domingo, 24 de abril de 2022

Nunca se sacia el ojo de ver, por Daniel Díez Carpintero


Nunca se sacia el ojo de ver
, de Daniel Díez Carpintero

Editorial Sloper, primera edición de 2022

 

El viernes 11 de marzo de 2022 yo presenté la novela Aquí hay demasiada gente de Carlos Castaño Senra, en la librería Lé de Madrid. Se trató de una presentación doble, puesto que a la vez se presentaba el libro de relatos Nunca se sacia el ojo de ver de Daniel Díez Carpintero (Madrid, 1979). Los dos libros pertenecen a la editorial Sloper, donde yo publiqué mi novela Los insignes en 2015. Unas semanas antes, Román Piña, el editor, me había enviado Nunca se sacia el ojo de ver, porque en 2017 había leído El mosquito de Nueva York, el primer libro de relatos de Díez Carpintero y me había parecido muy original. En la contraportada de este libro inicial, Piña había escrito «cuentos muy alejados del canon actual» y era cierto, porque los protagonistas de los cuentos de El mosquito de Nueva York eran principalmente idiotas, unos idiotas que no eran conscientes de serlo y que, además, querían dar lecciones a otros. Unos idiotas que miraban el mundo desde un prisma distorsionado, que daba a los relatos un curioso aire de esperpento surrealista.

He releído mi reseña de El mosquito de Nueva York para recordarme los cuentos de Díez Carpintero. Señalé, entonces, sobre su primer libro que en sus cuentos era frecuente encontrarse parejas formadas por un hombre y una mujer, donde ellas normalmente eran seguras y dominantes y los hombres eran apocados y pusilánimes. En Nunca se sacia el ojo de ver también se repite en la construcción de sus cuentos una pareja de protagonistas, pero en este caso suelen ser un padre y un hijo. Sé que entre un libro y otro, el autor ha sido padre y esto ha tenido que influir en la composición de sus narraciones.

El mosquito de Nueva York estaba formado por nuevo cuentos y Nunca se sacia el ojo de ver también.

 

El primer cuento del nuevo libro se titula Sacrificio y libaciones y, aunque su lectura resulta perturbadora, no ha sido uno de mis favoritos del conjunto. Un maduro profesor de universidad ‒que me ha recordado a un personaje de Michel Houellebecq‒ recibe la visita de una pareja de jóvenes religiosos, y solo puede fijarse sexualmente en la chica sin atender a sus palabras. Aquí el personaje es alguien de buena posición, y rompe con la idea del conjunto, porque los personajes de casi todos los demás relatos pasan dificultades económicas.

 

Espejo de hierba está protagonizado por una anciana que vive al sur de Ciudad de México, donde sé que vivió unos años el autor. Es un cuento sobre la soledad y los recuerdos del pasado, con un aire poético. También es un cuento sobre la culpa de una mujer sobre cómo influyó en su hijo. He comentado al principio que había aquí relaciones padre-hijo, pero en este cuento es una relación madre-hijo, pero en gran medida el relato está recorrido por el mismo aire de hablar de hijos a los que los padres están fallando.

El recurso de enumerar relaciones de cosas (en este caso recuerdos) crea en el texto un aire poético, un recurso que se volverá a usar en otros relatos.

Me gusta más este relato que el primero, y empiezo ya a pensar que Nunca se sacia el ojo de ver es un libro diferente a El mosquito de Nueva York, porque en este primer libro estaba recorrido por un aire de juego cruel sobre los personajes idiotas y el tono de este nuevo libro es diferente, más serio, profundo y lírico.

 

Volkswagen Santana es un cuento sobre una pareja sin trabajo, que se va deslizando por los peldaños de la miseria y el desaliento. Me ha recordado a algunos cuentos del chileno Marcelo Lillo. Díez Carpintero se ha alejado aquí de esos personajes idiotas y esperpénticos de su primer libro, y su mirada sobre sus nuevos personajes es mucho más compasiva y honda. El humor surrealista también ha dejado paso a la tristeza desolada. Volkswagen Santana es un cuento clásico magnífico, una gran asunción de la tradición narrativa norteamericana en idioma español.

 

Me ha gustado mucho también De un jubilado sobre un hombre solitario, de cierta edad, que en los días de un caluroso verano, en un barrio residencial, ve a un hombre que exhibe su miseria ante los demás acompañado de su hijo. «Era una tarea ­‒quedarse en el mismo lugar todos los días para que la gente lo mirara‒ igual que un desafío rabioso y complicado. Un reproche que ni el hombre ni su hijo entendían. Pero al que se dedicaban con disciplina, sin faltar nunca.» (pág. 55)

 

Editor de basura es otro de mis cuentos favoritos del libro. Está escrito en primera persona, la primera persona de un hombre que regresa a su país tras seis años fuera y está sin trabajo, viviendo en la zona industrial de un pueblo rico. Me he imaginado que el autor se estaba fijando en algún pueblo de la periferia madrileña como Pozuelo o Boadilla del Monte. De nuevo es un gran cuento de corte clásico norteamericano, y de nuevo se habla de la relación de un padre con su hijo, pero es como si, a diferencia del cuento anterior, la relación se mostrase desde dentro y no a través de la mirada de un tercero.

 

Mi prima es un cuento cruel, un cuento sobre las ensoñaciones amorosas de un adolescente en torno a su prima que va a venir a su casa de la capital a visitar a la familia desde el pueblo. Una prima que se revelará como una chica insulsa, sin ningún atractivo. Este cuento me ha parecido más relacionado con los de El mosquito de Nueva York, que otros de este volumen.

 

En Error médico un adulto recuerda una anécdota de algo que le ocurrió con once años, cuando deseaba romperse un brazo para que los demás le hicieran más caso. Al final es otro relato que habla de relaciones paterno filiales y su cierre resulta escalofriante.

 

En Camping (nunca se sacia el ojo de ver) también tenemos a un padre con un hijo. Esta vez la acción se sitúa en un camping de caravanas. El padre observa a los demás veraneantes, sus cambios, y en todas las descripciones hay un pálpito de inminente desastre. Es un cuento correcto, pero me ha parecido menos potente que otros del libro.

 

Coche de carreras cierra el volumen y, en esta ocasión, la relación entre el padre y el hijo más que basarse en la soterrada violencia, se sustenta sobre la frustración económica del padre. Su final es magnífico, y todo el cuento supone un gran broche para el libro.

