domingo, 30 de enero de 2022

Mugre rosa, por Fernanda Trías


Mugre rosa
, de Fernanda Trías

Editorial Random House. 277 páginas. 1ª edición de 2021.

 

A finales de 2018 leí La azotea de Fernanda Trías (Montevideo, 1976), que inauguró la nueva editorial española Transito. Era una novela ‒publicada por primera vez en Uruguay en 2001‒ claustrofóbica, contada desde el punto de vista de una mujer que decide crear un micromundo dentro de un piso, del que no permitirá salir ni a su débil padre, ni su hija pequeña, ni a sí misma. Me gustó aquella novela enfermiza y potente.

Cuando en 2021 apareció Mugre rosa sopesé la idea de leerla, ya que tenía un buen recuerdo de La azotea. En principio, mi deseo de no leer demasiadas novedades literarias ganó la partida. Pero, meses más tarde, cuando leí que con poco tiempo de diferencia Mugre rosa había ganado el premio Bartolomé Hidalgo en Uruguay a la mejor obra narrativa del año y también el premio Sor Juana Inés de la Cruz en México, me apeteció leerla. Una tarde, al salir del colegio en el que trabajo, caminé hasta la nueva librería madrileña La Mistral, cercana a la plaza de Sol, y que aún no había visitado. Quería comprar allí el libro de Fernanda Trías. La librería me pareció bonito, pero en ese momento no tenía Mugre rosa y la acabé comprando, el mismo día, en la FNAC de Callao.

 

Mugre rosa nos acerca a un futuro ligeramente distópico. La acción se sitúa en una ciudad que el lector sobreentiende que es Montevideo, aunque nunca se especifica en la novela, ni se nombra tampoco a Uruguay. Sí sabremos que la moneda usada en el país es el peso y que la narradora tiene el plan de huir a Brasil, que se intuye que ha de ser un país cercano y colindante al que ella se encuentra. Aparecieron en «el río», que se sobreentiende que es el Río de la Plata, unas algas color borra, que en un principio parecían inocuas, para más tarde empezar a morir peces, y darse cuenta de que era una peligro para la población inhalar sus esporas cuando soplaba el viento. La ciudad aparece continuamente cubierta de niebla, y esta es una buena señal, porque lo contrario de la niebla es «el viento rojo». Cuando empieza a soplar el viento del río, suenan las alarmas y la población debe refugiarse en sus casas con todas las ventanas cerradas, a riesgo de inhalar las esporas rojas y contraer una enfermedad de la piel que les va a conducir a la muerte.

La mayoría de la población ha sido evacuada hacia ciudades del interior del país, pero la narradora no ha querido hacerlo porque hay elementos que la atan a la costa. Por un lado su exmarido Max está internado en el hospital el Clínicas, en la sección de enfermos crónicos. Max ha sido contagiado por el virus del aire pero, extrañamente, no ha muerto. Su caso, y el de algunos compañeros en una situación similar, es importante para la ciencia, porque tal vez en ellos se encuentre la solución a los problemas por los que pasa el país (nunca se llega a aclarar del todo si esta es una crisis del país o mundial).

En uno de los barrios pudientes de la ciudad también permanece, sin evacuar, la madre de la narradora. «Después de la evacuación, mi madre decidió mudarse a una de las casonas abandonadas de Los Pozos. Los dueños las alquilaban por chirolas con tal de mantenerlas vivas. (…) Mi madre tenía una confianza ciega en los materiales nobles y tal vez haya pensado que la contaminación no podía atravesar una buena pared, ancha y silenciosa, un techo bien construido, sin grietas por las que se colase el viento.» (pág. 22)

La narradora y su madre discuten continuamente. La narradora tiene más de una cuenta del pasado pendiente con su madre, que no ha aprobado nunca sus decisiones. Por ejemplo, la madre estuvo en contra de la boda de la protagonista con Max, a quien conocía desde la infancia. La narradora ahora ayuda y provee a la madre, porque se haya en una posición más fuerte que ella, y parece buscar una aprobación que la madre le negará de continuo. De hecho, durante el tiempo de la novela la narradora evocará continuamente a Delfa, que era la sirvienta que trabajaba en su casa cuando era niña. En más de una ocasión pensará en Delfa como en su verdadera madre.

