La muerte feliz de William Carlos Williams, de Marta Aponte Alsina
Editorial Candaya. 204 páginas. 1ª
edición de 2022.
De Puerto Rico solo había leído
hasta ahora el libro Mundo cruel de Luis Negrón, así que cuando vi que La muerte feliz de William Carlos
Williams, una de las novedades de la editorial Candaya, estaba escrito por Marta Aponte Alsina (Cayey, 1945), que era de Puerto Rico sentí
curiosidad por leerla. En Puerto Rico se habla y se escribe en español, pero al
ser un país pequeño y asociado a Estados Unidos es difícil que algo de lo que
allí se produce llegue a España. Además Olga
Martínez, una de las editoras de Candaya, me habló muy bien de este libro.
William Carlos Williams (Ruthenford, Nueva Jersey, 1883 – 1963) es uno de los poetas más
reconocidos de la literatura norteamericana y su curioso nombre se debe, en
parte, a que su madre era originaria de Puerto Rico, y su hermano (uno de los
tíos del poeta) se llamaba Carlos.
Aponte Alsina se plantea en esta
novela indagar en la vida de Raquel, madre del poeta. Por lo indicado en el
propio texto, la autora ha investigado sobre la vida de la familia Williams,
pero en gran medida lo que lleva a cabo en La
muerte feliz de William Carlos Williams es un acercamiento poético y libre
a la vida de Raquel, portorriqueña como ella y mujer con aspiraciones artísticas
(quiso ser pintora), y también a la vida de su hijo, William Carlos.
La novela empieza con William Carlos
golpeando impotente el teclado de su máquina de escribir. «Tiembla. De un
puñetazo feroz, hunde las teclas de la máquina de escribir. La luz lunar rebota
de un lado a otro. El ático se inunda de resplandores.» (pág. 9)
«El abismo de la locura de la madre
no da señales de cerrarse. Lo persigue al lugar más alejado de la casa.» (pág.
10), William Carlos ha de enfrenarse al hecho de que va a ingresar a su madre
anciana en un asilo. Esta es una escena recurrente en la novela, a la que se
retorna en varios momentos. Aponte Alsina va a reconstruir la vida de Raquel,
la madre, desde su infancia, pero de forma reiterada volverá al día en el que
su hijo, el poeta William Carlos, va a dejarla en una residencia de ancianos.
La novela nos acerca en primera
instancia a la figura de Williams Carlos y se nos darán algunos datos que,
imagino, se podrán encontrar en su biografía, como por ejemplo que detestaba al
también poeta norteamericano T. S. Eliot.
Pero, además, a través de la búsqueda de la autora en las obras de William
Carlos se indaga en la relación del poeta con su madre Raquel. «No confía en el
hijo, pero respeta al médico que hay en él.» (pág. 11); en otro momento se nos
dirá que William Carlos escribió en una carta que su madre era una persona
«severa y frívola».
El padre del poeta es un viajante de
una marca de perfumes, y ha de estar largas temporadas fuera de casa, vendiendo
su producto por Latinoamérica. También se nos dice que la familia del poeta,
que escribía en el dorso en blanco de papeles de lo más variados, pertenece a
una familia llena de secretos.
«Es poco lo que sabemos de Salomón
Hoheb.», leemos en la página 23, cuando Aponte Alsina empieza a hablarnos de la
vida del padre de Raquel. En la página que describe su vida usa verbos como
«Supongamos» o, poco después, «Imaginemos». Salomón era un comerciante en el
puerto de Mayagüez, ciudad de Puerto Rico donde nació Raquel. Salomón muere
cuando Raquel es una niña, y ésta se aficiona al piano.
Mientras Aponte Alsina habla de
Raquel y su familia, también hace apuntes sobre la suya propia. Por ejemplo,
leemos en la página 33: «Resido en una isla pequeña de nombre optimista. La
isla donde nacieron Raquel y mi madre; la isla donde nació y murió mi abuela
Fermina.»
Raquel pasa una temporada viviendo
con una prima en París, Alice Monsanto. Y allí deseará convertirse en pintora,
mientras en las calles aún se sienten los estertores de la violencia ejercida
contra el movimiento revolucionario de la Comuna de París en 1871.