 

En la presentación, David Torres y Carlos Castaño comentaron que Nunca se sacia el ojo de ver es un libro de cuentos que, en gran medida, la unidad temática de sus narraciones hace que deje un poco parecido al de una novela.

 

Nunca se sacia el ojo de ver me ha parecido un gran libro de relatos, superior a El mosquito de Nueva York, que ya me pareció un libro destacado. Siendo dos propuestas frescas y originales; en la nueva, lo que Díez Carpintero ha podido perder en originalidad lo ha ganado en hondura y belleza.

domingo, 17 de abril de 2022

Jamás el fuego nunca, por Diamela Eltit

 


Jamás el fuego nunca, de Diamela Eltit

Editorial Periférica. 212 páginas. 1ª edición de 2007; ésta es de 2021.

 

Creo que la primera vez que supe de Diamela Eltit (Santiago de Chile, 1949) fue leyendo el volumen de artículos de Roberto Bolaño Entre paréntesis, donde se habla de ella varias veces como de una de las escritoras más importantes de Chile. Sin embargo, Eltit se enfadó con Bolaño porque éste publicó una crónica sobre una invitación, en 1998, a cenar a su casa y tuvieron algún enfrentamiento por ello.

En octubre de 2016, el periódico El País publicó una lista en la que, tras preguntar a críticos, escritores y libreros se proponían los 25 mejores libros escritos en español en los últimos 25 años. En esta lista, Jamás el fuego nunca aparecía en el número 22. Cuando en diciembre de 2016, mi amigo el gran lector canario Samuel Rodríguez Navarro vino a Madrid e hicimos en mi ciudad «turismo de librerías», compré esta novela en la librería Iberoamericana del Barrio de las Letras. Como me suele ocurrir últimamente, la novela ha permanecido cinco años en mis estanterías de libros por leer hasta que ha encontrado su momento.

 

Jamás el fuego nunca, se puede leer en la contraportada, es un verso de César Vallejo. La narradora innominada de esta novela convive con un hombre al que conoció siendo adolescente en la clandestinidad política. «Ese momento inesperado, cuando en la reunión, aquella en la que te designaron secretario, mediante una votación demasiado ingenua pero que nos pareció solemne, conseguiste un lugar, un espacio, un reconocimiento que te llegaba días antes o después de haber cumplido dieciséis años. Militábamos juntos en la célula, la primera, esa extraordinariamente estudiantil a la que nos habíamos filiado.» (pág. 89).

El lector ha de suponer que Eltit habla en su libro de la experiencia política clandestina en contra de la dictadura de Augusto Pinochet, porque en ningún momento aparece este nombre, aunque si se nombra, en cambio, a Francisco Franco. Tampoco aparece ninguna fecha concreta. De hecho, la experiencia y la evocación de lo vivido parecen distorsionar la dilatación del tiempo en la percepción de la narradora, ya que usa expresiones como estas: «Ya han transcurrido, de cierta manera, cinco decenios (no, no, no, mil años). Cinco decenios que se han deslizado sin dar más que una cuenta ultra precaria del tiempo, del mío, nuestro tiempo. Entrampados en los últimos cinco decenios que nos hubieron de contener. Podría, lo sé, auscultar los decenios, de diez en diez, descomponer los años y sus énfasis, establecer un prolongado sitio a cada uno de los acontecimientos, llegar a consolidar una versión posible y, más aún, verídica.» (pág., 80)

 

No he acabado de estar seguro de si el tiempo narrativo de la novela era el de la dictadura de Pinochet o era ya el del siglo XXI. La pareja, un hombre y una mujer, viven en un piso minúsculo, tal vez en la pobreza o en la clandestinidad o las dos cosas a la vez. La mujer escribe en un cuaderno sobre su presente y le lanza a su pareja reproches sobre este presente o sobre el pasado. La mujer no habla de «pareja» sino de «célula», el hombre y ella constituyen una célula. Se hace uso así de un lenguaje político que, según una reseña que sobre este libro escribió Patricio Pron perteneció en Latinoamérica a la generación de sus padres y actualmente ya no sirve ni tan siquiera para que las personas que vivieron la lucha revolucionaria puedan hablar de su experiencia. Unas personas que soñaron con extender su lenguaje al resto de la sociedad y que han sobrevivido en medio de un fracaso personal e histórico. La célula inicial estaba formada por diez personas, y en la actualidad narrativa solo está formada por ellos dos. Algunos compañeros murieron asesinados, otro se suicidó, a alguno más se le perdió la pista. El juego narrativo en la novela con los significados del término «célula» es notable. Si bien, como ya he escrito, hace referencia a un lenguaje político que quedó arrumbado por el tiempo histórico, también es usado por la narradora para hacer presente el cuerpo orgánico de la pareja, como una entidad unida y degenerativa. La narradora insiste en la decadencia física del cuerpo: la artrosis, los dolores óseos en general, la pérdida de capacidad visual. Casi toda la novela transcurre en el espacio físico del pequeño cuarto del que casi no sale la pareja o célula.

Tengo la sensación de que una gran parte de la literatura de los últimos años escrita por mujeres tiene que ver de la relación de la persona con el cuerpo. Estoy pensando, por ejemplo, en la obra poética de la norteamericana Sharon Olds. De hecho, diría que, en gran medida, la estructura de Jamás el fuego nunca, se parece más a la de un poemario que a la de una novela. En un poemario, cada poema indaga en algún hecho significativo para la poeta, sin que exista una necesaria evolución del personaje. En Jamás el fuego nunca no existe una evolución de los personajes. La narradora lanza sus reproches sobre el fracaso de sus sueños políticos de revolución sobre su compañero, ella misma, la historia o la sociedad que la rodea, recreándose en algunos sucesos de su presente y en algunos recuerdos, pero, durante el tiempo narrativo, no se van a producir cambios significativos en los personajes. En contadas ocasiones la protagonista sale de su apartamento para ir a trabajar a una casa, donde cuida a una anciana. En un largo capítulo Eltit describe con detalle cómo tiene lugar la higiene de la anciana, haciendo hincapié en el dolor y el feísmo del cuerpo. Éste es un capítulo que Patricio Pron pondera de un modo negativo en su elegante, pero distanciada, reseña. Sin embargo, he leído también una reseña del crítico y escritor Vicente Luis Mora en la que dice que esta novela es «una expresión magistral del dolor colectivo.»

