domingo, 26 de agosto de 2012

Real en el rosedal, por Elvio E. Gandolfo


Editorial Municipal de Rosario. 64 páginas. 1ª edición de 2009.

A raíz de la lectura de los libros de Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947) que hice durante los pasados meses, pude contactar –gracias a Facebook- con el autor, una persona atenta, simpática y cercana. En junio me escribió al correo electrónico e intercambiamos unos e-mails; en uno de ellos me envió en PDF su novela-crónica Real en el rosedal, editado por el ayuntamiento (o municipalidad) de Rosario, que es realmente la ciudad en la que se crió aunque naciera en Mendoza. Real en el rosedal es una novela-crónica difícil de encontrar, y me imagino que pocas personas la habrán leído, así que me sentí un privilegiado al poder recibirla.
Este tipo de cosas van a conseguir que me acabe comprando un e-book: lo voy a necesitar para leer manuscritos o PDF de forma más cómoda. Como tampoco me gusta leer mucho tiempo seguido en el ordenador, lo imprimí: el texto no es muy extenso y está aderezado con fotografías, así que pude leerlo de una sentada, en una de mis privilegiadas noches de verano en las que no tengo que levantarme pronto al día siguiente porque estoy de vacaciones.

En Real en el rosedal Gandolfo nos narra un viaje de domingo a Rosario: “Más que en cualquier viaje de los últimos veinte años, digamos, había retrocedido… No, de hecho, había sentido que navegaba en ese momento mismo, dentro del ómnibus de larga distancia que entraba en la ciudad, en ese presente, en el viejo Rosario, el anterior, el profundo”, escribe en la página 7 y primera del libro. Y al entrar en este Rosario, que siente como el Rosario de su infancia o juventud, nos acercará a su familia y sobre todo nos hará un recorrido por el lugar más emblemático para él de la ciudad: el Parque Independencia.
Esta vuelta por el parque, le sirve a Gandolfo para lo mismo que le servía caminar al protagonista de El paseo de Robert Walser: para reflexionar un poco acerca de todo, la vida, el arte, el paso del tiempo…

Son numerosos los escritores que se citan en estas páginas. He registrado los siguientes: Alan Pauls, Juan José Saer, Fogwill, Mario Levrero, Ray Bradbury, Silvina Bullrich, Raúl García Brarda, Emilio Salgari, Joseph Conrad

Pero de todos ellos con quien tiene más filiación o deuda esta novela-crónica es con Mario Levrero: al leer el libro (las fotocopias del ordenador) tenía un folio al lado e iba anotando lo que me llamaba la atención, para poder luego comentar en el blog. Destaco la página 25: después de comentar algunas fotos (que aparecen reproducidas en el libro), en las que algunos familiares hacen alguna broma, comenta: “En otro orden de cosas, como diría Fogwill, la experiencia sensible me hace pensar en un humor equivalente expresado en palabras en vez de fotos. Algo del quiebre que me hizo elegir Real en el Rosedal como título de estas páginas, por el sentido múltiple, por la sonoridad repetida. Un esguince mental proveniente de un remoto pasado, un mecanismo infantiloide de la conciencia, la expresión”.
El humor de las fotos al que se refiere queda explicado en la página anterior: “Un humor un poco tonto, un poco choto, un poco descendiente del humor de los Beatles, que junto con la revista Mad y algunas películas nos había marcado mucho.” En la página 11 también ha explicado por qué ha elegido un peculiar recurso literario, el de repetir las mismas palabras seguidas: “Como si en un estado de relax metafísico, que hacía años que no sentía, me sobrara energía, aunque siendo escritor, como para repetir algunas palabras sin un sentido concreto, solo por el placer demorado, la degustación, de ralentizar la frase. Hasta con ganas de hacer algún esguince «tipo criollo», al estilo de: «Como decía, digo», y seguir. Por eso el libro empezaba con estas palabras: “Aquel domingo, (aquel, aquel domingo)”

Con el sentido múltiple del título se refiere a que en el Rosedal del parque es donde su hermano suele encontrarse con Real, un antiguo jugador de fútbol local, al que los Gandolfo admiran. En este paseo proustiano hacia la infancia, los nombres de jugadores de fútbol se acaban entremezclando con los nombres de escritores, al mismo nivel de importancia. Y es allí también donde el autor se siente real (ese apellido tan de Saer, dice, y me encanta tener la referencia: está hablando, claro, del doctor Real, uno de los protagonistas de Las nubes; y también, en un orden de cosas más amplio, de ese deje tan de Saer al analizar la percepción de la realidad de los personajes) en el rosedal del Parque.

