domingo, 31 de enero de 2010

El cobrador, por Rubem Fonseca



RBA editores. 179 páginas. Edición de 2009, texto de 1979.

En el blog del escritor peruano Iván Thays, Moleskine literario, leí hace unas semanas una lista de los escritores latinoamericanos más influyentes de la pasada década, según el criterio de Gustavo Faverón (a quien no conozco). En ella encontré nombres de autores que son para mí un referente: Roberto Bolaño, Rodrigo Rey Rosa, Mario Vargas Llosa, Junot Díaz o César Aira; junto con otros que me sonaban, pero de los que no he leído nada: Edmundo Paz Soldán, Mario Levrero y Antonio José Ponte; y otros dos autores de los que, al menos que recuerde, nunca había oído hablar: la chilena Diamela Eltit y el brasileño Rubem Fonseca. Me llamó la atención este último nombre, Favarón le llamaba “el padre de los Guillermo Fadanelli y los Pedro Juan Gutiérrez”, a estos dos sí los he leído y ambos, aunque sobre todo Gutiérrez, me parecen autores de pegada contundente.

Encontré este conjunto de relatos, El cobrador, en el Fnac de Callao. Lo he acabado de leer hace unos días y la impresión ha sido fuerte, me llego a cuestionar: ¿cómo es que no me había sonado de nada este nombre, Rubem Fonseca, hasta hace unas escasas semanas? Nos llegan a España un gran número de escritores argentinos, mexicanos, cubanos… menos de algunos otros países de Hispanoamérica y de otros nada -no recuerdo a ningún escritor de Panamá o de Costa Rica-. Y nos llega también muy poco o casi nada de Brasil, lo que no puede más que achacarse a un tema idiomático y a la necesidad de realizar la inversión en las traducciones, y no a un tema de calidad creativa. Además del escritor de bestsellers Paulo Coelho, yo sólo conocía hasta ahora de Brasil a Jorge Amado, del que he leído dos novelitas muy breves. Desde ya la literatura brasileña se liga para mí al nombre de Rubem Fonseca.

Fonseca es hijo de inmigrantes portugueses en Brasil. Estudió derecho y trabajó de policía (aunque gran parte como portavoz del cuerpo), y sólo a partir de los 38 años empezó a escribir, una interesante edad para haber adquirido ya un gran bagaje de experiencias. En 2003 le fue otorgado el premio Camoes, el equivalente al Cervantes en las letras portuguesas.

El cobrador está formado por 10 relatos. En el primero, Pierrot en la caverna, un escritor misántropo se cuelga al cuello una grabadora donde irá desgranando atropelladamente los detalles de su relación sexual con una vecina de 12 años.”Querer hacer frases hermosas es tan miserable como querer ser coherente” (página 25), escribe Fonseca tras una reflexión sobre los ricos en las novelas de Scott Fitzgerald. Epatante, relato crudo y lleno de desasosiego.

En H. M. S. Cormorant en Paranaguá, la voz narrativa pertenece a un adolescente enfermizo y esquizoide con ínfulas de poeta. Entre brumas de los bajos fondos repletos de prostitutas y borrachos, el joven conversa con un Byron proyectado de su mente, y se reflexiona acerca de la violencia esclavista sobre la que se asienta la sociedad brasileña. El relato está ambientado en 1852.

En El juego del muerto, la violencia se filtra en la vida cotidiana de tres amigos que se dedican a realizar apuestas sobre las cosas más absurdas. Una narración que conduce ineludiblemente a la violencia y la muerte.

Encuentro en el Amazonas quizás sea el cuento que más me ha gustado del conjunto. Aquí la persecución detectivesca de un personaje sobre otro entronca con la búsqueda absurda e irreparable de lo que siempre se nos escapa en nuestras vidas. Los policías y los delincuentes se confunden, como en los relatos de detectives salvajes o metafísicos de Bolaño. Muy intenso cuento sobre un viaje por un río de Brasil, con gran atención a los detalles, a las descripciones de los personajes secundarios que entran y salen de plano, muy plagado de vida, una vida que también habrá de conducir a la muerte. Se describe así al mono de un zoo: “Sus manos parecían las mías. El rostro y la mirada del mono tenían el aire de desilusión y de derrota de quién perdió la capacidad de resistir y soñar” (página 61)

Camino de Asunción es otro texto histórico donde se recrea un episodio de la guerra del Chaco, y que me ha recordado a los relatos gauchescos de Borges. Una nueva reflexión sobre los gérmenes de una sociedad violenta.

En Mandrake conocemos a un personaje de Fonseca que aparece en más novelas y relatos. Mandrake es un abogado especializado en salvar a criminales, un cínico profesional. “Recordé los rostros de los asesinos que conocía. Ninguno de ellos tenía cara de asesino”, nos dice Fonseca-Mandrake en la página 102.

En Crónica de sucesos se nos describen escuetamente 3 posibles informes policiales o periodísticos sobre casos de violencia. Muy breves e impactantes.

En Once de mayo, un viejo nos habla de la institución para ancianos en la que se encuentra recluido, de las vejaciones que él y los otros internos sufren y de un patético intento de rebeldía. El relato se convierte en metáfora de la lucha del individuo frente a las dictaduras.

En Comida en la sierra el domingo de Carnaval, entramos en el jardín de una casa de acaudalados, y asistimos a un episodio poético de rencor social.

