Editorial Seix Barral. 734 páginas. 1ª edición de 2001, ésta de 2002.
Traductor: Ramón Buenaventura.
Ya comenté hace unas semanas -en la entrada sobre Libertad- que me parecía extraño que una editorial como Seix Barral, perteneciente al grupo Planeta, y por tanto sin aparentes problemas de solvencia, no hubiera aprovechado el tirón publicitario que ha supuesto la publicación del último libro de Jonathan Franzen (Chicago, 1959) para reeditar Las correcciones, que publicó en 2002. El rostro de Franzen en numerosos suplementos y revistas culturales ha provocado la presencia de montañas de ejemplares de Libertad en las librerías; montañas de libros que conviven con el extraño vacío -en los anaqueles de la F y narrativa extranjera- que deja, al buscarla, la novela que esos mismos suplementos y revistas culturales citaban como la que le dio a Franzen prestigio y le catapultó al éxito, Las correcciones.
Esta novela estaba, sin embargo, en la biblioteca municipal de Móstoles que suelo frecuentar, y la he estado leyendo durante las tres últimas tres semanas.
Si Libertad, publicada en 2010, usaba el desmontaje psicológico de los miembros de una familia, los Berglund, para analizar a la sociedad norteamericana durante la primera década del siglo XXI; Las correcciones toma a la familia Lambert para explicarlos qué ocurrió en los Estados Unidos durante la última década del siglo XX.
Los elementos que unen a ambas familias son notables: tanto los Berglund como los Lambert son del Medio Oeste norteamericano; y en Las correcciones se expone con más fuerza que en Libertad qué significa ser un ciudadano del Medio Oeste, un territorio en el que múltiples escritores estadounidenses sitúan sus ficciones (estoy recordado a Richard Ford, Charles Baxter, Tom Drury…). Franzen escribe en la página 526 de Las correcciones: “(…) era «del Medio Oeste». Con lo cual quería decir optimista o con espíritu comunitario” , pero al leer este libro uno también percibe que ser del Medio Oeste quiere decir vivir obsesionado con lo que los demás piensan de uno o ser una persona aparentemente alegre a la que le cuesta mucho mostrar sus sentimientos o debilidades, con todo el sufrimiento que esto conlleva. Para un norteamericano, el Medio Oeste simboliza los valores tradicionales del país.
Enid, como Walter en Libertad, proviene de una familia que regentaba un motel en un pueblo; e intuyo que esta ficción tiene que guardar, de algún modo, una relación directa con la biografía del propio Frazen.
En Las correcciones, Franzen articula su novela en torno a las vidas de 5 miembros de la familia Lambert: los padres, que ya han superado los 70 años, viven en St. Judes, y Alfred, ingeniero del ferrocarril retirado, empieza a sufrir parkinson y demencia senil; Enid, su mujer, acapara todos los valores comunitarios del Medio Oeste y su obsesión principal, en el tiempo que dura la novela, será que sus 3 hijos se reúnan con ellos durante la semana de Navidad en St. Judes; quizás las últimas navidades que puedan pasar allí todos juntos.
Gary, de 43 años, el hijo mayor de los Lambert, es, al menos en apariencia, el exitoso directivo de un banco de inversión. En la página 240 leemos sobre él: “su vida entera estaba estructurada como corrección o enmienda de la de su padre”. (También en esta página se nos informa de que la mujer de Gary, Caroline, está leyendo un libro editado en 1998; por tanto la acción del libro seguramente se sitúa en 1999).
Chip, de 39 años, es profesor universitario,pero la relación con una alumna hace que pierda su trabajo y se traslade a Nueva York, donde colabora con una revista marginal hasta que, sorpresivamente, recibe una oferta de trabajo para organizar una página web en Lituania, con la intención de timar a inversores norteamericanos.
Denise, de 32 años, dejó sus estudios universitarios para dedicarse a algo tangible y, gracias a su esfuerzo y espíritu de sacrificio, se convertirá en una chef de éxito mientras intenta definir su identidad sexual.
Las correcciones está narrada en tercera persona y, siguiendo la técnica del estilo indirecto libre, se acerca a los puntos de vista de los cinco protagonistas principales, tomando su visión del mundo y expresiones que les son propias. Cuando los personajes están físicamente separados no se acaba de percibir, pero la fuerza de esta técnica narrativa queda patente al desarrollarse escenas en las que los miembros de la familia se han reunido: durante todo el tiempo narrativo correspondiente a un personaje la historia está narrada desde su punto de vista.
Recuerdo, por ejemplo, que en Vía revolucionaria de Richard Yates -también narrado con estilo indirecto libre- el punto de vista pasaba de un personaje a otro en la misma escena; y diría que el hecho de que no lo haga en Las correcciones incide en que resalte la sensación de aislamiento de los personaje y hace hincapié en la incomprensión del punto de vista de los otros.