Y yo había anotado en mi hoja, a lápiz, sobre la página 25 “muy Levrero”, pensando en esos quiebros con el lenguaje tal metaficcionales y en los juegos de Levrero en libros como El discurso vacío o La novela luminosa; y dos páginas después veo que Gandolfo también estaba pensando en Levrero: “Tal vez todos estos esguinces y garliborleos, como diría Mario Levrero, sean para esquivar el hecho emocional profundo, que me produce un poco de vergüenza, por su magnitud. Sin rebajarlo con comentarios o matices irónicos, debo manifestarlo: el Parque Independencia es el mejor parque si no del mundo, al menos de mi mundo.”

En su paseo también le da tiempo a Gandolfo para hablar de su primera novela El instituto (que leí en el libro Sin creer en nada), y de las escenas de aquélla que situó en el Parque.

El lenguaje de Real en el rosedal me ha parecido poético, evocador, quizás más maduro y elaborado que el del Gandolfo que conocía hasta ahora. He remarcado en especial una frase por su belleza y su sonoridad: “Saltamos en el tiempo y el Parque sigue asomando su gran cabezota archimboldesca, desmesurada, oscura y luminosa a la vez, moviéndose lenta, nimbada de grandes eucaliptos.”

Como ya he dicho, es algo desalentador que un escritor con la calidad de Elvio E. Gandolfo sea tan desconocido en España.
Para ver si los editores españoles toman nota (He escrito a tres editoriales, que supuestamente desean descubrir literatura de calidad, para hablarles de Gandolfo, y una me ha contestando dándome unas razones lógicas para el NO -“falta de capacidad”- y otras dos ni me han contestado) voy a contar una anécdota que he encontrado por internet: un periodista pregunta a Fogwill cuál es el más grande de estos tres escritores argentinos: Saer, Piglia y él mismo; y Fogwill, deportiva o elegantemente, contesta que es Saer (el único que en ese momento está muerto), pero añade que ni Piglia ni él son capaces de escribir un cuento como los que escribe Gandolfo.

domingo, 19 de agosto de 2012

La carretera, por Cormac McCarthy


Editorial Mondadori. 210 páginas. 1ª edición de 2006, ésta de 2007.

Hace unos años leí de Cormac McCarthy (Providence, EE. UU., 1933) la novela No es país para viejos (2005). Fue una lectura interesante: me gustó mucho su ritmo y cómo jugaba con el recurso de las elipsis narrativas, aunque quizás esta obra adolecía para mí de falta de reflexión. Hay algo que suelo buscar en una novela: el reflejo del flujo de conciencia o de pensamientos de los personajes, para poder acercarme a ellos, para que leer sea una experiencia diferente a la de ver una película.
Es decir, si yo leo una novela de Philip Roth acabo sabiendo quiénes son los personajes que la novela nos presenta, porque sé qué piensan sobre el mundo planteado por el escritor, y en No es país para viejos los personajes sólo se definían por sus acciones y sus diálogos. Algo nada novedoso por otra parte: Dashiell Hammett ya había escrito varias novelas policiacas usando técnicas cinematográficas antes que McCarthy naciera.
 No es país para viejos me pareció una historia potente, que ocultaba un guión cinematográfico en su descripción escueta de las escenas narradas. Vi la película y me gustó, pero no tanto como el libro: yo sabía al verla cuáles eran las escenas de la novela que habían sido suprimidas.

En 2010 vi en el cine la adaptación cinematográfica que hizo el director John Hillcoat de La carretera: fue una película que me impresionó. Me pareció que estaba muy conseguida la imagen apocalíptica del mundo imaginado, con esos grises abrumadores, los árboles muertos… Y las actuaciones de Viggo Mortensen y del niño Kodi Smith-McPhee me resultaron muy convincentes.

