domingo, 29 de septiembre de 2019

Presentación de "Lejos del champagne" de Carlos Torrero y entrevista al autor


Lejos del champagne, de Carlos Torrero

Editorial Sloper. 165 páginas. 1ª edición de 2019.

El jueves 26 de septiembre presenté el libro de relatos Lejos del champagne de Carlos Torrero en la librería Juan Rulfo. Dejo aquí el texto que preparé para la ocasión y luego una entrevista que le he hecho al autor.



Carlos Torrero y yo compartimos editorial. Yo publiqué en la mallorquina Sloper mi novela Los insignes en octubre de 2015 y Carlos ha publicado su libro de relatos, Lejos del champagne, en abril de 2019. Román Piña, el editor de Sloper, me preguntó antes del verano si me apetecía presentar este libro en Madrid en septiembre y, por supuesto, le dije que sí. Me he cruzado con Carlos Torrero en el universo de Facebook y hoy, al fin, nos hemos conocido en persona. Cuando Román me propuso presentar este libro aún no sabía que se llevaría a cabo en la librería Juan Rulfo, uno de mis espacios literarios de referencia en Madrid; un detalle este que da aún más encantado a esta tarde literaria.

Lejos del champagne está formado por 24 relatos, en general cortos, pero no lo suficiente como para que –por longitud y estilo– los podamos considerar microrrelatos.

Me ha resultado curioso observar la elección que ha hecho Carlos del primer cuento de su libro porque, a pesar de ser el umbral, la puerta de entrada a su universo,  no termina de ser de los más representativos. Este primer cuento se titula Día de patos, y en él un grupo de hombres de mediaba edad y de provincias, se van subiendo en el coche de uno de ellos, en la mañana de un día de fiesta, para ir a cazar. En sus últimos párrafos el lector descubrirá que estos hombres tienen otro fin en mente, además del de cazar patos.
Si este primer relato está construido con la técnica clásica de la «sorpresa final», hay que señalar que no están así construidos la mayoría de los otros.

Carlos Torrero publicó en 2007 una novela corta, titulada Origami, pero principalmente ha publicado libros de poemas, con títulos como Oxígeno, mentiras, manzanas: Arritmias de un descartado (2014), La hibernación de los moluscos (2017) y Todo esto era campo o el abecedario de un hombre analógico (2018). Y en la mayoría de los relatos reunidos en Lejos del champagne está latente la formación poética del autor. Por ejemplo, el cuarto relato se titula Fondo de reptiles y resulta más representativo del tipo de relato que el lector va a descubrir en este libro que el primero, que ya hemos comentado. En Fondo de reptiles, como si en vez de un relato se tratase de un poema, Torrero describe una escena: en un parque se celebra el cumpleaños de un niño de cinco años, acompañado por otros niños y por adultos. La escena es cotidiana y aparentemente sencilla, pero la voz narrativa del autor la dota de un trasfondo no evidente a primera vista, porque comienza a imaginar posibles futuros para las personas presentes en esa escena; así sobre uno de los niños invitados a la fiesta apunta: «Puede que uno de ellos, dentro de catorce años, se precipite por el puente de los franceses tras haber visto Todas las canciones hablan de mí. Puede que nadie entienda nada. Puede que nadie sea el que vaya a su entierro; pero llegado el momento, gobierne la apatía. Puede que todos se esfuercen en recordar un instante, al menos un instante de felicidad. Uno en el que no aparezca aquella sombra de gitanos bajo el puente. Uno en el que no aparezca la navaja y la bragueta, los patos y el semen.» Además, también ahondan en la sensación de encontrarnos ante una composición poética, las repeticiones que el autor va diseminando a lo largo del texto y que nos retornan al motivo principal: «Puede suceder que un niño cumpla cinco años y se encuentre frente a la tarta más bonita de su vida.», una frase que se repite al principio de tres párrafos del cuento.
El tema de las repeticiones y los juegos con la cultura popular me ha hecho pensar, en más de una ocasión, en los poemas largos de Manuel Vilas. Sobre todo en el cuento Tête de la course que empieza con la frase: «Indurain es el hombre más triste del mundo, dijiste.» (pág. 59)

En el último cuento, titulado Yoyó. Añadir a la biografía, el narrador es un tal Carlos Torrero y podemos encontrar aquí algunas de las claves de lectura del libro. Esta persona nos dice que en su juventud ganó algunos concursos de literatura breve, y se añaden algunos comentarios de supuestos jueces de estos concursos. Uno de ellos dice: «Lo premio por reciclar en humor y creatividad el desaliento.» Me parece una frase muy significativa, una frase que resume muy bien cuáles son las intenciones –y también los logros– de la escritura de Carlos Torrero.

Sería difícil trasladar a una pantalla la mayoría de los cuentos de Torrero porque, como ya he apuntado, en muchos de ellos se describe una escena que puede estar, incluso, detenida. La clave de la tensión narrativa se encuentra en los juegos imaginativos que se practican con el lenguaje, y que tanto tienen que ver con la poesía. La asociación de ideas metafóricas es muy variada y sorprendente. En algunos casos se recurre a comparaciones absolutamente posmodernas, ya que, por ejemplo, de un personaje pelirrojo se dice que tiene por cejas «dos risketos». «A su izquierda, un tipo pelirrojo con dos risketos por cejas dice “whisky”».

