domingo, 25 de agosto de 2019

The Buenos Aires affair, por Manuel Puig


The Buenos Aires affair, de Manuel Puig.

Editorial Seix Barral. 222 páginas. 1ª edición de 1973, esta de 1977.

Tras considerar que mi plan de leer seguidas las ocho novelas de Manuel Puig (General Villegas, Argentina, 1932-Cuernavaca México, 1990) podía resultar excesivo, las he estado alternando con otros libros. Aun así, mantengo el orden cronológico: después de leer La traición de Rita Hayworth (1968) y Boquitas pintadas (1969), me he acercado a la tercera novela de Puig, publicada en la editorial Sudamericana en 1973. The Buenos Aires affair fue censurada en Argentina y llevó a Puig al exilio en México. La dictadura de Juan C. Onganía acusó a Puig de antiperonista y de escribir «obscenidades inadmisibles».
Cuando decidí seriamente leer a Puig tenía seis de sus ocho novelas. Consideré que lo más sensato sería hacerme primero con todas. Así que The Buenos Aires affair ha sido una de mis últimas adquisiciones. La compré por Iberlibro a una librería de segunda mano de Sevilla.

The Buenos Aires affair se abre con un recurso puramente Puig: cada capítulo empieza reproduciendo el diálogo de una película del Hollywood dorado, protagonizada por alguna de aquellas actrices glamurosas que Puig tanto admiraba, Greta Garbo, Joan Crawford, Marlene Dietrich...

En esta tercera novela ya no aparece Coronel Vallejos, un trasunto del General Villegas natal de Puig, donde transcurre casi toda la acción de La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas. La acción de The Buenos Aires affair se reparte entre el pueblo costero de Playa Blanca, Buenos Aires, California y Nueva York.

En el primer capítulo, situado en «Playa Blanca, 21 de mayo de 1969», Clara, declamadora y poeta, descubre que durante la noche ha desaparecido su hija de treinta y cinco años Gladys, a la que cuidaba en una casa prestada de Playa Blanca para que se recuperase de sus problemas de nervios y angustias, un estado vital al que había llegado durante su estancia en Estados Unidos.
Al título The Buenos Aires affair le acompaña, en las páginas interiores, la apostilla Novela policial. La trama de Boquitas pintadas ya era ligeramente policial, quizás de un modo irónico y transversal, y lo mismo ocurre con The Buenos Aires affair. Es cierto que en las dos novelas nos encontramos con atestados policiales y algún muerto, pero desde luego no con una novela policial al uso. Hay crímenes, pero no investigadores; hay policías, pero aparecen de forma tangente en The Buenos Aires affair, como ya ocurría en Boquitas pintadas.

The Buenos Aires affair comienza con un misterio: Gladys, tal vez una figura del arte plástico, ha desaparecido en una casa de la playa y alguien, tras dormirla con cloroformo, tal vez la ha maniatado en un departamento de Buenos Aires.
A partir de aquí, Puig nos contará el pasado de los dos personajes principales: primero el de Gladys y luego el de Leo, que acabarán encontrándose para mantener un torturado idilio.
Puig nos cuenta el pasado primero de Gladys y después de Leo desde su nacimiento. En este sentido, si quitamos el detalle de abrir los capítulos con los diálogos de las divas del cine, me ha parecido que la narrativa de Puig era más tradicional en esta tercera novela que en las dos anteriores. Ahora es Puig quien cuenta sin ceder la voz narrativa a sus personajes mediante flujos de conciencia, cartas, diálogos… ¿Y cómo es la voz narrativa de Puig? Me ha parecido muy contenida, como si estuviera describiendo escenas cinematográficas, en cuya composición cobra la misma importancia cómo está decorada una habitación o el hecho de que sobre la cama se encuentre una mujer maniatada. Puig es explícito con el sexo y la violencia, a menudo entrelazados con lo grotesco, algo que escandalizará a parte de la sociedad argentina de la época y que, como ya he apuntado al principio, hizo que este libro fuese censurado y que (supuestamente) la policía política llamara a casa de sus padres para invitarle a abandonar el país.
El tratamiento explícito del sexo, la violencia y lo grotesco me ha hecho pensar, por ejemplo, en la novela El cojo y el loco de Jaime Bayly. Descubro ahora que un escritor como Bayly ha tenido que leer con fruición la obra de Puig, tan original, y ha aprendido de él más de uno de los recursos narrativos que usa.

