domingo, 24 de julio de 2022

Mis 10 libros favoritos

 Dejo aquí un enlace a mi canal de YouTube, donde he  hecho un vídeo hablando de "Mis 1o libros favoritos".




Si quieres verlo,

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domingo, 17 de julio de 2022

El orden del Aleph, por Gustavo Faverón Patrieu


El orden del Aleph
, de Gustavo Faverón Patriau

Editorial Candaya. 349 páginas. 1ª edición de 2021.

 

De Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) leí en 2015 su primera novela El anticuario (2010), que me pareció notable. Pero fue en 2020, tras la lectura de su segunda novela, Vivir abajo (2019), cuando realmente pensé que Faverón era uno de los grandes escritores de la narrativa latinoamericana actual. Vivir abajo, con su análisis del terror generado en el continente americano por los abusos del poder, es una de las grandes creaciones de los últimos años, con una ambición literaria similar a la de las grandes obras del Boom.

 

Sé que Faverón lleva tiempo ultimando una nueva y larga novela que aparecerá, definitivamente, en otoño de 2022, pero antes ha publicado el ensayo El orden del Aleph, un libro de más de 300 páginas que indaga en la construcción del cuento El Aleph, que Jorge Luis Borges publicó en la revista Sur en 1945. Antes de empezar El orden del Aleph de Faverón, releí El Aleph de Borges, que en la edición de las Obras Completas de Emecé ocupa apenas 11 páginas. Es muy recomendable (por no decir «necesario») releer El Aleph de Borges antes de adentrarse en las páginas que Faverón ha escrito sobre él, y que al final, como era lógico suponer desde el principio, más que analizar un solo cuento de Borges, acaban analizando su universo literario, que es algo muy cercano a decir que acaban analizando la esencia de «la literatura». Por supuesto, El orden del Aleph es un libro para amantes de Borges; es decir, para amantes de la literatura.

 

Faverón va a analizar en este libro el contexto histórico en el que se escribió y publicó El Aleph y va a analizar el cuento para tratar de descubrir todas sus claves compositivas. Recuerdo algunas de mis lecturas de El Aleph, cuento que habré leído tres o cuatro veces, y desde luego la mayoría de los asuntos de los que va a tratar Faverón en su ensayo se me habían pasado desapercibidos.

De entrada Faverón nos dice que El Aleph se escribió durante los meses de febrero y agosto de 1945. «En enero, el ejército soviético había liberado Auschwitz, en febrero los aliados bombardearon Dresde, en abril Mussolini fue ejecutado y Hitler se suicidó, en mayo capituló Alemania, entre junio y julio los aliados se dividieron Europa Central y Europa del Este, en agostos dos bombas atómicas aniquilaron Hiroshima y Nagasaki, en septiembre Borges entregó El Aleph a la imprenta, para el número de ese mes de la revista Sur, en la misma semana en que terminó la guerra.» (pág. 18-19) Todos estos acontecimientos históricos están presentes, de una forma más evidente o subterránea, en el cuento.

También el cuento contiene más de una referencia a la época barroca, con su afán acumulador, como por ejemplo los dos epígrafes con los que se abre.

 

Faverón nos habla también del manuscrito original del texto, que estaba escrito a mano, y en el que Borges iba señalando alternativas a las ideas que iba vertiendo en él, con anotaciones por arriba o por abajo, convirtiendo las líneas del cuaderno en un laberinto de senderos que se bifurcan.

 

Por otro lado, también nos habla de la relación que, por entonces, Borges mantenía con su novia Estela Canto, y de su aversión al sexo. El Aleph funciona articulado en torno a la idea de «la depravación». De hecho, en la versión definitiva del cuento, Beatriz Viterbo, la mujer muerta de la que estaba enamorado el Borges narrador (al que Faverón llama «Borges», para diferenciarlo del Borges autor) es prima de Carlos Argentino Daneri, pero en una de las versiones previas era hermanos y, por tanto, su amor, que «Borges» descubrirá en el sótano de la casa, cuando pueda contemplar El Aleph, era no solo secreto sino además incestuoso. Borges no se atrevió a mostrar el incesto en primer plano, pero sigue dejando huellas de él ‒aunque convirtió a los hermanos en primos‒ como el hecho de que se criaran en la misma casa.

