En mi canal de YouTube, Bienvenido, Bob, publiqué un vídeo donde hablo de los cuentistas actuales latinoamericanos que he leído. Es este:
domingo, 26 de noviembre de 2023
domingo, 19 de noviembre de 2023
Incierta gloria, por Joan Sales
Incierta gloria, de Joan Sales
Editorial Planeta. 696 páginas. 1ª
edición de 1956
Traductor Carlos Pujol
En el canal de YouTube Totralibros,
que lleva Jan Arimany, estuve viendo
un vídeo titulado Top 20 de la literatura catalana, y me llamó mucho la atención
que hablase de una novela sobre la guerra civil que no me sonaba de nada, Incierta
gloria de Joan Sales
(Barcelona, 1912 – 1983). La busqué en internet y la encontré en mi librería de
segunda mano favorita de Madrid, Ábaco, por 9 euros, en una edición
de tapa dura de Planeta, que además
de la novela Incierta gloria (1956) también contiene El viento de la noche
(1983), que es otra novela que actúa como segunda parte, o apéndice, de la
primera.
Joan Sales fue soldado republicado,
durante la guerra civil, y a su fin se exilió a República Dominicana y a
México. Regresó a Barcelona en 1948, y fundó la editorial Club Editor, para publicar obras en catalán, que sigue
existiendo. Fue el primer editor de libros tan significativos como La
plaza del Diamante de Mercè
Rodoreda o Bearn o La sala de las muñecas de Llorenc Villalonga. Con su novela Incierta gloria ganó el premio Joanot Martorell en 1955. El libro
apareció en 1956 recortado por la censura. Sales lo fue corrigiendo y ampliando
hasta llegar a su versión definitiva en los años 70. De hecho, al principio El viento de la noche formaba parte de Incierta gloria, pero esos capítulos
fueron creciendo y tomó la decisión de que lo mejor era que se publicase como
otra novela, aunque siguiera hablando de los personajes de Incierta gloria, unos veinte años después de haberse acabado la
guerra.
La novela está dividida en tres
partes. En la primera nos acercamos a la voz narrativa de Luis, un teniendo
barcelonés de la república, destinado en un pueblo del bajo Aragón, que le
escribe cartas a su hermano mayor Ramón, que es un religioso que se ocupa de
personas discapacitadas. Las primeras cartas están fechadas en junio de 1937,
cuando la guerra ya lleva un año de desarrollo. El lector va a leer estas
cartas, que funcionan como si fueran las páginas de un diario, puesto que Luis
no recibe respuesta y, por tanto, no hay interferencia en el flujo de
información que recibe el lector. Uno de los temas sobre los que escribe Luis
es sobre su amigo Julio Solerás, que se encuentra en el frente con él y que fue
su compañero en la facultad de Derecho. Solerás es brigada de intendencia en la
guerra, y es un personaje extraño, lleno de contradicciones y que continuamente
parece querer epatar a su interlocutor, resultando, más de una vez,
impertinente; aunque, a través de las palabras de Luis, el lector sabrá que es
un joven que proyecta mucho magnetismo. Los dos, que tienen unos veinticinco
años, se relacionan con Cruells, que tiene veinte, y que, antes de la guerra,
era seminarista. Estos van a ser los tres personajes masculinos principales de
la novela y comparten en su biografía una importante coincidencia: los tres son
huérfanos de padre y madre, y se han criado con sus tías, en el caso de Solerás
y Cruells, y con sus tíos en el caso de Luis. Luis ha tenido un hijo con Trini,
aunque no están casados, algo raro para la época. Trini procede de una familia
de anarquistas de Barcelona y, aunque Luis viene de una familia de militares y
su tío dirige una fábrica de pastas, él ha preferido politizarse y renegar de
sus orígenes burgueses. Además, Luis es un mujeriego y tratará de conquistar a
una mujer llamada Olivela, que vive con sus hijos en un castillo de la
localidad. Olivela era una sirvienta de la que se encaprichó el señorito en
cuya casa trabajaba, y con el que llegó a tener hijos. Al comienzo de la
guerra, los anarquistas mataron al marido, pero no a ella, precisamente por no
estar casada. Sin embargo, este hecho martiriza a la mujer, que no quiere que
sus hijos sean ilegítimos.
