Trabajos, de Juan José Saer
Editorial Seix
Barral, 251 páginas. Escritura de los textos posterior al 2000; esta edición es
de 2005
Compré Trabajos
(2005) de Juan José Saer (Serodino,
Argentina, 1937 – París, 2005) en una Feria
del Libro de Madrid, hace ya unos diez años. Lo compré en la caseta de un
librero argentino que trae (o traía, porque los últimos años ya no lo he visto
en el Retiro, parque donde se celebra la feria) libros editados en Argentina y
no en España. Recuerdo el precio; era barato, solo 10 euros. Era un libro
editado por Seix Barral Argentina, que no se comercializaba en España. Creo que
lo compré en la época en la que estaba leyendo toda la narrativa de Saer y este
libro, al ser de artículos periodísticos, se me fue quedando sin leer, hasta
que a finales de 2023 me propuse leer todos los libros que me faltaban de Saer
y me acerqué a El limonero real (1974), que lo había comprado también hace
tiempo, y le solicité a la editorial
Rayo Verde su edición de El concepto de ficción. Tras
acercarme a este último libro, con textos sobre literatura, escritos por Saer
entre 1965 y 1996, me pareció una buena idea seguir con Trabajos que recogía también textos sobre literatura, escritos a
partir del 2000. Entre medias leí la novela Memorias de Leticia Valle de
Rosa Chacel.
Los
textos de Trabajos se publicaron
principalmente en tres periódicos: Folha de Sao Paulo, El
País de Madrid y La Nación de Buenos Aires. Esto hace
que, en general, al tener que adaptarse al espacio que le ceden estas
publicaciones, los textos de Trabajos
sean más cortos que los de El concepto de
ficción, ya que en este compendio había textos que Saer había escrito para
reflexionar sobre sus lecturas, a título personal, y no habían sido publicados
previamente en ningún medio. También diría que los textos de Trabajos, en general, son de línea más
clara que algunos que se encontraban en El
concepto de ficción, que necesitaban de un alto grado de concentración para
seguirlos de un modo adecuado. El orden de los textos de Trabajos no es cronológico.
Como
ya hice con El concepto de ficción,
voy a destacar algunas ideas que me han llamado la atención de Trabajos:
El
posmodernismo literario vendría a anunciar la muerte de las vanguardias, pero,
según Saer, también existiría un argumento unido a la difusión y la recepción
de la obra con el que no está de acuerdo: el posmodernismo, a la tiranía de las
vanguardias, opone la democratización
de la cultura y de este modo, según él, Isabel
Allende y Juan Carlos Onetti
serían los dos igualmente novelistas. No sé si hay que explicar que para Saer
solo Onetti es un novelista. Para Saer esta idea del posmodernismo es liberal:
otorgar valor a algo si tiene valor de mercado.
Saer
habla de la representación de la realidad en la literatura, y compara la
lectura de pasajes de la Biblia con la lectura de Homero. «Poco importa la verdad de una
historia; es el uso que una sociedad hace de ella lo que cuenta. Las intensas
visiones bíblicas repugnan a muchas inteligencias porque quienes suelen
apropiarse de ellas con los fines más diversos, las decretan obligatoriamente
ciertas, no alegóricas ni simbólicas sino auténticas, afirmación que ninguna
mente crítica estaría dispuesta a aceptar.» (pág. 20)
Saer
critica la narrativa de consumo que apuesta por la épica, la linealidad, la
acción, la transparencia, y también la intriga excesiva, caracteres
contrastados, conflictos temáticos, cuando, en realidad, el relato moderno, sobre
todo a partir de El Quijote, basa su fuera en la antiépica.
El
Ulises de Joyce
acumula en cada uno de sus capítulos varios principios de organización que se
superponen y se combinan. Proust
compuso En busca del tiempo perdido de un modo opuesto, primero iba a
ser un artículo, luego un cuento, una novela breve, y así hasta que todo se le
acabó desbordando sin control.
Saer
habla de la breve obra de Bartolomé
Hidalgo (1788 – 1822), padre de la literatura gauchesca. En sus primeros
poemas imitaba la retórica neoclásica, hasta que en 1816 aparece Cielito
de la independencia, donde, a través de las canciones populares, su
lenguaje poético cobra vida. De aquí Saer reivindica el uso privado del
lenguaje.
Saer
habla de la inclusión o no de la Carta al padre en las obras
completas de Kafka. «La Carta al padre sería un libro único sino
hubieses sido escritas las Confesiones
de San Agustín.» (pág. 46), los dos libros tienen una estructura idéntica.
Saer
se pregunta si sobrevivirá la cultura argentina a la crisis del 2000. Para Saer
la literatura argentina ha florecido siempre en medio de la violencia política.