También es frecuente que se hable aquí de lo que ocurre en las redes sociales y que las comparaciones nos lleven al cine, y que podamos leer evocaciones de películas como en el siguiente caso: «Después de mi mujer bailando como Salma Hayek en Abierto hasta el amanecer para acabar sentada en mi cara.» (pág. 47). Además del cine, la idea de intertextualidad se repite con muchos textos literarios, de los que existe una referencia explícita o más oculta. En el primer cuento, por ejemplo, el narrador nos informa de que uno de los amigos del grupo usaba en el pasado una coletilla, tuviera sentido o no, hasta la saciedad, hasta vaciarla de significado. Esta coletilla era: «como caballos en la niebla.»;
«—Hace frío aquí, ¿no? ¿Caniche?»
«Mucho. Como caballos en la niebla.»
«—¡Caniche! ¿Qué tal anoche con La Intensa?»
«—Oh. Oh. Oh. Lo pasamos como caballos en la niebla.»
«Y así» (pág. 13)

El lector avezado sabrá que Caballos en la niebla es el título del primer relato del libro Tres rosas amarillas, el último de los cuatro que escribió el gran autor norteamericano Raymond Carver. Así que Torrero parece estar buscando la complicidad de un lector literario.

Uno de los grandes temas que vertebra al conjunto de los cuentos es el de la sensación de desaliento y derrota; y en gran parte se asocia esta sensación a la de la pérdida de la juventud, con la llegada de los hijos, el cansancio de las relaciones, la pérdida de las energías vitales y las ilusiones… En este sentido hay un juego literario interesante que también recorre el libro, y es el de la alusión continua a Francia, como lugar y también como entidad cultural, como metáfora de una sofisticación o una elevación de la vida propia imposible. Y a pesar de esto, la mirada de los narradores también está cargada de humor, que actúa como un refugio ante las pérdidas cotidianas.

En un cuento titulado Una casa propia leemos: «Me gusta Mélanie Laurent y el cine francés, vino francés, poeta francés, queso francés, rap francés, clases de francés y –para qué negarlo– todo lo francés.» (pág. 51)
Hay otro cuento que se titula directamente Francia y yo, y que al hablar de la extrañeza de alguien que desea celebrar una boda en un cine me ha recordado a un cuento de Julio Cortázar.

En la página 77 leemos: «Lejos del champagne. Así me encuentro yo a estas alturas de mi vida. Pero el champagne no como una de las bebidas más distinguidas y refinadas, asociadas al lujo, a la elegancia y a la celebración de una noticia feliz. Bueno, sí. Puede que se trate exactamente de eso. Hace mucho que no tengo nada que celebrar. Lejos de la alegría, como respuesta a todo. Lejos del champagne.», un párrafo que vendría a ser una suerte de explicación del título.

En uno de los relatos, el titulado La soledad de Hasselhoff, el hijo de la pareja casi muere al tragarse el adorno de un llavero que representa a la torre Eiffel, recuerdo de días más felices. Así que, de nuevo, este símbolo de París, se revierte en este relato de un halo trágico y negativo.

Como resumen, podría apuntar que Lejos del Champagne es un notable libro de relatos líricos, cinéfilos y literarios, y no exentos de un cierto humorismo triste.




ENTREVISTA

1) ¿Estás de acuerdo con mi idea de que la forma de muchos de tus relatos tiene más que ver con la composición de un poema que con la de un relato tradicional? De alguna manera sí. Un buen cuento, tal y como yo lo entiendo, debe estar más cerca del poema que de la novela. Es muy triste que en un cuento de diez páginas, sobren cinco. Yo intento que eso no suceda. Trabajo mucho la concisión y el oído para encontrar el ritmo y musicalidad que deseo llegue al lector. También los silencios y las elipsis. Lo que no se cuenta es, a menudo, más importante que lo se cuenta. Y me suele interesar más el cómo que el qué.   

2) ¿Hasta qué punto eres un autor diferente si te sientas a escribir un poema o un relato?
Bueno, diría que siempre me he identificado con aquel “contengo multitudes” de Whitman y, también, con el “soy nadie” de Dickinson. Ambos me representan. No sé. Como es natural, soy el mismo autor pero supongo que encaro el trabajo con herramientas y recursos distintos. A veces, una idea o imagen nace y pretende autoproponerse como válida para ambas cosas. Si eso sucede, dejo pasar el tiempo necesario para que acabe mostrando su verdadero rostro. Lo que siempre va a ser innegociable es mi búsqueda por intentar contarlo de una manera diferente (aquel famoso mandato de Ezra Pound, Make it New!), la necesidad de no quedarme en la superficie y mi lucha con el lenguaje. 

3) ¿A qué escritores de relatos admiras más? ¿Cuáles son tus referentes?
Bueno, a la hora de decir nombres es siempre complicado porque hoy pueden ser unos y mañana otros. Pero me gusta mucho Cheever, Carver, Flannery O´Connor y Carson McCullers. También los cuentos de Borges, Cortázar, Chéjov, Clarice Lispector, Olivier Adam, Katherine Mansfield o Alice Munro. Dentro de nuestras fronteras me gustan los cuentos de Hipólito G. Navarro, Eloy Tizón, Miguel Serrano Larraz, Sara Mesa, Aixa de la Cruz, José Pedro García Parejo, Alejandro Morellón y Kike Parra por citar sólo algunos.  

4) ¿Hasta qué punto es importante para ti, al escribir tus cuentos, la relación de éstos con el cine o la televisión?
Creo que un narrador debe conseguir que el lector visualice lo mejor posible lo que está contando y para ello debe mostrar lo que sucede. No explicarlo. En eso se parece mucho a contar una historia a través de una cámara. Intento que mis cuentos sean muy visuales en ese sentido, que el lector pueda casi ver y tocar la escena. Como si hubiera una cámara mostrándolo. Supongo que es deformación profesional. Pero en lugar de elegir dónde va a ir la cámara, el punto de vista, digamos, escojo la palabra que considero más adecuada. Con todo, es cierto que son relatos que se me antoja difíciles de adaptar. Literatura y cine se pueden dar la mano pero son lenguajes muy diferentes también. Yo quería apostar por la literatura.