Durante más
de cien páginas, aunque el escenario narrativo se encuentra en el frente, la
acción de la guerra parecía alejada, y no se hablaba de ninguna batalla. Cuando
ésta tiene lugar, Luis le contará a su hermano en sus cartas que casi no
recuerda nada de las batallas, tan solo a reclutas llorando. Sin embargo, en
relación a una batalla he leído una de las escenas que más me han impactado del
libro: los republicanos atacan una trinchera nacional y, al verse superados,
estos últimos se rinden. Un alférez nacional sale de la trinchera, con los
brazos en alto, queriendo unirse en un abrazo fraternal con el enemigo que le
ha vencido. El narrador (Luis), curtido en la guerra, lo ve con unos
prismáticos, y piensa «Es el viejo truco que también nosotros hemos usado otras
veces en idénticas circunstancias. Los míos tiran los fusiles para subir con
los brazos libres, arrebatados de entusiasmo, recuerdo de pronto que son
reclutas, que ignoran esos trucos tan sobados. (…) que sea tan profundo en
nosotros ese deseo de ser hermanos y que lo utilicemos para matarnos más a
mansalva…»
No había
leído nunca nada así en un libro bélico e inmediatamente me ha parecido que
tenía que ser real, que el propio Sales lo había vivido, porque como ficción
resulta inverosímil. No me puedo imaginar una escena así en, por ejemplo, Salvar al soldado Ryan. Es una escena
que alguien que escriba ahora una ficción sobre la guerra civil no habría
podido inventar porque no resultaría creíble.
No niego que
puedan existir grandes novelas históricas; de hecho, lo es una de mis
favoritas, Guerra y paz de Lev
Tolstoi. Pero hay escenas literarias y testimoniales que se introducen en
los libros porque el escritor las ha vivido y le obsesionan; en caso contrario,
no podría confiar en ellas, ya que resultarían no creíbles. Y por estos
motivos, cuando me apetece leer ficción sobre acontecimientos históricos,
prefiero la creado por autores que fueron testigos de los hechos, como es el
caso de Incierta gloria de Joan
Sales.
Es también
una gran imagen la del convento del pueblo en el que los anarquistas han sacado
a los muertos del cementerio y alguien –no está claro si han sido ellos
también– han recreado en el altar una boda de momias. En gran medida esta
primera parte, y el libro en general, es una crítica a los desmanes de los
radicales de izquierdas, asociados al anarquismo, y sus asesinatos en la ciudad
de Barcelona, una realidad que no les llegaba con mucho detalle a los soldados
del frente. Sobre el ejército nacional se habla de un modo mucho más difuso y
borroso. En toda la novela de Incierta
Gloria no se nombra a Francisco Franco, y en El viento de la noche tan solo una vez.
En la segunda parte la narradora es
Trini, la pareja de Luis, y también leeremos sus cartas. Es interesante el
juego: las cartas de Trini que vamos a leer están dirigidas a Solerás, que le
entregó el mazo a Luis, al final de la primera parte. Así que a estas cartas de
Trini a Solerás, el lector se acerca sabiendo que las está leyendo Luis. Trini
se siente un tanto abandonada por su pareja y está empezando a encontrar
consuelo en Solerás, de quien es amigo desde la adolescencia, desde antes de
conocer a Luis. La correspondencia desde el frente por parte de Solerás es
mucho mayor que de parte de Luis. Las cartas de Trini nos llevan a la Barcelona
de diciembre de 1936, y a través de ella conoceremos lo que ocurre en la ciudad
durante este periodo convulso de la guerra. Hay algunos detalles que me han
llamado la atención, como este apunte de la página 198: «Nunca había habido
colas tan largas delante de las taquillas de los cines como desde que empezó la
guerra.»
