martes, 28 de julio de 2020

Reseña de Caminaré entre las ratas en el Blog de Juan Carlos Galán

Juan Carlos Galán ha leído mi novela Caminaré entre las ratas y ha escrito una reseña sobre ella.

Muchas gracias, Juan Carlos.


Juan Carlos dice cosas como ésta: "Acabo de leer "Caminaré entre las ratas", la última novela de David Pérez Vega. A David lo conocí por su buen blog, "Desde la ciudad sin cines". Sabía de su faceta como novelista pero nada había leído suyo hasta hoy. Y me ha gustado. Me parece una buena novela que indaga sobre los problemas de aquellos que dejaron de ser jóvenes durante la crisis económica de las Preferentes y que vieron en esa casi década ver caer su nivel profesional y de ingresos de manera terrible. Cómo abordar el futuro y gestionarlo desde este tobogán hacia la nada y desencanto existencial es lo que muestra el novelista en esta ya su 4ª novela.


Creo que su autor merece tener más eco en el panorama literario español. Confío en que lo logre."


La reseña completa se puede leer AQUÍ.

domingo, 26 de julio de 2020

Las diez puertas, por Elvio E. Gandolfo


Las diez puertas, de Elvio E. Gandolfo

Editorial Blatt & Ríos. 150 páginas. 1ª edición de 2019.

Ya he comentado más de una vez que Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947) me parece uno de los escritores de cuentos más originales del actual panorama latinoamericano, a pesar de que su obra no llega a España. Así que siempre me parece motivo de celebración que publique un nuevo libro, en este caso en la editorial Blatt & Ríos. Como desde hace unos años me cambio correos con Gandolfo, le comenté que –si le apetecía– le podía decir a sus editores que me enviaran una ejemplar para poder leerlo y comentarlo. El libro se publicó a finales de 2019 y en este momento era caro enviar libros desde Argentina a España, pero uno de los editores de Blatt & Ríos tenía que viajar a Madrid y un día se pasó por mi calle para dejármelo en el buzón. Fue una pena que yo no estuviera en casa y no le pudiera invitar a un café, por lo menos.

El primer cuento de Las diez puertas se titula Yendo del baño al living, y en él un narrador –que el lector idéntica con el propio autor– sufre un dolor de espaldas que le hace caerse en el baño. El relato nos narrará la aventura que le supondrá arrastrarse hasta el teléfono, mientras al atravesar el pasillo puede observar su biblioteca desde otra perspectiva. Esta idea de ver la realidad desde una perspectiva nueva me ha recordado a la propuesta de La oscuridad bajo la mesa, el primer cuento de Ferrocarriles argentinos (1994). Es posible que el título aluda la canción de Charly García Yendo de la cama al living, que habla de la dictadura argentina y la guerra de Las Malvinas.

La presa es un relato erótico, que es otro de los géneros que ha practicado Gandolfo. En algunos momentos, al mezclar el erotismo con el mundo de la empresa me ha recordado a El traductor, la gran novela de Salvador Benesdra, un libro que sé que Gandolfo admira.

Querida mamá es un cuento intimista, escrito de forma epistolar. Gandolfo escribe una carta a su madre, de más de noventa años y que vive en una residencia. Ya había leído algún poema dedicado a la madre (que se nombra aquí). Además Gandolfo tiene un famoso cuento dedicado a su padre, que fue impresor y poeta, el titulado Filial, uno de los mejores del autor.

En El lugar sin límites nos encontramos el primer cuento abiertamente fantástico del conjunto. Su evocación de unos grandiosos acantilados nos hace pensar en las propuestas de escenarios primigenios de H. P. Lovecraft. Unos seres, que no sabemos desde dónde nos hablan, nos contarán las conversaciones que captan de unos ángeles que conversan sobre Dios.

Silvia y el espacio es un cuento realista sobre la intimidad de una mujer, que acaba teniendo un curioso punto de fuga: el narrador dejará de hablarnos de Alina para hablarnos de su gato.

Muerte y resurrección de un padre ya lo había leído. Gandolfo me lo envió al correo en formato Word hace al menos un año, antes de que este libro fuera una realidad. Es mi favorito del conjunto. Es un cuento de ciencia ficción apocalíptico; en su realidad tan solo quedan 7.000 personas vivas en Montevideo, y una aprendiz de bruja ha de tratar de rescatar el cuerpo de su padre en el peligroso «Corredor». Me gusta la capacidad de Gandolfo para evocar en pocas líneas un mundo insinuado mucho más amplio que el  narrado. Y uno siempre desea que, con el material aquí expuesto, Gandolfo escribiera una novela de ciencia ficción.

El tiempo y Torres está conectado con Silvia y el espacio. De hecho, Torres es el hombre del que hablaba Silvia en ese cuento, el químico del que se divorció. Así Torres evoca la relación que tiene con sus dos hijos, ya jóvenes adultos, un día de lluvia. Su intimismo y sus reflexiones sobre el tiempo me han recordado a las propuestas de los cuentos de Juan José Saer.

Pegando la vuelta es un cuento ya publicado, pertenece al volumen Cada vez más cerca (2013). Imaginé que tal vez era una nueva versión del cuento, y tomé el otro libro y comparé los dos textos y me ha parecido que es el mismo cuento. Es un buen relato, una propuesta del estilo de Muerte y resurrección de un padre, con un mundo posapocalíptico de jóvenes que no entienden el mundo de celulares y televisión del que vienen sus mayores y se dedican a surfear en las grandes olas del río Paraná. Otro gran cuento.

Mirándola dormir es un cuento levemente erótico e intimista, donde Gandolfo reflexiona sobre algunos clichés literarios.

En Bailando brota el amor nos encontramos a un periodista que tiene que cubrir la crónica de una fiesta en la que va a tocar un cantante venezolano con cada vez más éxito en Argentina y, entre medias, evocará a su primer amor.

