domingo, 22 de octubre de 2023

Pasaje a la India, por E. M. Forster

 


Pasaje a la India, de E. M. Forter

Editorial Navona. 467 páginas. Primera edición de 1924, ésta es de 2022

Traducción de José Luis López Muñoz

 

Hace unos meses le solicité a la editorial Navona el envío de Maurice (escrito entre 1913-14 y publicado en 1971) y Pasaje a la India (1924) de E. M. Forster (Londres, 1879 – Coventry, 1970). para poder leerlos y reseñarlos. Ya he comentado que, hace unos veinticinco años, leí Una habitación con vistas (1908) y no me entusiasmó, pero quería darle una nueva oportunidad a este autor británico, al que mi mujer estaba leyendo y sí le gustaba.

Leí Maurice y me impresionó, me pareció una novela muy sensible y adelantada a su tiempo y, unos meses después, he leído Pasaje a la India.

 

Un año antes había visto en Filmin la película que estrenó David Lean en 1984, adaptando esta novela y, por tanto, conocía a grandes rasgos la historia que iba a leer. Sabía cuál iba a ser el conflicto, aunque ya había olvidado los detalles y esto, a mí, que me importan poco los llamados «spoilers», me da bastante igual, puesto que considero que la gran literatura funciona como un juego creado con sutilezas del lenguaje y no con los giros de una trama, como funcionan los llamados «bestsellers».

 

Aunque Pasaje a la India se publicó en 1924, lo cierto es que su primer capítulo traslada al lector a una narración del siglo XIX, ya que en él no aparecen los personajes de la historia, sino se describe la inventada ciudad india de Chandrapore. También –en la primera y la última línea del capítulo– se habla de las cuevas de Marabar, lugar en el que se va a desarrollar el nudo dramático de la historia. Habrá algún otro capítulo corto en el libro, que actuará como capítulo de transición, en el que solo se describa algún lugar, o el mismo paso de las estaciones climáticas en Chandrapore.

En el capítulo 2 asistiremos a una reunión de personajes indios, y aparecerá el que será uno de los temas principales del libro: «discutían si era posible ser amigo de un inglés». A alguno de los indios, que ha tenido la oportunidad de estudiar en Europa, les parecerá que eso era algo más fácil de conseguir en Inglaterra que en la India. Los ingleses, cuando llegan a la India, para ocupar algún cargo en la administración, quizás empiezan siendo amistosos con los nativos, pero al final acaban siempre desconfiando de ellos y marcando distancias. Según alguno de los indios, esto ocurre a los dos años de estar en el país, en el caso de los hombres, y en el de las mujeres, el cambio se produce en tan solo seis meses.

«Aziz no lo sabía, pero dijo que sí. También él generalizaba a partir de sus desilusiones; a los miembros de una raza sometida les resultaba difícil hacerlo de otra manera. Reconocidas las excepciones, estuvo de acuerdo en que todas las mujeres inglesas eran altivas y banales.», leemos en la página 19. Aziz va a ser uno de los protagonistas del libro. Es un joven médico indio, de religión musulmana, viudo y con tres hijos, que no viven en Chandrapore, sino con unos familiares. Me ha llamado la atención la de veces que, al principio del libro, se señala que Aziz se siente agraviado por el comportamiento de los ingleses hacia él o hacia los indios en general. Me estaba pareciendo un detalle poco sutil por parte de Forster. Sin embargo, he acabado cambiando de opinión: mientras que en la película de David Lean, Aziz parece siempre un indio bondadoso sin fisuras, en la novela, el personaje es más complejo. Aziz es un hombre orgulloso (y que vive a la defensiva) que, en más de un caso, el lector comprende que cree recibir ofensas que no son tales. Además, Aziz va a ser capaz de mostrarse cruel con alguno de sus compañeros de trabajo indios.