Y de París, la autora vuelve al día
en el que William Carlos ha de ingresar a Raquel en una residencia. Alsina
escribe sobre el poeta: «Escribe porque sí. Además piensa, con candor, que en
su oído se aposenta el lenguaje americano, el lenguaje de los Estados Unidos de
América, y que ese lenguaje podría ser lo más parecido a una máquina, a un
automóvil, si no fuera porque las máquinas son coherentes, y el lenguaje
americano es más afín al corcho que en las tabernas recibe los dardos de los
borrachos, o a una puta que recibe leches universales. Escribe porque es importante
darle alma a los automóviles. Y a los trenes.» (pág. 50) En este párrafo se
puede observar el aliento poético con el que está escrita esta novela. Yo de
William Carlos Williams solo he leído un libro, el titulado Cuadros
de Brueghel, y fue hace ya mucho, y ya no lo recuerdo con precisión,
pero sospecho que Aponte Alsina quiere emular en muchos párrafos de su prosa la
cadencia de los poemas de Williams.
Me ha llamado la atención que en la
página 137, la autora hace comparecer en su novela a mi querido Roberto Bolaño, y evoca unas palabras
que este le dedica a William Carlos en Estrella distante.
Hacia el final de la novela, Aponte
Alsina habla de forma más abierta que hasta ahora de su familia en Puerto Rico.
«Se me ocurre que en esta novela ajena es el lugar donde descansarán lo que me
toca de los restos de Fermina.», escribe en la página 169, y un poco antes nos
cuenta que estuvo indagando sobre sus orígenes familiares en censos de la isla.
Tengo la impresión de que Aponte Alsina en algún momento planeó la idea de
escribir sobre su familia y acabó pensando que escribir sobre la del famoso
poeta norteamericano y sus orígenes caribeños podía ser más interesante.
«Mi abuela pilaba café en la isla
cuando William Carlos visitaba, del brazo de Ezra Pound y Marianne Moore, el
observatorio astronómico que tenía a su cargo el padre de Hilda Doolittle en Pennsylvania. Mi abuela desgranaba
gandules el día que Marcel Duchamp y Man Ray visitaron a los Williams en
Rutherford. James Joyce y Nora Barnacle cenaron con los Williams en el parisino
Trianon la noche que mi abuela sintió en sueños el bamboleo del barco donde su
hijo mayor emigraba a Nueva York.
¿Servirán para algo estas
conexiones? ¿Son reales? ¿Importan?» (Pág. 180). Posiblemente en este párrafo,
correspondiente con el tramo final de la novela, se encuentren algunas de sus
claves compositivas.
A mí, en principio, me interesan las
indagaciones literarias que un autor hace en su propia familia o en la vida de
personajes famosos. Diría que he sentido más interés en esta novela en las
páginas en las que la autora hablaba sobre el poeta William Carlos Williams,
que cuando hablaba de Raquel, su madre. De hecho, me ha aparecido leer alguno
de los libros de poesía de Williams, y he buscado algunas de sus composiciones
en internet. Quizás las páginas sobre Raquel no me han acabado de llenar porque
el personaje no me parecía lo suficientemente interesante o no encontraba el
suficiente misterio en su vida. Es decir, cuando, por ejemplo, el autor
guatemalteco Eduardo Halfon habla
sobre su gran familia judía latinoamericana, habla de personas que, en primera
instancia, son anónimas, pero consigue crear un misterio en torno a ellas, y
esto hace que la trama de la novela avance y se capte el interés del lector. He
sentido que Aponte Alsina no conseguía crear un misterio, o una trascendencia,
en torno a la figura de la protagonista de su libro, Raquel, y que esto
lastraba la construcción novelística del libro. En decir, me ha parecido que La muerte feliz de William Carlos Williams
no posee una estructura novelística que haga que el lector se interese por su
personaje principal. Sin embargo, sí que me han cautiva algunas páginas
concretas, que tienen la fuerza y el impulso de un poema. El lenguaje de la
novela es muy bello y está muy trabajado.
Como anécdota, puedo contar que,
cuando comenté en mis redes sociales que estaba leyendo este libro, lo celebró
con mucho entusiasmo la escritora argentina, y residente en España, Viviana Paletta, que me escribió «¡Una
maravilla!». Paletta es principalmente poeta, y entiendo desde aquí su
entusiasmo. Así que, principalmente, recomendaría La muerte feliz de William Carlos Williams a aquellos lectores que
aprecien en una narración, aunque sus diversos capítulos no avancen al ritmo
convencional, su carga poética y la belleza del lenguaje.
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