domingo, 27 de mayo de 2018

Pelea de gallos, por María Fernanda Ampuero


Editorial Páginas de Espuma. 115 páginas. 1ª edición de 2018.

Conocí a María Fernanda Ampuero (Guayaquil, Ecuador, 1976) en la presentación de un libro que tuvo lugar en La Central de Callao. No recuerdo de qué libro se trataba. Otra vez participé con ella en una pequeña tertulia literaria en la librería Cervantes sobre Gestarescala, una de las novelas de Philip K. Dick. También estuve en la presentación de la revista Eñe que contenía el relato con el que ganó el premio Cosecha Eñe en 2016. Así que conozco a María Fernanda, que reside en Madrid desde hace unos años. Me causó una gran impresión su cuento Nam, cuarto de Pelea de gallos y ganador del premio Cosecha Eñe de 2016. Cuando pude comentárselo le dije que me había recordado al tono de los cuentos de Los días más felices del boliviano Rodrigo Hasbún. También sabía, desde hacía más de un año, que María Fernanda estaba tratando de publicar un libro de relatos, y yo le prometí que en cuanto saliese a la venta (después de leer Nam no dudaba de que iba a salir en una buena editorial) lo iba a leer y reseñar. Aquí estoy. Me alegré mucho por ella cuando supe (en la presentación de Un paseo por la desgracia ajena de Javier Moreno) que su libro de relatos iba a formar parte de la editorial Páginas de Espuma, posiblemente la mejor editorial para empezar en el mundo de la ficción con un libro de relatos (hasta ahora Ampuero, periodista de profesión, había publicado dos libros de crónicas).

Cuando supe que la llegada a las librerías de Pelea de gallos era inminente, le solicité un ejemplar a su editor, Juan Casamayor, quien me le envió muy amablemente.
Según recibí el libro, me senté y dediqué unos minutos a leer su primer cuento, titulado Subasta. Sus escasas ocho páginas me bastaron para dejarme seco, impactado con este cuento tan potente sobre la violencia (hacia las mujeres, los pobres o hacia el prójimo en general). Un cuento que me trasladó a las páginas violentas del guatemalteco Rodrigo Rey Rosa, pero con una voz propia, una voz que pone el énfasis en la violencia hacia las mujeres, y sobre todo hacia las niñas. Decía antes que Nam me había recordado a la mirada sobre el fin de la infancia o la adolescencia de los cuentos de Rodrigo Hasbún, pero la voz narrativa de Ampuero, frente a la de Hasbún, es mucho más violenta que melancólica. Al leer la primera página del primer relato de Pelea de gallos, donde se cuenta que la narradora escucha unos gallos, pensé en el cuento No oyes ladrar los perros de Juan Rulfo. Como ocurre con Rulfo, la prosa de Ampuero es precisa y depurada, y su realismo escatológico (que a veces roza el expresionismo) no está exento de cierto lirismo tremendista. Creo que Subasta es un gran cuento que debería estar (a partir de ya) en cualquier antología sobre el nuevo cuento en español. Hagan una prueba: si sienten curiosidad por este libro, cuando lo vean en una librería, ábranlo y lean Subasta. Sólo tardarán unos pocos minutos. Si son lectores serios de cuentos van a querer seguir leyendo, se lo aseguro.

La llegada de Pelea de gallos me sorprendió con la lectura de la novela Para esta noche de Juan Carlos Onetti a medias. Esperé a acabarla y me acerqué a los cuentos de Ampuero unos días más tarde. Releí el primer cuento, quería paladearlo.

Si Subasta es un cuento magnífico, el segundo, titulado Monstruos, también lo es. La narradora es una niña de doce años, que ve películas de miedo junto a su hermana gemela («Mercedes era miedosísima. Blanquita, debilucha. Mamá decía que yo me comí todo lo que venía en el cordón umbilical porque nació mínima: una gusanita y que yo, en cambio, nací como un toro. Usaban esa palabra: toro. Y el toro tenía que encargarse de la gusana, ¿qué se le iba a hacer?», leemos en la página 20). A las dos gemelas de doce años, Narcisa, la chica de servicio de catorce, les va a dar una de las lecciones más importantes de su vida: «Narcisa siempre decía hay que tenerle más miedo a los vivos que a los muertos» (pág. 19). Monstruos es un cuento cruel sobre las enseñanzas entre mujeres acerca de las violencias masculinas y, al igual que ya ocurría con Subasta, se acaba con un nudo en la garganta.

El tercer cuento, Griselda, nos habla de nuevo sobre el fin de la infancia y la inocencia, y la llegada de sus narradoras femeninas a un mundo machista, salvaje y violento. Es cierto que una vez leídos los dos primeros, Griselda impacta menos porque, aun siendo un buen cuento, al acercarse a él el lector tiene la sensación de repetición de temas y enfoques: una voz narrativa femenina nos habla de la realidad social de una ciudad indeterminada de América Latina (pero que yo leía como si fuera ecuatoriana), desde la perspectiva de una niña, en el momento en el que algún hecho traumático le hará perder su inocencia.

El cuarto cuento es Nam, el ganador del premio Cosecha Eñe 2016, que ya había leído. Es uno de los mejores cuentos del libro. Ahora la narradora es ya adolescente, y nos habla del descubrimiento del sexo y de su posible homosexualidad. El mundo de los adultos volverá a ser una realidad grotesca, amenazante.