En El cobrador, quizás el relato más brutal del conjunto, un psicópata se dedica a matar a casi cualquier persona con la que se cruza, preferiblemente de la alta sociedad, pues todos le deben cosas y él está dispuesto a cobrárselas: “Leo los periódicos, para saber qué es lo que están comiendo, bebiendo, haciendo. Quiero vivir mucho para tener tiempo de matarlos a todos.” (página 161).

El lenguaje de Fonseca es contundente pero no vulgar, su narrativa es rápida, nerviosa, su mirada está siempre en movimiento y consigue arrancar la esencia a cualquier personaje que focalice de una forma clara y que implica un gran derroche de vida. Una contundente reflexión sobre la violencia, las desigualdades, la vida, la literatura…
He comprobado hoy que en la biblioteca que frecuento en Móstoles tienen Agosto, la que la crítica apunta como su mejor novela. La acabaré leyendo.

miércoles, 27 de enero de 2010

La región inmóvil, por Tom Drury


451 Editores. 203 páginas, edición de 2009. Texto de 2006.

Encontré este libro en un rastrillo benéfico durante el pasado diciembre, su precio era de dos euros. En los últimos años me he mentalizado de la necesidad de no acumular libros; es decir, no comprarlos a no ser que vaya a leerlos inmediatamente, aunque estén a un precio muy bajo y me parezcan interesantes.

Según la contraportada, un desconocido -para mí-, Tom Drury es “uno de los grandes talentos ocultos de la narrativa estadounidense, por fin traducido al castellano”, y los Angeles Time dice que el libro tiene algo de los hermanos Grimm y algo de los hermanos Cohen.
Quizás lo que me decidió a llevármelo fue el hecho de que dentro había una carta de la editorial, imagino que dirigida a algún medio de comunicación, donde se dice que el Chicago Tribune había elegido al libro como mejor libro del año. (El ejemplar no había sido leído.)
También tenía curiosidad por leer algo de 451 Editores, una editorial nueva que ha ocupado pronto un gran espacio de mercado y de la que aún no había leído ningún libro. El volumen tiene un diseño interesante y su calidad de edición es alta.

La región inmóvil nos presenta a Pierre Hunter, un joven de 24 años, que tras realizar una carrera universitaria de ciencias regresa a su pueblo en el medio oeste, en Driftless Area (la Región Inmóvil), donde ya han fallecido sus padres, para trabajar como camarero en un bar-restaurante. Asistimos a episodios de la vida de Pierre, contados desde fuera y con abundancia de diálogos. Pierre parece un joven solitario y descentrado. El día de fin de año se emborracha en una fiesta en la que no se encuentra cómodo, sale a tomar el aire y al regresar se equivoca de casa e irrumpe en una fiesta en la que nadie le conoce. Una vez invitado a marcharse insiste en realizar un truco con monedas, que finalmente ejecuta con éxito, lo que no impide que el dueño de la casa haya llamado a la policía, que sea denunciado por allanamiento de morada y que tenga que acudir a un juicio que le condenará a asistir a charlas antialcohólicas.
Durante la descripción de esta extraña nochevieja se marcan algunos de los nudos de la novela: la fuerza del azar y el destino, y también en el parque al que ha salido a tomar el aire Pierre charla con un anciano. Durante la mitad de la novela, narrada en tercera persona, el texto se apega al personaje de Pierre, salvo en una página en la que el anciano anterior sale de escena y visita una casa en una colina. Allí conversa con una chica, y el anciano le dice que el que esperaba ha llegado. Yo seguía avanzando con el libro y volvía a esta página, me resultaba enigmática, se me evadía su significado.
La chica anterior, Estelle, salva de morir a Pierre en el lago helado al que ha caído, y empezarán a relacionarse.
Durante las primeras 100 páginas de la novela, seguimos a Pierre bebiendo y entrando en la fiesta que no es, conversando con su jefe o compañeros del bar donde trabaja, hablando con su abogado, asistiendo a las charlas antialcohólicas, relacionándose con la enigmática Estelle… y gravitando sobre estas escenas la página en la que el anciano le ha dicho a Estelle que tenían que encontrar al que le había conducido a aquella situación, lo que de algún modo se insinúa que va a conseguir Pierre.
El relato fluye durante estas primeras 100 páginas, o 5 capítulos, pero quizás quedan algo imprecisas las intenciones del autor, los temas sobre los que se sustenta la narración. El personaje se perfila por sus conversaciones, le vemos errar, y quizás no conseguimos penetrar en su psicología. Drury, como suelen hacer los escritores norteamericanos, compone escenas en las que posa su mirada sobre objetos o situaciones secundarias curiosas y de las que se desprende una poética propia, pero sin llegar al grado de intensidad, o epifanía, de Charles Baxter, por ejemplo.

En las otras 100 páginas la vida de Pierre se mezcla por casualidad con un tipo turbio que ha cometido un asesinato. Por la mera fuerza del azar y el destino (como en una película de los Cohen, tal vez), le acaba quitando una bolsa con más de 70.000 dólares y el tipo intentará dar con él. En esta parte la novela se acerca más al género negro, y me ha recordado a No es país para viejos de Cormac McCarthy, en su rapidez de escenas y diálogos.
Pero no queda únicamente en el género negro el giro que toma la novela, sino que de forma inesperada se adentra en el género de fantasmas. Uno de los protagonistas (no diré cuál) es el realidad una persona fallecida que ha vuelto al mundo de los vivos en el cuerpo de una persona que quedó en coma, y este hecho entronca con la extraña escena del anciano que visita a la chica de la colina en la primera mitad del libro.