Ya he comentado más de una vez que lo más interesante de los cuentos de Gandolfo es que cuando uno los empieza no sabe hacia dónde van a ir. Gandolfo tiene cuentos realistas, de terror, de ciencia ficción, eróticos, intimistas, oníricos, real maravillosos, policiacos, etc.; y lo más curioso: con originales combinaciones entre estos géneros (ciencia ficción posapocalíptica y romántica, como ocurre en Llano de sol, por ejemplo, uno de mis cuentos favoritos de Gandolfo.)

Los cuentos que me han gustado más de Las diez puertas han sido Muerte y resurrección de un padre y El tiempo y Torres. También me gusta mucho Pegando la vuelta, pero considero que éste, en realidad, es un cuento que pertenece al volumen Cada vez más cerca. Las diez puertas me parece un buen conjunto de cuentos, pero creo que prefiero otros de Gandolfo como son Ferrocarriles argentinos (para mí un clásico moderno de los libros de relatos) y Cada vez más cerca. En estos libros la capacidad de sorprender al lector de Gandolfo me ha parecido mayor que la de los cuentos de Las diez puertas. En ellos, Gandolfo tenía más capacidad para desbordar la narración por caminos extraños que en Las diez puertas, que no desmerece en absoluto al conjunto su obra y que es un buen libro de relatos.

jueves, 23 de julio de 2020

Cometierra, por Dolores Reyes (vídeo reseña)

He grabado una vídeo reseña sobre Cometierra, el debut narrativo de la argentina Dolores Reyes, una novela que, usando el género fantástico, habla de los problemas sociales de los barrios marginales de Buenos Aires.



Si quieres verme hablando de este libro PINCHA AQUÍ.
Y si te gusta el canal de Youtube, te agradecería que te suscribieras.

martes, 21 de julio de 2020

´Reseña de Caminaré entre las ratas en Goodreads

Miguel Santolaya ha leído mi novela Caminaré entre las ratas y ha escrito una reseña sobre ella en Goodreads.

Gracias, Miguel.




"A David Pérez Vega lo conocí, como la gran mayoría de gente, por sus reseñas. Más de una vez le he dicho que es mi reseñista favorito, pues compartimos gustos e inquietudes, además del interés por la literatura hispanoamericana. Desde entonces lo sigo con atención por las redes sociales porque además, como casi todo aquel que pertenece al mundillo de la literatura, es un tipo cercano y amable.

El caso es que llevaba tiempo queriendo leer algo suyo, pero nunca encontraba el momento: siempre había otro libro, otro autor, otro asunto. Y es que creo que en su virtud como reseñista está su mayor problema como escritor: nuestra tendencia a encasillar es tal que, pese a seguirlo con mucho interés en su blog y en las revistas en las que colabora, no lo concebimos con otro desempeño que no sea el de hacedor de reseñas. Entiendo el motivo por el que empezaría con esto: pensaría que las reseñas, el blog, eran la mejor manera de darse a conocer, de que su nombre sonara en los círculos literarios; y así es, pero no acabo de tener claro que esto haya facilitado su carrera de escritor. Tal vez un blog menos especializado en el que intercalara las reseñas con algunas creaciones, no lo sé; pero debería ser consciente del "poder" que tiene un sitio que acoge a centenares de visitantes al día: por desgracia, probablemente visitan su blog en un día más personas que las que comprarán en un año (o más) un libro suyo.

Sé que esto es injusto, y a raíz de un comentario que hizo al poco de publicarse este libro fue cuando me dije vamos, hostias, vamos a leerlo.

El libro parte de dos premisas que a mí, personalmente, me echan patrás. Una es la autoficción. Que no es autoficción el libro, pero hay tanto del autor (o de lo que yo conozco o creo conocer del autor) en el protagonista que mi reacción inicial es la de ponerme en guardia. También es verdad que da pie a un juego que me gusta, que es el de ir revisando en internet (el lector como detective) datos como si el libro que reseña en el texto lo reseñó también, en esa época, en el blog; o jugar a elucubrar posibles correlatos reales de algunos personajes (el de Olmos parece claro). La otra tiene que ver con el estilo: hay demasiada explicación, demasiado detalle, una sensación de que a veces la novela avanza en espiral. Sobre esto hay poco que decir: es una decisión personal del autor, no un defecto de forma, el hacer "una novela de aluvión", y poco importa en realidad que se adecúe o no a mis gustos.

Pero el caso es que, pese a esto, la novela funciona. ¿Cómo se que funciona? Porque la seguí leyendo, con mucho interés, además. Porque no la cerré en la página cien y empecé otro libro. Si un libro no te gusta, le escuché a Borges, si no está hecho para ti, entonces déjalo. Pues yo este no lo dejé, a mí este libro me gustó, lo leí de manera fluida durante una semana y lo recuerdo con cariño.

La novela va sobre un tipo de cuarenta años al que la vida no lo trata como él cree que merece. Antes de cumplir esa edad, yo pensaba que la crisis de los cuarenta era una filfa; pero cuando llegas te das cuenta de que empiezas a estar de vuelta y haces balance. Y, claro, hay mil cosas que no hiciste y ya no harás, y hay otras que no hiciste y tal vez hagas; pero empiezas a dudar, y empiezas a poner en la balanza lo que has hecho con lo que querías hacer, lo que tienes con lo que te hubiera gustado tener, y si sale a deber es posible que te dé por bajar la montaña rodando. Domingo, el protagonista, está en una situación similar: la trama arranca con el suicidio de uno de sus amigos de la infancia, con la incredulidad de Domingo, primero, y después con la incomprensión: cómo es posible que alguien deje de luchar de esa manera, por qué llega alguien a ese punto.

