miércoles, 29 de abril de 2020

LECTURA DE UN FRAGMENTO DE "CAMINARÉ ENTRE LAS RATAS", YOUTUBER A LOS 45 (II)

Me he grabado leyendo un fragmento de mi nueva novela "Caminaré entre las ratas" y lo he colgado en mi canal de Youtube. En este fragmento hablo del Móstoles de la década de 1980 y 1990, y del que iba a ser el título original del libro, "El mono que baila break", que a los editores no les acababa de convencer.



Si te apetece escucharme puedes PINCHAR AQUÍ.
Aunque las librerías permanecen cerradas, el libro en papel se puede comprar en diversas tiendas online, que aseguran cumplir con todos los protocolos de seguridad vírica.

martes, 28 de abril de 2020

CUANDO UNO SIENTE LÁSTIMA POR PERSONAJES LITERARIOS ENCARNADOS EN PERSONAS REALES



Se expanden los rumores sobre la muerte del líder norcoreano Kim Jong-un y los leo con una extraña preocupación. Por supuesto, estoy convencido de que sería mejor para Korea del Norte convertirse en una democracia, pero siento lástima por Kim Jong-un. Hace años le convertí en uno de los dos protagonistas principales de mi novela “Los insignes” y estuve unas semanas recopilando información sobre él.
En mi novela, Kim Jong-un era –además de él mismo, un dictador– un poeta que hablaba español y que contactaba con Ernesto Sánchez, un poeta madrileño, para hablar de poesía e intentar que reseñara en su blog literario su poemario, que había salido en Korea del Norte con una tirada inicial de 4 millones de ejemplares, se había convertido en lectura obligatoria en los colegios y había sido alabado por toda la crítica literaria del país. Pero Kim Jong-un, como buen artista, como buen poeta, quería más alabanzas.
Por supuesto, siento simpatía por un personaje literario que yo mismo creé y no por el dictador real al que no conozco, pero uno también puede sentir pena por los personajes imaginarios que encarna en los reales, estoy descubriendo.


domingo, 26 de abril de 2020

Enero, por Sara Gallardo


Enero, de Sara Gallardo

Editorial Malastierras. 107 páginas. 1ª edición de 1958; esta de 2019.

Hablé con los editores de Malastierras cuando apareció hace unas semanas su edición de Eisejuaz (1971), la novela más reputada de la escritora argentina Sara Gallardo (Buenos Aires, 1931-1988). Quedé con ellos en que me enviarían Enero (1958), la primera novela de la autora, y también Eisejuaz, para que pudiera leerlas seguidas y reseñarlas. Hasta que la nueva editorial madrileña Malastierras no ha publicado los libros de Gallardo en España yo no había oído hablar de ella y siempre me alegran estos rescates de escritores latinoamericanos que nunca llegaron a atravesar el Atlántico. Sara Gallardo, que murió hace ya más de treinta años, ha sido reivindicada últimamente por escritores argentinos de la talla de Selva Almada, Samanta Schweblin, Ricardo Piglia o Pedro Mairal.

Enero es la primera novela de Sara Gallardo. Se publicó cuando ella tenía veintisiete años y la escribió con veinticinco. Pese a la juventud de su autora, la propuesta es de una gran madurez narrativa.
La protagonista de Enero es Nefer, una chica de dieciséis años que vive en un pueblo del interior de Argentina. Sus padres trabajan en la casa de una familia adinerada y ella ya ha comenzado también a trabajar para ellos, realizando tareas del hogar.
Nefer se siente atraída por un gaucho apodado «el Negro». Un día de fiesta se arregla con la idea de que se fije en ella. Sin embargo, la joven se sentirá despechada cuando vea al Negro bailando con otra. Sus desgracias no van a acabar aquí: Nicolás, otro trabajador del campo, está borracho ese día, y se abalanzará sobre ella para violarla. La escena es elusiva, poética y brutal: «La toma por un brazo y las espinas del monte se incrustan en su espalda. El hombre tiene bigotes y olor a vino, hace calor, las ramas de los árboles son un mundo, el Negro está con Delia, el hombre suda, hace calor, me ahogo, ah Negro, Negro, qué me has hecho, mirá mi vestido, era para vos. Durante meses esperé este día para invitarte…» (página 17).