El quinto cuento (Crías) sí que empieza como un cuento de Rodrigo Hasbún: «Vanesa y Violeta, las gemelas, mis vecinas de toda la vida, ahora viven fuera. Emigraron hace unos quince años, como yo, y no han pisado el país desde entonces» (pág. 41), pero aquí cambia un tanto la perspectiva respecto a cuentos anteriores: una mujer vuelve a su ciudad natal en América Latina y desde ahí recuerda algunos sucesos de su pasado, que tienen que ver con sus vecinos. Cuando la narradora recuerda un hecho crucial para ella afirma: «No fue traumático para mí porque a las gemelas yo ya no las quería en mi vida, había descubierto los libros y con ellos la deliciosa sensación de no necesitar nada ni a nadie en el mundo» (pág. 48). Por afirmaciones como ésta, o la anterior sobre la vuelta al hogar desde la emigración, el lector tiene la sensación de que Ampuero está usando de forma fructífera sus propios recuerdos para, a partir de lo particular, retratar a todo un territorio. Nunca se dice que uno de estos cuentos transcurre en un país latinoamericano u otro, y con este detalle la autora parece decirnos que lo retratado, sobre la violencia social y machista, puede ocurrir tanto en Ecuador como en Bolivia o Perú.

Me gusta que el narrador de Persianas sea una voz masculina. Con este detalle se rompe el peligro de que Pelea de gallos estuviera constituido por cuentos muy potentes, pero escritos siempre desde enfoques (fin de la inocencia de una voz femenina) muy similares.

En Cristo vuelve a aparecer una voz narrativa femenina infantil, pero, como el cuento acaba siendo una crítica a una cierta religiosidad inútil para los pobres, los temas tratados se expanden.

Creo que Pasión es el cuento que más me ha desconcertado de este libro. Trata sobre una mujer que sigue a un «profeta religioso» latinoamericano. Ampuero habló con mucho cariño sobre él en la presentación de su libro (librería Cervantes de Madrid, 8 de marzo de 2018), pero creo que es la narración con la que menos he conectado de las incluidas en el libro.

Luto es un cuento terrible sobre la violencia entre hermanos. Sospecho que su propuesta, cercana al género de terror, tiene que ver con las propuestas narrativas de la argentina Mariana Enríquez y su libro Las cosas que perdimos en el fuego.

Me gusta el relato Ali porque la realidad narrada se enfoca desde una perspectiva diferente a la de las demás historias del libro. Si bien los primeros cuentos de Pelea de gallos estaban narrados por niñas hispanoamericanas que el lector entendía de clase media, que hablaban de hogares en los que había mujeres de servicio, en Ali se da la palabra, de forma acertada, a estas mujeres del servicio. La voz narrativa de Ali es la primera del plural y esto me parece un logro. «Se las traían de los campos, las mamas mismas las regalaban, y les daban casa y comida y gracias, patrón, papá diosito les bendiga y les dé muchos años de vida» (pág. 84). De nuevo están aquí los abusos paternos y las violaciones, uno de los sustratos del libro.

Coro está escrito en tercera persona y es una sátira que se burla de un grupo de mujeres latinoamericanas de clase alta. Su humor corrosivo me ha recordado al de las novelas del peruano Jaime Bayly. He llegado a pensar en Alfredo Bryce Echenique, pero este escritor me parece menos cruel que Bayly o Ampuero.

En Cloro se vuelve a usar la tercera persona y la protagonista es una mujer (seguramente de un país europeo) que descansa en un hotel hispanoamericano y contempla desde su habitación a los mozos morenos que limpian una piscina imposible. Es un cuento detenido y poético sobre la decadencia física. Frente a la potencia de los cuentos anteriores, quizás este cuento (lo mismo ocurre con el último, el titulado Otra) sea demasiado insinuante y le falte movimiento, pero me alegro de que haya sido incluido en la versión final de Pelea de gallos (sé que fueron descartados algunos relatos), porque abre el libro a nuevas miradas.

En resumen, Pelea de gallos es un debut narrativo impresionante; un texto maduro y contundente. En este libro, de un nivel medio muy alto, hay al menos cinco o seis cuentos que se merecerían estar en cualquier antología sobre el nuevo cuento en español. Un libro sobre la violencia (sobre todo la ejercida contra las mujeres en América Latina) que debería llegar a muchos lectores. Mi enhorabuena a su autora, María Fernanda Ampuero. Presiento que Pelea de gallos va a ser (merecidamente) un libro de largo recorrido.

domingo, 20 de mayo de 2018

Hojas, por Andreu Navarra


Editorial Sloper. 122 páginas. 1ª edición de 2017.

Yo tengo publicada una novela –titulada Los insignes– en la editorial Sloper, que dirige el mallorquín Román Piña. Poco después de que mi novela fuese aceptada en Sloper me suscribí a La Bolsa de Pipas, la revista literaria que dirigía, hasta hace no mucho, el propio Román. La Bolsa de Pipas dejó de sacar nuevos números y Piña escribió a sus suscriptores: o decidían darse de baja o pasaban a recibir dos libros de la editorial al año: el libro de narrativa premiado con el Premio Café 1916 y el nuevo premio de poesía La Bolsa de Pipas.

