
Observando las épocas de gran incremento del gasto público en Estados Unidos (que, por desgracia, suelen coincidir con los periodos de guerras), Krugman encuentra que el gasto público tiene un efecto positivo sobre el incremento del PIB y la creación de empleo.
“Los investigadores del Fondo Monetario Internacional han identificado no menos de 173 casos de austeridad fiscal, en los países avanzados, durante el periodo comprendido entre 1978 y 2009. Y lo que constataron fue que a las políticas de austeridad siguieron la contracción económica y el aumento del desempleo.”

Conclusión personal
No quiero extenderme más, tan solo apuntar que la lectura de este libro me ha resultado muy interesante. Es un libro que se lee con mucho interés, y el estilo de Krugman es entretenido y en ocasiones hasta cómico. Una lectura muy recomendable para todas aquellas personas interesadas en reflexionar sobre la economía y el mundo actual.


domingo, 11 de mayo de 2014

La parte inventada, por Rodrigo Fresán

Editorial Random House. 566 páginas. 1ª edición de 2014.

Siempre me cayó bien Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963), empecemos por aquí. Siempre he leído detenidamente las reseñas de los suplementos culturales firmadas por él, ahora con asiduidad en el ABC Cultural. Y cuando he podido escucharle en persona, en alguna charla por el Día del Libro, la Feria del Libro de Madrid, o era el presentador de la novela de algún otro escritor, siempre me han fascinado sus palabras: escucharle hablar de libros o de escritores es enriquecedor, nutritivo; siempre hace que leer resulte una actividad aventurera, incluso arriesgada, una actividad a la que debemos consagrar nuestra vida. Sus reseñas y sus elogios por la obra de otros autores (casi siempre norteamericanos) me hacen sentir deseos de leer cuanto antes los libros que comenta. Me ocurrió hace dos días, sin ir más lejos, leyendo el ABC Cultural del 12 de abril, en el que Fresán habla de la novela Qué fue de Sophie Wilder, de Christopher R. Beha, publicada por Libros del Asteroide. En esta reseña Fresán afirma: “El debut novelístico de alguien a quien seguiremos hasta el fin de nuestras bibliotecas”, y yo leo esa frase y me la creo, porque la ha escrito él, aunque sepa que Fresán descubre a un nuevo genio de la literatura norteamericana casi cada mes. Y me lo creo porque en un mundo, el de los escritores, en el que la inteligencia parece medirse por el nivel de sarcasmo que se usa para hablar de libros ajenos, el entusiasmo juvenil hacia la literatura que transmite Fresán es contagioso e inspirador.

Y por esto mismo fue una decepción para mí acercarme al primer libro de este autor: Historia argentina (1993); las expectativas eran muy altas y no fueron colmadas. De los quince cuentos de este libro no me convencieron muchos, y el estilo era tan disperso que no lo acabé disfrutando. Años después, durante una temporada leí bastantes de los libros clásicos de la literatura infantil, esos libros que son sólo en apariencia infantiles y que más bien parecen un compendio de las pesadillas de todos nosotros; libros como Las aventuras de Tom Sawyer y Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain, Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll, El viento en los sauces de Kenneth Grahame o Peter Pan de J. M. Barrie. Estuve leyendo sobre la biografía de estos autores, más de uno con una vida espeluznante, y de todos ellos destaca J. M. Barrie, que sería a la literatura infantil lo mismo que Michael Jackson a la música pop. Barrie es un personaje tortuoso y fascinante, y al igual que yo caí subyugado por su historia trágica y tremenda, también lo hizo Fresán que, como el protagonista de La parte inventada, se declara ferviente lector de biografías de escritores. Usando la biografía de Barrie como motor creativo, Fresán escribió Jardines de Kensigton, una novela que incluye una recreación de la vida exagerada de J. M. Barrie, creador del mito de Peter Pan; o del niño que no quería o no podía crecer, que no era otro que el propio autor. De Jardines de Kesington, pese a lo deslavazado de la trama, me gustaron muchas de sus páginas, sobre todo las que hablaban de Barrie.

