miércoles, 27 de noviembre de 2013

Reseña de El bar de Lee en Punto de libro

Hace unas semanas me puse en contacto con la interesante revista literaria de internet Punto de libro. Les envié mi poemario El bar de Lee para su sección de reseñas y su comentario sobre mi libro ha aparecido en el número 32 de su revista.
Desde aquí quería darles las gracias por su atenta lectura.
Dejo un enlace a su página: PUNTO DE LIBRO.





Esta es la reseña que han publicado sobre El bar de Lee:

El bar de Lee
David Pérez Vega
Baile del Sol

David Pérez López decidió adoptar el nombre literario David Pérez Vega para no ser confundido con cierto escritor mexicano en esa máquina trituradora de identidades que es Google. Con ese "nombre artístico" firmó su novela Acantilados de Howth (Baile del Sol, 2010) y los poemarios Siempre nos quedará Casablanca (Baile del Sol, 2011) y El bar de Lee (Baile del Sol, 2013). Este último es, en realidad, la publicación en un mismo volumen de dos poemarios distintos pero muy relacionados entre sí: Móstoles era una fiesta y El Calvo del Sonora. Entre ellos hay años de distancia, y juntos forman una auténtica biografía poética del autor.

David Pérez Vega mantiene un interesante blog donde además de poemas -propios y ajenos- se pueden encontrar comentarios y reseñas de poemarios y novelas. El título de esta bitácora, Desde la ciudad sin cines, alude a Móstoles, la ciudad en la que el autor ha pasado prácticamente toda su vida, y que es un personaje esencial en El bar de Lee.

Leer en un mismo volumen dos poemarios escritos con una década de diferencia permite observar no solo la necesaria evolución en el estilo del poeta sino, sobre todo en este caso, la coherencia a la hora de elegir los temas sobre los que escribe. Quizá no sea tanto coherencia como necesidad vital, porque el autor practica un tipo de poesía que es auténtica biografía, un ejercicio de introspección igual al que se realiza al escribir un diario. El resultado es una poesía narrativa que recorre la infancia, adolescencia y juventud del autor, y que recurre al recuerdo, al ejercicio de la memoria, para desentrañar los aspectos más o menos felices de la vida en una ciudad del extrarradio. Y es que si hay algo que da unidad a los poemas de El bar de Lee, además de la propia vida del narrador y protagonista, es el escenario en el que se desenvuelve, ese Móstoles que el título del poemario aboca a una imposible identificación con un París literario, bohemio, lleno de luz y de libros. Una ciudad, París, llena de todo lo que el poeta echa en falta en una ciudad que ve gris, borrosa, triste.

El primero de los dos poemarios, Móstoles era una fiesta, tiene ya quince años. Es, pues, la obra de un jovencísimo poeta que, sin embargo, parece tener muchos más años tanto por el contenido de sus poemas, como por la visión cansada, algo escéptica que muestra de la vida. Es, pues, un poemario muy adulto, pese a la juventud del autor, nada titubeante en su contenido -puede que aún algo oscilante en el estilo y la forma-. En una especie de diario recorremos la ciudad en las diferentes estaciones del año. El poemario arranca con un Móstoles nevado, en un bello poema que muestra, bajo la capa blanca de la nieve, la ciudad oscura, gris y opresiva. Cualidades que, sin embargo, la convierten en un lugar idóneo para escribir, lo que acaba por ser el vínculo que permite asociar esta ciudad con el Paris al que alude el título. Pasamos después por el resto de estaciones del año, cambios de estación que se concretan en ese olmo que el poeta ve a través de la ventana, mientras con la memoria y la poesía regresa una y otra vez a la infancia, a los juegos, a la escuela. Y en ese ejercicio de memoria se hace evidente que el tiempo no cambia las cosas, sino a las personas. Los baches del asfalto -las cicatrices de la ciudad-, o el campo de futbol en el que jugaba de niño no han cambiado. Y si ya no siente lo mismo al verlos, si ese campo ya no le sirve para jugar al balón con sus amigos, entonces es él mismo el que ha sufrido un cambio profundo.

En el segundo poemario, El Calvo del Sonora, el ejercicio de memoria se hace desde una distancia ahora mayor. El paso de los años, los estudios universitarios y, por fin, un trabajo como profesor, son puras anécdotas ante el verdadero cambio que el autor ha sufrido. Ahora es -se declara- un verdadero poeta. Ha conseguido el éxito, un éxito personal que a un poeta nunca le vendrá por el hecho de haber publicado, por haber obtenido reconocimiento público o fama. Viene de la convicción íntima de saber que ha logrado plasmar en palabras todo aquello que siempre ha querido decir. Ese es el verdadero significado del éxito para el poeta. Una realización personal que, quizá, solo logremos entender tras leer el impresionante poema que cierra el volumen.

Si en el primer poemario la forma es muy libre, a veces irregular, y obedece a un estilo puramente narrativo, en el segundo encontramos una poesía más robusta, que cuida más el ritmo y la sonoridad. Pese a esos cambios estilísticos, la publicación conjunta demuestra ser un acierto, pues permite no solo leer la obra como un texto narrativo, sino encontrar las claves y referencias literarias del autor -desde Asimov a Bukowsky, pasando por Cortázar, Hemingway o Melville-. El bar de Lee es poesía con vocación de relato y, por ello, resulta igual de interesante para el lector habitual de este género como para quien aún sienta algo de inseguridad al acercarse a un poemario.

Publicado en el nº 32 de la revista Punto de libro

Ver reseña en la revista Punto de libro: AQUÍ.


domingo, 24 de noviembre de 2013

Un mortal sin pirueta, por Ernesto Calabuig

Editorial Menoscuarto. 180 páginas. Primera edición de 2008.

Conocí en persona a Ernesto Calabuig (Madrid, 1966) en la Feria del Libro de Madrid de 2012. Yo estaba en la caseta de la editorial Menoscuarto, hojeando libros y conversando con su editor, José Ángel Zapatero, cuando Calabuig se acercó para saludar a Zapatero y éste me lo presentó. En realidad, yo le había reconocido. Sabía quién era por fotos de internet. Había leído dos de sus relatos: uno en la antología Siglo XXI. Los nuevos nombres del cuento español actual y otro que leí de pie en la Casa del Libro de Gran Vía, tras abrir su libro Un mortal sin pirueta. También suelo leer sus críticas literarias sobre narrativa hispanoamericana que publica en El Cultural y es bastante habitual que coincida con sus apreciaciones. Me apeteció comprar su libro Un mortal sin pirueta y él me lo dedicó amablemente. Más tarde he coincidido con él en la presentación de dos libros, donde él ejercía de presentador: La vida interior de las plantas de interior de Patricio Pron y Trasfondo de Patricia Ratto.