 

Creo que, a la hora de juzgar esta novela, me siento más de acuerdo con la tibieza de Patricio Pron, que con el entusiasmo de Vicente Luis Mora. Jamás el fuego nunca es una novela escrita con un lenguaje inteligente y áspero, con pocas concesiones hacia la belleza o lo meramente narrativo. La novela se recrea en la derrota de unas ideas y en la derrota de unos personajes, que no evolucionan hacia ninguna parte. En cierto modo, la obsesión reiterativa de la escritora sobre ciertos temas recurrente me ha hecho pensar en las propuestas del escritor austriaco Thomas Bernhard. Pero bajo la apariencia seria y desesperada de los narradores de Bernhard siempre subyace el humor y el absurdo kafkiano, cualidades que no están presentes en la propuesta de Diamela Eltit. Aún sabiendo ver los méritos literarios de la autora, me he sentido algo decepcionado con Jamás el fuego nunca y lo he disfrutado menos de lo que me esperaba. Sin embargo, no me importaría volver a probar con Diamela Eltit; quizás con su novela Fuerzas especiales, o con algún otro de los libros que le ha publicado en España la editorial Periférica.

domingo, 10 de abril de 2022

Del buen salvaje al buen revolucionario, por Carlos Rangel

 


Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel

Monte Ávila Editores. 396 páginas. 1ª edición de 1976.

Prólogo de Jean-Francois Revel

 

Cuando en mis redes sociales comenté que estaba leyendo Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano (Montevideo, 1940 ‒ 2015), no faltó quien se apresuró a afeármelo, ya que ‒según ellos‒ era un libro que no se podía leer porque en él era todo falso, como acabó diciendo el propio autor, cuarenta años después de haberlo escrito. Diría que había gente a la que le costaba comprender que me interesase acercarme a un libro que sabía que había sido muy leído en Latinoamérica durante décadas y traducido a múltiples idiomas. Más de una persona me recomendó que leyera mejor Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) del venezolano Carlos Rangel (Caracas, 1929 ‒ 1988), un ensayo que se considera la antítesis del de Galeano.

 

Busqué el libro de Rangel y en España está descatalogado. De hecho, no sé si lo ha llegado a publicar alguna editorial española. En Iberlibro (la web de librerías de segunda mano) tenían algunos ejemplares a precios elevados. Decidí visitar la librería madrileña en la que se vendía con el precio más bajo, que era La Dulcinea (Calle Hermosilla, 132), que la ofrecía por 50 €, un precio bastante superior al que me suelo gastar en libros de segunda mano. Tras hablar con el librero, que era muy simpático, me lo dejó en 40 €, y decidí comprarlo para poder establecer un análisis comparativo con el de Galeano. Como el libro es una «joyita» valiosa y difícil de encontrar sopesé la idea de leerlo sin subrayarlo, como sí había hecho con el de Galiano, y como suelo hacer con los ensayos económicos o históricos que leo. Pero al final lo subrayé a dos colores y anoté ideas a lápiz en los márgenes. Si no lo hacía me iba a resultar mucho más difícil resumirlo y comentarlo.

 

Haré a continuación un resumen del contenido:

 

En la introducción, Rangel apunta: «Los latinoamericanos no estamos satisfechos con lo que somos, pero a la vez no hemos podido ponernos de acuerdo sobre qué somos, ni sobre lo que queremos ser. ¿En qué consiste, exactamente, ese ser latinoamericano, que compartimos desde el Río Bravo hasta la Patagonia?» (pág. 23). Rangel para su libro va a hablar de Latinoamérica, principalmente, como de las 18 naciones americanas de habla española y va a dejar fuera a Brasil.

Rangel cita a Simón Bolívar, que escribió que América Latina es ingobernable para ellos, y caerá en manos de la multitud desenfrenada y después pasará a tiranuelos.

 

CAPÍTULO 1

DEL BUEN SALVAJE AL BUEN REVOLUCIONARIO

Los mitos fundacionales de América no son en absoluto americanos, sino que están creados por la imaginación europea. Colón, en su error histórico avanzando hacia Asia, se encuentra con América, y pensará que ha llegado en las bocas del Orinoco al «Paraíso terrenal». Colón era un hombre más de espíritu medieval que renacentista.

Pronto los conquistares quisieron buscar la Fuente de la Juventud, mito asociado al del Paraíso Terrenal. Además buscaban el Dorado, otro mito ancestral. Los descubridores crearon el mito más potente: el del Buen Salvaje, mito de la inocencia humana, que se daría en el Nuevo Mundo, una civilización donde todos eran iguales y dichosos. «Por causa del mito del Buen Salvaje, Occidente sufre hoy de un absurdo complejo de culpa, íntimamente convencido de haber corrompido con su civilización a los demás pueblos de la tierra.» (pág. 38) Según este mito, cuando América se libre de la corrupción podría volver al Paraíso terrenal, donde todas las personas serían dichosas.

Este mito del Buen Salvaje está mucho menos extendido en Norteamérica, porque sus colonos vinieron buscando tierra y libertad y no oro y esclavos. Solo vieron en el indígena un estorbo y no un siervo. «Los latinoamericanos somos a la vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado, de los amos y de los esclavos.» (pág. 40). El Buen Salvaje será alcanzado a través de la revolución, a través del Buen Revolucionario, según este mito.

A los criollos americanos, que formarán la estructura de poder de las futuras repúblicas, les fascinaba la rebeldía exitosa de los colonos ingleses de América del Norte. Aunque como amos en una sociedad esclava se saben rodeados de enemigos. Según Rangel, en las “Leyes de Indias” de los españoles figuraban numerosas disposiciones destinadas a proteger a los indios, y en contraste los gobiernos republicanos de Hispanoamérica van a ser todos representativos exclusivamente de los hacenderos criollos. Criollos que no tendrán otra meta que mantener intactas las estructuras sociales del latifundio y el peonaje. Además, a finales del siglo XIX y comienzos del XX, estas clases dirigentes latinoamericanas comienzan a formular explicaciones o excusas sobre su fracaso en relación al éxito de Norteamérica y van a culpar al indio, al negro y a la mezcla de razas, y también al imperialismo norteamericano.

