domingo, 24 de junio de 2018

La invasión, por Ricardo Piglia


Editorial Debolsillo. 172 páginas. 1ª edición de 1967; ésta es de 2014.

Ya comenté en la entrada anterior que cuando, en las Navidades de 2016-17, leí el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia (Adrogué, Provincia de Buenos Aires, 1940 – Buenos Aires, 2017), –subtitulado Años de formación–, Piglia hablaba de su amistad con el joven Miguel Briante. Este autor publicó su libro de cuentos Hombre en la orilla en 1968, un poco después de que saliera La invasión, el primer libro de Piglia, que tuvo algo más de repercusión que el de Briante, con el que vivió algún pequeño episodio de celos literarios.

En la librería Juan Rulfo de Madrid vi los dos libros, Hombre en la orilla de Miguel Briante y La invasión de Ricardo Piglia y me apeteció comprarlos para leerlos de forma consecutiva. Según acabé el de Briante, al día siguiente me puse con el de Piglia.

El propio Piglia nos cuenta, en el prólogo del libro, que La invasión se publicó por primera vez en 1967 y que no lo había vuelto a reeditar hasta ahora (siendo «hasta ahora» unos cuarenta años después, ya que el prólogo está fechado en 2006). La edición de 1967 contaba con diez cuentos y la actual con quince. Tres de los nuevos relatos (Desagravio, En noviembre y El pianista) se publicaron en revistas literarias y fueron escritos por las mismas fechas que el resto, y los otros dos (los más extensos) –que han sido colocados el primero y el último de este libro–, El joyero y Un pez en el hielo, se escribieron unos años después, y eran inéditos, pero Piglia ha querido incluirlos aquí porque obedecían al mismo impulso creativo que los otros.
Los diez relatos originales han sido revisados (principalmente acortados, «Ya sabemos que –como decía Hemingway– todo lo que podamos sacar de un cuento, lo va a mejorar.», escribe Piglia en la página 12).

El lector empieza leyendo El joyero, un relato de unas 30 páginas. Una narración sólida sobre un padre que no puede ver a su hija, porque está separado de su mujer y es ella quien tiene la custodia. Piglia ha escrito su cuento con oficio, investigando sobre cuestiones técnicas del trabajo de orfebre, que el Chino (el protagonista) aprendió en la cárcel. Allí fue a parar por su mala suerte. La información está bien dosificada y el relato es bastante tenso porque el Chino (que tiene una pistola) podría ser (el lector no acaba de tenerlo del todo claro) un desequilibrado. El cuento es clásico, directo y eficiente. Un padre que no puede ver a su hija y que arrastra un pasado de desgracias. Lo normal es que las narraciones de Piglia, y estoy pensando en su carrera posterior, que he seguido bastante, y no sólo en los cuentos de este libro, sean más cifradas, más distantes con el lector. Por esto me ha sorprendido gratamente la honda sencillez de este cuento.

Tarde de amor sería, propiamente, el primer relato de La invasión tal y como se publicó en 1967 y creo que la influencia de Ernest Hemingway es clara aquí: profusión de diálogos entre dos personajes que están empezando a ser viejos (el tono me ha recordado al del cuento Un lugar limpio y bien iluminado de Hemingway), que contemplan, a través del agujero de una puerta, una escena de sexo que tiene lugar en una habitación próxima. Creo que los resortes internos del cuento están demasiado cifrados y el peso de la historia no contada es excesivo en su construcción, lo que hace que el lector lo acabe algo desconcertado.

La pared, sobre un hombre mayor que contempla la vida desde su residencia de ancianos, me ha parecido una narración bastante clásica y algo estática. Un relato correcto.
En cualquier caso el uso del lenguaje es ajustado y maduro en estos relatos.

Las actas del juicio es un relato histórico y Piglia lo considera su mejor cuento. Trata sobre el asesinato del general Urquiza, un caudillo que derrotó al dictador Juan Manuel de Rosas en 1852 y que murió asesinado por sus propios hombres. Aquí parece que la mayor influencia en su escritura es la de Jorge Luis Borges, sobre todo porque el asesino acabará declarando que los conjurados no mataron a Urquiza sino a aquel otro hombre en el que se había convertido Urquiza.
Uno de los asesinos declara ante un jurado y su declaración oral es la voz narrativa del relato. Me ha gustado este recurso.

