domingo, 29 de noviembre de 2015

Lilít y otros relatos, por Primo Levi

Editorial El Aleph. 286 páginas. 1ª edición de 1971, ésta es de 2002.
Traducción de Bernardo Moreno Carrillo

Después de releer la llamada Trilogía de Auschwitz (Si esto es un hombre, La tregua y Los hundidos y los salvados), me apeteció seguir con la relectura de Primo Levi (Turín, 1919 – 1987) y tomé de mis estanterías este libro de relatos, la primera vez que me acerqué a este libro debió de ser hace unos trece o catorce años. Me acordaba de algunos de sus cuentos más significativos y había olvidado otros por completo.

Lilít y otros relatos está dividido en tres partes.
La primera se titula Pretérito perfecto y está formada por doce relatos. Todos ellos son testimoniales. Primo Levi vuelve en 1971 la mirada atrás para relatarnos nuevos detalles de su experiencia en Auschwitz; son cuentos breves, de anécdota esencial, prosa afilada y finales contundentes. Así, en el primero, titulado Capaneo, se relata el breve encuentro que Levi tiene durante una alarma aérea en un escondrijo el campo de concentración con Valerio, un preso italiano con escasos recursos para sobrevivir, y Rappoport, de origen polaco, pero que había estudiado la carrera de medicina en Posa, y tenía simpatía por lo italianos. Este se dice de Rappoport: “Vivía en el campo de concentración como un tigre en la jungla: abatiendo y despojando a los más débiles y evitando a los más fuertes, presto para corromper, robar, darse de puñetazos, salir de aprietos, mentir o camelar, según las circunstancias. Era, pues, un enemigo, pero ni vil ni desagradable.” (pág. 13). Rappoport era lo que Levi llama “el hombre del Lager”, aquel ser humano que ha conseguido olvidar las reglas de la civilización y se ha convertido en un luchador por la supervivencia. Rappoport dice: “Si estuviese libre, me gustaría escribir un libro exponiendo mi filosofía; pero, por ahora, no me queda más remedio que referirla a vosotros dos, pobres diablos. Si os sirve, buen provecho; si no, y si lográis escapar y yo no, lo que sería bastante raro, podréis difundirla por ahí, y tal vez le sea útil a más de uno.” (pág. 16)
Como ya dije, cuando uno lee el testimonio de los supervivientes de Auschwitz, esa narración de circunstancias extremas que es mezcla de suerte, audacia e inteligencia que les llevó a sobrevivir y dar testimonio, uno tiene la impresión de encontrarse ante héroes clásicos. Y así, de nuevo, será el culto y no el bruto, el aparentemente débil y no el fuerte el que sobreviva para contarlo, y es en el último párrafo cuando un escalofrío recorre la espalda del lector: “Dos días después, el campo fue evacuado en las espantosas circunstancias que todos conocen. Me sobran razones para suponer que Rappoport no sobrevivió: por eso he creído un deber llevar a cabo, de la mejor manera, la tarea que me fue encomendada.” (pág. 18)

El cuento de Lilít es significativo: en él también se recuerda un momento de calma en el Lager. Llueve y se ha suspendido la tarea. Levi se refugia en un tubo con el Tischler, quien le relata una historia religiosa, entreverada de mito y leyenda; y el ateo Levi quiere recogerla aquí para que no desaparezcan los mitos populares de un pueblo: “Es una paradoja que el destino haya escogido a un epicúreo para repetir esta fábula pía e impía, entramada de poesía, de ignorancia, de agudeza temeraria y de esa tristeza incurable que crece sobre las ruinas de las civilizaciones perdidas.” (pág. 34)

El cuento El prestidigitador se adentra en la “zona gris” -esa espacio de claroscuros donde es difícil hacer distinciones demasiado precisas entre el bien y el mal- para retratar a un Kapo alemán, un preso común, que decide no denunciar a Levi al descubrirle escribiendo una carta, denuncia que le habría acarreado la muerte.
El gitano nos habla de la relación de Levi con un gitano de origen español, que no sabía escribir, y que le pide que le escriba una carta para su novia, en un extraño día en el que los nazis les dicen que pueden escribir cartas, y los prisioneros sospechas que es sólo para mostrarlas ante organismos internacionales. Cartas que nunca llegarán a su destino.

Hay dos cuentos, los titulados La historia de Abrón y Cansado de ficciones que parecen cuentos escritos al más puro estilo de Jorge Luis Borges. En ellos se cumpliría el precepto de este último cuando apuntaba que un buen cuento debe ser como una novela resumida. De hecho, son cuentos que amalgaman el testimonio de sus protagonistas, dos judíos que huyen del nazismo, viajando por Europa, viviendo peripecias casi inverosímiles. Sobre todo el segundo (no sólo en el título) parece un claro homenaje a Borges, y no sé, tampoco, si el homenaje es de Levi o de la realidad, empeñada en imitar un cuento de Borges. En Cansado de ficciones además de narrarse el resumen de un testimonio y estar completado éste con una entrevista oral, se nos habla de un joven judío que consigue atravesar Europa disfrazado de chico de las juventudes hitlerianas, y llegar hasta Israel, donde el servicio secreto británico lo encarcelará por no creer su historia. Un juego de espejos, el cuento del traidor y del héroe en la realidad.

Quizás los dos cuentos que más me gustan de esta sección sean El regreso de Cesare y El regreso de Lorenzo. Los dos completan, de forma directa, información sobre algunos de los protagonistas de la Trilogía de Auschwitz. El primero entronca con La tregua, cuando los italianos ya están en el tren que les va a llevar a Italia y Cesare se cansa de esperar, deja el tren y se dirige a Bucarest porque se ha propuesto llegar a Italia en avión. Y esta es la historia de cómo lo consiguió, aunque eso sí: más tarde que los que se fueron en tren. Esta es una narración picaresca, que enlaza con el tono burlesco de La tregua. Lo contado en El regreso de Lorenzo, personaje de Si esto es un hombre, es más dramático y emotivo. Lorenzo era el trabajador libre que le conseguía comida a Primo Levi y a su amigo Alberto, y gracias al cual Levi pudo sobrevivir. Después del fin de la guerra, Primo Levi busca a Lorenzo y lo encuentra: es un hombre derrotado, prácticamente un mendigo que ha perdido la ilusión de vivir, alguien “que no era un superviviente, murió de la misma enfermedad de los supervivientes.” (pág. 93)

El cuento El rey de los judíos recrea una anécdota ya contada en Los hundidos y los salvados, y diría que incluso con las mismas palabras.