Nefer se quedará embarazada y el tema principal de la novela será su angustia ante la perspectiva de que los demás lo descubran. Nefer no se siente víctima, sino culpable, y ésta es una de las más terribles ideas contenidas en Enero. Sara Gallardo da voz aquí a una persona que no tiene voz, que sabe que cuando se descubra lo que le ha ocurrido va a ser juzgada negativamente más que comprendida. Si bien Enero está escrito en tercera persona, la narradora también cede la voz, de vez en cuando, al discurso interior de su protagonista. Diría que una de las influencias más importantes de esta novela son los dramas sureños de William Faulkner. No he leído aún Luz de agosto, pero sé que trata de una chica embarazada que busca al padre de su hijo. Es posible que Gallardo se haya visto influida por esta novela y que, incluso, le haya hecho un homenaje en el título. Aunque a un español enero le lleve a pensar en la época más fría del año, para un argentino enero es la época más calurosa, es el centro de su verano; es su posible «agosto faulkneriano». En este sentido, son numerosas las descripciones ambientales que aluden a ese calor asfixiante.
Por su influencia faulkneriana para crear un drama rural en la pampa argentina y la juventud de su autora, Enero me ha hecho pensar en la colección de relatos Hombre en la orilla de Miguel Briante, libro que se publicó en la Argentina de 1968, cuando el autor tenía veinticuatro años. Podríamos hablar de dos casos paralelos de jóvenes prodigios argentinos.

El lenguaje de Enero es preciso y muy afilado. Abundan las contundentes descripciones ambientales con motivos campestres: «El perro lame sus pies y agita con la cola la manta que la envuelve: lentamente, como un tren que pasara lejano, suena el largo gemido del molino trabado que la brisa inquieta, y los grillos con las ranitas transforman el aire en una inmensa vibración» (pág. 47). Este tipo de párrafos también me han recordado a los poemas del chileno Jorge Teillier.
En estas descripciones de un mundo campestre no hay ninguna idealización; así, por ejemplo, la brutalidad hacia los animales está muy presente en estas páginas: «No hace mucho que un vecino les envenenó un perro y ellos se vengaron castrando todos los de él» (pág. 29).

Nefer se aventura a acercarse hasta la casa de una curandera que sabe que realiza abortos, pero el miedo a las habladurías hará que no pueda comunicarle sus intenciones y que el problema continúe. Tal vez Dios sea la respuesta. Tal vez si Nefer le reza se produzca un milagro y cese el embarazo y la vergüenza. «Nefer no cree que Juan llegue a tocar muy bien pero lo envidia, solo en su cuarto, empeñado en su ocupación. Ella quisiera poder aislarse de la madre hosca, de Alcira indiferente, de la radio, de todo, y encerrarse con los ojos cerrados a pensar en el Negro que sonríe, en el Negro que saluda, que monta a caballo, que desmonta y fuma achicando los ojos, pero el dormitorio rodeado de lluvia la entristece» (pág. 74). Desde luego, Nefer no es una mujer que pueda aspirar a tener una habitación propia. Sin ir más lejos, cuando al fin se decide a informar a su madre de que está embarazada, la primera reacción de ésta es abofetearle, dejándole claro que, como la propia Nefer había supuesto, lo que debe sentir es vergüenza y culpa por sus faltas. Nefer, como en otros momentos de la novela, deseará estar muerta.
Al final, la madre de Nefer pondrá la solución en manos de la patrona de la casa. No quiero contar el final (de hecho, creo que ya he contado demasiado del argumento), pero el lector acabará el libro con una sensación brutal de injusticia e impotencia.

Ahora mismo sigue en Argentina el debate sobre el derecho a abortar de las mujeres, y en este contexto Enero de Sara Gallardo es una novela absolutamente moderna y pertinente, y es fácil entender por qué tantas autoras (aunque también autores) la están reivindicando con tanta fuerza. No me gustaría transmitir la idea equivocada de que esta novela es valiosa porque se ajusta a un tema político de actualidad (que también), sino que es valiosa porque es gran literatura, porque da voz a los que no tienen voz y su lenguaje seco, poético y contundente vehiculiza de forma muy eficaz el drama narrado. Lo digo de nuevo, es una suerte para el ecosistema literario español que aparezcan editoriales pequeñas como Malastierras, editoriales aguerridas que amplían las fronteras de la literatura escrita en español, propiciando el encuentro entre ambos lados del Atlántico.

domingo, 19 de abril de 2020

Nuestra parte de noche, por Mariana Enriquez


Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez

Editorial Anagrama. 667 páginas. 1ª edición de 2019.