Mata-Hari 55 trata sobre los Comandos Civiles, grupos políticos y clandestinos que en 1955 acabarían derrocando a Perón. Éste es un cuento político contando desde el desencanto, y en él se habla de una mujer que juega a ser guerrillera. La historia y la intrahistoria se entrelazan. Lo mismo ocurre en el cuento titulado Desagravio, sobre el bombardeo que sufrió la plaza de Mayo de Buenos Aires en 1955 para derrocar a Perón. Mata-Hari 55 es, en cualquier caso, mejor cuento que Desagravio, que me ha parecido una narración un tanto inocente y juvenil.

En el cuento La invasión aparece por primera vez el personaje Emilio Renzi, alter ego de Ricardo Piglia. En él se narra el encuentro que éste tiene en una celda con dos presos. De forma hemingweiana no se contará por qué han detenido a Renzi, y en el cuento se mostrarán los tensos diálogos que mantiene con uno de los reclusos.

Sobre incomodidades habitacionales trata también el siguiente cuento, el titulado Una luz que se iba, sobre un joven de provincia que ha emigrado a la capital y allí se ve obligado a compartir cuarto de pensión con un boxeador acabado, un personaje clásico en la narrativa norteamericana (está en Por un bistec de Jack London, por ejemplo), y que aparece también en algún cuento de Ignacio Aldecoa o, más modernamente, de Marcelo Lillo. Una luz que se iba me ha parecido un cuento más logrado que La invasión.

Mi amigo sobre un joven que conoce a un «vivo» bonaerense es un relato, hasta cierto punto, picaresco, aunque también costumbrista; y no es ninguna de las piezas destacadas del libro.

La honda y El terraplén son relatos sobre niños o adolescentes y quizás la influencia más clara para ellos es la de la mirada melancólica de Cesare Pavese. Un autor que también fue una influencia para Miguel Briante, y para algún otro escritor argentino de la época, como Haroldo Conti.

Tierna es la noche, además de homenajear a Scott Fitzgerald, es un relato de amor un tanto confuso.

En noviembre es un cuento sobre un joven que, desafiando a los elementos, decide explorar un barco hundido. Ya lo había leído, Piglia lo incluyó en el primer tomo de su Diario. Me sigue pareciendo lo mismo que entonces: las páginas del diario íntimo de Piglia eran, por aquellos días, más literarias que los textos que escribía con la intención de que constituyesen su «verdadera obra literaria».

El pianista me parece un gran relato, posiblemente sea uno de los textos más maduros del conjunto, un cuento que se asemeja más que los otros a la obra posterior de Piglia, a la madurez de obras como Respiración artificial.  Un pianista que nos hablará de un crimen, una huída y la búsqueda de una mujer por parte de un juez. El relato se desarrolla en una ciudad al borde de la selva, y en más de una de sus frases nos recuerda a la decadencia de los personajes de Juan Carlos Onetti, personas que están envejeciendo y miran, desde la imposibilidad, a los jóvenes: «Pasaba más tiempo en su cuarto, detenido en el cuerpo bellísimo de Clide reproducido en la pantalla, y tomaba cerveza, porque empezó a pedir cerveza y ésa fue la primera señal de que ya se había hundido.» (pág. 147)

Un pez en el hielo es, de nuevo, un gran relato, un cuento maduro y que se asemeja a otra gran parte de la obra posterior de Piglia, que siempre ha sido un entusiasta investigador de las vidas y obras de los escritores. Aquí Renzi ha viajado a Italia para olvidarse de una mujer que lo ha abandonado y para investigar sobre el suicidio de Cesare Pavese en una habitación de hotel. «Pensaba en el suicidio de Pavese como en un crimen que era preciso descifrar», leemos en la página 158.

La invasión, tal y como se volvió a publicar en 2006 ­–con quince relatos y no diez– tiene algunas piezas bastantes destacadas. Mis favoritas son: El joyero, Las actas del juicio, El pianista y Un pez en el hielo. Lo extraño es que de mis cuatro relatos favoritos tres no estaban en el libro publicado en 1967. Si me fijo en los diez cuentos originales, tendría que decir que La invasión es el libro prometedor de un joven escritor, con influencias de Ernest Hemingway, Cesare Pavese, Jorge Luis Borges o Juan Carlos Onetti, pero que contiene algunas composiciones (La honda o En noviembre, por ejemplo) un tanto inmaduras e ingenuas.

Si yo en 1967 o 1968 hubiese sido un editor argentino y hubiera recibido los manuscritos Hombre en la orilla de un autor de veinticuatro años llamado Miguel Briante y La invasión de un autor de veintisiete años llamado Ricardo Piglia, creo que hubiera pensando que Briante era más maduro y talentoso. Yo hubiera apostado por él. Lógicamente me hubiera equivocado. La literatura es el camino del olvido y también el del error.

domingo, 17 de junio de 2018

Hombre en la orilla, por Miguel Briante


Editorial Fondo de Cultura Económica. 150 páginas. 1ª edición de 1968; ésta es de 2013.