Trini tiene veintiún años y, aunque
viene de una familia de anarquistas descreídos, justo en estos momentos de
asesinatos de personas religiosas en la ciudad es cuando empieza a sentir fe y
la necesitad de acudir a misas clandestinas y hacerse católica. Trini vive en
un chalet de Pedralbes, que pertenecía a la fallecida madre de Luis.
Me ha gustado también la escena en
la que Trini tiene que ir hasta los pueblos del interior de Cataluña para
conseguir alimentos clandestinos y al volver en tren a la ciudad los tiene que
tirar por la ventanilla porque en la estación se los pueden requisar, y saltar
ella detrás. Pero los conductores de los trenes ya saben que sus pasajeros
hacen esto y aminoran la marcha al ir a entrar a la estación central. Me ha
sonado a detalle real de los tiempos de la guerra.
En esta parte, sobre a través de las
opiniones del tío de Luis, que ha tenido que refugiarse en casa de Trini, se
sigue criticando a los anarquistas y sus asesinatos de inocentes y destrucción
de la industria catalana.
El narrador de la tercera parte es
Cruells, que ya aparecía como personaje en la primera parte. En este caso Sales
abandona el recurso de las cartas y se insinúa que Cruells está recordando (o
tal vez escribiendo) sobre sus recuerdos de la guerra desde algún punto del
futuro (aparece el año 1945), cuando ya ha vuelto al seminario y se ha
convertido en sacerdote. Cruells recuerda, en gran medida, a Solerás, que se
convierte en el cuarto personaje principal de la novela. Aunque Sales no le
cede a él la palabra directamente, está muy presente en las narraciones de los
otros tres personajes. «Era un chico extraño, abrupto, repelente y atrayente a
la vez.», dice Cruells de Solerás en la página 327.
Como curiosidad, decir que en la
página 330 parece encontrarse un dardo envenenado que le lanza Sales a
posiblemente Ernest Hemingway y su novela Por
quién doblan las campanas: «Los extranjeros de todo ese inmenso fregado van
a sacar unas historias sensacionales de toreros y gitanas.» (pág. 330)
En la página 364 nos encontramos con
una reflexión interesante: «En el frente no hay día en el que uno u otro no
cambie de trinchera; pero es una corriente de doble dirección, eso es lo que no
quieres comprender. Y de cada lado desertan por el mismo motivo: todos
asqueados por los horrores de las retaguardias».
Cruells, del que ya dije que al
incorporarse al frente era seminarista y que, tras acabar la guerra, será
sacerdote es un personaje curioso, contradictorio; y muchas de sus reflexiones
irán por este camino. De hecho, el propio autor era republicano, antifranquista
y católico y plasmó sus inquietudes en Incierta
gloria, una expresión que se repite en el libro, y que procede de un verso
de William Shakespeare.
Más o menos, en la página 500 acaba Incierta gloria, y las 200 últimas
páginas de este volumen corresponden a otra novela titulada El
viento de la noche. Ya he comentado que, tras su primera aparición en
1956, Sales fue ampliando la novela. He leído que, al principio, la que iba a
ser la novela El viento de la noche,
donde el narrador vuelve a ser Cruells, empezó siendo unos capítulos sueltos de
la tercera parte de Incierta gloria.
Pero en las siguientes revisiones esos capítulos crecían hasta que Sales
decidió que serían una nueva novela, que funcionaria como una suerte de segunda
parte o apéndice de la primera, y que se publicaría como un libro
independiente. De hecho, creo que ya no se comercializa esta edición que tengo
yo donde las dos novelas se publican juntas, sino que los libros se han de
comprar por separado. Seguramente leer El
viento de la noche sin haber leído antes Incierta gloria no tenga mucho sentido. Y es cierto también que el
magisterio de una gran novela como es Incierta
gloria se pierde en El viento de la
noche, una novela inferior a la primera y en que parece que Sales ya no
tenía, en realidad, nada más importante que contar sobre sus personajes, pero,
aun así, lo ha querido contar de todos modos. El tono de El viento de la noche es más alucinatorio, menos objetivo que el de
Incierta gloria, y en esta novela
Sales, a través de la voz narrativa de un Cruells cada vez más viejo, va
recreando, en repeticiones y nuevos círculos concéntricos, los recuerdos de la
guerra y la posguerra y nos contará qué hizo la vida con los personajes de la novela
anterior.