 

Para Faverón, El Aleph es un cuento político, y el impulso que mueve a Borges a escribirlo es manifestarse contra la locura del mundo en 1945.

Para Borges, nos dice Faverón, el fin del mundo venía representado por el incendio de una biblioteca, que en este cuento se manifiesta en la posible desaparición de El Aleph cuando Daneri se vea obligado a vender la casa y ésta sea derribada. Algo que simboliza también el fin del mundo que supuso el comienzo de la era nuclear con las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

 

Uno de los propósitos que va a llegar a Faverón a ocupar más páginas del libro es el de analizar minuciosamente la enumeración de imágenes que «Borges» describe al contemplar el Aleph. Yo recordaba haber leído esta larga lista ‒varias veces, como he dicho‒ con la sensación de acercarme a la lectura de un poema, en el que las palabras, como si se tratase de versos, nos llevaran a bellas evocaciones de animales, objetos o sucesos. Pero Faverón está empeñado en hacernos ver el orden interno de El Aleph, bajo la premisa de que Borges no da nunca puntada sin hilo. Todos los elementos del Aleph enumerado tienen una función compositiva que nos lleva a más de un significado, y todo se entronca a la vez de manera intertextual con otros cuentos de Borges. El Aleph es el punto en el que caben todos los puntos (pág. 170) y en la descripción del Aleph el espacio es solo un indicio del tiempo (pág. 171). Las imágenes de la enumeración del Aleph siguen un minucioso orden, ideado por Borges, y ‒sostiene Faverón‒ que se basa en las ideas de las asociaciones y los contrastes.

En 1945 Borges iba ya camino de la ceguera, pero la enumeración del Aleph es puramente visual. Faverón también observará el manuscrito original del cuento para ver las anotaciones de Borges y saber qué fue lo que se descartó de la enumeración inicial.

 

Unas de las páginas más curiosas del libro son aquellas en las que Faverón va investigando la «geografía» de las imágenes que muestra el Aleph, y va trazando sobre el dibujo de diversos mapas, que aparecen en el libro, líneas imaginarias que pasan por puntos de importante significación simbólica en la obra de Borges o en la historia del mundo. Hasta que con una abstracción final consigue alzar una pirámide sobre el plano, sabiendo que «la pirámide» simboliza «el tiempo» para Borges. Hay momento aquí en los que el lector puede empezar a sospechar que las elucubraciones de símbolos y relaciones que encuentra Faverón en el cuento, están más en su imaginación que en el propio texto, y esto, en realidad, más que representar un demérito, hacen sus indagaciones más estimulantes. Es decir, aunque El orden del Aleph es un ensayo, se trata de un tipo de ensayo muy imaginativo, sobre la obra de uno de los más grandes escritores del siglo XX, o de la historia.

Hacia el final de El orden del Aleph (pág. 319), Faverón lanza la idea de que El Aleph es un cuento utópico, que en realidad habla de la redención y esperanza del pueblo judío. Y continúa haciendo asociaciones de ideas y búsquedas entre los entresijos de las palabras escritas por Borges para demostrarlo.

 

En realidad, Faverón juega en este libro a ser un detective que trata de encontrar todas las claves ocultas que un gran prestidigitador como era Borges dejó en uno de sus cuentos más emblemáticos, y esto (pese a algunos momentos en los que el lector se sonreirá con sorpresa e incredulidad) es estimulante y divertido para cualquier amante de la obra de Borges. Después de leer El orden del Aleph me han entrado unas grandes ganas de volver a releer, o a leer lo que me falta, la obra de Borges.

domingo, 10 de julio de 2022

Renacimiento, por Kenzaburo Oé

 


Renacimiento, de Kenzaburo Oé

Editorial Seix Barral. 314 páginas. 1ª edición de 2000; ésta es de 2009.