Y Domingo empieza a contarnos su vida mientras, tal vez en parte por contarla, por verbalizar su situación y hacerla así más real, le va hallando cada vez menos sentido, va comprendiendo a su amigo suicida y sus motivos, va interiorizando que es posible que, en un momento dado, quizá la única salida sea rendirse. Así, en cada capítulo se da más importancia a una parcela (sin descuidar el resto): la amistad, el ambiente literario, las mujeres, el mundo laboral, la familia; con un incidente entre medias -causado en gran parte por intentar ser quien no es, por querer cambiar a la fuerza a sus cuarenta años- que actúa como catalizador de su desgracia, de su depresión, de su ansiedad.

Cuando leí Stoner, hace ya unos cuantos años, escribí lo siguiente sobre su protagonista: "al principio me pareció un estoico, después me pareció un cobarde, y al final comprendí que podría haber sido cualquiera de nosotros". Con Domingo, salvando las distancias, me ocurre algo parecido. Domingo es un tipo que no cae bien al lector, en parte porque siempre parece andar quejándose de un presente que no es el que él merece, en parte porque nos pone delante un espejo en el que nos vemos, en bastantes ocasiones y en contra de nuestra voluntad, reflejados. Es al final, cuando por fin se decide a mostrar su vulnerabilidad, cuando conseguimos tener empatía con él; y es que la obra arroja una moraleja que no es otra que la máxima con la que crecimos, al menos, los jóvenes de la generación de Domingo (el es del 74, yo del 79): que uno solo no puede, que necesita a sus amigos, que necesita a su familia, que hay que saber pedir ayuda y nunca es tarde para ello. Que hay gente, aunque nos cueste creerlo, que no solo está dispuesta a ayudarnos, sino que lo está deseando.

La puntuación es un poco aleatoria, me gustaría que Goodreads ofreciera al menos diez estrellas, porque casi siempre me quedo entre el tres y el cuatro. Lo importante es que me ha gustado y que lo recomiendo. Así que, si estás pensando en comprar el libro y leerlo, hazlo. Sobre todo si pasas ya de los treintaypico."

lunes, 20 de julio de 2020

Las diez puertas, por Elvio E. Gandolfo (vídeo reseña)

Me he grabado haciendo una reseña de Las diez puertas del argentino Elvio Eñ Gandolfo.
Hablo de este libro y de algunos más de Gandolfo, que se me acaban cayendo al suelo y todo esto en directo.


Si quieres ver la vídeo reseña PINCHA AQUÍ.
Y si te gusta mi canal literario, te agradecería que te suscribieras.

domingo, 19 de julio de 2020

Cometierra, por Dolores Reyes


Cometierra, de Dolores Reyes

Editorial Sigilo. 173 páginas. 1ª edición de 2019.

Cuando se empezó a acabar el confinamiento debido a la crisis sanitaria del coronavirus, me apeteció visitar alguna librería y apoyar al sector del libro. Así, un miércoles por la mañana había acabado pronto mis clases y me planté en La Central de Callao. Hace unos meses, cuando comentaba en las redes sociales que me estaba gustando mucho Nuestra parte de noche de Mariana Enriquez, mi amigo el escritor Paco Bescós me comentó que entonces era muy posible que me gustara Cometierra, de Dolores Reyes (Buenos Aires, 1978). Ya había oído hablar antes de esta novela, pues llevaba unos meses sonando en las revistas de literatura. Dolores Reyes, profesora y madre de siete hijos, ha debutado pasados los cuarenta años en la literatura con esta novela, Cometierra. La autora se formó en los talleres literarios de Selva Almada y Julián López.

Desde Latinoamérica está llegando una literatura fantástica con tintes de terror que me resulta muy estimulante, así que me apetecía leer Cometierra. Me he puesto con ella a los pocos días de comprarla, algo cada vez más raro en mí, que acumulo libros sin tino.

Cometierra empieza de un modo dramático: una adolescente, apenas una niña, no quiere salir de su habitación para acudir al entierro de su madre. Esta niña será la narradora de la historia. El lector entenderá pronto que en su hogar ha tenido lugar un feminicidio a cargo del padre (no se sabe aún si está huido o preso). La dedicatoria del libro es ésta: «A la memoria de Melina Romero y Araceli Ramos. A las víctimas de feminicidio, a sus sobrevivientes». Melina y Araceli son dos jóvenes asesinadas que se encuentran enterradas en un cementerio cercano a la casa de Dolores Reyes.

No sabremos el nombre de la narradora, a la que los demás llaman «Cometierra» porque ha descubierto que, al llevarse tierra a la boca del lugar que ha tenido que ver con la vida de una persona muerta o desaparecida, puede vislumbrar su paradero actual. Este elemento fantástico está asumido con mucha naturalidad en la novela y, en principio, el don que le ha sido concedido no supondrá ninguna alegría para su dueña. «En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos acompañada de risas por lo bajo. Tampoco papeles de alfajores, esos que quería y no podía comprar, rellenos con tierra sobre mi banco. Solo algunas miradas cada tanto y mucho silencio» (pág. 20).
Una hermana del padre vendrá a ocuparse de sus sobrinos, pero al no sentirse cómoda con los dos huérfanos les acabará dejando a su libre albedrío. El Walter, el hermano mayor, y Cometierra abandonarán el colegio, y mientras él empieza a trabajar en un taller, ella se quedará en casa, jugando a la play o bebiendo cerveza.

En una entrevista que vi en Youtube, le preguntaban a Reyes por el tema de las familias desestructuradas y contestaba que el 80 por ciento de las familias de las que venían sus alumnos, en una barriada pobre, ya no eran una familia tradicional, que en la mayoría de los casos se encontraba ausente la figura del padre.
No se dice dónde está situada la historia. Al principio pensé que en un pueblo, pero al final se habla de «barrio», así que me inclino a pensar que Reyes está ubicando su novela en alguna de las villas marginales del cinturón del Gran Buenos Aires.

