domingo, 28 de julio de 2013

Criaturas abisales, por Marina Perezagua

Editorial Los libros del lince. 140 páginas. 1ª edición de 2011.

He comentado hasta ahora en el blog dos libros de la editorial Los libros del lince, y, después de un simpático intercambio de correos electrónicos, el editor Enrique Murillo me envió a mi casa los dos libros de relatos de la joven escritora Marina Perezagua (Sevilla, 1978), dos obras que parecen entusiasmarle especialmente.
Los estoy leyendo de forma consecutiva y en orden cronológico (cuando empiezo a escribir esta entrada sobre Criaturas abisales, tengo Leche leído por la mitad).

Criaturas abisales está compuesto por catorce relatos, de corte fantástico, expresionista, extraño, onírico… en todo caso, alejados en mayor o menor medida de la narración realista.
Según me adentraba en el libro, tras haber leído más o menos la mitad de sus relatos, empecé a pensar que el nexo de unión de las piezas leídas era la imposibilidad de las relaciones de pareja, cómo la realidad conducía a que la pareja rompiera su unión, o cómo mantenerla hacía que la pareja tuviera que aislarse del mundo: en Fredo y la máquina, una joven en coma en un hospital nos habla de su relación imaginaria con su joven vecino de habitación de hospital, también en coma; en El rendido se encuentran dos depresivos, y ella, obsesionada con perderle a él, incluso porque él comenta suicidio, idea una estrategia para conducir a su pareja a la cárcel y así mantenerle aislado de todo; en Iluminaria, una joven está tan convencida de la fuerza del amor que comparte con su pareja que idea una máquina para que mediante sus movimientos amatorios se pueda generar la energía que su casa necesita; en Nuevo Reino una pareja acaba compartiendo su amor en un mundo submarino, mientras el resto de los habitantes del planeta ha desaparecido (este relato comparte otra característica con el titulado La loba y con Jana y Jano: la idea del mundo destruido, la supervivencia tras el apocalipsis); en Bodas de oro se habla de las reglas del extraño amor que parece mantener unidos a una pareja de ancianos; en El testamento también se habla del amor de una pareja, pero aquí se incluye una variante: la relación con el hijo, y con la madre de uno de ellos; en De la mar el tiburón, y de la tierra el varón una mujer con tendencias caníbales tiene la suerte de poder encontrar a un semejante.

El cuento que abre el conjunto, Lengua foránea, también podría incluirse en el apartado anterior: en el de las extrañas reglas que rigen las parejas, o la dependencia entre los humanos (con connotaciones sexuales); quizás este cuento sea el más puramente onírico y surrealista del conjunto: una lengua mayor que la de tamaño humano atraviesa la ventanilla de un avión y juega con Olga W. la protagonista; no sin esconder alguna sorpresa final.

La lectura de la mayoría de los cuentos de este libro sumerge al lector en el desconcierto, en el desasosiego de lo enfermizo de las relaciones entre los seres humanos, en contextos extraños e imaginativos. De hecho, la vocación por lo universal parece tan grande en Perezagua que rara vez sitúa a sus personajes en un entorno o época reconocible, o si lo hace esta contextualización parece estar tomada al azar gracias a la pura imaginación. Así, por ejemplo, el cuento El testamento transcurre en Tennesse igual que podría haberse situado su acción en cualquier otro lugar. Los nombres de los personajes, españoles o extranjeros, contribuyen también a esta idea de deslocalización narrativa.

El lenguaje que emplea Marina Perezagua en sus narraciones me ha parecido bastante maduro si tenemos en cuenta que éste es su primer libro, que sale al mercado en 2011, y que la autora ha nacido en 1978. Casi ningún titubeo lingüístico se percibe en estas páginas, escritas de un modo elegante, sin barroquismos pero tampoco haciendo uso del despojamiento formal.

El cuento Gabrielle es posiblemente el más realista del conjunto, pues todo en él podría explicarse mediante la locura de la madre de los hermanos protagonistas; una locura, de todos modos, extraña y desasosegante.

En los dos últimos cuentos del conjunto La Impenetrable y Jana y Jano he podido percibir, de una forma más clara que antes, una influencia sobre estos relatos que hasta ahora venía solamente sospechando, la de Franz Kafka. La Impenetrable nos habla de la incorporación a un circo de una joven con una extraña cualidad: su vagina no puede ser penetrada, y me parece que guarda filiación con relatos kafkianos como Un artista del hambre o Un artista del trapecio. En cambio Jana y Jano, una nueva distopía, donde se describe la extraña condena que somete esta nueva sociedad al culpable de asesinato, me ha recordado al Kafka de En la colonia penitenciaria. En todo caso, la pulsión sexual o erótica explícita es mayor que la de las narraciones de Kafka.

Quizás se podría decir de alguno de los relatos que hablan de parejas que, aunque Perezagua dibuja en ellos un mundo siempre diferente al anterior, está escrito bajo las mismas intenciones narrativas –o las mismas ideas- ya empleados previamente. Algo, por otro lado, bastante habitual en un libro de relatos, donde es muy difícil que todos los cuentos tengan el mismo nivel o no se repitan los temas tratados.

En todo caso, Criaturas abisales supone un debut narrativo notable, una apuesta muy sólida por una escritura imaginativa y desasosegante, con un destacable empleo del idioma.

Esta reseña podía acabar en el párrafo anterior, pero me apetece hacer una reflexión más, una reflexión que tiene más que ver con una postura estética que con una reseña formal. Me ha dado la impresión de que últimamente, desde el mundo del relato, existe una tendencia a despreciar al relato realista, como si se tratase de una vía muerta, y como si sólo el relato no realista pudiera tener sentido como medio de expresión de la modernidad; un “disparen a Carver”, en definitiva. Si usted es un aficionado al relato de los que reniega del realismo entonces Criaturas abisales va a ser su libro. Pero yo, que soy más practicante como escritor y más degustador como lector del relato realista me gustaría apuntar que he echado en falta en este libro una aproximación a personas más cercanas, a personas con miedos más cotidianos.
Voy a sostener la idea de que es más difícil escribir un relato realista solvente que un relato fantástico solvente, porque éste último puede partir de una idea sencilla (un hombre obsesionado con el agua, por ejemplo) y exagerando esta idea con un nivel de escritura correcto se puede hacer un relato no realista que funcione, pero para escribir un relato realista que funcione el autor ha de conocer más a los seres humanos y saber dibujar para sus personajes psicologías convincentes.
Es decir, leo los cuentos de Criaturas abisales, me parece que están bien escritos, me generan un cierto desasosiego, pero me cuesta emocionarme con sus personajes como puedo hacerlo con los de un relato de James Salter o de Alice Munro, por citar a dos de los autores de relatos realistas comentados en el blog. Por eso he sentido curiosidad por saber cómo se enfrentaría Perezagua a la escritura de un relato protagonizado por unos personajes preocupados por perder el trabajo o por la falta de dinero.

En todo caso, no quiero afear con este último comentario, a favor del realismo en el relato, la grata impresión que me deja éste, como he dicho, notable debut narrativo de la joven autora Marina Perezagua.

jueves, 25 de julio de 2013

Cuatro años de Desde la ciudad sin cines

En julio de 2009, exactamente el día 21, comencé a escribir en Desde la ciudad sin cines. Por tanto esta semana se ha cumplido el cuarto aniversario del blog.
Ya he contado que en esto de comentar libros en internet empecé en un foro dedicado a Roberto Bolaño dos años antes; en junio de 2007, creo. En aquel foro, tal vez una docena de personas, hablábamos de libros de este autor y de otros relacionados con él. El foro, que funcionaba dentro de la web del Fnac, fue clausurado sin avisar a nadie. Cuando la gestión de la obra de Bolaño la tomó Andrew Wylie –el chacal de los agentes literarios- pidió a la Fnac que cerrase esa página. Creo que esto ocurrió sobre marzo de 2009.

Me lo pasaba bien escribiendo en aquel foro, y con su cierre empezó a cobrar fuerza la idea de abrir un blog literario, centrado en las reseñas. Me lo pensé: temía que fuese a ocupar una porción demasiado importante del tiempo libre que normalmente dedico a escribir de forma creativa. Pero cuando acabó ese curso académico (soy profesor, como he contado muchas veces) la idea empezó a cobrar más fuerza. Y ese 21 de julio por fin decidí probar. Escribí en Word una reseña sobre El lamento de Portnoy de Philip Roth, y busqué información sobre cómo se abría un blog.
Primero abrí una cuenta en Wordpress, y cuando me di cuenta de que casi todos los blogs que leía entonces estaban en blogger, cerré esa cuenta y volví a abrir otro blog en blogger. Durante meses me costaba a mí mismo encontrar mi blog.
Desde la ciudad sin cines se podía haber llamado también Sonámbulo en la ciudad dormitorio, fue otro de los nombres que barajé para él.

Escribir las entradas del blog me lleva unas dos horas/tres a la semana. En realidad no es mucho tiempo. Reflexionar sobre lo leído hace que la lectura sea más intenta, me hace aprender más sobre cómo lo hacen otros, lo que es una información valiosa para el momento en el que yo quiero sentarme a escribir. Así que desde un punto de vista puramente utilitario el blog funciona para mí en ese sentido.

Aunque lo realmente importante ha sido la de personas vinculadas al mundo del libro - lectores, escritores, editores o incluso periodistas culturales- que me ha permito conocer; a algunos de forma virtual, a través de internet, y a otros en persona. He intercambiado libros y palabras con lectores, autores o editores; me han mandado libros desde Chile, por ejemplo; o fotos: las de la casa natal de Jorge Teillier o el árbol carolino del que escribió Haroldo Conti. He hablado por teléfono con lectores gallegos que organizan lecturas conjuntas de novelas; o he conocido a escritores de los que ahora soy amigo y con los que puedo quedar a tomar algo y a hablar de libros. Me ha escrito un seguidor japonés del blog para decirme que leyó mi novela Acantilados de Howth. He leído relatos inéditos de un maestro del relato argentino, que los envía en word. Alguien me dijo que se leyó todas las reseñas del blog; a alguien le descubrí a un autor (igual que más de un comentarista me descubrió a mí otro).
Y la gratificante sensación de que como lector literario puedo hablar de libros con otros, esos otros lectores que como yo no suelen leer el libro que está de moda, el libro sobre el que tienen lugar las conversaciones sobre libros de las que siempre me quedo fuera.