Durante las Navidades de 2016-17, leí el primer volumen de Los diarios de Emilio Renzi, de Ricardo Piglia. En este libro –subtitulado Años de formación– Piglia hablaba bastante de su amistad con el joven escritor Miguel Briante (General Belgrano, provincia de Buenos Aires, 1944 – 1995). En 1968, Miguel Briante tiene veinticuatro años, pero ya ha publicado un libro de cuentos, en 1964, titulado Las hamacas voladoras, del que la crítica destacó su fuerte filiación juvenil con Jorge Luis Borges. En 1967, con veintisiete años, Ricardo Piglia había publicado su primer libro, el volumen de cuentos La invasión, tan solo unos meses antes de que Briante publicara los cuentos de Hombre en la orilla. El libro de Piglia tuvo más repercusión que el de Briante, y Piglia recoge en sus diarios algún episodio de celos literarios por parte de Briante. Este joven escritor casi desaparece de los diarios de Piglia en el volumen dos y se vuelve a hablar de él en el tercero. En este último Piglia, cuando habla del joven escritor Alan Pauls, escribe: «Alan es muy inteligente y escribe muy bien. Tengo con él la misma sensación que tuve cuando leí las primeras cosas de Miguel Briante, que también a esa edad mostraba gran destreza y un estilo notable. Sin embargo parece que Alan Pauls tiene mayor futuro, Miguel terminó enredado en el mito del escritor precoz y le costaba mucho volver a escribir. Alan, en cambio, es –o intenta ser, me parece a mí– más completo, más culto, y se puede esperar de él lo mejor.»

Al leer los Diarios de Piglia tenía la sensación de que conocía a la mayoría de los escritores con los que se relacionaba: Juan José Saer, David Viñas, Haroldo Conti, Manuel Puig o Andrés Rivera, pero no me sonaba de nada Miguel Briante. A pesar del síndrome del «escritor precoz» del que habla Piglia, Briante sí siguió escribiendo y publicó una novela, Kincón (1975), pero en gran medida se dedicó al periodismo cultural y no hizo una carrera literatura.

En Años de formación, Piglia habla mucho del proceso creativo de los cuentos de La invasión, y me apeteció leer este libro. A principios de 2017 visitaba en Moncloa la librería Juan Rulfo y vi que tenían allí los dos libros: La invasión de Ricardo Piglia y Hombre en la orilla de Miguel Briante. Me pareció que sería una buena idea comprarlos para leer los dos seguidos. El proyecto era bueno, pero, como me suele ocurrir, me he acercado a estos libros más de un año después de que me propusiera leerlos.

Hombre en la orilla ha sido reeditado en 2013 por la editorial Fondo de Cultura Económica, en una colección llamada Serie del recienvenido. La colección estaba dirigida por Piglia y en ella rescataba obras un tanto olvidadas de la literatura argentina. Le dio tiempo a sacar trece títulos antes de su muerte.
La primera frase del prólogo de Piglia para Hombre en la orilla dice: «Conocí los relatos de Hombre en la orilla mientras Briante los estaba escribiendo.»
Piglia ya nos pone en antecedentes, en su prólogo, sobre las influencias y las intenciones narrativas de Briante: «Ese modo de narrar viene de Faulkner.»

Hombre en la orilla está formado por tres relatos, relativamente largos (16, 18 y 28 páginas) y una novela corta (75 páginas). Aunque cada relato se puede leer como una unidad independiente, las cuatro historias están relacionadas, puesto que hablan del mismo pueblo de la provincia de Buenos Aires y en sus calles se cruzan los mismos personajes (Rojas, Gonzales, el Torcido…), que paran en los mismo lugares (el Rotary Club, el balneario…), y se habla también de las mismas grandes familias (los Laver, los Ingleses). En la novela corta se revela el nombre del pueblo: General Belgrano (pág. 129) y el nombre del río que lo atraviesa: el Salado (pág. 80). Es decir, Briante está hablando en este libro de su pueblo natal.