A la India llegan dos mujeres inglesas: la señora Moore, de avanzada edad, madre de Ronny Heaslop, el magistrado municipal de Chandrapore; y la joven Adela Quested, que viaja a la India para conocer mejor a Ronny, con el que aún no ha decidido si se va a casar. «Quiero ver la India auténtica» es una frase que la señorita Quested le repetirá a la señora Moore más de una vez. Adela parece ser una de esas mujeres de las que hablaban los indios del capítulo 2: aún es pronto para ella y, al llevar menos de seis meses en la India, no recela de los indios y  no quiere todavía relacionarse solo con ingleses. A Adela, en sus primeros días en Chandrapore, le está avergonzado el trato que los ingleses dan a los indios.

El cuarto personaje principal de la novela va a ser el señor Fielding, un inglés que trabaja en la ciudad como director del instituto local. Fielding, en cierto modo, es un inadaptado, un hombre que ya pasa de los cuarenta años –edad excesiva para ser un aventurero en la India– y que no tiene esposa ni hijos. Fielding y Aziz empezaran, en el tiempo de la novela, una relación de amistad, que, pese al apoyo del inglés al indio, en sus peores momentos, nunca dejará de tener sus tiranteces y Forster nos mostrará siempre sus dificultades culturales y sus recelos.

 

Como se adelantaba en el capítulo 1, en las cuevas de Marabar se va a desatar un conflicto que acabará con uno de nuestros protagonistas en la cárcel y otro recuperándose de un shock. En gran medida, ésta es una novela que se desarrolla en torno a un juicio. Un juicio que pondrá en jaque la endeble convivencia en la ciudad de Chandrapore entre indios e ingleses.

 

Forster es crítico con sus compatriotas y no se muestra complaciente con la presencia de los británicos en la India. En la página 37, es el propio narrador innominado (es decir, el autor) quien denomina al himno nacional británico como «himno del ejército de ocupación». Ya comenté, tras leer Maurice, que la mirada de Forster sobre la sociedad británica, con su defensa del amor homosexual, me parecía adelantada a su época, y me lo ha vuelto a parecer al leer Pasaje a la India, porque estoy seguro de que, cuando apareció la novela en 1924, a más de un británico le tuvo que escocer la mirada del autor sobre la realidad colonial, una realidad en la que los británicos, en más de una ocasión, juegan a mostrarse como dioses ante la población de los países que han colonizado.

Sin embargo, y aquí está la grandeza de la novela, Pasaje a la India no es un panfleto en contra de la colonización, sino que se trata de una novela muy sutil, que funciona en diversos niveles. Por un lado, nos encontramos con ingleses que están convencidos, de buena fe, de su buen hacer en la India: han hecho que se desarrolle el país y actúan como mediadores entre la comunidad musulmana e hindú, que, sin ellos, es posible que entraran en conflicto. Por otro lado, tenemos aquí a indios, como el propio Aziz, susceptibles y que pueden sentirse ofendidos por motivaciones en el comportamiento de los ingleses que no son reales. Forster usará el humor para mostrarnos, en más de un caso, los desencuentros de los personajes.

 

Pasaje a la India también es moderna, de un modo inesperado, porque pone en tela de juicio los presupuestos del moderno movimiento «Me too», y la idea de que siempre hay que creer a las víctimas. Aunque, en el caso del libro, esta cuestión no solo compete al género masculino y femenino, sino que está enturbiada por prejuicios raciales.

 

Aunque el propio Forster cae en hacer generalizaciones sobre el carácter de los orientales y los occidentales, como la que leemos en la página 397: «En el oriental la sospecha es una especie de tumor maligno, una enfermedad mental que le hace perder la naturalidad y le vuelve hostil de repente; confía y desconfía al mismo tiempo de una manera que el occidental no es capad de entender.», también nos advierte de que no se puede juzgar a la población de un país por el comportamiento de una sola persona, como leemos en la página 102: «En cuanto a la señorita Quested, aceptaba literalmente como verdad todo lo que Aziz decía. En su ignorancia lo consideraba como “la India” y no se le ocurría que su punto de vista fuera limitado y su método poco preciso, ni que fuera imposible identificar a nadie con la India.» De hecho, hacia el final del libro descubriremos que el propio Aziz, de religión musulmana, desconoce muchas de las costumbres de los indios de religión hindú, cuyos ritos constituyen para él un misterio, igual que para un inglés.