Un amigo que vio la película y leyó la novela me comentó que la adaptación cinematográfica era bastante fiel al libro. Aún así, después de ver la película me quedé con la idea de leer el libro, que por otra parte está en la biblioteca de Móstoles (aunque casi siempre prestado). Y hace unas semanas me apeteció hacer un alto en el volumen de El Aleph con las 3 novelas de Juan José Saer, y cuando estaba acabando la segunda saqué La carretera de la biblioteca.

El resumen argumental del libro creo que es de sobra conocido: en un futuro cercano, el mundo parece haber sufrido una crisis nuclear. La flora y la fauna han muerto. El suelo está cubierto de cenizas, el sol casi no puede atravesar una capa de sedimentos en suspensión, y la temperatura del planeta ha bajado. Entre árboles muertos, sobre cenizas, un padre y un hijo se desplazan con un carrito de la compra hacia el sur (en la zona donde se encuentran el padre sabe que no podrán resistir otro invierno). Gracias a las indicaciones de un mapa, siguen la línea marcada por las carreteras interestatales. En el mundo quedan algunos humanos, pero cada vez menos comida. Sólo hay dos formas de alimentarse: encontrar latas de conserva que aún no se hayan comido otros o recurrir al canibalismo. Padre e hijo viajan hacia el sur esquivando a grupos armados de caníbales.
“Se quedó allí sentado con los gemelos en la mano, viendo cómo la cenicienta luz del día cuajaba sobre el terreno. Solo sabía que el niño era su garantía” (pág. 10); como se nos informa en la segunda página del libro, la única motivación del hombre para seguir vivo es proteger a su hijo; continúa el párrafo citado: “Y dijo: si él no es la palabra de Dios Dios no ha hablado nunca” (¿Entre los dos Dios no debería haber una coma?, me pregunto)

La voz narrativa, en tercera persona, acompaña casi siempre el punto de vista del hombre; y digo casi siempre porque en la página 14 (la 5ª del libro) hay una única vez que se cede al niño: “Estuvo mucho rato tratando de dormir. Al cabo se dio la vuelta y miró al hombre. Su rostro a la luz de la pequeña lámpara rayado de negro por la lluvia como un actor dramático de la antigüedad.” Al leer este párrafo en la 5ª página del libro, pensé que el narrador iba a ir distribuyendo el punto de vista entre el padre y el hijo, pero no es así: esta es la única vez (si descontamos las páginas finales, en las que el niño se ha quedado solo, aunque aquí todo está descrito con mucho distanciamiento), y más que otra cosa me ha parecido un titubeo narrativo inicial que el autor se olvidó de corregir en la versión definitiva de la novela (además el niño, debido al momento en que ha nacido, no sabe lo que es un actor dramático de la antigüedad).

Quizás al comenzar a leer La carretera tenía muy presentes las imágenes de la película y el mundo planteado por McCarthy no conseguía sorprenderme. De hecho, temí algo: este libro ha sido un bestseller, no será verdad que tenga concesiones de bestseller, porque lo sospeché en algunos momentos iniciales: el protagonista se interroga en la pág. 15: “¿Estás ahí?, susurró. ¿Te veré por fin? ¿Tienes cuello por el que estrangularte? ¿Tienes corazón?”, pág. 26: “La luz diurna cruda y fría colándose por el tejado. Gris como su corazón”, pág. 47: “El corazón me lo arrancaron la noche en que el nació” y sólo un poco más abajo en la misma página: “Porque yo ya estoy harta de mi prostituido corazón”.
La verdad: demasiados corazones para mí (he estado pensado hacer un chiste con el famoso programa de Anne Igartiburu; pero luego me he dicho: esto es más propio de La medicina de Tongoy; sé fiel a tu estilo sobrio, no le copies los recursos narrativos al amigo Carlos). La frase “Gris como su corazón” estuvo a punto de conseguir que cerrara el libro. No me podía creer que una historia tan dura y tan seca tuviera estas concesiones a la cursilería.

La narración de La carretera es en gran medida descriptiva: aquí abundan las frases cortas, que usan verbos en pasado perfecto simple y que implican movimiento.
Para conseguir que la narración sea más rápida y dinámica se usa otro recurso: en muchas frases se omiten los verbos, por ejemplo: “Ese es el primer ser humano aparte del chico con quien había hablado en más de un año. Mi hermano a fin de cuentas. Las especulaciones de reptil en sus ojos fríos y movedizos. Los dientes grises y podridos. Mazacote de carne humana. Que ha hecho con cada palabra del mundo una mentira.” Los verbos omitidos normalmente son éstos: ser, estar, tener, ver…, y al omitirlos se evita una repetición torpe.
En realidad, los recursos narrativos son bastante sencillos.