 

CAPÍTULO 2

LATINOAMÉRICA Y LOS ESTADOS UNIDOS

En 1700 el Imperio Español de América aparecía a los contemporáneos más rico, potente y prometedor que las colonias inglesas de Norteamérica. En 1700 las colonias inglesas de Norteamérica eran aún muy precarias. El país nacido en 1776 no parecía nada formidable. A finales del siglo XIX, Estados Unidos era sobre todo un país productor de materias primas, que exportaba, e importaba manufacturas y capital, las mismas condiciones que en el siglo XX se asegura que han causado pobreza en Latinoamérica. A comienzos del siglo XX, Estados Unidos pudo ganar la guerra de Cuba y realizar el canal de Panamá. Desde el comienzo prevalece en EE.UU. la idea de que el imperio de la ley es una conquista fundamental. El venezolano Francisco de Miranda será uno de los primeros latinoamericanos que recorran los EE.UU. y anote sus observaciones. Se da cuenta de que la tierra en EE.UU. está dividida en pequeñas parcelas y no en latifuncios.

«El imperialismo norteamericano en América Latina no es, desde luego, ningún mito. Solo que es una consecuencia y no una causa del poder norteamericano.», leemos en la página 55 y aquí Rangel parece encontrar una «justificación» a ese imperialismo.

Rangel habla de la «doctrina de Monroe» del siglo XIX, planteada por EE.UU., según la cual los países americanos llegan a un acuerdo de ayuda mutua en el caso de que los países europeos traten de nuevo de colonizarlos.

Tras la guerra contra España en Cuba de 1898, los Estados Unidos terminan de adquirir conciencia de gran potencia. A principios del siglo XX, Estados Unidos empieza a tratar de realizar la obra del Canal de Panamá, que ha beneficiado a la comunidad internacional. También el Canal supone el inicio del intervencionismo de Estados Unidos en Latinoamérica.

Entre 1905 y 1965 se han producido al menos 29 intervenciones de los Estados Unidos en el Caribe, tras lo cual quedaban en el poder de estos países dictadores al abrigo norteamericano. Estados Unidos pretendía principalmente, según Rangel, proteger el funcionamiento del Canal.

Rangel ironiza con la idea de que los «demócratas» latinoamericanos se alegraron por la desaparición de Trujillo, el dictador de República Dominicana, sin preocuparse de la casi segura participación de la CIA. «En cambio es de buen tono (…) ponernos francamente trágicos con relación al “pobre” Allende, quien sin embargo tenía bien adelantado, con la oposición de una clara mayoría de los chilenos, un proyecto para liquidar la democracia en Chile.» (pág. 70). Reconozco que con las comillas que sobrevuelan la palabra «pobre» en el texto de Rangel sufrí un choque cultural con el texto.

Rangel critica el victimismo latinoamericano que señala que los Estados Unidos son ricos porque ellos son pobres. Según Rangel, es más bien al revés, los Estados Unidos han contribuido de forma positiva al desarrollo de los Estados Unidos. Por ejemplo, la Constitución argentina de 1853 está casi calcada de la de Estados Unidos. Rangel aventura que tal vez, de no haber existido los Estados Unidos y la Doctrina Monroe, Latinoamérica podría haber sufrido un colonialismo europeo como el que sufrieron África o Asia. El éxito en el siglo XX de Estados Unidos se ve por muchos sectores latinoamericanos como una ofensa, que solo se compensa al pensar que ese éxito es a su costa. Pero los hechos lo contradicen: en este momento (mediados de los 70s) la tasa de crecimiento económico latinoamericano es superior a las de los países ahora desarrollados en el siglo XIX. Puerto Rico, bajo bandera norteamericana y sin grandes recursos naturales, ha alcanzado un desarrollo mayor que los países de la región, pero allí es donde se encuentra «la mayor amargura antiyanqui y el mayor resentimiento».

 

En 1941 Estados Unidos entra en la II Guerra Mundial y se despreocupa de Latinoamérica. Entre 1945 y 1952, con el plan Marshall, destina a Europa 45.000 millones en ayudas, y apenas 6.800 a Latinoamérica. Pero a partir de 1952, Estados Unidos sospecha que Stalin se están fijando en Latinoamérica para expandir sus ideas. Y en 1959 Fidel Castro entra en La Habana.

Según Rangel, entre 1898 y 1958 Cuba había sido una dependencia norteamericana y su principal industria era la azucarera. La clase dirigente cubana estaba formada dentro del sistema de valores norteamericanos. En 1959, Castro se transformó en un héroe a la altura de Bolívar para muchos latinoamericanos.

El gobierno de Allende, con su fracaso y su trágico final, contribuyó al repertorio de inexactitudes del que se nutre la conciencia latinoamericana. Rangel dice que ahora se ha descubierto un expediente de la CIA al que atribuir todos los fracasos. Se acabó identificando a toda oposición a Allende con la CIA para desacreditarla.

Rangel pasa a identificar varias situaciones grotescas en la que se culpa a la CIA de los problemas latinoamericanos, como que al abandonar el PC colombiano el escritor Gabriel García Márquez, se le acusó de ser agente de la CIA. Mediante este tipo de razonamientos Rangel trata de desacreditar la idea de una influencia «real» de la CIA sobre los gobiernos latinoamericanos, así que parece decirnos que si «cualquier mal» se atribuye a la CIA, nada se puede atribuir a la CIA en la realidad.

La izquierda latinoamericana comparte con el Tercer Mundo la tesis de que los países capitalistas avanzados deben su prosperidad al colonialismo y a la teoría de la dependencia. Parece proponerse una ruptura, con una posible incorporación al bloque soviético. Para Rangel, Latinoamérica y Estados Unidos deben trabajar juntos.

 

CAPÍTULO III

HÉROES Y TRAIDORES

Los latinoamericanos quieren verse a sí mismos como víctimas de España, en la Conquista y en la Colonia, y se quieren ver ajenas a todo lo español.

En 1810, los criollos ricos se vieron estimulados por la lucha de Napoleón contra los Borbones. La mayoría de los criollos eran conservadores y temían una guerra social. Estamos movidos por una aspiración nacionalista de ocupar los puestos de poder. También estaban presentes blancos pobres y una masa de indios, negros y pardos que no tendrían ninguna ventaja en la independencia. Todo esto generó una guerra civil, y la facción nacionalista o patriótica llegó a hacer suya la Leyenda negra contra España, lanzada por Fray Bartolomé de las Casas en 1552. Así los descendientes y herederos de los privilegios de los conquistadores llegaron a convencerse de que eran los descendientes de los indios asesinados y esclavizados. Muy pocos españoles peninsulares tomaron parte en los combates, aquellas fueron guerras civiles. Las nuevas naciones nacieron débiles y divididas. Bolívar no se hacía muchas ilusiones sobre una América unida. Los diferentes jefes van a tener la ambición de conseguir feudos personales.