 

La narradora (siempre innominada) se gana la vida cuidando a Mauro, un niño con problemas de obesidad, un niño al que una enfermedad hace tener siempre hambre. Sus padres emigraron a una hacienda del interior y, unas cuantas semanas al mes, traen a Mauro hasta el edificio de apartamento de la narradora para que ésta le cuide y procure hacerle perder algo de peso.

 

La novela parece plantear también un enfrentamiento entre el interior del país y la provincia. Estoy mucho menos familiarizado con la tradición literaria y cultural uruguaya que con la argentina. Pero tengo la intuición de que en Uruguay debe darse una tensión similar a la de Argentina entre el interior, más despoblado y pobre, y la costa, más urbana y rica. En el tiempo de la novela, el interior del país parece estar floreciendo, en contraposición a la decadencia de la costa. Desde el interior llegan alimentos y suministros cada vez más caros a la costa.

En el futuro distópico planteado, además, existen fábricas que elaboran un sucedáneo de la carne que, de forma coloquial, la población llama «mugre rosa», y que también viene a mostrarlos la decadencia de las zonas ricas del país.

 

En gran medida, Mugre rosa es una novela sobre las dependencias humanas: casi todos dependen, de un modo u otro, de la narradora: su orgullosa madre, atrapada en su barrio alto cada vez más precario; su exmarido, atrapado en la clínica de la que no puede escaparse; y sobre todo Mauro, «Él sería, para siempre, el recipiente que contenía la enfermedad.», no dice la narradora en la página 71. En cierto sentido, con Mauro la narradora expía su sentimiento de culpabilidad hacia Max o su madre. Aunque la excusa de ocuparse de él es el dinero que recibe de sus padres por cuidarlo y que, en el futuro, debería permitirle huir a Brasil. Pero este dinero lo ha juntado ya hace tiempo y continúa en la peligrosa costa, entre la niebla y el viento rojo.

 

Si La azotea era una novela opresiva sobre una mujer que decide encerrar a su familia en un piso y olvidarse del mundo exterior, Mugre rosa también lo es. En La azotea la amenaza exterior era más mental que real, y en Mugre rosa la amenaza exterior se ha hecho más real, y esto obliga a los habitantes de este nuevo mundo a vivir, gran parte del tiempo, encerrados en sus casas, temiendo el cambio del tiempo cuando salen al exterior.

 

El estilo de Mugre rosa es envolvente y la sensación de opresión y grisura, de nueva realidad colindante con la real, pero diferente, está muy conseguida. Más de una vez se le recuerda al lector que la narradora ha decidido de forma consciente contarnos su historia desde algún punto del futuro. Me ha resultado curiosa esta construcción: a pesar de estar narrado el pasado, en algunos momentos se cambia de una forma verbal pretérita al futuro, dando a las escenas una sensación de inminencia e inevitabilidad.

Si bien una novela como La carretera de Cormac McCarthy es una «distopía de movimiento», en la que los personajes están siempre en continuo peregrinaje, Mugre rosa es una «distopía de la inamovilidad». De hecho, la novela acaba cuando su narradora se va a ver forzada a desplazarse. Y quizás Fernanda Trías podría plantearse escribir una segunda parte, la «distopía del movimiento».

 

Mugre rosa me ha parecido una novela conseguida, de prosa eficaz y estimulante. Una novela que entra con fuerza, y derecho propio, en el canon de la más reciente estirpe de novelas apocalípticas. De vez en cuando, el mundo de los libros te sorprende y los premios literarios cobran todo su sentido. 

domingo, 23 de enero de 2022

Paraíso, por Abdulrazak Gurnah


 Paraíso, de Abdulrazak Gurnah

Editorial Salamandra. 300 páginas. 1ª edición de 1994.

Traducción de Sofía Noguera Mendía

 

Creo que fue una sorpresa para todos (o casi todos o, al menos, en el mundo hispano) la concesión del premio Nobel de Literatura en octubre de 2021 a Abdulrazak Gurnah (Zanzíbar, Tanzania, 1948), autor de diez novelas, cuentos y varios ensayos. En su fallo, la Academia Sueca destacó «su penetración intransigente y compasiva de los efectos del colonialismo y del destino del refugiado en el abismo entre culturas y continentes». De su obra se habían traducido al español y publicado en España tres novelas: Paraíso (1994), Precario silencio (1996) y En la orilla (2001), que en 2021 se encontraban descatalogadas. En noviembre de 2021, la editorial Salamandra anunció la reedición de Paraíso para el mes siguiente. Como sentía curiosidad por la obra de Gurnah se la solicité para poder leerla y reseñarla.