Así que desde luego para mí la experiencia de estos cuatro años de blog, de estas dos horas a la semana que dedico a escribir las reseñas, ha sido muy gratificante.
Con ganas de seguir leyendo libros y de seguir comentándolos.

Voy a dejar aquí un enlace a la primera reseña del blog, por si alguien le apetece leerla:





domingo, 21 de julio de 2013

Boomerang, por Elvio E. Gandolfo

Editorial Planeta Biblioteca del Sur. 237 páginas. 1ª edición de 1993.

Ya he comentado en el blog cuatro obras de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947), autor que no se había editado en España hasta que la editorial Periférica sacó en 2011 su libro Dos mujeres, formado por dos novelas cortas, que aparecieron originalmente en Argentina en 1992. Tras leer esta quinta obra, Boomerang, su única novela, me sigue pareciendo raro que la publicación de autores del otro lado del Atlántico no se dé en España de una forma más fluida.
También he comentado en el blog que gracias a internet he trabado una pequeña amistad a distancia con Gandolfo, quien de vez en cuando me envía al correo electrónico algún documento Word con un artículo que escribió, en algún momento del pasado (cuando Philip K. Dick aún estaba vivo, por ejemplo), para algún medio argentino, y que guarda relación con alguna entrada que yo he colgado en el blog; o me cuenta una anécdota de un escritor hispanoamericano del que he comentado algo, al que conoció en persona; o bien me envía alguno de sus nuevos cuentos. Un tipo simpático, en definitiva.

Después de comprar Dos mujeres en la cuesta de Moyano, busqué más libros suyos en internet, y ya he contado en el blog cómo encontré alguno más en las librerías madrileñas que importan libros desde Hispanoamérica. A finales de 2012 volví a rastrear Iberlibro (la interesante página de las librerías de segunda mano) y apareció un nuevo título: Boomerang, su única novela, que quedó finalista del Premio Planeta Biblioteca del Sur en 1993. La vendían en una librería de segunda mano llamada Tikva Books, ubicada en la calle Cartagena, que no me sonaba de nada. Pero allí que fui durante las vacaciones de Navidad. Era una librería nueva de libros viejos, recién inaugurada, con las puertas abiertas de par en par y la dependienta con abrigo y guantes, qué frío. Además de Boomerang me acabé comprando dos libros más de autores hispanoamericanos que aún no he leído (ya hablaré de ellos).

Boomerang está publicada en 1993 y sitúa su acción (inicialmente, porque ésta es una novela que propone un viaje) en el Buenos Aires de principios de los 90. Iván Garré es un joven de veinticinco años (quizás a punto de cumplir veintiséis) que trabaja en un banco; entró allí junto a su amigo Tony cuando ambos tenían veintiún años. Los dos son apreciados en el banco por su dominio de los sistemas informáticos de la empresa. La informática es una de sus pasiones, además del mundo del rock y el de las películas norteamericanas. Como si de un juego se tratase, Garré ha estado transfiriendo dinero desde el banco a una cuenta ficticia, a la que sólo él tiene acceso. Después de dos años de un lento goteo, la novela comienza el día en que Garré decide rajarse (largarse en jerga bonaerense) con el dinero, que supera los 50.000 dólares. Sale a la calle, acude a la sucursal donde está el dinero y presenta su documento falso de identidad. Le dan los dólares y debe moverse. Va a cruzar a la vecina orilla, a Uruguay. En el puerto, esperando el aliscafo (el ferry, en jerga bonaerense), se fija en una bella mujer que se va a convertir en su compañera de viaje en Uruguay; un viaje que comienza en Colonia del Sacramento, sigue en Montevideo y llevará a los personajes hasta Parque del Plata y Punta del Este.

Quizás el párrafo clave de la novela sea uno que he señalado en la página 147: “Qué escena patética, piensa Garré. Si Tony ve una cosa como ésta, se muere. Parecía una imbécil película francesa o italiana, que los dos odiaban, pero que a veces sacaban para ver en vídeo y burlarse: nada era claro, lo cómico se mezclaba a lo dramático, y había una sobrecarga de cosas cotidianas, de las cosas ‘como son en la vida’. Mierda, sabía muy bien que él y Tony querían otra cosa de la vida, las cosas que se veían en las películas y las historietas norteamericanas”.

Más de un elemento compositivo nos conduce a entender la mitomanía de Garré por el idealizado mundo norteamericano: continuamente está mascando chicles de menta, pero sólo compra de marcas norteamericanas –cuyo sabor es más intenso–, y las situaciones a las que se enfrenta las suele interpretar a ritmo de rock; en su cabeza aparecen cortas líneas en inglés con el ritmo de una canción rock que embellece su realidad; por ejemplo: “Garré is going underground”, cuando se acerca en metro a la sucursal donde ha transferido el dinero robado; o cuando ve en el puerto a la chica que se va a convertir en su compañera en la huida: “The Uruguayan girl / the Uruguayan girl”, “I met her standing by ther river” (pág. 28).
Para contribuir a crear el efecto de que el lector se encuentra dentro de la película norteamericana con la que Garré sueña, Gandolfo titula a todos los capítulos de la novela con palabras inglesas: Uno LOOPING, Dos ZAPPING, Tres SHOPPING, Cuatro PING, Cinco CAMPING, Seis PONG, Siete BOWLING, Ocho LIFTING, Nueve SWING, Diez TRAVELLING, Once FINISH.

Decía antes que pensaba que el señalado en la página 147 era el párrafo clave de la novela, porque a pesar de que Garré quiere situarse dentro de una película norteamericana, su aventura parece conducirle más bien al escenario de una de esas estúpidas películas francesas o italianas que él y su amigo Tony odian, donde lo cómico se mezcla con lo dramático, como en la vida real, igual que en la vida de Garré. Por esto, creo que es pertinente señalar que el título inglés de los capítulos de la novela, así como el de la novela misma, acaba siendo irónico; si eres de aquí, de Buenos Aires o de Montevideo, parece decirle Gandolfo a sus personajes y al lector, no vas a poder vivir en una película norteamericana.

El lenguaje de la novela, además de ese juego irónico que tiene con el inglés, es profundamente argentino; es más, tiene una profunda vocación de lenguaje oral bonaerense. De hecho, Gandolfo usa aquí continuamente una construcción lingüística que no había visto nunca en un libro argentino: “Volvió al escritorio, al “nicho”, como le decían con Tony” (pág. 9); “Se entremezclan éxitos recientes, algunos de los cuales tienen con Tony en compact”, o en la misma página 188: “Con Tony tienen grabado en video el episodio de Nick Nolte”. Esa expresión (“Con Tony tienen”), que equivaldría a “Tony y él tienen” en español de la península, y que achaco al habla oral bonaerense, me chocaba al principio.

La novela está contada en tercera persona de una forma muy ágil, muy fluida; irónica en el tratamiento de los clichés cinematográficos norteamericanos (chico-que-huye-de-la-ley-conoce-a-bella-chica-con-un-secreto), con intensas descripciones de lugares y personas. Aunque también hay dos capítulos donde Gandolfo se recrea en un juego formal: en los capítulos Cuatro y Seis (titulados estratégicamente PING y PONG) se reproduce un diálogo, pero en uno sólo podemos leer lo que dice ella; en el otro (que reproduce otro diálogo) sólo podremos leer lo que dice él (si no recuerdo mal este juego ya lo había visto en Manuel Puig).

Durante la novela, Garré se debatirá entre el posible amor que le brinda la bella joven que acaba de conocer y la evocación y añoranza de su gran amigo Tony. No quiero contar la conclusión de la novela, que lógicamente acaba más como una imbécil película europea que como una norteamericana.

Me ha gustado Boomerang. Me ha pasado con ella algo parecido a lo que me ocurrió con Dos Crímenes de Jorge Ibargüengoitia hace unas semanas: que sé que hay otros escritores hispanoamericanos más ambiciosos, con juegos formales más importantes, con capacidad para adentrarse en los entresijos del poder de forma más contundente; pero en novelas de aparente liviandad como Dos crímenes o Boomerang uno también se acerca a una época concreta de los países tratados (en este caso México y Argentina) y recupera además el puro goce de leer una historia entretenida y bien trazada.

Vuelvo a reivindicar la publicación de la obra de Elvio E. Gandolfo en España.

jueves, 18 de julio de 2013

Diez años sin Roberto Bolaño

Este pasado lunes, el 15 de julio de 2013, se han cumplido diez años de la muerte de Roberto Bolaño. Ya he manifestado en el blog más de una vez mi pasión por la literatura de Bolaño y el respeto y la admiración que siempre he sentido por su persona (quizás el último mito del escritor romántico).
Recuerdo perfectamente cómo recibí la noticia de su muerte en 2003: mientras desayuna, escuchaba la radio de la cocina, y entre dos notas de prensa anodinas (sobre el tiempo atmosférico, por ejemplo) la locutora dio la breve noticia: Roberto Bolaño había muerto en un hospital de Barcelona. No podía creerlo, aquellas palabras me dejaron congelado. Bolaño era prácticamente el único escrito del que iba a comprar, según aparecían, a la librería cada nueva obra que le publicaban como un compromiso personal ineludible.
Aún conservo los recortes de periódico del día siguiente, donde la prensa escrita se hacía eco de la noticia.