Y creo que me ha venido a la cabeza Richard Yates porque durante una parte de Las correcciones bastante extensa, la correspondiente a la presentación del personaje de Gary, la relación de rivalidad que se establece entre él y su mujer, Caroline, es casi tan triste y desangelada como la de Frank y April Whleer en Vía revolucionaria.
Siguiendo con las comparaciones entre Las correcciones y Libertad podría apuntar que al igual que en esta última novela el personaje de Patty leía Guerra y Paz de Tolstói, en la primera Denise también lo hace. En Las correcciones está presente el interés de Franzen por la novela psicológica del ruso; pero también se percibe, de una forma patente, la admiración por su compatriota Don Delillo. Podría afirmar que, dentro de su clasicismo, Las correcciones es una novela que se aproxima, aunque sea tangencialmente, a los postulados del postmodernismo de Delillo, ya que son constantes las alusiones a empresas que parecen comerciar con la idea de modificar los miedos y las ansiedades del ciudadano medio mediante fármacos, como hacía Delillo en su mítica Ruido de fondo. En Las correcciones son continuas las alusiones a los estados mentales de los personajes: parkinson, depresión… y la posibilidad de cambiar la percepción humana de la realidad mediante fármacos o drogas. De hecho, en un momento de la novela Alfred y Enid hacen un crucero por el Atlántico y Enid, al visitar al médico de a bordo, mantiene con él una conversación que parece superar los parámetros realistas del libro y adentrarse en otros más expresionistas y más propios de Delillo. En la página 422 un médico que se parece a John Travolta le dice a Enid: “Créeme que te comprendo muy bien, Edwina. Todos nos apegamos de un modo irracional a unas determinadas coordenadas químicas de nuestro carácter y temperamento. Es una variante del miedo a la muerte, ¿cierto? Ignoro cómo sería dejar de ser lo que soy ahora. Pero, ¿sabes qué? Si «yo» ya no está ahí para notar la diferencia, a «yo» qué más le da. Estar muerto es problema si uno sabe que está muerto, lo cual es imposible, precisamente por estar muerto”.
También en Las correcciones se presta una atención que podríamos llamar postmoderna a la aparición de las nuevas tecnologías. En la página 254 se describe así a un joven broker: “El chaval llevaba un mini ordenador con las cotizaciones de Bolsa, tenía un cable saliéndole de la oreja y lucía la mirada esquizofrénica de los móvilmente ocupados.” Y Chip y Denise, cuando el primero está en Lituania, se comunican mediante e-mails, que nosotros leeremos, asistiendo al resurgimiento postmo de la novela epistolar. Todo esto está ya asimilado en la narración de Libertad de un modo más natural, como si un Franzen más maduro como escritor se hubiera percatado de que, tan sólo después de una década, a nadie le iba a sorprender un comentario sobre la aparición de los teléfono móviles sin manos, y este tipo de apreciaciones son las que hacen que una novela pase mal el rasero del tiempo, y que lo que perdura –parece decirnos Franzen en Libertad- es la fuerza de las psicologías creadas, la interacción de los personajes; y su toma de decisiones y posicionamientos, que al final, si la novela tiene fuerza, actuarán como arquetipos descriptores de una época.
Además, en Las correcciones, al cederle el punto de vista narrativo a Alfred, la novela también toca el expresionismo o el surrealismo (cercano de nuevo a Delillo), puesto que la demencia senil del padre le hace tener alucinaciones terroríficas en las que, por ejemplo, personifica su miedo a defecarse en la cama, y, así, acabará conversando con su propia mierda.
Si en Libertad Franzen critica, de la primera década del siglo XXI, la política de Bush y su desastrosa gestión de la invasión de Iraq y la sobreexplotación de recursos en Norteamérica; en Las correcciones la crítica de la última década del siglo XX se centra en poner de manifiesto los peligros de una economía basada en la especulación bursátil, en la economía no sustentada en la realidad.
Alfred, orgulloso trabajador de una compañía ferroviaria, verá como se amarga su última etapa de carrera laborar cuando su empresa, que ha mantenido cohesionados a muchos pueblos pequeños del Medio Oeste, es vendida a unos inversores que se dedicarán a desmantelar la parte del negocio menos rentable (la que unía a esos pequeños pueblos del Medio Oeste) en aras de la rentabilidad económica y los dividendos para los accionistas.