 

«Empecemos por el niño» es la primera frase del libro, que emplea un plural mayestático que no se va a repetir. El niño se llama Yusuf y tiene doce años. Aunque la historia va a avanzar desde aquí, se nos informa de que Yusuf está recordando su vida desde algún punto indeterminado del futuro. En la primera página de la novela, asistiremos al momento en el que Yusuf ve a dos personas blancas por primera vez. Esperan el tren en el andén y el niño no puede apartar la mirada de ellas.

El padre de Yusuf regenta un hotel en la pequeña ciudad de Kawa. Lo he buscado en internet y se encuentra en el interior de la Tanzania continental. Cuatro años antes vivían más al sur. «Se mudaron a Kawa porque esta ciudad prosperó gracias a que los alemanes la utilizaban como depósito mientras construían la línea de ferrocarril que llegaría a las tierras altas del interior. Pero este esplendor fue flor de un día, y ahora los trenes sólo se detenían para recoger madera y agua.» (pág. 14).

En la contraportada de la novela, se nos informa de que la acción está situada «en vísperas de la primera guerra mundial», pero en realidad no aparece ninguna fecha concreta en el texto, así como no, salvo el nombre de algunas ciudades, no aparece tampoco nunca el nombre de «Tanzania», ni de ningún otro país africano. En realidad, a comienzos del siglo XX no existía Tanzania como tal.

Sí sabremos que Yusuf es suajili. Yusuf tendrá que moverse en un mundo de árabes, indios, griegos, alemanes, ingleses, suajilis y otras tribus del interior de África, que van a ser denominadas «salvajes».

Abdulrazak Gurnah creció en Zanzibar, perteneciendo a una minoría árabe, ya que su padre había sido un inmigrante de Yemen. Por motivos de persecuciones étnicas, huyó a Gran Bretaña a los dieciocho años. El idioma materno de Gurnah es el suajili, pero adoptó el inglés como lengua literaria. Ha sido profesor de literatura en la universidad de Kent, y ahora mismo se encuentra jubilado. En Paraíso se muestran en letra bastardilla las palabras que en el original aparecen en suajili, que no están traducida y aportan una nota de color africano.

 

En realidad, cuando uno empieza a leer Paraíso siente que se encuentra ante una obra muy anglosajona, por la precisión del lenguaje y su belleza. Me gustan las páginas en las que Gurnah describe la mirada infantil de Yusuf sobre la pequeña ciudad de Kawa. La acción de la novela comenzará realmente cuando los padres de Yusuf le comuniquen que se va a ir con su tío Aziz, un rico comerciante de la costa, que periódicamente viaja al interior para hacer negocios, intercambiando productos manufacturados, como azadas, por otros, como oro o marfil. Paraíso es, en gran medida, una novela de aprendizaje, pero también una novela de aventuras. Yusuf empezará a trabajar en una tienda, propiedad de su tío Aziz, bajo las órdenes y las enseñanzas del adolescente Khalil. Yusuf descubrirá pronto que, en realidad, el comerciante Aziz no es su familiar, sino una persona a la que su padre debía dinero, que le ha entregado a él como una forma de saldar su deuda. Khalil se encuentra en una situación similar a su suya. Si bien, en un principio parece que Khalil abusa de Yusuf pegándole para «que aprenda», pronto surgirá la amistad entre los dos.

En el África que retrata Gurnah son importantes las historias, que marcarán una diferencia entre las personas que han viajado en el libro y las que no. El viaje será siempre una fuente de misterios y magia.