Ha sido durante este último mes de octubre cuando por fin he cogido Un mortal sin pirueta de entre mi montaña de libros inleídos, colocados ahora no en los anaqueles de las estanterías de Ikea de mi habitación, sino sobre ellas, cercanos al techo, amenazando siempre con caer sobre mí y sepultarme.

Un mortal sin pirueta, el primer libro de Ernesto Calabuig, publicado en su cuarentena, está formado por quince cuentos que –como él mismo me contó– están escritos en etapas bastante diferentes de su vida.

Bertie en el Neckar abre el conjunto: un relato, ambientado en la Alemania del siglo XIX, en el que un comerciante aficionado a la poesía emprende un viaje para conocer a su admirado Friedrich Hölderlin, quien por entonces ya es un viejo decrépito y loco, al que sería mejor no conocer en persona. El relato reflexiona sobre el valor y la idealización del arte frente a la vida cotidiana. Es un relato agradable de leer, pese a la adjetivación excesiva que acaba saturando alguna de sus frases (imagino que éste es uno de los relatos que Calabuig escribió siendo más joven; otro hecho lo delata: en un momento dado el narrador se olvida de las coordenadas temporales que ha elegido para su relato y reflexiona desde el siglo XXI, o tal vez desde finales del XX, sobre la influencia posterior de Hölderlin; un anacronismo narrativo que, recuerdo ahora, Mario Vargas Llosa le perdonaba al Lampedusa de El Gatopardo, y que yo mismo puedo perdonar fácilmente).
Bertie en el Neckar estaría emparentado con el cuento Una pieza para Goethe (o Goethe ante la mujer de hielo), que es el noveno relato del libro. De nuevo, el cuento está ambientado en la Alemania del siglo XIX (Calabuig conoce el idioma alemán y ha viajado frecuentemente a este país) y nos acerca a una de las figuras más destacadas de la literatura de ese momento: Goethe. Frente a la grandeza del arte inmortal nos encontraremos de nuevo con una persona envejecida y acabada.

Voy a hablar ahora de dos de los cuentos que menos me han gustado del conjunto: Gran angular de Enrico Martinetti, que narra una visita a Roma, contada por una persona que parece ser el propio autor, y su estancia en la casa del fotógrafo Martinetti. En este cuento se recrea una Roma del pasado, evocada por el fotógrafo, pero quizás la fuerza de un recuerdo personal agradable para Calabuig no consigue transmitir suficiente carga dramática (nota personal: cuidado con los relatos autobiográficos). Y el otro relato que menos me ha gustado sería Dos hermanos, una narración que rompe con el realismo del libro, con un toque onírico que lo emparenta con ciertas escenas de los cuentos de Kafka, pero cuya intención no me quedó clara.

Desconozco si Ernesto Calabuig ha trabajado (o trabaja) como profesor de Filosofía en un instituto, pero intuyo que sí al leer algunos relatos que me parecen de trasfondo autobiográfico, como el titulado Una nueva manera de mirar, sobre el desconcierto vital de un profesor de mediana edad (cuento que ya había leído en la antología Siglo XXI) y el último del libro, Con el viento de Galicia, que con sus 45 páginas es el más largo de todos y que más que un relato parece ya una novela corta. Intuyo que esta nouvelle pudo abrir caminos narrativos para la que ha sido, hasta ahora, la única novela publicada del autor, titulada Expuestos.
Sea Calabuig profesor de Filosofía o no, sí sé que realizó estos estudios, conoce el idioma alemán, del que ha hecho más de una traducción, y, por supuesto, ha sido escritor de relatos; con estas características autobiográficas están retratados más de uno de sus personajes.
Los dos últimos relatos que he comentado parecen ser los más cercanos en el tiempo a la publicación del libro, ya que parecen escritos con una mayor madurez y precisión narrativas que algunos de los otros comentados. Estos relatos me gustan, pero los que he leído con mayor agrado son aquellos en los que Calabuig vuelve la vista atrás y retrata a personajes de su pasado, que en la mayoría de los casos suelen ser profesores, con los que se encontró cuando tenía trece o catorce años. En ellos el misterio de algún profesor (extranjero muchas veces) parece romper la rutina del colegio de curas posfranquista en el que estudia el personaje.
La nostalgia y la mirada retrospectiva sobre el misterio de la vida adulta desde la primera adolescencia son los dos motores compositivos de los mejores relatos de este libro. Entre ellos destacaría Fotocomposición del señor Gattinara o De nombre artístico Álvaro Labra, ambos sobre profesores (un colectivo muy presente en este libro) y también los titulados La Pinada, sobre una vecina y sus sueños, y Risas bobas, acerca del recuerdo de la muerte de un abuelo. Creo que estos cuatro relatos han sido los que más me han gustado del conjunto.
En conclusión, y pese a alguno de los altibajos señalados, he leído este libro con agrado y considero que en él se incluye más de una pieza destacada.


Ernesto Calabuig quedó entre los finalistas de la última convocatoria del premio Ribera del Duero para libros de relatos, y sé que para mi admirado Enrique Vila-Matas, miembro del jurado, el libro de Calabuig era el favorito. Siento curiosidad por leer este libro, y espero que no tarde mucho en publicarse.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Konstantino Kavafis, unos poemas

Creo que a la poesía de Kostantino Kavafis (Alejandría, 1863-1933) uno siempre llega por referencias en otros textos; por poemas donde encuentra citados algunos de sus versos. Compré mi primer libro de Kavafis por 350 pesetas, una recopilación de 56 poemas. Es un volumen de pequeño formado que sacó Mondadori en una colección llamada Mitos poesía. Seguramente lo compré a finales de los años 90, o en todo caso debía de ser yo muy joven, porque cuando leía los poemas de amor entre jóvenes de 26 años y en ellos el poeta evocaba y exaltaba la juventud, recuerdo que pensaba que 26 no era ser tan joven (qué inocencia, fíjense si yo era joven entonces).
Hace no demasiados años compré las Poesías completas en la cuesta de Moyano, en la edición de Hiperión: 84 poemas escribió Kavafis en toda su vida. No le hicieron falta más para ser uno de los grandes del siglo XX.

Siempre me gustó la celebración de la vida que suponía la poesía de Kavafis, un poeta que siempre parecía decirte: da igual que acabes en una oficina gris, haciendo algo que no te gusta si has amada, si hay bellos recuerdos (si son prohibidos mejor) a los que aferrarte.



Dejo aquí alguno de los poemas de Kavafis:

La ciudad

Dijiste: "Iré a otra ciudad, iré a otro mar.
Otra ciudad ha de hallarse mejor que ésta.
Todo esfuerzo mío es una condena escrita;
y está mi corazón - como un cadáver - sepultado.
Mi espíritu hasta cuándo permanecerá en este marasmo.
Donde mis ojos vuelva, donde quiera que mire
oscuras ruinas de mi vida veo aquí,
donde tantos años pasé y destruí y perdí".
Nuevas tierras no hallarás, no hallarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás
por las mismas calles. Y en los mismos barrios te harás viejo
y en estas mismas casas encanecerás.
Siempre llegarás a esta ciudad. Para otro lugar -no esperes-
no hay barco para ti, no hay camino.
Así como tu vida la arruinaste aquí
en este rincón pequeño, en toda tierra la destruiste.