El Premio Café 1916 antiguamente se llamaba el Premio Café Món, un premio que sirvió para descubrir a escritores como Agustín Fernández Mallo. Cerró el café Món y a finales de 2017 también ha cerrado el café 1916 de Palma. Así que, ahora mismo, este premio se encuentra sin mecenas. Esperemos que pronto surja uno nuevo.

Así que hacia finales de 2017 me llegó a casa Hojas de Andreu Navarra (Barcelona, 1981). Cuando se anunció el fallo del premio me alegré por Andreu, a quien conozco a través de Facebook. Sé que Navarra leyó mi novela Los insignes (y me dijo que le gustó) y también me pidió un relato para su revista digital barcelona review y le acabé enviando un fragmento de mi cuento Cazadores (incluido en mi libro Koundara) porque mis relatos enteros son demasiado largos y no se ajustan al formato de la web.

Estaba leyendo el libro Cuentos completos de Elvio E. Gandolfo y un sábado decidí hacer una pausa tras leer los dos primeros libros de relatos contenidos en ese volumen. Me leí Hojas en esa tarde de sábado. Es una novela corta, en realidad.

Tras la anotación de una fecha («12 de octubre»), un hombre nos cuenta que ha llegado a Ámsterdam con una vieja maleta de cartón.
«No me espera nadie aquí, no he de hacer ni una sola gestión, ni presentación, ni nada. Soy completamente libre y he venido enteramente por placer.
Bueno, de hecho he venido a buscar putas.», leemos en la página 9, primera de la novela. No mucho después descubriremos que nuestro narrador es un hombre mayor (pero no anciano), que ha dedicado su vida a escribir ensayos filosóficos, con los que ha cosechado un no desdeñable éxito en el pasado, hasta tal punto que aún puede ser reconocido por la calle por estudiantes de filosofía o por un público culto («Estuve de moda, pero ya no lo estoy.», página 36).

A pesar de que en la página 9 nos ha contado que había viajado a Ámsterdam en busca de putas, en la página 13 también se apunta: «Aquí la idea es escribir algo sobre Rembrandt.»

La voz narrativa es abiertamente cínica y despiadada, sobre todo consigo mismo. En la página 52 nos comenta que este diario que escribe es de consumo propio, y esto es lo que puede justificar que en la página 98 escriba: «Por lo menos he podido corregir esto: la extensión de mis libros. Ahora no pasan de ser cuadernillos de notas, de impresiones rápidas, casi aforismos. Soy un estafador avergonzado, que pide perdón.» La idea de considerarse a sí mismo un fraude cultural se repite varias veces en la narración. Considera que sus libros han sido simples apostillas a otros libros famosos de la filosofía de los que él, simplemente, se ha dedicado a dar furibundas opiniones subjetivas, que, sin embargo, fueron leídas con cierto éxito.

En las primeras entradas del diario no me estaba dando cuenta, pero algo más tarde conseguí ubicar al personaje: un emigrante de Hungría a París, donde adoptó el francés como lengua para escribir sus libros cínicos y desencantados. Recibir esta información me hizo pensar que Navarra se estaba basando para crear su personaje en la figura de E. M. Cioran, el escritor de aforismos que me tuvo fascinado hace ya bastantes años. En un artículo periodístico sobre el libro, he leído que efectivamente Navarra estaba pensando en Cioran al escribir su libro.
El personaje además de sentir culpabilidad por la poca importancia que da a sus libros, tampoco se siente a gusto con su pasado comunista en Hungría: «Cuando era comunista y dirigía los sindicatos estudiantiles (es decir, cuando disfrutaba siendo un inquisidor) secretamente descreía de todo lo que aparentaba defender con visceralidad.» (págs. 99-100)

Si bien he nombrado ya a E. M. Cioran como modelo vital del personaje propuesto en Hojas, también debería comentar que la voz narrativa creada (desapegada, desencantada nihilista, cínica…) me ha parecido inspirada en las novelas del francés Michel Houellebecq.

El estilo narrativo de Hojas tiende a la frase escueta, cortante. En ocasiones las frases son tan cortas que transmiten una sensación de deconstrucción del lenguaje, como si de la frase original se hubieran retirado elementos (artículos, verbos…). O bien, se usan puntos cuando lo lógico sería usar comas, y de esta forma, al elegir el punto, la lectura resulta más entrecortada y acuciante. Así, por ejemplo, entre la página 9 y 10 podemos leer:
«Lo primero que he visto de la ciudad. Ladrillos quemados. Escaparates. Un cibercafé.
Llevan prisa. Tranvías como cuchillos, alegría y peligro. La única gran plaza que veré esta semana.»
Navarra también hace uso de la frase sentenciosa, epatante: «El turista convencional tiene prisa por embrutecerse.» (pág. 58) o «Si la cultura que hemos producido es tan aburrida que un juego de marcianitos nos gana, es culpa de los escritores y de los profesores.» (pág. 82)

Navarra ha publicado novelas, pero sobre todo ensayos históricos en la prestigiosa editorial Cátedra, con títulos como: El ateísmo. La aventura de pensar libremente en España (2016) o El regeneracionismo. La continuidad reformista (2015). Su labor ensayística está presente en Hojas, puesto que son frecuentes sus reflexiones sobre la obra de autores como Spinoza, Heidegger, Foucault o William James.