La América Española se va a disipar durante el siglo XIX en pugnas intestinas, guerras civiles y golpes de estado, motivado todo esto por la falsa disyuntiva entre «Centralismo» y «Federación». En Argentina en pleno siglo XX se ha reivindicado como héroe al sanguinario tirano “federalista” Juan Manuel de Rosas. Según Rangel, en la práctica fue el más centralista de los gobernadores argentinos. Perón quiso renegar del proyecto civilizador argentino, por un plan que fomentaba todo lo contrario. Perón consiguió hacer retroceder a Argentina al oscurantismo “autóctono”.

Para Rangel, donde triunfaron los liberales se hicieron reformas no despreciables, como la separación entre la Iglesia y el Estado.

 

CAPÍTULO IV

ARIEL Y CALIBAN

El argentino Domingo Faustino Sarmiento fue ministro en Washington y trajo consigo un repertorio de ideas progresistas. Para Sarmiento, los Estados Unidos eran el modelo que debía seguir Argentina. Su libro Facundo es la biografía de uno de los caudillos regionales exterminados por Rosas. La «barbarie» sería el estado natural de las repúblicas latinoamericanas. En 1845, los tribunales de, por ejemplo, La Rioja, estaban ocupados por hombres que no sabían nada de derecho, y apenas 35 años antes, había libros, ideas y un espíritu europeo. Sarmiento no idealizó al gaucho, ni al indio ni al folklore. La superioridad de los pueblos europeos no hispánicos y de Estados Unidos le parecía evidente. Para Sarmiento, la Argentina de 1845 era algo parecido a la Edad Media, y la civilización estaba únicamente en las ciudades. A mediados del siglo XIX en Argentina se fomentó la inmigración y el país llegó a tener tantos habitantes nacidos allí como en el extranjero. Hoy (1976) está de moda ‒dice Rangel‒ renegar de las ideas de Sarmiento, Rivadavia o Mitre.

A finales del siglo XIX, la pampa argentina se convirtió en una de las regiones agropecuarias más productivas del mundo, con la combinación de capital y tecnología ingleses y de los inmigrantes italianos. Por eso, a Rangel le extraña que estos hijos de emigrantes europeos se sientan los herederos de los indios en contra del imperialismo yanki.

Como representación de la teoría del «buen salvaje», Rangel habla del «telurismo» que afirmaban que había un genius loci en la tierra, más importante que ningún otro determinante de la cultura o la acción humana. Ese espíritu en Latinoamérica reinaría antes del Descubrimiento. EL “telurista” más legible es para Rangel el argentino Ricardo Rojas: cuando tres siglos después se expulsa al conquistador, se produce una reivindicación nativista. Para Sarmiento, los latinoamericanos pobres sintieron que emanciparse del rey de España sería emanciparse de toda autoridad, y el resultado fue el regreso a la barbarie. Pero Rojas quería “reunir lo indio, lo gauchesco y lo español en lo americano”, según él, la raza es un fenómeno espiritual. Así el hijo de los más recientes emigrantes sería de la misma “raza argentina” que el indio más puro.

Para el mexicano José Vasconcelos el destino de América Latina sería servir de puente entre el mundo industrial blanco y el “Tercer Mundo”. Vasconcelos construyó la fábula de la «raza cósmica».

A Rangel le sorprende que Rojas o Vasconcelos fueran tomados en serio, o que un libro como Ariel (1900) del uruguayo José Enrique Rodó se tomara también serio. Rodó es un admirador de Atenas, y veía que Latinoamérica podía ser la «Nueva Atenas», la “Helena” de Rodó era en realidad Francia. Rangel dice que es ahora el marxismo la promesa de esa “Helena” de Rodó.

 

CAPÍTULO V

LATINOAMÉRICA Y EL MARXISMO

No ha sido exactamente Marx, sino Lenin con su teoría del «imperialismo» y la «dependencia» quien ha ofrecido una respuesta grandiosa y coherente al complejo de inferioridad de los latinoamericanos frente a Estados Unidos. Así el atraso latinoamericano y la riqueza estadounidense serían dos caras de la misma moneda. Los intercambios económicos y culturales, de este modo, solo traerían riquezas a la metrópoli y pobreza a las periferias. Marx nunca expuso algo así. Para Engels, incluso los pueblos precolombinos más adelantados, como México o Perú, se encontraban en estado de barbarie. Marx y Engels no se preocuparon por el mundo afroasiático y latinoamericano, ya se centraban en las relaciones de poder de los países capitalistas desarrollados. Hacia finales de siglo, los salarios reales de los trabajadores (según Rangel) no paraban de subir, y fue aquí cuando Lenin, Hobson y Hilferding promovieron la idea de que en el imperialismo era donde el capitalismo estaba encontrando su fortaleza.

«El proletariado de hombres de los países capitalistas avanzados, se había demostrado en la práctica insuficientemente combativo, decepcionante, vulnerable a mejoras reformistas en su nivel de vida y en sus condiciones de trabajo.», afirma Rangel en la página 153. Aunque no parece hablar nada de los movimientos obreros del siglo XIX que fueron los que consiguieron esas mejoras de las que habla; según se discurso el incremento de salarios o condiciones parece que se desprende del propio capitalismo.

En el Segundo Congreso de la Internacional Comunista (la Tercera Internacional) reunida en Moscú en 1920 se afirma que la gran mayoría de la población mundial está en manos de una minoría insignificante, y deberán apoyar todos los movimientos disidentes tales como el nacionalismo irlandés o el de los negros norteamericanos. Los países atrasados, según esta tesis, podrían llegar al desarrollo a través de la revolución.

El peruano Víctor Raúl Haya de la Torre y su partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) chocó con el leninismo, al no abrazar la idea de que los países atrasados debían ser la carne de cañón de una “Revolución Mundial”. La Internacional Socialista no veía peor enemigo que los socialistas no sometidos a su control.

El aprismo fue, y sigue siendo, la alternativa socialista latinoamericana al marxismo-leninismo. El aprismo no proponía como meta ninguna “dictadura del proletariado” sino la abolición de las estructuras de poder opresivas de Latinoamérica y el establecimiento de democracias reformistas. Según Rangel, los PC latinoamericanos, antes de Fidel Castro, fueron pequeñas sectas. En Cuba, Fidel cambió la dependencia del país de Estados Unidos por la de la URSS. Fidel Castro pasa a ser el ejemplo del «buen revolucionario». El Che apostaría por las «democracias armadas». Con Fiel y el Che en escena, los partidos apristas perdieron sus alas izquierdas y sus juventudes. Pero una vez ocurrida la Revolución Cubana la sorpresa no se podría repetir. Los norteamericanos intervinieron en Repúplica Dominicana en 1965 para evitar una nueva Cuba.