Traducción de Kayoko Takagi

 

Ya conté que, después de más de veinte años, me apeteció volver en este 2022 con el japonés Kenzaburo Oé (Uchiko, 1935). Para ello leí El grito silencioso (1967), una de las novelas más significativa de su primera etapa, la que precede a la concesión del Premio Nobel en 1994, y releí Cartas a los años de nostalgia (1987). Después he seguido por Renacimiento (2000), que se corresponde con la segunda etapa creadora de Oé, después del Premio Nobel. Estas dos etapas en España se marcan con un detalle muy simple, los primeros libros están publicados por Anagrama y los segundos por Seix Barral (aunque creo que no en todos los casos).

 

El personaje principal de Renacimiento es Kogito Choko, un escritor en la primera etapa de su vejez, del que sabremos ‒en la página 74‒ que en el pasado tuvo que dar una conferencia en Estocolmo. Sin decirlo de forma explícita, el lector entiende que esta conferencia hace referencia al Premio Nobel, y que Kogito Choko es un alter ego del propio autor.

Me comentó el escritor Paco Bescós, que leyó con profusión la obra de Oé, con el fin de documentarse para su libro Las manos cerradas, que Cartas a los años de nostalgia, cuyo protagonista se llama Kenzaburo, se había leído en Occidente como si se tratase de una obra autobiográfica, y no como una obra híbrida entre la realidad y la ficción. Esto hizo que en sus siguientes libros, Oé decidiera cambiarle el nombre a su protagonista para seguir realizando autoficción. Es decir, para hablar de sí mismo, pero deformando la realidad y creando distintos planos sobre sí mismo con el mecanismo de la ficción.

La novela empieza cuando Kogito recibe la noticia de que Goro, su amigo desde la adolescencia y su cuñado, se ha suicidado saltando al vacío en un hotel de Berlín. Esto está basado en un hecho real: el cineasta Juzo Itami, cuñado de Oé, se suicidó. Tanto en la vida real como en la novela, hay sospechas de que la yakuza, la mafia japonesa, estuvo detrás de esta muerte. Kogito también nos hablará en el libro de su propia experiencia con la yakuza japonesa y la extrema derecha, de la que ha sufrido varias atentados por escribir sobre la época en la que acabó la guerra y las personas que no quisieron aceptar la rendición del país a los norteamericanos. En este sentido volverá a hablar del pueblo del que procede ‒aunque no se diga el nombre‒ en la isla de Shikoku, la cuarta más grade del Japón. En esta ocasión nos hablará de la difusa figura del padre, que en otros libros casi no aparece retratada y de la que simplemente se cuenta que murió en la Segunda Guerra Mundial, cuando el autor tenía diez años. En este libro, el padre de Kogito se convertirá en una de estas personas que no aceptan la colonización norteamericana y morirá en un atentado contra las nuevas fuerzas del orden. La narración patética de este suceso en una novela será lo que desate en su contra las iras de la ultraderecha. En Cartas a los años de nostalgia, la ultraderecha perseguía a Oé por haber ridiculizado a un joven ultra en un relato. En Renacimiento se hablará, de nuevo, de la revuelta campesina que vivió el pueblo originario de Oé en el siglo XIX, tema que se trataba también en El grito silencioso.

 

Kogito establece una relación con Goro a través del «tagane». Al principio no entendía a qué se estaba refiriendo el autor, y más tarde comprendí que el tagane era un radiocasete en el que Kogito escuchaba cintas que le había dejado su amigo, hablando de su vida en común. Tagame es, en idioma japonés, un tipo de insecto con antenas, al que al parecer se parece el radiocasete y de ahí viene su nombre. Kogito escucha por las noches estas cintas en la biblioteca de su casa, donde también duerme. Las va parando y contesta a Goro, y de este modo establece un diálogo con el más allá, que acabará asustando a su mujer Chikashi, y a su hijo Akari, que tiene problemas mentales y que es compositor de música sinfónica. Akari es un trasunto de su hijo Hiraki Oé, que aparece en muchos de sus libros. En esta ocasión, no se habla de más hijos.

En algún momento, el «tagame», ese medio de comunicación con su amigo Goro, que «había pasado al otro lado», me ha hecho pensar en un invento futurista de una novela de Philip K. Dick.