El libro se lee rápido, está escrito con agilidad, su lectura ha sido curiosa, me ha resultado una mezcla de muchas cosas. Quizás le haya perjudicado, para que me hubiese acabado de gustar más, que he leído no hace mucho a Eudora Welty, Alice Munro o a Charles Baxter, quienes consiguen más cotas de hondura siguiendo la tradición norteamericana; aunque en estos casos sus intenciones eran más realistas, más analíticas de las relaciones humanas, y Drury se haya arriesgado en un terreno más complicado, lo que siempre es destacable. Esta novela podría ser la base de una buena película de los Cohen, al estilo de Fargo o El hombre que nunca estuvo allí.

domingo, 24 de enero de 2010

Piedras encantadas, por Rodrigo Rey Rosa



Editorial Seix Barral, 124 páginas. 1ª edición 2001.

Hace alrededor de una década, compré en una caseta de libros de segunda mano, en la avenida de Portugal de Móstoles, montada para conmemorar el día del libro, El cojo bueno de Rodrigo Rey Rosa, por el módico precio de 100 pesetas. Ni siquiera era un libro de segunda mano, tenía toda la pinta de ser un saldo, es decir uno de esos libros que las editoriales no venden y, tras una temporada en un almacén, finiquitan al peso con los libreros de segunda mano. Me sonaba el nombre de Rey Rosa, había encontrado críticas positivas de él en prensa, y aún así no fue hasta 2006 cuando leí ese libro, tras recoger los elogios que le dedicaba Roberto Bolaño en Entre paréntesis. El cojo bueno me sorprendió gratamente, en apenas 124 páginas le daba tiempo a Rey Rosa a diseccionar a la sociedad guatemalteca y a hablarnos de las inquietudes de un escritor (trasunto de él mismo) en Marruecos, conociendo a un admirado Paul Bowles.
Desde entonces, cada vez que en una librería de segunda mano me topo con un libro de Rey Rosa lo compro. Se ha ido convirtiendo durante el último lustro en uno de mis referentes de la nueva narrativa hispanoamericana. Es difícil que decepcione. Sólo me ha parecido un poco más flojo de lo habitual en él Caballeriza, y aún así tiene un primer capítulo soberbio. Quizás también sorprenden por extraños los cuentos del libro El cuchillo del mendigo, basados en tradiciones de su país y demasiado oníricos para mi gusto. En los relatos de El agua quieta ya empieza a mostrar una voz narrativa más reconocible y acorde con su obra posterior. Me gustaron mucho las novelas Cárcel de árboles / El salvador de buques, Lo que soñó Sebastián y La orilla africana (ésta ambientada en Marruecos).

A este último grupo de novelas sumo Piedras encantadas. Otra novela corta, apenas 124 páginas -encontrada, esta vez, por 7 euros, en uno de los tenderetes frente a las casetas de la cuesta de Moyano-, en la que Rey Rosa tiene capacidad para diseccionar a casi todos los estamentos de la sociedad guatemalteca.
En ella, como en casi toda su producción, nos encontramos con un personaje desencantado, en cierto modo solitario o aislando, capaz de vislumbrar el trasfondo de violencia y corrupción de la sociedad donde vive, y de la que parece evadirse a través de la reivindicación de una literatura europea que suele quedar fuera de contexto en su entorno. En Piedras encantadas la presencia de este personaje central queda un poco más desdibujada que en otros libros, dado que aquí cobra más importancia que otras veces la composición coral en personajes del texto.

Joaquín, perteneciente a la clase alta guatemalteca, ha regresado de España a su país. La novela comienza la mañana en que recibe en su casa la visita de Armando, un amigo que le trae marihuana de la ciudad de Cobán, donde vive. Armando acaba de atropellar a un niño en el centro de la ciudad y ha huido sin socorrerlo por miedo a lo que pueda ocurrirle. “Guatemala. La pequeña república donde la pena de muerte no fue abolida nunca, donde el linchamiento ha sido la única manifestación perdurable de organización social” (página 9).
Desde la primera página de Piedras encantadas se filtra una de las ideas principales de la obra de Rey Rosa: la violencia y la corrupción como los cánceres que corroen a todos los estamentos de la sociedad de su país, así como la casi imposibilidad de redención. La visión de Rey Rosa es lúcida, desapasionada, negativa: “Los guatemaltecos eran el resultado de una mezcla de dos (o tres) pueblos, en la cual los elementos negativos de cada uno se combinaban para excluir sus virtudes” (paginas 41-42).
Armando va a visitar a un prestigioso abogado para pedir consejo y acaba abandonando su coche acusador en el garaje de la casa de Joaquín. Quién a su vez, decide tomar este hecho como una señal para regresar a España, aunque antes quiere declararse y pedirle que se vaya con él a su prima Elena.
Joaquín aún tendrá que vérselas con un detective privado, que nos acercará hasta la madre del niño atropellado (un huérfano de 6 años, traído a Guatemala desde Bélgica), y a sus conflictos con su ex marido, ambos pertenecientes a la alta clase social del país, por lo que el asunto del atropello se complica.

Elena trabaja en un periódico, Joaquín piensa que ella puede saber algo o también puede que él acabe hablando de más sobre Armando. “Aunque fuera cierto que prácticamente nadie leía prensa en Guatemala (el 0,7% de la población), que los periódicos no habían hecho nunca ninguna diferencia, pues todo el mundo sabía que estaban vendidos (aun El independiente)” (página 85).