En el capítulo V, Puig deja la narración en tercera persona para volver a emplear recursos ya probados en Boquitas pintadas. La escena descrita aquí transcurre en la oficina de un departamento de policía y se transcriben las respuestas que da un policía a una mujer que quiere denunciar un supuesto crimen. La voz de la mujer (igual que ya ocurría en algún diálogo de las dos novelas anteriores de Puig) no se encuentra en el texto y el lector debe imaginarla a partir de las respuestas del policía.

En la página 105, para explicar cómo ha conocido Gladys a Leo, se vuelve a emplear un recurso bastante imaginativo. Así lo anota Puig en la novela: «Entrevista que una reportera de la revista neoyorquina de modas Harper´s Bazaar hizo a Gladys, según imaginación de esta última mientras reposaba junto a Leo dormido», y se da paso a los diálogos que parecen anotados como en un texto teatral. De hecho, cuando se introducen estas partes dialogadas del libro, las anotaciones son las propias de un libreto teatral. Así, por ejemplo, cuando en la página 151 se va a transcribir una nueva llamada telefónica a la oficina de policía, se advierte con esta frase: «La oficina del departamento de Policía ya descrita», anotación que además de teatral también podría ser de un guión de cine.

El capítulo XIII, capítulo que contiene una de las escenas más intensas del libro, escena que se insinúa, se elude y a la que se vuelve varias veces, Puig lo escribe usando un nuevo recurso que me ha resultado tan novedoso y original como irritante. La escena real se describe con cursivas de forma breve y desapasionada. Por ejemplo: «Sensaciones experimentadas por Leo, al notar que también María Esther mira en dirección del lugar ya señalado», y entonces se pasa a contar otra historia con un vago parecido sensorial con la escena real propuesta en la novela. Esto me acabó por desconcertar un tanto.
Otro recurso original y curioso se abre paso en la página 162. Aquí leemos: «A continuación se enumeran las principales acciones imaginarias de Leo durante su insomnio», y se empiezan a describir escenas que parecen escritas por el Mario Levrero más desatado. De hecho, igual que he pensado que Manuel Puig ha influido en un escritor tan pop y provocativo (al menos en sus primeros libros) como Jaime Bayly, también me ha parecido que Mario Levrero lo leyó con interés. El gusto por los policías paródicos de Levrero me parece influido en gran parte por novelas como Boquitas pintadas o The Buenos Aires affair. Igual que estas escenas oníricas de sexo torturado, que Puig coloca en la imaginación de su personaje Leo.

Otros recursos en los que las personas emplean el lenguaje al estilo de Boquitas pintadas son: páginas de un periódico, un atestado policial, una autopsia, conversaciones con el psicólogo. Curiosamente existen unas cartas que un personaje envía a otro, pero Puig no las muestra en esta tercera novela (algo fundamental en la composición de las dos anteriores).

Creo que cada novela que leo de Manuel Puig me gusta más, aunque también es cierto que las páginas de The Buenos Aires affair que más he disfrutado son aquellas en las que el escritor narra en tercera persona y, por tanto, son más tradicionales que las otras, en las que experimenta con diversos recursos. Tengo curiosidad por leer El beso de la mujer araña, que es la siguiente novela que me toca de él (si sigo con el orden cronológico), y que la mayoría de los críticos consideran su obra maestra.

domingo, 18 de agosto de 2019

Boquitas pintadas, por Manuel Puig


Boquitas pintadas, de Manuel Puig

Editorial Seix Barral. 249 páginas. 1ª edición de 1969, esta de 2005.

Cuando reseñé La traición de Rita Hayworth ya comenté que junto con este libro compré en 2006 Boquitas pintadas de Manuel Puig (General Villegas, Argentina, 1932-Cuernavaca México, 1990), pero que, como no me había acabado de convencer en aquel momento la primera novela de Puig, no me acerqué a la segunda. Así que Boquitas pintadas ha permanecido en mi montaña de libros sin leer durante más de una década. Tal vez fue una pena no leer este libro en 2006, porque me ha gustado más que La traición de Rita Hayworth y quizás habría supuesto mi reconciliación inmediata con Puig. O tal vez ahora ha sido el momento más adecuado para leer Boquitas pintadas que, lo digo desde ya, he disfrutado bastante.