Tenía más expectativas al comenzar La parte inventada que ante la anterior novela de Fresán, El fondo del cielo. Me llamó la atención un entusiasta elogio de Miguel Alcázar (del blog Mike&Libros) en las redes sociales sobre La parte inventada; me estaba gustando también leer en internet las declaraciones de Fresán, en las que decía que había escrito otra novela sobre escritores; pero no me decidía a comprarla. Lo hice una tarde que estaba mirando libros en la Fnac de Nuevos Ministerios. Precisamente cuando hojeaba La parte inventada me llego al móvil un sms de mi amigo Samuel Rodríguez, con el siguiente texto: “Aún lo estoy empezando, 50 páginas, pero el nuevo de Fresán parece Fresán del fetén”. Y no diré que me pareció una señal, pero sí una simpática coincidencia y acabé comprando el libro.

En La parte inventada Fresán nos acerca a El Escritor, un hombre de más de cincuenta años que siente que su peso como artista está empezando a desaparecer. Ya muy poca gente le lee o, algo más dramático: ya casi nadie lee nada, o al menos no leen lo que El Escritor entiende por literatura. Conoceremos a El Escritor desde distintos planos: empezando por la más remota infancia, intentando encontrar cuál es el punto exacto de la vocación literaria, que para El Escritor parece ser una remota playa de sus recuerdos, en la que sus padres leían en volúmenes diferentes el mismo libro (Suave es la noche de Francis Scott Fitzgerald), mientras él estaba a punto de morir ahogado sin que sus progenitores se percataran.
Conoceremos también a El Escritor gracias a la mirada de El Chico, que ha acudido –junto con La Chica– a rodar un reportaje a la casa que El Escritor compartía con su hermana Penélope, una vez que El Escritor ha desaparecido. El Chico, por supuesto, quiere ser escritor y admira a El Escritor, aunque más su imagen pública que el hecho de tener que sentarse y escribir.
El matrimonio exagerado de Penélope con Maximiliano Karma, y la relación surrealista de Penélope con su familia política –el clan de los Karma– sirvió a El Escritor para escribir uno de sus libros (esta es la parte más divertida y juguetona del libro).
El amigo de El Escritor nos hablará de la juventud que compartieron, cuando eran admiradores irredentos de Pink Floyd o de Bob Dylan.
El Escritor nos hablará de su miedo a la muerte, cuando ingresa en un hospital sintiendo que va a morir, y de su deseo de escribir una novela que recree la vida de Francis Scott Fitzgerald y su mujer Zelda.

Posiblemente lo más destacable de esta novela sea el uso del lenguaje: torrencial, incontrolable, en el que se difuminan los argentinismos de Fresán en un español internacional cada vez más trufado de términos en inglés, que se asimilan en el discurso con total naturalidad; por ejemplo, en la página 50 podemos leer expresiones como estas: “Ese reflejo slapstick que nos obliga a pensar (…)”; “Toda la acción como en ese freeze-frame que se descongela despacio”; o en página 441: “Su risa es demasiado poderosa y XL para un debilitado corazón Medium o Small”.
El espacio de la novela no se concreta: la playa inicial, donde concluye un río con el mar, podría hacernos pensar en Buenos Aires, por la biografía de Fresán, y porque los padres de El Escritor desaparecerán años más tarde, víctimas de unos militares siempre innominados. El Escritor parece vivir en una ciudad que es Barcelona, pero a la que tampoco se nombra con claridad; la única ciudad que se cita en la novela es Ginebra, donde se encuentra el gran acelerador de partículas europeo.
El tiempo de la novela es muy cercano al presente, ya que son constantes las alusiones a las redes sociales o a la lectura en e-books. De hecho, gran parte del discurso está escrito en contra de la modernidad que representan las redes sociales o la lectura en pantallas (se cita esa famosa frase de Phillip Roth: “Las pantallas nos han derrotado”). Hay una crítica continua a los 140 caracteres de la escritura en twitter o a la desaparición del placer de leer un libro en papel. El elogio de las bibliotecas y las librerías llena más de una de las páginas de La parte inventada; y, en medio de todos estos cambios, El Escritor siente que el tiempo le está borrando, que casi ya no tiene relación con las nuevas generaciones de escritores, esos que ya casi no leen y no sienten placer al entrar en una librería como quien va a buscar un tesoro.