Si bien he comentado al principio que el narrador parece llegar a Ámsterdam para buscar putas (además de huyendo de su imposibilidad de escribir), en realidad acaba deambulando por las calles, canales, hoteles y bares de la ciudad sin ningún objetivo aparente. Conoce, efectivamente, a una puta, pero no se acaba acostando con ella, sino hablando del psicólogo William James, o se cruzará (de forma casual) a un compañero del colegio con el que quedará para conversar, o será interpelado por algún estudiante que le reconoce.

Considero que a Hojas le falta algo de fuerza motora en su construcción narrativa. Es decir, Navarra ha trabajado la construcción de su personaje (a partir del modelo narrativo de las novelas de Michel Houellebecq y de la biografía de E. M. Cioran), pero le ha faltado encontrar un motivo que mueva la trama, tal vez (se me ocurre) una búsqueda para desentrañar un misterio sobre el libro perdido de un filósofo, que no le importa a nadie. Y así se podría reflexionar sobre la importancia cultural de la filosofía. O quizás el personaje podría estar huyendo de alguna de las antiguas víctima de su pasado de inquisidor comunista.
Estoy reflexionando ahora sobre la importancia de la construcción de la trama en la novela: un simple MacGuffin narrativo hubiera conseguido que esta novela de Andreu Navarra ganara consistencia. O tal vez ésta es la idea que tengo yo de cómo se construye una novela y no Navarra. A él tal vez le bastaba, para sus fines ficcionales, con crear una voz narrativa atractiva y reflexionar sobre los autores filosóficos que deseaba, algo que yo he leído con interés. De hecho, me ha descubierto, por ejemplo, la figura de William James (hermano de Henry James), de quien (a veces creo que mis lagunas culturales son terribles) me parece que no había oído hablar hasta ahora. Y quizás esto ya es mucho para una tarde de sábado.

domingo, 13 de mayo de 2018

Noviembre, por Jorge Galán.


Editorial Tusquets. 275 páginas. 1ª edición de 2016.

La primera vez que vi este libro fue en las manos de un profesor de religión del colegio en el que trabajo, hacia finales del curso 2016-17. Me comentó que trataba sobre el asesinato en 1989 de seis padres jesuitas, junto a dos mujeres que trabajaban para ellos. Una historia de la que ya había oído hablar. Abrí el libro y leí dos páginas. Me pareció que estaban realmente bien escritas y pensé que tal vez, en algún momento, acabase leyendo aquel libro del salvadoreño Jorge Galán (San Salvador, 1973). Además dio la casualidad de que durante el pasado curso entró a trabajar en el colegio Virginia Cantó, que es poeta, además de profesora de lengua. Virginia conoce en persona a Jorge Galán y a comienzos del curso 2017-18 le invitó a dar una charla sobre su libro en el colegio. Así que, pensando que Galán iba a estar en dos semanas en mi colegio y que su novela me parecía atractiva, le pedí a otra de las profesoras de lengua, que estaba trabajando con sus alumnos la lectura del libro, que me lo pasase y lo leí durante el puente del 12 de octubre de 2017.

Jorge Galán realizó muchas entrevistas para escribir Noviembre, buscando las declaraciones de personas cercanas a los hechos narrados. La novela gravita en torno a un suceso central que tuvo lugar en San Salvador el 16 de noviembre de 1989: el asesinato de los padres jesuitas Ignacio Ellacuría, Ignacio Martín-Baró, Segundo Montes, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López y López, junto a Elba Ramos y su hija Celina, que trabajaban para la UCA. La ejecución se llevó a cabo por el ejército, por miembros del temido batallón Atlácatl –cuerpo de élite entrenado por el ejército norteamericano–, aunque éstos trataran de cargar la responsabilidad sobre el FMLN (la guerrilla salvadoreña).

Galán divide la novela en siete partes. Desde cada una de ellas se acercará al tema central del relato, que es el ya expuesto, el de la ejecución de los jesuitas, desde distintas perspectivas. Uno de los personajes principales de esta novela es José María Tojeira, jesuita superviviente y que será una de las personas más persistentes a la hora de buscar a los culpables y pedir responsabilidades sobre los asesinatos, pese a las presiones que él y otros testigos empiezan a sufrir.

En la segunda parte, la narración salta desde la tensión de contar lo ocurrido durante el 16 de noviembre de 1989 y las reacciones inmediatas de Tojeira y el resto de jesuitas, a las peripecias vitales (con el telón de fondo del San Salvador de noviembre de 1989) de los adolescentes Miguel y Mario. La suya será una mirada más inocente y ajena, hasta que el peso de la realidad y la violencia acaban golpeando a Miguel. Esto hace que, en cierto modo, al lector se le quede (sobre todo en la primera mitad del libro) una sensación de novela construida con relatos, aunque la estructura se repite en las siete partes: el lector sabe desde la primera parte que el narrador –Jorge Galán– está recreando en sus páginas los testimonios que ha conseguido de testigos de los hechos mediante entrevistas (de hecho, conseguirá entrevistarse con el que fuese presidente de la república salvadoreña en 1989: Alfredo Cristiani).