Los cuentos de esta primera parte me parecen soberbios. No sólo por su valor testimonial sino porque además están muy bien escritos, y son muy recomendables para alguien que haya leído la Trilogía de Auschwitz.

La segunda parte del libro se llama Futuro anterior y está formada por quince cuentos. Son narraciones de ficción y en la mayoría de los casos de corte fantástico. Destacaría un cuento como Los gladiadores, que podría estar encuadrado casi en la ciencia ficción, pues recrea un coliseo moderno en el que unos nuevos gladiadores pelean a muerte con conductores de coches. También me gusta el cuento histórico «Querida madre», sobre un soldado del Imperio Romano en Britania. Algunos son bastante imaginativos, como Disfilaxis, en el que los animales o las plantas se pueden mezclar genéticamente con los humanos. En otros los protagonistas son seres inventados como en Los constructores de puentes, o se da la palabra a animales, como las sanguijuelas, en Las hermanas del pantano. A veces los protagonistas son más mundanos, como un conductor de autobús, obsesionado con el funcionamiento de su cuerpo, de Autocontrol.
Algún cuento -como el primero, Una estrella tranquila- es demasiado abstracto, y me parece un cuento sencillamente aburrido.

Yo ya lo sabía (esta es una relectura), pero no deja de ser llamativo que el autor testimonial que es Primo Levi, alguien capaz de haber escrito algunos de los libros más esenciales del siglo XX, con reflexiones sobre los seres humanos tan agudas, baje tanto de nivel al adentrarse en la ficción. No es que los cuentos de esta segunda parte sean horribles, pero son cuentos carentes de un gran brillo literario. Parecen escritos por una persona diferente a los cuentos de prosa afilada y de verbo esencial de la primera parte. Escritos a dos niveles diferentes. Al final de Si esto es un hombre, el propio Levi afirma que si no llega a ser por la experiencia de Auschwitz no hubiera sido un escritor.

La tercera parte se titula Presente de indicativo y está formada por nueve cuentos, algunos de ellos más largos que los de la segunda parte. Este tercer bloque me ha gustado más que el anterior. Las historias son realistas y más centradas en una época actual y un entorno más reconocible. Me ha gustado El valle de Guerrino, sobre un pintor de murales en exteriores, que parece la evocación de una persona real. Están bien La joven del libro y Huéspedes, que tienen que ver con acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial. Y sobre todo me han gustado dos cuentos en los que el narrador parece volver a ser el propio Primo Levi, que son Descodificación, sobre un chico que hace en un pueblo pintadas nazis, y Fin de semana, que habla con mucha ironía sobre las leyes raciales italianas contra los judíos.


Como ya he apuntado, los cuentos de la primera parte son estupendos y muy recomendables para las personas que hayan leído la Trilogía de Auschwitz, y los demás son algo bastante diferente a lo que uno se espera del escritor memorialístico y testimonial que es Primo Levi. Con algunos cuentos buenos en la segunda y tercera parte el nivel es bastante inferior al resto, y aún así no deja de ser interesante saber qué escribe un escritor de un tipo muy concreto de escritores cuando hace algo tan diferente a lo que esperamos de él. 

domingo, 22 de noviembre de 2015

La trilogía de Auschwitz, por Primo Levi

Edición de El Aleph y no de
Círculo de Lectores
Editorial Círculo de Lectores. 539 páginas. 1ª ediciones de 1947, 1963 y 1986; ésta es de 2004.
Traducción de Pilar Gómez Bedate
Prólogo de Antonio Muñoz Molina

A finales del curso pasado me propusieron dar en el colegio donde trabajo una charla sobre literatura, la idea era hacerlo sobre los libros que yo mismo escribo, pero me pareció un tema con el que no acababa de sentirme cómodo y propuse darla sobre Primo Levi (Turín, 1919 – 1987). Durante una temporada importante de tiempo estuve bastante interesado por el tema de los campos de concentración y el nazismo, y leí bastante bibliografía sobre el tema. Y siempre, por más libros que leía, me pareció que el testimonio más relevante de todos era al que había llegado primero, el de Primo Levi, cuyo libro Si esto es un hombre lo leí con unos veinticinco años. Lo compré en la FNAC de Callao, y ya no recuerdo de dónde había sacado la referencia. Los otros libros que componen su llamada Trilogía de Auschwitz los leí de la biblioteca de Móstoles, y entre un libro y el siguiente pasaron años. Luego también leí algunos de sus libros de relatos, como Lilít y otros relatos o El sistema periódico, que completaban los tres anteriores con información y detalles que habían quedado fuera de ellos.

Durante muchos años, mis padres fueron suscriptores del Círculo de Lectores. En algún momento, a comienzos del nuevo milenio iniciaron una colección de la memoria que me interesaba: libros sobre la vida de los judíos durante la ocupación alemana, sobre los campos de concentración nazis o soviéticos; siempre relatos testimoniales; la colección estaba a cargo de Antonio Muñoz Molina, gran conocedor del tema. La colección se quedó a media porque Muñoz Molina se fue a vivir a Nueva York, y dejó de hacer los prólogos. Llegué a comprar seis u ocho libros de esta colección, y creo que aún tengo dos sin leer. Así que compré en el Círculo de Lectores, en un volumen, la Trilogía de Auschwitz, que ya había leído; y en vez de releerla de forma inmediata, se la dejé a algunos amigos. Es ahora, en este verano de 2015, cuando yo he tomado el libro para leerlo. Creo que es una buena experiencia leer los tres libros seguidos, su sentido de la unidad es muy fuerte.