Una de mis mejores lecturas de 2018 fue el libro de relatos Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973). Me sorprendió muy gratamente cómo usaba el género de terror para hablar de otros miedos más cotidianos (el machismo, el abandono que sufren los pobres, los desaparecidos de la dictadura militar…). Por eso, cuando a finales de 2019 leí la noticia de que el premio Herralde había recaído sobre la extensa novela Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez sentí una sincera alegría y me apeteció de forma inmediata leer ese libro. Se lo solicité a la editorial y, muy amablemente, me lo enviaron para que pudiera leerlo y reseñarlo. Me he puesto con él a principios de 2020.

La primera parte del libro ­­–titulada Las garras del dios vivo– nos llevan a la Argentina de enero 1981, cuando rige en el país la dictadura de Jorge Videla. Juan, de veintiocho años, despierta a su hijo Gaspar, de seis, para salir esa mañana de Buenos Aires en coche hacia el interior del país, hacia la selva, frontera con Paraguay. Descubriremos pronto que Rosario, la esposa de Juan y madre de Gaspar, ha muerto recientemente. Al principio me estaba acercando a la lectura de la novela en clave realista y con la información recibida suponía que Juan y Rosario pertenecían a un grupo político que actuaba en contra de la dictadura, que habían sido los militares quienes habían asesinado a Rosario y que Gaspar huía de ellos. En realidad no es así y bastante pronto el lector comprenderá que Nuestra parte de noche es una novela abiertamente fantástica. Gaspar es un poderoso médium, usado por una sociedad secreta internacional llamada «la Orden», alguien capaz de poner en contacto a sus miembros con «la Oscuridad». Gaspar no puede eludir acudir a la mansión de sus familiares políticos en la selva (los padres de Rosario) para llevar a cabo su rito anual de invocación a la Oscuridad. Juan es un hombre de dos metros y pelo rubio, descendiente de emigrantes suecos en Argentina, que pese a su imponente físico se encuentra gravemente aquejado de una enfermedad cardiaca. Contactar con la Oscuridad no hace más que debilitarle, pero la Orden no puede prescindir de su poder y ahora le reclama a su hijo Gaspar para ser usado también a favor de sus intereses. La orden está embarcada en los últimos tiempos en el proyecto de conseguir la inmortalidad gracias a la transmigración de las conciencias en «cuerpos recipientes». Cuando el médium Juan consigue invocar a la Oscuridad ésta transmite información a los escribas sobre los pasos del proceso y los ancianos más poderosos de la organización no pueden renunciar a este sueño.

En gran medida Nuestra parte de noche acaba siendo un canto de amor a la paternidad. Aunque en más de una ocasión Gaspar no va a entender los actos de su padre y llegará a temerle, la motivación principal de la vida de Juan consistirá en alejar a su hijo de sus poderosos familiares políticos. En este sentido, el tema último de la novela nos puede recordar al de La Carretera de Cormac McCarthy.

La primera parte del libro, en gran medida, es una narración de carretera, con elementos fantásticos, puesto que Juan no está aún seguro de que Gaspar haya heredado sus poderes, pero pronto podrá comprobar que sí. Gaspar puede ver en un hotel de carretera la presencia de una mujer fantasmal que se queja de haber perdido a su hijo. Juan sabe entonces que ha de enseñarle a expulsar esas presencias y que debe hacer estos encuentros menos traumáticos para Gaspar que lo que fueron en el pasado para él.

El final de la primera parte, cuando se narra la invocación de Juan de la Oscuridad es impresionante. Cuando en mi adolescencia leía novelas de terror y de ciencia-ficción muchas veces me daba cuenta de que las ideas de los escritores que leía no estaban a la altura de su pericia narrativa. Con Mariana Enriquez ocurre justo lo contrario: el adolescente que leía libros de terror y ciencia-ficción que aún habita en mí no ha parado durante esta lectura de alegrarse al poder leer escenas fantásticas tan bien construidas como las que nos encontramos en Nuestra parte de noche.