 

Creo que he disfrutado más de Maurice, por su sutileza, su modernidad y sus significados vitales, pero Pasaje a la India me ha parecido también una gran novela inglesa del siglo XX, otra gran obra de E. M. Forster.

domingo, 15 de octubre de 2023

Mañana y tarde, de Jon Fosse



Mañana y tarde, de Jon Fosse

Editorial Nórdica / De Conatus. 102 páginas. Primera edición de 2000; ésta es de 2023

Traducción de Cristina Gómez-Baggethum y Kirsti Baggethum

 

Este 5 de octubre de 2023, como suele ser habitual por estas fechas, la Academia Sueca anunció el nombre del nuevo Premio Nobel de Literatura, que ha resultado ser Jon Fosse (Haugesund, Noruega, 1959), dramaturgo, poeta y novelista. Lo cierto es que, unos días antes, al leer las listas de los posibles ganadores, su nombre –que al parecer estaba presente en ellas desde hacía años– me había pasado desapercibido, porque no tenía ninguna referencia sobre su obra. Tras el fallo, he leído algunos artículos de prensa y he visto que las novelas de Fosse han sido traducidas y comercializadas en España por la pequeña editorial De Conatus, cuyo nombre no me sonaba. Sin embargo, al ver las portadas de sus libros –blancas y con un pequeño dibujo– sí que me ha parecido que recordaba esos libros de algún suplemento cultural o de alguna librería.

De Fosse parece destacar Septología, que se ha publicado en España en cuatro tomos (alguna de sus partes debe ser muy corta), que contiene elementos autobiográficos, y la novela Trilogía. También he leído que se considera a Fosse uno de los padres literarios del también noruego Karl Ove Knausgård, cuyo éxito, al menos en España, ha sido bastante grande con la pentalogía Mi lucha. Aunque diría que Jon Fosse no ha sido, hasta ahora, muy conocido en España, en otros países –donde ha recibido numerosos premios– no ha sido así.

 

El caso es que sentí curiosidad por Jon Fosse y el mismo jueves 5, al salir del trabajo, me acerqué a La Central de Callao para ver cuáles de sus libros temían. Pensaba que lo más fácil para entrar en su mundo sería con la novela Trilogía, pero esta no estaba disponible, y de la Septología solo tenían los dos últimos volúmenes. El librero me explicó que esa misma mañana habían vendido los primeros volúmenes de esa historia. Lo que sí estaba disponible era la novela Mañana y tarde (2000), que había salido al mercado la semana anterior. En la portada aparece el nombre de la editorial Nórdica y De Conatus. Entiendo, aunque no sé de qué forma o grado, que se trata de una colaboración entre ellas.

 

Seguía releyendo Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard, y justo el jueves por la mañana había acabado El frío (cuarto libro de la serie), y antes de empezar el quinto, Un niño, decidí hacer, de nuevo, un alto y acercarme al libro del Premio Nobel.

 

Mañana y tarde comienza con una escena cotidiana: la vieja matrona Anna está en la casa de Olei y Marta, ayudando a que llegue al mundo su segundo hijo, que se va a llamar Johannes (el nombre del padre de Olei). Olei es pescador y la pareja vive en un islote, que el lector entiendo que está ubicado en las costas de Noruega. El mismo Olei construyó la casa en la que viven. Todos estos elementos llevan a considerar la idea de que el narrador no está hablando de una historia actual, sino que debe situarse a mediados del siglo XX. Aunque existe un narrador omnisciente, éste cuenta la historia desde el punto de vista de Olei, quien está preocupado por si su hijo (que ha nacido después de que pensasen que su primogénita Magda iba a ser hija única) va a nacer sano y si su mujer no va a tener problemas con el parto. «El niño vendrá al frío de este mundo y aquí estará solo, separado de Marta, separado de todos los demás, estará solo aquí, siempre solo, y luego, cuando todo haya acabado, cuando llegue su hora, se descompondrá y volverá a la nada de la que salió, de la nada a la nada, ese es el curso de la vida», piensa Olai en la página 16.