El primer cuento se titula Habrá que matar los perros y me ha parecido muy bueno. Un narrador de procedencia marginal, el Torcido, un peón que se fue del pueblo para trabajar en un circo y regresó a él tras sufrir un accidente que le hace cojear, trabaja en la casa de la Inglesa, y es testigo de la decadencia de una de las familias ricas del pueblo. La desgracia del juego ha llevado al marido de la Inglesa al suicidio, y las deudas le siguen devorando a ella, que ha de ir vendiendo las tierras, mientras que su treintena de perros aúlla de hambre. En el cuento de Juan Rulfo, No oyes ladrar los perros, los ladridos simbolizan la esperanza y en el cuento de Briante la decadencia y la desesperanza. La prosa condensada y precisa de Rulfo puede ser un referente para Briante, pero la influencia más marcada parece la de William Faulkner. Habrá que matar los perros está narrado por un ser marginal, muy propio de las narraciones de Faulkner, y el estilo es oral. Aunque un estilo oral muy elaborado, que tiende a la frase precisa, dura y elegante. Briante habla de la decadencia de una familia o una región igual que Faulkner hablaba de la decadencia del sur de Estados Unidos.

La novela corta, titulada A lo largo de la calle que da al río, también está muy influida por Faulkner. El estilo sigue siendo oral, pero ahora esta historia está narrada mediante el uso de la primera persona del plural. Un sujeto múltiple trata de reconstruir la historia del pueblo General Belgrano, y posa su mirada sobre una colección de seres marginales que tuvieron una muerte violenta. «Van a pasar cosas, todo lo que no vale la pena recordar.» (pág. 150). Se reconstruye el pasado del pueblo desde un punto de vista nostálgico («Ahora que todo está cambiado y esto es como una ciudad balneario más, muerta por el invierno, apurada en el verano.», pág. 126), se traen al presente hechos difusos que «pertenecen al olvido» y se reconstruyen desde distintos puntos de vista que se contradicen unos a otros. En el conjunto que forman todas las voces va surgiendo el mito de los hechos vividos o no vividos, olvidados o recreados.
En cierto modo, la recreación del pasado del pueblo me ha recordado a la tristeza de los poemas de Jorge Teillier.

El segundo relato se titula Hombre en la orilla y, si en el primer cuento el elemento simbólico era el ladrido hambriento de los perros, aquí el elemento simbólico, que sirve para crear una atmósfera alterada, será el del tamborileo de la lluvia sobre el techo del boliche en el que están reunidos los protagonistas de este cuento. El narrador es un joven que se fue del pueblo y ha vuelto ahora, justo cuando se está produciendo una crecida del río, convertida ya en inundación. Los contertulios del boliche están pensando en ir en una barca a rescatar al testarudo Rojas, que ya aparecía en el primer cuento. La escena final, con Rojas rechazando a sus rescatadores con una escopeta es muy faulkneriana. Este cuento, tras leer el primero me ha sorprendido menos, aunque también está muy bien construido.

El tercero es La Vasca y el narrador es un adolescente que vuelve al pueblo en verano, porque durante el resto del año vive en Buenos Aires. Aquí se cuenta una historia sobre primeros amores y amistades desde el futuro y la nostalgia: «Fue el último verano de tres meses que pasé en el pueblo.» (pág. 49). Este cuento me ha recordado a los de Haroldo Conti, que también hablaba de pueblos de la provincia de Buenos Aires, como Bragado o Chivilcoy, desde una tristeza que evocaba a la del italiano Cesare Pavese, un autor que Briante seguramente también había leído.

El rescate de Hombre en la orilla me parece pertinente. Sorprende que este libro esté escrito por alguien tan joven, por un escritor de veinticuatro años. En algunos momentos me ha parecido que dependía demasiado de un modelo (el estilo de William Faulkner), pero su prosa me ha resultado muy precisa y bella. Quizás, este tipo de narraciones (también me pasa al leer a Faulkner) adolecen de un pequeño problema para mí: la forma se prioriza mucho a la hora de escribir frente a la construcción de una trama sólida. Es decir, el joven Miguel Briante parece aquí un ingeniero literario de la forma, un estudioso serio y aventajado de un modelo literario reconocido y exitoso (el de Faulkner) y lo lleva a su terreno, a la explicación mítica de su territorio, el pueblo de General Belgrano. Pero, como me ocurre con Faulkner, la narración resulta a veces un tanto áspera, una forma de contar que no es amable con el lector, perdido un poco en las distintas capas argumentativas que van matizando unos hechos, unos nudos narrativos, imprecisos y desdibujados.
Tengo cierta curiosidad por saber cómo es la novela que Briante publicó en 1975, la titulada Kincón.