Si esto es un hombre está escrito en unos cuantos meses, poco después de que Levi consiguiese regresar a su casa de Turín y reincorporarse a su vida de civil. Por las noches se quedaba en la fábrica en la que había empezado a trabajar como químico y redactaba por escrito los recuerdos de lo que le había acontecido en Auschwitz. Desde su regreso no podía dejar de contar a cualquier persona su experiencia traumática. Recuerdo que una de las cosas que más me impresionó de mi primera lectura de este libro fue que Levi, al igual que otros presos del campo, soñaba, además de con comida (algo normal para personas infraalimentadas), con que regresaba a su casa, conversaba con sus familiares y amigos, les contaba lo que le había ocurrido y nadie le creía o le escuchaba. “Aquí está mi hermana, y algún amigo mío indeterminado, y mucha más gente. Todos están escuchándome y yo les estoy contando precisamente esto: el silbido de las tres de la madrugada, la cama dura, mi vecino, a quien querría empujar, pero a quien tengo miedo de despertar porque es más fuerte que yo. Les hablo también prolijamente de nuestra hambre, y de la revisión de los piojos, y del Kapo que me ha dado un golpe en la nariz y luego me ha mandado a lavarme porque sangraba. Es un placer intenso, físico, inexpresable, el de estar en mi casa, entre personas amigas, tener tantas cosas que contar: pero no puedo dejar de darme cuenta de que mis oyentes no me siguen. O más bien, se muestran completamente indiferentes: hablan confusamente entre sí de otras cosas, como si yo no estuviese allí. Mi hermana me mira. Se pone de pie y se va sin decir palabra.
Entonces nace en mí un dolor desolado, como ciertos dolores que apenas se recuerdan de los primeros años de la infancia: es el dolor en su estado puro, sin templar por el sentimiento de la realidad ni por la intrusión de circunstancias extrañas, semejantes, a aquellos por los que los niños lloran; y es mejor que vuelva a salir a la superficie, pero esta vez abro los ojos deliberadamente, para tener frente a mí la garantía de estar efectivamente despierto.
Tengo el sueño delante, caliente todavía, y yo, aunque despierto, estoy todavía lleno de su angustia: y entonces me doy cuenta de que no es un sueño cualquiera, sino de que desde que estoy aquí lo he soñado no una vez, sino muchas, con pocas variantes de ambiente y de detalle. Ahora estoy enteramente lúcido, y me acuerdo de que ya se lo he contado a Alberto y de que él me ha confiado, para mi asombro, que también lo sueña él, y que es el sueño de otros muchos, tal vez de todos. ¿Por qué pasa esto? ¿Por qué el dolor de cada día se traduce en nuestros sueños tan constantemente en la escena repetida de la narración que se hace y nadie escucha?” (pág. 70-71)

Primo Levi pertenece a una familia de Turín de origen judío sefardí, pero no eran judíos practicantes. En realidad, Levi llega a interesarse por su identidad judía después de que las leyes raciales se aprobaran en Italia en 1938. En 1941 se licenció en Química por la universidad de Turín, summa cum laude. En septiembre de 1943 se une a un grupo de partisanos. La Milicia fascista le captura el 13 de diciembre de ese año y al declararse como «ciudadano italiano de origen judío» elude ser fusilado, pero es entregado al ejército de ocupación alemán.
El 22 de febrero de 1944 es enviado en un tren a Auschwitz, entonces el nombre de un lugar desconocido. De los 650 judíos de este tren sobrevivieron 20.
“Entre las 45 personas de mi vagón tan sólo 4 han vuelto a ver su hogar; y fue con mucho el vagón más afortunado.” (pág. 30)
Levi llega al campo de la Buna-Monowitz, un campo relativamente pequeño, perteneciente al complejo de Auschwitz. El choque de la realidad del campo con su experiencia vital es enorme: desnudo, con la cabeza rapada, tras evitar la selección que le hubiera condenado de forma directa a la cámara de gas, ingresa en el campo. Allí no va a encontrarse con la solidaridad de los compañeros, sino con las burlas por ser nuevo, por tanto vulnerable y con pocas posibilidades de aguantar muchos meses. Esta sensación de extrañeza está magistralmente explicada en Los hundidos y los salvados, el tercer libro de la trilogía, más ensayístico: “Se ingresaba creyendo, por lo menos, en la solidaridad de los compañeros en desventura, pero éstos, a quienes se consideraban aliados, salvo en casos excepcionales, no eran solidarios: se encontraba uno con incontables mónadas selladas, y entre ellas una lucha desesperada, oculta y continua. Esta revelación brusca, manifiesta desde las primeras horas de prisión –muchas veces de forma inmediata por la agresión concéntrica de quienes se esperaba que fuesen los aliados futuros-, era tan dura que podía derribar de un solo golpe la capacidad de resistencia. (…) Rara vez ocurría que su llegada fuese saludada no digo ya como la de un amigo sino por lo menos como la de un compañero en desgracia; en la mayor parte de los casos, los antiguos (y uno se hacía antiguo en tres o cuatro meses, el paso a esa categoría era rápido) manifestaba fastidio o abierta hostilidad. El «nuevo» (…) era envidiado porque parecía tener todavía el olor de su casa. Era una envidia absurda porque, en realidad, se sufría mucho más durante los primeros días de prisión que después, cuando ya la costumbre por una parte y la experiencia por otra permitían armarse algún reparo. Era ridiculizado y expuesto a bromas crueles, como sucede en todas partes con los «reclutas» y con las ceremonias de iniciación en los pueblos primitivos. Y no hay duda de que la vida en el Lager comportaba una regresión, reconducía a comportamientos, precisamente, primitivos.” (pág. 412-413)