Saer
destaca la influencia de los autores brasileños sobre el resto de escritores
latinoamericanos que escriben en español, así ensalza, por ejemplo, a Guimaraes Rosa.
«Los
más grandes nombres de la creación novelística posteriores a Cervantes se
confiesan deudores de ese texto inagotable.» (pág. 79), uno de los aportes
fundamentales de Cervantes a la narrativa moderna en la moral del fracaso.
Saer
elogia al poeta francés Francis Ponge,
al que no conocía.
Saer
pondera positivamente la primera traducción del Ulises, la de J. Salas
Subirat.
Uno
de los mejores artículos del libro es aquel en el que Saer pone en tela de
juicio las famosas, pero cuestionables, opiniones sobre literatura de Vladimir Nabokov, las llama «las
absurdas opiniones de Nabokov». En su libro sobre literatura, Nabokov afirma
que piensa como un genio, pero opina Saer que nada lo justifica. Nabokov habla
mal de Freud, Conrad, Eliot, Thomas Mann, Faulkner, Camus, Dostoievski…, pero no escatima su
admiración hacia cualquier profesor universitario que haya hablado bien de sus
libros.
Saer
elogia El hombre sin atributos de Robert
Musil, a la que considera una de las grandes novelas alemanas.
Saer
vuelve a hablar en Trabajos, como ya
hizo en El concepto de ficción, del
movimiento Nouveau Roman, «el último gran movimiento literario significativo de
las letras francesas» (pág. 116) y ensalza de nuevo a Robbe-Grillet.
Es
bonito el artículo sobre Felisberto
Hernández, al que considera uno de los grandes autores del siglo XX.
Sartre apoyó y lanzó en
Francia al autor maldito Jean Genet.
Saer
ensalza la novela Respiración artificial (1980) de Ricardo Piglia, que propone la historia no como objeto de
representación, sino como tema. Saer
no cree en los parámetros de la novela histórica: «Una novela escrita hoy en
día y que transcurra en la Edad Media, es solo la proyección de un individuo
actual en una fantasmagoría que él confunde con la Edad Media, y la cual sería
tan inoportuno aplicarle el epíteto de “histórica” como a un baile de máscaras.»
(pág. 145)
Es
interesante el artículo sobre Robert
Walser, quien, mientras estuvo internado en un sanatorio mental, escribía
en trozos de papel minúsculos, y adaptaba sus escritos al espacio disponible.
526 manuscritos que necesitan de lentes de aumento para ser descifrados.
Saer,
como ya hizo Borges, habla de Las mil y una noches y dice que al
libro original se le han añadido historias que no proceden de la época en la
que fue escrito, como la historia de Aladino y de Simbad el Marino.
Saer
ensalza la figura del poeta argentino Hugo
Gola.
Saer
habla de la novela Bouvard y Pécuchet de Flaubert
y dice que es precursora de la obra de Kafka.
Saer
habla de la familia en la literatura, y nos recuerda, como dato curioso, que
Sherlock Holmes tenía un hermano que trabajaba en el Foreign Office.
Saer
recuerda al paraguayo Augusto Roa Bastos
en Argentina. En Buenos Aires fue donde escribió su gran obra Yo el
Supremo, cuyo rasgo principal dice que es la desmesura.
Saer
habla del rechazo que sufrió, por parte de la crítica, la segunda novela de Dostoievski, El doble, después de la
buena acogida que tuvo su primera novela, Las pobres gentes.
Es
bonito el artículo en el que Saer cuenta cómo la literatura argentina entró en
su vida. Los primeros versos de Martín Fierro no los leyó, sino que
los escuchó en una película.
Saer
vuelve a ensalzar el valor de la poesía brasileña y me llama la atención esta
frase: «Vidas secas de Nelson Pereira do Santos, que a mi
parecer es la obra maestra del cine latinoamericano.» (pág. 200), no conocía
esta película y he sentido curiosidad por ella.
Saer
rinde homenaje a su admirado poeta de Entre Ríos, Juan L. Ortiz, que murió en 1978. Para Saer, Ortiz es el más grande
poeta argentino del siglo XX.
Quizás
lo mejor del libro son las 45 páginas finales dedicadas a Juan Carlos Onetti. Sobre todo ensalza La vida breve, novela
que, para Saer, transita entre el realismo y lo fantástico. Una novela en la
que el protagonista Brausen crea la ciudad de Santa María, y sus habitantes
saben que han sido creados por él, a quien levantan una estatua en una plaza,
como fundador de la ciudad. Sin duda, debo al fin leer La vida breve, la obra fundamental de Onetti, que aún no he leído.
Los
textos de Trabajos me han parecido
más accesibles que los de El concepto de
ficción, en general también eran más cortos. De Trabajos destaco, como ya he dicho esas 45 páginas finales sobre
Onetti. Algunos otros de sus textos me han interesado menos, pero su nivel
general es siempre alto.