Nuestro Gran Palacio Nacional (…). Dicen que en uno de sus sótanos hay una máquina IBM gigantesca, que trabaja día y noche sin descanso. Baraja toda suerte de datos, elabora fichas periódicamente, clasifica fotos y videocintas, describe relaciones y lugares, hace diagnósticos y recomendaciones. Unos treinta mil informantes trabajan para alimentar al monstruo” (página 94-95), y así se extiende dos páginas hablando del estado policial que Rey Rosa considera que es Guatemala.

Por la novela desfilan las clases altas, y también los niños mendigos de la calle. En la novela aparecen avezados confidentes policiales de 5 años. El título Piedras encantadas hace referencia al nombre de una peligrosa banda de niños delincuentes. “-Mira. Las piedras –dijo Elena. / -¿Qué piedras? / -Las piedras encantadas. / -Entonces mejor vámonos, no vengan y decidan que te tienen que violar. / -Pero si son niños. / -Hnm.”. He transcrito una conversación que Joaquín y Elena mantienen en la página 122. En la misma página se acaba concluyendo que lo mejor sería irse de allí (esa calle, ese país) a cualquier parte.

Una novela dura, desencantada, intensa, que basa su fuerza en el poder elíptico de la insinuación, y que como siempre me ha dejado con ganas de haber podido entrar más a fondo en la vida de los personajes (lo que debe conseguir toda buena novela), y como remedio la decisión de seguir buscando los títulos del guatemalteco en las librerías de segunda mano. Su última novela, El material humano, la ha sacado Anagrama y no Seix Barral. Ahora es una novedad, no sé si lograré esperar a que, incompresiblemente, los lectores españoles la desprecien y pueda comprarla de saldo.

jueves, 21 de enero de 2010

La hija del optimista, por Eudora Welty


Editorial Impedimenta. 222 páginas. Editado en 2009, texto de 1972.

Hace años hojeé un libro de relatos de Eudora Welty. Lo vi en la librería Antonio Machado -al lado del Círculo de Bellas Artes-, y lo tomé en las manos. Encontraba en el volumen una peculiaridad: era un libro de Anagrama y no me sonaba la autora (me debo de saber casi de memoria el catálogo de Anagrama). Y me he decidido ahora a leer esta novela, tras haberme topado asiduamente con el nombre de la autora en prensa o internet. Se ha estado llevando a cabo un relanzamiento de su obra en España durante las últimas temporadas: Lumen ha editado sus Cuentos completos, e Impedimenta lanzó en 2009 esta novela, La hija del optimista, escrita en 1972 -premio Pulitzer de 1973-, que ya va por la tercera edición, y que incomprensiblemente no había sido traducida nunca al español.

La trama es aparentemente sencilla: el retirado juez Mckelva, de 71 años, del pueblo de Mount Salus en el estado de Mississippi, tiene problemas en los ojos. Visita a un amigo oftanmólogo en Nueva Orleans acompañado de su hija Laurel, de unos 50 años, y su segunda esposa, Fay, de unos 40 años.
El juez no parece recuperarse de la operación a la que es sometido y en unas semanas muere en el hospital de Nueva Orleans. En Mount Salus les esperan a las dos mujeres, que regresan con el cadáver, todos los conocidos de los padres de Laurel (su madre ha fallecido una década antes), para acompañarlas en el velatorio del muerto y el entierro.
Fay regresa unos días con sus familiares a Texas y Laurel se queda en su antigua casa familiar hasta que tres días después vuele a Chicago, donde reside sola (es viuda, su marido murió en la Segunda Guerra Mundial).
La tensión entre las dos mujeres es evidente desde el principio. Fay es arrogante, impertinente y sabe que no es bien recibida en Mount Salus, donde piensa quedarse para continuar con su vida. Laurel siente que esa presencia mancilla el recuerdo de su madre y su propio sentido de la pertenencia a la casa familiar, que va a dejar de ser un lugar al que poder volver.

Por lo que he leído, se vincula el nombre de Welty a la tradición de escritores sureños en Estados Unidos, a William Faulkner, Truman Capote, o Carson McCullers. Buscando estas referencias he leído la novela. De los tres escritores diría que a quien más me ha recordado ha sido a Capote. Como él, Welty se vuelca en la sutilidad de la descripción de detalles y logra definir a los personajes a través de los objetos sobre los que posan la vista.
La 2ª parte del libro, formada por la escena del velatorio, me ha parecido un prodigio de composición coral, culminado por la sutilidad de la descripción del entierro.
“La mirada de Laurel fue de un lado a otro entre las estelas que señalaban las tumbas de los McKelva. Fue entonces cuando vio la camelia favorita de su padre, la Chandlerii elegans, antigua y ya pasada de moda, que él mismo había plantado junto a la tumba de su mujer: ahora ya era casi tan grande como un poni, y estaba cargada de flores vivas y muertas, y permanecía erguida sobre una alfombra marchita formada por sus propios pétalos”, escribe Welty en la página 120.

Lo más curioso de mi búsqueda de antecedentes literarios de Welty ha sido toparme con la presencia embrionaria de sus seguidores. Hay una escena bellísima en la 4ª parte de la novela en la que Laurel evoca su amor por su marido muerto, trasladando su recuerdo a la visión conjunta de la confluencia de dos ríos desde un tren, en la que he sentido latir la prosa de Richard Ford (en su novela Incendios describe una escena de una forma bastante similar), y también he visto la forma que tiene luego Raymond Carver de connotar a los objetos de significado y cargarlos de amenazas (algo, por otro lado, muy común en la sutil escuela de creación literaria norteamericana).