La fama de Cometierra se ha empezado a extender y personas que buscan a familiares desaparecidos van dejando, en el jardín de su casa, botellas con fotos y mensajes dentro para que les llame y les ayude. Cometierra acumula esas botellas al final del patio, y sabe que no puede ayudar a todo el mundo, que aquélla es una responsabilidad que no ha pedido. Sin embargo, sí atenderá a alguno de estos requerimientos («Empezaba a ver que los que buscan a una persona tienen algo, una marca cerca de los ojos, de la boca, la mezcla de dolor, de bronca, de fuerza, de espera, hecha cuerpo», pág. 28), lo que le conducirá a un mundo de sordidez y violencia que le apartará más del entorno. Esto hará que se refugie en la pequeña familia que forma con su hermano, en una casa que se está convirtiendo en un centro de reunión para los amigos del Walter. Esta situación me ha recordado a la de la película Nadie sabe del japonés Hirokazu Koreeda, también sobre padres ausentes.

En la segunda parte han pasado unos años y Cometierra se ha convertido en una joven, en una adolescente que ya es casi una mujer, y que se va a ver envuelta en un caso de secuestro a una joven. Quizás ella sea el elemento que necesite un policía, que busca a una prima desaparecida. «Miré la foto en sus manos y después lo miré a él. La sonrisa de la chica y algo en el cuerpo del flaco me hacían pensar que esa vez podía ser distinto, que por una vez podía llegar temprano» (pág. 66). En algunos momentos la novela cobra tintes de policiaco con toques de fantástico, pero ésta no acaba de ser la dirección que decide tomar Reyes para su novela, puesto que las intrigas policiales (en esta intriga sí llega a insistir) que surgen aquí acaban su desarrollo pronto. Más bien parece que Reyes quiere mostrarnos este mundo desamparado de adolescentes pobres que han de crecer solos como consecuencia –principalmente– de la violencia que los hombres ejercen sobre las mujeres. De hecho, es significativo el rechazo instintivo que siente Cometierra hacia Ezequiel, el policía que requiere su ayuda, un rechazo muy sintomático de algunos de los problemas que el libro quiere revelar al lector. Conocía el argentinismo «cana» para referirse a un policía, pero en este libro aparecen unos cuantos más que desconocía, como «yuta». Buscar a personas desaparecidas debería ser la labor de la policía, reflexiona Cometierra, pero no lo hace.

En un momento dado, Cometierra ha de atravesar una zona de su barrio, pero prefiere dar un rodeo y no pasar por una calle en la que la gente arroja gallos muertos. Este mundo de superstición y ritos mágicos me ha llevado a pensar en los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego de Mariana Enriquez, donde los pobres de Argentina se consuelan creando sus propios ritos sincréticos.

En los sueños de Cometierra cada vez se aparece más la profesora Ana, una joven docente que fue asesinada poco antes de que ella dejara la escuela. Ana ha empezado a hablar en sueños a Cometierra.

El lenguaje de Cometierra es de una aparente sencillez, pero está muy trabajado. Reyes emplea términos y expresiones que puede usar una adolescente argentina, como «celu» por «celular», «cero ganas», o «me re flashearon», pero a la vez las frases cortas, elusivas en muchos casos, desprenden una gran belleza, la evocación de un mundo duro y misterioso.

Me han gustado mucho los dos libros que he leído de Mariana Enriquez, Lo que perdimos en el fuego y Nuestra parte de noche, y es cierto –como apuntaba mi amigo Paco Bescós– que era lógico que me gustara Cometierra, como así ha sido. Siguiendo esta línea actual del fantástico argentino, Dolores Reyes usa el género de terror para acercarnos a miedos cotidianos y denunciar la situación de abandono que sufren muchos de sus compatriotas en las villas miseria, sobre todo cuando se trata de mujeres. También es cierto que en algún momento he tenido la sensación de que Cometierra prometía algunas líneas narrativas que al final se han quedado sin desarrollar, y algunas escenas me han parecido resueltas de un modo un tanto precipitado. Pero la sensación general es bastante positiva, porque la voz narrativa que ha conseguido Dolores Reyes para su primera novela es, sin duda, poderosa y atractiva, y muchas de las escenas de este libro son muy potentes, bellas y misteriosas. Bienvenida sea Dolores Reyes al mundo de la narrativa latinoamericana. Habrá que estar atentos a sus nuevas obras.

jueves, 16 de julio de 2020

Guía sobre el arte de perderse, por Rebecca Solnit (Vídeo reseña)

En mi canal de Youtube me he grabado, haciendo una vídeo reseña de Guía sobre el arte de perderse de la norteamericana Rebecca Solnit. Un interesante conjunto de ensayos interrelacionados.



Si quieres verla PINCHA AQUÍ.
Y si te gusta el contenido del canal, te agradecería que te suscribieras.

martes, 14 de julio de 2020

Reseña de "Caminaré entre las ratas" en la revista Kopek

El escritor Pablo Matilla ha escrito una reseña sobre mi novela Caminaré entre las ratas, que se ha publicado en la revista Kopek.
Gracias, Pablo.