5) ¿Has escrito los cuentos en un espacio muy largo de tiempo o han surgido con una idea claro de conjunto?
Surgieron con una idea clara de conjunto. Son relatos muy trabajados que quería me sirviesen como una especie de carta de presentación como narrador. Era algo que se iba alargando en el tiempo debido a otras obligaciones pero aproveché para darle un empujón cuando tuve un accidente y me vi obligado a parar. Tres años más o menos fue lo que  tardé en total. A veces bromeo y digo que 38 años, que fue lo que tardé en vivir para contarlo.

6) ¿Hasta qué punto es importante para ti Francia y la cultura francesa? ¿Es un juego narrativo que usas en tu libro o realmente tú lo sientes como algo real en tu vida?
Sí, es más bien un juego. No  tengo nada en contra de Francia. Al contrario. Me gusta la protección y el lugar que otorga a su cultura. Pero me interesaba mucho combatir la impostura. Luchar contra esa absurda idealización que tenemos de París y todo lo francés.

7) En todos tus cuentos parece estar presente la infelicidad de la vida cotidiana y la nostalgia por la juventud perdida. En gran medida, casi todos tus personajes tienen una franja de edad parecida y esto da unidad al libro. ¿Te has planteando escribir relatos en los que los protagonistas sean, por ejemplo, adolescentes, personas que se encuentran, por tanto “más cerca del champagne”?
Sí, en alguna ocasión. Especialmente me interesa la mirada de los niños. Pero también soy consciente de lo difícil que es narrar desde los ojos de un niño o un adolescente. Puede que sea de las cosas más complicadas. Y donde los resultados menos me gustan cuando los leo. O son demasiado listos y no me los creo, o son demasiado tontos y no me los creo, o son demasiado insustanciales y no me interesan. Tal vez, en un futuro reto. No lo descarto.

8) ¿Te gusta buscar el humor en tus cuentos, aunque sea un humor amargo?
El humor me parece fundamental en la vida. Y muy serio. Es lo único que nos permite sobrevivir. Sí, lo intento. Además me parece un signo de buena salud e inteligencia. Incluso de amor hacia el lector. La voz de un escritor, su estilo, viene en gran medida marcado por su ritmo pero también por su ironía. Pocas cosas más atractivas.

9) ¿Hay algún relato en tu libro que consideres tu favorito o el más representativo?
Nos quieres hablar de él.
Me es muy complicado elegir. Me gusta mucho “La importancia de salir a tender cuando dan lluvia” o “El magnetismo de las cintas magnéticas” o “Fondo de reptiles” o “Llamada de voz perdida”, en el que un padre intenta educar a su hija a través de los mensajes de voz que le deja en el contestador. Pero si tuviera que quedarme con uno, tal vez, sería “Lejos del Champagne”. Creo que en él encontramos gran parte del extrañamiento, lirismo, belleza y desencanto que atraviesa el libro.

10) En 2007 publicaste una novela corta titulada Origami. Han pasado ya 12 años, y desde entonces has publicado poesía y relatos. ¿Qué relación tienes ahora mismo con la novela? ¿Te interesa? ¿Has seguido con ella? ¿Piensas seguir en el futuro?
Aquello fue más un experimento que otra cosa, una experiencia iniciática con la que me quería probar y empezar a estrechar lazos con algunos lectores potenciales. Ando muy lejos de aquel narrador a estas alturas. Pero me dio algunas alegrías. Quería escribir una fábula que reflexionara sobre los peligros de la publicidad y los medios de comunicación. Mi relación con la novela ahora es muy estrecha. Estoy trabajando duro en lo que me gustaría que fuese mi debut. Hasta ahora no había conseguido reunir el tiempo y el valor necesario para afrontarla. Yo siempre me he encontrado más seguro como narrador, solo que, en efecto, además de novela, cuentos y ensayo, la poesía tiene mucho peso en mi dieta diaria como lector. Uno es siempre, antes que cualquier otra cosa, lector.

domingo, 22 de septiembre de 2019

Villa, por Luis Gusmán


Villa, de Luis Gusmán

Editorial Contrabando. 209 páginas. Primera edición de 1996, ésta es de 2019.

A finales de abril de 2019, Aitor Romero Ortega y yo, presentamos en Madrid la novela Agenbite of inwitt del mexicano Alejandro Espinosa Fuentes, que salía con la editorial valenciana Contrabando. Tras la presentación fuimos a tomar algo y pude conversar con Manuel Turégano Moratalla, el editor de Contrabando. Hablamos de literatura latinoamericana y en la conversación salió que había publicado, hacía unos pocos meses, la novela Villa del argentino Luis Gusmán (Buenos Aires, 1944). Recordé que había pensando ir, unos meses antes, a la presentación que tuvo lugar en la librería Juan Rulfo, en la que estaba el autor, pero al final se me pasó. Había leído entonces y Manuel Turégano me lo refrescó que a Luis Gusmán se le considera, en algunos ámbitos especializados, un clásico oculto de la literatura argentina, cuya obra no había sido hasta ahora difundida en España. A mí me gusta mucho indagar en este tipo de figuras, sobre todo si provienen de Argentina, por cuya literatura siempre he sentido predilección. Así que al final de la noche quedé con Manuel Turégano para que me enviara Villa, lo leyera y lo reseñara.