 

Aunque, como he dicho, existe un narrador omnisciente, éste se acerca constantemente al flujo de conciencia de Olai, en esta primera parte, y al de Johannes en la segunda. Se repite, de forma insistente la forma verbal «piensa» y así el narrador nos lleva a los pensamientos de los dos personajes principales, que van a acabar siendo un padre y un hijo. De hecho, es frecuente la repetición musical de palabras en los párrafos, un rasgo de estilo que me ha recordado al del austriaco Thomas Bernhard, que, como ya dije, andaba yo leyendo, y que, como me he informado, gracias a la prensa, se considera una de las influencias de Jon Fosse. Otra influencia sobre su narrativa (y obra teatral) sería la de Samuel Beckett.

Además de estas repeticiones de palabras, de las que hablaba, el estilo de Fosse se caracteriza por no usar los guiones normativos de los diálogos, y no señalar el final de las frases, cuando corresponde un punto y aparte, con un punto. En muchas páginas, Fosse escribe largos párrafos, y evita el signo del punto y seguido. Da continuidad a sus frases mediante comas, y a veces haciendo un uso repetitivo de la conjunción copulativa «y», normalmente tras una coma. Por ejemplo, en la página 22 podemos leer este fragmento: «Una respiración procedente de algún lugar en calma, fuera del mundo, piensa Olai, junto a la cama en la que Marta descansa y el niño Johannes chilla y chilla y el niño Johannes oye su voz entrar poderosa en el mundo y su chillido llena el mundo en el que se encuentra y ya nada es caloroso y negro y rojizo y húmedo y entero, ya no hay más que su propio movimiento, ahora es él quien llena lo que hay y su voz y él están separados pero a la vez no lo están y también hay algo más, algo de lo que forma parte y viene a su encuentro y suena más fuerte y más fuerte y».

En contadas ocasiones el texto también refleja flujos de conciencia un tanto inconexos y sonidos onomatopéyicos, que imitan a los que produce un bebé.

 

En la segunda parte nos encontramos con un anciano, llamado Johannes, que se levanta en la cama entumecido. Al principio pensaba que este nuevo personaje era el abuelo del niño que acababa de nacer, y que llevará su nombre, pero el lector pronto comprende que este Johannes anciano es el mismo bebé que le ha sido presentado unas páginas atrás. Como especulaba Olei, el padre, el niño venía de la nada y unas décadas después vuelve a la nada. Éste es el juego que nos propone Fosse en su novela: presentarnos el primer día de una persona en la Tierra y a continuación el último. El anciano Johannes se levanta en su casa, de la que ya se fueron sus siete hijos, y en la que ya murió su mujer Erna, y las cosas cotidianas le empiezan a parecer que tienen un halo diferente. Desde este último día de su existencia, Johannes va a evocar algunos momentos clave de su vida, de su paso por la Tierra, y va a empezar a conversar con sus fantasmas. En este sentido, Mañana y tarde me ha recordado a algunas películas existencialistas de Ingmar Bergman, donde se mezclan personajes de diferentes épocas, vivos y muertos.

 

El estilo de Fosse, como ya he dicho, se recrea en la musicalidad de las repeticiones y en una mirada poética sobre la realidad alterada que propone, haciendo uso de un lenguaje sencillo, esencial. Sus escenas se acaban cubriendo de un aire onírico, kafkiano.

