miércoles, 30 de diciembre de 2020

MIS 10 MEJORES LECTURAS DEL AÑO

 AHORA SÍ, MI LISTA DE LAS 10 MEJORES LECTURAS DE ESTE AÑO TAN LOCO.

(UNA MIRADA GAMBITERA SOBRE LA REALIDAD)

Siempre recordaré 2020 como uno de los años más extraños y peores de mi vida. No quisiera hoy entrar en detalles, algunos de sobra conocidos y otros más íntimos.
Sin embargo, 2020 también ha sido el año en el que me he hecho youtuber, después de una década observando el fenómeno con distancia e incomprensión. Éste sí que es un claro caso de “nunca digas de esta agua no beberé”.
Ya he publicado el último vídeo del 2020: “Mis 10 mejores lecturas del año”, que tradicionalmente lo hacía en mi blog, “Desde la ciudad sin cines”.




Llevo una camiseta de manga corta, lo que puede llevar a engaño. Yo soy muy friolero. Debajo tengo dos camisetas, la calefacción de la casa está encendida, y tengo una estufa cerca enchufándose.
Ha sido un año tan absurdo y loco, que no quería desperdiciar la ocasión de despedirme de él, literalmente, haciendo el gambitero.
Y, como dirían mis colegas el Rubius y Auronplay, si te gusta el canal te invito a que te suscribas, que en 2021 sigo. Un abrazo a todos.


domingo, 27 de diciembre de 2020

Colibrí con hielo, por Manuel Moya

 


Colibrí con hielo, de Manuel Moya

Editorial Maclein y Parker. 322 páginas. 1ª edición de 2019.

 

He coincidido, como autor, con Manuel Moya (Fuenteheridos, Huelva, 1960) en la editorial canaria Baile del Sol y también somos amigos de Facebook, donde alguna vez hemos intercambiado algún comentario. Yo sabía que Moya es poeta y que además ha traducido al español al poeta portugués Fernando Pessoa. Cuando la atractiva editorial sevillana Maclein y Parker publicó en 2019 su novela Colibrí con hielo me apeteció leerla. Me llegó a casa hace ya unos meses y, por esas circunstancias extrañas que siguen a veces conmigo los libros, me he acercado a ella más o menos un año después de recibirla.

 

El narrador de Colibrí con hielo es Gerald Osborn, un inglés de Coventry, de treinta y tantos años, que lleva siete viviendo en París. Llegó a la ciudad siguiendo los pasos de muchos de los escritores que admira como Ernest Hemingway o Francis Scott Fitzgerald, ya que Gerald es, o más bien ha querido ser, un escritor. En el tiempo de la narración trabaja, en realidad, como negro literario de un escritor que fue famoso unas cuantas décadas atrás y que ya se encuentra agotado, pero del que sus editores quieren seguir extrayendo réditos. Así, casa día pasará unas horas en su casa terminando la que posiblemente va a ser la última novela de la carrera del escritor de exitoso pasado. «Había fracasado en mi carrera de escritor y había caído en lo más oscuro de las tinieblas.», nos dirá Gerald en la página 155.

 

La novela empieza con Gerald abandonado por Branche, una mulata caribeña de Curaçao, y pasará a contarnos la historia de este amor. Así sabremos que al principio Gerald estaba con Carlota, quien también le abandona, y luego pasará a conoce a Branche, que viajó desde las Antillas hasta París porque deseaba ser actriz y se guiaba por los recuerdos y los sueños de su madre.

Parte de la tensión dramática del libro se producirá porque en la casa del viejo escritor, donde Gerald ha de ir a trabajar, viven Michel y Roger, que son dos jóvenes semidelincuentes, que el viejo acogió en su casa; dos jóvenes a los que el viejo escritor conoció en los entornos de jóvenes que trabajaban de chaperos. Ellos serán los que propongan a Gerald empezar a robar las primeras ediciones de libros dedicados para venderlos en el mercado de coleccionismo. Gerald empezará a necesitar dinero porque para tratar de curar la nostalgia que siente Branche por su isla, se están empezando a gastar mucho dinero en comprar objetos provenientes de allí, que les permitan reconstruir en un piso de sesenta metros cuadrados de París la isla de Curaçao. En esta idea de la isla en un piso se rompe en gran parte el sentido de la narración realista del libro, y si bien en otras páginas Moya ha estado homenajeando a escritores como Hemingway o Fitzgerald, ahora más bien se homenajea la libertad creativa de Julio Cortázar o el humor triste e irónico de Alfredo Bryce Echenique.

Hasta cierto punto, me estaba pareciendo que Colibrí con hielo podía leerse como un simpático pastiche de las novelas de escritores en París que todos hemos leído en nuestra juventud, pero diría que estas páginas, en las que la novela se adentra en el realismo mágico o en el surrealismo, consiguen elevarla.

 

Manuel Moya ha destacado como poeta, y alguno de sus poemarios, como La posesión del humo (1997, firmado por su heterónimo Violeta C. Rangel) ha sido traducido a varios idiomas. Se nota que Moya es poeta en la cuidada y sonora prosa de Colibrí con hielo, novela en la que abundan las sorprendentes metáforas y comparaciones, que en muchos casos tienen que ver con la naturaleza y, más concretamente, con el mundo animal (varias veces se hacen, por ejemplo, juegos literarios con la imagen de los ñus en estampida).

 

Al principio me estaba preguntando por la época en la que Manuel Moya estaba situando su historia. Al final he venido a concluir que tenía que ser sobre el año 2000, puesto que en el París de la novela aún se paga con francos (el euro entraría en vigor en 2002), pero ya existen los móviles, Michel Houllebecq es un escritor reconocido y Lance Armstrong ya había ganado algún Tour de Francia. En una anotación final, Moya nos indicará que escribió la novela entre 2006 y 2018.