"Domingo Ramírez, narrador y protagonista absoluto de Caminaré entre las ratas, dice sobre una de sus novelas: «la empecé a escribir en 2004, poco después de cumplir los treinta años y pretende ser una indagación generacional sobre la crisis de los treinta en la España de 2003».
Siguiendo estas palabras, bien podría describirse Caminaré entre las ratas como una indagación generacional sobre las consecuencias de la crisis global de 2008 (la novela tiene lugar en 2013), donde el neoliberalismo asfixiante comenzaba a dar paso a los primeros brotes de fascismo, todo ello desde el punto de vista, esta vez, de un personaje a punto de cumplir los cuarenta.
Podemos destacar algunos comentarios políticos, sociológicos del narrador sobre la sociedad española:
«El verdadero sueño del patriota español, de esos que llevan pulseritas y cuellos de polo con la bandera rojigualda […], era que sus hijos estudiasen en Estados Unidos, que hablasen mejor inglés que español, y se emocionaban con nostalgia verdadera cuando recordaban el brillo de las luces de Navidad en el Times Square de Nueva York. Nada le gusta más al patriota español, de los que boicotean la compra de productos de Cataluña, que tomarse un café en un vaso de plástico del Starbucks.»
Pero delimitar la novela a solo eso sería cercenar su ambición de totalidad. Porque aquí Pérez Vega trata de reflejar una vida entera. El narrador, obsesivamente, nos provee del más mínimo detalle relacionado con su vida, con una prolijidad angustiosa. Se nos muestra la vida de Domingo Ramírez, un hombre que se siente fracasado en todos los ámbitos vitales: laboral, literario, afectivo, sexual, existencial… Conocemos a sus amigos, a su familia, a sus parejas; conocemos sus ideas políticas, económicas, filosóficas; se nos enumeran sus peripecias literarias, sus lecturas, sus pasadas y futuras novelas; sabemos las veces que se masturba, las veces que mea, cuándo le duelen las encías y cuándo se toma un paracetamol o un ibuprofeno. Un nivel de detalle que se mantiene inmisericorde a lo largo de 343 páginas, que apenas descansa en elipsis, y que podría hacer pensar en una especie de levantamiento forense de la vida del narrador. Uno se siente también tentado de pensar en Domingo Ramírez como un narcisista de izquierdas, alguien que se preocupa de corazón por los demás, pero que paradójicamente es incapaz de dejar de pensar en sí mismo, y vuelve obsesivamente a sus traumas vitales (el cambio de carrera en la universidad, el rechazo de las mujeres, su procedencia, su clase social) ataviado con una autocompasión que niega al inicio pero que, tal vez sin él apreciarlo, recorre cada una de las páginas. Efecto que se refuerza cuando, durante la lectura, podemos percatarnos de que el único personaje con fuste, con entidad, es el propio narrador, al lado del cual el resto de personajes palidecen como fantasmas sin entidad alguna, meras comparsas que están ahí solo para darle la réplica a Domingo, como excusas que le permitan excavar en su pasado, en sus ideas y en su obra (con la posible excepción de Sara Santacruz). Caminaré entre las ratas, por tanto, es una novela de un solo personaje, un personaje complejo, contradictorio, profundo.
Es cierto que la apuesta es arriesgada, que tal vez Domingo Ramírez no sea del gusto de todos los lectores, pero conforme vemos cómo se va quedando cada vez más aislado, más triste, más angustiado (siempre rodeado por esas ratas gigantes, ominosas, que inundan la ciudad y a las que nadie parece hacer caso) comenzamos a comprenderle. Si al inicio su reacción ante la marcha de su querido amigo Marinelli parece excesiva, unos cientos de páginas más adelante entendemos por qué era tan importante para él, por qué, de algún modo, significa el inicio del desmoronamiento final. Con esto quiero decir que la descripción tan detallista de todo aspecto de la vida del narrador acaba funcionando, porque el lector siente empatía por ese pobre desgraciado, entiende sus fracasos sexuales, literarios y laborales. Y no solo los entiende, sino que siente con él la asfixia, la angustia y la depresión.
Esta empatía se va construyendo línea a línea con pequeños pasajes:
«Cada día me pregunto de modo más intenso qué busco al abrir mi correo electrónico, quién pienso en realidad que va a poder escribirme, por qué sucumbo (varias veces al día) al rito diminuto de buscar en Hotmail una nebulosa alegría que casi siempre va a ser defraudada.»
O cuando habla sobre sus ambiciones literarias, con una sinceridad auténtica y en cierto modo desarmante:
«Y es aquí cuando me percato, o tomo en consideración al menos durante unos instantes, de que una enfermedad solipsista, que tiene que ver con la literatura pero todavía más con un deseo de grandeza, o de influencia en los otros o con un ego herido, me corroe.»
La trama es, por tanto, solo una excusa para poder desplegar una personalidad, para poner a actuar un personaje. Por ello, las inexactitudes y huecos que pueda haber en ella son secundarios, lo que importa de verdad es ver cómo piensa y siente Domingo Ramírez.
Hay un pequeño pero a todos estos buenos mimbres: las erratas, los errores de mecanografiado. No obstante, esta cuestión, fácilmente subsanable en futuras reimpresiones, no debería deslucir un buen texto, una novela de sana ambición y cuya lectura bien merece la pena. Una novela que transciende las erratas que pueda contener para levantar el reflejo de una época, de un espíritu.
Solo tengo que recordar para corroborar esto, que, en cuanto tuve la novela en mis manos, la hojeé por encima, leí la primera página, como hago siempre, con la idea de posponer su lectura para más adelante, pero, sin embargo, y esto no sucede a menudo, esa primera página me atrapó y no dejé de leer hasta concluir su lectura."

La reseña en la revista KOPEK está AQUÍ.

domingo, 12 de julio de 2020

Una guía sobre el arte de perderse, por Rebecca Solnit


Una guía sobre el arte de perderse, de Rebecca Solnit

Editorial Capitán Swing. 166 páginas. 1ª edición de 2005; esta de 2020.
Traducción de Clara Ministral

No había leído ningún libro de la editorial Capitán Swing, cuando desde su departamento de prensa me escribieron para ofrecerme El arte de perderse (2005), un ensayo de la norteamericana Rebecca Solnit (San Francisco, 1961). Recordaba que hace unos años sonó de esta autora el libro Los hombres me explican cosas (2015), que me quedé con ganas de leer en 2016 o 2017. Al final acordamos que me enviarían los dos. He empezado por El arte de perderse, que aunque ha llegado más tarde a España, en realidad fue escrito una década antes.