En la red he encontrado la que fue su última entrevista. Creo que yo la leí, hace tiempo, en un libro de entrevistas a Bolaño que publicó la Universidad de Chile.
Dejo también el enlace: PINCHAR AQUÍ

ÚLTIMA ENTREVISTA A ROBERTO BOLAÑO 
El martes pasado murió a los 50 años el escritor y poeta chileno Roberto Bolaño. Para muchos, ya era el mejor escritor latinoamericano de estos tiempos. Autor de culto durante buena parte de su vida, a partir del Premio Rómulo Gallegos que ganó con su novela Los detectives salvajes en 1998, su obra se empezó a convertir en objeto de devoción para más de una generación. En los últimos tiempos, además de las entusiastas bienvenidas que le brindaban medios como Libération y Le Monde y personalidades como Susan Sontag, algunos ya hasta jugaban con la idea de verlo recibir un Nobel. En la misma semana de su muerte, la periodista Mónica Maristain publicó en la edición mexicana de Playboy esta larga entrevista en la que Bolaño habla de todo: la literatura, sus años en la pobreza, su fe en los lectores, la gramática de los desesperados, el paraíso imaginario y el infierno tan temido.

Por Mónica Maristain 
En el desvaído panorama de la literatura en lengua española, un espacio en el que todos los días aparecen jóvenes redactores más preocupados por ganar becas y puestos en los consulados que por aportar algo a la creación artística, se destaca la figura de un hombre enjuto, mochila azul en ristre, anteojos de enorme marco, cigarrillo sempiterno entre los dedos, fina ironía a bocajarro siempre que haga falta.
Roberto Bolaño, nacido en Chile en 1953, es lo mejor que le ha pasado en mucho tiempo al oficio de escribir. Desde que con su monumental Los detectives salvajes, acaso la gran novela mexicana de la contemporaneidad, se hiciera famoso y se embolsara los premios Herralde (1998) y Rómulo Gallegos (1999), su influencia y su figura han ido en crecimiento constante: todo lo que dice, con su afilado humor, con su exquisita inteligencia, todo lo que escribe, con su pluma certera, de gran riesgo poético y profundo compromiso creativo, es digno de la atención de quienes lo admiran y, por supuesto, de quienes lo detestan. El autor, que aparece como personaje en la novela Soldados de Salamina, de Javier Cercas, y que es homenajeado en la última novela de Jorge Volpi, El fin de la locura, es, como todo hombre genial, un divisor de opiniones, un generador de antipatías acérrimas a pesar de su carácter tierno, su voz entre atiplada y ronca, con la que responde, cortés, como todo buen chileno, que no escribirá un cuento para la revista pues su próxima novela, que tratará sobre los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez, ya va por la página 900 y todavía no la acaba.
Roberto Bolaño vive en Blanes, España, y está muy enfermo. Espera que un trasplante de hígado le dé resto para vivir con esa intensidad que alaban quienes tienen la fortuna de tratarlo en la intimidad. Dicen ellos, sus amigos, que a veces se olvida de ir a la visita médica por escribir.
A los 50 años, este hombre que recorrió Latinoamérica como mochilero, que se escapó de las fauces del pinochetismo porque uno de los policías que lo encarceló había sido su compañero en la escuela, que vivió en México (alguna vez la calle Bucareli en un tramo llevará su nombre), que conoció a los militantes del Farabundo Martí que luego se convertirían en los asesinos del poeta Roque Dalton en El Salvador, que fue vigilante en un camping catalán, vendedor de bisutería en Europa y siempre un hurtador de buenos libros porque leer no es sólo una cuestión de actitud, este hombre, decíamos, ha transformado el rumbo de la literatura latinoamericana. Y lo ha hecho sin avisar y sin pedir permiso, como lo hubiera hecho Juan García Madero, antihéroe adolescente de su gloriosa Los detectives salvajes: “Estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras, pero mi tía insistió y al final acabé transigiendo. Soy huérfano. Seré abogado. Eso lo dije a mi tío y a mi tía y luego me encerré en mi habitación y lloré toda la noche”. El resto, en las 608 páginas restantes de una novela cuya importancia los críticos han comparado con Rayuela, de Julio Cortázar, y hasta con Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Él diría, frente a tanta hipérbole: ni modo. Así que mejor vayamos a lo que importa en esta coyuntura: a la entrevista.
¿Le dio algún valor en su vida el haber nacido disléxico?
–Ninguno. Problemas cuando jugaba al fútbol, soy zurdo. Problemas cuando me masturbaba, soy zurdo. Problemas cuando escribía, soy diestro. Como puedes ver, ningún problema importante.
¿Siguió siendo Enrique Vila-Matas amigo suyo luego de la pelea que tuvo usted con los organizadores del Premio Rómulo Gallegos?
–Mi pelea con el jurado y los organizadores del premio se debió, básicamente, a que ellos pretendían que yo avalara, desde Blanes y a ciegas, una selección en la que yo no había participado. Sus métodos, que una pseudo poeta chavista me transmitió por teléfono, se parecían demasiado a los argumentos disuasorios de la Casa de las Américas cubana. Me pareció que era un error enorme que Daniel Sada o Jorge Volpi fueran eliminados a las primeras de cambio, por ejemplo. Ellos dijeron que lo que yo quería era viajar con mi mujer e hijos, algo totalmente falso. De mi indignación por esta mentira surgió la carta en donde los llamé neostalinistas y algo más, supongo. De hecho, a mí me informaron que ellos pretendían, desde el principio, premiar a otro autor, que no era Vila-Matas, precisamente, cuya novela me parece buena, y que sin duda era uno de mis candidatos.
¿Por qué no tiene aire acondicionado en su estudio?
–Porque mi lema no es Et in Arcadia ego, sino Et in Esparta ego.
¿No cree que si se hubiera emborrachado con Isabel Allende y Ángeles Mastretta otro sería su parecer acerca de sus libros?
–No lo creo. Primero, porque esas señoras evitan beber con alguien como yo. Segundo, porque yo ya no bebo. Tercero, porque ni en mis peores borracheras he perdido cierta lucidez mínima, un sentido de la prosodia y del ritmo, un cierto rechazo ante el plagio, la mediocridad o el silencio.
¿Cuál es la diferencia entre una escribidora y una escritora?
–Una escritora es Silvina Ocampo. Una escribidora es Marcela Serrano. Los años luz que median entre una y otra.
¿Quién le hizo creer que es mejor poeta que narrador?
–La gradación del rubor que siento cuando, por pura casualidad, abro un libro mío de poesía o uno de prosa. Me ruboriza menos el de poesía.
¿Usted es chileno, español o mexicano?
–Soy latinoamericano.
¿Qué es la patria para usted?
–Lamento darte una respuesta más bien cursi. Mi única patria son mis dos hijos, Lautaro y Alexandra. Y tal vez, pero en segundo plano, algunos instantes, algunas calles, algunos rostros o escenas o libros que están dentro de mí y que algún día olvidaré, que es lo mejor que uno puede hacer con la patria.
¿Qué es la literatura chilena?
–Probablemente las pesadillas del poeta más resentido y gris y acaso el más cobarde de los poetas chilenos: Carlos Pezoa Véliz, muerto a principios del siglo XX, y autor de sólo dos poemas memorables, pero, eso sí, verdaderamente memorables, y que nos sigue soñando y sufriendo. Es posible que Pezoa Véliz aún no haya muerto y esté agonizando y que su último minuto sea un minuto bastante largo, ¿no?, y todos estemos dentro de él. O al menos que todos los chilenos estemos dentro de él.
¿Por qué le gusta llevar siempre la contraria?
–Yo nunca llevo la contraria.
¿Usted tiene más amigos que enemigos?
–Tengo suficientes amigos y enemigos, todos gratuitos.
¿Quiénes son sus amigos entrañables?
–Mi mejor amigo fue el poeta Mario Santiago, que murió en 1998. Actualmente tres de mis mejores amigos son Ignacio Echevarría y Rodrigo Fresán y A. G. Porta.
¿Antonio Skármeta lo invitó alguna vez a su programa?
–Una secretaria suya, tal vez su mucama, me llamó una vez por teléfono. Le dije que estaba demasiado ocupado.
¿Javier Cercas compartió con usted las regalías por Soldados de Salamina?
–No, por supuesto.
¿Enrique Lihn, Jorge Teillier o Nicanor Parra?
–Nicanor Parra por encima de todos, incluidos Pablo Neruda y Vicente Huidobro y Gabriela Mistral.
¿Eugenio Montale, T. S. Eliot o Xavier Villaurrutia?
–Montale. Si en lugar de Eliot estuviera James Joyce, pues Joyce. Si en lugar de Eliot estuviera Ezra Pound, sin duda Pound.
¿John Lennon, Lady Di o Elvis Presley?
–The Pogues. O Suicide. O Bob Dylan. Pero, bueno, no nos hagamos los remilgados: Elvis forever. Elvis con una chapa de sheriff conduciendo un Mustang y atiborrándose de pastillas, y con su voz de oro.
¿Quién lee más, usted o Rodrigo Fresán?
–Depende. El Oeste es para Rodrigo. El Este para mí. Luego nos contamos los libros de nuestras correspondientes áreas y parece que lo hubiéramos leído todo.
¿Cuál es el mejor poema de Pablo Neruda según usted?
–Casi cualquiera de Residencia en la Tierra.
¿Qué le hubiera dicho a Gabriela Mistral si la hubiera conocido?
–Mamá, perdóname, he sido malo, pero el amor de una mujer hizo que me volviera bueno.
¿Y a Salvador Allende?