En la literatura de no ficción que practicaban escritores como Truman Capote en A sangre fría, el narrador también se había dedicado a entrevistar a los testigos de la historia y él desaparecía de la narración. En una variante más actual de la narrativa de no ficción, el narrador (por ejemplo, esto lo hace Emmanuel Carrère en El adversario) se introduce él mismo en la trama de la novela y cuenta cómo realiza sus pesquisas o cómo éstas le afectan. Galán aparece en su novela de forma escueta: en más de una ocasión se recoge en el texto alguna pregunta formulada por él a uno de sus entrevistados. Por ejemplo, en la página 20 podemos leer:

«Poco después salió y se dirigió a la habitación que ocupaban la mujer y la hija de Obdulio.
—No lloraba —me dice Tojeira.
—¿Usted, padre?
—Ni Obdulio ni yo.
Me habla de Obdulio, y lo que me cuenta de él podría haberlo dicho sobre un cadáver».

En las páginas finales, Jorge Galán acabará mostrándose más.

Si bien en principio podemos incluir Noviembre entre la narrativa de no ficción, en algún momento, el lector atento sospechará que Galán apuntaba sus páginas con algún supuesto o apunte poético. Así, en la página 172 podemos leer: «Los dos se habían hundido en sus propios pensamientos. Cuando salieron al estacionamiento tampoco dijeron nada, no notaron que había un árbol inmenso, una ceiba extendía sus ramas por todo el lugar, pero no era momento para la belleza». Digamos que las personas entrevistadas no podrían recordar aquello en lo que no se fijaron, a no ser que se dé un proceso de reconstrucción personal: el testigo le cuenta a Galán que volvió al lugar sobre el que está hablando y se percató entonces de lo que se le había pasado antes.

En la página 264 podemos encontrar un ejemplo más claro de este abandono temporal de la veracidad narrativa por la belleza de la invención: cuando los soldados están sacando de la casa a los jesuitas para conducirlos al jardín, donde serán ejecutados, Galán escribe: «El padre Ellacuría recordó de pronto una mañana en una calle de su pueblo y su padre sentado junto a una fuente de agua. Una imagen como un destello. Como el destello de un disparo».
Por supuesto, no considero que esto que describa sea un error compositivo, sino que Galán, a pesar de ser plenamente consciente de lo delicados que son los materiales que maneja, decide no renunciar del todo a la imaginación novelística y se sirve de ella para embellecer su creación. Galán ha sido hasta ahora reconocido principalmente como poeta. En este sentido, el lenguaje de Noviembre es contenido, pero no deja de mostrar algún apunte lírico (sobre todo cuando se describe la naturaleza o las condiciones climáticas).

Si bien, como ya he apuntado, en Noviembre Jorge Galán recuerda y homenajea a los jesuitas asesinados en 1989, también tiene páginas para recordar a monseñor Romero, asesinado en 1980, y a Rutilio Grande, el primer sacerdote que los militares asesinaron en El Salvador, en 1977.

Causan escalofríos las ideas vertidas en el libro sobre los motivos de esta matanza: los jesuitas (con Ellacuría al frente) trataban de mediar entre la guerrilla y el gobierno para alcanzar la paz, pero en la página 259 podemos leer: «Se sabe que los militares no querían la paz. La paz significaba alejarse de muchos privilegios, dinero, poder, esas cosas»; o en la página 89 leemos: «Los militares se estaban haciendo ricos con la guerra y no querían que acabara. Recibían millón y medio de dólares al día sólo de los Estados Unidos. Y eso es mucho dinero».

Paradójicamente, y en contra de las intenciones de los militares, cuando no se pudo ocultar más quiénes habían sido los verdaderos culpables del crimen, la opinión internacional reaccionó contra ellos y eso contribuyó a que pudiera acabar el conflicto.

Jorge Galán no es tibio al hablar de los culpables de la matanza: aparecen los nombres de los soldados que fueron los ejecutores y también los de los ideólogos. Algunos soldados sí fueron a la cárcel, pero para los ideólogos hubo un indulto.
Esta novela, que en España ha publicado Tusquets, se publicó en 2015 en El Salvador por Planeta. Galán sufrió amenazas por ella que le hicieron abandonar el país. Actualmente vive en España. Me parece asombroso que en la actualidad alguien tenga que exiliarse por publicar un libro, pero así ha ocurrido.

Me ha gustado mucho Noviembre. Es una novela muy bien construida y de lectura absorbente, que tiene mucho de novela de terror o de thriller psicológico. Acabo de unir en mi imaginario lector a Jorge Galán con Horacio Castellanos Moya y Rodrigo Rey Rosa, otros de los grandes escritores que nos hablan de la violencia centroamericana.

domingo, 6 de mayo de 2018

El matadero y La cautiva, por Esteban Echeverría


Editorial Cátedra. 222 páginas. 1ª edición de 1871 y 1837.
Edición de Leonor Fleming

Como ya conté la semana pasada, tras leer la novela Echeverría de Martín Caparrós, cuyo protagonista era Esteban Echeverría (Buenos Aires, 1805 — Montevideo, 1851), me pareció que lo más lógico era acercarme a la obra de este autor inaugural de la literatura argentina. Mi novia estudió Filología Hispánica y en las estanterías de su biblioteca tiene muchos libros clásicos de la editorial Cátedra. Ella lleva tiempo insistiéndome con la idea de que, ya que me gusta tanto la literatura argentina, debería leer algunas de sus obras fundacionales, como El matadero de Esteban Echeverría, Martín Fierro de José Hernández o Facundo de Domingo Faustino Sarmiento. Los tres libros están en mi casa. Por fin me he acercado a uno de ellos.