Sólo un año separa la publicación de la primera novela de Puig, La traición de Rita Hayworth (1968), de la segunda, Boquitas pintadas (1969), pero intuyo que ambas se escribieron durante un periodo de tiempo largo (La traición de Rita Hayworth se presentó al premio Biblioteca Breve de 1965) y que la buena recepción de la primera facilitó la publicación de la segunda.

La acción de Boquitas pintadas nos traslada de nuevo a Coronel Vallejos, un pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires, donde también transcurría la acción de La traición de Rita Hayworth. Coronel Vallejos es un trasunto, poco disimulado, del pueblo natal de Manuel Puig, General Villegas.

Boquitas pintadas se abre con una nota de prensa: en ella se da cuenta del fallecimiento de Juan Carlos Etchepare en su natal Coronel Vallejos, el 18 de abril de 1947, a la edad de veintinueve años.
A continuación el lector podrá acercarse a las cartas que Nené Fernández escribe a la madre del fallecido. Nené fue novia de Juan Carlos una década atrás y ahora, casada en Buenos Aires y con dos hijos, al leer la noticia sobre la muerte de su antiguo amor empezará a recordar aquella época de felicidad pasada en Vallejos. Pronto empezará a tomar a doña Leonora –la madre de Juan Carlos– como su confidente y le empezará a hablar de la sensación de fracaso matrimonial que la acecha.

Si bien el lenguaje de la nota de prensa inicial era pomposo y grave, Nené en sus cartas parece que imita el estilo de las novelas folletinescas que escucha en la radio.

Puig denomina a los capítulos del libro con el encabezado de «entregas», dando a entender que escribe influido por la narrativa popular, sobre todo por los folletines. Lo cierto es que Puig en esta obra hará un uso continuo de recursos en apariencia procedentes del mundo de la baja cultura, pero los hará trascender gracias a la ironía.

Tras las palabras escritas en las cartas de Nené, un narrador impersonal describe lo que hace Nené. Por ejemplo, en la página 15 leemos: «Cierra el sobre, enciende la radio y empieza a cambiarse la ropa gastada de entrecasa por un vestido de calle». Son anotaciones similares a acotaciones teatrales o a las que se pueden encontrar en un guión de cine. Puig quiso ser cineasta antes que escritor y, además de estar influenciado por las artes narrativas populares, también lo está por el lenguaje propio del cine.

Igual que en la «Primera entrega» y en la «Segunda entrega», donde aparecían las cartas de Nené, el lector se acercaba a las acotaciones teatrales de los movimientos de Nené, en la «Tercera entrega» el narrador describe, de la misma forma aséptica, las fotos que Nené guarda en un álbum.

Puig nunca juzga a sus personajes, las anotaciones que corresponden al narrador son puramente funcionales. No hay ironía en ellas, ni condescendencia, ni aprobación. Todo esto tendrá que encontrarlo el lector en las palabras que se desprenden de forma directa de los personajes. De hecho, parece que Puig, en Boquitas pintadas, está buscando situaciones de la vida cotidiana en las que los personajes usen de forma real y constatable el lenguaje. Por eso, igual que en La traición de Rita Hayworth, aparecen aquí muchos diálogos sin ninguna acotación. Pero, sobre todo, lo que parece estar buscando el autor es reflejar el habla de los personajes cuando tienen que escribir. Además del recurso de las cartas nos encontraremos, por ejemplo, con unos recortes que Nené tiene guardados de una revista: en ellos, mediante un pseudónimo, Nené ha escrito al consultorio sentimental de la publicación para hablarle de su amor por Juan Carlos y recibir los consejos de una experta desconocida.

En la página 49 el lector llega a un capítulo titulado «Agenda 1935», donde podrá leer algunas anotaciones que Juan Carlos hace sobre su vida cotidiana. En estas anotaciones hay faltas de ortografía, algo que aparece por primera vez, puesto que Nené, a pesar de imitar el lenguaje de los folletines, escribe sus cartas con corrección. Así, por ejemplo, se puede leer: «Domingo 19, San José. Milonga en el Club, convidé a Pepe y a los hermanos Barros, dos bueltas. Me la deben para la próxima».