–Poco o nada. Los que tienen el poder (aunque sea por poco tiempo) no saben nada de literatura, sólo les interesa el poder. Y yo puedo ser el payaso de mis lectores, si me da la real gana, pero nunca de los poderosos. Suena un poco melodramático. Suena a declaración de puta honrada. Pero, en fin, así es.
¿Y a Vicente Huidobro?
–Huidobro me aburre un poco. Demasiado tralalí alalí, demasiado paracaidista que desciende cantando como un tirolés. Son mejores los paracaidistas que descienden envueltos en llamas o, ya de plano, aquellos a los que no se les abre el paracaídas.
¿Octavio Paz sigue siendo el enemigo?
–Para mí, ciertamente, no. No sé qué pensarán los poetas que durante esa época, cuando yo viví en México, escribían como sus clones. Hace mucho que no sé nada de la poesía mexicana. Releo a José Juan Tablada y a Ramón López Velarde, incluso puedo recitar, si se tercia, a Sor Juana, pero no sé nada de lo que escriben los que, como yo, se acercan a los cincuenta años.
¿No le daría ahora ese papel a Carlos Fuentes?
–Hace mucho que no leo nada de Carlos Fuentes.
¿Qué le produce el hecho de que Arturo Pérez Reverte sea actualmente el escritor más leído en lengua española?
–Pérez Reverte o Isabel Allende. Da lo mismo. Feuillet era el autor francés más leído de su época.
¿Y el hecho de que Arturo Pérez Reverte haya ingresado a la Real Academia?
–La Real Academia es una cueva de cráneos privilegiados. No está Juan Marsé, no está Juan Goytisolo, no está Eduardo Mendoza ni Javier Marías, no está Olvido García Valdez, no recuerdo si está Alvaro Pombo (probablemente si está se deba a una equivocación), pero está Pérez Reverte. Bueno, (Paulo) Coelho también está en la Academia brasileña.
¿Se arrepiente de haber criticado el menú que le sirvió Diamela Eltit?
–Nunca critiqué su menú. Si acaso, tendría que haber criticado su humor, un humor vegetariano o, mejor, a dieta.
¿Le duele que ella lo considere mala persona después de la crónica de aquella malograda cena?
–No, pobre Diamela, no me duele. Me duelen otras cosas.
¿Ha vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?
–Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del mar, que, entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a las gaviotas, cuyos antepasados se comieron a los peces que se comieron a Ulises, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?
¿Cuál es la opinión en torno de su obra que más valora?
–Mis libros los lee Carolina (su esposa) y después (Jorge) Herralde (el editor de Anagrama) y después procuro olvidarlos para siempre.
¿Qué cosas compró con el dinero que ganó en el Rómulo Gallegos?
–No muchas. Una maleta, según creo
recordar.
De su época que vivía de los concursos literarios, ¿hubo alguno que no pudo cobrar?
–Ninguno. Los ayuntamientos españoles, en este aspecto, son de una probidad fuera de toda sospecha.
¿Era buen camarero o mejor vendedor de
bisutería?
–El oficio en el que mejor me he desempeñado fue el de vigilante nocturno de un camping cerca de Barcelona. Nunca nadie robó mientras yo estuve allí. Impedí algunas peleas que hubieran podido terminar muy mal. Evité un linchamiento (aunque de buena gana, después, hubiera linchado o estrangulado yo mismo al tipo en cuestión).
¿Ha experimentado el hambre feroz, el frío que cala los huesos, el calor que deja sin aliento?
–Como dice Vittorio Gassman en una película: modestamente, sí.
¿Ha robado algún libro que luego no le gustó?
–Nunca. Lo bueno de robar libros (y no cajas fuertes) es que uno puede examinar con detenimiento su contenido antes de perpetrar el delito.
¿Ha caminado alguna vez en medio del
desierto?
–Sí, y en una ocasión, además, del brazo de mi abuela. La anciana señora era incansable y yo pensé que de ésa no salíamos.
¿Ha visto peces de colores debajo del agua?
–Por supuesto. En Acapulco, sin ir más lejos, en el año 1974 o 1975.
¿Se ha quemado la piel con un cigarrillo?
–Nunca voluntariamente.
¿Ha tallado en un tronco de árbol el nombre de la persona amada?
–He cometido desmanes aún mayores, pero corramos un tupido velo.
¿Ha visto alguna vez a la mujer más hermosa del mundo?
–Sí, cuando trabajaba en una tienda, allá por el año ’84. La tienda estaba vacía y entró una mujer hindú. Parecía y tal vez fuera una princesa. Me compró algunos colgantes de bisutería. Yo, por descontado, estaba a punto de desmayarme. Tenía la piel cobriza, el pelo largo, rojo, y por lo demás era perfecta. La belleza intemporal. Cuando tuve que cobrarle me sentí muy avergonzado. Ella me sonrió como si me dijera que lo entendía y que no me preocupara. Luego desapareció y nunca más he vuelto a ver a alguien así. A veces tengo la impresión de que era la mismísima diosa Kali, patrona de los ladrones y de los orfebres, sólo que Kali también era la deidad de los asesinos, y esta hindú no sólo era la mujer más hermosa de la Tierra sino que también parecía ser una buena persona, muy dulce y considerada.
¿Le gustan los perros o los gatos?
–Las perras, pero ya no tengo animales.
¿Qué cosas recuerda de su niñez?
–Todo. No tengo mala memoria.
¿Coleccionaba figuritas?
–Sí. De fútbol y de actores y actrices de Hollywood.
¿Tenía una patineta?
–Mis padres cometieron el error de regalarme un par de patines cuando vivimos en Valparaíso, que es una ciudad de cerros. El resultado fue desastroso. Cada vez que me ponía los patines era como si me quisiera suicidar.
¿Cuál es su equipo de fútbol favorito?
–Ahora ninguno. Los que bajaron a segunda y luego, consecutivamente, a tercera y a regional, hasta desaparecer. Los equipos fantasmas.
¿A qué personajes de la historia universal le hubiera gustado parecerse?
–A Sherlock Holmes. Al capitán Nemo. A Julien Sorel, nuestro padre, al príncipe Mishkin, nuestro tío, a Alicia, nuestra profesora, a Houdini, que es una mezcla de Alicia, de Sorel y de Mishkin.
¿Se enamoraba de las vecinas más grandes que usted?
–Por supuesto.
¿Las compañeras de la escuela le prestaban atención?
–No creo. Al menos yo estaba convencido de que no.
¿Qué cosas debe a las mujeres de su vida?
–Muchísimo. El sentido del desafío y la apuesta alta. Y otras cosas que me callo por decoro.
¿Ellas le deben algo a usted?
–Nada.
¿Ha sufrido mucho por amor?
–La primera vez, mucho, después aprendí a tomarme las cosas con algo más de humor.
¿Y por odio?
–Aunque suene un poco pretencioso, nunca he odiado a nadie. Al menos estoy seguro de ser incapaz de un odio sostenido. Y si el odio no es sostenido, no es odio, ¿no?
¿Cómo enamoró a su esposa?
–Cocinándole arroz. En esa época yo era muy pobre y mi dieta era básicamente de arroz, así que lo aprendí a cocinar de muchas formas.
¿Cómo era el día que se hizo padre por primera vez?
–Era de noche, poco antes de las 12, yo estaba solo, y como no se podía fumar en el hospital me fumé un cigarrillo virtualmente encaramado en el artesonado de la cuarta planta. Menos mal que no me vio nadie desde la calle. Sólo la luna, habría dicho Amado Nervo. Cuando volví a entrar una enfermera me dijo que mi hijo ya había nacido. Era muy grande, casi calvo del todo, y con los ojos abiertos como preguntándose quién demonios era ese tipo que lo tenía en los brazos.
¿Lautaro será escritor?
–Yo sólo espero que sea feliz. Así que mejor que sea otra cosa. Piloto de avión, por ejemplo, o cirujano plástico, o editor.
¿Qué cosas reconoce en él como suyas?
–Por suerte se parece mucho más a su madre que a mí.
¿Le preocupan las listas de ventas de sus libros?
–En lo más mínimo.
¿Piensa alguna vez en sus lectores?
–Casi nunca.
¿Qué cosas de todas las que le han dicho sus lectores en torno de sus libros lo han conmovido?
–Me conmueven los lectores a secas, los que aún se atreven a leer el Diccionario filosófico de Voltaire, que es una de las obras más amenas y modernas que conozco. Me conmueven los jóvenes de hierro que leen a Cortázar y a Parra, tal como los leí yo y como intento seguir leyéndolos. Me conmueven los jóvenes que se duermen con un libro debajo de la cabeza. Un libro es la mejor almohada que existe.
¿Qué cosas lo han enojado?
–A estas alturas enojarse es perder el tiempo. Y, lamentablemente, a mi edad el tiempo cuenta.
¿Ha tenido miedo alguna vez de sus fans?
–He tenido miedo de los fans de Leopoldo María Panero, el cual, por otra parte, me parece uno de los tres mejores poetas vivos de España. En Pamplona, durante un ciclo organizado por Jesús Ferrero, Panero cerraba el ciclo y a medida que se aproximaba el día de su lectura la ciudad o el barrio donde estaba nuestro hotel se fue llenando de freaks que parecían recién escapados de un manicomio, que, por otra parte, es el mejor público al que puede aspirar cualquier poeta. El problema es que algunos no sólo parecían locos sino también asesinos y Ferrero y yo temimos que alguien, en algún momento, se levantara y dijera: yo maté a Leopoldo María Panero y después le descerrajara cuatro balazos en la cabeza al poeta, y ya de paso, uno a Ferrero y el otro a mí.
¿Qué siente cuando hay críticos como Darío Osses que considera que usted es el escritor latinoamericano con más futuro?
–Debe ser una broma. Yo soy el escritor latinoamericano con menos futuro. Eso sí, soy de los que tienen más pasado, que al cabo es lo único que cuenta.
¿Le despierta curiosidad el libro crítico que está preparando su compatriota Patricia Espinoza?