La novela se divide en seis partes, aunque realmente dos de ellas (la segunda y la quinta) son mucho más cortas que las otras cuatro y actúan como elementos de transición. En el primer caso se cede la palabra al médico que atendía a Juan en su niñez y en el segundo a una periodista que investiga casos de desaparecidos de la dictadura y cuyas pesquisas le acercan a la mansión de los Brandford (la familia de Rosario).

La tercera parte –La cosa mala de las casas solas– nos lleva a la Argentina de 1985-1986 y Juan y Gaspar se han instalado en una casa modesta de un barrio de las afueras. Como si se tratase de una novela de Stephen King (escritor del que Enriquez es seguidora manifiesta), se nos presentará ahora la pequeña pandilla de amigos preadolescentes de Gaspar, un niño que vive ajeno a su familia política y a los supuestos poderes de los que es dueño. Sin embargo, estos poderes, que el lector conoce y los protagonistas de la narración no, se harán pronto presenten. Adela es una de las amigas de Gaspar y vive sola con su madre (se insinúa que el padre es un «desaparecido» de la dictadura), además le falta un brazo. Aunque Enrique no lo cuenta, el lector presiente que esa mutilación tiene que ver con los ritos de invocación a la Oscuridad que ya conoce y que, por tanto, de algún modo u otro, Adela y su madre están conectadas con Gaspar y su padre. Una casa cerrada del barrio, y cuyas puerta y ventanas parecen dibujar una insinuante cara, pronto empezará a llamar poderosamente la atención de los cuatro amigos (Gaspar, Adela, Vicky y Pablo) y el deseo de entrar en ella y descubrir sus secretos será una tentación que no van a poder eludir. Este tema de la niña a la que le falta un brazo y la casa encantada, que acabará siendo más grande por dentro que por fuera, ya fue tratado por Enriquez en La casa de Adela, uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. De hecho, parece describir en cuento y novela a la misma niña (aunque en un caso la amputación es a la altura del hombro y en el otro del codo).

Los homenajes a algunos de los maestros del terror son más o menos explícitos en estas páginas. De los que yo conozco, diría que en las páginas de Enriquez descansan con comodidad Stephen King, H. P. Lovecraft o Arthur Machen. Si bien, Enriquez usa muchos de los recursos clásicos del terror, como son las cartas del tarot, la invocación a los demonios, las casas encantadas, etc. diría que también consigue crear una cosmogonía propia muy bien armada. A diferencia de otras obras de terror, en Nuestra parte de noche todos los elementos fantásticos encajan perfectamente y nada parece creado al azar o ad hoc para resolver una escena.

Cuando comenté los cuentos de Nuestra parte de noche destaqué el hecho de que Enriquez se servía del género para denunciar algunos temas candentes de la sociedad argentina. En Nuestra parte de noche vuelve a hacerlo. No es casualidad que la primera parte del libro se ambiente en enero de 1981 cuando aún dirigen el destino de Argentina los militares de Videla, y que la familia Brandford, una de las más poderosas de la Orden, sea una familia de ricos con buena relación con los militares. No es casualidad que los muertos debidos a la Orden se puedan camuflar y mezclar con los muertos de los militares. Tampoco lo es que Juan, el poderoso médium con problemas médicos, provenga de una familia humilde y que la familia rica de los Brandford se lo compre a sus padres para poder usarlo según sus intereses. Esto parece una clara metáfora de la lucha de clases. También aparecen en esta novela los mismos mitos paganos que en los cuentos de Enriquez, y se habla, por ejemplo, de La Santa Muerte, una figura consoladora para personas que se sientes fuera de la sociedad o la religión convencional.
Además de los miedos que generan la dictadura y el poder, también nos encontramos aquí con más tipos de miedos. Así, por ejemplo, se hablará también en la novela de las muertes por SIDA de finales de los 80 y principios de los 90, contado a través de Pablo, el amigo de Gaspar, que es homosexual.