 

También me interrogaba acerca de la idea de que Moya haya elegido como protagonista de su historia a un inglés, cuyas palabras el lector recibe en un español más que correcto, que además juega a mezclar registros ligüísticos, y en más de un caso es realmente un español muy castizo. Ya he dicho que la prosa de Moya contiene una carga metafórica importante, pero también es importante señalar que Gerald usa muchos giros propios de un lenguaje oral bastante coloquial. Me pareció raro que un inglés, que vive en París, use en su discurso términos como «vivales», «pija» o «capullo». Sobre este tema Moya le tiene preparada al lector una curiosa sorpresa, que nos adentra en otro juego literario: en la página 299, y por tanto ya en el tramo final de la novela, leeremos la siguiente anotación a pie de página: «Nota del traductor: Invito al lector curioso a la lectura del último capítulo de La mano en el Fuego, Ed. Calima, 2006.» Es decir, un supuesto traductor de la novela, anima al lector a acercarse a otro de los libros de Manuel Moya. De este modo, se está suponiendo que es el traductor de un texto inglés quien recrea este lenguaje castizo en español para el lector de una novela que, originalmente, fue escrita en inglés.

 

Las alusiones y guiños literarios son constantes en la novela, unas alusiones y guiños hacia las lecturas literarias de París que continuamente buscan la complicidad del lector.

 

Como he comentado al principio, Colibrí con hielo va creciendo a medida que el lector se adentra en su lectura y acaba siendo una entretenida novela de relaciones amorosas y picarescas, con el trasfondo del París literario de fondo. El espíritu romántico de Hemingway o Fitzgerald, o el más juguetón e irreal de Cortázar y Bryce Echenique sobrevuelan estas páginas. Una buena novela, que quedó en 2020 finalista del XXVI Premio Andalucía de la Crítica.

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Lectura de mi novela "Caminaré entre las ratas" por Antonio Tocornal

 El escritor Antonio Tocornal leyó mi novela “Caminaré entre las ratas” y escribió esto sobre ella:

 



 

«Casi 350 páginas bien hinchadas leídas en tres días ya dice mucho a favor de este libro. La maquetación en formado grande, con márgenes estrechos y la letra mediana han metido en 343 páginas lo que calculo que podría haber ocupado cerca de 500 en una edición más holgada, así que más a su favor.

No había leído nada de este autor, que ha tenido la mala fortuna de sacar esta novela en tiempos de coronavirus, pero el boca a oreja hace su trabajo y un par de comentarios elogiosos provenientes de lectores de los que me fío me indujeron a comprar el libro, que estuvo en «la torre de lecturas pendientes» apenas tres o cuatro semanas.

Caminaré entre las ratas es un retrato hiperrealista de una generación que no tuvo suerte: los españoles nacidos en los setenta (una década después de la mía). Es una generación que fue engañada; les dijeron que estudiando conseguirían un buen trabajo, y vimos salir de las facultades a un ejército de licenciados que, cuando no emigraban, vivieron en casa de sus padres hasta los cuarenta años porque con sus títulos, sus másteres y sus idiomas, ganaban lo mismo que un dependiente de una hamburguesería. Los mismos que no pudieron, a diferencia de los más viejos y de los más jóvenes que ellos, disfrutar del sexo sin demasiadas restricciones a los veinte años, porque el miedo al SIDA ya se había generalizado.

Es una terrible sinécdoque, porque como digo, se dibuja a una generación entera pero se hace perfilando hasta el más mínimo detalle a uno solo de sus miembros. En el libro se narra en primera persona el día a día de Domingo, un espécimen, a punto de cumplir cuarenta años, de esa generación en el Madrid del 2013,  tomado por una economía liberal, por la crisis del ladrillo que desemboca en el infratrabajo y en el rechazo al inmigrante, por el nacimiento de una extrema derecha organizada, y por una plaga de ratas gigantes que deambulan por la ciudad sin que nadie le dé demasiada importancia, como metáfora de las dificultades y de las amenazas que asaltan al narrador-protagonista tras cada esquina, tras cada gesto, pero que son asumidas por una desidia generalizada de la población y las autoridades que las ignoran. Parece que no hay horizonte, y el fantasma del amigo que se quitó la vida lo persigue como mostrándole el camino.

El refugio del sexo en internet no es más que una trampa que acaba por hundirlo en la depresión. Las inquietudes artísticas del narrador —intenta ser escritor— no es más que otro foco de frustraciones, porque a pesar de su pasión por la alta literatura, se da cuenta de que su obsesión de ser publicado con dignidad nunca podrá ser satisfecha, ya que se esté en el escalón que se esté, siempre parece insuficiente; siempre se mira con envidia al escritor arribista o que sabe manejar mejor sus contactos y que ya está, sin merecerlo, en el escalón superior, como el galgo más veloz de las carreras, que ve que por mucho que corra nunca atrapará a la liebre mecánica.

Domingo le confiesa al lector lo que no se atreve a confesar a sus padres, a sus mejores amigos, a su psicólogo, así que el lector se convierte en testigo confidente de unos fantasmas interiores en los que es muy fácil reconocerse porque todos tenemos los mismos demonios vergonzosos y todos hemos cultivado, en mayor o menor medida, los mismos fracasos.

Un perfil de narrador tan semejante al del propio escritor (misma edad, trayectoria profesional, aficiones, ciudad) nos da una pista bastante fiable de por qué la autoficción propuesta tiene tanta credibilidad, pero no debemos hacernos nunca la pregunta de cuánto hay de verdad y cuánto de ficción en esta historia (ni en ninguna). No sería elegante y ¿acaso importa?

Sin embargo, esa invitación al lector a participar en la intimidad, ese paso de ser simple espectador a devenir voyeur es, desde mi punto de vista, el secreto del éxito de esta extensa novela: uno quiere saber, y por esa razón, sin importar en qué página se deje la lectura, ya está sembrada la curiosidad de qué irá a pasar en la siguiente.»

Gracias, Antonio

domingo, 20 de diciembre de 2020

El mundo alucinante, por Reinaldo Arenas


El mundo alucinante
, de Reinaldo Arenas

Editorial Cátedra. 319 páginas. 1ª edición de 1968; ésta es de 2018.

Edición de Enrico Mario Santí

 

De Reinaldo Arenas (Aguas Claras, Cuba, 1943-Nueva York, 1990) había leído hasta ahora dos libros: Antes que anochezca (1992) y Celestino antes del alba (1967). Antes que anochezca es un libro de memorias, que principalmente quiere denunciar la persecución que sufrió Arenas en Cuba por ser un escritor libre y por ser homosexual. Este libro póstumo (cuando acabó de escribirlo se suicidó), que leí ya hace unos veinte años, me encantó. Después me acerqué con gran disposición a Celestino antes que el alba, su primera novela, y sufrí una decepción. La apuesta de la novela a favor de la alucinación no realista me pareció excesiva. Esta segunda lectura me quitó las ganas de acercarme a una serie de novelas enlazadas que empiezan con El palacio de las blanquísimas mofetas. Sin embargo, recuerdo que mi amigo el escritor Federico Guzmán me decía que para volver con Reinaldo Arenas debía leer la que fue su segunda novela, El mundo alucinante.