Dejé el estudio previo que acompaña al libro para él final y empecé leyendo El matadero. Se trata de una narración de tan sólo 23 páginas, que algunos califican de «cuento» y otros de «crónica». Echeverría lo escribió en Los Talas, una finca familiar, cercana a Buenos Aires, pero ya en un territorio ajeno a la ciudad. Está escrito entre 1838 y 1840, cuando en Buenos Aires la policía política del dictador Juan Manuel de Rosas (perteneciente al movimiento político de los «federales») se mostraba más activa contra los «unionistas», tendencia política liberal a la que pertenecía Echeverría. En esta época de represión, Echevarría toma un escenario del arrabal de la ciudad, como era el del matadero –que él conocía bien porque había vivido de niño muy cerca del lugar– para escribir una historia política. La narración empieza hablando de un periodo de lluvias torrenciales sobre Buenos Aires, que han hecho que haya escasez de carne. De esto se culpa, desde la iglesia y el pueblo, a los «unionistas», encarnación de todos los males. Cuando Echeverría hace estas consideraciones su estilo es irónico. Echeverría entra en el matadero y describe la brutalidad de las gentes que lo habitan y su lenguaje soez. Entre ellos destaca el personaje de Matasiete, que será la primera representación literaria en Argentina del que luego será el gaucho, pero también el malevo. Como luego leeré –comentado por Leonor Fleming– en el prólogo, Matasiete es la verdadera creación literaria de El matadero, aunque Echeverría quiera darle el protagonismo a un joven unionista del que los brutos del matadero harán terrible burla. El joven representa los valores de libertad y europeísmo (no español, claro) que Echeverría defendía para su nueva nación. Pero su discurso resulta engolado y vacío, mientras que Matasiete es un verdadero personaje, definido por sus acciones. Me gusta la reflexión que Fleming establece sobre esto: cuando Echeverría pone en boca de sus personajes sus ideales políticos, su literatura se resiente; y acaba siendo un escritor valioso, a pesar de sí mismo, cuando centra su mirada en otra realidad que le rodea, pero que se escapa al ideal: la brutalidad del matadero, o la dureza de la pampa en La cautiva.

Como apuntaba Caparrós, El matadero es un texto que perfectamente aguanta una lectura modera. De hecho, como apuntaba mi novia, debería haberlo leído antes. De este texto parte, por ejemplo, en gran medida la narración de mi admirado Roberto Arlt. También me doy cuenta, ahora, de que El fiord de Osvaldo Lamborghini está conversando, en gran medida, con El matadero. Saber esto, sin embargo, no hace que El fiord me guste más, que –como ya dije en su momento– me parece una obra totalmente sobrevalorada. El matadero es bastante mejor que El fiord.

Después de El matadero, leí La cautiva. Un largo poema escrito, principalmente en octosílabos. Como decía Caparrós, aunque Echeverría consideraba que sería recordado por este tipo de poesías, y no por El matadero (que si siquiera quiso publicar en vida), se equivocaba, y las poesías se han quedado, ahora mismo, bastante anticuadas. Estoy de acuerdo con Caparrós. En realidad, se tarda poco en leer La cautiva y es un texto curioso. De él, destaca la descripción del desierto, de la pampa, hasta ahora un territorio fuera del imaginario literario sudamericano. En La cautiva se habla del amor de María y Brian, secuestrados por los indios (los «salvajes», en boca de Echeverría, que no deja aquí en muy buen lugar a los nativos americanos), creando esa fuerte dicotomía argentina de «civilización y barbarie». Gracias al coraje de María, los dos logran escapar, no sin producirse antes una escena un tanto patética para una lectura del siglo XXI: cuando María, cuchillo en mano, libera a Brian, éste le dice: «María, soy infelice,  / ya no eres digna de mí.», porque cree que ella ha sido violada por los indios, y éstos al haber «ajado la pureza de tu honor» hacen que la mujer se aparte de su idea de amor romántico. Por fortuna, para los dos, ella ha defendido su «honor» cuchillo en mano y pueden huir al desierto. Esto no supondrá una liberación, puesto que en el desierto, con todos los elementos en contra, volverán a sentirse «cautivos». El poema gana cuando se describe la naturaleza, y la escena titulada «El festín», por su brutalidad, recuerda a las imágenes que luego Echeverría creará en El matadero. Como apunta Fleming, Echeverría va dejando atrás los presupuestos del romanticismo y entra en los del naturalismo. El poema, pierde de nuevo, igual que ocurría en El matadero, cuando Brian, en plena agonía, da en el desierto un discurso sobre los ideales de la posición unionista. De nuevo, Echeverría pierde cuando idealiza y gana cuando describe la barbarie que ve a su alrededor.

Después de las dos obras de Echeverría, he leído el estudio previo de Leonor Fleming, de unas ochenta páginas. En él, he vuelto a leer sobre la época que vivió Echeverría, y que, más o menos, conocía gracias a la reconstrucción del siglo XIX que hace Martín Caparrós en su Echeverría.
En la biografía que Fleming elabora sobre Echeverría se le da más importancia a la guitarra, como elemento simbólico, que la que le da Caparrós en su novela. En esta biografía de Fleming no se habla de ningún intento de suicidio (recordemos que así empezaba la novela de Caparrós), ni de ningún amor con una prima que acaba muriendo en el campo. Lógicamente, la novela de Caparrós es una ficción, encajada en un periodo histórico, sobre un hombre del que realmente no tiene los datos suficientes para conocer su vida de forma real y juega, con la ficción, a inventarse una vida para él.