Mañana y tarde es una buena novela corta, que me ha abierto el apetito para seguir conociendo la obra de Jon Fosse, este autor noruego, al que el Premio Nobel acaba de poner en el primer plano del interés mundial. Siento bastante curiosidad por su larga novela Septología, que la editorial De Conatus acaba de lanzar al mercado en un solo volumen.

 

 

domingo, 8 de octubre de 2023

Pálida luz en las colinas, por Kazuo Ishiguro

 


Pálida luz en las colinas, de Kazuo Ishiguro

Editorial Anagrama. 203 páginas. 1ª edición de 1982, ésta es de 2017

Traducción de Ángel Luis Hernández Francés

 

Hace ya más de veinte años leí Los restos del día (1989) de Kazuo Ishiguro (Nagasaki, 1954), que fue un libro que me gustó, pero que no llegó a emocionarme del todo. Tengo el presentimiento de que si lo leyera ahora me gustaría más que entonces. Luego leí Cuando fuimos huérfanos (2000) y de éste sí que recuerdo ya una sensación de decepción, de no conexión con la propuesta. Sin embargo, cuando Ishiguro ganó el Premio Nobel de Literatura en 2017 pensé que, en algún momento tendría que volver con su obra. Ha sido en 2023, seis años después, cuando lo he hecho, acercándome a su primera novela.

De entrada, hay que señalar que el perfil de escritor de Ishiguro no deja de ser curioso. Nació en Japón, en Nagasaki, en 1954, pero sus padres y él se trasladaron a Inglaterra en 1960 y ha desarrollado su carrera literaria en inglés. Si bien Los restos del día, cuyo protagonista es un atildado mayordomo británico, es una novela de temática y forma puramente anglosajona, su primera novela, Pálida luz en las colinas, es mucho más japonesa.

 

Etsuko es la narradora de la novela. Es una mujer de unos cincuenta años, que vive en la campiña inglesa, pero que nació en Nagasaki, en Japón. Durante el tiempo narrativo de la historia, Etsuko recibe la visita de Niki, su hija menor, que vive en Londres. El padre de Niki es inglés, y Etsuko tenía una hija mayor, llamada Keiko, hija de un hombre japonés, que se ha suicidado hace seis años, información que el lector recibe durante las primeras páginas del libro. No sabremos, sin embargo, qué ha ocurrido con el primer marido japonés y el segundo marido inglés de Etsuko. Esta novela está construida sobre muchos silencios y sobreentendidos narrativos; en este sentido, me ha parecido una narración muy medida, muy madura para ser una primera novela y estar publicada cuando el autor tenía veintisiete o veintiocho años.

En la tercera página, la narradora escribe: «Ahora no tengo ganas de hablar de Keiko. No es algo que me consuele. Solo la he mencionado porque ésas fueron las circunstancias que rodearon la visita de Niki el pasado mes de abril, y porque durante esa visita volví a recordar a Sachiko después de tanto tiempo. Nunca conocí bien a Sachiko. En realidad, nuestra amistad fue cosa de unos cuantos meses de verano, hace ahora muchos años.» (pág. 11)

 

El cuerpo principal de la novela se va a centrar en los recuerdos de Etsuko de un verano en Nagasaki en la década de 1950, cuando conoció a Sachiko, una mujer que vivía en una casona, apartada de la urbanización moderna en la que vivía ella, con una niña, de nombre Mariko. No se dice expresamente, pero el lector intuye que el marido de Sachiko murió en la Segunda Guerra Mundial. Sachiko mantiene una relación con un hombre norteamericano, que ha prometido (aunque esta promesa parece, en todo momento, poco clara) llevarse a Sachiko y a Mariko a Estados Unidos. Esta esperanza da fuerza a Sachiko para salir adelante, aunque va a tener que ponerse a trabajar en el restaurante de la Sra. Fujiwara, una viuda de buena familia que, tras la guerra, su fortuna ha ido a menos. Mariko es una niña traumatizada por algunos sucesos que tuvo que vivir al final de la guerra, y de forma habitual abandona su casa y vaga por los bosques de los alrededores. En realidad, tanto la madre, Sachiko, como la hija, Mariko, son dos personajes esquivos, sobre cuyo misterio la narradora, Etsuko, siente cada vez más curiosidad.