 

En los Reyes de 2020 me regalé a mí mismo este libro. Me he acercado a él después de leer Testimonios de la orgía del también cubano Abilio Estévez, donde hablaba de él.

La historia de la publicación de la novela no deja de ser accidentada: Arenas la escribió en 1965, y en 1966 ganó con ella una Mención en el concurso «Cirilo Villaverde» de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, que fue ese año declarado desierto. Aunque Arenas prometió revisar el texto para tal vez ganar y ser publicado, la novela no se pudo publicar y, de forma clandestina salió del país y se publicó, por primera vez, traducido al francés en 1968. Hasta 1969 no se publicó en español en México. En Cuba sigue sin haberse publicado.

 

Esta distorsión en las fechas ha dado lugar a más de un equívoco: en el prólogo que escribió para la edición venezolana de 1980, Reinaldo Arenas se queja de que la crítica ha afirmado que El mundo alucinante ha sido influido por obras del realismo mágico latinoamericano que se escribieron y publicaron después de la suya, como Cien años de soledad (1967) de Gabriel García Márquez.

 

La novela es una parodia fantástica de las Memorias de Fray Servando Teresa de Mier, un héroe bastante olvidado de la independencia mexicana. En el prólogo, Arenas cuentas que descubrió a Fray Servando en un libro de historia y que no pudo dejar de buscar toda la escasa información que había sobre él.

 

El comienzo de El mundo alucinante me ha recordado al de Celestino antes del alba, ya que nos acerca a la infancia de Fray Servando en un entorno rural y violento. Igual que ocurría en Celestino antes del alba, en El mundo alucinante, los familiares de Celestino o Servando quedan retratados por la fiereza con la que se relacionan con los animales o con el niño protagonista. «Ella movió un dedo sobre el que tenía una vela y me la apagó sobre un ojo» (pág. 94); «Te escapas por la cerradura. Te cortas las manos y las siembras» (pág. 96). Esta recreación alucinada de la infancia me ha recordado al libro Madurar hacia la infancia del ucraniano Bruno Schulz, donde la descripción metafórica del mundo que hacía el niño se convertía en real en sus ojos. Por ejemplo, el padre de Bruno Schulz no se movía por las paredes de su tienda de telas como una araña, sino que se transformaba en “una araña”; pues así es como ve Fray Servando la violencia de sus familiares sobre él: su madre le vierte cera de una vela en los ojos o le corta las manos de un modo metafórico-alucinado-real.

 

Servando deja Monterrey para ascender (literalmente lo hace sobre una montaña de botellas) hasta la Ciudad de México, donde entrará en un seminario. Diría que en las escenas del seminario, Arenas hace un homenaje a La vida del Buscón de Francisco de Quevedo, puesto que esta parte está narrada en clave picaresca y recuerdo –de la edición de Cátedra en la que leí El Buscón– que ante una inocentada en la que los estudiantes arrojaban nabos a Pablos, Quevedo dice que aquello era una «batalla nabal», con ese error ortográfico tan oportuno. En el seminario los estudiantes arrojan a Servando velas encendidas y a esto Arenas lo llama «batallas capillales».

 

El joven Servando, ya ordenado sacerdote, se ha convertido en el mejor predicador de México. Por ello le será encomendado dar un discurso sobre la Virgen de Guadalupe en la Navidad de 1794. Las palabras que elige para hacerlo le perseguirán toda la vida. Ante todas las autoridades del virreinato, Servando va a afirmar que la aparición de la Virgen en América es anterior a la llegada al continente de los españoles, y por tanto de ningún modo se justifica su presencia allí. Empezará entonces una persecución a Fray Servando que va a durar toda su vida y que se desarrollará por dos continentes, América y Europa.

 

Arenas dice en el prólogo de su novela que Fray Servando es él mismo. En clave fantástica, alucinada y paródica, Arenas está hablando de sí mismo a través de Fray Servando. Como él, Arenas proviene de un mundo rural de violencia y, como joven, llega a la capital de su país para formarse (en un caso México y en el otro Cuba) y ante su palabra escrita, en la que los dos expresan su pensamiento con libertad, van a sufrir censura y persecuciones por parte del poder. Fray Servando acabará pasando por múltiples cárceles. Las miserias que pasa en ellas serán minuciosamente descritas. También acabará en El Morro, la cárcel habanera en la que estuvo Arenas.

«He sido desterrado de mi patria y vilipendiado, solamente porque quise que la verdad ocupase su lugar sobre todas las sartas de ruindades entre las cuales he tenido que deslizarme» (pág. 181).

 

En la novela se critica con saña a la Inquisición; de forma exagerada en muchas de las calles de las ciudades de la novela se queman a supuestos herejes. Arenas escribe en contra de cualquier sociedad que reprima la libertad de pensamiento del individuo, y en este aspecto es donde choca con el régimen cubano. Recordemos que El mundo alucinante todavía no se ha publicado en Cuba, cuando han pasado ya más de cincuenta años de su aparición.

Hay partes de El mundo alucinante que están escritas en primera persona, en segunda y en tercera. Aunque las tres tienden a la exageración y la fantasía, diría que la primera persona, cuando toma la palabra directamente Fray Servando, es en la que estos elementos compositivos de la exageración y la fantasía se llevan más al extremo. En más de una ocasión, las tres voces narrativas narran la misma historia con enfoques diferentes. En el prólogo Arenas dice que los mecanismos de la Historia le parecen insuficientes para acercarse al pasado. De hecho, en más de un capítulo de El mundo alucinante he pensado en el prólogo de Cien años de soledad, que acompañaba a la edición conmemorativa de la RAE y Alfaguara. En él se decía que García Márquez describía la realidad americana con el tono fantástico con que la describieron en sus bitácoras los primeros navegantes europeos que llegaron al Nuevo Mundo. Y esto es lo que hace en gran medida Arenas, unos años antes que García Márquez (conviene recordarlo).