Itaca

Cuando emprendas el viaje hacia Itaca
ruega que sea largo el camino,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
A los Lestrigones, a los Cíclopes
o al fiero Poseidón, nunca temas.
No encontrarás trabas en el camino
si se mantiene elevado tu pensamiento y es exquisita
la emoción que toca el espíritu y el cuerpo.
Ni a los Lestrigones, ni a los Cíclopes,
ni al feroz Poseidón has de encontrar,
si no los llevas dentro del corazón,
si no los pone ante ti tu corazón.

Ruega que sea largo el camino.
Que muchas sean las mañanas de verano
en que - ¡con qué placer! ¡con qué alegría! -
entres en puertos nunca antes vistos.
Detente en los mercados fenicios
para comprar finas mercancías
madreperla y coral, ámbar y ébano,
y voluptuosos perfumes de todo tipo,
tantos perfumes voluptuosos como puedas.
Ve a muchas ciudades egipcias
para que aprendas y aprendas de los sabios.

Siempre en la mente has de tener a Itaca.
Llegar allá es tu destino.
Pero no apresures el viaje.
Es mejor que dure muchos años
y que ya viejo llegues a la isla,
rico de todo lo que hayas guardado en el camino
sin esperar que Itaca te de riquezas.
Itaca te ha dado el bello viaje.
Sin ella no habrías aprendido el camino.
No tiene otra cosa que darte ya.

Y si la encuentras pobre, Itaca no te ha engañado
sabio como te has vuelto con tantas experiencias,
habrás comprendido lo que significan las Itacas.


Era pobre y sórdida la alcoba....
     
Era pobre y sórdida la alcoba,
escondida encima de la equívoca taberna.
Desde la ventana se veía el callejón
sucio y estrecho. De abajo
subían las voces de unos obreros
que jugando a las cartas mataban el tiempo.
Y allí, en una cama mísera y vulgar
poseí el cuerpo del amor, poseí los labios
sensuales e sonrosados por el vino -
sonrosados de tanto vino que incluso ahora,
cuando escribo, después de tantos años,
en mi casa solitaria, vuelvo a embriagarme.


Así

En esta fotografía obscena
vendida (a escondida de miradas) en la calle,
en esta fotografía pornográfica
cómo puede haber una cara tan
maravillosa como la tuya.
Quien sabe la vida fatal, sórdida, que harás;
en qué cruel ambiente
te habrás hecho esa fotografía;
qué espíritu tan vulgar el tuyo.
Mas pese a todo permanece, aún vive en mí aquella cara
maravillosa, esa figura
hecha y ofrecida para el placer griego
-así permaneces para mí y así te canto.


Al atardecer

De cualquier forma aquellas cosas no hubieran durado mucho.
         La experiencia
de los años así lo enseña. Mas qué bruscamente
todo cambió.
Corta fue la hermosa vida.
Pero qué poderosos perfumes,
en qué lechos espléndidos caímos,
a qué placeres dimos nuestros cuerpos.
Un eco de aquellos días de placer,
un eco de aquellos días volvió a mí,
las cenizas del fuego de nuestra juventud;
en mis manos cogí de nuevo la carta,
y leí y volví a leer hasta que se desvaneció la luz.
Y melancólicamente salí al balcón -
salí para distraer mis pensamientos mirando
un poco la ciudad que amo,
un poco del bullicio de sus calles y sus tiendas.


domingo, 17 de noviembre de 2013

Trasfondo, por Patricia Ratto

Editorial Adriana Hidalgo. 143 páginas. Primera edición de 2012.

En la Feria del Libro de Madrid de este año, paseaba una tarde por el Retiro con mi amigo el escritor Federico Guzmán Rubio. Éste me propuso que nos acercáramos a la caseta de la editorial argentina Adriana Hidalgo para presentarme al representante de la editorial en España, que es su amigo. Una vez allí, charlamos un rato con el editor, Fabian Lebenglik, que nos estuvo recomendando algunos de sus libros. Yo acabé comprando éste, titulado Trasfondo, de Patricia Ratto (Tandil, Argentina) y La huella del crimen de Raúl Waleis, publicada en 1877, que es la primera novela policiaca en español. Las palabras de Lebenglik sobre Trasfondo lograron convencerme, y además ya había leído una buena crítica sobre esta novela en El Cultural de El mundo, firmada por Ernesto Calabuig, de quien suelo fiarme.

Hace unas semanas recibí un correo de la editorial Adriana Hidalgo en el que me invitaba a la presentación en Madrid de la novela Trasfondo, que tendría lugar en la librería Tipos Infames de Malasaña. Lógicamente, la editorial no había traído a Patricia Ratto expresamente desde Argentina para presentar su libro en Madrid, presentación a la que acudimos unas veinte personas, sino que ella estaba en España de vacaciones y la editorial le pidió que, aprovechando la ocasión, realizase una presentación de su novela.
Acudí esa tarde a Tipos Infames con Federico Guzmán (quien ya había leído Trasfondo y le había gustado). Fue agradable estar allí, poder escuchar a Ratto (presentada por Calabuig) hablar de cómo se interesó por esta historia al escuchar a un veterano de la guerra de Las Malvinas relatar su experiencia, y cómo se puso en contacto con los marineros de un submarino que participó en esa guerra, quienes decidieron entrevistarse con ella a pesar de las recomendaciones negativas de la Armada argentina (la historia no era de la Armada, era suya, alegaban los marineros); cómo Ratto tuvo que vencer la resistencia de los marineros cuando sabían que quería escribir una novela sobre su experiencia y no una crónica periodística, y cómo era la acogida de un libro de guerra escrito por una mujer.

Fotos de la presentación:

Patrica Ratto, Ernesto Calabuig y Fabian Lebenglik

Federico y yo con expresión de "muy interesados"


En Trasfondo, Patricia Ratto novela un episodio real de la guerra de Las Malvinas: la historia de treinta y cinco hombres que estuvieron en un submarino treinta y nueve días de patrulla por el Atlántico Sur encontrándose con barcos y aviones del ejército inglés. Cuando regresaron a puerto, con la guerra perdida, nadie les esperaba para festejarles: “Se me ocurre que quizá lo mejor hubiera sido estallar en mil pedazos y no volver, así seríamos víctimas o héroes, no esta evidencia viva de lo que no funciona, de lo que está mal, del fracaso”, apunta el narrador en la página 136.