Este libro está formado por nueve textos interrelacionados. La relación es tan fuerte que, de hecho, los capítulos (o relatos, o pequeños ensayos) impares tienen todos el mismo título: El azul de la distancia.
En la contraportada se habla de «ensayos autobiográficos» y, como explicaré a continuación, Solnit juega a la hibridación de géneros, puesto que en algunas páginas sí que desarrollará ideas, como uno espera al leer un ensayo, y en otras hablará de su vida, como uno esperaría al leer un relato autobiográfico. La tensión que consigue entre estos dos extremos será uno de los grandes atractivos de su propuesta.

Normalmente yo leo narrativa, y cuando me decanto por el ensayo suelo leer libros de economía, que uso para mis clases en el colegio donde trabajo. Así que cuando abrí El arte de perderse no tenía muy claro con qué me iba a encontrar. El primer texto, de unas veinte páginas, se titula La puerta abierta y en la primera página, cuando Solnit nos habla de la primera vez que se emborrachó, con unos ocho años, tuve la sensación de estar leyendo una narración de Charles Bukowski o de Jack London, dos escritores que han tratado este tema en sus libros autobiográficos. A continuación empieza a hablar de tradiciones judías (su padre es descendiente de una familia de judíos del Este europeo que llegaron a América a principios del siglo XX), y entonces empiezo a pensar en Henry Roth o Philip Roth. Así que la apuesta de Solnit me lleva a pensar en algunos de mis referentes en narrativa norteamericana. Sin embargo, la pura narración da pie al ensayo cuando la autora antepone las ideas y la reflexión a los recuerdos (aunque siempre los acaba entrelazando). Coincido con su idea del placer que le causa perderse de forma controlada, avanzar por una ciudad o un bosque sin saber exactamente dónde está. A partir de ahí, una idea obsesiva y recurrente recorrerá las páginas de este libro: «Me encanta salirme del camino, ir más allá de lo que conozco y encontrar el camino de vuelta recorriendo unos cuantos kilómetros de más, por un sendero diferente, con una brújula que discute con un mapa, con las indicaciones contradictorias y poco rigurosas de desconocidos» (pág. 15). Frente a la rapidez y la eficacia capitalista de los tiempos modernos, Solnit nos propone la mirada desde los márgenes, sucumbir al deseo de no saber dónde estamos, algo que le recuerda a la libertad de la infancia. «Esas historias que hacen que lo familiar se vuelva otra vez extraño, como las que me han revelado paisajes perdidos, cementerios perdidos, especies perdidas alrededor de mi propia casa» (pág. 15). Además de proponer este arte de perderse de una forma física y real, Solnit también nos invita a perdernos dentro del pensamiento y la reflexión, ya que el artista es aquel que «deja la puerta abierta a lo desconocido, la puerta tras la que se encuentra la oscuridad» (pág. 8).

Me han llamado mucho la atención las reflexiones que se vierten aquí sobre el rescate de personas perdidas en las Montañas Rocosas, y cómo lo contrasta con el deambular por territorios desconocidos de los pioneros americanos. Nos perdemos en la naturaleza, nos dice Solnit, porque ya no sabemos leer su mapa, no sabemos posicionarnos por las estrellas, ni conseguir alimentos. «Parece que los pobladores de la Norteamérica del siglo XIX rara vez se perdían de una forma tan calamitosa como la de aquellos a los que encuentran, vivos o muertos, los equipos de búsqueda de rescate» (pág. 15).

En este libro acabarán teniendo una gran importancia los mapas, pero no aquellos que nos guían sin dudas, sino los antiguos, los que contienen referencias a la terra incognita. Hasta el siglo XIX, la California natal de Solnit se representaba como una isla o un territorio aún no explorado. Éste será un símbolo que recorrerá el libro, un libro lleno de citas y referencias. En este primer capítulo se hablará del poeta John Keats, o de los narradores Henry David Thoreau o Virginia Woolf, expertos en perderse física o mentalmente.

En el segundo ensayo se nos empieza a hablar del color azul, que será el color del horizonte para los pintores del Renacimiento, pero también el color del anhelo. Las reflexiones sobre el color azul entroncarán con ideas del primer ensayo, cuando Solnit se adentre en la tierra de un lago seco buscando el horizonte, disfrutando como ya sabemos de estar momentáneamente perdida.

En el tercer ensayo (o capítulo), Solnit nos hablará de las raíces judío-europeas de su familia paterna. De cómo aquellas personas que no llegó a conocer del Viejo Continente se lanzaron a lo desconocido a través de un viaje de miles de kilómetros. Como ya he comentado antes, hay momentos en los que las páginas de Solnit parecen una narración de autoficción, como un cuento de Lucia Berlin.

En más de una ocasión me he encontrado pensando en los cuentos de Modo linterna del argentino Sergio Chejfec, unos cuentos en los que más que la tensión narrativa propia de un relato corto, primaba la reflexión. Aunque algunas de las páginas de Solnit son más abiertamente ensayísticas que las de Chejfec, sí que he sentido una conexión en su deseo de encontrar propuestas híbridas entre géneros. De hecho, en sus cuentos (o ensayos, o como queramos llamarlos), Solnit va enlazando ideas, engarzadas a veces de un modo sorprendente, que consigue que confluyan al final, en efectivos y hermosos cierres, que aúnan las ideas de un ensayo y además conversan con las de otros.