 

La novela es tremendamente posmoderna. Además de todos sus elementos fantásticos, aparecen en su trama personajes literarios, como el Orlando de Virginia Woolf, que será la persona encargada de presentar a Fray Servando a la nobleza inglesa. También Fray Servando será capaz de huir encarnado en otra persona. No disfrazado de otra persona, sino siendo «otra persona». Este tipo de detalles, unido a la inverosimilitud de las relaciones de causa-efecto establecidas en las escenas, me ha hecho pensar que El mundo alucinante ha ejercido una gran influencia en la obra de César Aira.

Me ha parecido divertida la descripción que Arenas-Servando hace de la ciudad de Madrid. Una crítica realmente severa, en la que parecía Thomas Bernhard hablando de Viena. «En general se dice que los hijos de Madrid son cabezones, chiquitos, farfullones, culoncitos, fundadores de rosario y herederos de presidios, y eso también es verdad, pues no existe sobre la tierra pueblo más corrompido y sucio» (pág. 162).

 

Se explica en el prólogo que el título, El mundo alucinante, posiblemente sea una parodia de la novela El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Ya conocía la animadversión de Arenas hacia Carpentier por mi lectura de Antes que anochezca. Para Arenas, Carpentier es un escritor servil y complaciente con el poder. Gracias al prólogo de Enrico Mario Santí sé que Carpentier estuvo, por dos veces, en el jurado que impidió que Celestino antes del alba y El mundo alucinante ganaran los premios de la Asociación de Escritores de Cuba. El tramo final de El mundo alucinante se vuelve especialmente barroco al parodiar el estilo de Carpentier y en él se critica a un poeta que no para de hacer loas al nuevo poder del México independiente, que pronto se mostrará tan injusto como el anterior, en una clara alusión, de nuevo, a la situación cubana.

 

El mundo alucinante me ha gustado más que Celestino antes del alba, me ha parecido un libro más maduro. Las páginas de esta novela contienen imágenes fantásticas muy poderosas, como esas en las que Fray Servando está encadenado de tal modo que las cadenas forman una inmensa bola de acero a su alrededor, lo que hará que se derrumbe la prisión en la que está encerrado y aparezca rodando en la batalla de Trafalgar. Sin embargo, también he de decir que algunas de las relaciones causa-efecto ilógicas del libro me expulsaban a veces de él. Decía Borges que las narraciones fantásticas funcionan cuando el lector percibe que están construidas con unas reglas, con una lógica interna férrea; y la ausencia de reglas constructivas de El mundo alucinante me ha superado en más de una ocasión. Sobre todo me ha ocurrido con la parte final, en la que la crítica a los poetas institucionales –dardo envenenado y personal a Alejo Carpentier– no parecía que acabara de seguir la lógica de la novela.

 

Admiro de Reinaldo Arenas su libertad y la contundencia de su prosa, pero sigo pensando que sus memorias, Antes que anochezca, es el libro que más me gusta de él y al que quiero volver. En cualquier caso, este próximo diciembre de 2020 se cumple el 30 aniversario de la muerte de Reinaldo Arenas y es un escritor cuyo deseo de libertad siempre debemos recordar. 

domingo, 13 de diciembre de 2020

El Wendigo y otros cuentos extraños y macabros, por Algernon Blackwood

 

El Wendigo y otros cuentos extraños y macabros, de Algernon Blackwood

Editorial Valdemar. 457 páginas. 1ª edición de los cuentos entre 1906 y 1929; ésta es de 2020.

Traducción de Francisco Torres Oliver, José María Nebreda y Marta Lila Murillo

 

De Algernon Blackwood (Shooter's Hill, Inglaterra, 1869 – Londres, 1951) había leído hasta ahora, también publicado por la editorial Valdemar, el libro John Silence, investigador de lo oculto. Lo leí en septiembre de 2007, hace ya tiempo. Me dejó una buena impresión. La apuesta me parecía atractiva: en 1908, Blackwood crea a John Silence, un detective en la estela de los clásicos Sherlock Holmes o el Padre Brown, pero que, a diferencia de estos investigadores más terrenales, se dedica a investigar casos paranormales. Más de una vez, desde entonces, había hojeado en la biblioteca de Móstoles, una antología de cuentos de terror de Blackwood, que contenía El Wendigo, que sabía que era una de sus narraciones más famosas. Sin embargo, no me decidí a leerlo porque era un libro muy antiguo, con la letra pequeña y no me fiaba de su traducción.

Al ver en las librerías de Madrid que Valdemar había publicado, había unos meses, un nuevo libro de Algernon Blackwood me apeteció solicitárselo para poder leerlo y reseñarlo. Me lo enviaron muy amablemente.

 

El Wendigo y otros relatos extraños y macabros está formado por 23 cuentos, tomados de nueve colecciones publicadas por Blackwood entre 1906 y 1929.

El primer cuento es La casa vacía, y en él aparece por primera vez el personaje de Jim Shorthouse, que volverá a aparecer en otros de los primeros relatos seleccionados en la antología. Imagino ­­–el volumen de Valdemar­ no lo aclara– que estos primeros cuentos en los que aparece Shorthouse, que es una suerte de investigador de lo paranormal, pertenecer al libro La casa vacía y otras historias de fantasmas, publicado en 1906. El libro John Silence, investigador de lo oculto es de 1908, y este otro investigador, Jim Shorthouse, parece un antecedente claro de Silence. En La casa vacía, Shorthouse acude al llamado de una tía para investigar con ella una casa abandonada de su pueblo, donde en el pasado ocurrió un crimen, y se dice que aparecen fantasmas. La casa vacía es un conseguido cuento clásico de fantasmas, con una gran creación atmosférica.

 

El segundo cuento, Una isla encantada, abandona Inglaterra y nos acerca hasta Canadá, que va a ser el escenario de un número no desdeñable de relatos de este volumen. De joven, Blackwood dejó su Inglaterra natal y viajó hasta Canadá y Alaska, donde desempeñó diversos oficios. Aquellos amplios paisajes de naturaleza primigenia causarían una honda impresión en él, y se convertirán en escenarios para algunos de sus relatos y miedos más profundos. En Una isla encantada un estudiante, que se encuentra solo en una isla, recibirá la inesperada visita de unos inquietantes indios. De nuevo, es un gran relato de atmósfera, que será lo que destaque en la creación de Blackwood, en gran medida por encima de sus tramas.