En la página 8 el narrador intuye que va a pasar algo fuera de lo normal cuando descubre que sus compañeros están limpiando el submarino de moluscos incrustados en el casco: “Estilo argentino, agrega, buzos con snorkel, chapa y a raspar, a mano nomás, y a pulmón”, esto le dice uno de los personaje a otro, y posiblemente en estas palabras, “estilo argentino”, a la vez irónicas y resignadas, se encuentra condensado el tono de la novela, en realidad más resignada que irónica. Esta es la historia de unos hombres enviados a una guerra que, a todas luces, no pueden ganar, con un submarino en el que no funciona el lanzamiento de torpedos, y que en más de una ocasión parece un ataúd bajo el agua. Hay una serie de detalles que contribuyen a una sensación claustrofóbica: los marineros no deben hacer ruido, porque los barcos o los otros submarinos pueden detectarles; además, en más de una ocasión el submarino no puede subir con facilidad a la superficie a repostar aire y éste va acabándose. “Cuarenta centímetros hasta el techo, y después, toneladas de agua helada, toneladas de océano sobre mi cabeza, sobre las cabezas de los otros”, señala el narrador en la página 23.

Es notable el trabajo de investigación que ha llevado a cabo Patricia Ratto para poder describir la vida dentro de un submarino. Solo documentándose se pueden escribir párrafos con detalles tan técnicos como estos: “Una gota me cae de pronto en medio de la cabeza desde un manifold superior: hasta nuestra respiración se condesa y nos llueve encima” (pág. 31); “Estamos metidos en una napa, una burbuja de agua más fría que el agua ya bastante fría en que veníamos navegando; se han detenido las máquinas y el submarino deriva suavemente, sigue la corriente, con nosotros adentro, y así se vuelve indetectable, los sonidos rebotan en la barrera térmica de la napa y es como si no existiera, como si se hubiera vuelto de pronto agua, todo agua: el barco, nosotros, los objetos, el tiempo, sólo agua en el agua” (pág. 42).

Uno de los grandes puntales de la novela es la elección de la voz narrativa: un marinero innominado nos describe a sus compañeros, quienes nunca fijan la vista en él ni le dirigen la palabra. El narrador describe lo que le rodea de forma aséptica, sin énfasis; y al principio esta distancia –o frialdad– resulta extraña, poco usual en una novela de guerra. Sin embargo, la tensión se va filtrando casi de forma inconsciente en las páginas descritas; y al final se produce un desdoblamiento en el lector: por un lado quiere saber qué va a ocurrir con esos marineros atrapados en el tubo del submarino (a pesar de que ya sabe que regresan a puerto) y quién es el narrador, o al menos dónde está el punto de fuga del narrador, ya que se percibe algo inquietante o inhumano en la distancia de la voz narrativa. Prefiero no desvelar nada más de este tema, porque hacerlo podría arruinar la lectura. “Todo barco guarda un enigma”, se apunta en la página 129, y vamos a dejarlo ahí.

Me gustó estar en la presentación del libro porque, al leerlo unas semanas después, pude darme cuenta de algunos de los trucos compositivos del mismo: en el libro se describen unos sueños que tiene el narrador, en ellos ve a sus compañeros en tierra. La vida que se describe en los sueños es el destino que aguardaba a los marineros reales con los que Ratto se ha entrevistado, y por lo tanto esos sueños resultan anticipaciones del futuro.

Sobre la guerra de Las Malvinas leí, hace ya bastantes años, Los Pichiciegos de Fogwill, y recuerdo que en su momento me pareció una narración fría: no había en ella ningún personaje con el que sentirse identificado. Trasfondo puede resultar también una novela un poco fría, pero al ir avanzando por sus páginas se siente la claustrofobia real de la situación y uno llega a tener muy presentes a los marineros principales sobre los que el narrador posa su mirada. Una vez finalizado el libro, una vez descubierto quién es el narrador, la emoción o la compasión por él aflorarán en el lector.

La propia autora apuntó en la presentación que podría haber escrito una novela de 500 páginas, pero decidió escribir una corta. Quizás me habría gustado leer esa novela de 500 páginas y saber más de la vida de los personajes, pero desde luego esta novela corta –escrita con un esmero cuidadoso– es profundamente literaria, con un interesante guiño: el narrador lee un libro que el lector avezado identificará como La guarida de Franz Kafka, y se establecerá una conexión entre el animal que cava túneles en el relato de Kafka y el narrador.
Ratto consigue trasladarnos a un escenario poco usual, y desde este lugar esquinado nos habla del drama que fue la guerra de Las Malvinas para la nación argentina.


A mí, que me gusta tanto la literatura argentina, este libro me hizo disfrutar. Además es de celebrar que una editorial tan literaria como la argentina Adriana Hidalgo distribuya sus libros ahora en España.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Un poema y una reseña de Siempre nos quedará Casablanca

La semana pasada me llevé la grata sorpresa de encontrarme en el blog de Baile del Sol una reseña sobre mi poemario Siempre nos quedará Casablanca, que había aparecido en la revista literaria La manzana poética (dejo AQUÍ el enlace a su web). Está firmada por Manuel Ángel Jiménez, a quien no conozco de nada. Fue realmente agradable pensar que un desconocido había leído mi libro y le habían podido gustar sus poemas. Me hizo gracia el comentario que hace sobre mi poema Encuentro en el metro con Leopoldo María Panero; escribe Jiménez: “unos versos que huelen a recuerdo imaginado o sueño recordado (?)”. En realidad, estimado Manuel Ángel, lo escrito en ese poema está basado en un encuentro real con Panero. Ambos íbamos a la Feria del Libro de Madrid. Dejo aquí ese poema y la reseña:



ENCUENTRO EN EL METRO CON
LEOPOLDO MARÍA PANERO
Me encontraréis en la siniestra humedad
de un cubo de basura.
                                                             L. M. P.

Un escalofrío (cagadas de mono) al recorrer el andén.
Sin duda. Cuando llegó el metro y entramos
en la garganta fresca del vagón, me situé enfrente
para con discreción poder observarle.
En una bolsa de plástico dos libros de colores chillones
y la oquedad de cuatro cajetillas de tabaco rubio, cuatro,
los pantalones caídos igual que si cubrieran a un esqueleto,
el pelo enrarecido y calcinado: la brocha de Munch en llamas,
de pez fuera del agua la herida de la boca abierta
como si el aire estuviese lleno de partículas nocivas,
de animales crucificados o gritos flotando en semen,
las mejillas hundidas, los ojos perdidos, ¿qué verían?