No he hablado nada del estilo
literario de Incierta gloria: me ha
parecido que sin llamar especialmente la atención –el autor no usa potentes
juegos metafóricos o el brillo de asociaciones de ideas brillantes– Sales
construye su novela y su estilo con mucha sobriedad y acaba creando una novela
muy sólida, que he disfrutado mucho.
Hasta ahora pensaba que Días
de llamas de Juan Iturralde
era la novela de la guerra civil que más me había gustado y, aunque es cierto
que en ella se refleja mejor el miedo de la retaguardia, ahora considero que en
mi imaginario Incierta gloria de Joan
Sales ha ganado muchos enteros como la posible mejor novela sobre la guerra
civil. En 2014 se tradujo al inglés y tuvo muy buena acogida crítica en Gran
Bretaña. Hace poco se ha traducido también al chino. Incierta gloria es una grandísima novela de la literatura española
del siglo XX y el hecho de haber sido escrita originalmente en catalán
(traducida al castellano de forma estupenda por Carlos Pujol, por cierto) ha hecho que no sea tan conocida en el
resto de España, que no es Cataluña, tanto como se merece.
domingo, 12 de noviembre de 2023
Tía buena (una investigación filosófica), por Alberto Olmos
Tía buena (una investigación filosófica), de Alberto Olmos
Editorial Círculo de Tiza. 290 páginas. Primera edición de 2023
He leído bastantes de los libros que ha escrito Alberto Olmos (Segovia, 1975), desde que empecé en 1999 con su ópera prima, A bordo del naufragio. Sin embargo, no había leído nada aún de su obra, fuera de la ficción, salvo sus artículos de periódico. Aunque tengo aún en casa sin leer Vidas baratas: elogio de lo cutre y Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, me apeteció ponerme con su último ensayo, Tía buena (una investigación filosófica) y se lo solicité a su editora de Círculo de Tiza.
Cuando uno conoce a Alberto Olmos, como es mi caso, y se acerca a un libro con el título Tía buena, y cuya primera parte se titula ¿En serio vas a escribir este libro?, lo primero que piensa es que Olmos ha escrito un libro de humor. Y lo cierto es que, en parte, así es, pero no en su conjunto, como trataré de explicar a continuación.
«Durante el verano posterior a mi divorcio, empecé a darle vueltas a una expresión popular que siempre había desatendido: “tía buena”», ésta es la primera frase del libro y, desde luego, no es una primera frase casual. Con ella, el autor le muestra al lector sus cartas, el momento vital por el que atraviesa. «Quizás volver a la soltería y a mirar con más intención o interés a las mujeres de mi alrededor (lo cual incluye hoy en día las redes sociales, por supuesto), provocó en mí una estupefacción nueva, un cuestionamiento.», continúa.
Olmos pretende escribir un ensayo sobre la idea de ser una «tía buena», desde el punto de vista de las mujeres, ¿qué siente, o experimenta, una mujer al saberse mirada como tía buena? En una primera aproximación al tema, Olmos quedará con diversas amigas, que pueden alcanzar el estatus de «tía buena», en mayor o menor medida, y las interrogará sobre el tema. A la mayoría de las mujeres cercanas que aparecen en el libro ha tenido la prudencia de cambiarles el nombre (en otros casos no, como en el de las escritoras Luna Miguel o Jimina Sabadú, que aparecen con su nombre, aunque lo que cuenta de ellas pertenece a su faceta pública). Según estas primeras aproximaciones al objeto de la investigación, Olmos opinará que el rol de ser tía buena se elige, que la mujer que va a ejercer en su círculo de amigos, laboral, etc. como tía buena ejerce una voluntad –mediante las actitudes o la elección de la ropa– de serlo. De este modo, nos hablará de amigas que cambiaron su estilo de vestir o que se operaron los pechos y empezaron a llamar la atención de los hombres, atrayendo sus miradas, mucho más que antes. «La infelicidad se combate con exhibicionismo», acabará sentenciando sobre las palabras de una amiga.