Carlos Villa procede del populoso barrio bonaerense de Avellaneda y, desde adolescente, ha trabajado como «mosca», alguien que ayuda a una persona poderosa y que se acaba convirtiendo en su mano derecha, «Un mosca es el que revolotea alrededor de un grande. Si es un ídolo, mejor.» (pág. 24). Si bien Villa empezó como mosca de apostadores de club deportivo, la suerte le sonrió al pasar a ser, a los dieciocho años, mosca del doctor Firpo, un hombre elegante y bien relacionado, que trabaja en el Ministerio del Bienestar Social. Villa quería estudiar Derecho, porque le habían dicho que se estudia todo de memoria, pero será Firpo quien le recomiende estudiar Medicina, donde también puede aprender de memoria y, además, Villa sabe (o le hace saber Firpo) que él no tiene carácter para defender a nadie. Así que Villa además de asistente (o mosca) de Firpo también ha pasado a ser –bajo su sombra– el doctor Villa. Villa acompañará como asistente a Firpo en sus viajes, los dos pertenecen a una sección del Ministerio llamada Aviación Sanitaria, y cuya función es trasladar lo más rápido posible a personas heridas en ambulancias, aviones o helicópteros desde el interior a la capital. Villa no parece tomarse muy en serio a sí mismo como médico, y no se ve con fuerzas para poner un consultorio en un pueblo apartado. Su vocación es la de asistir a otros, la de estar tranquilo siendo funcionario de carrera, admirar a Firpo, conseguir su confianza, y poder ascender de forma pausada. Villa es alguien que cree en el sentido de las jerarquías. El apellido elegido por Luis Gusmán para su personaje no es inocente, Villa es un hombre gris, cuya inacción permite operar a las dictaduras y Villa (o “pueblo”) puede representar a mucha gente.

Para un lector español, la novela quizás necesite un poco de contextualización histórica: Juan Domingo Perón, después de un largo exilio, había vuelto a Argentina en 1972. En 1973 ganó las elecciones y se convirtió por tercera vez en el presidente del país. Uno de sus ministros más importantes va ser José López Rega, fundador del grupo paramilitar Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), que asesinó a personas de izquierdas, fueran peronistas o no. Los expertos discuten si Perón llegó a conocer la existencia y funcionamiento de la Triple A. A mediados de 1974 Perón muere y López Rega llega a tener tanta influencia sobre Isabel Perón que, de facto, se convirtió casi en el primer ministro. En esta Argentina de los años 1973-1975 es en la que se desarrolla la historia que cuenta Villa. López Rega está al mando del Ministerio del Bienestar en el que trabaja Carlos Villa, y desde el que se supone que opera la Triple A. Pero Villa no saber o no quiere saber lo que está ocurriendo a su alrededor. «Yo de política no sé nada», dirá Villa en más de un momento de la novela. Cuando Villa se va a casar busca al Polaco, su amigo de los tiempos del club deportivo. Se produce el siguiente encuentro entre ellos: «Como de costumbre, fue muy claro: “Villa, no me gusta la gente con la que andás. Vos sabés lo que te digo, la gente del Ministerio. Están pasando cosas pesadas en el país. Hay gente que desaparece y dicen que la central de operaciones es el Ministerio. Villaba es el que menos me gusta, y el otro, el doctor del que a veces me hablás, creo que se llama Firpo, me parece que no tiene ningún poder.
Le respondí que mi trabajo era sanitario, que yo no tenía nada que ver con muertos ni cosas raras, que todos ahí eran funcionarios o empleados de carrera. Su respuesta me hizo pensar que no lo volvería a ver, y me pregunté por qué perdía de vista a la gente que quería.» (pág. 71)

Sin embargo, por más empeño que ponga Villa en no enterarse de lo que ocurre a su alrededor, la realidad va a terminar por agarrarle del cuello. Sobre todo cuando aparezcan en escena Cummins y Mujica, dos de los personajes más siniestros con los que me he encontrado últimamente en una novela. Cummins y Mujica van a solicitarle a Villa más de un servicio secreto que él preferiría no tener que realizar. «Esos dos hombres habían cambiado mi vida. ¿Era así? ¿O era una serie de acontecimientos que se habían acumulado uno tras otro con una lógica implacable? (…) Después, ¿cómo hacer para retroceder? No tenía valor para quitarme la vida. Sí, había pensado en escapar. Pero, ¿quién puede escapar de los acontecimientos que lo envuelven?» (pág. 126)

El estilo de la novela es de frase austera, pero elegante y trabajada; prolijo en diálogos. Gusmán sabe recrear muy bien el pasado del personaje y el enriquecimiento de las escenas con detalles que se van cargando de significado. Una vez que el lector se ve envuelvo en la atmósfera política y social enrarecida del comienzo de la novela, su avance hacia cada vez zonas más siniestras del «infierno latinoamericano» será imparable. Creo que Villa contiene algunas de las escenas más terribles y ominosas con las que me he topado últimamente en un libro; comparables a las que describía, sobre terror estatal, el también argentino Carlos Catania en su novela de la década del 70 Las Varonesas, que alguna editorial española debería rescatar (como ya se ha hecho en Argentina).
Estrella distante, la magnífica novela corta de Roberto Bolaño, se publicó en 1996, el mismo año que Villa. Las dos, una desde el punto de vista chileno y la otra argentina, hunden sus manos en el «infierno latinoamericano», la expresión que le gustaba usar a Bolaño cuando hablaba del terror estatal de los años 1970 o 1980 en Latinoamérica.
He sufrido con Villa, porque sabía que no era una persona brillante, pero no parecía un mal tipo; Villa es alguien que se va a enfrentar a más dilemas morales y zonas oscuras del alma humana de las que seguramente pueda manejar. Villa es una magnífica novela, siniestra, honda y poderosa, que acabé con un nudo en el estómago. Un libro que, si esto de la literatura sigue teniendo sentido en el siglo XXI, debería convertirse en un clásico, si no lo es ya.

martes, 17 de septiembre de 2019

Entrevista a Ariadna G. Garcia, autora de El año cero


El 31 de mayo de 2019 presenté en el bar Libertad 8 la segunda novela de Ariadna G. García, titulada El año cero y que aparecía en el nuevo sello Editorial Ménades. Dejo hoy aquí el texto que preparé entonces y una entrevista que Ariadna ha realizado ahora para el blog.