Nos bajamos en la misma estación,
me adelanté, iba a irme pero me dije:
es él, es el gran maldito de nuestra poesía,
tengo que saludarle. Me di la vuelta:
«Perdona, ¿eres Leopoldo María Panero, verdad?».
A pesar de mis dudas se reconoció con una sonrisa,
estreché su mano de ceniza fría, ceniza fría,
sucia y pisoteada. Salimos a la calle hablando
de él y de su hermano Juan Luis, al que confundía
con su propio destino de interno psiquiátrico.
«Está en un manicomio», dijo con voz de rencor seco
al susurro de una habitación a oscuras. Miraba al suelo.

Me hubiera apetecido invitarle a un café
o a una cerveza, pero no me atreví o sentí miedo
del fondo de sus ojos sin fondo, de las cosas negras
y temibles y sin vuelta atrás que podrían haber visto y yo no.
Esa mañana yo había quedado con mi bella amiga,
me esperaba. Sus ojos también me daban miedo.






SIEMPRE NOS QUEDARÁ CASABLANCA
David Pérez Vega
Ediciones Baile del Sol. Tenerife, 2011

Por Manuel Ángel JIMÉNEZ/La manzana poética - Junio 2013

La pantalla cinematográfica es un espejo, incluso a veces permeable y osmótica (me estoy acordando de La Rosa Púrpura de El Cairo), como los libros. Escribir de cine no es lo mismo que escribir de poesía o sí, quizá sí que sea lo mismo. Porque, al fin y al cabo, es escribir. Sin más.
La poesía de David Pérez Vega en su libro Siempre nos quedará Casablanca nos invita a zambullirnos en una lectura tan narrativa como de sentimientos, con la discreción que ofrece una sala en la penumbra de una proyección o a través de la luminosidad que escupen los sentimientos trasladados en forma de poema. En el equilibrio. Me imagino al autor, sentado en una cafetería, viendo pasar los trenes por la Estación Central de Móstoles, los sábados por la mañana, como en una película de Alain Tanner — pongamos, por ejemplo, En la ciudad blanca- escribiendo en la soledad de un día gris lejano a la rutina del auditor de cuentas, en el principio de este milenio, hace ya una década. La obra está dividida en cuatro segmentos (nombrados como Días de cine, Nos está acorralando el tiempo, Pequeños homenajes de ida y vuelta y Concurso de camiseta frías) que juntos conforman una treintena de poemas narrativos y en verso libre, donde nos encontraremos con más de un homenaje que el autor evoca y retrata, indudablemente cada lector tendrá la oportunidad de hacerlos suyos en mayor o menor medida, en función de afinidades, vivencias y gustos. Porque la obra comienza con todo un canto a lo que se ha convenido en llamar séptimo arte: Casablanca (como a los personajes de Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, siempre nos quedará París o como a Woody Allen, siempre nos quedará el recuerdo de un film), prosigue con “Cine de verano” (la nostalgia de la infancia y de esos días tan azules y noches perfumadas a la luz de la luna, grandes pantallas donde los sueños se guardaban para siempre), Banda sonora (la de nuestras vidas que continuamente se va construyendo), “Pan y tupilanes (V.O.S.)” (homenaje a esos locales donde unas inmensas minorías escuchan y saborean las verdaderas voces, con sus acentos y acordes tonos, porque aunque la cinta no sea nada del otro mundo puede trasladarnos a cualquier parte y hacernos caer en el encantamiento), Marta y alrededores (cuando la vida se entremezcla con la ficción en el aquí y ahora, en los Cines Princesa por ejemplo), Multicines ( o la decrepitud del invierno del desencanto cuando las persianas se echan para siempre y los momentos vividos allí se quedan encerrados en el olvido, sin posibilidad de futuro), “Fechas borrosas” (como las de esos boletos que encontramos, ya medio despintados por el tiempo, en cualquiera de los bolsillos y nos hacen recordar), “Cine militar” (cuando el abuelo era el acompañante y su tarjeta de reservista era el salvoconducto para entrar en “La Guerra de las Galaxias”), A oscuras soñándonos (con falsos carnets de estudiante o monedas ganadas en concursos literarios, entrando en espacios creados por Loach o Aristarain para hacerse más sabios), Exorcismos (sufridos por el espectador ávido de otra cosa muy diferente a la que hoy puede encontrar en las butacas del cinematógrafo, ya sea en Gran Vía o cualquier otra parte los sonidos de un teléfono móvil, las palomitas del vecino, los comentarios de un público malcriado gracias a la telebasura te sacarán de la hipnosis y te enfrentarán a la mediocre y endemoniada realidad en forma de estafa), Sesión de las 4 (instrucciones de uso) (esa hora en que los solitarios hacen una pausa para no ser conscientes del espacio que ocupan en la realidad que les espera ahí fuera, en el sitio de costumbre, donde otros tienen pesadillas cuando duermen) Y así, poco a poco, entraremos en un nuevo capítulo, donde una cita del gran Manuel Vicent nos avisará de que La vida es la única película en la que siempre muere el héroe y nos invitará a sumergirnos en un ramillete de poemas de esos que transmiten retazos de alguien que sabe sobrevivir con la ayuda que ofrece el arte a quien necesita alimentarse de algo más que un sándwich barato, pues por algo la lectura de un buen libro (La montaña mágica, Corazón tan blanco), el placer estético que ofrece una obra de arte, o las casualidades del destino que pueden cambiarnos para siempre (un encuentro en el metro con el poeta maldito y el miedo al fondo de sus ojos, tan profundos como los de la mujer que espera) resultan definitivas e influyentes en el modelado del que no se conforma con pasar el trámite de vivir y aspira a algo más, dejando escrito lo que a su vez puede que influya en otros. Para bien. Y como, ya se sabe, es de bien nacido ser agradecido, el autor no ha dejado pasar la ocasión para corresponder, bajo el título de Pequeños homenajes de ida y vuelta, a pintores como Pieter Brueghel el Viejo y su cuadro El triunfo de la muerte, a Van Gogh y su obra Los descargadores en Arles y, de paso, algún que otro impresionista cuyos lienzos cuelgan, en el Museo Thyssen-Bornemisza, junto al del genial loco del pelo rojo; tampoco se olvida del recuerdo al poeta romántico por excelencia, Gustavo Adolfo Bécquer, un fragmento leído en un libro de 2º de BUP le invitará a reflexionar y sonreír con ironía mientras piensa en la brevedad de la vida, en el fracaso amoroso, en la posteridad y el reconocimiento artístico y literario; aparece, así mismo, como un fantasma en la niebla de una escalera de un edificio de Turín, a través de la palabra Wstawac´ la sombra del escritor Primo Levi y su terrible historia hecha poema; y aprovecha para imaginar, de nuevo la infancia, escapando en la aventura más fantástica gracias a Tolkien, nombrando a Erebor, la Montaña Solitaria. Leopoldo María Panero también está homenajeado, abre el poema una cita (Me encontraréis en la siniestra humedad de un cubo de basura) del autor más maldito y reverenciado de nuestras letras, germen para construir unos versos que huelen a recuerdo imaginado o sueño recordado (?)... No sé, quizás... Y, en el trayecto final, el libro se clausura con el capítulo Concurso de camisetas frías que, bajo una bella cita de Roberto Bolaño (En sus ojos veo los rostros de todos mis amores perdidos), reagrupa nueve poemas para recapitular y despedir este canto a la belleza y a la vida, rebosante como una copa de buen vino.

domingo, 10 de noviembre de 2013

Billie Ruth, por Edmundo Paz Soldán

Editorial Páginas de Espuma. 150 páginas. Primera edición de 2012.