Cartas entre personajes, notas del periódico, cartas al consultorio sentimental del periódico, esquelas en las coronas del cementerio, atestados policiales… como ocurría en la novela Drácula de Bram Stoker, donde todos los personajes llevaban un diario, Puig quiere acercar al lector a aquellas situaciones en las que las personas corrientes escriben.
Cuando Puig es el narrador, como ya he dicho, usa técnicas como las acotaciones teatrales o cinematográficas, además de cuestionarios similares donde un narrador contesta qué hacen o sienten los personajes que se enfrentan a unos mismos acontecimientos.

En más de un capítulo se citan letras de tangos, escritas por Alfredo Le Pera y cantados por Carlos Gardel. Los personajes escuchan estos tangos o novelas de la radio, cuyo argumento le llega narrado al lector por alguno de los personajes.

Juan Carlos es un joven aquejado de tuberculosis. También es un crápula que malgasta su tiempo en el Club jugando a las cartas, y que no siente mucho interés en prosperar trabajando, a no ser que, gracias a su encanto, consiga algún puesto privilegiado. Además es un joven atractivo que lo sabe y ejercerá de Don Juan, a pesar de ser un Don Juan aquejado de una enfermedad grave, cuya existencia él trata de negarse a sí mismo.
Si bien la historia empieza una vez que Juan Carlos ha muerto, la trama principal nos lleva a una década antes, cuando en Vallejos Juan Carlos estaba ennoviado con Nené, pero también se veía con Mabel, la amiga de Nené, además de con una viuda mayor que él. Otro personaje importante será Celina, hermana de Juan Carlos, y amiga de Nené y Mabel.
Juan Carlos tendrá que irse a Cosquín, un pueblo de la sierra de Córdoba, para tratar de curarse de su enfermedad. Desde el sanatorio le escribirá cartas a Nené y el lector podrá acercarse a ellas. En realidad, el lector se acercará a los borradores de las cartas de Juan Carlos, y tendrá que leerlas con faltas de ortografía, aunque sabe que Nené las leerá sin ellas, ya que antes de mandarlas, Juan Carlos se las pasará para que las corrija a otro interno del sanatorio con más cultura que él. Me gusta el recurso, aunque implica un trato un tanto cruel de parte de Puig hacia su personaje.

En la «Undécima entrega» se usa también un recurso muy propio de La traición de Rita Hayworth: la transcripción de un monólogo interior en el que habla Raba, una sirvienta que será seducida por un obrero, y tendrá que tener sola a su hijo porque su amante Pancho (un amigo de Juan Carlos) no quiere reconocerlo.
Don Juan, la sirvienta engañada… Puig se sirve de recursos propios de la narración popular, pero los hace trascender totalmente. En Boquitas pintadas queda reflejada una época, con sus mitos (del cine, de la música, de la radio…) y todas las pulsiones subterráneas de una sociedad provinciana: el deseo, las costumbres, el qué dirán, el chisme, el racismo, el clasismo…

Me percato de que Manuel Puig ha influido sobre uno de los autores argentinos más reputados ahora mismo: César Aira.
Me ha gustado bastante más Boquitas pintadas que La traición de Rita Hayworth. Boquitas pintadas es un libro más maduro, Puig ha ensayado recursos en su primera novela que han acabado de cuajar en la segunda. Aquí la trama tiene más peso en la construcción y el final está muy bien enlazado con el comienzo.
Boquitas pintadas es una destacada novela argentina de la segunda mitad del siglo XX. Tengo ganas de seguir con las siguientes novelas de Manuel Puig.


domingo, 11 de agosto de 2019

La traición de Rita Hayworth, por Manuel Puig


La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig.

Editorial Seix Barral. 316 páginas. 1ª edición de 1968, esta de 2003.