Conocí en persona a Ariadna García (Madrid, 1977) en la Feria del Libro de Madrid de 2014. La editorial canaria Baile del Sol le acababa de publicar una novela, titulada Inercia, y a mí mi otra titulada El hombre ajeno.



Inercia era la primera novela de Ariadna, que hasta entonces se había dado a conocer en el mundo de la literatura como poeta; cosechando algunos premios importantes como el Hiperión de poesía con Napalm en 2001, o el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández con su poemario La guerra de invierno en 2013. Además es investigadora y, como fruto de sus trabajos, ha publicado libros como Poesía española de los Siglos de Oro (Akal. 2009) y Antología de la poesía española. 1939-1975 (Akal. 2006) También ha elaborado varias antologías de poesía española actual como Veinticinco poetas españoles jóvenes (en colaboración con Álvaro Tato y Guillermo López Gallego) y ha aparecido, así mismo en más de una antología.

Leí Inercia en 2014 y publiqué sobre ella una reseña en mi blog literario Desde la ciudad sin cines a principios de 2015. Inercia situaba su acción en un futuro cercano, a una década vista desde la publicación del libro. Por su parte, El año cero está ambientado en la actualidad, ya que el lector podrá acercarse a algunos emails fechados en 2018, y nos habla de algunos conflictos sociales que tuvieron lugar durante el periodo más duro de la crisis económica (2008-2014); por su parte Inercia estaba escrita cuando esos problemas eran de plena actualidad y Ariadna se trasladaba a un futuro en el que las predicciones más negras (privatización de la educación o la sanidad se habían hecho realidad, por ejemplo).

Inercia situaba su acción en el aeropuerto de Madrid, un lugar en el que Ariadna había trabajado y sobre el que se había documentado con profusión para escribir su libro. En su momento dije que me sorprendió que Inercia fue la primera novela de una poeta, porque, de forma inconsciente me estaba esperando una obra intimista y tal vez de corte lírico, y me encontré con un libro repleto de mujeres y hombres de acción y de prosa precisa y frase escueta. Ariadna había dibujado en Inercia un gran mosaico de personajes: mafiosos chinos o albanokosovares, traficantes de drogas o de personas, policías y guardias de seguridad entregados a su tarea o corruptos.

En El año cero Ariadna retoma algunos de los temas que ya planteó en Inercia, sobre todo cuando habla de la lucha social y de la desigualdad.

Las profesiones de las mujeres de El año cero
El personaje principal (y la narradora) de El año cero es Minerva, una joven de 31 años, que en su juventud fue una atleta con una carrera relevante y que en la actualidad es bombera en Madrid. Minerva es la diosa de la sabiduría, según la mitología griega, y aquí Ariadna parece hacer un juego con su propio nombre clásico, que en la mitología griega siginifica “muy pura”, la mujer que ayudó a Teseo a derrotar al Minotauro.

Otro de los personajes principales de El año cero es Gezabel, una compañera de trabajo de Minerva. Antes de ser bombera, Gezabel era militar.

Atleta, bombera, militar…, como vemos, Ariadna elige para sus personajes femeninos profesiones que tradicionalmente se han considerado masculinas. Igual que ocurría en Inercia, sus personajes femeninos son fuertes, decididos y (como ocurre aquí con Minerva y Gezabel) idealistas.

En estas páginas aparecerá, por ejemplo un capitán de bomberos del que se apunta en la novela que piensa que las mujeres restan eficiencia al parque, o más tarde un jefe de la policía de antidisturbios que al quitarse el casco Minerva le espetará un anacrónico «Mujer tenías que ser».

El año cero es una novela que reivindica la presencia femenina en cualquier estrato social.

El lesbianismo en El año cero
El año cero también es una historia de amor, que reivindica el amor homosexual femenino. Minerva es una mujer reservada que teme sufrir por amor. Se siente atraída por Gezabel, pero no sabe tan siquiera si ella se siente atraída por las mujeres.

En el pasado ya ha sufrido la intolerancia de terceros ante una relación homosexual, como en el caso del padre de su exnovia.

Minerva y Gezabel comenzarán una relación. Hasta ahora Gezabel pensaba que era heterosexual. «Mi familia es muy tradicional –se desahoga–. Nunca entenderían esto. Ni siquiera tengo claro que lo comprenda yo… Es que yo… yo no soy lesbiana, ¿sabes?», de dice Gezabel a Minerva. «El mundo no es blanco o negro», le contestará Minerva. En realidad, El año cero parece una novela escrita en contra de aquellos que piensan que la realidad es únicamente blanca o negra. De hecho, al principio de la novela, en un diálogo, he creído detectar una cita oculta cuando se dice «Si no es ahora, ¿cuándo?», que es el título de uno de los libros de Primo Levi, quien en su ensayo Los hundidos y los salvados tenía precisamente una parte titulada La zona gris.

«Mis abuelos se morirían. Son muy católicos», le dice también Gezabel.

Uno de los temas de El año cero es esta lucha por vivir la sexualidad y las relaciones en un mundo ajeno a los prejuicios.

Cuando Gezabel y Minerva llevan a besarse en la calle (espero que éste no sea un spoiler demasiado grande), nadie les insulta, pero Minerva se cuestiona por qué los hombres sienten que pueden hacerles bromas, del estilo de gritarles «¡Qué envidia!»

Cuando leí El amor del revés, una novela autobiográfica de Luisgé Martín, me sobrecogió el largo camino que tiene que hacer su narrador homosexual para aceptarse a sí mismo y conseguir que le acepten los demás. En la década de los 70 o el 80 se creía condenado al amor clandestino, y unas décadas después, aunque aún quede camino que recorrer, la situación ha mejorado algo. Esta es la sensación que estaba tenido al leer El año cero, que ya no estamos en los 70 o 80 de Luisgé Martín, pero que aún queda trecho que recorrer para la aceptación absoluta de las identidades sexuales. Sin embargo, también se narra un hecho terrible en El año cero: Gezabel dejará el ejército (que era una tradición para los primogénitos varones de su familia) cuando sus compañeros empiecen a acosar a otro compañero por ser homosexual, al que acabarán matando de una paliza. Hecho que quedará camuflado como si se hubiera tratado de un «accidente».

