Editorial Municipal de Rosario.
64 páginas. 1ª edición de 2009.
A raíz de la lectura de los
libros de Elvio E. Gandolfo
(Mendoza, Argentina, 1947) que hice durante los pasados meses, pude contactar
–gracias a Facebook- con el autor, una persona atenta, simpática y cercana. En
junio me escribió al correo electrónico e intercambiamos unos e-mails; en uno
de ellos me envió en PDF su novela-crónica Real en el rosedal, editado por el ayuntamiento (o
municipalidad) de Rosario, que es realmente la ciudad en la que se crió aunque
naciera en Mendoza. Real en el rosedal
es una novela-crónica difícil de encontrar, y me imagino que pocas personas la
habrán leído, así que me sentí un privilegiado al poder recibirla.
Este tipo de cosas van a
conseguir que me acabe comprando un e-book: lo voy a necesitar para leer
manuscritos o PDF de forma más cómoda. Como tampoco me gusta leer mucho tiempo
seguido en el ordenador, lo imprimí: el texto no es muy extenso y está
aderezado con fotografías, así que pude leerlo de una sentada, en una de mis
privilegiadas noches de verano en las que no tengo que levantarme pronto al día
siguiente porque estoy de vacaciones.
En Real en el rosedal Gandolfo nos narra un viaje de domingo a
Rosario: “Más que en cualquier viaje de los últimos veinte años, digamos, había
retrocedido… No, de hecho, había sentido que navegaba en ese momento mismo,
dentro del ómnibus de larga distancia que entraba en la ciudad, en ese
presente, en el viejo Rosario, el anterior, el profundo”, escribe en la página
7 y primera del libro. Y al entrar en este Rosario, que siente como el Rosario
de su infancia o juventud, nos acercará a su familia y sobre todo nos hará un
recorrido por el lugar más emblemático para él de la ciudad: el Parque Independencia.
Esta vuelta por el parque, le
sirve a Gandolfo para lo mismo que le servía caminar al protagonista de El
paseo de Robert Walser: para
reflexionar un poco acerca de todo, la vida, el arte, el paso del tiempo…
Son numerosos los escritores que
se citan en estas páginas. He registrado los siguientes: Alan Pauls, Juan José Saer,
Fogwill, Mario Levrero, Ray Bradbury,
Silvina Bullrich, Raúl García Brarda, Emilio Salgari, Joseph Conrad…
Pero de todos ellos con quien
tiene más filiación o deuda esta novela-crónica es con Mario Levrero: al leer el libro (las fotocopias del ordenador)
tenía un folio al lado e iba anotando lo que me llamaba la atención, para poder
luego comentar en el blog. Destaco la página 25: después de comentar algunas
fotos (que aparecen reproducidas en el libro), en las que algunos familiares
hacen alguna broma, comenta: “En otro orden de cosas, como diría Fogwill, la
experiencia sensible me hace pensar en un humor equivalente expresado en
palabras en vez de fotos. Algo del quiebre que me hizo elegir Real en el Rosedal como título de estas
páginas, por el sentido múltiple, por la sonoridad repetida. Un esguince mental
proveniente de un remoto pasado, un mecanismo infantiloide de la conciencia, la
expresión”.
El humor de las fotos al que se
refiere queda explicado en la página anterior: “Un humor un poco tonto, un poco
choto, un poco descendiente del humor de los Beatles, que junto con la revista
Mad y algunas películas nos había marcado mucho.” En la página 11 también ha
explicado por qué ha elegido un peculiar recurso literario, el de repetir las
mismas palabras seguidas: “Como si en un estado de relax metafísico, que hacía
años que no sentía, me sobrara energía, aunque siendo escritor, como para
repetir algunas palabras sin un sentido concreto, solo por el placer demorado,
la degustación, de ralentizar la frase. Hasta con ganas de hacer algún esguince
«tipo criollo», al estilo de: «Como decía, digo», y seguir. Por eso el libro
empezaba con estas palabras: “Aquel domingo, (aquel, aquel domingo)”
Con el sentido múltiple del título se refiere a que en el Rosedal del
parque es donde su hermano suele encontrarse con Real, un antiguo jugador de
fútbol local, al que los Gandolfo admiran. En este paseo proustiano hacia la
infancia, los nombres de jugadores de fútbol se acaban entremezclando con los
nombres de escritores, al mismo nivel de importancia. Y es allí también donde el
autor se siente real (ese apellido
tan de Saer, dice, y me encanta tener la referencia: está hablando, claro, del
doctor Real, uno de los protagonistas de Las nubes; y también, en un orden de cosas más amplio, de ese deje tan de Saer al analizar la percepción de la realidad de los personajes) en el rosedal del Parque.
Y yo había anotado en mi hoja, a
lápiz, sobre la página 25 “muy Levrero”, pensando en esos quiebros con el
lenguaje tal metaficcionales y en los juegos de Levrero en libros como El
discurso vacío o La novela luminosa; y dos páginas
después veo que Gandolfo también estaba pensando en Levrero: “Tal vez todos
estos esguinces y garliborleos, como diría Mario Levrero, sean para esquivar el
hecho emocional profundo, que me produce un poco de vergüenza, por su magnitud.
Sin rebajarlo con comentarios o matices irónicos, debo manifestarlo: el Parque
Independencia es el mejor parque si no del mundo, al menos de mi mundo.”
En su paseo también le da tiempo
a Gandolfo para hablar de su primera novela El instituto (que leí en
el libro Sin creer en nada), y de las escenas de aquélla que situó en el
Parque.
El lenguaje de Real en el rosedal me ha parecido
poético, evocador, quizás más maduro y elaborado que el del Gandolfo que
conocía hasta ahora. He remarcado en especial una frase por su belleza y su
sonoridad: “Saltamos en el tiempo y el Parque sigue asomando su gran cabezota
archimboldesca, desmesurada, oscura y luminosa a la vez, moviéndose lenta,
nimbada de grandes eucaliptos.”
Como ya he dicho, es algo
desalentador que un escritor con la calidad de Elvio E. Gandolfo sea tan
desconocido en España.
Para ver si los editores
españoles toman nota (He escrito a tres editoriales, que supuestamente desean
descubrir literatura de calidad, para hablarles de Gandolfo, y una me ha
contestando dándome unas razones lógicas para el NO -“falta de capacidad”- y
otras dos ni me han contestado) voy a contar una anécdota que he encontrado por
internet: un periodista pregunta a Fogwill cuál es el más grande de estos tres
escritores argentinos: Saer, Piglia y él mismo; y Fogwill, deportiva o
elegantemente, contesta que es Saer (el único que en ese momento está muerto),
pero añade que ni Piglia ni él son capaces de escribir un cuento como los que
escribe Gandolfo.