 

Me gusta el comienzo de Un caso de oídas: «Jim Shorthouse era la clase de hombre que siempre complicaba las cosas. Todo lo que entraba en contacto con sus manos o su mente acababa en un estado irremediable de confusión.» (pág. 45). En este cuento, el narrador nos va a hablar de los sucesos extraños que tenían lugar en una habitación contigua a la suya en una pensión. Diría que J. M. James ha podido ser una influencia sobre Blackwood, ya que un cuento también de pensiones encantadas, sería La habitación número 13, del libro Historias de fantasmas de un anticuario, publicado en 1904, el primer libro de James, el que estoy seguro que Blackwood tuvo que leer.

 

Un caso de oídas también es un cuento de fantasmas y, aunque es un relato impecable, el lector siente que, después de dos cuentos leídos de Blackwood la sensación de que la sorpresa ha disminuido. Creo que sería recomendable leer este tipo de libros con calma, intercalando otros entre la lectura de los cuentos. Yo, por ejemplo, leí dos novelas entre medias. Al leer el cuarto cuento, Cumplió su promesa, en el que un estudiante recibe en su casa la visita de un amigo al que no ve desde hace tiempo, el lector ya sabe que ese amigo ha de ser, de nuevo, un fantasma.

Cuando le leído los libros de cuentos de un escritor fantástico actual como es el argentino Elvio E. Gandolfo, me encantaba la idea de que jugaba con los géneros y las expectativas del lector. Así en Ferrocarriles Argentinos, por ejemplo, el lector se podía acercar a un cuento de terror, el siguiente era un policía, luego uno de ciencia-ficción, luego uno costumbrista, y no ocurría como con estos cuentos de Blackwood, en los que el lector ya sabía qué camino iba a tomar la narración. Y esto no quiere decir que los cuentos de Blackwood no funcionen de forma individual, porque son realmente piezas muy logradas dentro del género.

 

Algo diferente en sus presupuestos me resulta Con la intención de robar, que más que un cuento de fantasmas es un cuento de posesiones diabólicas, en el que también aparece Jim Shortouse.

 

En Smith: Un suceso en una casa de huéspedes, volvemos al tema de las pensiones y a lo que ocurre en las habitaciones cercanas. Su construcción me ha resultado similar a alguna de las narraciones de H. P Lovecraft, como por ejemplo La música de Erich Zann. De hecho, Lovecraft comenta las obras de Blackwood con profusión en su estudio sobre el género de terror titulado El horror sobrenatural en la literatura, donde mostraba su admiración por el maestro inglés. Con esta antología he podido comprobar que Blackwood es una de las influencias más claras en la obra de Lovecraft.

 

Me desconcierta un poco Skeleton Lake: un suceso en el campamento, que me parece que es el cuento más corto del conjunto, y acaba por no ser un cuento de fantasmas sino de violencia.

 

En El que escucha volvemos al cuento de pensiones, pero esta vez más que un cuento de apariciones, es un cuento de posesiones y locura, que me acaba pareciendo original y conseguido.

 

En la página 157 llegamos a uno de los centros volcánicos de este libro, a Los sauces, que más que un relato sería ya una novela corta, pues sobrepasa las 60 páginas del formato de página amplia de Valdemar. De hecho, he visto esta historia publicada de forma independiente como si se tratase de una novela. Según H. P. Lovecraft, Los sauces, publicada en 1907 es «el mejor cuento sobrenatural en la historia de la literatura inglesa». No sé si cabe mayor elogio. He leído Los sauces y podría simplemente dar la razón a Lovecraft, con tan solo el permiso del propio Lovecraft, que es el escritor de El color surgido del espacio, que es otra completa maravilla de relato de terror. En Los sauces dos amigos hacen un viaje en canoa por el Danubio y tienen que parar a acampar en una de las solitarias islas que se forman en su interior, un extraño lugar en el que tal vez se estén conjurando fuerzas cósmicas. De nuevo diría, que Los sauces ha influido bastante en la obra de Lovecraft, ya que puede ser un claro antecedente de su «terror cósmico».

 

A Los sauces le siguen algunos relatos que son más flojos e inocentes que los leídos hasta ahora, como El baile de la muerte o La víspera de la fiesta de mayo.

El cuento de fantasmas de la mujer es diferente y más interesante, porque está narrado por una mujer. No hay muchos personajes femeninos, ciertamente, en este libro de Backwood.

 

En la página 263 llegamos al otro volcán en erupción del libro, la novela corta El Wendigo, que supera las 50 páginas en el formato de Valdemar. Volvemos a los grandes bosques canadienses, a los cazadores que han de enfrentarse a los espacios primigenios del planeta. En este caso, un cazador y su ayudante tendrán que vérselas con «el Wendigo», un ser primordial y mitológico que habita esos parajes. Lo mejor del relato es que el Wendigo siempre se muestra en la distancia, de forma sutil. Otro gran logro narrativo.

 

Igual que me ocurrió al acabar Los sauces, el cuento que sigue a El Wendigo, que se titula El embrujo del mar, me parece flojo y prescindible. El incendio del páramo es original, pero el libro aún no consigue remontar.

En El hechizo de la nieve, Blackwood parece convertirse en un narrador más joven e ingenuo. No es un mal cuento, pero no está a la altura de las grandes piezas de este libro.

 

En Transferencia el libro remonta. De hecho, diría que a partir de este cuento, los terrores de Blackwood me parecen más modernos y sutiles, trascendiendo al simple cuento de fantasmas. Me ocurre igual con Cómplice, que es relato original sobre un turista que puede vislumbrar la violencia que va a sufrir otra persona.

Luces antiguas sobre un pequeño bosque hostil y encantado está bien, pero no a la altura de los grandes cuentos del libro.

 

La otra ala, donde el protagonista es un niño que explora la gran mansión de sus antepasados me parece un texto destacado y moderno. Igual me ocurre con El ocupante de la habitación, donde al añadir un nuevo elemento como es el suicidio el cuento cobra nuevos vuelos.

 

En El valle de las bestias volvemos a los grandes bosques canadienses y sus secretos. Esta vez el tratamiento de la historia es diferente al de otras narraciones, y se convierte en un relato original y sugerente sobre el poder de la naturaleza.