La reivindicación social en El año cero
En una nota final se apunta que la novela está escrita entre los años 2014 y 2019. Aunque, como ya apunté, el tiempo narrativo nos remite a 2018, se plasman aquí muchos de los conflictos sociales que fueron muy relevantes entre 2008 y 2014. Por ejemplo, Minerva y uno de sus compañeros van a ser sancionados porque no quieren, como bomberos, participar en el desahucio de una familia.

Se insinúa también que más de una de las intervenciones profesionales del parque de bomberos en el que trabaja Minerva tienen que ver con suicidios motivados por problemas económicos, algo sobre lo que la prensa miente. Así que también se denuncia aquí la independencia del periodismo.

Otra de las grandes presencias de la novela es la corrupción: laboral y política. Desde puestos relevantes concedidos a dedo hasta tráfico de armas con países en guerra. Desde luego no se puede hablar en el caso de El año cero de falta de ambición, porque Ariadna nos habla aquí incluso de tramas internacionales con Yemen o Arabia Saudí.


ENTREVISTA

1) Ariadna, yo conozco más tu obra narrativa que tu obra poética, pero sí que he leído algunos de tus poemas. No huyes de la metáfora, pero tengo la sensación de que tu prosa escapa a la idea que habitualmente se tiene de una «prosa poética» y es rítmica y rápida, encargada de narrar muchos sucesos. ¿Sientes que tu empeño, o tu forma de acercarte al papel es muy diferente cuanto escribes poesía o prosa?

Sí, claro, mi acercamiento a cada género es radicalmente distinto. Igual que yo soy diferente dependiendo de si estoy con mis hijos o con mis alumnos, y ofrezco caras contrarias según los contextos, de la misma manera la poeta y la novelista que hay en mí operan y trabajan a su modo. Una novela la estructuro y la pienso antes de escribirla, si bien es verdad que luego improviso sobre la marcha. Un libro de poemas no se planifica a priori, al menos, en mi caso. Es una revelación, un camino intuitivo en la noche, una travesía que ignoras a dónde ha de llevarte. Y en cuanto a la materia prima, el lenguaje, también varía de un género a otro. Eso sí, me gusta que los cierres de los capítulos sean rotundos y evocadores como lo son los cierres de poemas.



2) Sé que cuando escribiste Inercia conocías el funcionamiento del aeropuerto de Barajas porque habías trabajado allí. En El año cero se nota que conoces bien cómo funciona un parque de bomberos, ¿cómo te has documentado?

Verás, he sido vigilante de seguridad habilitada por el Ministerio del Interior en un par de ocasiones, antes y después de mi beca FPU para realizar la Tesis. Pues bien, los vigilantes a lo largo de su carrera tienen que realizar distintos cursos de especialización para completar su formación. Yo hice varios: Control de Aduanas (a cargo de la Policía Nacional), Radioscopia (AENA) y Extinción de Incendios. Este último lo impartía TAPESA en su complejo de Brunete, y en la novela recojo sus instalaciones, así como mis propias experiencias en extinción y rescate de personas o mis sensaciones ante llamas de más de 30 metros.


3) Ahora que se habla mucho de la autoficción, he pensado que al escribir combinas la pura creación con algunas partes más intimistas y cercanas a tu experiencia. He pensado que las páginas en las que hablas de tus abuelos provenían de tu memoria, ¿estoy en lo cierto?

Sin lugar a dudas. En la novela realizo un homenaje a mis abuelos, y no les he cambiado ni los nombres. Lo que no tengo claro es que este lemento real pertenezca a ese género denominado “autoficción”, tan de moda hoy. El componente verídico es un ingrediente común de la literatura de siempre. ¿Acaso las aventuras de “El cautivo”, en El Quijote, no están inspiradas en la biografía del mismo Cervantes? ¿Y en El árbol de la ciencia no leemos pasajes basados en el derrotero académico y laboral de Pío Baroja? ¿Y no es Oculto sendero, de Elena Fortún, la novelización de su propia existencia? Tampoco me parece que la autoficción sea nueva. ¿Acaso no se conservó el manuscrito de la novela picaresca El discurso de mi vida, del capitán Alonso de Contreras –amigo de Lope- en el Archivo Histórico Nacional, al tratarse de una hoja de servicios, bien que algo modificada? Si el término autoficción remite a una obra donde un autor se incluye como personaje, entonces el inventor fue Diego de Velázquez. 


4) En la nota final de la novela anotas que el proceso de creación del libro te ha ocupado desde 2014 hasta 2019. He sentido El año cero como una novela muy cercana a las reivindicaciones sociales que surgieron a raíz de la crisis de 2008 y el movimiento del 15M en Madrid (que tuvo lugar en 2011). ¿Podemos considerar a El año cero dentro de esa categoría de la narrativa española que se llamó «novelas de la crisis» o no te gusta esta etiqueta? ¿Has leído otras «novelas de la crisis»? ¿Cuáles te han interesado más o a cuáles sientes más cercana tu propuesta?

