Navarra-Madrid, de Eduardo
Laporte
Editorial Sílex. 361 páginas. 1ª edición de 2024.
Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979),
navarro residente en Madrid, es amigo mío. De él he leído la novela de no
ficción La tabla (Demipage, 2015) y los libros de diarios titulados Diarios
2015-2016 (Pamiela, 2017) y Tiempo ordinario (Papelesmínimos,
2021). Este último libro se lo presenté yo en Madrid. Si no recuerdo mal, nos
conocimos en persona, pro primera vez, en un encuentro de blogs literarios, que
tuvo lugar en 2012.
Laporte estudió periodismo y esta
es su profesión. Navarra-Madrid
recopila artículos aparecidos en el periódico
navarra.com entre 2016 y 2021. Laporte ha hecho una selección de los
cientos de artículos que publicó en ese periódico, con temática navarra, y los
ha ordenado, procurando que tengan de esta forma sentido narrativo. Son
artículos –nos cuenta en su introducción– escritos en Madrid mirando a
Pamplona.
La primera sección del libro se
titula Navarra-Madrid, y el primer artículo nos habla de una visita que el
autor hace a la clínica pamplonica donde nació, en ruinas en ese momento. Es un
texto significativo, ya que esta primera parte nos hablará de la dicotomía
entre «ser» de un lugar, pero «vivir» en otro. Este primer texto parece querer
decirnos que, en realidad, nunca se puede volver al lugar al que uno cree
pertenecer, independientemente de que se siga viviendo allí o no, ya que todo
cambia con el tiempo. El autor llegó a Madrid en 2004, hace ya veinte años,
después de haber vivido hasta sus veinticinco en Pamplona. También nos hablará
de la casa familiar, en un edificio diseñado por el arquitecto Víctor Eura, al
que llamaban «el Gaudí navarro». Más de uno de los artículos de este primer
bloque hablaran del concepto de «cuadrilla», palabra con la que se conoce en el
norte de España a los grupos de amigos. Por un lado, está la idea de
pertenencia a un lugar, al pertenecer a esa cuadrilla de amigos, pero también
la tensión de pasar el tiempo con gente con la que en realidad no se tiene
demasiado en común. En Madrid, Laporte parece haber hecho esos amigos que sí
guardan más relación con sus inquietudes. En más de una ocasión, Laporte a
citar textos de su admirado Pío Baroja,
quien al parecer también estaba en contra de las cuadrillas.
Como también he podido observar
en los otros libros que he leído de él, a Laporte le gusta mezclar registros
orales del lenguaje con otros usos que resultan más anticuados. Por ejemplo,
usa términos como «ni de coña», con otras expresiones como «viandas y caldos de
postín». Aunque sé que esta mezcla es un rasgo de estilo, en algunas ocasiones
me ha resultado pertinente y en otras me saca un poco del texto. También es
dado Laporte a la creación de diminutivos y derivaciones de palabras chocantes,
como «tibiorra» de «tibia», o «chupinacil» de «cupinazo»- Asimismo, también
emplea algunas palabras que se pusieron de moda en otros artículos, en la época
en la que él escribía los suyos, como «cipotudo» por «prosa que trata de ser
muy masculina», debida a Íñigo Lomana.
En este contraste entre lo coloquial y lo antiguo suele moverse a gusto Laporte
en sus creaciones. Lo nuevo y lo viejo son concepto que se van alternando
constantemente en este conjunto de artículos. «Baroja fue un hater», llegará a afirmar en su juego de
contrastes, gustando también Laporte, de un modo ligeramente irónico, de los
anglicismos de moda.