 

Una de las ideas de fondo de la novela es el cambio de un Japón clásico y nacionalista a otro más moderno e influenciado culturalmente por los Estados Unidos. Así, por ejemplo, el lector podrá observar las diferentes posturas que se dan entre personajes japoneses al analizar el pasado: el suegro de Etsuko ha ido a visitar a su hijo y a su nuera, que están a punto de convertirse en padres (se supone, aunque esto no se dice nunca explícitamente, que de Keiko) y el suegro (que fue profesor en el instituto local) está preocupado por las opiniones que un amigo del hijo (que ahora es profesor en el mismo instituto en el que había recibido clases del padre de su amigo) ha vertido sobre un colega y él, diciendo que inculcaron ideas equivocadas en las cabezas de los jóvenes, sobre la grandeza imperial de Japón, ideas que condujeron al sacrificio de toda una generación en la guerra. Además, el padre, al recibir una visita de unos compañeros de trabajo de su hijo Jiro (el primer marido de Etsuko) escuchará estupefacto como uno de ellos cuenta que discutió con su mujer porque ella se atrevió a votar en las elecciones por un candidato diferente a su marido, hecho que al suegro le resulta incomprensible y que es para él una muestra de la decadencia del nuevo Japón. Sin embargo, Niki, la hija inglesa de Etsuko vive de una forma muy moderna y distendida en Londres con sus amigos, y no parece tener ningún interés en casarse o tener hijos.

El verano de Nagasaki, con su calor insoportable y su tierra cuarteada, se va cubriendo de un manto de inquietud y amenaza. De hecho, al final de los recuerdos de Nagasaki se insinúa una tragedia que no acaba de ser narrada y esta sensación que se le queda el lector de escena o información escamoteada me ha parecido que estaba muy lograda. Como ya apunté al principio, no todos los cabos van a quedar atados en esta novela y éste me parece uno de sus mayores logros, esa sensación de que el lector debe reconstruir partes que le faltan de la historia. Sin embargo, las escenas retratadas son muy bellas y precisas, sin caer estilísticamente Ishiguro en alardes verbales.

Entre la narración de los recuerdos de Nagasaki, Etsuko también nos hablará del recuerdo (mucho más cercano en el tiempo) de la visita de cinco días que le hizo su hija Niki, y estas imágenes, en las que madre e hija rememoran algunas escenas de su pasado en común, teñirán de melancolía inglesa las páginas de la novela.

«Las razones por las que me fui de Japón estaban justificadas y sé que siempre me tomé muy a pecho el bienestar de Keiko.», dice Etsuko en la página 99, pero el lector no sabrá cuáles son esas razones que hacen que la protagonista de la novela acabe en Inglaterra, aunque intuye que tienen que ver con el contagio de deseos de su amiga Sachiko, que soñaba con irse a Estados Unidos. Un halo siniestro parece cubrir esos últimos días en Japón.

 

Como en 2022 leí una decena de novelas japoneses, en más de una ocasión me he encontrado pensado que ésta era una más dentro de esa tendencia lectora. En más de una ocasión me he encontrado sintiendo que la novela estaba escrita originalmente en japonés (de lo japonés que me parecía todo) y no en inglés. Aunque, por otro lado, es una obra en su ritmo muy anglosajona. Esta mezcla de culturas de Ishiburo me ha resultado muy estimulante. Pálida luz en las colinas me ha parecido una novela muy sutil, muy madura para ser una primera novela y, como ya he dicho, estar publicada cuando su autor tenía veintisiete o veintiocho años. Me ha dejado un gran sabor de boca este libro y me han dado ganas de seguir leyendo la obra de este autor, e incluso releer las dos novelas que ya había leído hace más de veinte años.

