Cuando
he publicado mis libros de poesía he tenido que lidiar con esta paradoja: la
mayoría de personas que conozco no son lectores de poesía. Casi cualquier
persona en algún momento ha leído una novela, pero son realmente pocos los que
han leído por gusto un libro de poesía. Para las personas que conozco, escribir
y publicar una novela es un gran logro, y se muestran dispuestas (con entusiasmo,
incluso) a leer esa novela. Con los libros de poesía mis familiares, amigos y
compañeros de trabajo, en muchos casos se sienten dispuestos a apoyarme y
comprar el libro, pero no estoy tan seguro de que después estén dispuestos a
leerlo. Y a mí me da vergüenza preguntarles, porque si no les apetece leerlo me
parece una situación incómoda. Puede parecer que yo quiero presionarles para
que lo lean. Pero por otro lado, al no preguntar nada puede parecer que me da
igual que esa persona que compró mi libro lo lea o no. Normalmente espero a que
ellos me digan algo sobre mi libro y yo sólo les pregunto entonces qué parte
les gustó más o cosas así.
Hace
unas semanas, me sorprendió uno de los compañeros y amigo del colegio donde
trabajo, cuando me comentó (tras más de un mes de empezado el curso) que había
leído El bar de Lee en verano y que el poema que más le había gustado
y llamado la atención era uno titulado Señor en mi barrio.
Señor en mi
barrio
es un poema que a mí mismo me resulta un tanto incómodo. Como se apunta en él
(en un giro a lo Borges) pensé en dejarlo sin terminar, y al terminarlo pensé
también en dejarlo fuera del libro. Al final sí que quedó dentro.
Lo
reproduzco aquí:
SEÑOR EN MI BARRIO
Trata de abrir la
puerta por sí solo,
decidido con el
costado empuja. Al verle,
la camarera
–rumana, quizás polaca-
le indica al dueño
que le eche una mano.
Se acomoda en la
barra, cerca de donde
en un libro me
sumerjo acodado. Él también
pide café con
leche. Siento curiosidad,
furtivo observo. La
camarera le echa
el azúcar, lo
agita, extrae la cuchara
y pone en el vaso
oscuro una pajita
-parsimonia de rito
repetido, asimilado-.
Después, él inclina
la chaqueta y la chica
toma un billete de cinco euros del bolsillo,
la propina es
generosa. Se despide
como un señor, con
gesto sonriente,
firmes palabras
desde un rostro seguro,
agradable bajo un
tupé rubio de los años 50.
Sin embargo, otro
día me crucé con él
en una céntrica
calle de Madrid,
despojado de su
cuidada chaqueta,
gastando una camisa
sin mangas,
mostraba a los
viandantes la ausencia
de sus brazos a la
altura del hombro.
De rodillas, tras
un cestillo, lastimero, imploraba.
Quería olvidar el
borrador, evitar esta historia
que me provoca
cierto reparo púdico, pero
hay algo encerrado
en ella o en este hombre,
señor en mi barrio,
que me llama, que se golpea
contra las paredes
de mi cabeza buscando
la salida, que se
demora en el poderoso
contraste entre
esas imágenes y exige
un sentido, el
remanso de una explicación.
Decidí sentarme a
trabajar sobre el papel,
a dar forma a las
palabras amontonadas,
sólo después de
creer que había alcanzado
un final
satisfactorio, una conclusión
que sirviera como
cierre. Aquí la trascribo:
Puede que la clave del vigoroso interés
se encuentre en el hecho de que a mí,
como parece ocurrirle a este hombre,
también me gustaría poder distinguir
con nitidez diáfana todos los momentos
en los que la vida me va a permitir
ser un señor de los que, sin remedio,
me va a obligar a ser un mendigo.
Pero tras centrarme
en dar forma a otros poemas
éste me sigue
reteniendo, sé que algo en él
-o en mí- no
funciona, y me llama de nuevo,
me hace ver que ese
final sólo es satisfactorio
como construcción
ficticia, como lógica
de palabras, pero
no me exorciza
de la historia que
contiene y me agrede
con su
insuficiencia.
Lo dejaré
aquí,
sin embargo, como
testigo, como aviso
para navegantes
ante la autocomplaciencia
de las palabras,
como un renovado fracaso.
Leído y disfrutado en la inquietud e "incompletud" que transmite, entre el relato y el poema, en el trastorno fértil que produce al observador, al lector, al propio testigo de esa especie de aparición de una figura fantasmal
ResponderEliminarHola Ernesto:
EliminarGracias por tus palabras.
En realidad la figura de este hombre no es nada fantasmal. Le llevo viendo por mi barrio toda la vida; quizás podría haber escrito el poema al revés: el mayor shock fue cuando después de verle paseando por mi barrio le vi por primera vez en Madrid tras el cestillo. Lo que ocurrió unos años antes del encuentro que describo aquí.
saludos
Hola David, justo te quería preguntar si había algo de tu obra que te incomodara, por cualquier motivo. Ahora me gustaría preguntarte cual es el poema o libro que mas te gusta, ese del que te sentís orgulloso, que no le cambiarías nada o casi nada. Y también si hablás de lo que vas escribiendo o esperás a terminarlo, porque quiero saber de que va tu nuevo trabajo, por pura chusma, nomás.
ResponderEliminar¡Saludos!
Hola Analía:
EliminarSobre lo de algo que me incomodara en mi obra: cuando empecé a escribir novelas, éstas eran demasiado autobiográficas y me incomodaba que en el caso de publicar alguna alguien de mi entorno pudiera sentirse ofendido al verse más o menos retratado. Cuando empecé a usar más la ficción en mi prosa me liberé mucho mentalmente. Además, escribir novela autobiográfica tenía muchas limitaciones: las que yo me ponía a mí mismo para no ofender a nadie y además acababa siendo un ejercicio de autojustificación.
Sobre lo de sentirme orgulloso: lo normal es que uno se sienta más orgulloso, o conforme, con lo último que ha escrito, pues lo anterior le parece más inmaduro, y además ya ha cambiado él mismo y con lo nuevo estás más relacionado psicológicamente. En todo caso tengo mucho cariño a mi poemario "Móstoles era una fiesta", porque lo escribí con 23-24 años y fue la primera vez que me pareció que había escrito algo maduro. Y ha sido una alegría verlo publicado al fin este verano, después de 15 de que fuese escrito: es el primer libro que está incluido en "El bar de Lee".
Sobre lo que escribo ahora: si la cosa no se tuerce, para febrero de 2014 tengo hablado con mi editorial, Baile del Sol, sacar una nueva novela. Una que escribí después de Acantilados de Howth, y que si no recuerdo mal acabé en 2008. Ahora mismo he finalizado otra y creo que la voy a mandar a algún concurso literario.
saludos
Hola David: muchas gracias por tu amable respuesta.
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