Cuando he leído alguna de las estupendas antologías de cuentos de terror de la editorial Valdemar ya he apuntado esta idea: el terror describe una realidad íntima, en muchos casos, mejor de lo que pensamos. Nos rasga el velo de lo real y nos enfrenta a nuestros miedos más irracionales, a esos que no queremos mirar pero que están en nosotros y nos constituyen como personas.
La tensión narrativa de Nuestra parte de noche no ha decaído para mí durante sus 667 páginas. Es ésta una novela con unas escenas de terror sobrecogedoras y cuyas páginas consiguen crear una atmósfera enfermiza perfectamente creíble y sugestionable. En este sentido, recuerdo la impresión que me causó leer este libro una noche yo solo en casa, cómo cada ruido del edificio conseguía asustarme. Si bien, en más de una ocasión, he comentado que quiero frenar con la lectura de tantas novedades literarias y refugiarme en los valores seguros de los clásicos, también he de decir que entre las novedades literarias a las que me he acercado durante los últimos años, libros que aún no han recorrido la senda del prestigio y la consolidación, Nuestra parte de noche ha sido uno de los que más me han impresionado y que más me ha hecho disfrutar. Un libro que me ha retrotraído a la lectura desprejuiciada y feliz de los primeros grandes libros de la adolescencia. En fin, que me lo he pasado en grande leyendo Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez.                                                    

domingo, 12 de abril de 2020

Orgullo y prejuicio, por Jane Austen


Orgullo y prejuicio, de Jane Austen

Editorial Alba. 422 páginas. 1ª edición de 1813; ésta es de 2011.
Traducción de Marta Salís e ilustraciones de Hugh Thomson

Después de haber leído en las vacaciones de Navidad Middlemarch (1872) de George Eliot me apeteció acercarme a otro clásico de la literatura británica del siglo XIX escrito por una mujer y –acercándome a algún otro libro entre medias– en enero tomé de mis estanterías Orgullo y prejuicio de Jane Austen (Stevenson, Gran Bretaña, 1775 – Winchester, 1817). Había comprado el libro a finales de 2012 y me lo había autorregalado por Reyes a principios de 2013. Así que ha descansado siete años en mis estanterías de libros por leer. Una muestra más de mi desbarajuste a la hora de controlar los libros que entran en casa. Debió ser hace unos quince años cuando leí Sentido y sensibilidad (1811), la primera novela de Austen. Por entonces, venía de leer a las tres hermanas Brontë, cuyas obras me encantan, y Sentido y sensibilidad me defraudó. Me pareció que cualquiera de las tres Brontë era mejor que Jane Austen, aunque solo la estaba juzgando por su primera novela.
Hubiera sido una buena idea haber leído Orgullo y prejuicio en 2013, por que justo se cumplió entonces su doscientos aniversario. Pero ha sido ahora cuando me he acercado a él y nunca es tarde para reconciliarse con una autora cuyo libro primerizo no me había convencido.

Igual que ocurría con Middlemarch, Orgullo y prejuicio nos traslada a la vida en la campiña inglesa y más concretamente a la vida de la burguesía rural. «Es una verdad universalmente aceptada que todo soltero en posesión de una gran fortuna necesita una esposa.», con esta frase empieza el libro. Según la contraportada de Alba es uno de los comienzos, junto con el de Anna Karénina de Tolstoi, más famosos de la literatura.
La familia Bennet está formada por un padre bonachón e indolente, una madre alocada y que habla demasiado y cinco hijas. «Los bienes del señor Bennet consistían casi exclusivamente en unas tierras que le rentaban dos mil libras anuales, y que, por desgracia para sus hijas, al no tener un vástago varón, serían heredadas por un pariente lejano; y la fortuna de su mujer, aunque más que suficiente en su situación, no bastaba para compensar la suya.» (pág. 43). La mayor preocupación de la madre es casar bien a sus hijas, y como hemos leído en el párrafo anterior, este deseo de la madre está asentado en un miedo real: si el padre muere, uno de sus sobrinos, que es el heredero legal de sus tierras, puede dejar a la mujer y a las hijas, aun sin desposare, en la calle. Más de un personaje de la novela se quejará de esta ley machista, que nos les queda más remedio que aceptar.
En la mansión próxima a la de los Bennet se ha instalado el joven Bingley, rico, agraciado y simpático. La madre insistirá al padre para que se le presente con la intención de que pueda interesarse por alguna de sus hijas. Éstas serán invitadas a su casa, en la que conocerán además del señor Bingley, a su hermana y al señor Darcy, un joven más rico aún que Bingley, agraciado y de una aparente gran arrogancia.