La narración de Si esto es un hombre avanza de forma lineal, pero a veces se hacen apartes en el texto cuando Levi quiere explicar cómo funcionaba una realidad concreta del campo o de las relaciones que se establecían allí. Así, por ejemplo, la parte en la que describe la llamada Bolsa, donde los prisioneros intercambiaban mercancías, es especialmente llamativa.
Primo Levi consiguió sobrevivir al campo por una serie de casualidad, que el achaca a la suerte, y que se materializan en aspectos como los siguientes: es de tamaño pequeño, lo que puede ser un inconveniente frente a los abusones, pero su cuerpo necesita menos calorías para resistir; es joven y despierto, por ejemplo, comprende rápidamente que para sobrevivir necesita aprender alemán, y con raciones de pan (la moneda de suo común en el campo) pagará a un compatriota que conoce el idioma para que le dé clases; es químico, y la Buna es un campo en el que se pretende fabricar caucho sintético, después de superar un examen pasará al laboratorio, y trabajar bajo techado es fundamental en Auschwitz; además entra en contacto con Lorenzo, un italiano libre, que trabaja en el campo de albañil, que le suministrará rancho extra –jugándose la vida para ello, como sabremos más tarde, por las páginas de Lilít y otros relatos-, así acaba el capítulo en el que habla de Lorenzo: “Ahora bien, entre Lorenzo y yo no sucede nunca nada de esto. Por el sentido que pueda tener tratar de explicar las causas por las que mi vida, entre millares de otras equivalentes, ha podido resistir la prueba, diré que creo que es a Lorenzo a quien debo el estar hoy vivo; y no tanto por su ayuda material como por haberme recordado constantemente con su presencia, con su manera tan llana y fácil de ser bueno, que todavía había un mundo justo fuera del nuestro, algo y alguien todavía puro y entero, no corrompido ni salvaje, ajeno al odio y al miedo; algo difícilmente definible, una remota posibilidad de bondad, debido a la cual merecía la pena salvarse.
Los personajes de estas páginas no son hombres. Su humanidad está sepultada, o ellos mismos la han sepultado, bajo la ofensa súbita o infligida a los demás. Los SS malvados y estúpidos, los Kapos, los políticos, los criminales, los prominentes grandes y pequeños, hasta los Häftlinge indiferenciados y esclavos, todos los escalones de la demente jerarquía querida por los alemanes, están paradójicamente emparentados por una unitaria desolación interna.
Pero Lorenzo era un hombre; su humanidad era pura e incontaminada, se encontraba fuera de este mundo de negación. Gracias a Lorenzo no me olvidé yo mismo de que era un hombre.” (pág. 128)
Esta página en la que Levi habla de Lorenzo es muy significativa y contesta a la pregunta implícita en el título del libro, Decidme si esto es un hombre. Levi, a pesar de todas las afrentas, siempre identifica la idea de hombre con la de la razón y la bondad, nunca sucumbe al odio, y esto hace que sus palabras se conviertan en más esenciales y definitivas.

La tregua comienza donde termina Si esto es un hombre: Primo Levi se encuentra en enero de 1945 en la enfermería del Lager de Buna-Monowitz. Los nazis han abandonado el campo, debido a la inminente llegada de los rusos. Semanas antes Levi había contraído la escarlatina, lo que paradójicamente le salvará la vida una vez más (cuando uno lee los testimonios de los supervivientes de Auschwitz siempre tiene la impresión de estar leyendo la historia de superhéroes, de gente a la que las balas pasan silbando a su alrededor, pero que nunca les alcanzan. Por simple lógica sólo podemos leer los testimonios de los supervivientes, aquellos que por un cúmulo de casualidades consiguieron vivir para contarlo). Cuando los nazis inician la evacuación del campo, los presos sanos se van con ellos, con la idea de trasladarlos a otro campo y de borrar la presencia de testigos. Casi todos los judíos que se fueron en esta marcha murieron en el camino; entre ellos Alberto, el compañero inseparable de Levi. Muchos son también los enfermos que se quedan en el campo y mueren. Levi sobrevive otra vez más y va a caer bajo la tutela de los rusos.
Las primeras páginas de La tregua son tremendas, sobre todo cuando habla de los niños que aparecen entre los supervivientes; pero en el tercer capítulo la tensión dramática se relaja y Levi nos contará las peripecias que vive en el Este de Europa hasta que puede regresar a su casa de Turín, casi un año después de la liberación de Auschwitz, en un tono más alegre, más novelesco, con más placer por la pura narración. En algún momento La tregua llega a convertirse en una novela picaresca, sobre todo cuando describe a personajes como el Griego o su amigo Cesare, tipos con una capacidad innata para sacar partido a cualquier situación, vendedores (o charlatanes) puros. Si en Si esto es un hombre, además de estremecerse el lector podía sonreírse ante alguna apreciación irónica sobre el carácter ordenado de los alemanes, en La tregua hay escenas verdaderamente cómicas, con las que me he vuelto a reír a carcajadas. Una descripción fascinante de una Europa patas arriba, mientras los ejércitos se desmovilizan. Al acercarse a casa, el último tren tiene que pasar por Viena: “Volvimos a nuestros vagones con el corazón agobiado. No habíamos experimentado ningún gozo sino pena, viendo a Viena deshecha y a los alemanes doblegados; no compasión sino una pena más profunda que se confundía con nuestra propia miseria, con la sensación pesada, inminente, de un mal irreparable y definitivo, omnipresente, anidado como una gangrena en las vísceras de Europa y del mundo, simiente de futuros males.” (pág. 380-381).
Y las aventuras del viaje han de chocar con la realidad en el último capítulo, el titulado El despertar. “Llegué a Turín el 19 de octubre, después de treinta y cinco días de viaje: la casa estaba en pie, toda mi familia viva, nadie me esperaba. Estaba hinchado, barbudo y lacerado, y me costó trabajo que me reconociesen.” Y volverá a soñar que todo es irreal, que sigue en el Lager y nada de lo que está fuera de él es verdad.

Si esto es un hombre fue rechazada en 1947 para su publicación en la prestigiosa editorial italiana Einaudi. Años después se supo que la lectora que rechazó el libro de Primo Levi fue la escritora Natalia Ginzburg, judía y antifascista, y cuyo marido fue un deportado a los campos nazis. Esto nos da una idea de que en la Europa de la postguerra no se quería recordar. El libro se publicó en una editorial bastante más modesta, con una tirada de 2.500 ejemplares, de los que en 1966 aún quedaban 600 sin vender. Pero Einaudi rectificó y en 1957 relanzó Si esto es un hombre, con gran éxito y traducciones a muchos idiomas. Mientras tanto Levi había seguido trabajando como químico.
En 1963 publicó La tregua. Después pudo dedicarse a dar charlas sobre su experiencia y publicó más novelas y libros de cuentos.