Digámoslo ya: uno lee esta novela pensando que El Escritor es un trasunto poco camuflado del propio Fresán; de hecho muchas de las opiniones de El escritor las he leído en sus reseñas o se las he escuchado a él en persona. Por ejemplo, cuando en la página 76 El Escritor habla de Drácula de Bram Stoker: yo escuché a Fresán hablar de Drácula en los mismos términos que habla su personaje (fue en una charla junto a Enrique Vila-Matas en una de las Ferias del Libro de Madrid). O en la página 82 El Escritor se queja de ser considerado un pop-writer, lo que tantas veces se ha dicho de Fresán, o en la página 107 se nos dice que El Escritor fue muy criticado por su interés por la literatura norteamericana. O lo mucho que le gustan a El Escritor los libros con un nombre de persona como título (lo mismo que le ocurre a Fresán).

El mundo referencial de la novela es abrumador: libros, canciones, series de televisión…, y, como buen escritor posmoderno (o pop-writer), sus listas (esta novela está plagada de listas) son cuanto menos heterogéneas. Me ha gustado la lista de los enfermos favoritos de El Escritor: “Walter White, Ralph Touchett, Iván Illich”. Es decir, Fresán mezcla al protagonista de la novela de Tolstoi con el protagonista de la serie Breaking Bad y con alguien más que no sé quién es (vale, lo acabo de buscar en internet: Touchett es uno de los protagonistas de El retrato de una dama de Henry James). Aunque lo cierto es que he reconocido la mayoría de las referencias cinematográficas, literarias y musicales de la novela.

La parte inventada no deja de tener un tono crepuscular, ya que muchas de las reflexiones que se vierten aquí tienen que ver con la desaparición del libro, o incluso de la cultura. En la página 413 leemos: “¿Estará generando tanta máquina sofisticada y multifuncional un tipo de lector que, tarde o temprano, ya no pueda leer y mucho menos escribir? Un lector que moviera cada vez más rápido su pulgar cada vez más deforme”. En la página 506 se critica la lectura de bestsellers impersonales y Fresán nos da la receta de su construcción: “Hacen sentir a los lectores más inteligentes de lo que en realidad son. Ilusionistas para ilusos a conformar con una mezcla de cultura más o menos alta, alusiones a clásicos, algo de sexo (…), detalles político-históricos, y una trama sensiblera y melodramática donde todos, finalmente se descubrían cambiados para mejor contemplando la salida del sol en una ciudad peligrosa pero querida”.

Según avanzaba la lectura de La parte inventada me iba preguntado lo siguiente: ¿y no está escrita esta novela para complacer exactamente a alguien como yo? Para complacer a los lectores literarios, a los lectores que cuando Fresán habla de Julio Méndez o de Marcelo Chiriboga sabemos perfectamente de quiénes está hablando; a aquellos que aman las bibliotecas y las librerías de segunda mano, y se lamentan ante la inmediatez de la red y sus requerimientos ridículos.
Porque uno lee La parte inventada y acaba pensando que todos los personajes son Fresán: El Escritor, El Chico, el Amigo de El Escritor o la Hermana de El Escritor…, y la trama existe, sí, pero su peso en las páginas de este extenso libro es débil, y parece que toda la historia de La parte inventada se construye sobre la pura digresión: ahora hablo de Bob Dylan, ahora de las redes sociales, ahora de Suave es la noche, ahora de Pink Floyd…

El problema de La parte inventada, pese a su logro lingüístico (con esa mezcla de referentes, y de términos en inglés que parecen crear casi un neolenguaje) y sus complacientes reflexiones para el lector literario, es que le ocurre lo mismo que a Jardines de Kesington, que lo que más emociona es la metaliteratura: en este último libro eran las anécdotas sobre la vida de Barrie, y en La parte inventada son las anécdotas sobre la vida de Scott Fitzgerald. Es decir: Fresán, como gran amante de la literatura e inteligente lector, puede emocionarme al hablar sobre Scott Fitzgerald, pero creo que no puede emocionarme creando una historia como las que escribía Scott Fitzgerald; y quizás conseguir lo primero ya sea un gran mérito, pero considero que no es suficiente si se quiere escribir la gran novela sobre la muerte de la novela. O, tal vez, la muerte de la novela sea precisamente esto.