Una novela espléndida sobre los lazos familiares y el paso irrevocable del tiempo, que me ancla el nombre de Eudora Welty dentro del canon de la literatura norteamericana.
Lo único extraño de este libro es que se hayan tardado casi 40 años en acercarlo al público español. La edición de Impedimenta está muy cuidada, un lujo de libro.

domingo, 17 de enero de 2010

Narrativa completa, Volumen II, por H. P. Lovecraft


Editorial Valdemar. 953 páginas. Edición de 2007 sobre textos de 1927-37.

La primera vez que leí un libro de Lovecraft fue exactamente en julio de 1990, cuando tenía 16 años. Llegué a él a través del prólogo que escribió Stephen King para uno de sus libros, El umbral de la noche. Pobre Stephen King, me habló de Lovecraft y me olvidé de él por su mentor de Nueva Inglaterra. Durante los dos años siguientes leí unos cuantos de los libros de Lovecraft en las ediciones baratas de Alianza. Se convirtió en uno de mis autores favoritos.
Más o menos, los mismos días que conocí a Lovecraft fueron los que comencé a escribir. Siempre había creído, a los 12 ó 13 años, cuando la decisión ya estaba tomada en firme, que escribiría novelas y que aún pasaría bastante tiempo hasta que me sintiese preparado para hacerlo; mientras tanto leía libros y usaba el diccionario para enriquecer mi léxico. Pero tras leer un libro de Stephen King llamado Historias fantásticas, a los 15 años, la decepción fue tan grande que pensé que relatos como esos los podía escribir sin problemas. Empecé a escribir relatos, pero no sin dificultades, y aunque los relatos de Historias fantásticas eran bastante flojos no conseguí acercarme ni de lejos.
Lovecraft fue el primer escritor que me hizo fijarme en el estilo, aunque en sus relatos no había mucha acción, -ni sangre, para ser “terror”- a través de la ordenación de las escenas y las frases conseguía crear una atmósfera que llenaba las páginas y las expectativas del lector. Imitando su estilo conseguí uno de mis primeros “éxitos literarios”: gané el concurso de relatos del colegio en 3º de BUP, mi cuento se llamaba Sobre arqueólogos y saqueadores de tumbas (el título lo había fusilado de Ernesto Sábato). Leo ahora ese relato y me entra la risa: ese sabio arqueólogo que busca los restos de una civilización perdida en Perú y un saqueador de tumbas le previene de lo que el hombre no debe sacar de la tierra, de esos misterios del cosmos que es mejor que la humanidad desconozca. El premio fueron 7.000 pelas del año 1991, lo que no está mal. Al menos 5.000 tenía que haberlas arrojado sobre la tumba de Lovecraft en Providence.

Hace dos veranos, leí el Volumen I de la Narrativa completa de Lovecraft editado por Valdemar. Lo disfruté bastante, pero tras leer este Volumen II tengo claro que lo mejor de la producción de Lovecraft pertenece a la última década de su vida.
El Volumen I contenía, incluso, relatos escritos por Lovecraft a la edad de 8 ó 9 años, que más que interesarle a la historia de la literatura deberían hacerlo a la de la psiquiatría (qué niño más siniestro); en él también hay relatos ya de gran madurez. Me gustaron mucho La música de Erich Zann, El miedo que acecha, Las ratas en las paredes, La casa evitada o La llamada de Cthulhu. Todos estos cuentos eran para mí relecturas.

En el Volumen II las historias se hacen más largas (hay incluso dos novelas y al menos una novela corta), las tramas más trabajadas y el estilo más contenido (dentro de que Lovecraft se puede contener). Lo que más me ha sorprendido es que, aunque Lovecraft es uno de mis autores referentes de la adolescencia, no había leído gran parte de lo que desde ahora considero lo mejor de su producción.
El Volumen II comienza con la novela El caso de Charles Dexter Ward, que revisando mi biblioteca lo tenía en la edición de Alianza, pero que no había leído. Creo que ese libro lo compré de segunda mano en la cuesta de Moyano, pero lo dejé sin leer cuando entre los 19 y 20 años abandoné la ciencia ficción y el terror por el realismo. Hace tres años volví casi de casualidad a la literatura de género con un libro de Philip K. Dick (mi otro gran ídolo adolescente) y comprobé que toda la pasión seguía intacta. Dick me parecía tan buen escritor como lo había sentido a los 16, aunque había tenido miedo de experimentar una decepción. Y desde entonces he retomado esporádicamente los géneros con los que crecí; incluso me siento orgulloso de comprobar que de forma intuitiva, sin ser supervisado ni recoger las recomendaciones de nadie, me acerqué a dos escritores de los más complejos, extraños y fascinantes del siglo XX. Leí un poco antes a Stephen King y a Isaac Asimov y no me quedé con ellos, sino que los sustituí por H. P. Lovecraft y Philip K. Dick.
Con Dick abrí este camino adulto del retorno a la adolescencia y creo que con el Volumen II de la Narrativa completa de Lovecraft lo he casi culminado.