Los hundidos y los salvados fue su último libro, publicado en 1986. Es un ensayo, en él Levi vuelve sobre algunas cuestiones fundamentales de su experiencia; unas reflexiones que cierran el círculo de los interrogantes abiertos en los libros anteriores. Una de las ideas más importantes de las que habla en este libro es de lo que él llama la “zona gris”, la constatación de que no se puede distinguir de forma clara y precisa entre los verdugos y víctimas, entre el bien y el mal, que sus fronteras a veces son difícil de determinar. Siempre he tenido la impresión de que al ver películas como La lista de Schindler, si el espectador no ha leído antes libros como los de Primo Levi se va a llevar del drama del Holocausto una visión parcial. En la película de Spielberg la delimitación entre buenos y malos parece muy clara. En la realidad no estaba tan claro todo esto, o más bien el estado totalitario que fue el nazismo acaba corrompiéndolo todo. Ya he hablado de las impresiones de Levi sobre su llegada al campo, cuando los otros presos son eran sus aliados naturales. Uno de los detalles que más me ha llamado la atención de estas páginas es el análisis que hace de los Kapos, los jefes de barracón, brutales y feroces, normalmente. Estas personas solían ser presos políticos o criminales, pero también podían ser judíos. Hay una frase en Si esto es un hombre que me deja helado: “Éste no es un Kapo molesto, porque no es judío y no tiene miedo a perder el puesto.” Un jefe de barracón no judío era preferible a uno judío; porque si aquél no era lo suficientemente severo podía perder su puesto privilegiado (con menos desgaste físico y mejor alimentación) y volver a ser un preso común, con más posibilidades de morir de agotamiento y de ser señalado en la elecciones periódicas para la cámara de gas. Impresionantes también son los comentarios sobre los SonderKommandos (las Escuadras Especiales): formados por judíos que debían imponer el orden a los recién llegados para que fuesen a las cámaras de gas, de sacar los cadáveres de allí, quitarles los dientes de oro; llevar los cuerpos al crematorio; sacar las cenizas y hacerlas desaparecer. Por este trabajo se les alimentaba mejor y si se negaban irían directamente a la cámara de gas, y además sabían que estaban condenados porque estas Escuadras se renovaban cada unos meses. El juego perverso de los nazis era intenso: forzaban a los judíos a hacer los trabajos más sucios para envilecerlos, para transmitirles la culpa.
Otra reflexión es también terrible: “sobrevivimos los peores”. Los mejores, los que cumplían las normas, no robaban o no trataban de sacar algún partido de cualquier situación morían pronto. Muchos presos que aguantaron años en el campo, en las condiciones más duras, se suicidaron tras la liberación. Dice Levi que suicidarse es propio de humanos y no de animales (condición a la que quedaba reducido el preso común).

En 1982 Primo Levi rechazó de forma pública las matanzas palestinas de los campos de Sabra y Chatila. Nunca permitió que el sionismo de Israel se aprovechase en su favor de su palabra. Tal vez esto contribuyó al aislamiento de sus últimos y años, y no mucho después de escribir la cruda Los hundidos y los salvados, en 1987 muere al caer por la escalera interior de su casa de Turín (un tercer piso). Se supone que fue un suicidio, aunque no todas las voces concuerdan el esto.

En definitiva esta Trilogía de Auschwitz contiene algunas de las páginas fundamentales que se han escrito sobre el siglo XX. En el colegio en el que trabajo, en primero de bachillerato se hacía en la tutoría una actividad que consistía en contar a los demás quién era la persona a la que más admiraban. Cantantes, deportistas, algún familiar… Siempre pensé que si tuviera que hacer yo la actividad y no dirigirla, mi elección hubiera estado clara: les habría hablado de Primo Levi. Y con esta frase empecé la charla que di en el colegio sobre Levi. La hice dos veces, estuve más de dos horas (en las dos ocasiones) hablando de Primo Levi a unos cuantos de mis compañeros de trabajo. Si conseguí un lector para mi admirado Primo Levi todo habrá merecido la pena.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Reseña de Los insignes en la revista Librújula.

El poeta y crítico Enrique Villagrasa ha escrito una reseña de Los insignes para la revista Librújula (existe versión digital y también de papel). Acaba escribiendo lo siguiente: “Una insigne novela de necesaria lectura.”



Esta es la reseña completa:
Una parodia, sin acritud, de los mal o bien llamados círculos poéticos que hay en toda ciudad que se precie, desde una anecdótica y sugerente propuesta: las videoconferencias que mantiene el funcionario Ernesto Sánchez con el líder norcoreano Kim Jong-un, quien quiere entender y saber de poesía y recibe penas y más penas del triste bípedo, que repasa lo habido y por haber en el mundo poético editorial.

DAVID PÉREZ VEGA (Madrid, 1974) es autor de las novelas Acantilados de Howth y El hombre ajeno, tiene además dos poemarios, Siempre nos quedará Casablanca y El bar de Lee. Es profesor de Economía y tiene un blog.

Leer esta novela es como encontrarte en algún momento de tu vida entre esas líneas, si eres aprendiz de poeta, tienes un blog, te ves asediado por los lectores poetas, y quieres tus versos ver publicados en papel. No deja de ser una parodia más bien dulce, no hace sangre, aunque dice nombres con más pelos que señales. A la vez que es una visión particular de ese mundo de payasos donde unos se lucran más que otros, sin ánimo de menospreciar ni faltarles al respeto a estos últimos de profesión tan respetada y agradecida, desde mi infancia; y ya sabemos que cada uno cuenta la feria como le va. En esta aventura narrativa los títulos de libros poéticos significativos y poetas alfa de la tribu que sean reciben su varapalo, aunque me temo que ellos no se molestarán: ni se molestará esta España que no lee. Lo mismo que los premios poéticos instaurados en este país de ellos, tales como los Hipérbole o Bisonte, a los que el protagonista se presenta y no recibe ni acuse de recibo, como tantos otros.
Esta parodia disparatada sobre la obsesión por publicar y de ahí la obsesión por lograr el éxito literario tiene de coprotagonista al líder norcoreano, que tantos quebraderos de cabeza da a las máximas potencias mundiales. No me cabe ninguna duda de que el autor, de la mano de su demostrada inteligencia emocional, logra relatar estas otras vivencias que le son muy cercanas de forma impecable; no digo que algunas otras no sean inventadas o imaginadas. Me ha gustado mucho la anécdota que utiliza de que un poeta líder político con ventas supermillonarias, porque puede, contacte con el protagonista a través de su blog de crítica literaria-poética para que le diga qué le parece su poesía, pues no se fía de las recibidas en su país: que le contacte a él, que apenas ha vendido un cincuentena de ejemplares de su libro. Paradojas reales donde las haya, que le sirven para repasar en qué mundo poético editorial vivimos y con qué bípedos implumes se baten el cobre los poetas. Una insigne novela de necesaria lectura. ENRIQUE VILLAGRASA




domingo, 15 de noviembre de 2015

La huella del crimen, por Raúl Waleis

Editorial Adriana Hidalgo. 313 páginas. 1ª edición de 1877, ésta es de 2009.
Edición, notas y posfacio de Román Setton