He leído (y comentado en el blog) dos libros de Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967), las novelas Río Fugitivo y Norte. La primera es estupenda, y la segunda, con algún altibajo, me pareció una buena novela.
En la pasada feria del Libro de Madrid, cada día del fin de semana rastreaba internet con la intención de detectar la presencia en la feria de algún autor del que me apeteciese que me firmara uno de sus libros y con el que compartir unas breves palabras. Me gusta la feria del Libro de Madrid, y me gusta acudir a ella, comprar libros y apoyarla.

Uno de los últimos días de esta feria de 2013, me bajé (ahora vivo muy cerca del parque del Retiro, donde se celebra) a última hora de la mañana de un domingo (creo) para comprar el libro de relatos Billie Ruth, del que recordaba una buena reseña en El Cultural de El Mundo a cargo del escritor Ernesto Calabuig, con el que sueno coincidir en gustos. Al salir a la calle empezó una leve, pero insistente, tormenta de verano, y me resultó agradable conseguir refugiarme bajo el toldo de la editorial Páginas de Espuma en un Retiro de paseantes en desbandada y allí poder cambiar unas palabras con Edmundo Paz Soldán. Las dos veces que le había escuchado hablar (ambas en la Casa de América de Cibeles: en la presentación de su novela Norte, y en un evento del Día del Libro, donde él hablaba sobre la escritora brasileña Clarice Lispector) me pareció una persona agradable, tímida y sin afectaciones extrañas. Así (a aquella hora no estaba muy ocupado) pudimos charlar unos minutos sobre los autores de ese pequeño boom de la literatura boliviana en España de la que él parece ser el mejor embajador: Rodrigo Hasbún, Maximiliano Barrientos, Giovanna Rivero o Liliana Colanzi.

Ha sido en el mes de octubre cuando me ha apetecido leer Billie Ruth. Como ya he dicho, la reseña de Calabuig en El Cultural fue bastante entusiasta sobre este libro, pero he de decir que lo empecé con cierto recelo: había leído el primer relato hacía semanas y la verdad es que no me había gustado demasiado. Que un escritor sea un buen novelista, en ocasiones, no implica que domine la distancia del relato. Las alarmas me saltaron una vez leídos los tres primeros cuentos: no me gustaron, o al menos no me parecían que tenían la calidad que yo esperaba de un libro de un autor destacado como Paz Soldán y de una editorial de referencia en el mundo del relato como es Páginas de Espuma. Afortunadamente fue una falsa alarma: los tres primeros relatos son los más cortos del conjunto y para mí sin duda los más flojos. Los doce restantes me han gustado bastante más, sin embargo. Además los tres primeros relatos son  sólo ocho páginas, y esta suma es menor que la media de páginas de cada uno de los otros doce.

Para comentarlo voy a dividir al libro en los tres bloques (personales) que me ha parecido detectar:

Primer bloque: sería el formado por los cuatro primeros relatos: El acantilado, Casa tomada, Bernhard en el cementerio y Extraños en la noche. Ya he dicho que entre los tres primeros sólo suman ocho páginas. El acantilado, por temática, podría asociarlo a los relatos que voy a comentar en el segundo bloque, pero por composición es una creación inferior a estos cuentos. Casa tomada es un breve cuento de fantasmas (dos caras de cuento) que no saben que están muertos, un cuento impropio del gran escritor que es Edmundo Paz Soldán, y que parece el ejercicio de un alumno con soltura sintáctica en un taller literario. El de Bernhard, donde se recrea una estampa de la vida del prestigio escritor austriaco, me ha parecido que tampoco tenía el suficiente desarrollo como para ser un relato con capacidad para emocionar.
El cuarto, ya algo más largo, aunque no está a la altura de los restantes del libro, ya me ha gustado más: se recrean los problemas de una pareja en un contexto donde también se habla de diferencias sociales y de violencia. Me ha recordado a alguno de los cuentos del brasileño Rubem Fonseca.

Segundo bloque: formado por seis cuentos, los titulados Díler, Los otros, El ladrón de Navidad, Roby, Volvo y Ravenwood. Estos seis cuentos tienen una temática común: recrear el mundo de los adolescentes que empiezan a ser adultos, normalmente en un contexto de problemas familiares (casi todos los adolescentes sobre los que Paz Soldán posa la mirada en estos relatos sufren la separación o el distanciamiento de sus padres). En Díler un adolescente acompaña a su padre en coche mientras reparte droga en un barrio pudiente de la ciudad, en el que vivía la familia antes del divorcio de los padres. En Los otros un adolescente cree que alguien ha suplantado a su padre: “El que no siente de vez en cuando que sus papás no son sus papás, que levante la mano”, leemos en la página 38. Los mejores de este bloque me parece los relatos El ladrón de Navidad, sobre otro adolescente, aficionado a los pequeños hurtos, que viaja desde Bolivia con su madre a Miami; Roby sobre la fascinación de un chico por el hermano de su amigo, un posible asesino; y Volvo, donde se evoca el viaje de estudios de unos chicos de clases media de Cochabamba a la ciudad de Tarija. Tres cuentos realmente potentes.

Tercer bloque: formado por Billie Ruth, Como la vida misma, El Croata, Srebrenica y Azurduy. Con Ravenwood Paz Soldán abandona la temática de los adolescentes (o niños, en este caso) con padres separados y podríamos decir que a partir de este cuento (donde la visión del hijo sobre sus progenitores no es la dominante, como en los anteriores) se inicia un nuevo camino narrativo, donde se atiende a problemas de personas adultas, aunque casi siempre se trata de personas adultas jóvenes.
Billie Ruth es el relato más autobiográfico del conjunto y uno de los mejores: en él se narra la experiencia de un estudiante boliviano que estudia en el sur de Estados Unidos gracias a una beca deportiva para practicar fútbol; experiencia vivida por Paz Soldán. Billie Ruth es el nombre de una chica muy particular que va a conocer allí.
Como la vida misma es un relato coral sobre la tristeza de los ex jugadores de fútbol.
El croata, por su tono melancólico, me parece uno de los mejores relatos del conjunto. Aquí se narra la relación de un enfermero, que vive con su madre, con un ex ídolo del deporte al que cuida en su lecho de muerte, mientras intenta relacionarse con una vecina.
Srebrenica transcurre en Bosnia: sobre una joven antropóloga que tiene que desenterrar cadáveres en una fosa común de la reciente guerra de los Balcanes.
Azurduy se interna en la Bolivia profunda, donde la superstición y la violencia dominan la vida: un entusiasta maestro de ciudad decide dar clases en un pobre pueblo minero. Este es el cuento con más componente social del conjunto. “A veces me preguntaba si se trataba de una broma o un desafía divinos el haber puesto a gente tan distinta para que se las arreglasen para vivir en el mismo país” (pág. 143)