En El caso de Charles Dexter Ward, Lovecraft consigue dar una vuelta de tuerca magistral a los elementos del terror gótico y los reinventa, con una trama compleja desde los planos intercalados del presente narrativo y el pasado de su ciudad, Providence. En cierto modo esta novela es una declaración de amor a su ciudad.
Me dejé este Volumen II para estas navidades, quería intentar leerlo en las vacaciones de profesor, su grosor y su peso lo hacen incómodo para leerlo en el metro, sobre todo cuando me toca ir de pie, que suele ser la mitad de los días. Creo que sólo me faltó una linterna para leer El caso de Charles Dexter Ward en la cama. Es cierto que en la supuesta escena más terrorífica se me escapó una carcajada. Sabía exactamente cómo iba Lovecraft a resolver la escena: eludiendo la descripción del monstruo y con un desmayo del protagonista, pero la ambientación era tan buena, el avance de la trama tan original…
En general es cierto que Lovecraft abusa de ciertos convencionalismos en sus relatos: su prosa se desborda de epítetos innecesarios para remarcar el carácter siniestro de las escenas (una horrorosa mañana, un malsano olor, una luz de pesadilla, un rostro demoniaco…); que casi todos los relatos están narrados por un único personaje (masculino) y que prácticamente no hay otros, y que este narrador nunca acaba de creerse lo que le ocurre, lo que permite al lector ir siempre por delante de él en la compresión de lo acontecido; que no sabe crear un personaje femenino; que elude la acción en las escenas claves con un desmayo, con una observación a la distancia del protagonista del terror del monstruo, una visión tan perturbadora que nunca puede describírnosla… pero, parafraseando el discurso que oí de César Aira titulado ¿Cuándo le podemos perdonar a la novela?, me digo ¿qué no le puedo perdonar a Lovecraft?, cuando es un escritor que ha conseguido conquistar de forma tan segura un mundo propio autorreferente, envolvente, fascinante, cuando ha conseguido abrir las puertas de mi mente a abismos subconscientes de terror cósmico, insondable…

Me han gustado también mucho otros relatos largos que conocía pero no había leído, como El horror de Dunwich, La sombra sobre Innsmouth, El que susurra en la oscuridad o Los sueños de la casa de la bruja (este último sí era relectura).
He releído también En las montañas de la locura, novela que había leído de adolescente y que en su momento no cumplió con mis expectativas. En ella se narra el viaje científico de una expedición a la Antártida y la civilización arcana que descubren allí. En su momento me pareció que el relato se demoraba demasiado en la descripción, a través de la lectura de grabados, de la historia de esa civilización. Esta vez el texto me ha parecido más evocador y me ha gustado más (hay un proyecto cinematográfico de Robert Rodríguez, no sé si cuajará). De esta novela me gustaría resaltar un párrafo final: “Es absolutamente necesario, por la paz y seguridad de los hombres, que no turbemos ciertos rincones oscuros de la Tierra y ciertas profundidades no sondadas, no vaya a ser que despierten a una vida renacida anormalidades y pesadillas que perviven de manera blasfema, y salgan de sus negras madrigueras, chapoteando o contorsionándose, a emprender nuevas y más vastas conquistas” (página 482), supongo que en estas palabras queda resumida la cosmogonía del universo lovecraftniano (y que yo bien había asimilado en aquel relato primerizo Sobre arqueólogos y saqueadores de tumbas)

Resalto otro párrafo de El caso de Charles Dexter Ward: “Los doctores Peck, Waite y Lyman no estaban dispuestos a conceder mucha importancia a la extraña correspondencia del joven Ward, porque sabían la propensión a asociarse de los que comparten excentricidades y manías, y creían que lo único que había pasado era que Charles o Allen había dado con un colega expatriado, quizá alguien que había visto la escritura de Orne y la copiaba en un intento de fingirse la reencarnación del desaparecido personaje” (página 138). Un Ward que ha renunciado a la idea de ir a la universidad para encerrarse en su casa a estudiar libros antiguos, algo muy similar a lo que hizo el propio Lovecraft, quien a pesar de ser un niño con rasgos de superdotado, renunció a los estudios superiores y se enclaustro en su casa de Providence durante 5 años, el periodo de sus 18 a los 23. Y que cuando empezó a ser reputado en el mundo de las revistas pulp se relacionaba con sus mejores amigos por carta, escritores de género fantástico a su vez; y en esos nigromantes encerrados en sus casas estudiando libros malsanos he visto una transfiguración del propio Lovecraft, Robert. E. Howard, August Derleth, Clark Ashton Smith o el más joven (y seguramente más espabilado) Robert Bloch. El llamado Círculo de Lovecraft: tipos extraños, creadores de mundos fantásticos que a la larga, y después de su muerte, han dado mucho dinero a otros, con adaptaciones cinematográficas o venta de libros, pero en su momento imposibilitados para la vida real.
También he leído en clave autobiográfica todas las referencias borgianas (ya hablé en este blog de la relación entre Borges y Lovecraft) a bibliotecas y libros perdidos o prohibidos. En su última novela, La sombra de otro tiempo, la mente de un hombre es ocupada por un ser venido del pasado más remoto de la Tierra, y su mente es trasladada a esa época durante 5 años, que luego recordará como sueños. Allí, en aquella época remota, el protagonista, en el cuerpo de un ser cónico con tentáculos, se dedica a escribir sobre su vida rodeado de otros seres de físico similar al suyo pero con mentes transportadas de otras épocas y lugares del espacio… un trasunto tal vez del propio Lovecraft creando los mitos de Cthulhu o de Howard escribiendo las crónicas de Conan… en cuerpos extraños, asexuados, en épocas que no logran comprender, aislados, pero escribiendo sobre su experiencia y su fuga de su propia época.