 

Kogito siente que debe desengancharse del tagame y decide aceptar ser profesor visitante en Berlín, ciudad en la que vivirá él solo cien días. Allí conocerá a algunas de las personas que trataron en sus últimos días a Goro y que le podrán dar pistas sobre su muerte.

Cuando vuelva a Tokio, Kogito recibirá el guion y el storyboard de la siguiente película que iba a realizar su cuñado, donde narra un episodio vivido entre Kogito y Goro en su juventud, cuando se conocieron en el instituto, en Matsuyana, capital de la isla de Shikoku. Kogito leerá este material y comentará su propia versión de los hechos, que tienen que ver con un intento de captación para un grupo de ultraderecha que pretendía atentar contra intereses norteamericanos. De nuevo, Kogito se comunica con su amigo, que le sigue lanzando mensajes desde el «más allá», y todas estas formas de acercarse a los temas de los que el autor nos quiere hablar me han parecido muy originales. Además, en la parte final, la narración está contada desde el punto de vista de Chikashi, la mujer de Kogito. No cabe duda de que Oé es uno de los maestros actuales de la narrativa.

 

Los juegos de autoficción siguen, y se habla de A los años de nostalgia, un libro que escribió Kogito en el pasado, y que de forma nada disimulada es Cartas a los años de nostalgia. Incluso se habla de Gii, uno de los personajes, y se vuelve sobre un episodio narrado en Cartas a los años de nostalgia en el que se hablaba de alguien que observa, a través del ventanuco de un baño, las relaciones sexuales de otros, y aquí se vuelve sobre este episodio, pero ahora son otros los personajes.

Kogito nos habla de que su amigo Goro se opuso a su boda con su hermana Chikashi, episodio que también se narra en Cartas a los años de nostalgia. E incluso de narra el final de Cartas a los años de nostalgia, que coincide con el final de A los años de nostalgia.

En Cartas a los años de nostalgia, Oé nos hablaba de Gii, un amigo de su pueblo, cinco años mayor que él, que se convertirá en su guía y maestro, alguien que le introducirá en algunos de sus autores occidentales favoritos. Y, ahora, esta figura del maestro parece desplazarse hasta Goro, que será ‒según Renacimiento‒ quien le muestre al personaje principal algunos poemas de autores como Blake o Dante, que en la otra novela le mostraba Gii. De este modo, Oé vuelve sobre el tema del maestro y el discípulo, que es uno de los motivos clásicos de la literatura japonesa, como en el famoso Kokoro (1914) de Natsume Soseki.

 

En la página 58, Chikashi, la mujer de Kogito, le dije que tenía más chispa como escritor cuando en su juventud leía novelas occidentales traducidas, que en la actualidad, cuando tras su estancia en Ciudad de México (dato real de la vida de Oé), cuando empezó a leer esos libros en su idioma original. Kogito, en un ataque de sinceridad, le contesta que «es posible que la chispa de las palabras atractivas se haya desvanecido.» y que las ventas de sus libros empezaron a bajar cuando pasó de los cuarenta y cinco años.

Quizás podría parafrasear esta conversación de la pareja para emitir mi propio juicio final sobre Renacimiento, la primera de las novelas que leo de Oé después de haber ganado el Premio Nobel. Renacimiento me parece una gran novela, una novela en la que un maestro de la narración explota multitud de recursos para hablarnos de la relación entre dos amigos, cuando uno de ellos ya ha muerto. Pero, en cierto modo, reconociendo los méritos tal vez le pueda dar un poco la razón al personaje de Chikashi, cuando le echa en cara a Kogito que ha perdido parte de su chispa. Renacimiento es una gran novela, pero si alguien no ha leído nada de Kenzaburo Oé le recomendaría que empezara por sus novelas anteriores a la concesión del Premio Nobel.

domingo, 3 de julio de 2022

La muerte feliz de William Carlos Williams, de Marta Aponte Alsina

 


La muerte feliz de William Carlos Williams, de Marta Aponte Alsina

Editorial Candaya. 204 páginas. 1ª edición de 2022.