Este libro de Manuel Puig (General, Villegas, Argentina, 1932-Cuernavaca, México, 1990) lo leí por primera vez en junio de 2006, hace trece años. En 2006, junto con La traición de Rita Hayworth, compré también una bonita edición de Boquitas pintadas, libros de Puig reeditados por Seix Barral no hacía mucho. Por aquel entonces ya era un gran admirador de la literatura argentina y el nombre de Manuel Puig me aparecía de forma continua como un referente de la literatura de allí. De modo que me acerqué a la lectura de La traición de Rita Hayworth (1968), la primera novela que publicó Puig, con altas expectativas. La lectura me desconcertó entonces y las expectativas quedaron sin cumplir. Esto hizo que no leyera a continuación Boquitas pintadas, como tenía planeado. Sin embargo, cuando en las librerías de viejo me he ido encontrando con primeras ediciones de los libros de Manuel Puig en Seix Barral, las he ido comprando y acumulando con la intención de leerlas algún día. Hace no mucho pensé que tenía una deuda pendiente con Manuel Puig, que debería volver a él. Tenía seis de sus novelas y busqué en internet para saber cuántas había escrito. Me faltaban dos. Las compré a través de Iberlibro y cuando ya tuve las ocho ordenadas, consideré que su lectura debía ser inminente. Al principio pensé en leer las ocho seguidas y en orden cronológico, pero pronto me pareció que de ese modo me iba a cansar, así que he decidido leerlas en un periodo de dos o tres meses, intercalándolas con otros.
Trece años después, empezaba La traición de Rita Hayworth con muchas menos expectativas que la primera vez. Creo que este detalle ha contribuido a que lo haya disfrutado bastante más.

La traición de Rita Hayworth está dividida en dos partes, que en total suman dieciséis capítulos. Los capítulos están precedidos con la indicación de quién habla y en qué momento; por ejemplo, el séptimo se titula «Delia, verano 1943».
El lector empieza la novela con el capítulo «En casa de los padres de Mita, La Plata 1933». Son trece páginas formadas sólo por diálogos. En ellos se le informa al lector de que Mita –originaria de La Plata– se ha ido a vivir con su marido Berto al pueblo de Coronel Vallejos, ubicado en el interior de la provincia de Buenos Aires. La familia no parece tener muy buenas impresiones del pueblo ni del marido.
En este primer capítulo, el lector puede entrar ya en el mundo de Manuel Puig: el gusto por el lenguaje oral, las habladurías, el chisme y la evasión de la realidad que representa el cine.

El segundo capítulo, «En casa de Berto, Vallejos 1933», también está formado sólo por diálogos. En esta ocasión, Puig ha dado la voz narrativa a la sirvienta y a la niñera que trabajan en la casa de los Casals (una familia formada por Berto, el padre, Mita, la madre y Toto, el niño) en Vallejos. De esta forma tangencial, el lector descubre algunas de las intimidades de la familia.

En el capítulo tres, titulado «Toto, 1939» habla el niño de la casa y principal protagonista de esta novela. Ahora Puig usa el recurso del monólogo interior para dar la voz a sus personajes. En este capítulo tres, Toto tiene seis años y sus preocupaciones son las propias de un niño de su edad, aunque –posiblemente– su discurso y sus pensamientos estén demasiado elaborados para un niño de esa edad. Sin embargo, me gusta más este capítulo que los dos anteriores. Me siento más cómodo con este discurso interior que con los diálogos.

En el capítulo cuatro vuelven los diálogos, esta vez entre Mita, la madre de Toto y Choli, una amiga suya. Sin embargo, las palabras de Mita se encuentran sustraídas de la novela; sólo aparecen los guiones que precederían a sus palabras no mostradas, que podrán ser intuidas a través de las respuestas de Choli.
Creo que este mismo recurso se lo he visto usar a Mario Vargas Llosa. Pero no estoy seguro de si fue en una novela como La ciudad y los perros, publicada en 1963, y por lo tanto anterior a La traición de Rita Hayworth, o en Conversación en la catedral, publicada en 1969, y por tanto después de la primera novela de Puig (1968).
Curiosamente, lo he vuelto a ver en una novela muy reciente: Mandíbula de Mónica Ojeda, publicada en 2018.

Después de este cuarto capítulo, ya no se emplea más el recurso de los diálogos secos, y se da pie a distintas voces interiores. En cierto modo, reflexionando sobre por qué no me acabó de convencer la novela cuando la leí por primera vez en 2006, tengo la impresión de que, en más de una ocasión, me parecía que Puig estaba probando recursos y no acababa de decidir con cuáles de ellos quedarse. En cierto modo, la novela parece un campo de pruebas.
Después, ya hacia el final del libro, los monólogos interiores dan pie a otros recursos: las páginas de un diario, el relato romántico que Toto presenta a un concurso, un anónimo calumnioso enviado al director del colegio al que acude Toto y que habla en su contra, una carta que el padre de Toto envía a su hermano en Europa… Y en cierto modo, estos nuevos recursos finales hacen que la estructura global quede más equilibrada: se ensayan recursos al principio y al final, y entre medias se sitúan los distintos monólogos interiores.