Algunos cuentos que son meras descripciones de sueños no me han gustado, como Gente muy antigua o El clérigo malvado. Lovecraft daba mucha importancia a sus sueños, pero creo que su mera trascripción no compone un buen relato. Tampoco me ha gustado A través de las puertas de la llave de plata, que es una continuación de relatos del Volumen I (del llamado ciclo de Radolph Carter), escrito reelaborando un texto de otro escritor, E. Hoffmann Price, que continuó un relato de Lovecraft. Quizás este ciclo de Radolph Carter sea lo que menos me gusta de la obra de Lovecraft porque aquí deja volar su imaginación sin ataduras, y las páginas avanzas describiendo unos hechos o a seres fantásticos sin control, sin medir los efectos buscados, sin ordenación previa del texto.

He echado en falta al menos un relato en esta Narrativa completa: En los muros de Erix, leído en el libro de Alianza El clérigo malvado, un cuento de ciencia ficción que recuerdo muy bien porque en el verano de 3º de BUP a COU lo fusilé en mi primer intento de escribir una novela, que se quedó en unas 60 caras manuscritas, con mi letra grande y fea. Ese relato es una colaboración con un tal Kenneth Sterling, y supongo que habrá habido un problema de derechos.

He dejado para el final hablar del relato El color del espacio exterior, lo mejor del libro, lo mejor (a mi juicio y el del propio Lovecraft) del escritor de Providence. 36 páginas en las que esta vez sí, Lovecraft consigue contener el estilo y condensar todos sus temas sobre el terror cósmico surgido del espacio, fuera de cualquier contesto religioso, un terror amoral, destructor… Ya lo había leído, no recordaba que fuese tan bueno. Uno de los mejores relatos fantásticos que he leído nunca; es más, uno de los mejores relatos que he leído nunca, a secas. Se publicó por primera vez en 1927 en la revista Amazing Stories y su director, Hugo Gernsback (inventor del término “ciencia ficción”), sólo pago por él 25 dólares a Lovecraft, quien se refería a él como “Hugo el Rata”. ¿Hugo el Rata, te pregunto a través de eones de tiempo, cómo pudiste pagar sólo 25 pavos al tirado de Lovecraft por esta maravilla, cuyo logro puede redimir la vida de cualquier escritor? Lovecraft nunca vio editado un libro con su nombre, nunca logró salir del circuito de las revistas pulp, salvo en una edición muy cutre de La sombra sobre Innsmouth de 500 ejemplares llenos de erratas, de los que se vendieron 150, y de la que Lovecraft se avergonzaba.

Tengo que leer una biografía de Lovecraft, es uno de los escritores más extraños de todo el siglo XX (y puede que de algún siglo más): ¿cómo sería esa renuncia a Nueva York, su divorcio y la vuelta a su natal Providence para vivir encerrado en la casa familiar con dos tías, y malviviendo escribiendo relatos que le podían aceptar en una revista o no, alimentándose de lo más barato?

Una breve mención aparte merecen las 150 páginas de notas del volumen. Cuando empecé a leer El caso de Charles Dexter Ward, las notas me abrumaron. La lectura del texto era continuamente interrumpida por llamadas de atención en las que se explicaba la historia de cada edificio de Providence que Lovecraft cita en la novela. Me las tuve que empezar a saltar, hasta que detectaba alguna que me pudiera interesar. Las que me más me gustan son las primeras de cada texto, en las que se habla de cuándo fue escrito el relato y cuándo se publicó y en qué condiciones. La mejor nota es una referente al relato Historia del Necrononicom, en la que se afirma que, según Joan C. Stanley, Miguel de Cervantes, cuando estaba preso en Argelia, tradujo el libro inventado por Lovecraft del árabe al castellano. Claro, me dio la risa. Qué grande eres Joan C. Stanley, ¿en qué universidad das clases de Literatura Americana?

Supongo que si alguien ha conseguido leer esta entrada hasta aquí se habrá percatado que esto más que una reseña es una declaración de amor adolescente.
¿Quién no ha querido alguna vez asistir a las clases de la universidad Miskatonic de Arkham, y poder leer en su biblioteca las página malditas del Necronomicom del árabe loco Abdul Al Hazred?

martes, 5 de enero de 2010

El relato realista, poético y epifánico

Acabo de dejar un comentario en un blog (concretamente en el de Hilvanes y relates) donde su administradora afirmaba que no le gustaba el relato, pero tenía en casa una edición del Círculo de Lectores que reúne los tres principales libros de relatos de Roberto Bolaño: Llamadas telefónicas, Putas asesinas y El gaucho insufrible. Disfrute en gran medida de la lectura de estos tres libros hace unos años, he releído alguno de sus relatos y estoy pensando en releerlos enteros.
Recomendé a la administradora del blog que leyera, al menos, Sensini, el primer cuento de Llamadas telefónicas, uno de mis relatos preferidos a nivel absoluto. Ella lo ha hecho y afirma ahora que ese relato le ha gustado mucho.