En la Feria del Libro de 2013, me acerqué con mi amigo Federico Guzmán Rubio hasta la caseta de la editorial Adriana Hidalgo, allí hablamos con el editor Fabián Lebenglik y el representante de la editorial en España. Ese día acabé comprando los libros Trasfondo de Patricia Ratto –que comenté en el blog hace tiempo- y este titulado La huella del crimen del argentino Raúl Waleis (seudónimo de Luis V. Valera, Montevideo 1845 -  Buenos Aires, 1911). La faja roja de La huella del crimen me convenció para comprarlo: “La primera novela negra publicada en español”. Lo cierto es que yo no soy un gran aficionado a la novela negra, aunque sí que he leído a algunos de sus autores clásicos (Arthur Conan Doyle, G. K. Chesterton, Wilkie Collins, Dashiell Hammett o Raymond Chandler) y me gustaría volver con el género. En cualquier caso, aquella llamada era poderosa: “La primera novela negra escrita en español”.

Me he puesto al fin con el libro dos años después de haberlo comprado, este verano de 2015.
La huella del crimen se publicó primero en forma de folletín en el diario La Tribuna de Buenos Aires, y el mismo año (1877) apareció en forma de libro. En 1974 Fermín Fèvre la cita en su estudio Cuentos policiales argentinos, pero el libro, pese a su gran valor histórico, no había sido nunca reeditado hasta que decide hacerlo Adriana Hidalgo en 2009.

Se apunta en el prólogo que el gran modelo que sigue Raúl Waleis para escribir La huella del crimen son las novelas francesas en forma de folletín de Émile Gaboriau y que también se puede detectar la influencia de Edgar Allan Poe. Debemos recordar que la primera aparición en la escena literaria del Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle se produce en 1887, una década después de la novela de Waleis.

Raúl Waleis era jurista y legislador, además de escritor de novelas (hasta con dos seudónimos además de su nombre), de poesía, de obras de teatro y textos jurídicos.

Antes de comenzar la novela se incluye un prólogo muy significativo del autor dirigido al editor y a los lectores. En él afirma, entre otras cosas, lo siguiente:
“Ha muerto últimamente en Francia Monsieur Émile Gaboriau.”
“Declárome uno de sus discípulos.”
“El derecho es que beberé mis argumentos.”
 “Julio Verne ha popularizado las ciencias físico-naturales con sus novelas. Yo trato de popularizar el derecho con mis romances, sin pretender para estos la gloria inmensa de aquellas.”
“Trato de herir la imaginación de la mujer, presentando a sus ojos cuadros que la instruyan.”

En el prólogo podemos ver cómo Waleis considera que su público es femenino, y aunque en una primera instancia esto nos puede parecer condescendiente (es la mujer y no el hombre quien necesita que le instruyan), lo cierto es que Waleis acaba haciendo un alegato en contra de las leyes matrimoniales que perjudican a las mujeres y pidiendo su cambio, lo que hace que su texto (paradójicamente) sea más moderno de lo que parece.

Waleis sitúa la acción de la novela en París. Una mañana de 1873, dos aldeanos atraviesan el Bosque de Boulogne, se encuentran allí un cuerpo degollado y uno de ellos es prendido como posible autor del crimen. En la comisaría, este aldeano tiene la suerte de dar con el comisario de policía Andrés L´Archiduc, quien tras interrogarle se convence de su inocencia y le promete que resolverá el misterio. Aplicando su perspicaz inteligencia, además de recoger pistas a pie de asesinato, L´Archiduc irá desenredando la madeja del que parece ser un crimen pasional en que se verá implicada la nobleza parisina.

Como autor del siglo XIX, Waleis narra con autoconciencia de narrador y en más de una ocasión se dirige al lector: “El agente refirió fielmente cuanto los lectores conocen.” (pág. 35) o “L´Archiduc refirió allí al juez, con todos sus detalles, cuanto el lector sabe.” (pág. 157)

L´Archiduc es un policía racionalista, capaz de deducir muchos hechos simplemente pensando y haciendo deducciones lógicas, pero también es capaz de subirse a la parte trasera de un carruaje para escuchar una conversación entre sospechosos o enfrentarse cuerpo a cuerpo con el posible asesino. En este sentido me ha gustado una reflexión de Román Setton en el posfacio cuando habla de la evolución del relato policial: “En la novela policial clásica, el detective batalla en forma privada con el caso, mientras que aquí se enfrenta cuerpo a cuerpo con el criminal: el clímax de la persecución en La huella. (…) Así en contraste con la novela-problema, cuya estructura se vuelve alegoría, las novelas policiacas de Waleis prefiguran el policía de Chandler o Hammett al proporcionar una imagen de la sociedad en su contenido, y no sólo a nivel estructural.” (pág. 289)

La novela es profusa en diálogos y frases cortas, separadas por puntos y aparte. Esto hace que se lea muy rápido.

En más de una ocasión los planteamientos narrativos resultan un tanto inocentes: el policía L´Archiduc ha de explicarle de forma didáctica cómo hace sus deducciones al juez (que en más de un caso parece un personaje poco lúcido), con la clara intención de que el lector pueda seguirlos. La perspicacia del policía lleva al juez a hacer en voz alta apreciaciones como las siguientes: “¡Es indudable! ¡Tenéis razón! Mr. L´Archiduc, ¡sois un gran hombre!” (pág. 50). Este esquema (que en realidad es el mismo, aunque más sutil, que luego seguirá Conan Doyle con su binomio Holmes-Watson) se repite en el capítulo IV, cuando dos médicos forenses están alzando el cadáver y el mayor se dedica a instruir al más joven (y de paso al lector) sobre la técnicas forenses.