 

Los años va ir pasando y cuando Yusuf tenga ya diecisiete años, Aziz de lo va a llegar al interior, a uno de sus viajes comerciales. Un viaje de conocimiento de la propia tierra que también va a ser toda una aventura. En el imaginario colectivo occidental aparecen los relatos y las películas en las que los occidentales exploran África, pero en Paraíso serán los propios africanos los que exploren África. Los habitantes de la costa verán a las personas del interior como a «salvajes», con los que en muchos casos es difícil comunicarse y conseguir que les dejen atravesar sus tierras. Los «sultanes» de las tierras por las que atraviesan les irán haciendo pagar diezmos.

Paraíso es una obra profundamente africana, porque muestra los enfrentamientos de los propios africanos entre sí. La mirada de Gurnah sobre ellos no es nada complaciente, unos se convierten en negreros de otros a los que venden como esclavos. Y de fondo siempre aparece la ‒en principio‒ lejana presencia de los blancos. Los alemanes son seres mitificados en la novela, capaces de comer metal, en un contexto de narraciones orales que se asemejan mucho al «realismo mágico». En las páginas 92-93 leemos: «Los comerciantes, atemorizados por la ferocidad y la crueldad de los europeos, hablaban de ellos con asombro. Se apoderaban de la mejor tierra sin pagar un solo abalorio, obligaban a la gente a trabajar para ellos con engaños, comían lo que fuese, aunque estuviera duro o podrido. Como si de una plaga de langostas se tratase, su voracidad no tenía límite ni decencia. Imponían tributos para esto, tributos para aquello, prisión para el infractor, y en ocasiones el látigo y la horca. Lo primero que construyen es un almacén, luego una iglesia, a continuación un cobertizo para el mercado a fin de poder controlar el comercio y gravarlo con un impuesto. Y todo esto aun antes de construirse un lugar donde vivir. ¿Había alguien oído nada igual? Llevan ropa hecha de metal, pero que no irrita sus cuerpos, y pueden pasarse días sin dormir o beber. Su saliva es venenosa. Wallahi, os lo juro. Si te salpica, te quema la carne. La única forma de matar a uno de ellos es apuñalarlo bajo la axila izquierda; ningún otro sitio sirve, pero resulta casi imposible hacerlo, porque llevan ese punto fuertemente protegido.»

 

En varios momentos de la novela, Yusuf tiene la sensación de encontrarse en «el paraíso». Por ejemplo, en el viaje hacia el interior, atraviesan una montaña y en ella hay una cascada que fascina su mirada adolescente. «Nunca he visto nada tan bonito como aquello. Se podía oír la respiración de Dios. Pero llegó un hombre y quiso echarnos de allí.» Ese hombre es un africano siervo de un «señor» europeo. También Yusuf disfrutará cada vez más del bello jardín de su falso «tío» Aziz, pero éste será otro espacio que no le corresponda. Y esta simbología del paraíso inalcanzable, del paraíso que pertenece a otros irá cobrando cada vez más fuerza en la novela. Además, Yusuf ha sido bendecido o condenado a poseer el don de la belleza, y lo que puede ser algo positivo acabará convirtiéndose en una nueva amenaza sobre su futuro. No hay aquí belleza o paraíso sin su correspondiente amenaza.

 

Cuando Gurnah ganó el premio Nobel, se cuestionó, ‒en la mayoría de los casos sin haber leído sus libros‒ la valía real de su obra. Parecía establecerse el siguiente silogismo: si no había tenido éxito, esto significaba que no era realmente un gran escritor. Después de leer Paraíso tengo esta sensación: quizás las expectativas de descubrir a un nuevo y genial autor eran muy altas, y deseaba quedarse deslumbrando ante la obra del nuevo Nobel, y esto no ha ocurrido. Pero, por otro lado, sé que si hubiera llegado a Paraíso cuando se publicó en España por primera vez me hubiera gustado. Considero que Paraíso, sin ser un libro genial ni rompedor, es un gran libro. Nos muestra la época colonial en África sin maniqueísmos ni falsas bondades, desde una perspectiva nueva e insólita, al menos para mí. El giro que se produce en las tres últimas páginas de la novela me ha parecido magistral, un giro que cubre de nuevo al libro de más variadas lecturas. Paraíso ha sido una gran lectura, a la que no hubiera llegado si el premio Nobel no me hubiera descubierto al escritor Abdulrazak Gurnah.

domingo, 16 de enero de 2022

¿Tiene sentido leer ficción después de los 40 años?