Una de las partes más sorprendentes de Las correcciones es la correspondiente a la vida de Chip en Lituania. La caída del comunismo en los países del Este europeo ha marcado la alegre avanzadilla sin red del neoliberalismo hacia la pura especulación de mercado (que desembocará, como sabemos nosotros pero no Franzen en 2001, en la crisis de 2008 que se extiende hasta nuestros días, y por tanto la vigencia de esta novela en la actualidad es sorprendente); y, dentro de su crítica, Franzen apunta en las páginas 576-577: “Sorprendió mucho a Chip la similitud que percibía, en términos generales, entre el mercado negro de Lituania y el mercado libre de los Estados Unidos. En ambos países, la riqueza se concentraba en manos de unos pocos; se había desvanecido toda distinción significativa entre el sector público y el privado; los capitanes de industria vivían en un estado de permanente ansiedad que los empujaba a la despiadada expansión de sus imperios; los ciudadanos de a pie vivían en la permanente inquietud de perder sus trabajos y en la permanente confusión en cuanto a qué poderosos intereses privados eran dueños, en un momento dado, de qué antiguas instituciones públicas; y el principal carburante de la economía era la insaciable demanda de lujo por parte de las élites. (…) La principal diferencia entre Lituania y los Estados Unidos, en lo que a Chip le alcanzaba, era que en Norteamérica los pocos ricos sojuzgaban a los muchos no ricos por medio de diversiones y cachivaches y productos farmacéuticos capaces de embotar la mente y matar el alma, mientras que en Lituania los pocos ricos sojuzgaban a los muchos pobres mediante amenazas de violencia.”
Si en Libertad la novela se centraba en el significado de esa idea abstracta, que parecía ser la antesala de la equivocación; en Las correcciones Franzen parece decirnos que nos equivocamos y el camino hacia la enmienda o la corrección es casi inalcanzable. Personificando esta idea, Chip, como metáfora de su vida, dedica mucho tiempo a corregir una obra de teatro que piensa que le hará abandonar su sensación de fracaso, y de este modo su obra de teatro nunca puede ser finalizada, nunca puede acabar de corregirla.
Quizás los recursos literarios de Las correcciones me han parecido más arriesgados que los usados en Libertad: recuerdo, sobre todo, la parte en la que el narrador se ha de acercar a Denise y, para llegar hasta ella, nos empieza a hablar de un matrimonio que no había aparecido nunca en la novela, que, gracias a un golpe de fortuna, puede dejar de trabajar; el marido acabará interesándose por montar un restaurante y decide contratar a una chef, que no es otra que Denise, y así, de esta forma sorpresiva, nuestra mirada termina sobre ella.
En Libertad la aproximación a los personajes (salvo en la primera parte) era mucho más directa, quizás buscando conquistar un público más amplio de lectores.
Las correcciones, si nos centramos en el acercamiento a los personajes, me ha parecido una novela más redonda que Libertad, ya que en esta última parecía extraño que el narrador, a través de su estilo indirecto libre, se aproximara a los dos padres y al hijo, pero no a la hija; la importancia narrativa de los 5 miembros de la familia Lambert está en Las correcciones más equilibrada.
El final de Libertad tenía lugar de una forma elegante y nos íbamos despidiendo de los Berglund de forma progresiva, hasta unas últimas páginas en las que, posiblemente buscando la complacencia de ese público más amplio del que hablaba antes, la historia se resolvía del modo menos dramático posible. En Las correcciones la historia va caminando con paso firma hasta un final en el que la intensidad dramática se va acumulando hasta que termina por estallar, y cerramos el libro con una sensación de largo viaje y de tristeza ante el mundo.
La ironía, como en Libertad, también está presente en Las correcciones, pero en esta novela es una ironía más desolada, al analizar los conflictos irresolubles de una familia en la que sus miembros no son lo que se espera de ellos.
Por el párrafo anterior podría parecer que considero que Libertad es una novela inferior a Las correcciones debido al intento de Franzen de buscar un público más amplio, pero en realidad no esta mi conclusión; ya que por el contrario me parece que en Libertad, Jonathan Frazen está tan seguro de quiénes son sus personajes y de qué quiere contarnos, que no necesita hacer uso de ningún alarde narrativo para acercarnos a su historia.
No sabría, en realidad, con cuál de las dos quedarme sin me hicieran la pregunta directamente, y me parece que ambas novelas tienen tanto en común que la tendencia, al responder a una eventual encuesta entre lectores de los dos libros, sería la de contestar que el mejor es el primero que leyeron, por habérseles hecho entonces este libro más original y el segundo haberlo leído bajo el foco de la comparación.
En cualquier caso, me parece que tanto Libertad como Las correcciones son grandes novelas, dos obras maestras, y que Jonathan Franzen se está convirtiendo, desde las últimas semanas, en uno de esos nombres referenciales que uno a mi lista de escritores norteamericanos preferidos.