En algunos momentos, la lectura de lo narrado, además de ser visual, sí invita a la reflexión; en este sentido, me han gustado párrafos como éste: “Intentó pensar en algo que decir pero no pudo. No era la primera vez que tenía esta sensación, más allá del entumecimiento y la sorda desesperación. Como si el mundo se encogiera en torno a un núcleo no procesado de entidades desglobales. Las cosas cayendo en el olvido y con ellas sus nombres. Los colores. Los nombres de los pájaros. Alimentos. Por último los nombres de cosas que uno creía verdaderas. Más frágiles de lo que él habría pensado. ¿Cuánto de ese mundo había desaparecido ya? El sagrado idioma desprovisto de sus referentes y por tanto de su realidad. Rebajado como algo que intenta preservar el calor. A tiempo para desaparecer para siempre en un abrir y cerrar de ojos” (pág. 69-70).
El párrafo anterior sí entra en el territorio en que la literatura puede luchar contra el cine, en el de la reflexión y las ideas.

Si he de comparar esta novela con Plop de Rafael Pinedo (comentado en el blog AQUÍ), diría que esta segunda –publicada en 2003 y por tanto 3 años antes que La carretera- me pareció más original que la que comento hoy aquí; porque Plop conseguía crear un lenguaje nuevo adecuado al mundo que describía. El narrador de Plop no le explicaba el mundo a un contemporáneo como hace La carretera, sino a un habitante del propio mundo propuesto.
Sin embargo, La carretera tiene una capacitad más grande para resultar empática con el posible lector, ya que de difícil forma podíamos identificarnos con el código de normas deshumanizadas que regían el mundo de Plop, y en La carretera nos encontramos con el sentimiento universal de un padre que desea proteger a su hijo.

Sé que el haber visto antes la adaptación cinematográfica ha hecho que disfrute menos de La carretera: el mundo propuesto por McCarthy ya era territorio conocido para mí, y en esta novela predomina fuertemente la narración del puro movimiento respecto a la reflexión; así que básicamente era como si estuviese leyendo el guión de la película (he podido descubrir qué escenas no se llevaron a la pantalla: en realidad, la adaptación es muy fiel, y sólo tiene alguna supresión).
Quizás también debería apuntar que uno suele esperar mucho de un libro del que se ha hablado tanto y que ha llegado a ganar un premio importante como el Pulitzer de 2007, y que las altas expectativas a menudo llevan a la decepción. Y al revés: si La carretera estuviese escrita por un autor desconocido hace 30 años, un autor que murió en la pobreza -por ejemplo en 1986- y ahora alguien ha rescatado aquel libro que casi no tuvo difusión y lo ha traducido al español y aquí lo comercializa una pequeña editorial –y no ha habido ninguna película- seguramente yo diría en el blog que es un libro que merece mucho la pena.

En todo caso, después de algunos titubeos iniciales, debidos a lo simple que me parecía el lenguaje, y a esos puntos de fuga hacia la cursilada (recordemos el exceso de corazones), he acabado, al acercarme a la mitad del libro, por entrar en la historia y poder disfrutarla más. Pero la he disfrutado como lo que realmente es: una novela de género (una novela visual de acción).
Así que por ahora Cormac McCarthy me está pareciendo un excelente guionista cinematográfico, del que en algún momento me gustaría leer La trilogía de la frontera, de ella –recuerdo haberlo leído en Entre paréntesis- que Roberto Bolaño hablaba muy bien.

domingo, 12 de agosto de 2012

La vuelta completa, por Juan José Saer


Editorial El Aleph. 351 páginas (127-478 de este volumen). 1ª edición de 1966, ésta de 2012.