Uno de los amigos varones de Olmos opinará que el proyecto de éste es una forma ingeniosa de ligar, de empezar un coqueteo con el piropo soterrado de decirle a una mujer que es una «tía buena» o qué significa eso para ella.
Me he reído con esta reflexión: «El mundo de los libros, según vi durante años, se origina mayormente en la casa de un pobre desgraciado que escribe y termina en una fiesta donde ese desgraciado que escribe se ve rodeado de millonarios y tías buenas.» (pág. 41)
La primera parte, que ocupa unas 50 páginas, es un relato metaficcional; en el que Olmos le cuenta al lector por qué quiere escribir su libro y cómo piensa hacerlo. Es la parte más divertida y ligera del libro. También acaba siendo un relato de duelo sobre su divorcio, ya que empieza con él y finaliza cuando el autor nos anuncia que tiene una nueva pareja.
Antes de entrar de lleno en el asunto, Olmos coloca en el libro un Interludio filológico, en el que trata de localizar el momento exacto en el que surge el término «tía buena» en el habla coloquial de España. Con la ayuda de un catedrático de universidad, Olmos nos mostrará que la expresión «tía buena» ya se usaba en España a mediados del siglo XIX.
La segunda parte se titula Una investigación filosófica, y aquí ya se encuentra el cuerpo principal del libro. Si, como ya he apuntado, la primera parte es la más ligera y divertida, y acaba funcionando como una introducción, el tema del libro se va a desarrollar en realidad en ésta mucho más larga segunda parte. En ella, Olmos hablará de sí mismo en muchas menos ocasiones, y analizará las lecturas que ha hecho para tratar de dar respuesta a sus preguntas iniciales. En el siglo XIX empezará la obsesión popular por la belleza, a la vez que se normaliza el uso de las fotografías. Tendencia que explotará en el sigo XX con el cine, ya que cualquier mujer podrá compararse con las actrices de la pantalla, que establecerá unos patrones de belleza deseados por ellas, y anhelados por ellos.
En realidad, el ensayo de Olmos acaba siendo un estudio de la mirada de los hombres sobre la belleza de las mujeres. Algunas de las páginas más interesantes del libro son aquellas en la que se analiza el posible conflicto entre los estándares de belleza femeninos y los presupuestos del feminismo. «Y es que hay, por paradójico que suene, “un feminismo de las chicas guapas”. Consiste en resignificar los patrones estéticos tradicionales de la mujer físicamente atractiva y considerarlos propios, no impuestos, sin variarlos un ápice. (…) Las cantantes populares siempre han aportado a su trabajo musical una considerable dosis de “sex appeal”, lo cual era machista; ahora las cantantes aportan a su trabajo musical la misma dosis de “sex appeal”, y esto es feminista.» (pág. 102)
Uno de los capítulos trata de demostrar que son los hombres los que miran a las mujeres y que éstas son miradas. De ahí se pasará a analizar el fenómeno de la exhibición en Instagram, por ejemplo, y el uso que hacen las mujeres de su «capital erótico». Se hablará también de esas parejas que se acoplan al prototipo de mujer atractiva y hombre de éxito económico, prototipos arcaicos que se encargan de perpetuar las modernas redes sociales, a juicio de Olmos.
Todo el análisis de Olmos me parece interesante –ya he dicho que su libro se centra en analizar la mirada de los hombres sobre las mujeres–, pero creo que se ha dejado fuera de análisis algunos fenómenos de la actualidad: cada vez más hombres no se visten para tener éxito económico (como se apunta en el libro), sino para lucir su físico, y muchas de las cuentas de Instagram en las que alguien exhibe su juventud o su cuerpo son de hombres. Para Olmos no parece existir el concepto de «capital erótico» masculino –algo de lo que llega a hablar, pero muy de pasada y como fenómeno marginal– y, posiblemente, sobre esta idea se podrían escribir páginas interesantes sobre el cambio de roles y la modernidad.
