Clases de chapín, de Eduardo Halfon
Editorial Fulgencio Pimentel. 169
páginas. 1ª edición de 2007, 2009; esta es de 2017
Clases de chapín (2017) de Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala,
1971) fue una de mis compras en la Feria del Libro de Madrid 2023. Nunca había
leído un libro de la editorial Fulgencio
Pimentel, originaria de Logroño, que compartía caseta con Pepitas de Calabaza, otra editorial de
la misma ciudad. Me había fijado en Fulgencio Pimentel porque sus libros son
objetos bellos y me daba la impresión de que tienen buen gusto a la hora de
seleccionar autores. Entre otras, tienen varias novelas del ruso Sergéi Dovlátov, por las que siente
curiosidad.
Me apeteció también comprar Clases de chapín porque es uno de los
pocos libros de Halfon que me faltaban por leer. O al menos es uno de los pocos
que me faltan por leer y que se puede comprar, porque, ahora mismo, creo que no
están disponibles en España Esto no es una pipa (2003), Siete
minutos de desasosiego (2007) –que contiene algún cuento que está en Clases de chapín–, y Morirse
un poco (2009).
Clases de
chapín, publicado en 2017, contiene cuentos que se había publicado antes: Clases
de hebreo (AMG, 2007) y Clases de dibujo (AMG, 2009), junto
a otros cuentos inéditos. La primera parte se titula Mucho macho, y observo
también que algunos de sus cuentos se publicaron en el libro Siete minutos de desasosiego, publicado
en 2007 en Colombia.
Mucho macho está
formado por cuatro cuentos: el primero es Mucho
macho y trata sobre un turista austriaco que ha llegado hasta un pueblo de
Guatemala y no deja de hacer fotos a todo lo que le llama la atención, algo que
puede que no guste a todo el mundo. Una violencia soterrada, inminente, recorre
las páginas de este relato inicial.
El segundo cuento es Sacerdote,
sobre un libanés mayor, afincado en Guatemala y recientemente viudo, que lleva
cincuenta años vendiendo telas, en un negocio moribundo. Este cuento parece un
homenaje al de Ernest Hemignway
titulado Un lugar limpio y bien iluminado.
Muñequita es un cuento
terrible sobre violencia hacia la infancia, pero que, a la vez, dentro de su concentración
de horrores, tiene un punto tierno. «El pueblo de Comalapa olía a florifundia,
a leña vieja, a cloacas estancadas, a esa dejadez que adquieren siempre los
pueblos latinoamericanos.» (pág. 39)
El mejor cuento de estos cuatro
iniciales me ha parecido el último, titulado El buen machete, que, con
sus veintidós páginas, también es el más largo. Si los tres anteriores nos
mostraban breves pinceladas, estallidos o insinuaciones de violencia, en este
último Halfón puede desarrollar más temas. Su hilo conductor sería el de las
frustraciones de la adolescencia y el descubrimiento del deseo, pero también
está aquí, de nuevo, la violencia de Guatemala de fondo.
La segunda parte del libro se titula
Clases
de dibujo. El primer cuento es Corazón, no moleste y una voz
narrativa adulta recuerda un episodio de su niñez, que tiene que ver de nuevo
con la violencia centroamericana. En la segunda página (la 74) leo esta escena:
«el día entero que todos los estudiantes del colegio estuvimos recluidos en el
gimnasio, esperando que cesara el combate justo enfrente –que incluía una
tanqueta y que se volvería, según mis papás, uno de los motivos de nuestra
huida a Miami–». Estas imágenes las narra también Halfon en uno de los cuentos
de Mañana
nunca lo hablamos (Pretextos, 2011), en los que se acercaba a su
infancia.
Después de algunos tanteos iniciales
(los cuentos de la primera parte de este libro son una muestra) en la que
Halfon creaba personajes, más o menos alejados de sí mismo, este autor acabó de
encontrar su sitio creando al personaje «Eduardo Halfon», muy cercano a sí
mismo, aunque no idéntico, y su obra comenzó a ser autoficcional y a hablar de
la búsqueda de la identidad y de las historias de su gran familia judía
afincada en Guatemala. En esta parte de su obra se incluyen ya los cuentos de Clases de dibujo.
Corazón, no
moleste es un gran cuento en el que se muestra la mirada de un niño sobre una
situación que no conoce, que tiene que ver con una persona desaparecida por la
violencia.
El poder de la euforia es un
cuento más corto, más íntimo y donde la mirada desde la infancia funciona a una
escala menor que el anterior. Me gusta más el siguiente, Polvo, donde, de nuevo
recreando la infancia, un niño ha de enfrentarse al mundo de los adultos, en el
contexto de una ciudad en la que un terremoto ha devastado muchas casas y el
niño ha de probarse ante su tío.
El último cuento de esta segunda
parte se titula Clases de dibujo, y la misma voz narrativa que el lector
habitual de Halfon identifica con él mismo –o su personaje autorreferencial– es
ya un adulto joven que visita Lisboa. Allí va a cenar a un restaurante, y
entabla conversación con una mujer de una mesa próxima. Creo que a este cuento
le falta tensión narrativa.
La tercera y última parte se titula Clases
de hebreo. El primero se titula igual que el grupo. Desde la tercera
persona, nos acercamos a un niño de nueve años, llamado Daniel, que vive en
Guatemala y que es de origen judío. Su familia le hace ir a aprender hebreo a
la sinagoga, y él aún no parece tener muy claro cuál es su herencia o qué
significa ser judío. Sabe que los nazis hicieron algo malo en el pasado, y esto
va a generar un conflicto con su vecino alemán. Es un cuento bien resulto, que
me ha recordado a alguno de los primeros de Philip Roth, sobre la condición de los judíos, y que puede ser una
influencia sobre esta composición. Me refiero al libro de Roth Goodbye,
Columbus de 1959.
El segundo cuento es Llanta
pache y es muy corto, de unas dos páginas. El narrador escucha a una
mujer que trabaja para él, en su casa, planchando camisas, contando la historia
de su yerno, que trabaja para israelís. El lector intuye que el narrador es
Halfon, pero no lleva a saber si es él, y si la mujer que plancha sabe que es
judío. Es un cuento sobre la percepción de los otros sobre uno, pero me parece
que le falta algo de desarrollo.
Luto también es
un cuento muy breve y trata del choque cultural de un niño al enfrentarse a las
costumbres judías, extrañas para él, de su propia gente. Como al anterior, le
falta algo de desarrollo. Son dos cuentos que acaban consistiendo en una breve
pincelada sobre la realidad.
El lenguaje de los elefantes me parece
un buen cierre para el libro. Un narrador, que seguramente es el personaje de
autoficción llamado «Halfon», se encuentra en Miami y ha de visitar al padre de
un amigo, que no conoce, y entregarse un sobre blanco. La relación entre padre
e hijo llevaba tiempo rota por un tema que tiene que ver con la condición de
judío y el nazismo. De nuevo, su desenlace me recuerda al de alguno de los
cuentos de Philip Roth.
Ya he comentado alguna vez que
Eduardo Halfon es uno de los autores latinoamericanos actuales que más me
interesan. Me ha gustado completar esta pieza que me faltaba del universo
Halfon.
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