En La traición de Rita Hayworth, Puig nos habla de un pueblo del interior de Argentina llamado Coronel Vallejos, que parece un trasunto poco disimulado de su pueblo natal: General Villegas. De hecho, la novela parece contener mucho material autobiográfico, puesto que la madre del protagonista se llama Mita en la ficción y Male en la realidad, y ambas son licenciadas, algo extraño para la época. El niño (que será llamado Casals en el colegio) será durante gran parte de la novela Toto. Al niño Manuel Puig, su familia le llamaba Coco.

Toto acude con su madre al cine (en la realidad Coco y su madre iban hasta cinco veces por semana al cine) y le gusta recortar las fotos de las actrices de las revistas y montar un álbum con ellas. Toto sabe que ha de tener cuidado con no hacer ruido cuando duerme la siesta su padre, figura algo lejana para él. Se relacionará con sus vecinas y con su primo Héctor, que pasará a vivir con ellos cuando su madre enferme y al final muera. Héctor parece la antítesis de Toto: un hombre de acción, que destaca jugando al fútbol, varonil y conquistador de mujeres, que no dudará en llamar «maricón» a su primo Toto, cuyo entorno (empezando por sus padres) considera que no tiene aficiones propias de varones.

En gran medida, se puede leer La traición de Rita Hayworth como si se tratase de una representación de la vida en la provincia argentina, una vida aburrida, dominada por las habladurías, el chisme y la apariencia. Los personajes de Puig son chismosos, pero la mirada del autor no se sitúa por encima de ellos. De hecho, la mirada del escritor desaparece de estas páginas; son los propios personajes los que se expresan sin cortapisas ni interpretaciones irónicas, celebrativas o de carácter social.
Puig tiene un gran oído para retratar las voces que le rodean y, por tanto, el lenguaje culto con que se expresa Mita, la madre, es bastante diferente al callejero de Héctor, el sobrino adolescente.

Para evadirse de una vida alineada de provincias, los personajes que habitan en Vallejos se sirven de varias herramientas de escape: la principal, la más usada por Toto y su madre, es el cine. En muchas páginas, las situaciones vividas se comparan con las aprendidas en las pantallas, incluso una tan trágica como la de la muerte del segundo hijo de Mita y Berto, Toto la vive como si se tratase de una representación cinematográfica.
Otros personajes piensan en el fútbol, como el atlético Héctor, y otros más en los folletines de la radio, los libros (hacia el final de la novela, cuando Toto sea más mayor sumará la obsesión de los libros a la del cine); o incluso la devoción religiosa o política podrían ser incluidas entre esas formas de evasión del tedio.

Más arriba comentaba que a veces tenía la sensación de que Puig está en esta novela probando recursos, y que, al no acabarse de decidir por unos en concreto, acaba usándolos todos. A veces también he tenido la impresión (y sobre todo la tuve en su primera lectura hace ya trece años) de que la trama del libro no está muy definida. Es cierto que el tiempo pasa –desde 1933 hasta 1948– y que los personajes evolucionan. Muchas veces esta evolución se muestra de modo tangencial, a través de la mirada de otros personajes sobre ellos, pero estoy convencido de que se podía haber quitado algún capítulo de la novela y ésta sería muy similar a la de ahora.

Por ejemplo, el capítulo quince («Cuadernos de pensamientos de Herminia, 1948») tiene unas veinticinco páginas. En él se reflejan los pensamientos de la profesora de piano del Toto adolescente. Creo que podría ser perfectamente un relato autónomo de la novela, que podría haberse eliminado y el libro seguiría funcionando sin él; también considero que podría haber sido incluido en un volumen de relatos y que sería un gran relato.