 En mi canal de YouTube trato de contestar a esta cuestión: ¿Tiene sentido leer ficción después de los 40 años?


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domingo, 9 de enero de 2022

La muerte baja en el ascensor, por María Angélica Bosco

 


La muerte baja en el ascensor
, de María Angélica Bosco

Editorial FCE. 154 páginas. 1ª edición de 1955; ésta es de 2013.

 

Ya he comentado más de una vez que uno de mis proyectos es leer todos los libros de la Serie del Recienvenido del FCE. La editorial estatal mexicana encargó al argentino Ricardo Piglia rescatar títulos que hubieran sido olvidados dentro de la fértil narrativa argentina del siglo XX. A Piglia le dio tiempo a elegir y publicar trece títulos antes de su muerte en 2017. Con La muerte baja en el ascensor de María Angélica Bosco (Buenos Aires, 1909 – 2006) ya he leído cinco títulos de esta colección. Los anteriores han sido Nanina de Germán García, Hombre en la orilla de Miguel Briante, El mal menor de C. E. Feiling y Río de las congojas de Libertad Demitrópulos.

 

Me pasé por la nueva librería madrileña Lata Peinada, especializada en literatura latinoamericana y, entre otros libros, compré La muerte baja en el ascensor simplemente porque Piglia lo había incluido en su colección de rescates y este me parecía suficiente aval. De María Angélica Bosco no había oído hablar nunca. En el prólogo que Piglia escribió para La muerte baja en el ascensor, y en la nota de contraportada, descubro que esta novela se publicó por primera vez en la colección El Séptimo Círculo, que nació en la Argentina de 1945 y estaba dirigida por Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares. Además este libro ganó el premio Emecé de novela.

 

Casi toda la carrera literaria de María Angélica Bosco se desarrolló dentro del género policial, y dice Piglia que La muerte baja en el ascensor es «una de las mejores novelas policiales escritas en Argentina».

 

Nos encontramos ante una novela corta y, por tanto, es necesario que el conflicto ‒en este caso «el muerto»‒ aparezca pronto. Nos encontramos en la calle Santa Fe, una de las más pudientes de Buenos Aires. Piglia señala que, por ejemplo, en las novelas de Arthur Conan Doyle los crímenes que investigaba Sherlock Holmes no ocurrían en los barrios bajos sino en los ricos, en los que Conan Doyle sabía que vivían la mayoría de sus lectores. Y este es el paradigma que sigue Bosco en su novela. A las dos de la madrugada, el disoluto Pancho Soler regresa borracho a su apartamento de la calle Santa Fe. En el ascensor del edificio se va a topar con una sorpresa muy inesperada: una bella mujer rubia baja en este ascensor, apoyada contra la pared, no termina de salir. Pancho va a descubrir que está muerta. Pancho se sentará en uno de los sofás de la entrada, embebido de una turbia sensación de irrealidad. No mucho después llegará al edificio el médico y residente Adolfo Lucher. Al encontrarse en mejores condiciones que Pancho, se mostrará más resolutivo. Lucher hace nueve años que llegó desde Europa a la Argentina. Estamos en 1954 y, por tanto, Lucher emigró justo cuando acabó la Segunda Guerra Mundial. No será el único personaje que ha emigrado a Buenos Aires desde Europa, y pronto el lector empezará a entender que es posible que el crimen de Frida Eidinger (así se llama la joven muerta del ascensor) se deba a causan que se engendraron y se quedaron pendientes del Viejo Continente.

¿Los emigrados a Buenos Aires que viven en este pudiente edificio de Buenos Aires son nazis, o aliados de los nazis, o por el contrario pertenecen a sus víctimas?, será una de las más interesantes preguntas que van a surgir en la lectura de este texto.

 

El lector conocerá a Andrés y Aurora, el portero del edificio y su mujer, y con ellos a todos los vecinos. Cada una de las familias burguesas, que esconden sus secretos y miserias, puede ser sospechosa de haber cometido el asesinato. También nos serán presentados los policías que van a llevar el caso: el comisario inspector Santiago Ericourt y el joven ayudante Ferruccio Blasi.