domingo, 1 de octubre de 2023

Los detectives perdidos, por Leticia Sánchez Ruiz

 


Los detectives perdidos, de Leticia Sánchez Ruiz

Editorial Pez de Plata. 175 páginas. Primera edición de 2022

 

Intercambié unos mensajes con Jorge Salvador, al frente de la editorial asturiana Pez de Plata, y quedamos en que me iba a enviar las novelas Los detectives pedidos de Leticia Sánchez Ruiz (Oviedo, 1980) y La suerte suprema de Mariano Antolín Rato. De Pez de Plata había leído, con anterioridad, Los reinos de Otrora de Manuel Moyano, 2222 y Nueve semanas (justas-justitas) de P. L. Salvador, y Silencio tras el telón del sueño de Mariano Antolín Rato. Pez de Plata edita con mucha exquisitez y le gustan las obras híbridas, aquellas que mezclan géneros, normalmente usando el humor.

 

Conozco a Leticia Sánchez Ruiz de las redes sociales, principalmente de Facebook, donde me gustan las fotos que cuelga imitando imágenes famosas de escritores. Compró mi novela Caminaré entre las ratas, la mostró en su muro de Facebook y tenía ganas de corresponderla y saber cómo era su obra. Los detectives perdidos es su quinta novela publicada.

 

Con el título Los detectives perdidos imaginaba que Sánchez Ruiz, estaba evocando al Roberto Bolaño de Los detectives salvajes y que, de un modo u otro, su obra interpelaría a la del chileno. Una vez acabado el libro, puedo decir que no ocurre así exactamente, pero sí hasta cierto punto; sobre todo, cuando uno de los personajes de la novela de Sánchez Ruiz afirma «un detective perdido es un poeta exiliado» (pág. 120)

 

El  famoso detective privado Alfredo Casares Biel entra en el despacho de los detectives Homero y Aldara Rosales, padre e hija, para contratar sus servicios: ha desaparecido Andrea Cosano, la que ha sido su novia durante un año y medio, y no puede encontrarla por sí mismo. «Añadió que no estaba en condiciones de buscarla porque temía que al hallar cosas que no le gustaran acabara matando a alguien y terminara en la cárcel antes de encontrarla.» (pág. 6) Los Rosales aceptan el caso y empiezan a indagar en el informe que Casares Biel les ha preparado. Pronto, las escasas pistas sobre la desaparición de Cosano los llevarán a un callejón sin salida. Y para salir de él, los Rosales deciden contratar a otra detective privada, a Marta Margaride, creando ya una cadena de detectives privados que se van pasando el testigo del caso.

 

El lector, después de unas primeras páginas de incertidumbre, acabará comprendiendo que el narrador de esta historia es también un detective privado que le cuenta los avatares del caso Andrea Cosano a otro colega de profesión. Las escasas particularidades del caso de Andrea Cosano actuarán como un leitmotiv en esta novela, en la que el lector principalmente se va a acercar a las vidas, un tanto perdidas, de un puñado de detectives, por cuyas manos va a pasando el caso, que acabarán siendo amigos y que se reunirán a comer, al menos, una vez al año.

En la portada del libro aparece una matrioska, una muñeca rusa, abierta y, por tanto, a punto de mostrarnos a otra muñeca rusa que alberga en su interior. Esta metáfora también se una en el interior del libro, ya que en la página 152 se afirma que esta historia es «una muñeca rusa de detectives».

Sánchez Ruiz nos presenta aquí a un detective detrás de otro. Por tanto, la novela funciona como un relato dentro de otro relato. Y, en este sentido, la novela sí que sería de influencia bolañesca, ya que al chileno le gustaba mucho la construcción de una historia dentro de otra. Cada detective suele destacar en un aspecto de su profesión: infidelidades, seguimientos, búsquedas en el pasado, identificación de rostros… y de cada uno de ellos, Sánchez Ruiz nos contará su historia, así como la de algunos de sus casos y, por tanto, la historia de sus clientes.