Como en esta segunda lectura ya sabía que la trama de La traición de Rita Hayworth no avanza hacia ningún clímax narrativo, no he podido sentirme decepcionado, y la he leído disfrutando más de los detalles. Los capítulos en los que se reflejan las voces interiores de los personajes me gustan bastante más que los tres capítulos que sólo contienen diálogos. La traición de Rita Hayworth apareció en 1968 y, por tanto, casi a la vez que dos de mis lecturas favoritas de libros argentinos de 2018 (Hombre en la orilla de Miguel Briante de 1968 y La invasión de Ricardo Piglia de 1968). Y en este contexto me parece, releído ahora, un libro interesante, que no acaba de ser redondo, pero que, esta vez sí, me invita a seguir con Manuel Puig y acercarme ahora (después de la novela que he tomado entre medias) a Boquitas pintadas.

domingo, 4 de agosto de 2019

Una noche con Sabrina Love, por Pedro Mairal


Una noche con Sabrina Love, de Pedro Mairal.
Editorial Libros del Asteroide. 151 páginas. 1ª edición de 1998, esta de 2017.

Creo que fue en 2002 cuando en la biblioteca de Móstoles vi por primera vez, en los estantes reservados a las novedades, Una noche con Sabrina Love de Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) publicada en la colección Contraseñas, esa sección de Anagrama más gamberra que Panorama de Narrativas o Narrativas Hispánicas. Tuve la impresión de que nunca había visto un libro escrito originalmente en español en esa colección.
Lo leí y me gustó. Fue una de esas narraciones, en apariencia ligeras, que se acaban instalando en el recuerdo del lector. Cuando apareció la película dirigida por Alejandro Agresti en España también fui a verla. Desde entonces he leído todos los libros de Pedro Mairal que han ido apareciendo en España (Una noche con Sabrina Love, Salvatierra, El año del desierto, La uruguaya y Maniobras de evasión) y se ha convertido en uno de mis escritores favoritos de la actualidad.

Cuando se publicó Maniobras de evasión en España, se lo solicité a la editorial Libros del Asteroide para poder reseñarlo y, ya que iba a volver a Mairal, me apeteció releer Una noche con Sabrina Love, que también había vuelto a lanzar esta editorial después del éxito de La uruguaya.

El protagonista de Una noche con Sabrina Love es Daniel Montero, un joven huérfano de diecisiete años que vive con su abuela en el pueblo (inventado) de Curuguazú, en la provincia de Entre Ríos. Ha conectado su televisor al cable del vecino y así puede acceder a una gran cantidad de canales, entre ellos los pornográficos. Se ha hecho seguidor del programa de Sabina Love, «la primera porno star argentina». En el programa se sortea pasar una noche con ella en un hotel de la capital. Daniel llamó al teléfono de pago y consiguió su número, que es el que va a salir en el sorteo; así finaliza el primer capítulo.
Me parece significativa la primera escena del libro: un adolescente hace zapping viendo la televisión. Es una imagen moderna para el momento en el que se escribe la novela, una imagen muy noventera, una rapidez en el salto de una narrativa a otra que antecede en unos años a la revolución que supondrá internet. En este sentido, Una noche con Sabrina Love es una narración que sigue la tradición de influencias radiofónicas y heterodoxas de Manuel Puig y deja al lector en el umbral de un nuevo mundo que se puede intuir de forma velada (o imaginativa) en el libro. Es significativo, en este sentido, la escena final de la novela, con su protagonista reflejándose en una pantalla apagada, una pantalla que se va a encender ya en el siglo XXI de los blogs, las redes sociales y los mails.

Daniel ha de recorrer quinientos kilómetros desde la provincia hasta la capital para poder perder la virginidad con la mujer que representa su ideal erótico. La novela está planteada como una aventura, porque además de que Daniel no tiene dinero, su pueblo se encuentra anegado por una inundación. Deberá tomar una balsa y hacer autostop; como una especie de Huckleberry Finn moderno. En el camino se irá encontrando con diversos personajes, pintorescos, pero a la vez muy realistas.
El viaje de Daniel, que tiene un trabajo poco estimulante en un frigorífico de pollos en su pueblo, a la gran ciudad será iniciático, un viaje de descubrimiento y paso hacia la vida adulta.