Lógicamente los artículos
periodísticos tienen una limitación de palabras o de caracteres muy clara. Lo
que hace que los textos tengan una longitud muy similar; aunque también es
cierto que existen aquí varios formatos. Me llama la atención que Laporte
escribe algunos artículos encadenados, para vencer la limitación espacial del
periódico, y, de este modo, algunos de los artículos tienen sentidos si el
lector conoce el anterior, al que se hace referencia y se da continuidad en el
nuevo texto. Imagino que esto es un riesgo para un articulista, puesto que
nadie le garantiza que su lector le tenga absoluta fidelidad y le siga todos
los días, pero bajo esta premisa parece escribirlos Laporte. Aunque también es
cierto que este riesgo es menor ahora, que los periódicos son digitales, y las
entregas anteriores están a disposición del lector.
Otra de las secciones del libro
de llama Hiperlocalismos, y en ella
Laporte ha reunido artículos que hablan de comercios de Pamplona que ya no
existen, de sus sensaciones sobre una tómbola que se instalaba debajo de su
casa cada año, etc. En realidad, esta parte posiblemente es la más emocionante
del libro, ya que está escrita con gran aliento poético. Aunque Laporte de un
modo irónico trata de quitar importancia a sus propios textos, con esa
exageración de «hiperlocalismos», que también contiene un contraste entre lo
grande y lo pequeño, estos escritos apelan a la conciencia colectiva del
lector, puesto que todos nosotros podemos recordar un comercio de nuestra
infancia que ya no existe, o una clase del colegio que, lógicamente, nunca más
va a volver.
También, algo de lo que ya se
hablaba al escribir sobre la idea de cuadrilla, Laporte remarcará su capacidad
para no casarse con nadie; puesto que Pamplona ha sido un lugar de grandes
contrastes políticos, entre nacionalistas vascos y españoles, por ejemplo, que
se transformaban en hábitos de vestir, de relacionarse o de vivir con el propio
folclore local. En este sentido, Laporte, emulando las ideas de Manuel Chaves Nogales sobre la guerra
civil, reivindica una tercera Pamplona, alejada de la polarización política. En
este sentido, Laporte da cuenta de la pena que le causó que desapareciera la
sofisticación europea del llamado Café Vienés, para que el espacio se
transformara en una taberna, más acorde con el gusto del nacionalismo vasco.
Los artículos no están ordenados
cronológicamente, sino de forma temática, y por eso, resultan significativos, a
nivel histórico, aquellos que hablan de la pandemia y el confinamiento. Primero
se habla desde la incredulidad de que fuera a ocurrir todo lo que acabo
ocurriendo y de que una fiesta tan popular y tan significativa para Pamplona
como la de San Fermín pudiera suspenderse en su edición de 2020, como, luego se
ve, así acabó ocurriendo.
Las partes que menos me han
gustado del libro son aquellas en las que Laporte comenta algún libro que ha
leído sobre la historia de Navarra, y nos resume información sobre sus reyes o
reinas. Estos artículos le resultaran más ajenos al lector no interesado por
esa parte de la historia local, que aquellos en los que el propio Laporte habla
de su pasado o de sus recuerdos, páginas que nos acercan más al placer de la
pura narrativa; páginas más cercanas a los objetivos de la literatura, en
definitiva. Hay otras partes políticas que resultan más emocionantes, como
cuando se evoca el asesinato de Gregorio
Ordóñez.
Hacia el final del libro se habla
también de la figura colosal de Ernest
Hemingway y la publicidad que la obra del autor norteamericano y su
presencia en la ciudad ha significado para Pamplona, y se recogen también unas
crónicas que hizo Laporte sobre los encierros en las fiestas de San Isidro de
2017 y 2018, que se llaman Encierros a vuelapluma. En estos
artículos, Laporte habla de la historia de la carrera, así como de su
sociología. Aunque yo no soy aficionado a los toros o la tradición de los
encierros, son páginas que han conseguido interesarme.
En principio, el tema central de
este libro es Navarra, pero la recopilación de artículos acaba siendo una
suerte de análisis sobre la identidad, la nostalgia, los lugares que ya no
existen, los que nunca existieron… y acaba reflejando, de un modo muchas veces
poético, una experiencia universal que nos interpela a todos. Esta lectura no
ha sido una experiencia muy diferente que la de leer los diarios de Laporte,
que ya apunté en su momento que me gustaron.