Una última reflexión: si Briante, tras escribir Hombre en la orilla, hubiese seguido escribiendo literatura de forma asidua, madurando sus propuestas, seguramente hoy estaríamos hablando de un escritor muy conocido y Hombre en la orilla sería recordado y reeditado de forma habitual, porque el potencial que muestra aquí aquel joven escritor de veinticuatro años es tremendo. Al ser un libro que se quedó un tanto aislado, sin una verdadera carrera literaria posterior para sustentarlo, cayó en el olvido. La literatura es el camino del olvido, quizás esto lo descubrió pronto el joven y talentoso Briante.
Ahora empezaré a leer La invasión, el primer libro de Ricardo Piglia, para poder compararlos.

lunes, 11 de junio de 2018

Noticias del imperio, de Fernando del Paso


Editorial Fondo de Cultura Económica. 726 páginas. 1ª edición de 1987, ésta es de 2015.
Prólogos de Hugo Gutiérrez Vega y Élmer Mendoza

Durante el verano de 2017 estuve quince días en México. Me traje de allí trece libros, once de autores mexicanos. Evité las novedades y procuré llevarme una selección de libros canónicos dentro de la historia de la literatura del país. Uno de ellos fue Noticias del Imperio, que más de un crítico considera la obra maestra de Fernando del Paso (Ciudad de México, 1935), autor galardonado con el premio Cervantes en 2015.

El libro lo compré en Rosario Castellanos, una de las librerías que el Fondo de Cultura Económica (es decir, el Estado de México) posee en la capital del país, concretamente en la colonia de la Condesa. Una librería impresionante. Además me salió bastante barato.

Paseé por las calles de Ciudad de México acompañado de mi amigo, el escritor Federico Guzmán Rubio. Él fue quien me habló del argumento de Noticias del imperio: se trata de una novela historia sobre el reinado en México del archiduque Maximiliano de Austria y su mujer Carlota. La verdad es que no sabía que, en el siglo XIX, México tuvo unos reyes europeos que gobernaron lo que ellos llamaban «el imperio mexicano», auspiciados por los deseos expansionistas de Napoleón III.
Una de las cosas que me he dado cuenta en mi viaje a México es que en los planes de estudio de colegios e institutos españoles no hay mucha presencia de la historia y la cultura hispanoamericana. Sorprendido por el hecho de no saber nada sobre Maximiliano y Carlota decidí también comprar el libro Nueva historia mínima de México, editado por el Colegio de México y que, en trescientas páginas (y gracias a la labor de siete historiadores), expone de un modo ameno los mínimos conocimientos que un ciudadano de México debería tener sobre su historia. De este modo, antes de acercarme a Noticias del imperio tenía un conocimiento bastante preciso del contexto histórico del que me va a hablar Del Paso. Ya sabía, por ejemplo, que después de la independencia de España, alcanzada en 1821, el primer presidente de México, el militar Agustín de Iturbide, debido a la presión de grupos monárquicos, se acabó proclamando Emperador de México. Así que en el siglo XIX en México existían (al menos) dos grupos de pensamiento político: los republicanos, que querían que el país se asemejara a Estados Unidos, y los monárquicos que se fijaban más en Europa y querían mantener (en contra de los liberales o republicanos) el poder de la Iglesia.

En una nota inicial de Noticias del imperio, Del Paso nos informa de que en 1861 el presidente Benito Juárez suspendió los pagos de la deuda externa mexicana. Esto le sirvió de pretexto a Napoleón III, emperador de los franceses, para enviar a México un ejército de ocupación, con el fin de crear una monarquía al frente de la cual estaría un príncipe católico europeo. El elegido sería Maximiliano de Habsburgo, quien llegó a México en 1864 con su mujer, Carlota de Bélgica. «Este libro se basa en un hecho histórico y el destino trágico de los efímeros emperadores de México.» es la última frase de esta nota.

En cierto modo, las más de setecientas páginas de Noticias del imperio son la crónica de una muerte anunciada porque, o bien debido a que el lector conoce la historia y sabe que Maximiliano va a morir fusilado por Benito Juárez en 1867, o bien porque va a ser informado de ello en la primera página de la novela por la voz narrativa de Carlota, que no murió en México, pero enloqueció y fue a permanecer encerrada en el castillo de Bouchout (Bélgica) durante cincuenta años, hasta su muerte en 1927.