En Chile, el intento de revolucionar una sociedad latinoamericana con el ejército intancto y sin suprimir libertades públicas, desembocó en una dictadura implacable.
(Nota: Rangel parece tratar a Pinochet como a un fenómeno climático: Allende no se abrigó contra el frío y se acabó congelando, la culpa es de Allende).

Para Rangel sigue vigente el mito de que los problemas de Latinoamérica vienen de fuera. El antinorteamericanismo latinoamericano parece empeñado en reproducir más «Vietnams» por el mundo.

 

CAPÍTULO VI

LATINOAMÉRICA Y LA IGLESIA

«La Iglesia Católica tiene más responsabilidad que ningún otro factor en lo que es y en lo que no es la América Latina.» (pág. 197) Hay en Latinoamérica 300 millones de católicos (el libro se publica en 1976).

La Emancipación fue lo primero que en Latinoamérica se hizo sin la voluntad de la Iglesia. Sin embargo, los nuevos países se declarará católicos y la Iglesia siguió conservando sus privilegios, aliándose con los Partidos Conservadores.

Entre la Latinoamérica católica y la Norteamérica protestante se empieza a crear una gran diferencia; ya que el protestantismo está más conforme con las democracias. «La diferencia entre las dos Américas no es solo de éxito económico y de poder, sino de moralidad pública y privada» (pág. 201). En Norteamérica no se da, por ejemplo, la indefensión de la mujer-madre-soltera de Latinoamérica, apunta. En Latinoamérica se da mucha más irresponsabilidad paterna que en Estados Unidos. Y esto se arrastra, según Rangel, desde la época de los conquistadores españoles, que desataron en Latinoamérica su afán de lujuria. La sociedad norteamericana actúa con más fuerza contra los deshonesto, y pone el ejemplo del Watergate. Sin embargo, alguien como el mexicano Leopoldo Zea apunta que gracias al catolicismo el indio tuvo una identidad en Latinoamérica, que le fue despiadadamente negada al indio norteamericano.

 

La evangelización cristiana no se va a distinguir de objetivo político o económico. Los frailes serán tan numerosos como los funcionarios. A favor de la Iglesia, Rangel señala que en el siglo XVI se debatió por primera vez sobre el derecho de los fuertes de esclavizar a los débiles. Aunque los propios principios que se promulgaron desde las instituciones no se llegaron a cumplir. En las minas de Perú a los indios no se les permitía salir a la superficie, vivían y morían en las profundidades de la Tierra (nota: aquí Rangel se parece a lo que apunta Galeano). Rangel sí cuestiona las grandes cifras sobre el exterminio de indios. Los aborígenes de América, lejos de ser exterminados, continuaron siendo la inmensa mayoría de la población.

En México la Iglesia llegó a poseer la quinta parte del territorio.

Los jesuitas llegaron a Paraguay en 1588, y en un siglo llegaron a crear 30 misiones (llamadas «reducciones») con 100.000 indios. La actitud de los jesuitas hacia los indios era la de adultos a cargo de niños. En 1767, el rey Carlos III expulsó a los jesuitas del Imperio Español y confiscó sus propiedades. Clero no jesuita y funcionarios civiles se trasladaron a Paraguay y en pocos años los indios se dispersaron. En el siglo XIX se despoja en Latinoamérica a la Iglesia de muchos de sus privilegios y propiedades. A la Iglesia siempre le costó diferenciar entre liberalismo y marxismo.

En el siglo XX se está dando una simpatía entre comunistas y la Iglesia, ya que los comunistas se han convertido en apologistas de la pobreza ejemplar.

Según Rangel, en las sociedades liberales, incluso en Latinoamérica, las iglesias están vacías, mientras que en ninguna parte está la fe católica tan viva como en las comunistas Polonia o Hungría (nota: esta tesis me parece exagerada).

 

CAPÍTULO VII

ALGUNAS VERDADES

«La Iglesia Católica, la influencia de los Estados Unidos, y más recientemente del marxismo, no son elementos exteriores a Latinoamérica, sino, de una manera o de otra factores de la esencia latinoamericana.» (pág. 237)

En México, Hernán Cortés y todos los conquistadores son tenidos por execrables invasores y ocupantes, contra los que la nación mexicana (pre-colombina), reaccionó exitosamente trecientos años más tarde.

Para Rangel, existe en su actualidad una sobrevalorización “comprometida” del componente aborigen de la cultura latinoamericana. Lo que se buscaba en ese momento era potenciar el mito del «buen salvaje». Dice Rangel, que indios puros hay en Latinoamérica entre 15 y 20 millones, menos del 10% de la población. Lo que es falso es postular que el ser esencial de los latinoamericanos se derive de las culturas precolombinas. Para Rangel, las culturas precolombinas merecen todo el respeto, pero ni siquiera las civilizaciones Inca y Azteca tuvieron ni remotamente la importancia y el brillo que se les ha atribuido. «La verdad es que somos sobre todo herederos biológicos y culturales de los presuntos invasores.» (pág. 242). A Rangel, la primera mentira es la idea de que los aborígenes fueron demográficamente importantes. El padre Bartolomé de las Casas usó datos inflados para su denuncia. Entre los animales que no existían en América antes de los españoles estaban los caballos, asnos, vacas, cerdos, cabras, conejos, aves de corral, no se conocía tampoco el trigo, el centeno, la vid, la caña de azúcar, los cítricos… Según Federico Engels las sociedades americanas desprovistas de casi todos los cereales y animales domésticos (salvo la llama) debían ser pobres en población y vitalidad.

Mancio Sierra de Leguízamo fue el último de los supervivientes del grupo de aventureros que viajaron al Perú con Pizarro, y en su lecho de muerto declaró que estaba arrepentido de haber contribuido a destruir la cultura Inca, que le parecía perfecta. Sin embargo, Rangel señala que la población estaba organizada en una pirámide de jerarquías rígidas y sacralizadas. Los campesinos rasos no recibían educación. Cortés conquistó México con 600 hombres, y Pizarro el Imperio Inca con 180. La población de América va a empezar a aumentar en este momento.