Después de Responso he seguido con La vuelta completa, segunda novela de Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, Argentina, 1947 – París, 2005). Entre las dos encontramos una primera filiación: el lugar. Aunque, como ya he comentado en el blog, el espacio físico de las historias de Saer nunca es nominado -siempre es “la ciudad”- las calles de este espacio físico se corresponden con Santa Fe. En la página 181 leemos: “El coche llegó al bulevar y dobló a la derecha, en dirección al puente colgante”, este puente colgante es el mismo que cruzaban los personajes de Responso cuando iban en el taxi de Hermosura a la timba de cartas. Y en la página 208 también se nombra al mismo Yacht Club que aparece en la novela anterior. Si bien el tiempo narrativo de Responso se situaba en diciembre de 1962, en La vuelta completa estamos en marzo de 1961.

Al leer La vuelta completa, sin embargo, lo narrado en Responso parece quedarse algo aislado dentro del universo creativo de Saer, puesto que los personajes de esta primera novela no tengo constancia de que vuelvan a aparecer en otras, como sí ocurre con los de La vuelta completa. Aquí podríamos decir que asistimos al primer capítulo de un proyecto narrativo de décadas: en esta segunda novela aparecen ya algunos de los personajes más característicos de Saer, Carlos Tomatis, César Rey, Clara Rosemberg, Barco, Leto… sobre los que podremos leer en Glosa (1998), La pesquisa (1994)… y despedirnos en la comida final de La grande (2005).

La vuelta completa comienza cuando César Rey se encuentra casualmente con Carlos Tomatis en Correos. En realidad, Rey ha quedado con su amigo Marcos Rosemberg para comer. Durante la comida, Marcos le hace saber a Rey las sospechas que tiene sobre que se acuesta con su mujer, Clara; personaje que aparecerá no mucho después acompañando a Rey en coche, hasta un hotel fuera de la ciudad.
La vuelta completa se divide en dos partes, y la primera El rastro del águila termina con uno de los personajes (prefiero no especificar cuál) intentando suicidarse en la habitación de un hotel.

La vuelta completa es una novela de fuerte contenido existencialista, algo por otra parte bastante de moda en la Argentina de la época, como podría atestiguar, por ejemplo, la publicación en 1969 de la novela Los suicidas de Antonio Di Benedetto.
Los jóvenes protagonistas de La vuelta completa, muchos de ellos interesados en la literatura (Rey ha escrito cuentos, y Tomatis está escribiendo una novela) se interrogan constantemente sobre el sentido de la vida; por ejemplo, en el diálogo que se establece entre Rey y Marcos en el restaurante podemos leer: “Primero hay que determinar si la vida merece ser vivida” (pág. 147), y poco después: “Los «curados», o los que nunca han estado «enfermos», se especializan en sí mismos y escriben libros sobre la desesperación” (pág. 153)

En la página 235 empieza la segunda parte de La vuelta completa, titulada Caminando alrededor, y parece en realidad que empieza otra novela. La narración, en tercera persona, como antes, nos acerca ahora al personaje de Pancho, joven profesor de literatura en un instituto, atormentado por –como iremos descubriendo- problemas mentales que le hacen sufrir y no comprender el sentido de la vida.
En Caminando alrededor, acompañamos a Pancho en sus interminables idas y venidas de la casa de sus padres -donde vive- hasta las calles del pueblo; igual durante el día que durante la noche, pues padece insomnio. En la pared de la habitación de Pancho se exhibe los retratos de Nietzche, Freud y Dostoievski, trinidad de autores que parecen regir los designios creadores de Saer en esta obra.

 La narración de Caminando alrededor se ha iniciado un poco antes que la de El rastro del águila, pues según avanza la segunda –de bastantes más páginas que la primera- se alcanza alguna escena ya descrita en la otra, escena que se nos vuelve a describir ahora desde la perspectiva de otra persona. Y esta capacidad para describir las mismas escenas desde perspectivas distintas posiblemente sea uno de los mayores logros de esta novela.

Pancho, como también ocurría en El rastro del águila, está pensando en suicidarse; “La muerte era ridícula. No. La vida era lo ridículo, ese salto mortal sobre el abismo” (pág. 375)

En la página 301 Tomatis expone una teoría de la novela, que podría ser el credo del propio Saer: “El lenguaje de la novela tiene que tener la naturalidad de la vida; y en último caso, si algo tiene la obligación de ser fuerte en una novela (y no creo que sea imprescindible tal cosa) no tienen que ser las palabras sino los hechos”.