La novela, escrita en tercera persona, centrará su mirada sobre Elizabeth, que es la hija segunda de los Bennet y protagonista principal del libro. Sin embargo, la voz narrativa no siempre centra su atención sobre Elizabeth y el lector acaba sabiendo más sobre lo que piensan y lo que motiva al resto de los personajes que la propia protagonista. La hija mayor es Jane, que es la mejor amiga de Elizabeth, y la más atractiva de las Bennet. Entre Jane y Bingley parece surgir el amor, pero tendrán que enfrentarse a más de un desencuentro.
Elizabeth parece sentirse, en un principio, atraída por Darcy, pero la arrogancia de éste, su orgullo y su mirada de superioridad sobre la familia de Elizabeth conseguirán que pronto se desilusione. Circunstancias posteriores harán que ese interés vuelva y se vaya de un modo intermitente.
Las otras tres hermanas Bennett serán personajes más secundarios de la obra: Mary dedica el tiempo a leer y a las pequeñas Kitty y Lydia les gustan principalmente los bailes y flirtear con los jóvenes, sobre todo con los soldados de una milicia que se ha instalado en el pueblo, algo que puede tener consecuencias negativas para su reputación.

Uno de los temas que más interesa a Austen es el de la posición de la mujer burguesa en la sociedad. En gran medida, su narrativa es antirromántica, pues las mujeres de sus novelas continuamente han de hacer cálculos económicos sobre los mejores partidos con los que pueden contraer matrimonio. Recuerdo que este tema me sacaba algo de quicio en mi lectura de Sentido y sensibilidad, porque le daba a la narración un aire cínico y superficial. Pero ahora, leyendo Orgullo y prejuicio, creo que he podido verlo de otro modo. Austen se sirve de la ironía y de la sátira ligera para retratar a sus personajes, pero tampoco elude la tristeza de las situaciones a las que se ven abocadas algunas de sus protagonistas femeninas. El señor Collins, el heredero de la casa de los Bennett, hará una visita a la familia, cuando ya esté instalado como clérigo de una parroquia. Para conseguir respetabilidad necesita casarse. Ha ideado un plan que a él le parece de una gran generosidad: si se casa con alguna de sus cinco primas, su casa familiar volverá de nuevo a la familia. Para ello pedirá matrimonio a Elizabeth, y al ser rechazado no tendrá reparos en pedírselo también, tan solo tres días después, a Charlotte Lucas, una amiga de Elizabeth, vecina de los Bennet. Charlotte tiene ya veintisiete años (es mayor que las Bennet, las hermanas mayores apenas llegan a los veinte) y no es muy agraciada. Sabe que casarse con el señor Collins puede ser su única oportunidad para no ser una solterona. Elizabeth intuye que su amiga no puede realmente amar a Collins, pero su decisión le parecerá sensata. Cuando vaya a visitarlos, se quedará tranquila porque comprobará que Charlotte tiene suficiente espacio para hacer su vida y no ser molestada demasiado por su marido. Este es un capítulo triste y cruel. «¿Cuál es la diferencia entre el interés y la prudencia cuando se habla de matrimonio? ¿Dónde acaba la discreción y empieza la codicia?», le pregunta Elizabeth a su tía en la página 179. Jane Austen parece aconsejar el cálculo y la prudencia cuando se trata de pensar en el matrimonio (ella no se casó nunca) y, por lo que veo en este libro, castiga a los personajes femeninos que toman decisiones irreflexivas y románticas.