El andaluz, el extremeño o el castellano que iban a “las Indias” no se sentían «de España», dice Rangel, y mucho menos se iban a sentir de «América», como sí se van a sentir los emigrantes a los Estados Unidos. Entre los españoles florece la figura del «indiano» que sueña con regresar a España, aunque muchos se quedaron y engendraron hijos bastardos. (Nota: Rangel decía que iba a aplicar en su ensayo el método científico, pero hace muchas apreciaciones de «opinador»).

El colono norteamericano llegó a América dispuesto a ser un pequeño agricultor él mismo, y en Latinoamérica el colono llegó a América para fundar pueblos y controlar el territorio, organizado en encomiendas y trabajado por esclavos.

Según Rangel, se comenta que uno de los problemas de Latinoamérica es la mala repartición de la tierra. Pero las reformas agrarias han resultado decepcionantes. El latifundio le parece un lastre cuando tiene su origen en una sociedad esclavista. Las dificultades de las reformas vienen porque los descendientes de los esclavos han heredado la idea de que otros decidan por ellos, y cuando los beneficiarios de la tierra son los indios no hispanizados el resultado es peor, porque están acostumbrados a vivir en la economía no monetaria.

Las haciendas latinoamericanas no producían para la autosuficiencia, sino para la exportación. Casi toda la tierra cultivable se concentra en manos de una minoría, y existe un excedente de población, gente que construye chozas y desarrolla una agricultura de subsistencia.

Para Rangel no es una casualidad que el sur de los Estados Unidos haya tenido una evolución similar a Latinoamérica, al partir las dos de una sociedad esclavista. Los esclavos tienden, con razón, a realizar el mínimo esfuerzo y los amos tienden a considerar el trabajo algo propio de esclavos. La sociedad hispanoamericana del siglo XVI tiene una proporción de hidalgos, clérigos, licenciados… mayor que la de la sociedad europea de la época. Además la sociedad esclavista riñe con el ánimo de la revolución industrial.

En Estados Unidos fue en Nueva Inglaterra, lejos de los campos de algodón, donde se desarrolló una industria textil, al amparo de un arancel proteccionista. En pocos años el Norte se industrializó. En 1860 el Sur fue a la guerra convencido de que debía romper la dependencia que tenía con el Norte.

 

CAPÍTULO VIII

ALGUNAS VERDADES MÁS

España, en 300 años de imperio en América, llegó a no diferenciar rígidamente entre «metrópoli» y «colonias», sino que lo logró trasladar su cultura a Hispanoamérica.

Los colonos norteamericanos, al emigrar a América, se libraron de los resabios del feudalismo. Para los norteamericanos declararse independientes no supuso un desgarro espiritual, pero para los latinoamericanos sí fue una profunda crisis moral.

En la guerra de la independencia, Venezuela perdió a más de la mitad de su población. Uruguay también. En 1800 el naturalista Humboldt se maravilló de la celeridad y seguridad con la que una carta podía llegar de Buenos Aires a México, y en el siglo XIX las comunicaciones quedaron más de un siglo interrumpidas. La estructura productiva y financiera quedó en ruinas. España creó en Latinoamérica sociedades cerradas, poco propensas al comercio. En 1824 las repúblicas latinoamericanas se van a ver forzadas a participar en el mercado mundial capitalista.

Los criollos, que dirigirán los países latinoamericanos, serán descendientes de los que se quedaron en América habiendo deseado volver, y una parte de ellos permanecerá fuera de la sociedad.

Para Rangel, la universidad latinoamericana es uno de los más importantes bastiones para el mantenimiento de los privilegios tradicionales, porque a ellos solo acuden personas de clase media o alta.

«Los llamados “intelectuales” latinoamericanos están más llenos de falsedades y trampas que casi cualquier otro (…). Intelectuales han sido y siguen siendo los encargados de formular las apologías para todos los poderosos; han sido y siguen siendo los “secretarias” de todos los caudillos.», y según él la mayoría al abrazado el marxismo. (Nota: de nuevo Rangel, parece dar opiniones y no datos científicos). Después rebaja este comentario, diciendo que no todos son así, y cita a Borges, Sábato, Rulfo, etc.

 

CAPÍTULO IX

LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA (1)

Las repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional en el reemplazo del que fue destruido entre 1810 y 1824. En los últimos 50 años, México ha sido el único país latinoamericano sin cambios de gobierno. En Bolivia desde 1835 hasta 1976 ha habido más de 160 guerras civiles o golpes de Estado. Al final ha ocurrido que en estos países han surgido “caudillos” que han llegado a Hispanoamérica a un feudalismo primitivo. Sarmiento relata en Facundo que, entre 1835 y 1840, casi toda la población adulta de Buenos Aires conoció la prisión.

Rangel afirma que para ser un “Caudillo” en Latinoamérica durante 50 años hace falta el apoyo de los Estados Unidos, y aquí parece darle la razón a las tesis de Eduardo Galeano.

Según Rangel, Argentina es el más exitoso de los países hispanoamericanos, pero sufre un gran complejo de inferioridad respecto a Estados Unidos. La Constitución argentina de 1853 se asemeja a la de los Estados Unidos, y también le copiaron la política de inmigración abierta. Entre 1860 y 1910, el periodo de máximo crecimiento de Argentina, el país logró parecerse a los Estados Unidos. Pero fue incapaz de conducir el periodo de acumulación de capital hacia una distribución de la riqueza y del poder. En 1943 tiene lugar el golpe militar del Grupo de Oficiales Unidos, del que forma parte el general Perón. En 1943 había en Argentina más empleados en la industria que en la ganadería y en la agricultura. Perón fortaleció a los sindicatos. En 1946 llega al poder democráticamente, en un momento en el que el país había acumulado un excedente de recursos y de reservas. Perón dilapidó este exceso. Los salarios de los trabajadores fueron aumentando sin ninguna relación con la productividad. Desde entonces, según Rangel, la Argentina ha sido prácticamente ingobernabable. «Demagogo brutal e inescrupoloso que fue Juan Domingo Perón, uno de los más perniciosos faltos héroes de nuestra historia latinoamericana.», con estas palabras termina Rangel de hablar de Perón en la página 331.