Gracias a la novela de Caparrós sabía, por ejemplo, que Echeverría fue el primer argentino que publicó en su nuevo país un libro de poemas, que sería Los consuelos, publicado en 1834. Aprendo ahora, además, que Elvira, publicado en 1832, es el primer poema del romanticismo en lengua española. Echeverría quería saltarse los modelos literarios españoles y por eso mira hacia lo que se está haciendo en Francia en ese momento. La publicación de Elvira se anticipa un año a la publicación de El moro expósito del duque de Rivas, que sería la primera obra romántica española.

«En la dicotomía entre la patria idealizada y la geografía tumultuosa del país real hay una contradicción que interioriza el poeta; racional y conscientemente opta por la primera y se impone voluntariamente la tarea de reflejarla en el poema, pero afectiva y subconscientemente elige, o es elegido, por la segunda, la que su subjetividad rescata con más ímpetu y mejores versos.», como ya he apuntado antes me gusta esta reflexión que hace Fleming en la página 66 del prólogo.

Creo que ha sido una buena idea leer Echeverría de Martín Caparrós, y El matadero y La cautiva de Esteban Echeverría seguidos. El matadero es una lectura muy interesante, muy reveladora para cualquier lector al que le interese la literatura argentina. La cautiva se ha quedado más anticuada, pero como curiosidad romántica resiste una lectura. Y el prólogo de Leonor Fleming me ha resultado muy instructivo. Ahora ya solo me falta acercarme, por fin, al Martín Fierro de Hernández y al Facundo de Sarmiento. O, quizás, tal vez, también me falte empezar a usar el voseo por las calles de Madrid.

martes, 1 de mayo de 2018

Echeverría, por Martín Caparrós


Editorial Anagrama. 365 páginas. 1ª edición de 2016.

Este libro lo compré el último día de la Feria del Libro de Madrid de 2016, cuando realmente ya había pensando no adquirir nada más. Vino a Madrid, de visita, Jesús Artacho, escritor y bloguero al que conozco a través de internet, y acabé bajando a la Feria (que me quedaba entonces al lado de casa) para dar una vuelta con él. Ya que iba a acercarme a las casetas del Retiro, comprobé qué escritores estaban firmando libros esa mañana y me encontré con el nombre de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957). De este autor había leído una novela, A quien corresponda, que compré en mi viaje a Argentina en 2009, un texto duro sobre la época de la dictadura de Videla y sus secuelas treinta años más tarde. Tomé el libro de mis estanterías para que me lo dedicara el autor y, ya que pude cambiar tres palabras con él, me apeteció comprar también Echeverría, que me llevé a casa dedicado. Da una muestra del descontrol de mi montaña de libros por leer el hecho de que he tardado un año y medio en acercarme a esta obra, cuando, en realidad, era una novela que me apetecía leer, puesto que habla de los comienzos de la literatura argentina y de la condición del escritor.

El Echeverría aludido en el título es Esteban Echeverría, nacido en Buenos Aires en 1805, quien iba a ser el primer escritor que publicaría un libro de poemas (en 1834) en la Argentina postcolonial, autor, además, del relato El matadero, que da inicio al realismo argentino. También es autor del largo poema romántico La cautiva. Ambos textos, El matadero y La cautiva, son de sobra conocidos en Argentina, puesto que todo estudiante de secundaria ha de leerlos durante sus años de formación.

La novela comienza con un joven Echeverría a punto de suicidarse. Esta elección no es casual por parte de Caparrós, puesto que Echeverría pasó cinco años (entre los veinte y los veinticinco) en París y volvió a su tierra fuertemente influenciando por la corriente literaria del romanticismo. El Echeverría de diecisiete años ha dejado embarazada a una prima, de la que le han separado, llevándola al campo (donde morirá al dar a luz). Esta tragedia, según Echeverría, también ha conducido a su madre hacia una muerte prematura. En la página cinco de la novela ya se adelanta que Echeverría se va a exiliar a Montevideo. La historia de Echeverría, en líneas generales, ha de ser de sobra conocida para un argentino. Y Caparrós, sabiéndolo, elige la opción de describir sus pensamientos, y describir hechos sobre los que seguramente no cuente con ninguna fuente real. Es decir, Caparrós elige la invención y la novela, frente al intento de alcanzar una fiel reconstrucción histórica. De hecho, en Echeverría el autor reniega de la novela histórica, con algún desdén como éste: «En el mercado vacilante de la letra, las novelas históricas son el refugio más canalla: libros que se venden porque te dicen que al leerlos no estás perdiendo el tiempo; que estás haciendo algo útil, que vas a aprender algo. Libros que aprovechan esa última cualidad que atribuimos a los libros –el supuesto saber, el prestigio de la letra impresa– para vender a muchos sus cositas.» (pág. 47); y un poco antes podemos leer: «Lo propio de la información es disiparse. Cualquiera que intente conocer asuntos de hace cien años, ciento cincuenta años descubrirá enseguida que casi todo aquello se ha perdido. Es sorprendente la cantidad, la calidad de lo que no sabemos sobre alguien que vivió hace menos de dos siglos.» (pág. 46), «No sabemos; callamos o escribimos.» (pág. 46)