La novela está dividida en capítulos, asociados a una fecha. Los impares (doce en total, de unas quince páginas cada uno) siempre tienen el mismo título: Castillo de Bouchout 1927. En ellos la voz narrativa es la de una Carlota de ochenta y seis años, unos días antes de su muerte (muere el 19 de enero de 1927). Carlota repasa su vida, preponderando en la evocación de sus recuerdos sus años mexicanos. Las páginas de Carlota (que más de una vez se autodenomina «la loca de la casa») son poéticas, de una prosa deslumbrante. Creo que sería difícil, para un lector literario, acercarse al primer capítulo de esta novela y que sus expectativas no se disparen, porque son quince páginas iniciales maravillosas.

Los capítulos pares son más extensos y de títulos variables, también van asociados a una fecha. Estos capítulos se dividen en tres partes: normalmente en una de ellas la voz narrativa es la de Fernando del Paso. El autor expone aquí la historia de un modo objetivo y, en más de un caso, le informa al lector de las fuentes históricas que ha consultado para documentarse. Estas fuentes pueden entrar en conflicto entre sí y el autor expone las distintas versiones de la historia. En este sentido, la novela se convierte en una investigación sobre unos personajes históricos que tiene mucho que ver con la novelas de no ficción que están en boga ahora mismo. Es muy curiosa, sobre todo, la historia de Miguel López, que tal vez traicionó a Maximiliano en Querétaro, cuando éste sufría el sitio de las fuerzas de Juárez, o tal vez es el héroe que se sacrificó para que Maximiliano pudiera escribir su nombre en la historia sin un excesivo derramamiento de sangre. Me resulta claro que estás páginas están escritas bajo la influencia del cuento Tema del traidor y del héroe de Jorge Luis Borges. En cualquier caso, estas páginas más objetivas están escritas con mucha gracia. Del Paso se suele acercar a sus personajes Maximiliano y Carlota desde una perspectiva simpática (Maximilano y Carlota son dibujados como unos ingenuos cuyas figuras acabarán tomando dimensiones trágicas); el sarcasmo se lo reserva más bien para Napoleón III y su mujer Eugenia de Montijo.
En más de una ocasión el lector se acerca al mismo acontecimiento desde dos perspectivas diferentes: desde la voz alucinada y poética de Carlota y desde la voz más neutra y documentada de Del Paso.
Decía que los capítulos pares se dividen en tres bloques: el ya comentado con la voz narrativa de Del Paso, y otros en los que toman la palabras diferentes personajes, en muchos casos anónimos: un espía mexicano analfabeto, un tipografista, uno de los soldados que disparó sobre Maximiliano. En algunas ocasiones, la palabra es tomada por este tipo de personajes en forma de carta, y así se reproduce, por ejemplo, la correspondencia entre dos hermanos franceses: uno que forma parte del ejército de ocupación de México y otro en París. Otros capítulos reproducen conversaciones entre Benito Juárez y su asistente, o entre Napoleón III y su corte.

Debería decir que a mí en principio no me entusiasma el género de la novela histórica. En realidad, asocio ‒en gran medida‒ esa denominación de «novela histórica» a obras de baja calidad literaria. Sin embargo, también debería apuntar que una de mis cinco novelas favoritas es una novela histórica: Guerra y paz de Liev Tolstói.

Me interesaba a priori Noticias del imperio porque conocía el prestigio de Fernando del Paso y además tuve ganas de leerla al estar en México, y visitar, por ejemplo, el castillo de Chapultepec, donde vivieron (además de en el Palacio Nacional) Maximiliano y Carlota. Otro de los sucesos que se narran en el libro es el de la batalla de Puebla, donde también estuve. Cuento esto porque, tras mi viaje allá, siento una cercanía natural hacia el libro que ha hecho que me guste mucho y me estaba preguntando si el libro puede interesar a un lector literario español. La respuesta es que sí, desde luego. Sin contar con mi buena predisposición hacia los sucesos narrados en esta novela, me parece que Noticias del imperio es una obra grandísima. Con unos personajes cargados de entidad, escrita con una prosa deslumbrante y desde una gran variedad de perspectivas y enfoques.

En realidad, lo verdaderamente llamativo es que Noticias del imperio no sea una novela más reconocida en España. Cuando le otorgaron en 2015 a Fernando del Paso el premio Cervantes tuve la impresión de que era un autor poco leído en España. Mi amigo Federico Guzmán apuntaba un motivo: sus libros están publicados en el Fondo de Cultura Económica, que en México supone la consagración de un autor, pero al ser un editorial estatal no tiene entre sus objetivos el ánimo de lucro y sus libros no son promovidos con el interés que lo haría una editorial privada. En España yo he visto Noticias del imperio en al menos dos librerías de Madrid: La Central de Callao y la Juan Rulfo de Moncloa (que como la Rosario Castellanos de la Condesa pertenece al estado mexicano), pero no conozco a nadie en España que haya leído este libro.
Creo que es curioso el tema de la recepción literaria: si Noticias del imperio se hubiera publicado veinte años antes, por ejemplo, en la editorial Seix Barral y se hubiera asociado el nombre de Del Paso al «boom» ahora mismo esta novela podría gozar de un prestigio similar al de otras grandes obras hispanoamericanas y contar con un número similar de lectores en nuestro país.
Por favor, busquen Noticias del imperio. Se puede encontrar en España. Es una obra maestra.

lunes, 4 de junio de 2018

Mandíbula, por Mónica Ojeda.