 

CAPÍTULO X

LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA (2)

Dice Rangel que son mucho más famosos en Latinoamérica los caudillos demagogos, como Perón o Castro, que los políticos más moderados y liberales como Rómulo Betancourt, Eduardo Frei, Rafael Caldera o Carlos Andrés Pérez. Y dice que un lector europeo se preguntará quiénes son estos hombres de los que nunca ha oído hablar. En mi caso, he de reconocer que Rangel tiene razón. Para Rangel, Frei (Presidente de Chile, 1964-70) y Caldera (presidente de Venezuela, 1969-74) son los dos más destacados dirigentes demo-cristianos del Hemisferio Occidental. Betancourt creó el partido Aprista venezolano, y rechazó la obediencia servil exigida por los comunistas ortodoxos de la URSS. Betancourt se convirtió en el presidente de Venezuela, y su ministro Juan Pablo Pérez Alfonzo en el promotor de la OPEP. Rangel dice que los países ricos habían comprado el petróleo de los países pobres a precios injustos, y en esto se parece a las ideas de Galeano. Pero los comunistas latinoamericanos tacharon a Betancourt y Pérez Alfonzo de traidores y lacayos del imperialismo. Según Rangel, esta nacionalización del petróleo de Venezuela ha funcionado mejor que las expropiaciones de Cuba, sin necesidad de «vietnamizar» el país. Pronto Betancourt estuvo entre dos aguas, por un lado la República Dominicana de Trujillo y por otro los procastristas venezolanos. Trujillo facilitó a los detractores de Betancourt armas para realizar un atentado contra él en 1960.

 

En 150 años de independencia, Chile había llegado a formar una sociedad con unos valores homogéneos para toda la sociedad. Chile se había abierto a los avances culturales de Occidente. Allende fue electo en Chile por el 36,2% de los votos, mientras que el candidato conservador, Jorge Alessandri, recibió un 34,9%.

«Salvador Allende estaba comprometido, si no consigo mismo, sí con los elementos castristas y guevaristas de la Unidad Popular, a intentar convertir la sociedad democrática, de transición, de valores compartidos, homogénea, tolerante, respetuosa de las ideas ajenas que efectivamente existía en Chile hasta 1970 (según reconocen hasta algunos allendistas, tales como Matner) en una sociedad marxista-leninista.» (pág. 355)

Según Rangel, Allende enfrentó a los chilenos haciéndoles ver que existía un conflicto de clases irresoluble. Y según Rangel, Chile apoyó con júbilo y alivio el golpe de Estado de 1973.

Sobre el golpe de Estado: «Nadie sino el propio Allende y sus colaboradores pueden ser culpados por semejante trágico desenlace.», escribe Rangel. Ya he dicho que al golpe de Estado de Pinochet lo trata como a un fenómeno meteorológico. Según Rangel Allende llevó a Chile a una dictadura.

Creo que cuando Rangel ha analizado el caso de Chile, de Allende y Pinochet, ha sido el momento en el que más he chocado con sus ideas.

Allende empezó subiendo los salarios en Chile, congelando los precios y subiendo el gasto público. Esto provocó un inicial incremento del empleo en 1971 y de los salarios reales un 30%, pero esta riqueza se basaba en la liquidación de haberes y en disipar la acumulación de riqueza anterior. Apareció el mercado negro. Chile se declaró insolvente y solicitó una moratoria para la deuda externa. Luego estalló la inflación. En 1972 hubo una huelga de camioneros.

Por lo que conozco del periodo de Allende por otros medios, tengo la sensación de que Rangel está obviando el bloqueo y el boicot de la clase alta chilena al proyecto de Allende con la ayuda de los Estados Unidos.

En la página 365, Rangel admite que en la huelga de camioneros pudo estar implicada la CIA. Pero si recordamos ya, astutamente, en el capítulo 2 de su libro había desacreditado la idea de que la izquierda latinoamericana achacaba todos los problemas de sus países a la intervención de la CIA, mediante el recurso narrativo de encontrar ejemplos exagerados, grotescos y falsos donde se atribuía a la CIA un intervencionismo ridículo, y esto parecía sugerirnos que «cualquier» sugerencia en este sentido era ridícula.

 

CAPÍTULO XI

LAS FORMAS DEL PODER POLÍTICO EN AMÉRICA LATINA (3)

En Perú hubo un golpe de Estado militar en 1968. La función del ejército desde 1924 había sido la de bloquear al APRA, partido que se oponía al poder criollo. Pero en 1968, el ejército en su golpe de Estado decidió asimilar al APRA, para en vez de “gorilas” ser nacionalistas, revolucionarios y antiimperialistas. El gobierno militar peruano nacionalizó empresas norteamericanas.

Según Rangel, todo esto que hicieron los militares lo podía haber hecho el APRA, pero los militares además eliminaron la prensa independiente, y la izquierda latinoamericana entendió esto último como un “golpe” al imperialismo.

El libro finaliza con una diatriba contra Fidel Castro y los regímenes marxista-leninistas.

 

CONCLUSIÓN

Me ha resultado interesante haber leído casi seguidos Las venas abiertas de América Latina (1971) de Eduardo Galeano, y Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) de Carlos Rangel. Creo que con los dos libros he conseguido conocer mejor Latinoamérica, o al menos en una época, la correspondiente a la Guerra Fría, y formas diferentes de mirar la realidad histórica del continente.

 

Creo que Galeano peca de victimista y de aceptar a pie juntillas la teoría de la dependencia, según la cual Latinoamérica es pobre porque otros son ricos. Creo que no analiza bien la historia de la riqueza de Argentina entre 1860 y 1910, por ejemplo. Y yerra en su exaltación del modelo cubano de Castro.

Me gusta el análisis que hace Rangel del posible «fracaso» de Latinoamérica como de un fracaso propio, a raíz del tipo de sociedades que se constituyeron, con amos y esclavos,  o con el poder de la iglesia. Y de cómo están constituidos los países latinoamericanos, que en su gran mayoría descienden más (biológica y culturalmente) de los conquistadores que de los indios. Creo que yerra cuando en su afán anticomunista minimiza la importancia de la intervención de Estados Unidos en los conflictos latinoamericanos del siglo XX. El libro de Rangel se publica en 1976, y es posible que aún no conociera el apoyo de Estados Unidos a la dictadura de Videla en Argentina en 1976, pero no se puede decir lo mismo del golpe de Estado en Bolivia en 1971 por el general Hugo Banzer, Republica Dominicana en 1961 por Trujillo. O no habla de los intereses de compañías norteamericanas como la American Fruit Company, que hicieron que Estados Unidos ayudara a establecer dictaduras en Centroamérica, como en El Salvador o Nicaragua. De estas realidades, Rangel ha preferido no hablar en su libro, porque ya tenía a Cuba para hablar y de Chile, donde, como hemos visto, Allende «llevó al país a una dictadura».