Es famosa la escena en la que Darcy acabará declarando su amor a Elizabeth. «Mi lucha ha sido en vano. Carece de sentido. No reprimiré por más tiempo mis sentimientos. Permítame decirle cuán ardientemente la admiro y amo.», le dice Darcy a Elizabeth en la página 218 para, a continuación, pasar a comentarle que se ha enamorado a su pesar, pues considera que Elizabeth es inferior a él. Y aun así Darcy cree que Elizabeth va a caer rendida en sus brazos. El orgullo y la arrogancia de Darcy le han traicionado, porque Elizabeth, que había empezado a sentir algo por él, le rechazará.
Es una escena bochornosa desde el punto de vista actual, después de dos siglos. Para el lector, Darcy es un completo imbécil. Pero desde el punto de vista de 1813 es más bien una escena aterradora. Elizabeth se da cuenta de que a Darcy le correspondería una mujer de una familia mejor que la suya. Entre otras cosas, uno de los defectos de Elizabeth, desde el punto de vista de Darcy, es que tiene dos tíos que trabajan para ganarse la vida, uno es abogado y otro comerciante. El trabajo era una profunda vulgaridad para la nobleza y burguesía rurales de la que habla Austen. Este tipo de detalles me ha hecho en algún momento distanciarme de los personajes y la historia. Aunque Elizabeth si era una joven que se hacía querer, sentirse atraída aún por Darcy después de su declaración de amor me expulsaba un poco del libro.
En 1813 tanto hombres como mujeres pobres estaban sufriendo la explotación laboral en las fábricas de la revolución industrial y esto es algo que no existe en el mundo de Austen. Es cierto que no hay en Orgullo y prejuicio una crítica a los privilegios de la clase dominante, pero sí que se muestra –de manera solapada– una crítica a la situación de la mujer dentro de los círculos privilegiados de la sociedad. Así que considero que es mejor juzgar a Jane Austen por lo que sí ofrece que por lo que no. Orgullo y prejuicio está escrito con un gran sentido del ritmo, en todo momento los pequeños giros de la trama hacen que el lector se sienta interesado por la lectura. Los personajes principales y secundarios están muy bien caracterizados. Según he leído en internet, Orgullo y prejuicio es la primera novela con un personaje principal femenino perfectamente desarrollado.

Middlemarch de George Eliot –donde los personajes principales varones sí tenían que trabajar para ganarse la vida–me ha parecido una novela de una complejidad superior a Orgullo y prejuicio, pero también es cierto que aunque está publicado unos sesenta años después que la obra de Austen (1872 frente a 1813) en algunos aspectos Middlemarch parece más anticuada. Esto se debe, sobre todo, a que en Middlemarch la narradora interrumpe constantemente la narración para hacer comentarios sobre los personajes, un recurso clásico del siglo XIX, y esto no ocurre en Orgullo y prejuicio. Aquí la narradora se dedica a crear escenas y a mover en ellas, de forma muy habilidosa, a sus personajes.
Me alegra haberme reconciliado con Jane Austen tantos años después de haber leído Sentido y sensibilidad. Orgullo y prejuicio, que en la lista de mejores novelas británicas que publicó la BBC estaba en el puesto decimo primero (frente al primer puesto de Middlemarch), me ha resultado una narración maravillosamente bien medida y repleta de agudeza y encanto.

domingo, 5 de abril de 2020

YOUTUBER A LOS 45

No estaba seguro de si con la paralización de las actividades no esenciales en España se podían comprar libros a través de mensajería o no. Sin embargo, esta semana me han llegado mails de La Casa del Libro o de La Central comunicándome que sí que se podían hacer pedidos, que aunque las tiendas están cerradas ellos envían los libros desde su almacén cumpliendo con todos los protocolos de seguridad.

Hace unas semanas os conté que mi nueva novela “Caminaré entre las ratas” (editorial Carpe Noctem), llegó de la imprenta al almacén de la editorial, más o menos, al mismo tiempo que se cerraban los comercios del país, entre ellos las librerías, claro. Sin embargo, como la novela se puede comprar a través de plataformas de internet (Amazon, La Casa del Libro, La Central…), he decidido tratar de promocionarla un poco. Y me he grabado leyendo un fragmento. He decidido comenzar con una prometerá carrera de booktuber a los 45 años.


“Caminaré entre las ratas” está ambientan en 2013 y uno de sus temas es la última crisis económica. He elegido unas páginas en las que hablo del mundo laboral madrileño. Decía Borges que el relato fantástico funciona con unos códigos muy marcados para que el lector sienta esa fantasía como verosímil, pero cuando tomas historias de la realidad ésta se olvida de cualquier idea de verosimilitud. Lo que cuento sobre el mundo laboral madrileño es absurdo; me lo permito porque son anécdotas tomadas de la realidad. Y la realidad no es verosímil.

He buscado un tutorial en Youtube y he conseguido recortar la primera parte del vídeo, donde se me veía conectando la cámara y sentándome. Me ha dado miedo hacer lo mismo con la parte final, porque no sabía si iba a eliminar los 5 últimos segundos o todo lo anterior. Que también te digo que el encierro me está empezando a sentar mal.

Este es mi primer vídeo, mi primer paso en el mundo youtuber. El Rubius también tuvo que tener un comienzo.

https://www.youtube.com/watch?v=vm4rwZJ9co4