La investigación sobre la muerte de Frida Eidinger se irá complicando cuando aparezca más cadáveres por el camino, quizás personas que se han suicidado (una posible hipótesis sobre la muerte de Frida) o que han sido asesinadas. Como suele ocurrir en las grandes novelas policiales (estoy pensando en El sueño eterno de Raymond Chandler), la trama es acelerada y algo confusa. Como también suele ocurrir en las grandes novelas policiales, al menos en las clásicas (y de nuevo podemos pensar en El sueño eterno) aparecerá aquí una joven, que quizás sea una «mujer fatal». Se trata de Betty, la hija de un hombre enfermo, postrado en la cama, a quien cuida la joven madrastra de Betty.

 

La novela está escrita en tercera persona, con un lenguaje certero, que no deja de ser irónico. En algunos momentos el narrador permite que el lector tenga más información que la investigada por la policía y en otras ocasiones policía y lector caminarán a la par. Además el lector podrá acceder al cuaderno de notas de algún policía y así se cambiará el registro narrativo.

 

He citado ya a Raymond Chandler como una de las posibles influencias de esta novela, pero sí que deberíamos añadir que, sin embargo, La muerte baja en el ascensor no cuenta con la baza de tener un detective tan carismático como Philip Marlowe. Aun siendo unos personajes interesantes, Ericourt y Blasi no acaban de tener la suficiente química entre ellos para ser una pareja memorable de policías. «Los hechos hacen la investigación por su cuenta», le dirá Ericourt a Blasi, y esta frase sí me parece memorable. Más interés tienen para el lector, en realidad, los sospechosos que viven en el edificio y su nebuloso pasado europeo. En este sentido, además de una novela policial La muerte viaja en ascensor acaba siendo también una crítica de costumbres de la alta sociedad bonaerense de los años 50.

Otro tema sobre la influencia de Raymond Chandler y el policial clásico sobre el libro de Bosco: la mirada sobre la mujer. Es habitual que personajes como Philip Marlowe tengan una visión anticuada de la realidad, ya que son personajes que atraviesan un mundo corrupto y quieren restaurarlo en función de unos valores tradicionales. En este sentido, alguien como Marlowe no va a ver, en principio, con buenos ojos que una mujer deje a su marido, por ejemplo. Nada extraño con la moral de la época en la que Chandler escribió sus novelas, en las décadas de 1940 y 1950. Diría que Bosco ha leído a Chandler y a escritores similares y ella asimila para sí su modelo novelístico. En este sentido, en La muerte baja en el ascensor tiene personajes que hacen apreciaciones generales sobre las mujeres, y no sobre los hombres, lo que no deja de ser machista. Por ejemplo, Pacho Soler pensará esto: «Las mujeres inevitablemente concluyen por decir que se las deja solas»; el inspector Ericourt: «Admitamos que hay mujeres que no necesitan ser inducidas para crear un clima de tragedia»; el portero Andrés: «cosas de mujeres», «La mía no me deja en paz». En este último caso, podríamos pensar que se trata de una ironía de Bosco, porque la información se muestra así: «Andrés se presentó. Hubo un prólogo en el cual el inevitable estribillo, “cosas de mujeres”, “la mía no me deja en paz”, se repetía con unas confusas apreciaciones sobre “la vida privada”». Sí que podría ser interesante analizar el personaje de Rita, la hermana del siniestro vecino Czerbó, un húngaro con un más que dudoso pasado europeo. Rita es una mujer que vive sojuzgada a la sombra de su hermano y su situación sí se denuncia en la novela. Pero, en cualquier caso, diría que La muerte baja en el ascensor, pese a estar escrita por una mujer, sigue las reglas de construcción de los modelos de novela negra norteamericanos creados por hombres como Raymond Chandler o Dashiell Hammett, sin desmerecerlos, pero sin dar sobre el género una «mirada más femenina» que la de sus predecesores varones. En cualquier caso, La muerte baja en el ascensor debería ser una novela perfectamente disfrutable para cualquier aficionado actual al género policial.

 

 

domingo, 2 de enero de 2022

LAS 10 MEJORES LECTURAS DE 2021

 Igual que hice el año pasado, esta vez también os remito a mi canal de YouTube, Bienvenido, Bob, para hablar de la lista de las diez mejores lecturas del año 2021, recién acabado.


Si os apetece ver el vídeo PINCHAD AQUÍ.