A Solnit le gustan las narraciones testimoniales y autobiográficas, y en El arte de perderse hay más de una referencia a narraciones en las que, por ejemplo, un norteamericano (o más bien norteamericana) se convierte en cautivo de los indios, y cómo esto supone una transformación para esa persona, que deja de estar perdida al transformarse en otra. También se hace referencia al testimonio casi fantástico de Cabeza de Vaca y su exploración por el sur de Estados Unidos, donde convivió con varias tribus nativas, sufriendo mudas de piel como una serpiente. «Hay quienes reciben de nacimiento una identidad que les resulta suficiente, o que al menos no cuestionan, y hay quienes emprenden el camino de la reinvención, por supervivencia o por placer, y viajan muy lejos. Algunas personas heredan valores y costumbres que son como una casa en la que habitan; algunos tenemos que prender fuego a esa casa, encontrar nuestro terreno, empezar a construir desde cero, pasar por una especie de transformación psicológica. Cuando la transformación es cultural, la transición es mucho más dramática», nos dice Solnit en la página 65. En más de una ocasión se insinúan los problemas en la infancia de la autora, que la han obligado a convertirse en otra persona mediante un proceso de pérdida o de búsqueda.

Si bien la juventud de Solnit está asociada a las ciudades de la década de 1980, unas ciudades que ya mostraban una decadencia postindustrial, con multitud de puertos o edificios abandonados, donde parecía lógico abrazar los presupuestos oscuros del punk, en su madurez ha preferido perderse siempre en los bosques, o más bien en los desiertos. Son muy bellas las páginas en las que describe la vida que bulle en los desiertos, convirtiendo El arte de perderse en un libro de clara vocación ecologista. En relación con las ciudades decadentes y el punk, es emocionante el retrato que hace de una amiga de aquella época, que dilapidó su talento, juventud y belleza en el quemar de las noches y los excesos. «¿Qué son las ruinas, al fin y al cabo? Son construcciones hechas por el hombre que se han abandonado y han quedado a merced de la naturaleza salvaje: son lugares donde uno puede esperar encontrar lo desconocido, con todas sus revelaciones y todos sus peligros» (pág. 70).

El azul de la historia del blues y el folk, el azul de los cuadros de Klein, el azul de la lejanía en el desierto. «Las protagonistas en los ensayos son las ideas que a menudo evolucionan de forma muy similar a como evolucionan los personajes, incluidos los desenlaces sorprendentes» (pág. 113).
Ya he dicho que en más de uno de los ensayos, el impulso de Solnit es puramente narrativo –al estilo de la autoficción–, pero la lógica del relato tradicional se rompe aquí porque la autora no juega con la idea de la tensión narrativa, ni de la economía de medios del relato, sino que deja su mente divagar o perderse. Así que la experiencia de leer estos ensayos acaba siendo diferente a la de leer un relato, la tensión narrativa se sustituye por el misterio de las ideas que se asocian con otras, algo que crea momentos de gran belleza y que asocia sus textos con el deslumbramiento de la poesía. Se cita al poeta norteamericano Robert Hass, del que leí un libro hace años, y ese espíritu de la poesía intelectual norteamericana está en Rebecca Solnit. El arte de perderse es un libro muy bello que nos invita a abandonar el camino seguro y a perdernos sin considerar que estamos en realidad perdidos, un libro profundamente ecologista, evocador, misterioso y bello. Una gran lectura.

domingo, 5 de julio de 2020

Relatos reunidos, por César Aira


Relatos reunidos, de César Aira

Editorial Random House. 209 páginas. 1ª edición de los cuentos de 1994-2010; ésta es de 2017.

En la primavera de 2018 fui a la presentación de Prins, en ese momento la última novela de la abultada carrera de César Aira (Coronel Pringles, Argentina, 1949), que tuvo lugar en el edificio de Telefónica en Gran Vía. Unas semanas antes yo le había solicitado la novela a la editorial, pero llegó unos días más tarde y tuve que ir a la presentación sin ella. Ya que estaba allí, escuchando al siempre brillante César Aira, me apeteció irme con un libro firmado y compré en un puesto de la entrada Relatos reunidos. Este volumen de cuentos ha permanecido dos años en mis estanterías de libros por leer a pesar de estar firmado por César Aira. Nada nuevo dentro de mis desbarajuste habitual.

Después de haber leído siete novelas suyas, ya sé que al abrir uno de los libros de Aira me puedo encontrar con cualquier tipo de propuesta, y que la lógica de lo que me encuentre se puede romper en cualquier momento. Empecé una mañana, en mi descanso escolar de profesor online, con A brick wall donde Aira rememora un viaje que de adulto hace a su Pringles natal. Empieza recordando la gran cantidad de películas que veía de niño en el cine del pueblo y acaba realizando un gran homenaje a la amistad en la infancia. A brick wall es un cuento realista y de una factura muy bella. La verdad es que me sorprendió mucho, porque me parecía escrito por un autor que era Aira y que a la vez no era. Era Aira negándose a sí mismo, era un Aira jugando a ser Manuel Puig, y a la vez las reflexiones sobre la realidad de Aira estaban plenamente ahí. A brick wall es un gran comienzo para este libro. «Desde muy chico nos revelamos como auténticos fanáticos del cine. Todos los otros chicos que conocíamos lo eran también, inevitablemente porque el cine era la gran diversión, la gran salida, el lujo que teníamos.» (pág. 15)

En Picasso, un genio que aparece en una botella de leche le propone al narrador el siguiente dilema: ¿Prefiere que le conceda ser Picasso o tener un Picasso? Es un relato interesante sobre la identidad, uno de los grandes temas de Aira.