Esto me ha llevado a pensar que el género del relato sigue estando infravalorado en España. Creo que si yo hubiera prescindido de él, me hubiese perdido algunas de mis mejores experiencias como lector -me cuesta encontrar novelas que me hayan emocionado más que Tres rosas amarillas de Carver, por ejemplo-; y el hecho de que alguien afirme que no le gusta el relato como género, pero lee Sensini y le encanta, pienso que es debido a que no ha dado con los libros adecuados (yo también afirmaba, hace bastantes años, que no me gustaba leer poesía hasta que me encontré con las Obras Completas de Juan Luis Panero).
He dejado en "Hilvanes y retales" una lista orientativa de los libros de relatos que más me han gustado como lector. Y se me ha ocurrido dejarla en mi propio espacio.
He seguido el criterio de centrarme en la corriente literaria a la que Sensini y los relatos de Bolaño pertenecen: el relato norteamericano realista, poético y epifánico. En otra entrada podría hablar del relato fantástico, de ciencia ficción o de terror, pero aquí voy a hablar de éste:

Dejo las referencias de los tres autores de este tipo de relato que más me han marcado:

Tres rosas amarillas, Catedral, de Raymond Carver.
De regreso al mundo, Cazadores en la nieve de Tobias Wolff. (Ahora hay de él un recopilatorio muy interesante: Aquí empieza nuestra historia).
Rock Spring, de Richard Ford.

Y dejo unas referencias más que no desmerecen a los anteriores:

El amor de una mujer generosa, de Alice Munro
Pájaros de América,
de Lorrie Moore
Los boys,
de Junot Diaz
Cuentos reunidos,
de Sherwood Anderson
Cuentos completos,
de Ernest Hemingway
El indio más duro del mundo,
de Sherman Alexei
Viaje de invierno,
de Charles Baxter
Idiotas primero,
de Bernard Malamud

La geometría del amor, de John Cheever
Siempre es medianoche,
de Hanif Kureishi (es inglés)

De españoles que cultivan esta tendencia destacaría:
Como una historia de terror, de Jon Bilbao, una novedad, de 2008, que me encantó.
El corazón y otros frutos amargos, de Ignacio Aldecoa, el que dice la crítica que es el mejor libro de relatos publicado en España en el siglo XX.

De hispanoamericanos: los cuentos de Juan Villoro o Rodrigo Rey Rosa.

Y por supuesto, habría que mencionar a la fuente de todos los autores anteriores: Anton Chejov. Muy recomendable la selección de sus cuentos que hizo Richard Ford.

domingo, 3 de enero de 2010

27 paraguas, por Estelle Talavera Baudet



Editorial El problema de Yorick. 2008, 83 páginas.

El primer poemario de Estelle Talavera se abre con una cita de Baudelaire: “…lo absurdo instalándose en la inteligencia y rigiéndola como una lógica espantosa…”, un aviso de lo que nos vamos a encontrar leyendo sus poemas.

Si el mundo puede ser visto como un gran teatro, Estelle Talavera ha decidido verlo como un gran circo. Así el primer poema se titula Escenas circenses (por pasos), a través de estos versos iniciales el lector penetra en un mundo distorsionado, donde la lógica habitual de las cosas y los sentidos van a quedar atrás. Sin embargo, en la página 34: “El circo pasó de largo / con su triste melodía”, el circo además de una metáfora del desorden podrá ser también símbolo de una alegría evadida.
En el tercer poema, Coger el mundo por los pies, el juego simbólico del circo cobra su sentido más hondo: los poemas de este libro van a tratar de subvertir el orden del mundo: “Si al mundo se lo cogiera por los pies, cabeza abajo, / la línea separaría el cielo mar del mar cielo”, “los brazos serían barcos, los pájaros moluscos” (página 23), una declaración de intenciones audaz que va a configurar el modo de acercarse a los poemas en las páginas siguientes. En ellas nos vamos a encontrar con este mundo dado la vuelta, donde lo submarino se ha convertido en tierra firme, en múltiples referencias metafóricas:”Yo retrocedo en barca desde mi escondite” (pág. 58), “Asomarse a la ventana con los ojos rojos, cavernosos, de erizo, ojos de calamar” (pág. 64)

El amor será uno de los temas predominantes del libro, con versos que suponen una celebración pero también una extrañeza frente a su capacidad para confundirnos y nos ponen en guardia ante su fragilidad, “Lo que me conduce a ti son mis feas noches”, se dice en la página 70. En el desarrollo de esta temática destacaría Sigues bailándome (Pag. 41), uno de los poemas que más me ha gustado, donde se reflexiona sobre el amor a través de la visión de la ropa tendida del amante.
En otros poemas el sujeto narrativo cede la voz a personajes más o menos anónimos o marginales, la bailarina callejera, la mujer que cena sola… destacaría el poema Tango (Página 60-61); o también pueden ser los mismos objetos los que tomen la voz en el poema como Poderoso Candado (pág. 74)

Y, por supuesto, también nos encontramos aquí con la simbología del paraguas: “un paraguas feo y viejo sobre mi cabeza. / Parada en el quicio de la ventana, feliz de pensarte” (pág. 31) del poema Sobrevolando en paraguas. Un paraguas como una absurda protección al usarlo dentro de casa, un refugio inútil frente a tormentas interiores. “No tengo guantes con que agarrar las cosas, / sino un sinfín de paraguas: veintisiete / para no mojarme, para no mancharme, / para no caer de bruces. / Paraguas para impermeabilizar la lluvia, la risa (…)” (pág. 83)

Un primer poemario interesante, fresco, surrealista, con múltiples destellos; y, buscando el mejor adjetivo que lo defina, este es el que encuentro: sugerente.