–Ninguna. Espinoza me parece una crítica muy buena, independientemente de cómo vaya a quedar yo en su libro, que supongo que no muy bien, pero el trabajo de Espinoza es necesario en Chile. De hecho, la necesidad de una, llamémosla así, nueva crítica, es algo que empieza a ser urgente en toda Latinoamérica.
¿Y el de la argentina Celina Mazoni?
–A Celina la conozco personalmente y la quiero mucho. A ella le dediqué uno de los cuentos de Putas asesinas.
¿Qué cosas lo aburren?
–El discurso vacío de la izquierda. El discurso vacío de la derecha ya lo doy por sentado.
¿Qué cosas lo divierten?
–Ver jugar a mi hija Alexandra. Desayunar en un bar al lado del mar y comerme un croissant leyendo el periódico. La literatura de Borges. La literatura de Bioy. La literatura de Bustos Domecq. Hacer el amor.
¿Escribe a mano?
–La poesía, sí. Lo demás, en una vieja computadora de 1993.
Cierre los ojos, ¿cuál de todos los paisajes de la Latinoamérica que usted recorrió le viene primero a la memoria?
–Los labios de Lisa en 1974. El camión de mi padre averiado en una carretera del desierto. El pabellón de tuberculosos de un hospital de Cauquenes y mi madre que nos dice a mi hermana y a mí que aguantemos la respiración. Una excursión al Popocatépetl con Lisa, Mara y Vera y alguien más que no recuerdo, aunque sí recuerdo los labios de Lisa, su sonrisa extraordinaria.
¿Cómo es el paraíso?
–Como Venecia, espero, un lugar lleno de italianas e italianos. Un sitio que se usa y se desgasta y que sabe que nada perdura, ni el paraíso, y que eso al fin y al cabo no importa.
¿Y el infierno?
–Como Ciudad Juárez, que es nuestra maldición y nuestro espejo, el espejo desasosegado de nuestras frustraciones y de nuestra infame interpretación de la libertad y de nuestros deseos.
¿Cuándo supo que estaba gravemente enfermo?
–En el ‘92.
¿Qué cosas de su carácter cambió la enfermedad?
–Ninguna. Supe que no era inmortal, lo cual, a los 38 años, ya iba siendo hora de que lo supiera.
¿Qué cosas desea hacer antes de morir?
–Ninguna en especial. Bueno, preferiría no morirme, claro. Pero tarde o temprano la distinguida dama llega, el problema es que a veces no es una dama ni mucho menos es distinguida, sino más bien, como dice Nicanor Parra en un poema, es una puta caliente, que es algo que hace dar diente con diente al más pintado.
¿Con quién le gustaría encontrarse en el más allá?
–No creo en el más allá. Si existiera, qué sorpresa. Me matricularía de inmediato en algún curso que estuviera dando Pascal.
¿Pensó alguna vez en suicidarse?
–Por supuesto. En alguna ocasión sobreviví precisamente porque sabía cómo suicidarme si las cosas empeoraban.
¿Creyó en algún momento que se estaba volviendo loco?
–Por supuesto, pero me salvó siempre el sentido del humor. Me contaba historias que me volvían loco de risa. O recordaba situaciones que hacían que me tirara al suelo a reírme.
La locura, la muerte y el amor, ¿de qué de estas tres cosas ha habido más en su vida?
–Espero de todo corazón que haya habido más amor.
¿Qué cosas lo hacen reír a mandíbula batiente?
–Las desgracias propias y ajenas.
¿Qué cosas lo hacen llorar?
–Lo mismo: las desgracias propias y ajenas.
¿Le gusta la música?
–Mucho.
¿Usted ve su obra como la suelen ver sus lectores y críticos: arriba de todo Los detectives salvajes y luego todo lo demás?
–La única novela de la que no me avergüenzo es Amberes, tal vez porque sigue siendo ininteligible. Las malas críticas que ha recibido son mis medallas ganadas en combate, no en escaramuzas con fuego simulado. El resto de mi “obra”, pues bueno, no está mal, son novelas entretenidas, el tiempo dirá si algo más. Por ahora me dan dinero, se traducen, me sirven para hacer amigos que son muy generosos y simpáticos, puedo vivir, y bastante bien, de la literatura, así que quejarse sería más bien gratuito y desagradecido. Pero la verdad es que no les concedo mucha importancia a mis libros. Estoy mucho más interesado en los libros de los demás.
¿No le sacaría algunas páginas a Los detectives salvajes?
–No. Para sacarle páginas tendría que releerlo y eso mi religión me lo prohíbe.
¿No le da miedo que alguien quiera hacer la versión cinematográfica de la novela?
–Ay, Mónica, yo les tengo miedo a otras cosas. Digamos: cosas más terroríficas, infinitamente más terroríficas.
¿“El ojo Silva” es un homenaje a Julio Cortázar?
–De ninguna manera.
Cuando terminó de escribir “El ojo Silva”, ¿no sintió que había escrito un cuento capaz de estar a la altura, por ejemplo, de “Casa tomada”?
–Cuando terminé de escribir “El ojo Silva” dejé de llorar o algo parecido. Qué más quisiera yo que se pareciera a uno de Cortázar, aunque “Casa tomada” no es uno de mis favoritos.
¿Cuáles son los cinco libros que marcaron su vida?
–Mis cinco libros en realidad son cinco mil. Menciono éstos sólo a manera de punta de lanza o embajada aviesa: El Quijote, de Cervantes. Moby Dick, de Melville. La Obra Completa, de Borges. Rayuela, de Cortázar. La conjura de los necios, de Kennedy Toole. Pero también debería citar: Nadja, de Breton. Las cartas de Jacques Vaché. Todo Ubú, de Jarry. La vida, instrucciones de uso, de Perec. El castillo y El proceso, de Kafka. Los aforismos de Lichtenberg. El Tractatus, de Wittgenstein. La invención de Morel, de Bioy Casares. El Satiricón, de Petronio. La Historia de Roma, de Tito Livio. Los Pensamientos, de Pascal.
¿Se lleva bien con su editor?
–Bastante bien. Herralde es una persona inteligente y a menudo encantadora. Tal vez a mí me convendría más que no fuera tan encantador. Lo cierto es que ya hace ocho años que lo conozco y, al menos de mi parte, el cariño no hace más que crecer, como dice un bolero. Aunque tal vez me convendría no quererlo tanto.
¿Qué dice de los que piensan que Los detectives salvajes es la gran novela mexicana de la contemporaneidad?
–Que lo dicen por lástima, me ven decaído o desmayándome en las plazas públicas y no se les ocurre nada mejor que una mentira piadosa, que por lo demás es lo más indicado en estos casos y ni siquiera es pecado venial.
¿Es cierto que fue Juan Villoro el que le convenció para que no titulara Tormentas de mierda a su novela Nocturno de Chile?
–Entre Villoro y Herralde.
¿De quién más escucha consejos alrededor de su obra?
–Yo no escucho consejos de nadie, ni siquiera de mi médico. Yo doy consejos a diestra y siniestra, pero no escucho ninguno.
¿Cómo es Blanes?
–Un pueblo bonito. O una ciudad pequeñita, de treinta mil habitantes, bastante bonita. Fue fundada hace dos mil años, por los romanos, y luego pasaron por aquí gente de todos los lugares. No es un balneario de ricos sino de proletarios. Obreros del norte o del este. Algunos se quedan a vivir para siempre. La bahía es bellísima.
¿Extraña algo de su vida en México?
–Mi juventud y las caminatas interminables con Mario Santiago.
¿A qué escritor mexicano admira profundamente?
–A muchos. De mi generación admiro a Sada, cuyo proyecto de escritura me parece el más arriesgado, a Villoro, a Carmen Boullosa, entre los más jóvenes me interesa mucho lo que hacen Alvaro Enrigue y Mauricio Montiel, o Volpi e Ignacio Padilla. Sigo leyendo a Sergio Pitol, que cada día escribe mejor. Y a Carlos Monsiváis, el cual, según me contó Villoro, motejó como Pol Pit a Taibo 2 o 3 (o 4), lo que me parece un hallazgo poético. Pol Pit, ¿es perfecto, no? Monsiváis sigue con las uñas aceradas. También me gusta mucho lo que hace Sergio González Rodríguez.
¿El mundo tiene remedio?
–El mundo está vivo y nada vivo tiene remedio y ésa es nuestra suerte.
¿Usted tiene esperanzas, en qué, en quiénes?
–Mi querida Maristain, vuelve usted a empujarme a los potreros de la cursilería, que son mis potreros natales. Yo tengo esperanza en los niños. En los niños y en los guerreros. En los niños que follan como niños y en los guerreros que combaten como valientes. ¿Por qué? Me remito a la lápida de Borges, como diría el ínclito Gervasio Montenegro, de la Academia (como Pérez Reverte, fíjese usted) y no hablemos más de este asunto.
¿Qué sentimientos le despierta la palabra póstumo?
–Suena a nombre de gladiador romano. Un gladiador invicto. O al menos eso quiere creer el pobre Póstumo para darse valor.
¿Qué opina de quienes opinan que usted ganará el Premio Nobel?
–Estoy seguro, querida Maristain, de que no lo ganaré, como también estoy seguro de que algún atorrante de mi generación sí que lo ganará y ni siquiera me mencionará de pasada en su discurso de Estocolmo.
¿Cuándo ha sido más feliz?
–Yo he sido feliz casi todos los días de mi vida, al menos durante un ratito, incluso en las circunstancias más adversas.
¿Qué le hubiera gustado ser si no hubiera sido escritor?
–Me hubiera gustado ser detective de homicidios, mucho más que ser escritor. De eso estoy absolutamente seguro. Un tira de homicidios, alguien que puede volver solo, de noche, a la escena del crimen, y no asustarse de los fantasmas. Tal vez entonces sí que me hubiera vuelto loco, pero eso, siendo policía, se soluciona con un tiro en la boca.
¿Confiesa que ha vivido?
–Bueno, sigo vivo, sigo leyendo, sigo escribiendo y viendo películas, y como les dijo Arturo Prat a los suicidas de la Esmeralda, mientras yo viva, esta bandera no se arriará.