 

La bolsa de viaje tiene algún elemento original, dentro de los planteamientos de Backwood, pero acaba resultando previsible.

 

En resumen, El Wendigo y otros relatos extraños y macabros contiene dos novelas cortas muy potentes, que son Los sauces y El Wendigo, y algunos cuentos destacados dentro del codificado género del género de fantasmas. Me ha sorprendido ver que Algernon Blackwood es una de las influencias más claras en la obra de H. P. Lovecraft. Como ya he señalado, recomendaría leer este libro intercalando otros entre medias. Sin embargo, también debo decir que, dejando aparte las antologías, este libro de Valdemar, con un solo autor, se ha convertido en uno de mis favoritos de la editorial.

miércoles, 9 de diciembre de 2020

 CARLOS PRIMO, PERIODISTA DE EL PAÍS, Y UNO DE MIS EDITORES EN CARPE NOCTEM COMENTÓ EN FACEBOOK MI NOVELA




 

En los últimos meses he pensado mucho en este libro. Muchísimo, de hecho. Primero, porque 'Caminaré entre las ratas', de David Pérez Vega, es muy bueno. Y, segundo, porque lo hemos editado en Editorial Carpe Noctem, ese proyecto fieramente independiente liderado por Alberto Gómez Vaquero en el que he tenido (y sigo teniendo) en placer y el lujo de participar desde el principio. Así que leí el manuscrito de la novela el pasado otoño, cuando empezamos con el proceso de edición. Primero con curiosidad, y después con una compulsión que no entendía del todo. ¿Por qué la descripción minuciosa, microscópica, de la vida diaria de un hombre que frisa los cuarenta y que camina en el vacío (o entre las ratas, como dice el título), me tenía absorbido? ¿Cómo relacionarse con un personaje que me inspiraba atracción y rechazo al mismo tiempo? Sigo sin saberlo, pero sí tengo claro que es una novela estupenda en torno a uno de mis temas favoritos: el horror y la maravilla de lo cotidiano. La obsesión por la literatura (y el mundillo literario), el éxito, el fracaso y sus mentiras, el sexo como espejo oscuro, la política y la memoria. El protagonista sufre por un trabajo de mierda, liga por internet, se desvela, se acuerda de su exnovia, discute con sus amigos, visita a sus padres en Móstoles, da demasiada importancia a lo que la gente dice en Facebook, se agobia con el ascenso de la ultraderecha y descubre que la muerte acecha en sus cascos de teleoperador, en el menú del día y en un vídeo porno. Estas 342 páginas vieron la luz (comercialmente hablando) justo a la vez que el confinamiento. Una faena. En cuanto podamos la presentaremos como dios manda y brindaremos por ella y por David, que es un tipo estupendo además de un escritor estupendo. Pero desde hace un par de meses está en las librerías (en todas estas: https://www.todostuslibros.com/.../caminare-entre-las...), la gente la está leyendo y los lectores están saliendo entusiasmados de esta aventura que no lo parece y, sin embargo, lo es. Así que sí: esto es una recomendación.

 

domingo, 6 de diciembre de 2020

Tokio blues, por Haruki Murakami


Tokio Blues (Norwegian Wood)
, de Haruki Murakami

Editorial Tusquets. 383 páginas. 1ª edición de 1987; ésta es de 2007.

Traducción de Lourdes Porta

 

Hasta ahora nunca había leído nada de Haruki Murakami (Kioto, 1949). Lo cierto es que tenía prejuicios contra él. Murakami ha sido un escritor muy exitoso y al que más de un lector al que respeto le ha acusado de bestselero. Sin embargo, también a otros lectores a los que respeto les he oído comentar que es un buen escritor. Después de tantos años de oír hablar de Murakami, he acabado sintiendo curiosidad por él. Compré una edición de bolsillo de Tokio Blues, en el rastrillo navideño del colegio en el que trabajo, hace dos años por unos pocos euros. Al final, no ha sido este ejemplar el que he leído, sino otro de la biblioteca de Móstoles. Era el mismo paginado, pero en la edición original de Tusquets la letra es más grande y me pareció más cómodo de leer. Ya sabéis que yo soy alguien que compra libros para luego leerlos sacándolos de la biblioteca; esto no es nada nuevo.

 

El narrador y protagonista de esta novela es Toru Watanabe, quien en la primera página tiene 37 años y su avión está a punto de aterrizar en el aeropuerto de Hamburgo. Estamos en 1987, el año de publicación de la novela. Por la megafonía del avión empieza a sonar Norgelian Wood de los Beatles, una música que le traslada al Tokio de su juventud, al año 1969, cuando estaba a punto de cumplir 20 años.

El cuerpo principal de la novela está constituido por la cascada de recuerdos a los que accede Watanabe tras escuchar Norgelian Wood, una música que le sumirá en la tristeza. El tono melancólico será el elegido para rememorar su llegada a Tokio –desde su Kobe natal– para estudiar en la universidad a los 18 años. Desde el principio, el narrador le irá suministrando pistas al lector para indicarle que la historia que va a leer va a tratar sobre diversas pérdidas.

Watanabe va a estudiar Teatro (teórico) en una universidad privada japonesa de poco prestigio y se alojará en una residencia de estudiantes dominada por una corriente nacionalista y de ultraderecha, algo que no le agrada mucho. Apodará a su compañero de habitación con el sobrenombre de Tropa-de-Asalto por su mente cuadriculada, un personaje al que tanto Watanabe como el lector irán cogiendo cariño.

De forma casual, en un viaje en tren, Watanabe se encontrará con Naoko, a quien ya conoció en Kobe. Naoko también se ha mudado a Tokio para estudiar en la universidad. Empiezan a quedar los domingos para llevar a cabo largos paseos por la ciudad en los que casi no hablan. Las descripciones de estas escenas de paseos me han recordado a muchas secuencias de cine oriental donde se muestran relaciones misteriosas. Estoy pensando, por ejemplo, en la película japonesa Dolls (2002) de Takeshi Kitano o en la norcoreana Hierro 3 (2004) de Kim Ki-Duk. Esta percepción no deja de ser curiosa, porque a pesar del poso oriental de su imaginario, se ha acusado a menudo a Murakami de ser un autor de fuertes influencias occidentales. Esta última apreciación, en realidad, también es cierta: las referencias literarias, cinematográficas o musicales de Watanabe son europeas y, sobre todo, norteamericanas. Así, por ejemplo, Watanabe conoce a Nagasawa, otro estudiante de la residencia que será su amigo, gracias a su admiración común por El gran Gastby de Francis Scott Fitzgerald. Nagasawa es rico, arrogante y tiene mucho éxito con las chicas. Enseñará a Watanabe el arte de ligar en los bares los sábados por la noche y conseguir un sexo intrascendente, que le hará sentir vacío.