La mirada narrativa de Pedro Mairal es muy visual, muy cinematográfica. En Maniobras de evasión escribía esto sobre su ideal de escritura: «Aunque hay autores que confrontan al lector, y lo hacen bien, yo prefiero ir desplegando las escenas delante de los ojos, a la par del lector, sin obstruir el paisaje, prefiero hacerme a un lado, quedar hombro con hombro, escribir como quien va manejando un camión y lleva al lector de acompañante». Esta premisa explica perfectamente el estilo de Una noche con Sabrina Love, que está escrita en tercera persona, pero con un punto de vista muy apegado al del personaje. El narrador rara vez le hace ver al lector que sabe más que su personaje, aunque esto llega a ocurrir en alguna ocasión, sobre todo cuando Daniel llega a la capital, en la que se encontrará perdido, y se le explica al lector por qué calles o plazas está pasando.

La prosa de la novela es de sencillez aparente, de fluir rápido y frase corta y elegante. En una sola ocasión me ha parecido observar un rastro de Gabriel García Márquez (que desde luego no parece ninguna de las influencias fundamentales de este libro), en una frase, inusualmente larga del primer capítulo, cuando Daniel se regocija por haberse conectado al cable del vecino: «Esa noche, teniendo ya todo enchufado, pasado el estupor de las primeras imágenes del canal para adultos, comprendió que ya no serían las revistas compradas por vergüenza en el quiosco de la terminal, con fotos de mujeres que la imaginación debía tomarse el trabajo de articular, sino que ahora una corriente erótica continua llevaría hasta su cuarto aquellos cuerpos en todas sus posturas y jadeos, y se entregó con felicidad a un onanismo estival que lejos de dejarlo ciego lo hizo ver por vez primera los secretos más recónditos de la existencia» (pág. 7).

Aunque en principio el libro parece plantear una historia muy masculina, con esa obsesión por el sexo puro, desprendido del afecto, esa obsesión por la mujer como un objeto de deseo, en realidad plantea un camino de revelación para Daniel hacia el mundo de los afectos (y el mundo de los adultos) una vez superados los rituales de paso.

Daniel se va a ir encontrando en su periplo con distintos modelos de masculinidad: desde el hombre casado, que desea la libertad del soltero, hasta el hombre machista y resentido, que no puede olvidar una relación del pasado. También se encontrará con la opción de la homosexualidad, algo difícil de imaginar para él. Daniel observa a los demás, pero no parece juzgarlos. Lo curioso es que la mayor lección de lo que es una mujer real se la dará la persona que se encuentra bajo el disfraz de Sabrina Love: «¡Qué asquerosos! Después de esas cosas cómo los hombres no nos van a tratar a las mujeres como animales. Ustedes son los animalitos». Para Daniel, la Sabrina Love más real será al final, y éste será uno de los grandes descubrimientos de la novela, la que ve en la pantalla de una televisión y no la de carne y hueso, la que tiene al alcance de la mano.

Si bien La Uruguaya, la última novela de Mairal, está escrita casi dos décadas después de Una noche con Sabrina Love, la primera novela de Mairal, me percato ahora de que tienen bastantes elementos en común: las dos representan un viaje masculino en busca de una idealización de la mujer. De Entre Ríos a Buenos Aires, en el primer caso, y de Buenos Aires a Montevideo, en el segundo. Si en la primera novela el protagonista (Daniel Montero) era un adolescente que quería perder la virginidad con una mujer adulta, un sueño erótico; en la última, el protagonista (Lucas Pereyra) es un cuarentón que quiere revivir la pasión erótica liándose con una mujer más joven que él. Dos momentos de masculinidad en crisis, de masculinidad falta de reafirmación.
He leído alguna crítica que acusaba a Mairal de machista, pero en realidad tengo la impresión de que es un autor que refleja con bastante dignidad la fragilidad del hombre y de la masculinidad como construcción social.

Esta edición de Una noche con Sabrina Love está precedida del texto El sobrino de Bioy, que yo acababa de leer en el libro Maniobras de evasión. En este prólogo, un Mairal adulto reflexiona sobre lo que supuso en su vida ganar el premio Clarín de 1998 a sus veintiocho años. Su novela fue elegida entre 800 candidatas por un jurado compuesto nada menos que por Augusto Roa Bastos, Guillermo Roa Bastos y Adolfo Bioy Casares. Este último le dijo en la entrega del premio: «Arranqué a leer tu novela y no la pude largar hasta terminarla».

He disfrutado mucho con esta relectura de Una noche con Sabrina Love. Es una novela de iniciación deliciosa.