Mi novela es un testimonio de los estragos de la crisis en la clase media, sí. Galdós puso el objetivo de sus obras en su nacimiento y yo en su destrucción. Ya en Inercia abordaba el impacto de la crisis en la ciudadanía. En El año cero me asomo a temas candentes a día de hoy como son los desahucios, la precariedad laboral, la corrupción política y los recortes en los servicios públicos. Está claro que desde el 2008, con el estallido de la búrbuja, ha regresado con fuerza una literatura realista que ha puesto el foco en el mundo del trabajo, así como una literatura distópica que trata de barruntar ese negro horizonte hacia el que avanzamos sin frenos. En cuanto a mi propuesta, creo honestamente que no se parece a ninguna, en la medida en que yo cruzo tramas y ahondo en el escenario laboral, en el contexto familiar y en la psicología de mis personajes. No me centro en un punto. Estudio cada arista. Aspiro a una novela global, integradora. Dicho esto, me han gustado novelas de anticipación (con la crisis como punto de partida) como Cenital, de Emilio Bueso; o Un minuto antes de la oscuridad, de Ismael Martínez Biurrun; y novelas de corte realista como La trabajadora, de Elvira Navarro; o En la orilla, de Rafael Chirbes.


5) En gran medida, diría que El año cero es un thriller político. ¿Qué autores o autoras te interesan más dentro del thriller?

Me interesan más que autores, algunas novelas en concreto: No se lo digas a nadie y Última oportunidad, de Harlam Coben; El eco negro, de Michael Connely; El guardián invisible, de Dolores Redondo; El último lapón, de Olivier Truc; o Purga, de Sofi Oksanen.


6) Entre las páginas 159 y 160 leemos: «¿Pero cómo se le da la espalda a la pluralidad de tu pasado? ¿A los yoes que has sido? A esa suma de imágenes y de conversaciones que te han ido construyendo a lo largo de los años. No puedes.»
¿Hasta qué punto consideras que el tema centrar de El año cero es una reivindicación de la lucha por la identidad y por encontrar un lugar en el mundo?

Bueno, has dado con el tema capital en toda mi obra. Incluyo mis libros de poemas, y mi relato juvenil Las noches de Ugglebo. Para que una persona sea feliz debe conocerse a fondo y debe defender su identidad frente a las ingerencias externas (familiares, amigos, compañeros de trabajo), y esto no es fácil. Menos aún si hablamos de la identidad LGTBI. Los miedos nos limitan. Yo propongo un personaje femenino, Gezabel, que trata de saber qué siente y si quiere vivirlo, pese a las dificultaes que plantea su entorno. En el momento actual, con la ultraderecha instalada en el sistema y renovando el discurso del odio, pretendo visibilizar tanto el amor entre una pareja de mujeres como los problemas a los que han de enfrentarse, para ofrecer un modelo que dé oxígeno a quien viva dentro del armario o detrás de una máscara. Minerva, el otro personaje femenino, representa -a su vez- la identidad conquistada, la seguridad de quien ha tomado las riendas de su vida y ha dejado a su espalda prejuicios y discriminaciones.

Por otra parte, además de a conflictos internos, mis personajes se enfrentan a los externos: deben tomar decisiones, en sus puestos de trabajo, sobre asuntos muy graves (desahucios y exportaciones de armas en El año cero; deportaciones en Inercia), deben decidir qué tipos de ciudadanos quieren ser: ¿de los que se involucran, pese al coste laboral y personal que se derive de ello; o de los que miran hacia otro lado?, ¿de los que desempeñan actos legales pero ilegítimos, o de los que se niegan a cometer actos injustos? Estos dilemas son los que planteo al lector.   


8) ¿Qué escritoras o escritores crees que han influido más para ti a la hora de escribir El año cero? Hablas varias veces en el libro de la escritora galesa Sarah Waters, ¿es un referente para El año cero?

La verdad es que no. Sólo me he leído El ocupante, una novela de terror protagonizada por un médico heterosexual. Sin embargo, sí hay otras tres autoras fundamentales en el libro: Chimamanda Ngozi Adichie, autora de Americanah; Sofi Oksanen, a la que aludía anteriormente; y Melania G. Mazzuco, a la que debemos dos libros brillantes: Limbo y Eres como eres. De la primera me interesa tanto el lirismo como la denuncia política; de la segunda, la reivindicación de la identidad y de las raíces; de la tercera, el coraje por la lucha de aquello que se ama, y el trasfondo social. 


9) En el futuro, ¿te ves más como poeta o como novelista?

Pues me veo ejerciendo de ambas. Pero mi prioridad, siempre, será la poesía.


Muchas gracias, Ariadna

domingo, 15 de septiembre de 2019

Serotonina, por Michel Houellebecq.


Serotonina, de Michel Houellebecq.
Editorial Anagrama. 282 páginas. 1ª edición de 2019.

De Michel Houellebecq (isla de Reunión, 1958) he leído todas las novelas que ha publicado hasta ahora. Diría que es el único escritor actual al que verdaderamente sigo. Así que cuando Anagrama publicó su nueva novela, Serotonina, se la solicité para poder leerla y reseñarla. A mí mismo me resulta raro haber tardado unos meses en acercarme a ella, pero mi desbarajuste de libros por leer cada vez es más caótico, así que esto entra dentro de mi normalidad extraña.

