Beatriz Viterbo Editora. 2003, 124 páginas
Del argentino César Aira había leído hasta ahora un único libro: Cumpleaños, exactamente en diciembre de 2003. En aquel momento su lectura me desconcertó, ya que había leído que Cumpleaños era uno de los mejores libros de Aira y al ir pasando páginas me parecía que ni siquiera era una novela (lo que yo esperaba) sino unas cuantas ideas escritas con el ritmo de un diario personal. Aira nos hablaba en ellas de su cincuenta cumpleaños y lo que suponía esa fecha para él; de un error de infancia en su percepción de los movimientos de la luna; de una visita a su pueblo natal, Coronel Plingles, y su descripción de una camarera en un bar de allí… Estaba bien escrito y los comentarios sobre la realidad planteada eran interesantes e inteligentes, pero me dejó un regusto a expectativas no cumplidas.
Aún así, desde entonces, había sentido el impulso de volver con sus libros. Impulso acrecentado a partir del último Día del libro, el 23 de abril de 2009, cuando acudí, en la madrileña Puerta del Sol, a la Casa de Correos (nunca había estado antes dentro del edificio, vibraba el suelo cuando pasaban los vagones de metro por debajo) para escuchar una conferencia dada por él. El texto que leyó Aira se llamaba (o al menos versaba sobre este tema) ¿Cuánto le podemos perdonar a la novela? Y hablando de novelas malas, de folletines del siglo XIX, de literatura de ínfima calidad o risible, llevó a cabo una original y brillante defensa de la ficción novelesca. “Un poema o un relato o son buenos o no son nada”, recuerdo que dijo, “en cambio una novela puede ser farragosa, con personajes planos, cursi… y nos invita a seguir leyendo, podemos seguir perdonándole cosas, ¿cuánto podemos perdonar a la novela?”. Así hizo una defensa de Salgari; y de otros libros que de tan malos acababan siendo buenísimos; resumió argumentos de folletines del siglo XIX, que, mirando a Aira leyendo sus hojas, con una sonrisa miope y enigmática, empecé a plantearme si los escritores y las obras de los que hablaba era reales o se los estaba inventando para quedarse con los oyentes… Hacía mucho que el discurso oral de alguien no me fascinaba tanto.
El tilo es una novela corta editada en 2003. Parece que el formato de novela corta es el que se adapta mejor al discurso de Aira. En ella un narrador, que podría ser el propio Aira (coincide la fecha de nacimiento, 1949; el lugar, Coronel Pringles; la profesión propia, escritor; y la residencia actual, el barrio de Flores en Buenos Aires. En la página 35 nos dice: “(…) yo haya llegado a ser escritor y esté redactando esta crónica verídica”) nos habla de sus recuerdos de infancia en el pueblo argentino de Plingles. Empieza con la figura del padre, encargado del tendido eléctrico del pueblo y peronista; de la madre, una reservada mujer casi enana; y de los vecinos. A través de los aparentemente inocentes ojos del narrador, el lector va componiendo el mosaico de una época en Argentina: aquella en la que a la clase baja Perón le hizo soñar con convertirse en clase media.
Aira va saltado en su exposición de una anécdota a otra, anécdotas que suele dejar sin finalizar ya que por el camino ha descubierto otra historia a la que seguir el hilo… anécdotas divertidas y a veces casi surrealistas (bordeando en ocasiones el Realismo Mágico) y a través de las que se va filtrando un enjuiciamiento político de los años 50 en Argentina: “Desde la misma dirección de donde había venido el peronismo, vino el antiperonismo. Y justamente la ilusión de haber estado decidiendo su destino, al desvanecerse produjo el desengaño, y la vergüenza de haber sido tan ingenuos. Mi padre enmudeció (…). Internalizó la dialéctica maldita de la Historia, la puso en cada célula de su lengua fría y muerta y se volvió un enfermo de los nervios”, (página 74). Precisamente “El tilo” del título alude al gran árbol de la plaza de Pringles del que el padre del narrador tomaba las flores para hacer infusiones que le calmaran los nervios. “Todo es alegoría”, nos dice Aire en la página 105.
Una agradable novela corta, evocadora, reflexiva, divertida, inteligente y original en sus planteamientos y evasiones narrativas, que se lee de un tirón y que me invita a seguir con Aira.