 

De Puerto Rico solo había leído hasta ahora el libro Mundo cruel de Luis Negrón, así que cuando vi que La muerte feliz de William Carlos Williams, una de las novedades de la editorial Candaya, estaba escrito por Marta Aponte Alsina (Cayey, 1945), que era de Puerto Rico sentí curiosidad por leerla. En Puerto Rico se habla y se escribe en español, pero al ser un país pequeño y asociado a Estados Unidos es difícil que algo de lo que allí se produce llegue a España. Además Olga Martínez, una de las editoras de Candaya, me habló muy bien de este libro.

 

William Carlos Williams (Ruthenford, Nueva Jersey, 1883 – 1963) es uno de los poetas más reconocidos de la literatura norteamericana y su curioso nombre se debe, en parte, a que su madre era originaria de Puerto Rico, y su hermano (uno de los tíos del poeta) se llamaba Carlos.

Aponte Alsina se plantea en esta novela indagar en la vida de Raquel, madre del poeta. Por lo indicado en el propio texto, la autora ha investigado sobre la vida de la familia Williams, pero en gran medida lo que lleva a cabo en La muerte feliz de William Carlos Williams es un acercamiento poético y libre a la vida de Raquel, portorriqueña como ella y mujer con aspiraciones artísticas (quiso ser pintora), y también a la vida de su hijo, William Carlos.

 

La novela empieza con William Carlos golpeando impotente el teclado de su máquina de escribir. «Tiembla. De un puñetazo feroz, hunde las teclas de la máquina de escribir. La luz lunar rebota de un lado a otro. El ático se inunda de resplandores.» (pág. 9)

«El abismo de la locura de la madre no da señales de cerrarse. Lo persigue al lugar más alejado de la casa.» (pág. 10), William Carlos ha de enfrenarse al hecho de que va a ingresar a su madre anciana en un asilo. Esta es una escena recurrente en la novela, a la que se retorna en varios momentos. Aponte Alsina va a reconstruir la vida de Raquel, la madre, desde su infancia, pero de forma reiterada volverá al día en el que su hijo, el poeta William Carlos, va a dejarla en una residencia de ancianos.

 

La novela nos acerca en primera instancia a la figura de Williams Carlos y se nos darán algunos datos que, imagino, se podrán encontrar en su biografía, como por ejemplo que detestaba al también poeta norteamericano T. S. Eliot. Pero, además, a través de la búsqueda de la autora en las obras de William Carlos se indaga en la relación del poeta con su madre Raquel. «No confía en el hijo, pero respeta al médico que hay en él.» (pág. 11); en otro momento se nos dirá que William Carlos escribió en una carta que su madre era una persona «severa y frívola».

El padre del poeta es un viajante de una marca de perfumes, y ha de estar largas temporadas fuera de casa, vendiendo su producto por Latinoamérica. También se nos dice que la familia del poeta, que escribía en el dorso en blanco de papeles de lo más variados, pertenece a una familia llena de secretos.

 

«Es poco lo que sabemos de Salomón Hoheb.», leemos en la página 23, cuando Aponte Alsina empieza a hablarnos de la vida del padre de Raquel. En la página que describe su vida usa verbos como «Supongamos» o, poco después, «Imaginemos». Salomón era un comerciante en el puerto de Mayagüez, ciudad de Puerto Rico donde nació Raquel. Salomón muere cuando Raquel es una niña, y ésta se aficiona al piano.

 

Mientras Aponte Alsina habla de Raquel y su familia, también hace apuntes sobre la suya propia. Por ejemplo, leemos en la página 33: «Resido en una isla pequeña de nombre optimista. La isla donde nacieron Raquel y mi madre; la isla donde nació y murió mi abuela Fermina.»

 

Raquel pasa una temporada viviendo con una prima en París, Alice Monsanto. Y allí deseará convertirse en pintora, mientras en las calles aún se sienten los estertores de la violencia ejercida contra el movimiento revolucionario de la Comuna de París en 1871.