Editorial Candaya. 285 páginas. 1ª edición de 2018.

En 2017 leí Nefando, la segunda novela de Mónica Ojeda (Guayaquil, Ecuador, 1988) y la primera que publicó en la editorial Candaya. En 2018, Candaya ha publicado su nueva novela, Mandíbula. Después de la buena impresión que me dejó Nefando, tenía ganas de leer Mandíbula, así que se la solicité a sus editores cuando vi que anunciaban su salida en las redes sociales. Ellos me la enviaron muy amablemente.

Mandíbula empieza con una primera escena impactante: Fernanda, de quince años, despierta atada a una mesa, en una cabaña perdida en un bosque. Ha sido secuestra por Miss Clara, su joven profesora de Lengua y Literatura en el colegio privado Opus Dei al que acude, el más caro de la ciudad de Guayaquil.

En los sucesivos capítulos, el lector irá recibiendo información que le permitirá comprender cómo los dos personajes iniciales han llegado a la situación descrita.
Fernanda forma parte de un grupo de seis chicas de quince años que un día, al salir del colegio, entran en un edificio abandonado a medio construir, un edificio que se irá convirtiendo en su centro de reuniones secreto. «Ya en zona prohibida, las seis se sintieron temerarias y rebeldes, con vidas dignas de ser filmadas y comentadas en un reality show o retratadas en una serie de televisión» (pág. 17). El grupo está dominado por la fuerza y el empuje de Fernanda y Annelise («Las inseparables, las hermanas sucias de conciencia; siempre desnudas de temores y dispuestas a inventarse aventuras con tal de no aburrirse» (pág. 17).

Las seis chicas deciden contarse historias de terror en el edificio abandonado. Si sus historias (muchas sacadas de las creepypastas de internet) no asustan a las demás, tendrán que pasar por distintos «retos» propuestos por las demás. Los retos se irán volviendo cada vez más peligrosos y perversos.
En el edificio abandonado también pintarán de blanco una habitación sin ventanas al exterior. Aquí será donde contarán las historias de terror y donde acabarán rindiendo culto (sobre todo a través de sus historias) a una deidad que Annelise inventa como un juego, el Dios Blanco.

Las pulsiones ocultas que dominan los comportamientos tanto de Fernanda como de Annelise tienen que ver, principalmente, con la relación conflictiva que ambas mantienen con sus madres. La madre de Annelise es una mujer muy religiosa y controladora, que, en cierto modo, ha asfixiado el crecimiento personal de Annelise. Por su parte, la madre de Fernanda parece temer a ésta. «Nunca quiere estar a solas conmigo y, cuando no puede evitarlo, me mira de una forma muuuy fea, como si mirara a una rata o algo que da miedo», le cuenta Fernanda en la página 84 a su psicólogo para explicar el trato que mantiene con su madre. Cuando Fernanda tenía cinco años, su hermano de un año murió ahogado, precisamente cuando se encontraba con ella. Fernanda no recuerda exactamente qué ocurrió, pero sospecha que su madre la culpa de la muerte del hermano, aunque la envíe al psicólogo para que ella se libere a sí misma de cualquier posible sentimiento de culpa.
En varias partes de la novela se insiste en la relación maternidad-canibalismo: las madres devoran a sus hijas, por ejemplo empeñándose en que sean como ellas; aunque en otros casos serán las hijas las que traten de devorar a sus madres. Así, cuando se habla del pasado de la profesora, Miss Clara, se explicará al lector que Clara, una adolescente con problemas de ansiedad, ha crecido tratando de imitar a su madre en todo. Por eso se viste como ella y ha elegido su misma profesión. Cuando Miss Clara entra a trabajar en el colegio Opus Dei al que pertenecen Fernanda o Annelise, se encuentra traumatizada por un suceso que le ocurrió en el anterior colegio en el que trabajaba: dos de sus estudiantes entraron en su casa, la ataron y la torturaron durante horas. La primera vez que leí esta expresión sin género específico: «Dos estudiantes», supuse que habían sido dos chicos. Pero no, las secuestradoras de Clara habían sido dos chicas procedentes de familias desestructuradas. Mandíbula es una novela femenina en un sentido casi estricto. El colegio Opus Dei al que acuden las protagonistas de la novela es sólo de chicas, y los conflictos generacionales se establecen entre madres e hijas; los hermanos o los padres están totalmente desdibujados aquí. Cuando Fernanda acude al psicólogo, los capítulos se le muestran al lector como si estuviera leyendo una obra de teatro, indicando el nombre de la persona que está hablando antes de cada intervención. Pero, en realidad, el psicólogo, el Dr. Aguilar, está borrado de Mandíbula, puesto que después de los dos puntos que anteceden a las que deberían ser sus palabras en la conversación con Fernanda se ha eliminado el discurso, y el lector sólo intuye sus palabras a partir de las respuestas de ella (un recurso muy del gusto de Manuel Puig). En el colegio Opus Dei sí que hay algunos profesores, y aparece, al fin, un personaje masculino (muy secundario, en cualquier caso): Alan Cabrera, profesor de Teología. Al describir su aspecto se resalta que «tenía el culo de una mujer de caderas anchas» (pág. 71). Es decir, uno de los pocos hombres que aparecen en esta novela está caracterizado por su aspecto femenino. En la página siguiente se describirá a otra profesora, y de ella se dirá que «tenía una voz grave, casi masculina». Esta técnica consistente en caracterizar a personajes masculinos con rasgos femeninos y al revés, para proyectar sobre ellos una mirada de extrañeza, la solía usar mucho Juan Carlos Onetti.