Como reflexión final apuntaré que realmente me parece muy arriesgado colocar los cuentos más flojos de un libro de relatos justo al principio: es probable que el posible comprador hojee el libro en la librería, lo abra y lea su primer cuento de tres caras, y si no le convence ya no compre el libro. Creo que es mejor usar en los libros de relatos el mismo truco que usaban los músicos en los LPs: coloca el mejor tema el primero para que todo el LP se identifique con su fuerza.
Para mí el libro hubiera sido más redondo si el editor o el autor hubieran tomado la decisión de eliminar los tres primeros cuentos, porque me han resultado muy inferiores a los doce restantes. Pero esto no enturbia la sensación final: Billie Ruth es un más que notable libro de relatos, con algunas piezas verdaderamente grandes, entre las que destaco El ladrón de Navidad, Roby, Volvo, Billie Ruth y El Croata, cuentos donde el gran escritor Edmundo Paz Soldán desarrolla de verdad sus dotes como narrador, y me demuestra que además de ser uno de los novelistas más potentes del nuevo panorama de la narrativa hispanoamericana también puede ser considerado uno de los nuevos nombres del relato hispanoamericano.


jueves, 7 de noviembre de 2013

Señor en mi barrio, un poema de El bar de Lee




Cuando he publicado mis libros de poesía he tenido que lidiar con esta paradoja: la mayoría de personas que conozco no son lectores de poesía. Casi cualquier persona en algún momento ha leído una novela, pero son realmente pocos los que han leído por gusto un libro de poesía. Para las personas que conozco, escribir y publicar una novela es un gran logro, y se muestran dispuestas (con entusiasmo, incluso) a leer esa novela. Con los libros de poesía mis familiares, amigos y compañeros de trabajo, en muchos casos se sienten dispuestos a apoyarme y comprar el libro, pero no estoy tan seguro de que después estén dispuestos a leerlo. Y a mí me da vergüenza preguntarles, porque si no les apetece leerlo me parece una situación incómoda. Puede parecer que yo quiero presionarles para que lo lean. Pero por otro lado, al no preguntar nada puede parecer que me da igual que esa persona que compró mi libro lo lea o no. Normalmente espero a que ellos me digan algo sobre mi libro y yo sólo les pregunto entonces qué parte les gustó más o cosas así.

Hace unas semanas, me sorprendió uno de los compañeros y amigo del colegio donde trabajo, cuando me comentó (tras más de un mes de empezado el curso) que había leído El bar de Lee en verano y que el poema que más le había gustado y llamado la atención era uno titulado Señor en mi barrio.

Señor en mi barrio es un poema que a mí mismo me resulta un tanto incómodo. Como se apunta en él (en un giro a lo Borges) pensé en dejarlo sin terminar, y al terminarlo pensé también en dejarlo fuera del libro. Al final sí que quedó dentro.
Lo reproduzco aquí:


SEÑOR EN MI BARRIO

Trata de abrir la puerta por sí solo,
decidido con el costado empuja. Al verle, 
la camarera –rumana, quizás polaca-
le indica al dueño que le eche una mano.
Se acomoda en la barra, cerca de donde
en un libro me sumerjo acodado. Él también
pide café con leche. Siento curiosidad,
furtivo observo. La camarera le echa
el azúcar, lo agita, extrae la cuchara
y pone en el vaso oscuro una pajita
-parsimonia de rito repetido, asimilado-.
Después, él inclina la chaqueta y la chica
toma un billete de cinco euros del bolsillo,
la propina es generosa. Se despide
como un señor, con gesto sonriente,
firmes palabras desde un rostro seguro,
agradable bajo un tupé rubio de los años 50.

Sin embargo, otro día me crucé con él
en una céntrica calle de Madrid,
despojado de su cuidada chaqueta,
gastando una camisa sin mangas,
mostraba a los viandantes la ausencia
de sus brazos a la altura del hombro.
De rodillas, tras un cestillo, lastimero, imploraba.

Quería olvidar el borrador, evitar esta historia
que me provoca cierto reparo púdico, pero
hay algo encerrado en ella o en este hombre,
señor en mi barrio, que me llama, que se golpea
contra las paredes de mi cabeza buscando
la salida, que se demora en el poderoso
contraste entre esas imágenes y exige
un sentido, el remanso de una explicación.

Decidí sentarme a trabajar sobre el papel,
a dar forma a las palabras amontonadas,
sólo después de creer que había alcanzado
un final satisfactorio, una conclusión
que sirviera como cierre. Aquí la trascribo:

Puede que la clave del vigoroso interés
se encuentre en el hecho de que a mí,
como parece ocurrirle a este hombre,
también me gustaría poder distinguir
con nitidez diáfana todos los momentos
en los que la vida me va a permitir
ser un señor de los que, sin remedio,
me va a obligar a ser un mendigo.

Pero tras centrarme en dar forma a otros poemas
éste me sigue reteniendo, sé que algo en él
-o en mí- no funciona, y me llama de nuevo,
me hace ver que ese final sólo es satisfactorio
como construcción ficticia, como lógica
de palabras, pero no me exorciza
de la historia que contiene y me agrede
con su insuficiencia.
                                     Lo dejaré aquí,
sin embargo, como testigo, como aviso
para navegantes ante la autocomplaciencia
de las palabras, como un renovado fracaso.

domingo, 3 de noviembre de 2013

El legado de Humboldt, por Saul Bellow

Editorial Galaxia Gutenberg. 629 páginas. Primera edición de 1975, ésta de 2009.
Traducción de Vicente Campos.

Fue hace ya dos años cuando leí dos libros seguidos de Saul Bellow (1915, Montreal - 2005, Massachusetts) editados por Galaxia Gutenberg, y apunté que quería seguir leyendo más, gracias a la buena impresión que me habían causado la calidad literaria de los libros así como la calidad de la edición. Es curioso comprobar como a veces nuestros planes, aunque sean sobre el modo en que gestionamos nuestras aficiones, acaban llevándonos por caminos inesperados. Fue en la pasada Feria del Libro de Madrid, una tarde de junio de un día de diario, paseando entre las casetas, cuando llegué a la de Galaxia Gutenberg y me puse a hojear sus libros. El dependiente empezó a recomendarme libros y charlamos un poco sobre su editorial (cuyo trabajo siempre he admirado). Me acabé comprando El legado de Humbolt. Sobre mi extraña relación de infancia con esta novela ya hablé cuando escribí la entrada correspondiente a Herzog, así que para no repetirme estableceré un enlace a esa entrada (ver AQUÍ).
En 1976 Saul Bellow recibió el premio Pulitzer por esta novela. El mismo año que le fue concedió el premio Nobel.

