Editorial Baile del Sol. 126 páginas. Antología 2001-2009. 1ª edición de 2010.
Yo estaba en realidad leyendo los Cuentos completos de Fogwill en la edición de Alfaguara, pero no conseguí acabarlos antes del miércoles 20 de abril, día que volaba a Roma hasta el domingo. El formato del libro de Fogwill (cuentos de unas 30 páginas) no me pareció el más adecuado para un viaje en que sabía que iba a patear una ciudad y acabaría por las noches cansado en el hotel. Así que me decidí por este Frágil de Eva Vaz (Huelva, 1972), que la editorial Baile del Sol me envió la semana pasada como parte del pago de los magros derechos de autor generados por las ventas, durante 2010, de mi novela Acantilados de Howth.
Frágil es una antología que toma poemas de 4 libros publicados por Eva Vaz: Ahora que los monos se comen a las palomas (2001), La otra mujer (2003), Leña (2004) y Metástasis (2006), más un grupo final de nuevos poemas inéditos. Ya conocía alguna muestra de la obra de Eva Vaz gracias a la antología 23 pandoras (2009), publicada también por Baile del Sol, y a poemas colgados en el blog Hankover.
La poesía de Eva Vaz se caracteriza por la creación de una potente voz femenina, que explota casi todos los conflictos de su intimidad, desde una perspectiva desencantada y en la mayoría de los casos angustiante; y, que sin embargo, posee un gran vitalismo.
Ya desde el primer poema, Mi credo, a modo de introducción, asistimos a la sustitución de una religiosidad convencional por un catecismo propio, basado en el consumo de pastillas tranquilizantes: “Esta oración es para vosotras / pequeñas píldoras de paz” (pág. 11).
La realidad impone un duro peso sobre la voz poética en esta antología: la soledad de la pareja, del sexo, “Porque el amor no me arreglo la vida. / Y tampoco era para tanto” (pág. 13).
Eva Vaz sucumbió durante años, siendo niña, a la tortura personal de la gimnasia rítmica, lo que le condujo a una autoexigencia alienante: trastornos alimenticios, como la anorexia, ingresos en hospitales… Este trauma iniciático planea sobre el poemario más de una vez: “Mi cuerpo es el mejor sitio / para mi dolor” (pág. 41), y deja en los versos un rastro de palabras recurrentes como una letanía: huesos, muerte, esternón…
En esta poesía confesional son varias las personas con las que dialoga la voz poética: su madre o su abuela, su hija, su pareja (luego ex pareja), y una nueva pareja (ya hacia el final del libro).
Los poemas, sin métrica ni rima, suelen estar formados por versos cortos, y la construcción poética es de corte narrativo; si bien se hace uso de anécdotas pequeñas de las que se desprende una idea mayor –como en el interesante poema El gorrión (pág. 53)-, en general predomina la narración de una historia amplia (una relación sentimental, por ejemplo) y en unos cuantos versos se poetiza hablando de toda la historia entre los amantes, y en este caso los versos operan y cobran su fuerza por el método de la sustracción. También, y sobre todo en los poemas correspondientes al poemario La otra mujer, Eva Vaz crea personajes, y en ellos especula sobre estados de ánimo. Dentro de este grupo destacaría algún poema, como el titulado Historia de la mujer del internauta.
Tanto en las composiciones más íntimas, como cuando crea personajes, la poesía de Eva Vaz intenta romper los tabúes de lo convencional, un espacio humano que parece no poder contener su nervio vital. Para corroborar esta idea, observemos estos versos: "A L. le preguntaron / si quería poner escayola / en el piso. / L. no sabía para qué servía / la escayola. / M. tampoco. // Pusieron la escayola. // Todo el mundo tiene / escayola". (pág 45).
Durante los últimos poemarios, los diálogos con la madre muerte se van haciendo más intensos, y también las reflexiones a las que le invita su hija.
El poemario Metástasis y los poemas inéditos pueden leerse casi como una composición narrativa, en la que asistimos a la ruptura de una pareja, la soledad, la deriva del sexo y la formación de otra pareja.
Dentro de la reivindicación de una feminidad antimachista de Eva Vaz no faltan versos sobre el pobre papel que a veces la sociedad confiere a la mujer: “He necesitado licenciarme / en Filosofía / y perseguir un doctorado / y despellejar mi paciencia / en unas oposiciones / para descubrir que lo más apreciable, / mi mejor joya: / mi coño” (pág. 14)
Reproduzco aquí uno de mis poemas favoritos del libro, donde se reúnen bastantes de las características comentadas:
Para gritar
Mi madre siempre deseó
una parcela en el campo:
«Descansar
es invertir en calidad de
vida».
Para su último hogar
improvisó un alquiler
de cinco años y flores de
plástico.
La muerte también tiene
fecha de caducidad.
Ha vencido el alquiler
y mi padre le ha comprado
su propia parcela en el campo,
en el pueblo.
La muerte también entiende
de clases.
Vuelven a encontrarse,
por arte del negocio inmobiliario.
Su última cita,
en el paraíso del cementerio municipal:
mi padre asiste al siniestro desnudo
de huesos desordenados.
Y el anillo de matrimonio.
Su esposa, mi madre,
en una paz brutal como nunca tuvo.
Todo en una bolsa de plástico.
Sin más mística:
el espanto en una bolsa de basura.
Mi padre volvió a sentar
a su amante
en el asiento del copiloto.
Con cariño. Con la tragedia
instalada en el volante.
Con arcadas. Con amor.
Depositó la bolsa,
como el que regresa del supermercado,
en la propiedad,
en una bolsa de basura
de plástico.
Tantas bocas viven
de la muerte.
Hasta mi poema vive de la muerte.
Mi ego liba de tu muerte.
Perdóname.
mamá,
has tenido una nieta.
Mi madre siempre deseó
una parcela en el campo:
«Descansar
es invertir en calidad de
vida».
Para su último hogar
improvisó un alquiler
de cinco años y flores de
plástico.
La muerte también tiene
fecha de caducidad.
Ha vencido el alquiler
y mi padre le ha comprado
su propia parcela en el campo,
en el pueblo.
La muerte también entiende
de clases.
Vuelven a encontrarse,
por arte del negocio inmobiliario.
Su última cita,
en el paraíso del cementerio municipal:
mi padre asiste al siniestro desnudo
de huesos desordenados.
Y el anillo de matrimonio.
Su esposa, mi madre,
en una paz brutal como nunca tuvo.
Todo en una bolsa de plástico.
Sin más mística:
el espanto en una bolsa de basura.
Mi padre volvió a sentar
a su amante
en el asiento del copiloto.
Con cariño. Con la tragedia
instalada en el volante.
Con arcadas. Con amor.
Depositó la bolsa,
como el que regresa del supermercado,
en la propiedad,
en una bolsa de basura
de plástico.
Tantas bocas viven
de la muerte.
Hasta mi poema vive de la muerte.
Mi ego liba de tu muerte.
Perdóname.
mamá,
has tenido una nieta.
En resumen: una recomendable antología que ha acompañado mis paseos por Roma; de una poeta, desgarrada, demoledora, y aún así vitalista y repleta de fuerza poética