Se nota que Olmos se ha documentado con profundidad y las citas que hace de libros clásicos que tratan sobre la belleza, lo sexi y la mirada son muy interesantes y él consigue, acercando estos modelos a la moderna realidad de, por ejemplo, Instagram, sacar un interesante partido a esas ideas.
Es cierto, también, que, lo que empezó en la primera parte con ligereza y humor, acaba cargándose con tintes más amargos, sobre todo cuando habla de conceptos como los de «el negocio de la frustración», al analizar el mundo de la ropa y la moda. También se cita al filósofo de origen coreano, pero que escribe en alemán, Byung-Chul Han (autor de, por ejemplo, La sociedad del cansancio) y se acaba especulando con la idea de que las relaciones entre hombre y mujeres, en la mayoría de los casos, acaban siendo
transacciones comerciales, entre el estatus del hombre y la belleza de la mujer; una idea que, como he apuntando antes, me acaba pareciendo que (con los nuevos roles de hombres y mujeres) se ha podido quedar algo anticuada.
En cualquier caso, el ensayo de Olmos me ha parecido muy interesante, lleno de reflexiones punzantes, que siempre invitan a ser pensadas dos veces, y que he leído siempre con curiosidad. Me ha gustado este Alberto Olmos ensayista, que después de sus últimos años peleándose con los artículos periódicos, cada vez tiene la prosa más afilada para analizar la realidad en la que vive. Tía buena es un libro refrescante, atrevido y, a la vez, hondo y melancólico.
domingo, 5 de noviembre de 2023
La joven vampira, por J. H. Rosny Aîné
La joven vampira, de J. H. Rosny Aîné
Editorial Aristas Martínez. 106 páginas. Primera edición de 1911, ésta es de 2023
Traducción de Robert Juan-Cantavella
Sin habérselo solicitado a la editorial, me llegó a casa un paquete que contenía la novela corta La joven vampira (1911) del escritor francés –de origen belga– J. H. Rosny Aîné (Bruselas, 1856 – París, 1940). Normalmente no me gusta que las editoriales, que tienen mi dirección, me envíen libros que yo no solicito, porque –aunque no debería– me crea una especie de obligación por ellos, que en muchos casos no quiero hacer mía. Sin embargo, esta vez, el envío me vino bien: quería hacer una vídeo reseña con un libro de terror para mi canal de YouTube Bienvenido, Bob, y tenía pensado leer El gran dios Pan y otros relatos de terror sobrenatural de Arthur Machen, editado por Valdemar, pero se me estaba echando el tiempo encima y el libro de Rosny era bastante más corto que el de Machen, y esto hizo que me decidiera por él para el «especial Halloween» del canal.
J. H. Rosny Aîné, de nombre real Joseph Henri Honoré Boex –leo en la nota introductoria del traductor y escritor Robert Juan-Cantavella–, desarrolló gran parte de su carrera literaria con su hermano Séraphin Justin François Boex, y que los dos firmaban con el pseudónimo J. H. Rosny. Cuando los hermanos empezaron a trabajar por separado, Joseph Henri empezó a firmar como J. H. Rosny Aîné, que significa «el mayor». Pensaba que no conocía nada de este autor, hasta que me he dado cuenta de que es suya la novela La guerra del fuego (1909), en la que se basa la película que en España se llamó En busca del fuego (1981) del director Jean-Jacques Annaud, que, casualmente, estaba viendo en la plataforma Filmin durante los mismos días que leía La joven vampira.
«–Hay algo de verdad en todas las creencias ancestrales de los hombres –dijo Jacques Le Marquand», con esta frase, pronunciada por el narrador de la historia, comienza la novela.