La revista Atenea es otro relato –en apariencia– realista, que guarda relación con A brick wall. Un Aira de veinte años nos habla de la primera vez que quiso fundar una revista literaria con un amigo. El realismo inicial se va desmembrando según la narración se adentra en un absurdo de derivaciones matemáticas. En tres de los relatos de este libro se habla de la imposibilidad de doblar un papel más de nueve veces, y este tipo de juegos matemáticos recorren el volumen.
En estos tres primeros cuentos el narrador parece el propio Aira, más o menos disfrazado, más o menos distorsionándose a sí mismo. No será raro que en algún relato el protagonista se llame directamente César Aira.

El perro es una de las más bellas composiciones de este libro. Un hombre (un narrador que también podría ser César Aira) viaja en ómnibus, y un perro empieza desde la vereda a ladrar al vehículo y a perseguirlo. El narrador se dará cuenta de que el perro le ladra a él, porque en el pasado le maltrató. El perro como símbolo de los remordimientos es una imagen poderosa.

En el café habla –como ocurría en The brick wall– de la forma mágica de entender el mundo en la infancia. Una niña pequeña va recibiendo figuras de papiroflexia de los comensales de las distintas mesas de un café. Por su amor por los objetos extraños me ha recordado a un cuento de Felisberto Hernández, autor al que Aira admira mucho.

Después de leer estos primeros cinco cuentos, tengo la sensación de que la fantasía de Aira se mantiene mejor en la distancia de un cuento que en una novela. En estos cuentos el juego por el que altera la realidad parece más medido que lo que ocurre en sus novelas, que se pueden desbordar por varios costados a la vez. De este modo, al tener más claras las reglas compositivas estaba teniendo la sensación de disfrutar más que lo que suelo disfrutar de las novelas, que siempre me parece que empiezan muy bien y que, en la mayoría de los casos, acaban en el puro disparate. Algo que también puede ser divertido, pero que rompe con el sentido de emocionalidad que produce un texto narrativo. Sin embargo, aún era pronto para juzgar por completo el libro, aún tenía Aira camino por delante para desbordar sus propuestas.

El té de Dios es puro Aira sin timón. Dios celebra su cumpleaños con un suntuoso té al que solo invita a monos. «El desarrollo imposible de un five o´clock que sucede fuera del tiempo, en una pura invención fabulosa.» Además nos contará la historia de una partícula. El contraste entre lo grande y lo pequeño es otra de las obsesiones del autor. Aquí la propuesta me parece excesiva, es como si no hubiera relato, no hubiera continuidad narrativa, y Aira describiera un cuadro de Salvador Dalí.

El cerebro musical es uno de los relatos más largos y posiblemente el que más se parece a una novela de Aira. De forma similar a lo propuesto en A brick wall, Aira empieza evocando aquí un recuerdo de infancia, una noche en la que cenaba con sus padres en el restaurante de un hotel de Pringles. Desde el realismo (como ocurría, por ejemplo, en la novela Las noches de Flores) el cuento se desborda hasta el surrealismo más divertido. Me ha parecido una propuesta mucho más interesante que El té de Dios. El cerebro musical es un cuento muy imaginativo, que habla sobre la falsedad y viveza de los recuerdos de la infancia.

En Mil gotas la pintura de la Gioconda se descompone y sus gotas se dedican a recorrer el mundo. Con Mil gotas me ha ocurrido igual que con El té de Dios, que como broma me parece imaginativa, pero que son bromas que no dan para veinte páginas de narración. Aquí se narran las andanzas de algunas de estas gotas por el mundo.

El todo que surca la nada me ha recordado a una narración de Mario Levrero, por su capacidad para encontrar un misterio en las banalidades de la existencia. Dos narraciones (al menos) dentro de otra, y en la principal además aparecerá un fantasma.

El hornero trata sobre las inquietudes de un pájaro en la Argentina de 1890 y parece un homenaje al Borges que hablaba de la repetición en la vida de las personas.

El carrito es el cuento más corto del conjunto y resulta agradable su modesta fantasía.

Pobreza donde un escritor sin éxito conversa con su propio fracaso parece un homenaje cómico al Pablo Neruda de Oda a la pobreza.

Los osos topiarios del parque Arauco es una broma que acaba teniendo un trasfondo social.

En El criminal y el dibujante Aira vuelve a dar vueltas sobre el tema de la identidad. Aquí de nuevo tengo la sensación de broma alargada que va perdiendo brillo.

El infinito entronca con A brick wall porque vuelve a hablar de los juegos de la infancia, y habla de las reglas mágicas de nuevos juegos del pasado, igual que se hacía en A brick wall, pero entre los dos cuentos me quedo con el primero.

Sin testigos es un cuento crudo sobre la marginalidad, que extrañamente parece de Cesár Aira porque también habla de la identidad.

El espía también habla sobre la identidad, sobre la persona que se descompone en varias, uno de los temas recurrentes del autor, pero llego ya a él algo agotado. Tengo la sensación de que los cuentos de Aira ya me han dado todo lo que me tenían que dar y no lo disfruto.

Como decía al principio, después de siete novelas ésta es la primera vez que leo cuentos de César Aira. Como siempre, me parece que su prosa es muy inteligente. Por más que parodie estilos y temáticas de narrativas baratas, su prosa siempre es elegante y medida. Junto a algunas propuestas que no me han llegado –cuentos como El espía, o El criminal y el dibujante– considero que hay aquí verdaderas joyas, entre las que destacaría A brick wall, El perro, En el café, El Cerebro Musical o El Todo que surca la Nada, cuentos donde el genio de Aira está más contenido y la narración se le muestra al lector de forma más clara, acabada y contundente.

miércoles, 1 de julio de 2020

Nación Vacuna, de Fernanda Garcia Lao (vídeo reseña)

Además de escribir la reseña de Nación Vacuna (Candaya, 2020) de Fernanda Gracía Lao, me apeteció grabarme hablando sobre este libro.
Si quieres escuchar la vídeo reseña, tienes que