domingo, 14 de julio de 2013

Últimos días en el Puesto del Este, por Cristina Fallarás

Editorial Salto de página. 100 páginas. 1ª edición de 2011; esta de 2013.

Recuerdo haber leído alguna crítica positiva en internet de esta novela de Cristina Fallarás (Zaragoza, 1968) cuando ganó el Premio Internacional de Novela Corta Ciudad de Barbastro en 2011 y la editó la hoy desaparecida editorial DVD. Este año la ha reeditado Salto de Página, y la verdad es que su portada ha mejorado bastante frente a aquella de DVD en negro, con el título en rojo y con las primeras frases del libro reproducidas en blanco. Con su reedición, Últimos días en el Puesto del Este ha conseguido nuevos lectores y una mayor vitalidad en internet, recibiendo críticas positivas en algunos de los blogs literarios que sigo.

Ya he comentado en el blog que me interesa el trabajo de la editorial Salto de Página. Su apuesta –cercana a la de Valdemar, pero más ramificada– por dignificar la literatura de género me parece destacable dentro del panorama editorial español. Si comparamos, por ejemplo, la tradición literaria española con la argentina durante el siglo XX podremos darnos cuenta de que la literatura en España ha tenido siempre una tendencia al realismo y a la solemnidad que excluye a la literatura de género, que se ha visto normalmente como una literatura de segunda fila: literatura fantástica, de terror, de ciencia-ficción... (quizás la policiaca ha sido la única literatura de género con una presencia destacable en la literatura española del siglo XX, o de finales del siglo XX); en cambio en Argentina la literatura fantástica, de terror o de ciencia-ficción ha sido más leída y respetada que aquí. Esto ha hecho que la literatura argentina, desde mi punto de vista, haya tenido más influencias enriquecedoras que la española y haya conseguido abrir más caminos narrativos dentro del mundo hispano.

Durante la pasada Feria del Libro de Madrid me paseé varios días por allí para curiosear libros y para apoyar a más de una de las editoriales que me gustan. Un sábado me acerqué a la caseta de Salto de Página para saludar a su editor, Pablo Mazo, y para que Cristina Fallarás me firmara su novela. Me pareció una mujer muy espontánea y simpática.

Últimos días en el Puesto del Este pertenece al subgénero, dentro de la ciencia-ficción, llamado apocalíptico. Aunque esto podría ser discutido, ya que, según el crítico británico David Pringle, para hablar de ciencia-ficción no basta con que la historia se sitúe en el futuro, sino que además debemos encontrarnos en ella de forma explícita con algún avance tecnológico, lo que no se da en este caso; así que voy a ser purista y voy a designar a este libro como novela de anticipación apocalíptica.

La acción de la novela se sitúa en 2014, en un futuro muy cercano al momento en que fue escrita (se publicó por primera vez en 2011). Algo indeterminado ha ocurrido en el mundo, algo que podría tener un trasfondo realista o fantástico, y que actúa como una alegoría de la presente situación de crisis en Europa. La novela se mueve en todo momento en el terreno de la sugerencia.
Estas son algunas de las escasas pistas que recibe el lector para saber qué ha ocurrido en ese cercano y aterrador futuro de 2014:
En la página 29 se apunta: “Todo había sucedido demasiado rápido (...). Los bárbaros estaban a las puertas, los bárbaros organizados, obedientes, sumisos como un ejército de dios, porque eso es lo que realmente eran, un ejército de dios, mas otro ejército de dios, mas otro y otro”.
En la página 30: “Los bárbaros se adelantaron, eran los emboscados. Vosotros erais los listos, pero ellos eran más”.
Página 32: “Se encarnizaron desde el principio con Europa, era de esperar. O no. Yo qué sé, si en realidad nada era de esperar, todo sucedió inesperadamente. Se encarnizaron con el occidente europeo. Supe que algunas ciudades norteamericanas y sudamericanas también ardían. ¿Qué pasó después?”.

La narradora de la novela –la Rubia, la Polaca– no sabe qué ocurrió después porque desde hace meses se encuentra en el Puesto del Este, la antigua casa de unos amigos a orillas del Mediterráneo, en la costa catalana. Los bárbaros están fuera; podrían asaltar la casa, pero no lo hacen, simplemente esperan a que los sitiados mueran de inanición. El capitán (personaje que se identifica con José, el marido de la Rubia antes del fin) ha salido para ver si consigue algo de comer. La Polaca comparte el Puesto del Este con un grupo de personas: “Quienes se encontraban aquí, quedaron dentro por azar. De nuevo, el azar. Algunos estaban de visita, otros venían por ver si había llegado ya algún arma, también estaban los pululantes y los refugiados. En total, sin contarnos al capitán, a León, a la pequeña y a mí, son trece hombres, catorce mujeres, cinco niñas, tres niños y un joven de nombre Daniel” (pág. 60). León y la pequeña son los hijos del capitán y la Polaca.
Sin el capitán la situación parece hacerse cada vez más insostenible y la Polaca empieza a ser acosada por las otras mujeres del Puesto del Este.

La Polaca, para preservar lo que le queda de humano, rememora su amor por Ernesto, antiguo compañero clandestino de su marido José. La novela se mueve en dos planos: en primer término está la Polaca con sus dos hijos, esperando la vuelta del capitán a Puesto del Este, mientras que la convivencia con las otras personas del Puesto empeora y desde fuera llegan los sonidos de los bárbaros; y en un segundo plano están los recuerdo de la Polaca, que trata de revivir los momentos que pasó con Ernesto. Igual que lo que ha ocurrido para llevar a la situación propuesta en el primer plano, que se sugiere más que se explica, en los recuerdos de la vida anterior tampoco se acaba de explicar qué está ocurriendo: un grupo de personas –de las que parecen formar parte José, Ernesto o la Polaca– están conspirando contra el estado del mundo, no está claro si planean alguna acción terrorista, cuando los acontecimientos se precipitan y los bárbaros se adueñan de la situación.

En la página 88 descubrimos que lo leído son unas “notas que no tienen más destinatario que yo misma”; en todo caso, la primera persona de la Polaca ha tenido durante la novela un receptor imaginario: Ernesto, en quien ella ha decidido encarnar el amor o, lo que es lo mismo, lo humano.

El lenguaje de la novela es vigoroso; un lenguaje lírico, rico y en algunos puntos alucinado; y esto, junto con la fuerza del mundo propuesto, crea unas imágines poderosas, que constituyen el mayor logro de la novela, pero que no acaban de ocultar su principal debilidad: la falta de desarrollo novelístico. Es decir, el escenario dibujado es potente y en él creo que Fallarás debería haber hecho que sus personajes tuvieran más desarrollo, más movimiento por el mundo. Inevitablemente, estoy comparando Últimos días en el Puesto del Este con otras novelas apocalípticas que ha editado Salto de Página, ambas de autores argentinos: Plop de Rafael Pinedo y El año del desierto de Pedro Mairal. En estas dos obras el lenguaje es más seco, pero las historias propuestas tienen una capacidad mayor para avanzar en el tiempo y en el escenario creado.

Quizás le estoy pidiendo a la novela de Fallarás que sea el libro que no es, pues su propia limitación de páginas, su propia condición de “novela corta” hacen que el desarrollo anecdótico sea más limitado. No quiero decir con esto que Últimos días en el Puesto del Este no me haya gustado; lo ha hecho porque el tema de las novelas de anticipación apocalíptica me parece muy atractivo y está bien escrita, pero si hablo de ella en términos comparativos, he de apuntar que Plop y El año del desierto me gustaron más. También debería señalar que Plop de Pinedo y El año del desierto de Mairal son dos de las novelas, dentro de la narrativa contemporánea, que más me han impactado en los últimos años, y que es de agradecer (dentro de un panorama que casi siempre aboga por el realismo) una aportación española al sugerente género de la anticipación apocalíptica.

jueves, 11 de julio de 2013

El último triple de Larry Bird, poema de El bar de Lee



Ya he comentado que El bar de Lee está formado por dos poemarios: Móstoles era una fiesta, de 1998, y El Calvo del Sonora, de 2008. Para este segundo poemario barajé otro nombre: El último triple de Larry Bird, que se corresponde con el título de su primer poema. Al final me decidí por El Calvo del Sonora, porque este último libro lo sentía unido a aquel de 1998, y El Calvo del Sonora tenía un sabor local de anécdota mostoleña que me gustaba.

La historia contada en El último triple de Larry Bird no conduzce (espero) a pensar en mi pura autocomplaciencia ante lo que escribo, más bien obedece a esa sensación de que has escrito –por fin- algo parecido a lo que has deseado escribir (o al menos se encuentra lo suficientemente cerca) y después de los años sigues pensando que ese algo que has escrito es para ti importante (contiene una clave personal), pero en realidad no le importa a nadie. 
Por supuesto, esto también guarda relación con la frustración que representa intentar publicar tus libros y que no le interesen a ninguna editorial, uno de los pivotes sobre los que se sostiene el discurso de El Calvo del Sonora.

En El último triple de Larry Bird describo el recuerdo de unas imágenes televisivas; como la tecnología lo permite, dejo debajo del poema el video de Youtube donde aparecen las imágenes de las que hablo.



EL ÚLTIMO TRIPLE DE LARRY BIRD

Pasa el tiempo y la imagen perdura:

NBA, concurso de triples, años 80.
Larry Bird, el Imbatido, ha fallado
algunos lanzamientos, necesita
la doble puntuación del último
para ganar, para revalidar su título,
para seguir siendo él mismo.
Faltan tres segundos. El tiro sale.
Y según abandona el balón
sus manos, Larry Bird alza el brazo
y el índice. Sabe que va a entrar,
sabe que es de nuevo el campeón.
El estadio guarda un silencio
clamoroso mientras el balón recorre
su certero arco de Robin Hood,
y un instante después estalla.