No podemos olvidar, tampoco, que La huella del crimen es un folletín y por tanto nos vamos a encontrar aquí con honores mancillados, nobles que caen en desgracia y cuyo honor debería ser rehabilitado… y lo más llamativo: unas casualidades tremebundas, que hacen tambalear los cimientos de cualquier verosimilitud narrativa. Pero lo cierto es que como uno se ha adentrado en estas páginas avisado de lo que va a leer, todo esto acaba resultando divertido. Recuerdo ahora unas palabras de César Aira, gran lector (y renovador de forma irónica) de los folletines del siglo XIX: “Era una novela tan mala que era buenísima.” La huella del crimen está escrita en serio, pero si uno la lee de un modo irónico acaba siendo una novela divertida. Y lo cierto es que tiene pasajes entretenidos: persecuciones, pesquisas en diversas ciudades de Francia, intriga por saber quién es el asesino, cuál es su móvil o cómo ha llevado a cabo el crimen…

Como apuntaba al principio, y aquí sí que existe un tema muy serio, aunque según el prólogo la intención de Waleis es la de instruir a las mujeres y esto podía parecernos condescendiente, acaba siendo un alegato a favor de la mujer y en contra de su discriminación jurídica. La huella del crimen describe al fin y al cabo un crimen machista, un crimen de violencia de género y en esto no puede estar más (trágicamente) de actualidad. El juez (ése que parecía que no se enteraba de nada) acaba diciendo: “No podéis exigir que cuando tratáis a la mujer como cosa en los actos de la vida ordinaria, se le aplique el castigo como persona cuando delinque.”
“Abrid el libro de vuestras leyes civiles. La mujer no tiene derecho que ejercer sin la venia de su esposo. La madre no tiene patria potestad sobre sus hijos. La viuda no administra los bienes de la sociedad conyugal. Os entregan una mujer por compañera, y la ley la hace casi vuestra sierva. Está obligada a obedeceros y a seguiros. Vos sois el amo. Ella la esclava.” (pág. 260-261)

En definitiva, aunque muchos de los planteamientos narrativos de La huella del crimen, en cuanto folletín, estén un tanto anticuados, el tema de fondo que trata (la violencia machista y su tratamiento jurídico) es de plena actualidad; y esta novela (lo que no es ningún punto menor) tiene el privilegio de ser la primera novela policiaca escrita en español. Una novela que cualquier aficionado al género policial –que está ahora tan de moda- debería leer aunque sólo fuese por cultura popular o afán completista.
Por si a alguien le interesa: existe una segunda parte de esta novela, también publicada por Adriana Hidalgo, llamada Clemencia.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Reseña de "Los insignes" en Estado Crítico

Mi editor Román Piña le envió Los insignes a Fran G. Matute, uno de los artífices del estupendo blog de reseñas literarias Estado Crítico. Cuando Fran leyó Los insignes estuvo haciendo algunos comentarios en Twitter y me acabó comentando que el libro le había gustado y que se había reído bastante con él, que además se lo iba a pasar a Antonio Rivero Taravillo, que suele comentar la poesía en el blog, y que quedaría más propia la reseña si la hacía él.



Antonio Rivero Taravillo ha leído Los insignes y ha escrito esto sobre la novela:

Esta novela parte de dos extremos, bien ensamblados contra todo pronóstico en un aliño que une agua y aceite. Uno, hiperrealista, que es moneda corriente, el pan nuestro de cada día: un poeta desconocido español traba amistad y mantiene videoconferencias con Kim Jong-un, el monarca comunista de Corea del Norte. El otro es absolutamente inverosímil, y el autor le ha echado mucha imaginación: esa idea genial de que en las editoriales de poesía españolas pudiera haber corruptelas ligadas a los premios y posibilidad, qué hallazgo, de que la promoción de cierto autores poco tenga que ver con la calidad de estos. Con esos mimbres, uno casi de Galdós, y otro a lo Ray Bradbury, David Pérez Vega consigue una novela entretenida y ágil, en la que cuenta la frustración creciente de un poeta que tiene que lidiar en la selva de ‘jam sessions’, poetisas cuyos únicos acentos bien puestos parecen ser los de sus pezones, licenciados en Filología Hispánica que no leen jamás un libro, editores tan avispados como desaprensivos y reseñistas falsos, interesados, hipocritones, aupados al púlpito de un suplemento.
Curiosamente, Pérez Vega reparte pocos palos en esta piñata a la que él llama editorial Bisonte, fácilmente reconocible, y que es la que más y desvergonzadamente premios controla, para cargar en cambio contra otra, Hipérbole, y especialmente contra una tercera llamada Moby Dick, identificable como las anteriores. Lo bueno es que los rasgos de unas y otras están algo desfigurados, y hay elementos que, siendo por ejemplo de la primera (ese sonido ch del nombre de pila del editor), se trasladan a la tercera. Con ello, más que de ajuste de cuentas con un pecador en particular se trata de señalar el pecado bastante extendido. También aparecen algunos políticos municipales, y sus enjuagues y tejemanejes que hallan, tal para cual, a menudo la complicidad de los editores. Hay episodios que algún lector recordará porque saltaron a la prensa, y quizá podría haber abundado más el autor en otros asuntos como los festivales, pero tiene esta novela la ventaja de su ligereza: se lee con rapidez y no cansa.

Como divertimento, con humor bien medido y prosa a ráfagas brillante, esta novelita ejemplar no cuenta nada que no se sepa en el medio poético, pero lo hace desde la efectividad de no ponerse seria, engolada, solemne, a diferencia de esos poemas glosados del querido Líder Supremo con los que se nos regala de pasada al final del volumen.


Muchas gracias, Antonio

domingo, 8 de noviembre de 2015

El anticuario, por Gustavo Faverón Patriau

Editorial Candaya. 248 páginas. 1ª edición de 2015.

De Gustavo Faverón Patriau (Lima, 1966) había sido lector, hasta ahora, de su interesante blog sobre la actualidad peruana (ver AQUÍ); blog al que llegué gracias a una recomendación de Ivan Thays sobre los mejores blogs de la red. Cuando hace unos meses se presentó su novela El anticuario en la librería-bar Tipos Infames de Malasaña barajé la posibilidad de ir. Me interesaba el discurso político y reivindicativo de Faverón, la literatura hispanoamericana y lo que publica la editorial Candaya, una de las apuestas más seguras de la nueva narrativa en español. La combinación parecía irresistible, pero al final no acudí a la presentación. Me convencí a mí mismo de que estaba leyendo demasiadas novedades y de que acumulaba libros sin leer en la parte superior de mis estanterías de Ikea sin sentido. Sin embargo, meses después recapacité y tuve la impresión de que El anticuario era un libro que me iba hacer disfrutar y se lo pedí a los editores de Candaya, con los que he colaborado como reseñista alguna vez, y ellos, muy amablemente, me lo enviaron a casa.