La relación entre Watanabe y Naoko se estrecha, y el lector descubre el lazo secreto que les une: en el instituto de Kobe los dos solían salir con Kizuki, mejor amigo de uno y novio de la otra. A los diecisiete años, después de escaparse de las clases con Watanabe y jugar al billar con él, Kizuki decide suicidarse. Su muerte separará en Kobe a Watanable y Naoko para unirlos un tiempo después en Tokio.

 

Watanabe es alguien solitario (como he leído en una entrevista que afirmaba ser Murakami en sus tiempos de universidad) y, aunque no parece hacer muchos esfuerzos por conocer gente nueva, sí se relacionará con Tropa-de-Asalto, Nagasawa, Naoko y una compañera de clase llamada Midori. Todos estos personajes están bien perfilados y me he adentrado en las escenas del libro con interés. Quizás leía con prevención, tratando de descubrir rasgos de escritura de bestseller; una prosa que asocio a la grandilocuencia y a los personajes estereotipados. Sí he creído percibir cierta tendencia a la grandilocuencia en los diálogos: «Tal vez mi corazón esté recubierto por una coraza y sea imposible atravesarla», le dice Watanabe a Naoko en la página 44. «No ambiciono el poder o el dinero. Tal vez sea un egoísta, pero es increíble lo poco que me interesan. En eso parezco un santo. Es más que nada por curiosidad. Quiero medir mis fuerzas en el mundo cruel.», le dice Nagasawa a Watanabe en la página 79. Una cosa que me gusta de este diálogo es que Watanabe consigue rebajar la intensidad de Nagasawa diciéndole que parece un personaje salido de una novela de Dickens (poco antes Watanabe acababa de leer la novela Lord Jim de Joseph Conrad, prestada por Nagasawa). Como ya apunté las referencias a la cultura occidental son apabullantes en esta novela. En un momento dado, alguien le pregunta a Watanabe si lee a autores japoneses, pero él le da a su interlocutor una lista de autores europeos o norteamericanos. La novela apela, más de una vez al guillo y la referencia culta, para conseguir la complicidad del lector. Así, por ejemplo, cuando Watanabe ha de visitar a una amiga (no quiero contar más de la trama), que está recluida en un sanatorio mental en la montaña, lleva para leer La montaña mágica de Thomas Mann. Además de hablar de los Beatles, también se hacen muchas referencias al jazz, y sobre todo se nombra al pianista Bill Evans. El jazz es una de las grandes pasiones de Murakami y, por lo que he leído, se habla de él en todas sus obras.

 

Midori es un personaje más mundano que Naoko, y su libertad a la hora de hablar de sexo, por ejemplo, también sirve para contrarrestar la grandilocuencia de los diálogos de Watanabe. En la página 139 Midori le dice a Watanabe que habla de una manera un poco extraña y le pregunta: «No estarás imitando al personaje de El guardián entre el centeno, ¿verdad?» Este comentario contiene alguna de las claves del libro: El guardián entre el centeno se puede entender como una de las referencias de esta novela y, hasta cierto punto, Watanabe puede verse como un Holden Caulfield a la japonesa. Watanabe ha de enfrentarse a un mundo adulto que no le comprende y que no acaba de gustarle. En la novela tendrá varios trabajos eventuales, los principales son en una tienda de discos y en un restaurante. Sus jefes son personajes distantes y desdibujados. De hecho, casi no aparecen adultos en esta novela. En los dos o tres años de universidad de los que se habla aquí, Watanabe no va a visitar a sus padres, en algunos casos se dice que no vuelve a casa durante las vacaciones porque tiene que trabajar, o si va a visitar a su familia esas escenas nunca se cuentan. Watanabe está solo y sin contacto con sus padres (no hay visitas, ni llamadas telefónicas, ni nada), además no tiene hermanos. La única persona adulta que se acaba convirtiendo en un personaje es Reiko, una mujer de 38 años, ingresada en un sanatorio mental. Reiko no acaba de ser una adulta completa, sino que más bien es una adolescente que extravió la ruta al mundo de los adultos.

 

Murakami juega en su novela, de modo bastante constante, a los contrastes entre los freudianos «eros» y «thanatos»: la pulsión de vida, el sexo y la belleza de los cuerpos jóvenes han de enfrentarse de forma constante a la podredumbre de la muerte. Así, por ejemplo, en la página 252 cuando Watanabe ha de ayudar a un adulto, que en el hospital está cercano a la muerte, no puede dejar de pensar en el cuerpo desnudo de la chica de veinte años a la que ama. Murakami va entrelazando estas dos imágenes durante unos cuantos párrafos.

 

Juventud, suicidios, soledad, jazz, literatura, bares, alcohol, belleza, referencias culturales occidentales y localizaciones y sensibilidades orientales… lo cierto es que con todos estos elementos Murakami acaba creando algunas páginas hermosas y plenamente disfrutables, pese a que a mis cuarenta y cinco años, en más de un caso pueda verle al texto las costuras. Me hubiera gustado encontrarme con este libro a mis dieciocho años o así. Sé que en ese momento lo hubiera disfrutado mucho y hubiera sido una lectura muy impactante para mí. Tokio Blues es una lectura que voy a añadir a mi lista de libros que recomiendo a adolescentes de bachillerato en el colegio.

Leí en el blog de Vicente Luis Mora que los personajes de una novela posterior de Murakami, After Dark, y los planteamientos de la novela eran demasiado similares a los de Tokio Blues y esto hacía que Mora renegara ya de la lectura de Murakami. Yo, al haber leído únicamente una de sus novelas más famosas, sí la he disfrutado, aún teniendo en cuenta lo que he comentado sobre sus costuras. Al hablar de esta lectura en las redes sociales, me recomendaron que me acercara a Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, que es para muchos de los entusiastas lectores de Murakami su obra más destacada. Es posible que lo haga.