La narración de La vuelta completa transcurre en muy poco tiempo, apenas un par de días, y la prosa de Saer persigue los movimientos de los personajes de un modo obsesivo. Para acercarse a César Rey o a Pancho, el autor no nos pone al corriente de sus pensamientos, sino de sus actos; y en la prosa de esta novela abundan los verbos que expresan movimiento, conjugados en pretérito perfecto simple; “Un momento después se irguió, se volvió y se recostó contra la vidriera” (pág. 276).

Leo en la wikipedia que la crítica considera que Cicatrices –novela que cierra este volumen editado por El Aleph- es la primera novela madura de Saer.

Quizás en La vuelta completa se puedan encontrar aún algunos defectos o imprecisiones que hacen que en esta novela Saer no haya alcanzada todavía su madurez narrativa: el trasfondo existencialista y la tendencia al suicidio de los personajes parecen un tanto impostados; la narración pura de acciones –desprovista de pensamientos- a veces se hace algo mecánica y monótona; y la reflexión inserta en los diálogos hace que estos suenen demasiado pomposos y poco naturales.

En todo caso, si bien Responso era una narración clásica con los aciertos y limitaciones de juventud que ya señalé, La vuelta completa se acerca más al Saer de sus grandes obras; y debo señalar que muchos de sus temas y tratamientos narrativos están ya aquí: la amistad, centrada en esos encuentros festivos, donde los personajes parecen conocerse y filosofar comiendo o bebiendo; el cambio del punto de vista sobre la realidad; el gusto por el diálogo; el uso de la historia dentro de la historia (un relato borgiano sobre unos monjes que habitaron en la ciudad en el pasado, contado por Barco a Pancho, es uno de los mejores momentos del libro).
Para mí, lo mejor de todo ha sido conocer los primeros encuentros juveniles de unos personajes que han desarrollado sus historias de madurez en alguna de las mejores novelas que he leído en los últimos años.

domingo, 5 de agosto de 2012

Responso, por Juan José Saer


Editorial El Aleph. 106 páginas. 1ª edición de 1964, ésta de 2012.

Cuando El Aleph publicó hace unos meses un volumen con las 3 primeras novelas de Juan José Saer (Serodino, Santa Fe, Argentina, 1947 - París, 2005) y lo vi en la mesa de novedades de La Casa del Libro de Goya no dudé en comprarlo. Además, El Aleph –en un volumen de apariencia muy similar– ha reeditado también los Cuentos Completos de Saer, que leeré también.

He decidido hacer una entrada en el blog de cada una de estas novelas.
Así que hoy voy a hablar de Responso (1964), la primera novela publicada de Juan José Saer, después de un volumen de cuentos en 1960, En la zona.

Cuando Saer escribió Responso (fechada entre diciembre de 1963 y enero de 1964), tenía unos 26 años. Me gusta leer las primeras obras narrativas de los escritores que admiro y comprobar que ni siquiera un autor de la altura de Juan José Saer empezó a escribir siendo ya Juan José Saer. Es decir, que tuvieron que pasar años de trabajo, de lecturas, de borradores, de aprendizaje... para poder escribir en 1985 un libro de la calidad literaria de Glosa.
Y no he escrito lo anterior pensando que Responso sea una mala novela, sino que no estoy de acuerdo con una frase del prólogo –por lo demás, excelente– de Ricardo Piglia para este volumen: “La prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio” (pág. 15).

El planteamiento narrativo de Responso es más clásico que el de posteriores novelas de Saer: estamos en diciembre de 1962 y Alfredo Barrios, un hombre de 45 años y 125 kilos de peso, está de visita en casa de Concepción, su ex mujer desde hace 6 años (estuvieron juntos 8). A Barrios le gusta la casa de su ex mujer, y ella parece abrirle las puertas a una nueva convivencia si él consigue cambiar los malos hábitos de vida que la llevaron a separarse de él en el pasado.
En el segundo capítulo el narrador nos informa de por qué Concepción abandonó a Barrios: en el año 55 Barrios era un periodista afiliado al sindicato. La caída de Perón también va a ser la suya: unos matones le darán una paliza y perderá su trabajo. A partir de aquí empieza la decadencia y el abandono para Barrios: el alcohol, el juego, las malas compañías...