Cuando hable de Herzog, hace dos años, escribí: “El tema principal de Herzog sería el de la inutilidad del intelectual para valerse de sus ideas en un contexto práctico. Herzog puede ser un experto en Hegel, en los románticos… pero no sabe ver que su mujer le está siendo infiel con su vecino y mejor amigo.” La misma idea sería válida para El legado de Humboldt, ya que ambas novelas comparten muchos de sus planteamientos. En esta última nos encontramos con Charlie Citrine, un escritor de unos cincuenta y cinco años, que aún vive de las rentas que le dio la adaptación teatral en Broadway de una de sus obras. También ha escrito la biografía de algunos importantes hombres de Estado norteamericanos, y ha podido conocer, por ejemplo, a los miembros más destacados del clan Kennedy. Sin embargo, Citrine ha decidido abandonar el Nueva York que vio florecer su éxito y ha decidido volver al Chicago de su infancia.

Citrine tiene que comparecer en los juzgados por las demandas de divorcio que le impone su ex mujer, quien ha contratado al mejor abogado con la intención de desplumarle. Citrine ha decidido abandonarla a ella y a sus dos hijas pequeñas para mantener una relación con la exuberante Renata, una mujer mucho más joven que él. El personaje de Renata en El legado de Humboldt recuerda mucho al de Ramona en Herzog: ambas son mujeres carnales, jóvenes y prácticas que representan para el protagonista el lado dionisiaco de su vida frente al mundo apolíneo de las ideas intelectuales en las que viven inmersos.
“¿Para qué sirve tanta lectura si no puede utilizarse en caso de apuro?”, reflexiona Citrine en la página 117 del libro cuando está sufriendo los abusos de un pequeño matón de Chicago llamado Cantabile; momento en el que trata de recordar sus lecturas de antropología sobre el comportamiento de los simios y no consigue obtener ningún patrón válido de actuación ante el trato violento del otro. Y a pesar de todo, Citrine siente una oculta atracción hacia este tipo de personajes irreflexivos, seguramente por el contraste que percibe en sus pensamientos simplistas frente a su propia tormenta interior: “Me emocionan, tengo que reconocerlo, esas agitadas corrientes de delincuencia.” (pág. 132)

A diferencia de Herzog, El legado de Humboldt está narrado siempre en la primera persona de Citrine; una primera persona terriblemente atractiva. Las reflexiones sobre el mundo son continuas en el discurso interior de Citrine, quien además casi siempre piensa en términos literarios; las citas de obras y autores son frecuentes, hasta un punto que en más de una ocasión el excelente traductor de libro, Vicente Campos, tiene que añadir al texto notas a pie de página para explicarle al lector qué obra o qué autor está citando Citrine.

Citrine se siente mayor, las reflexiones sobre la etapa final de su vida y la muerte son constantes en el libro. Además, en todo momento planea sobre él la sobra de su amigo  el poeta Von Humboldt Fleisher, muerto no mucho antes de que comience el tiempo narrativo del libro. Citrine quedó fascinado en su juventud con los poemas de Humboldt, hasta tal punto que partió desde la universidad de Wisconsin hasta Nueva York sólo para estar cerca de él y poder conocerle. En Nueva York, Humboldt, algo más mayor que Citrine, se convierte en mentor y amigo del entusiasta Citrine, hasta que el éxito de éste en Broadway y el hundimiento económico de Humboldt hace que éste último se distancia del primero. Citrine tendrá una oportunidad final de encontrarse con Humboldt cuando le descubre andando por las calles de Nueva York vestido como un viejo pordiosero, pero no se atreve a pararle y a hacerse visible y no mucho después morirá. Y aunque Humboldt parecía haber perdido la cabeza durante sus últimos años también parece haberla recuperado hacia el final de su vida y le ha dejado a Citrine un legado, que éste quiere acudir a recoger a Nueva York de manos de la ex mujer de Humboldt.
 En la página 482 Citrine trata de buscar el motivo de su fascinación por Humboldt, un poeta que empieza a ser olvidado en el momento de la narración: “¿Se trata acaso de que la cantidad de personas que se toman en serio el Arte y el Pensamiento en Estados Unidos es tan reducida que incluso aquellas que no llegaron a nada son inolvidables?”
Desde luego Citrine no es una persona que no se tome en serio el Arte y el Pensamiento: ante sus incipientes problemas de dinero quiere escribir un ensayo sobre el aburrimiento; cuyos puntos principales se le exponen al lector entre las páginas 262-268, constituyen un miniensayo sobre el tema.

De todos modos, igual que en obras anterior, es destacable el hecho de que a pensar de que Bellow habla aquí de temas muy serios: la vejez, la muerte, la intrascendencia práctica del mundo de las ideas, siempre lo hace con un desesperado e inteligente sentido del humor. Ya dije en las entradas correspondientes a Herzog o Carpe Diem, que uno de los discípulos más aventajados de Bellow es, sin duda, Phillip Roth; ahora veo también que otro de los más insignes artistas judíos del siglo XX, Woody Allen, también ha tomado más de una idea de Saul Bellow para sus películas; las divertidas escenas de Citrine recorriendo Chicago junto al matón de Cantabile parecían escritas para que Allen las llevara a la pantalla.
Me han gustado también las reflexiones de Bellow sobre la condición del judío, así como la del norteamericano: “Los norteamericanos son incapaces de guardar secretos. En la Segunda Guerra Mundial, a los británicos les desquiciaba nuestra incapacidad de mantener la boca cerrada. Por suerte, los alemanes no se creyeron que fuéramos tan bocazas. Se imaginaron que filtrábamos deliberadamente información falsa.” (pág. 226)

Como curiosidad, final el último tramo de la novela transcurre en Madrid. Citrine se traslada con Renata hasta el Hotel Ritz de la capital y da paseos por el Retiro. Después se mudará a una humilde pensión del centro. “Muchos españoles alardean de que Madrid es una de las capitales mundiales del robo de carteras”, se dice en la página 553, y a mí no me queda más remedio que creer a Citrine.

Me gustó mucho Herzog, pero creo que todavía me ha gustado más El legado de Humboldt, una de las novelas más inteligentes, melancólicas y a la vez divertidas que he leído nunca, con una creación de personajes y de situaciones vivísimas. Charlie Citrine es uno de los grandes personajes de la literatura norteamericana y Saul Bellow uno de sus más grandes escritores.

El legado de Humboldt me ha parecido una obra maestra absoluta.