Sigue siendo mi imagen adolescente
de la seguridad propia, el sueño
de cualquier patoso: la adquisición
de una identidad neta, inamovible.
Siempre quise vivir un instante
como el de aquel último triple de Larry Bird.

Hoy, que han pasado los certeros
arcos de los años, a veces creo
haberlo conseguido, yo también encesté
mis últimos triples de Larry Bird.
Lo he sentido en el palpitar de los dedos
sobre la dura cancha del folio en blanco,

pero ha sido sin cámaras, sin focos,
en el silencio de un estadio vacío.






domingo, 7 de julio de 2013

Casa Desolada, por Charles Dickens

Editorial Valdemar. 1.087 páginas. 1ª edición de 1853; esta de 2012.
Prólogo, traducción y notas de José Rafael Hernández Arias.

Durante diciembre de 2012 estuve leyendo David Copperfield porque al comenzar el año me había propuesto leer más libros clásicos y extensos. Mi novia debió percatarse de mi entusiasmo y para la fiesta de Reyes de 2013 me regaló esta otra obra de Charles Dickens (PortsmouthInglaterra1812 - Gads Hill Place1870), Casa desolada, editada por Valdemar en su sección de Clásicos. La verdad es que no conocía el título, pero la contraportada y la introducción a cargo del traductor, José Rafael Hernández Arias, invitan a leerlo. En el prólogo descubrimos que esta obra quizás es menos popular que otras del autor por la escasez de adaptaciones cinematográficas de las que ha sido objeto (lo que habla a favor de la complejidad de sus tramas y subtramas), y que pertenece a la época de mayor esplendor creativo de Dickens. Para G. K. Chesterton Casa desolada constituye “el punto más alto de la madurez intelectual de Dickens”. Geoffrey Tillotson ha designado a Casa desolada como la mejor pieza literaria del siglo XIX en Inglaterra y Harold Bloom la considera la mejor obra de Dickens.
En las páginas 20-21 del prólogo nos encontramos otro párrafo que contiene palabras mayores: “Sobre la novela gravitan insistentemente los motivos de la polución (la contaminación y lo infeccioso), el gobierno (corrupción) y el derecho (sistema anónimo de opresión). En cierto sentido, el protagonista de la novela, y aquí nos encontramos con una pasmosa innovación, no es un personaje, sino un ‘sistema’ que se refugia en el anonimato del poder y ante el cual el individuo se hunde en la frustración y en la impotencia. Estos son temas que atraerán a Dostoyevski, Kafka y Orwell, los tres lectores empedernidos de Dickens, cuyas novelas Crimen y castigo, El proceso o 1984 tanto deben a Casa desolada”.

Cuando leí las 1.022 páginas de David Copperfield lo hice en la edición de bolsillo de Alba, y el libro, aunque grueso, resultaba manejable, no pesaba mucho y se abría con facilidad; las 1.087 páginas de Casa desolada, en la edición en cartoné y papel de alta calidad de Valdemar, quizás constituyan un volumen excesivo. Lo coloqué en la báscula del baño: 1,7 kilos de libro. Se me doblaban los dedos si lo leía de pie en el metro o en autobús y tenía que usar una mano para agarrarme a una barra; en realidad no se puede leer sosteniéndolo con una mano; incluso para las dos resulta desmesurado. Quizás Valdemar debería plantearse publicar libros como este en dos volúmenes. “¿Y para qué te crees que existe el e-book?”, me han llegado a decir los que no leen.

Dickens emplea para escribir Casa desolada dos voces narrativas: una es la de Esther Summerson, una joven huérfana sobre la que parece recaer la misión de defender los valores victorianos; que será acogida en Casa Desolada por el que pasará a ser su tutor, Mr. Jarndyce, y vivirá allí en compañía de dos primos de su edad, Ada y Richard; la segunda voz narrativa es la de un narrador omnisciente, que parece asemejarse a la voz del propio Dickens. Los capítulos en los que habla Esther y los que están escritos en tercera persona se suceden sin un aparente orden lógico; a veces (lo digo de memoria) podía leer 50 páginas de la novela relatadas por Esther, y 50 páginas de la voz del narrador, y a veces eran 10 y 10; y a veces no había una proporción; es decir, podían ser 30 páginas de un narrador y 10 del otro.
Los cuatro personajes principales de la novela, Esther, Mr. Jarndyce, Ada y Richard, se encuentran atrapados en un proceso judicial llamado Jarndyce v. Jarndyce, que en la cancillería de Londres se discute desde hace décadas, sin que parezca más cercano a resolverse en el momento que empieza la novela que dos décadas antes.
Al hablar sobre David Copperfield hace unos meses apunté que una de las lecturas que hice de ese libro fue la búsqueda de la influencia de Dickens sobre la obra de Kafka, y que me pareció encontrar algunas conexiones entre la forma de analizar el mundo de los adultos del Copperfield niño y las interpretaciones que hacía el protagonista de Amerika (o El desaparecido) del mundo de los norteamericanos. Pero ahora, tras leer Casa desolada, sé que la influencia de Dickens sobre la obra de Kafka es abrumadora. Como se recoge en el prólogo de Casa desolada, Kafka llegó a escribir en una entrada de su diario (8 de octubre de 1917) que él se consideraba a sí mismo un epígono de Dickens.
Podría afirmar incluso que no existiría una novela como El proceso si Kafka no hubiera leído Casa desolada.
Podemos leer en Casa desolada párrafos como los siguientes: “En una tarde como esa, algunos miembros del cuerpo de abogados de la Corte Suprema de la Cancillería deberían estar –como, en efecto, así lo están ahora– enfrascados en una de las diez mil fases de una causa infinita, desmintiéndose unos a otros con precedentes escurridizos” (págs. 36-37).
“Jarndyce vs. Jarndyce continúa arrastrándose. Este espantapájaros de litigio se ha complicado tanto con el paso del tiempo que ningún hombre vivo sabe de qué trata” (págs. 38-39).
“En este deplorable proceso, todo lo que todo el mundo ya sabe, excepto un hombre, se remite a ese único hombre que no lo sabe, para averiguarlo” (pág. 147).

También las vidas absurdas de algunos de los personajes que aparecen en Casa desolada pueden interpretarse desde un punto de vista puramente kafkiano; aunque también es cierto que el absurdo dickensiano busca lo pintoresco de los personajes, y transcurre bajo la perspectiva de una entrañable ironía, mientras que el absurdo kafkiano reviste a sus personajes de pura angustia.
La desesperación de alguno de los personajes de Casa desolada también nos hace pensar en los personajes desesperados de Dostoyevski.

La voz narrativa de Esther, una chica dulce y siempre con buenas intenciones, nos hablará del drama en que se van a ver inmersos Mr. Jarndyce, Ada y Richard; pues este último, un joven entusiasta, caerá en las garras absurdas del proceso que pende sobre su apellido (Ada y Richard también son, de forma remota, Jarndyce) y, al no encontrar motivación para dedicarse a nada más en la vida, dirigirá todos sus esfuerzos a intentar conseguir un fin positivo de la causa Jarndyce vs. Jarndyce, que según sus cálculos podría hacerle rico.
La voz narrativa omnisciente, que parece semejarse a la de Dickens, relata las peripecias de un gran número de personajes: abogados, jueces, soldados, mendigos, nobles, burgueses… y su visión de lo contado será menos amable que la de Esther. La voz omnisciente hará uso de la sátira, la ironía e incluso el sarcasmo para retratar a una nobleza decadente y aburrida; y arremeterá contra las lacras de una beneficencia mal entendida, con mujeres que desatienden a sus propios hijos para dedicarse a labores más elevadas, como la organización de las colonias africanas.

La mirada de Dickens alza ante nosotros un Londres brumoso, caótico y lleno de contrastes; con él visitaremos las espléndidas casas de los ricos y también las callejuelas infestas de los pobres, que es mejor evitar porque las plagas han diezmado a sus habitantes. «El humo es la hiedra de Londres», escribe el narrador omnisciente en la página 183, elevando ante nuestros ojos la esencia del mundo dickensiano.

Casa desolada es una novela romántica, ya que describe la búsqueda del amor por parte de Esther, y en este sentido es profundamente victoriana; pero también profundamente moderna, pues –como he citado del prólogo– el “sistema” parece ser uno de los protagonistas del libro; y también es una historia de detectives, pues en ella se comente un crimen.
Si no recuerdo mal un dato que leí en el prólogo de La piedra lunar de Wilkie Collins, novela de 1868, el sargento Cuff que aparece en ella (un antecedente claro de Sherlock Holmes) era el primer detective literario británico; pero el caso es que Casa desolada se publica en 1853 y en ella también hay un detective, Mr. Bucket, que es quince años anterior al sargento Cuff (en algún momento tendré que leer algún estudio sobre la historia de los detectives literarios).
Novela romántica, novela de detectives, novela de crítica social… y, por supuesto, no debemos olvidar el toque folletinesco de la obra de Dickens, pues también tenemos aquí una intriga en torno a los padres biológicos de Esther.

He estado con Casa desolada más de cinco semanas y, durante la segunda (a principios de junio), sufrí un severo ataque de alergia al polen que me hacía tener la cabeza un tanto ida; el cansancio que provocan los antihistamínicos tampoco es muy agradable ni benefactor; además, la tercera semana de lectura coincidió con el viaje de fin de curso que hago con los alumnos del colegio donde trabajo a Mallorca; y leer en la playa, buscando la sombra, tras haber dormido unas escasas horas, tampoco constituía las condiciones óptimas de lectura. Todo esto ha contribuido a que me perdiera algo de las abundantes subtramas de esta novela, donde Dickens perfila a 57 personajes (como leo en el prólogo), y que no la haya disfrutado como se merecía. Creo que la sensación que se le queda a uno de haber olvidado detalles de una obra leída pasados unos meses la he tenido con Casa desolada antes de acabarla.
Al final sé que voy a tener un recuerdo más grato y profundo de David Copperfield que de Casa desolada, aunque también he descubierto que Casa desolada es un libro inmenso que abrió muchas de las vías por donde ha circulado la gran literatura posterior, e invitaría a leerla con calma y si me apuran realizando unos apuntes sobre el orden de aparición de los personajes, para disfrutar de ella como se merece.