Salvo el retroceso temporal que supone este segundo capítulo, la novela avanza linealmente y toda la trama se desarrolla en unas 12 horas.
En el primer capítulo, Concepción le presta por unos días a Barrios una máquina de escribir propiedad del Ministerio.
Y, como ocurre en el cine neorrealista italiano –estoy pensando en Ladrón de bicicletas de Vittorio De Sica–, uno sabe de inmediato que esa máquina de escribir es un objeto fundamental en la historia: va a simbolizar el destino trágico de Barrios, como así ocurre.

Barrios se reúne en un bar con su amigo Hermosura, un taxista nocturno que antes fue conductor de ómnibus, y quizás cuando Saer nos narra el pasado trágico de Hermosura acaba cayendo en un realismo un tanto tremendista.

Además de haber resaltado ya algunos mecanicismos sencillos (o primerizos) en la construcción de la historia, me voy a permitir resaltar algunas debilidades estilísticas de las que adolece esta novela:

1) En el primer capítulo existe un abuso de adverbios terminados en el sufijo -mente.

2) Se insiste demasiado en lo feliz que haría a Barrios poder volver con su mujer y vivir con ella en su nueva casa: “Aquella limpia imagen que acababa de contemplar, loco de entusiasmo” (pág. 76); ese loco de entusiasmo me ha parecido redundante, puesto que el narrador ya nos ha puesto al corriente de las esperanzas de Barrios unas cuantas veces.

3) Se abusa (en alguna ocasión) de la descripción tópica de la naturaleza: “Iban apareciendo las duras estrellas inmortales” (pág. 115). Ese inmortales sobra, es demasiado modernista para 1964.

¿Y no se anticipa ya en Responso el genio de Juan José Saer? En realidad, sí.

Las reflexiones sobre la naturaleza humana empiezan ya a ser notables. En la misma página 76, que he señalado antes, Saer escribe: “En seguida podía comprobarse que era la esperanza de felicidad lo que hacía que la vida se volviera trágica, no la experiencia del sufrimiento, porque el sufrimiento nos induce a pensar que ninguna de las cosas que constituyen la vida merece nuestra adhesión y nuestro afecto”.

Me ha parecido que Saer muestra ya una gran sutileza en la composición de las escenas:

Un ejemplo es la descripción del viaje nocturno que Barrios y Hermosura realizan junto a un cliente del taxi, un doctor al que llevan hasta una timba de juego: cómo se alternan la conversación, la descripción del viaje y los pensamientos de Barrios me ha resultado notable.
También me ha gustado la composición coral de los personajes alrededor de la mesa de juego.

Responso se desarrolla ya en el territorio mítico de Juan José Saer, la ciudad (que no es otra que la siempre innombrada Santa Fe: “Saer trabaja en cambio la fundación imaginaria de un lugar real: establece un espacio muy preciso para la circulación de sus historias, pero nunca nombra ese lugar con precisión; lo llama desde el principio y siempre, la ciudad. La realidad se mantiene en suspenso, en el borde de la denominación, lo real está fuera de lo real”, escribe Piglia en su prólogo).

Me ha resultado especialmente simpático un detalle de esta novela: Saer aparece como personaje en ella. Concepción, gran lectora, ha comprado un libro de cuentos de un joven autor local: “Concepción le había mostrado su última adquisición, un librito de tapas de cartulina roja, con un círculo blanco en el borde inferior de la portada, donde en grandes letras negras se leía el título de la obra: En la zona. Era de un autor local, y Concepción le contó que el empleado de la librería se lo había recomendado diciéndole que si bien era una obra realista, tenía mucho contenido moral. El empleado le señaló a Concepción un joven que se paseaba por la librería, hojeando libros con aire aburrido: ‘Ese es el autor’, le había dicho el empleado. (...) Un muchacho de ojos soñadores que al darle la mano le había dicho que con mucho gusto iba a firmarle el ejemplar. Parecía una buena persona, y no tenía pinta de escritor. Parecía un hombre como todos” (pág. 54).

Me ha gustado leer Responso porque todo lo escrito por Juan José Saer me interesa, pero creo que me ha gustado más descubrir, al empezar a leer La vuelta completa, que en esta novela ya aparecen los personajes clásicos de Saer: Tomatis, los Rosemberg, etc. 
Ya hablaré de esta obra la semana que viene.