En uno de los mejores capítulos del libro se describe una fiesta de universitarios a la que son invitadas las chicas del grupo de Fernanda y Annelise, y aquí sí que aparecen personajes masculinos, cuya presencia acaba sirviendo para unir más los lazos en el grupo femenino.

Los tiempos narrativos de Mandíbula están alterados, aunque suelen avanzar, como ya comenté antes, para que el lector comprenda cómo se ha llegado a la situación del capítulo primero. Me parece que está muy lograda la dosificación de la información, algo que consigue crear un efectivo clima de tensión. Ojeda varía los enfoques para relatar su historia: las conversaciones con el psicólogo, las narraciones en tercera persona apegadas a la voz narrativa de los personajes y otros capítulos que me han gustado mucho, aquellos en los que en los mismos párrafos se alternan dos tiempos narrativos (como ocurría en el capítulo de la fiesta con los universitarios), un recurso muy propio de un escritor como Mario Vargas Llosa. También podemos acercarnos a la primera persona de Annelise gracias a una carta-ensayo que le entrega a su profesora, Miss Clara. En estas páginas, Annelise vierte algunas opiniones sobre el género del terror, que pueden resultar claves para entender la forma de escribir de Ojeda: no existen películas sobre las narraciones de H. P. Lovecraft, porque el terror cósmico propuesto por escritores como él no tiene imagen. Algo que, hasta cierto punto, podría aplicarse a la novela de Ojeda, en la que la atmósfera creada, mediante un lenguaje muy cuidado, posiblemente tiene más importancia que las escenas descritas.

Cuando comenté Nefando señalé que, aun siendo una novela talentosa, Ojeda había cargado las tintas presentando a personajes siempre enfermizos. Lo mismo ocurre en Mandíbula, pero creo que el resultado está más conseguido en esta nueva novela, que crea un mundo autónomo de asfixia y terror para todos los personajes y no resulta forzado, sino que tiene pleno sentido dentro del contexto de la historia propuesta. También señalé que en Nefando se notaba la dependencia de un modelo, el de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño. Esto ha desaparecido en Mandíbula, donde hay influencias, por supuesto, pero no dependencia de ningún modelo.

No mucho antes de Mandíbula, he leído Las cosas que perdimos en el fuego de la argentina Mariana Enríquez, un libro de cuentos de terror trabajado y profundo, en la línea narrativa de Mandíbula. Me está pareciendo muy interesante esta corriente literaria femenina que usa el género de terror para hablar de miedos universales. Y tanto Las cosas que perdimos en el fuego como Mandíbula me han gustado mucho.

Mandíbula es una novela más madura y acabada que Nefando (que ya era un buen libro) y su calidad me hace pensar que Mónica Ojeda va a convertirse (si no lo es ya) en uno de los nombres imprescindibles de la nueva narrativa hispanoamericana.