Echeverría se divide en siete partes, marcadas con una fecha significativa en la vida del protagonista. Cada una de estas partes finaliza con un capítulo titulado Problemas. En ellos, Caparrós reflexiona sobre el propio material de la novela, de las dificultades que tiene al acercarse a él, de sus dudas. En este sentido, como creo que quedaba claro desde las citas que denostaban a la novela histórica como género, Echeverría no es una novela histórica al uso. A Caparrós le interesa reflexionar sobre la figura del creador, sobre titubeos que le achaca a él sobre su obra, y que pueden ser los del propio Caparrós sobre la suya.
La novela contiene muchas sentencias memorables. Destacaría este párrafo: « A primera vista, el pasado es un lugar donde viven sobre todo personas ricas y famosas, o heroicas y arrojadas, o épicamente desdichadas, trágicas; nunca pensamos en el pasado como momentos aburridos, cotidianos, de millones y millones que nunca hicieron nada inolvidable –y que, de hecho, ya fueron olvidados.
 Del pasado, lo más difícil de entender es que cada uno de sus momentos es un presente, la culminación de miles de años, del punto más avanzado de la historia. Nos parece que cualquier momento del pasado tenía ya su pátina y su polvo: un lugar habitado por personas abrumadas por su propia antigüedad. No sabemos pensarlos modernísimos, llenos de la emoción de estar viviendo lo nuevo, lo más nuevo: de haber llegado a lo más lejos.»

La vida de Echeverría tiene una fuerte dimensión política, puesto que él es considerado un «unitario» (demócrata urbano y europeizante), en contraposición a los «federales», partidarios del dictador Juan Manuel de Rosas. Su oposición ideológica al dictador será la que haga que tenga que exiliarse en Montevideo.

Echeverría vivirá obsesionado (o al menos el Echeverría que dibuja Caparrós) con la idea de crear una literatura nacional, que se separe de los modelos españoles (lo español era, para Echeverría, lo primitivo, de lo que había que huir) y, desde un mundo artístico lleno de dudas, acabará, sin él saberlo, triunfando en aquello que pensaba que estaba fracasando, puesto que, como ya apunté, su nombre se encuentra ahora en alguna calle de cada ciudad de Argentina y sus textos se consideran fundacionales de la literatura nacional.
Dos hechos peculiares confieren a Echeverría un aire de artista trágico: muere en el exilio de Montevideo en 1851 a los 45 años, sin poder conocer la derrota y el exilio de Rosas en Inglaterra y sin poder regresar a su patria. En ella, los que fueron sus amigos (y que también vivieron exiliados) acabarán alcanzando cargos de gran responsabilidad. «Echeverría había muerto pobre y solo.» (pág. 364). El segundo hecho es que Echeverría no supo medir la calidad de sus logros literarios, puesto que él pensaba que sería recordado por sus largos poemas románticos y no quiso publicar en vida El matadero, que es el texto por el que realmente se le recuerda. «El matadero: que este texto, el único que todavía se le puede leer entre tanto poema romántico fervoroso esforzado, le pareció vulgar y sospechoso, y nunca lo acabó. Esa deriva cervantina, kafkiana, volteriana –esa manera en que un escritor se equivoca sobre el valor de lo que escribe– me resultaba tan cercana que abandoné cualquier prurito o resistencia.» (pág. 318)

Ya he comentado que el estilo de Caparrós es altamente sentencioso y subrayable. Me llaman la atención también dos recursos: de forma habitual juega a repetir palabras o núcleos sintácticos en la misma frase. Veamos algunos ejemplos: «su nombre nombra una calle» (pág. 365); «le dijo, dirá que» (pág. 41); «Si no fuera un solitario no podría pensar mis ideas solitarias, se dice, solitario. Si no fuera un solitario mi vida sería tanto más fácil.» (pág. 107). El segundo sería el de las frases inacabadas, lo que da al texto un aire de rapidez y (falsa) improvisación. Por ejemplo: «Se tienta, se pregunta si.» (pág. 297).

La lectura de este libro me ha hecho pensar en otro libro que me traje de Argentina en 2009: El farmer de Andrés Rivera. En esta novela, el poco conocido en España, pero gran escritor, Rivera especulaba sobre el fin del dictador Juan Manuel de Rosas en su destierro en Inglaterra, y podría leerse como una contrapartida a Echeverría.

Con Echeverría, Caparrós ha escrito una novela inteligente sobre el siglo XIX en Argentina, sobre los orígenes de su patria y su literatura; sin fanatismos, desde la broma, la especulación y el presente. Una buena novela, en definitiva que trata sobre: «Echeverría era el primer cronista argentino, el primero que intentó hacer relato de sus zonas más turbias, y era, también, el primer antiperonista, uno que no necesitó a Juan Domingo Perón para empezar a serlo.» (pág. 318)

Después de leer Echeverría, lo más lógico era tomar de la biblioteca de mi novia un libro de Cátedra del propio Esteban Echeverría, que contiene El matadero y La cautiva. La semana que viene hablaré de este libro.