Cuando estuve este verano en Buenos Aires acabé por no ir a visitar el barrio del Flores, según el propio Aira no hay nada de interés allí. Fui un domingo, sin embargo, a La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires; y, por algún extraño motivo, propio de un libro de Aira, empecé a imaginar que La Plata era un lugar que muy bien podía parecerse a Coronel Plinges. De hecho, lo que empecé a imaginar era que La Plata era Coronel Plinges y que en cualquier momento podía estar paseando por las calles que había paseado el propio Aira. Dejo abajo una foto de una calle de La Plata, que para mí era en realidad Coronel Plingles:
Aún así, desde entonces, había sentido el impulso de volver con sus libros. Impulso acrecentado a partir del último Día del libro, el 23 de abril de 2009, cuando acudí, en la madrileña Puerta del Sol, a la Casa de Correos (nunca había estado antes dentro del edificio, vibraba el suelo cuando pasaban los vagones de metro por debajo) para escuchar una conferencia dada por él. El texto que leyó Aira se llamaba (o al menos versaba sobre este tema) ¿Cuánto le podemos perdonar a la novela? Y hablando de novelas malas, de folletines del siglo XIX, de literatura de ínfima calidad o risible, llevó a cabo una original y brillante defensa de la ficción novelesca. “Un poema o un relato o son buenos o no son nada”, recuerdo que dijo, “en cambio una novela puede ser farragosa, con personajes planos, cursi… y nos invita a seguir leyendo, podemos seguir perdonándole cosas, ¿cuánto podemos perdonar a la novela?”. Así hizo una defensa de Salgari; y de otros libros que de tan malos acababan siendo buenísimos; resumió argumentos de folletines del siglo XIX, que, mirando a Aira leyendo sus hojas, con una sonrisa miope y enigmática, empecé a plantearme si los escritores y las obras de los que hablaba era reales o se los estaba inventando para quedarse con los oyentes… Hacía mucho que el discurso oral de alguien no me fascinaba tanto.
El tilo es una novela corta editada en 2003. Parece que el formato de novela corta es el que se adapta mejor al discurso de Aira. En ella un narrador, que podría ser el propio Aira (coincide la fecha de nacimiento, 1949; el lugar, Coronel Pringles; la profesión propia, escritor; y la residencia actual, el barrio de Flores en Buenos Aires. En la página 35 nos dice: “(…) yo haya llegado a ser escritor y esté redactando esta crónica verídica”) nos habla de sus recuerdos de infancia en el pueblo argentino de Plingles. Empieza con la figura del padre, encargado del tendido eléctrico del pueblo y peronista; de la madre, una reservada mujer casi enana; y de los vecinos. A través de los aparentemente inocentes ojos del narrador, el lector va componiendo el mosaico de una época en Argentina: aquella en la que a la clase baja Perón le hizo soñar con convertirse en clase media.
Aira va saltado en su exposición de una anécdota a otra, anécdotas que suele dejar sin finalizar ya que por el camino ha descubierto otra historia a la que seguir el hilo… anécdotas divertidas y a veces casi surrealistas (bordeando en ocasiones el Realismo Mágico) y a través de las que se va filtrando un enjuiciamiento político de los años 50 en Argentina: “Desde la misma dirección de donde había venido el peronismo, vino el antiperonismo. Y justamente la ilusión de haber estado decidiendo su destino, al desvanecerse produjo el desengaño, y la vergüenza de haber sido tan ingenuos. Mi padre enmudeció (…). Internalizó la dialéctica maldita de la Historia, la puso en cada célula de su lengua fría y muerta y se volvió un enfermo de los nervios”, (página 74). Precisamente “El tilo” del título alude al gran árbol de la plaza de Pringles del que el padre del narrador tomaba las flores para hacer infusiones que le calmaran los nervios. “Todo es alegoría”, nos dice Aire en la página 105.
Una agradable novela corta, evocadora, reflexiva, divertida, inteligente y original en sus planteamientos y evasiones narrativas, que se lee de un tirón y que me invita a seguir con Aira.
Cuando estuve este verano en Buenos Aires acabé por no ir a visitar el barrio del Flores, según el propio Aira no hay nada de interés allí. Fui un domingo, sin embargo, a La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires; y, por algún extraño motivo, propio de un libro de Aira, empecé a imaginar que La Plata era un lugar que muy bien podía parecerse a Coronel Plinges. De hecho, lo que empecé a imaginar era que La Plata era Coronel Plinges y que en cualquier momento podía estar paseando por las calles que había paseado el propio Aira. Dejo abajo una foto de una calle de La Plata, que para mí era en realidad Coronel Plingles:
Muy bueno eso de que te empeñaste en que La Plata fuese Coronel Pringles. Lo que importa no son los lugares, sino la idea que nos hacemos de ellos. El Buenos Aires real no coincidió con la idea que yo me había hecho de la ciudad en mis lecturas de Borges, así que prefiero quedarme con la ciudad imaginada.