 

domingo, 29 de noviembre de 2020

Cielos de Córdoba, por Federico Falco

Cielos de Córdoba, de Federico Falco

Editorial las afueras. 100 páginas. 1ª edición de 2011; ésta es de 2020.

 

De Federico Falco (General Cabrera, Argentina, 1977) había leído hasta ahora dos colecciones de relatos, La hora de los monos (2010) y Un cementerio perfecto (2016), que habían bastado para que se convirtiera en uno de mis escritores latinoamericanos favoritos de la actualidad. Así que, cuando en redes sociales vi que la nueva editorial barcelonesa las afueras publicaba en España su novela corta Cielos de Córdoba, publicada en 2011 por la puntera editorial argentina Nudista, consideré de forma inmediata que quería leerla. Estuve navegando por la web de las afueras, y me pareció que su trabajo editorial era muy interesante. Les escribí para solicitarles el libro y poder leerlo y reseñarlo y, amablemente, me lo enviaron en unos días.

 

El protagonista de Cielos de Córdoba es Tino, un niño de once años al que le faltan unos pocos meses para cumplir doce. Comenzamos la novela con Tino visitando a su madre en el hospital del pueblo donde viven. La madre lleva ya tiempo ingresada por una dolencia indeterminada, pero que el lector entiende que puede ser grave. Como es habitual en sus relatos, Falco nos introduce en el mundo de Tino con un tono en apariencia sencillo y ligero, consiguiendo que el lector perciba lo vivido a través de su mirada. Tino se halla en una frontera difusa: aún es un niño, pero se está adentrando en la adolescencia sin comprender muy bien los cambios físicos o mentales que se van a asociar a ella. Como hemos visto, su madre está ingresada en el hospital y su padre va a ser otra figura ausente, ya que regenta en el pueblo un museo dedicado al estudio de los ovnis, y dedicará más tiempo a escrutar los cielos con unos prismáticos (esos «cielos de Córdoba», a los que alude el título), esperando una llamada del más allá, que a su único hijo. De hecho, cuando Tino llega a su casa será él quien prepare la cena, supliendo a su madre; así que en realidad Tino parece tener, en más de un aspecto, más madurez que su propio progenitor, un adulto que se verá obligado a pedir dinero a su padre para sobrevivir, mientras espera a que arranque su quimérico museo.

 

Tino no es un chico muy popular en su colegio. En el tiempo de la novela, conoceremos su amago de amistad con Omar, un compañero de clase que siente un repentino interés por él, a raíz de una mentira sobre su madurez sexual que Tino le ha contado. Éste será uno de los temas del libro: el despertar de la sexualidad en Tino, y su posible atracción por Omar. «En el pueblo dicen que ustedes están locos», le comentará Omar a Tino en la página 77. La familia de Tino procede de Buenos Aires, y en el pueblo donde transcurre la acción no parece ser una familia muy bien acogida. En ningún momento se dice el nombre de este pueblo, del que se nos da el dato de que recibe turistas, y que por lógica ha de estar ubicado en la provincia argentina de Córdoba.

 

Durante la lectura me estaba preguntando por la fecha en que estaba situada la historia: que se tuvieran que ajustar las antenas del televisor para recibir bien la imagen, y que nadie hablara de celulares y sí de un coche modelo Renault 12, me hacía pensar que el tiempo narrativo de la novela no era el actual, y que la narración nos llevaba unas décadas atrás en el tiempo. En la página 56 se nos habla de una pintada de aerosol que contiene el sintagma «enero del 86», una pista muy sólida para dar forma a mis especulaciones.

 

En el prólogo de La hora de los monos, el escritor y crítico Antonio Jiménez Morato hablaba de la esencia «neofantástica» de la propuesta de Federico Falco. Es decir, la teoría de Jiménez Morato era que autores del panorama actual argentino estaban trascendiendo el realismo narrativo a través de una apuesta, que sin ser abiertamente fantástica, bordeaba este género al presentarnos escenas claras pero extrañas. Por ejemplo, ante un suceso inusual, los personajes no reaccionan del modo esperado en un relato realista. En Cielos de Córdoba, aunque en apariencia la nouvelle es de corte realista, en más de una escena se juega a la extrañeza. Por ejemplo, Tino ha hecho amistad con una mujer mayor ciega que vive en el hospital, y Falco describirá algunas escenas con ella que no dejan de ser extrañas. La obsesión del padre por los ovnis es otro elemento de alejamiento del realismo y, debido a su empeño en montar y hacer sostenible un museo de sucesos paranormales, me recordaba al personaje del cuento Un cementerio perfecto, que recorre pueblos de Argentina tratando de crear precisamente eso, el cementerio perfecto.

Como buen niño, Tino se sigue fijando en los animales y en la naturaleza. La descripción de los espacios abiertos (el río del pueblo y los animales) crea destellos poéticos en el libro y rebaja la tensión narrativa de algunos pasajes.

 

En gran medida, y como ya he apuntado, Cielos de Córdoba me ha recordado a algunos de los cuentos largos (casi nouvelles) de Un cementerio perfecto, donde también se describían los pueblos de la provincia argentina y también había niños o adolescentes que se encontraban en un periodo de descubrimiento y cambio en sus vidas. Esto ocurría, sobre todo, en Silvi y la noche oscura, una narración que he sentido emparentada con Cielos de Córdoba.

 

Cielos de Córdoba es una destacada novela corta sobre el paso de la niñez a la adolescencia. Describe perfectamente la sensación de desamparo, soledad, extrañeza, pero también de descubrimiento, de un niño que está haciendo ese salto vital. Nada es explícito en esta narración, sino que todo quedará bellamente insinuado, mediante una prosa en apariencia sencilla, pero en realidad muy elaborada.

 

Diría que Federico Falco no es un autor muy leído en España, y me parece una pena, porque es un escritor verdaderamente destacado de la nueva narrativa latinoamericana. Unos pocos días antes de escribir esta reseña, Falco quedó finalista del premio Herralde de novela 2020 con su obra Los llanos, así que acaba de fichar por la editorial Anagrama. Espero que esta buena noticia contribuya a que Federico Falco se convierta en un autor más leído en España. Y no quisiera acabar este texto sin recomendar a su posible lector que visite la página web de la editorial las afueras, que considero que está haciendo una gran labor. Cielos de Córdoba no va a ser el último libro que lea de su editorial.