Seguiré leyendo al gran Charles Dickens.

jueves, 4 de julio de 2013

Jorge Teillier, unos poemas

Vuelvo con los  homenajes poéticos de media semana.
Esta semana quiero hablar de Jorge Teillier (Lautaro, Chile, 1935 – Viña del Mar, 1996).

La primera vez que me encontré con su nombre fue al leer en el verano de 1999 Estrella distante de Roberto Bolaño. Al principio, cuando casi no conocía la literatura de Bolaño –Estrella distante fue el primer libro que leí de él-, pensaba que la mayoría de los nombres de poetas que citaba eran inventados, imaginaba que su juego borgiano consistía en crear a un ejército de escritores y poetas inventados. En realidad, no iba muy desencaminado, pero entre esas creaciones ficticias Bolaño también hacía sus particulares homenajes a los poetas que admiraba.
Algún tiempo después descubrí para mi grata sorpresa que Jorge Teillier era un poeta real, y no sólo eso sino que con el tiempo se acabó convirtiendo en uno de mis poetas favoritos; uno de esos poetas de lo que de vez en cuando saco sus libros de la estantería y me emociono leyendo algunos de sus versos.

Tengo dos libros de Teillier, dos antologías. La primera, titulada El árbol de la memoria, la editó en España Huerga y Fierro, a cargo del profesor universitario y también poeta Niall Binns, y la leí en 2005, y la segunda está editada en Chile por el Fondo de Cultura Económica, se titula Los dominios perdidos, la compré en una caseta de literatura hispanoamericana en la feria del libro de Madrid, y la leí en el verano de 2008. Me gusta más esta segunda porque es más extensa.
Es extraño que en España ninguna editorial haya puesta en circulación la obra completa de Jorge Teillier; aunque a veces parece mejor así, que tus escritores o poetas favoritos sean casi secretos.

Teillier nace en el pueblo chileno de Lautaro, pero emigra a Santiago de Chile, donde trabaja. Su poesía suele ser una vuelta a Lautaro, a la libertad del niño en contacto con la naturaleza; y más tarde, con el paso del tiempo, la vuelta física a Lautaro ya no será suficiente para el poeta, porque Lautaro ha cambiado, y su poesía se vuelve más melancólica y nostálgica.

Poeta autobiográfico y nostálgico; de poesía muy honda y bella, a pesar de su aparente transparencia y sencillez.




Dejo aquí unos poemas:


  CUANDO TODOS SE VAYAN

   Cuando todos se vayan a otros planetas
   yo quedaré en la ciudad abandonada
   bebiendo un último vaso de cerveza,
   y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
   como el borracho a la taberna
   y el niño a cabalgar
   en el balancín roto.

    Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
    sino echarme luciérnagas a los bolsillos
    o caminar a orillas de rieles oxidados
    o sentarme en el roído mostrador de un almacén
    para hablar con antiguos compañeros de escuela.

    Como una araña que recorre
    los mismos hilos de su red
    caminaré sin prisa por las calles
    invadidas de malezas
    mirando los palomares
    que se vienen abajo,
    hasta llegar a mi casa
    donde me encerraré a escuchar
    discos de un cantante de 1930
    sin cuidarme jamás de mirar
   los caminos infinitos
   trazados por los cohetes en el espacio.



CRÓNICA DEL FORASTERO (XXIII)

Para qué me preguntas. Todos moriremos.
Eso no me ayuda. No, realmente no.

                               Gunnard Ekelof


Lo que importa
es estar vivo
y entrar a la casa
en el desolado mediodía de la vida.

El río pasa recogiendo la calle polvorienta.
Los satélites artificiales pueden rodear la tierra,
pero nada saben de ellos los bueyes enyugados a las carretas.
Es el mismo de otro siglo el gesto del campesino al descargar un saco de trigo,
el polvillo de la molienda danza en el sol sin memoria,
escuchamos el trote de los ratones entre los sacos dormidos en la bodega,
y el oculto resplandor de las cosas
tiene un secreto revelado por los aromos.

Escucho el pitazo del tren
cortando en dos al pueblo.
El pueblo donde pedí tres deseos al comer las primeras cerezas,
donde me regalaron una lámpara humilde que no he vuelto a hallar,
el pueblo que tenía unos pocos miles de habitantes cuando nací,
y fue fundado como un Fuerte
para defenderse de los mapuches
(todo eso era nuestro Far West).
El pueblo donde aún humean mantas junto a cocinas a leña
y el invierno es la travesía de un tempestuoso océano.

Si me pidieran recordar
algo más allá de las calles donde di los primeros pasos
no sabría mucho que decir.
Creo que he estado en otros países
he visto día a día en las ciudades vehículos iluminados como trasatlánticos
llevar rostros fatigados de un matadero a otro.

“La vida es un pretexto para escribir dos o tres versos
cantantes y luminosos”, escribió un poeta,
pero tal vez yo no sea de verdad un poeta.

Me amo a mí mismo tanto como a mi prójimo
pero estoy dispuesto a desaparecer junto a todo mi prójimo.
Puedo rezar sin creer en dios,
a las noticias del día
suelo preferir leer memorias de oscuros personajes de otras épocas
o contemplar los gorriones picoteando maravillas.

De nuevo alguien ve derrochar
los yuyos su oro al viento.
Alguien va a temer cada mañana que el sol no regrese,
alguien tal vez aprenderá a leer en diarios que anuncian nuevas guerras,
alguien en la noche
va a tomar un carbón encendido para trazar círculos de fuego
que lo protegen de todo mal.

Quedaré solo en un bosque de pinos.

De pronto veré alzarse los muros al canto de los gallos.
Podré pronunciar mi verdadero nombre.
Las puertas del bosque se abrirán,
mi espacio será el mismo que el de las aves inmortales
que entran y salen de él,
y los hermanos desconocidos sabrán que ya pueden reemplazarme.

Debo enfrentar de nuevo al río.
Busco una moneda.
El río ha cambiado de color.
Veo sin temor
la canoa negra esperando en la orilla.



BAJO EL CIELO NACIDO TRAS LA LLUVIA

Bajo el cielo nacido tras la lluvia
escucho un leve deslizarse de remos en el agua,
mientras pienso que la felicidad
no es sino un leve deslizarse de remos en el agua.
O quizás no sea sino la luz de un pequeño barco,
esa luz que aparece y desaparece
en el oscuro oleaje de los años
lentos como una cena tras un entierro.

O la luz de una casa hallada tras la colina
cuando ya creíamos que no quedaba sino andar y andar.

O el espacio del silencio
entre mi voz y la voz de alguien
revelándome el verdadero nombre de las cosas
con sólo nombrarlas: «álamos», «tejados».
La distancia entre el tintineo del cencerro
en el cuello de la oveja al amanecer
y el ruido de una puerta cerrándose tras una fiesta.
El espacio entre el grito del ave herida en el pantano,
y las alas plegadas de una mariposa
sólo la cumbre de la loma barrida por el viento.

Eso fue la felicidad:
dibujar en la escarcha figuras sin sentido
sabiendo que no durarían nada,
cortar una rama de pino
para escribir un instante nuestro nombre en la tierra húmeda,
atrapar una plumilla de cardo
para detener la huída de toda una estación.

Así era la felicidad:
breve como el sueño del aromo derribado,
o el baile de la solterona loca frente al espejo roto.

Pero no importa que los días felices sean breves
como el viaje de la estrella desprendida del cielo,
pues siempre podemos reunir sus recuerdos,
así como el niño castigado en el patio
entrega guijarros para formar brillantes ejércitos.
Pues siempre podemos estar en un día que no hay ayer ni mañana,
mirando el cielo nacido tras la lluvia
y escuchando a lo lejos
un leve deslizarse de remos en el agua.


ANDENES

Te gusta llegar a la estación
cuando el reloj de pared tictaquea
tictaquea en la oficina del jefe-estación.
Cuando la tarde cierra sus párpados
de viajera fatigada
y los rieles ya se pierden
bajo el hollín de la oscuridad.

Te gusta quedarte en la estación desierta
cuando no puedes abolir la memoria,
como las nubes de vapor
los contornos de las locomotoras,
y te gusta ver pasar el viento
que silba como un vagabundo
aburrido de caminar sobre los rieles.

Tictaqueo del reloj. Ves de nuevo
los pueblos cuyos nombres nunca aprendiste,
el pueblo donde querías llegar
como el niño el día de su cumpleaños
y los viajes de vuelta de vacaciones
cuando eras —para los parientes que te esperaban—
sólo un alumno fracasado con olor a cerveza.

Tictaqueo del reloj. El jefe-estación
juega un solitario. El reloj sigue diciendo
que la noche es el único tren
que puede llegar a este pueblo,
y a ti te gusta estar inmóvil escuchándolo
mientras el hollín de la oscuridad
hace desaparecer los durmientes de la vía.



UN HOMBRE SOLO EN UNA CASA SOLA

Un hombre solo en una casa sola
no tiene deseos de encender el fuego
no tiene deseos de dormir o estar despierto
un hombre solo en un casa enferma.

No tiene deseos de encender el fuego
y no quiere oír más la palabra Futuro
el vaso de vino se ha marchitado como un magnolio
y a él no le importa estar dormido o despierto.

La escarcha ha empañado las ventanas
pero a él sólo le importa mirar la apagada chimenea
sólo le gustaría tener una copa que le contara a una vieja historia
a ese hombre solo en una casa sola.

Una historia como las que oía en su casa natal
historias que no recuerda como no recuerda que aún está vivo
ve sólo una copa vacía y una magnolia marchita

un hombre solo en una casa enferma.