ResponderEliminarSaludos
Hola
ResponderEliminarY también iba a contar, pero al final me dio corte: en Buenos Aires sucumbí a otra fantasía, la de creer que si me acercaba al barrio de Flores me iba a encontrar con César Aira haciendo de mimo en la calle (ya se sabe para completar el sueldo de escritor)..., pero esto me parecía demasiado irreverente así que no lo puse en la entrada.
Por cierto ¿quién podemos imaginar que es la viandante de la foto de La Plata-Coronel Plinges?
saludos
Siempre me ha hecho mucha gracia lo de Coronel Pringles, nacer en un pueblo que tiene nombre de paquete de papas fritas.
ResponderEliminarDe César Aira he leído poco, lo que más me gustó fue "Como me hice monja", sin embargo, el de Barbaverde me dejó bastante frío. El tipo tiene una bibliografía extensísima, si le sale algún fan de esos completistas se va a arruinar intentando conseguir su obra completa.
Con respecto a la apuesta, aunque es un asunto ligero, yo ando despistado...
Hola
ResponderEliminarDetective: tienes razón con lo de Aira, parece que escribe según le viene y puede hacer un libro cada 15 días. En Mondadori muchas de sus obras las sacan en volúmenes que contienen 3 novelas.
En cuanto a la pregunta: yo apuesto por una hija secreta de Alejandra Pizarnik.
Aunque también me he enterado de que la escritora Aurora Venturini, que ganó el año pasado un importante premio de novela en Argentina a los 85 años con "Las primas" y a la que en España ha sacado la editorial Caballo de Troya, vive en La Plata. Quizás sea demasiado mayor para ser nuestra figura.
Alguna escena de "La traición de Rita Hayworth" de Manuel Puig también transcurre en La Plata.
La verdad es que es una ciudad muy literaria, aunque cuando la paseamos en domingo no había casi nadie por la calle. Estaban todos por la tarde en la estación de autobuses para regresar a Buenos Aires.
Saludos
A quién se le ocurre imaginar a César Aira haciendo de mimo, con lo exquisito que es él...
ResponderEliminarEn como me hice monja dice algo sobre el miedo que le dan los mimos! Va el miedo que tiene La Niña Aira . Abrazos
EliminarSobre Aira: he leído fragmentos de "Cómo me hice monja" y la conclusión que saqué fue: "Este hombre no pretende vivir de la literatura". Y sin embargo, en cierto modo lo ha conseguido. Creo que también ha sido traductor durante muchos años. Me gusta porque no escribe pensando en un público amplio, porque no pretende caer bien, porque no tiene blog...
ResponderEliminarEn cuanto a la figura misteriosa, el tema me ha recordado a un cuento de Cortázar, en el que un hombre hace una foto y después descubre mil cosas observándola.
Me apunto a cualquier hipótesis con respecto a la identidad, sólo soy un pobre detective de provincias...
ResponderEliminarA propósito,David, hoy me traje de mi periplo libreresco Sudeste.Ya te contaré.
Igual sería una buena idea dedicar una entrada a los libros que le pedimos a los Reyes los habituales de esta esquina...
Hola Detective:
ResponderEliminarImagino que Sudeste no te defraudará. Lo único raro de ese libro es que no sea realmente conocido.
Más que hacer una lista de Reyes Magos, quizás deberíamos hacer la típica lista de los 10 mejores libros de 2009.
Yo estoy aprovechando las vaciones de profe para leer el Volumen II de las Obras Completas de Lovecraft. Es tan gordo que me da problemas para leerlo de pie en el metro, con una mano sosteniendo el libro y con la otra agarrándome a la barra. De hecho, hoy lo estaba leyendo, tomando un café en un bar y me ha acabado doliendo la mano izquierda de aguartarle el lomo. Por lo demás: impresionante. Otro de los mitos de mi adolescencia. Releí hoy "El color surgido del espacio", uno de los mejores cuentos de terror que recuerdo.
Lo dicho: a ver si me pongo estos días a revisar mi notas y hago la lista de los 10.
saludos
"La aventura de un fotografo en La Plata" de Bioy, es excelente!
ResponderEliminarSaludos!
http://unacriticadenovela.blogspot.com/
Hola Lilian:
ResponderEliminarDe Bioy sólo he leído "La invención de Morel", que me pareció muy interesante, aunque la lectura fue ya hace años. Tenía intención de volver con Bioy, a ver si lo hago.
Lei "Las primas" de Venturini, que transcurre en la Plata. Colgué en esa entrada algunas fotos de La Plata.
Saludos
David