Sánchez Ruiz hace en Los detectives perdidos un muestrario de detectives y también de los tipos de clientes que suelen frecuentarlos. Hay clientes que quieren saber si su pareja les es infiel, pero también hay otros que quieren averiguar si una persona, que se puede convertir en la posible pareja del cliente, esconde algo en su vida, antes de empezar una relación con ella, y, en este sentido, los detectives se convierten en «tarotistas». Sin dejar de ser una novela realista (aunque en más de una de las páginas se juega con la idea de verosimilitud narrativa), Sánchez Ruiz hablará aquí de personajes excéntricos y de historias estrambóticas o peculiares, como la del marido que le pone los cuernos a su mujer con su hermana gemela, porque las personas buscan lo cercano, pero también lo diferente.

La novela, dentro de un uso del lenguaje contenido (de escasa adjetivación), se recrea en mostrar más de una sentencia sobre el carácter humano, como por ejemplo ésta de la página 169: «Nadie sabe cometer un fraude como aquel que se dedica a investigarlos.»

 

Según avanzaba en las páginas de Los detectives perdidos me estaba cuestionando por qué a nadie se le ocurría rastrear el teléfono móvil de Andrea Casano, para darme cuenta de que la historia no estaba ambientada –o no partía desde– en la época actual. Las pesquisas sobre Casano llevarán a alguno de nuestros detectives a investigar las películas que sacaba de un videoclub. Así, aunque en la novela no hay fechas explícitas, el lector acabará comprendiendo que la historia de la desaparición de Andrea Casano parte de mediados de los años 80. También aparecerá algún vídeo grabado en una cinta VHS. La historia se irá arrastrando por los años hasta que haga su irrupción internet.

Al principio, tampoco tenía claro, si a pesar de que la mayoría de los nombres de los detectives eran españoles, la acción se situaba en una ciudad española o si Sánchez Ruiz había creado un espacio inventado para situar la acción de su novela; algo que me parecía lógico, puesto que sus detectives suponen, en gran medida, un juego metafísico. Pero en la novela se acabará hablando de la guerra civil, en unos términos que solo se pueden referir a la española.

En la página 103 se habla de «un cachi de cerveza»; un «cachi» es un tipo de envase que en Madrid, por ejemplo, se denomina «mini» y «cachi» es un término del norte. Así que al final he acabado pensando que la ciudad innominada de Sánchez Ruiz era una ciudad del norte de España, que podía ser un trasunto de Oviedo, y la historia, como ya he dicho, partiendo de la década de 1980, se adentraría en el siglo XXI.

 

Quizás Los detectives perdidos pueda decepcionar a aquellos lectores que se acerquen a ella pensando que se van a encontrar con una novela negra al uso, con su detective, su mujer desaparecida, sus bajos fondos… y todo esto, en realidad, está en la novela, pero no de la forma que suele ser habitual en el género; sino que Sánchez Ruiz se sirve de los convencionalismos de este género, para crear una obra personal y juguetona, que tiene que ver más con una búsqueda existencial que con la de una persona desaparecida. En cierto modo, los detectives metafísicos de Sánchez Ruiz me han recordado a los de Paul Auster en su famosa Trilogía de Nueva York, que puede ser una de las referencias ocultas de la novela.

Diría que Leticia Sánchez Ruiz ha investigado sobre la historia de la profesión de detective en España y también que ha elaborado mucho la estructura de su novela. Además, ha hecho un gran uso de la imaginación para crear todos los pequeños relatos sobre detectives y sus clientes que componen el libro. Los detectives perdidos, la primera novela que leo de esta autora, me ha sorprendido gratamente, pareciéndome una obra trabajada y madura.