El protagonista y narrador de esta novela se llama Florent-Claude Labrouste y en el momento de empezar a contar su historia tiene cuarenta y seis años. Además sufre una depresión y ha de tomar cada mañana un comprimido de Captorix. Estas pastillas alivian los síntomas de su tristeza, pero tienen una consecuencia indeseada: le provocan impotencia. Al comienzo de la novela (cuando ya está entrando en depresión, pero aún no toma pastillas) vive con una japonesa de veintiséis años llamada Yuzu. Florent cada vez se siente más alejado de ella, y le parece que en realidad Yuzu vive con él porque le interesa su céntrico piso parisino. A Yuzu, de la que ha descubierto una intensa vida sexual, ya que se dedica (a sus espaldas) a grabar vídeos pornográficos, le dedicará Florent más de un adjetivo descalificativo («araña», «zorra», «la muy puta»). Como ya es habitual, Houellebecq juega en su novela a traspasar los límites de lo políticamente correcto. De este modo, pondrá en palabras de Florent más de una expresión machista. Aunque por otro lado, también escribirá algunas páginas de gran sensibilidad sobre el amor y las relaciones.
Aunque, en ningún momento, Florent le dice al lector que se ha sentado a escribir, que lo está haciendo es constatable. Ya en la segunda página le cuenta al lector que el objeto de este libro será averiguar si su vida termina en la tristeza y el sufrimiento. Además, podemos hablar aquí de un escritor perezoso, ya que en la página 24 podemos leer una frase como «Creo que no he dicho que yo trabajaba en el Ministerio de Agricultura» cuando en realidad el lector atento puede recordar que sí que lo ha contado ya. En realidad, podemos hablar simplemente de un recurso narrativo que pretende dar verosimilitud a un texto supuestamente escrito por una persona que está divagando.
Florent abandonará a Yuzu y su vida convencional, ya que dejará su bien remunerado trabajo en el Ministerio de Agricultura y se recluirá en un hotel (respaldado por una cuenta bancaria con 700.000 euros). En el hotel rememorará a sus dos grandes amores del pasado, Kate y Camille, llegando a algunas páginas aquí de muy buena factura melancólica. Decidirá, un poco más tarde, dejar la ciudad para visitar en el campo a su compañero de la universidad Aymeric, un noble que ha decidido vivir en un castillo en el campo, convirtiéndose en granjero. Tanto Aymeric como Florent han realizados estudios de ingeniería agrónoma. Esta es la formación universitaria del propio Houellebecq, y sus reflexiones sobre el negro futuro de la agricultura en Francia o sobre el cultivo de transgénicos son profundas y documentadas. De nuevo, esto le sirve para hablar de la decadencia europea.

Si ya he hablado de los comentarios machistas de Florent, también habría que añadir que usa un lenguaje ligeramente homófobo (muchos comentarios sobre «maricas», «mariquitas» o «sarasas»), que en realidad no deja de ser un tanto irónico, ya que uno de los grandes temas de Serotonina es el de la pérdida del deseo sexual en las personas adultas, independientemente de que consuman antidepresivos o no. Si bien en otros libros de Houellebecq se hablaba del deseo de las personas adultas hacia los cuerpos de los jóvenes, con unos planteamientos puramente hedonistas, aquí directamente Houellebecq nos habla de una fase posterior más drástica aún, la pérdida de deseo y de la libido.
Comentaba con mi pareja que ella, cuando lee las novelas de Houellebeq, enseguida se olvida del personaje que ha dibujado y acaba viendo al propio autor. En gran medida la voz narrativa de sus libros es bastante uniforme, y parece transferirse de un personaje a otro. Podría afirmar que la reconocible voz narrativa de sus libros es uno de los grandes logros de su literatura, pero también es cierto que a veces no parece casar con los personajes que dibuja. Florent tiene cuarenta y seis años y es un hombre de éxito económico, que además conserva un físico muy viril (así se describe él mismo), y sus pensamientos a veces parecen no casar con su supuesta vida o sus conquista amorosas del pasado.
Los personajes (o el personaje) de Houellebeq siempre son hombres pasivos y provocadores, con un discurso destructor y nihilista (en la página 30 Florent habla de «la insoportable vacuidad de los días»), y que se saltan las normas de lo políticamente correcto; son algo machistas, homófobos, antiecológicos, racistas o clasistas («lo digo para mis lectores de las capas populares», añade tras describir qué es un vestidor, intentando provocar y caer mal), y están profundamente desesperados. Han envejecido y desean revivir gracias al placer que sólo puede darle una mujer joven. Son bebedores y están perdiendo el control de sus vidas, a pesar de que no tienen problemas económicos, más bien, sus problemas son existenciales, de un existencialismo que se entrecruza con el deseo y el sexo. Como ya he comentado alguna vez, Houellebecq es el gran heredero del escritor austriaco Thomas Bernhard, habla de la decadencia de su cultura y de la hipocresía social, pero la narrativa de Houellebecq es mucho más sexual que la de Bernhard. «París, como todas las ciudades, estaba hecha para engendrar soledad», dice Houllebecq y el lector sabe que Bernhard podía haber dicho lo mismo sobre Viena.

Respecto a sus novelas anteriores, Houellebecq introduce en Serotonina el tema de internet y de las redes sociales, que hasta ahora casi no había tocado. Por supuesto, su opinión sobre internet y las redes sociales también es sombría, una forma de conseguir que las personas vivan menos intensamente que antes.

Es cierto que la escritura de Serotonina parece algo deslavazada, como si Houellebecq escribiera dejándose llevar, a la deriva de sí mismo, y que los temas que trata surgen, en algunos casos, de forma imprevista y sin que se hubieran insinuado de ningún modo antes. También es cierto que la voz narrativa de Houellebecq, de la que ya he hablando más arriba, tiende a repetirse y el lector de sus libros anteriores tiene aquí una sensación de discurso ya recibido. Además es posible que Serotonina tenga menos tensión narrativa que casi todas las novelas de Houellebecq y la sensación es la de que la trama se mueve a trompicones. Pero también es cierto, que el lector asiduo a Houllebecq se sumergirá en estas páginas con el gusto acostumbrado y que, para alguien que no haya leído nada de este autor, Serotonina podría ser una buena puerta de entrada, aunque en ningún caso sea una de sus mejores novelas (que para mí serían Las partículas elementales, El mapa y el territorio y Plataforma). Si mañana se publicase una nueva novela de Houellebecq la leería también. Para mí Michel Houellebecq es el escritor actual que mejor está sabiendo reflejar la decadencia de la sociedad del bienestar europeo, una de las voces más imprescindibles del panorama literario actual.