Y de París, la autora vuelve al día en el que William Carlos ha de ingresar a Raquel en una residencia. Alsina escribe sobre el poeta: «Escribe porque sí. Además piensa, con candor, que en su oído se aposenta el lenguaje americano, el lenguaje de los Estados Unidos de América, y que ese lenguaje podría ser lo más parecido a una máquina, a un automóvil, si no fuera porque las máquinas son coherentes, y el lenguaje americano es más afín al corcho que en las tabernas recibe los dardos de los borrachos, o a una puta que recibe leches universales. Escribe porque es importante darle alma a los automóviles. Y a los trenes.» (pág. 50) En este párrafo se puede observar el aliento poético con el que está escrita esta novela. Yo de William Carlos Williams solo he leído un libro, el titulado Cuadros de Brueghel, y fue hace ya mucho, y ya no lo recuerdo con precisión, pero sospecho que Aponte Alsina quiere emular en muchos párrafos de su prosa la cadencia de los poemas de Williams.

 

Me ha llamado la atención que en la página 137, la autora hace comparecer en su novela a mi querido Roberto Bolaño, y evoca unas palabras que este le dedica a William Carlos en Estrella distante.

 

Hacia el final de la novela, Aponte Alsina habla de forma más abierta que hasta ahora de su familia en Puerto Rico. «Se me ocurre que en esta novela ajena es el lugar donde descansarán lo que me toca de los restos de Fermina.», escribe en la página 169, y un poco antes nos cuenta que estuvo indagando sobre sus orígenes familiares en censos de la isla. Tengo la impresión de que Aponte Alsina en algún momento planeó la idea de escribir sobre su familia y acabó pensando que escribir sobre la del famoso poeta norteamericano y sus orígenes caribeños podía ser más interesante.

«Mi abuela pilaba café en la isla cuando William Carlos visitaba, del brazo de Ezra Pound y Marianne Moore, el observatorio astronómico que tenía a su cargo el padre de Hilda Doolittle  en Pennsylvania. Mi abuela desgranaba gandules el día que Marcel Duchamp y Man Ray visitaron a los Williams en Rutherford. James Joyce y Nora Barnacle cenaron con los Williams en el parisino Trianon la noche que mi abuela sintió en sueños el bamboleo del barco donde su hijo mayor emigraba a Nueva York.

¿Servirán para algo estas conexiones? ¿Son reales? ¿Importan?» (Pág. 180). Posiblemente en este párrafo, correspondiente con el tramo final de la novela, se encuentren algunas de sus claves compositivas.

 

A mí, en principio, me interesan las indagaciones literarias que un autor hace en su propia familia o en la vida de personajes famosos. Diría que he sentido más interés en esta novela en las páginas en las que la autora hablaba sobre el poeta William Carlos Williams, que cuando hablaba de Raquel, su madre. De hecho, me ha aparecido leer alguno de los libros de poesía de Williams, y he buscado algunas de sus composiciones en internet. Quizás las páginas sobre Raquel no me han acabado de llenar porque el personaje no me parecía lo suficientemente interesante o no encontraba el suficiente misterio en su vida. Es decir, cuando, por ejemplo, el autor guatemalteco Eduardo Halfon habla sobre su gran familia judía latinoamericana, habla de personas que, en primera instancia, son anónimas, pero consigue crear un misterio en torno a ellas, y esto hace que la trama de la novela avance y se capte el interés del lector. He sentido que Aponte Alsina no conseguía crear un misterio, o una trascendencia, en torno a la figura de la protagonista de su libro, Raquel, y que esto lastraba la construcción novelística del libro. En decir, me ha parecido que La muerte feliz de William Carlos Williams no posee una estructura novelística que haga que el lector se interese por su personaje principal. Sin embargo, sí que me han cautiva algunas páginas concretas, que tienen la fuerza y el impulso de un poema. El lenguaje de la novela es muy bello y está muy trabajado.

Como anécdota, puedo contar que, cuando comenté en mis redes sociales que estaba leyendo este libro, lo celebró con mucho entusiasmo la escritora argentina, y residente en España, Viviana Paletta, que me escribió «¡Una maravilla!». Paletta es principalmente poeta, y entiendo desde aquí su entusiasmo. Así que, principalmente, recomendaría La muerte feliz de William Carlos Williams a aquellos lectores que aprecien en una narración, aunque sus diversos capítulos no avancen al ritmo convencional, su carga poética y la belleza del lenguaje.