Jacques Le Marquand y su amigo Charmel hablan en Francia sobre el contenido de verdad de las leyendas populares, como la del vampiro, y Le Marquand afirma que, entre 1902 y 1905, conoció a una mujer vampira en Londres. A partir de aquí Le Marquand pasará a ser el narrador, para su amigo, de la historia de la que fue testigo en Londres. La figura de los dos amigos iniciales se diluirá pronto en el texto, y Le Marquand se convertirá en un narrador que cuenta hechos y pensamientos de otros que no ha podido conocer de primera mano, y que no explicará cómo han llegado hasta él. Es decir, Rosny se permite la licencia literaria de convertir a su narrador interpuesto en un narrador omnisciente.
La muerte de la joven Evelyn Grovedale es confirmada por dos médicos; sin embargo, a la mañana del cuarto día del velorio sus familiares la encontrarán resucitada. «Presentaba ciertas particularidades interesantes para los científicos, aunque preocupantes para sus allegados. Su memoria se hallaba en el mayor desorden, no hablaba más que en largos intervalos y de forma incoherente.» (pág. 17). Con el tiempo Evelyn llegará a ser «casi normal», pero se comportará con los suyos de un modo extraño: de hecho, sus hermanos pequeños y su madre empezarán a perder vitalidad y a volverse pálidos. Evelyn se acabará casando con el joven James Bluewinkle y se irá a vivir con él. Sus hermanos y su madre empezarán a recobrar la salud, a la vez que será James quien empiece a perderla.
En otras novelas en las que se trata el mito del vampiro, éste suele presentarse como un espectro amoral, un ser que puede, por ejemplo, atravesar las paredes, como ocurría en Drácula (1897) de Bram Stoker, o tiene poderes telepáticos; y, de este modo, Drácula puede manipular la mente de un loco en la novela. La vampira de Rosny, sin embargo, es
más corpórea y humana que el vampiro de Stoker. Ni siquiera aparece en el libro de Rosny la idea de que a los vampiros no debe alcanzarles la luz del sol. En este sentido, Evelyn se nos muestra como una joven, que siente cierta confusión con su identidad anterior, y que no puede alimentarse con propiedad gracias a los alimentos tradicionales, sino que debe consumir sangre, se entiende que humana, pero tampoco va a probar la de ningún animal.
La vampira de Rosny no consigue extraer la sangre del cuerpo de las personas clavándoles los colmillos, sino que le bastará con posar sus labios sobre la piel de una persona para conseguir absorber su sangre. La piel de la víctima no queda rota ni dañada, y con este detalle la novela se convierte en una historia fantástica, aunque el narrador trata de contar cómo es la realidad física de la que se va a nutrir en sus leyendas el mito del vampiro.
Como ocurría en la película Solo los amantes sobreviven (2013) de Jim Jarmusch, donde los vampiros compraban plasma sanguíneo para no tener que atacar a ninguna persona, Evelyn, la joven vampira, siente escrúpulos morales ante el daño que causa a terceros al tener que sustraerles su sangre. En este sentido, se aleja del mito del Drácula de Stoker.
La joven vampira es más una novela fantástica que de terror, porque lo cierto es que Rosny no dibuja en ella escenas perturbadoras, sino más bien curiosas o ligeramente inquietantes.
Carmilla (1872) de Sheridan Le Fanu, de la que Stoker tomó elementos para su Drácula, tenía un componente erótico que también acaba teniendo La joven vampira, puesto que Evelyn, o el ser que ha ocupado el cuerpo de Evelyn, en un momento dado, va a dejar de ser ese ente para volver a ser la Evelyn que era y, esto, lejos de inquietar a James hace que se refuerce su interés erótico por esa nueva persona que va a ocupar ahora el cuerpo de la que había sido su mujer hasta ahora.
Sí que me ha resultado inquietante o misterioso ese mundo cósmico del que la vampira parece proceder y del que guarda vagos y tenebrosos recuerdos.
El estilo de la novela es sencillo, sin grandes alardes metafóricos; una prosa eficiente, que se lee con simpatía, asumiendo su esencia pulp. La joven vampira es una novela corta con encanto y que gustará a todas aquellas personas que, como yo, estén interesadas en las variantes del mito del vampiro.