El narrador de El anticuario, se llama Gustavo, como el autor, pero a diferencia de éste –que es profesor universitario de literatura en Estados Unidos- es psicólogo del lenguaje. Gustavo va a contarnos la historia de su amigo Daniel. Después de un capítulo inicial bastante alucinatorio, así comienza el verdadero cuerpo de la narración: “Habían pasado tres años desde la noche en que Daniel mató a Juliana, y su voz en el teléfono sonó como la voz de otra persona.” (pág. 13) Es una primera frase potente, sin duda.

Después de tres años, Gustavo retoma su relación con Daniel, su mejor amigo de la época de la universidad, con el que había perdido el contacto (no sin sentirse culpable) cuando ingresó en una clínica mental después de haber asesinado a su novia Juliana. Daniel fue a parar a la clínica mental y no a la cárcel, simplemente por la intercesión del dinero de su familia. Gustavo empezará a visitar a Daniel a la clínica en los capítulos del presente narrativo de la novela, y en otros intercalados nos irá haciendo conocer las circunstancias en las que conoció al que fuese su amigo cercano y las actividades a las que se dedicaba con él.

Daniel es principalmente un lector de manuscritos antiguos, que ya desde muy joven busca en las librerías de viejo de su ciudad. Una ciudad indeterminada, que debido a la procedencia del autor, uno acaba identificando como Lima, cuando en realidad hay pocas referencias geográficas que nos lleven a esta conclusión. Faverón también parece estar evitando para escribir usar términos puramente peruanos (como hacen con gran gracia y profusión Jaime Bayly o Alfredo Bryce Echenique, por ejemplo). Son realmente pocos los peruanismos que he podido recoger; tal sólo algunos como “quincha” o “tacho”. El lenguaje que emplea Gustavo Faverón para escribir su novela es de un registro muy correcto; cuando se cede la palabra a alguno de los protagonistas también éstos se expresan de forma muy cuidada. Sus frases son largas, ampulosas, ricas en adjetivos e imágenes. Lo cierto es que el estilo es denso, moroso, ralentizador del ritmo narrativo a favor de la recreación de la atmósfera, y en este sentido me ha recordado al estilo literario de H. P. Lovecraft. Pero debemos puntualizar: Faverón no cae en los excesos grotescos de Lovecraft ni en su excesiva adjetivación, su lenguaje pese a que busca reflejar un mundo turbio y opresivo es más elegante que el de Lovecraft. Faverón también recuerda al escritor de Providence en esa búsqueda de los viejos manuscritos, algunos hechos con piel humana (como el famoso Necronomicon lovecraftiano); una característica narrativa que, como ya señalé en su momento, también supuso una influencia narrativa para Jorge Luis Borges.
Creo que para el conocedor de la obra de Lovecraft párrafos de Faverón como el que voy a reproducir le resultarán identificables: “”Lo que pasa no es que me niegue a ver el mundo en el que vivo; es que rehúso darle más importancia que a los demás, ¿me entiendes? Los momentos del pasado o del futuro, los escenarios irreales de los cuentos, los sueños, los proyectos que uno descarta cada día, pero que existen en la duda alternativa de las cosas que dejamos de hacer, todos son mundos tan verdaderos como éste, y yo ni los abandono ni los degrado. Y claro, supongo que si trato de vivir en tantos espacios a la vez es disculpable que me ausente de éste de tanto en tanto, ¿no crees tú?

Faverón, escribe con gran esmero párrafos densos y cincelados, pero, sin embargo y con plena conciencia de estar creando una atmósfera terrorífica, se recrea a veces en la descripción feista de personas. Así, por ejemplo, se describe a dos policías (o uno, ya que al final los dos resultarán ser la misma persona) que entran en la trama: “Dos policías vestidos de civil, había dicho Daniel: los labios ulcerados, el primero, nubes de soriasis en el dorso de las manos y en el arco de las cejas, el segundo” (pág. 174). Y en la misma página, sólo un poco más abajo, así se describe a dos hermanas que regentan un cafetito: “Son bastante jóvenes, y son gemelas, pero, debido a la anorexia de una, lado con lado parecen la misma persona antes y después de la muerte.”

Ya he citado la posible influencia de escritores como Lovecraft o Borges en este libro de bibliotecas misteriosas y mensajes cifrados. Antes de empezar a leer la novela hice algo que en la mayoría de los casos se debe hacer a posteriori (y más las personas que nos dedicamos a escribir reseñas sobre lo leído): leí reseñas ajenas. En algunas de ellas ya hablaban de los escritores que yo he citado, y también de José Donoso, la primera referencia en la que pensé al leer el inicial discurso alucinado: “Según la esposa de Conrado Lyncosthenes, que era extranjera, en su país las mujeres ponían huevos como las gallinas. Conrado la mató, y en el lecho de muerte encontró un huevo amarillo y a través de la rajadura de su cáscara vio el rostro dormido de una criatura idéntica a él.” (pág. 9). En la página 197 se cita directamente a Edgar Allan Poe y La carta robada, otra posible influencia en este texto que nos cuenta una historia de terror y mentes perturbadas, pero que también usa una trama detectivesca, que nos lleva por las páginas del libro hasta poder solucionar el enigma de los asesinatos cometidos por Daniel (o tal vez cometidos por otra persona). En la página 186 leemos: “Jamás había pagado por información: al deslizar los billetes sobre la lámina de plástico me sentí por primera vez como un detective de ficción.”
Pero en las reseñas que he leído no he encontrado ninguna que hablase de una nueva influencia que a mí me ha parecido detectar: la de las nouvelles fantásticas y de terror del escritor argentino José Bianco, estoy hablando de  novelas como Sombras suele vestir o Las ratas, de prosa muy elegante y que también recrean ambientes familiares enrarizados, porque al fin y al cabo El anticuario es una novela que, usando la literatura de género (terror o policiaco) de forma sublimada, en realidad nos está hablando de ambientes familiares enfermizos.


Me ha gustado El anticuario, pese a que la causalidad de situaciones por las que pasa el narrador para, mediante sus pesquisas, solucionar el misterio propuesto me ha parecido en algún momento un tanto artificiosa (este personaje le dice a Gustavo que hable con éste otro, y este otro le dice que hable con el de más allá… y así van avanzando los capítulos del presente narrativo). Que nadie busque en El anticuario una novela policiaca o de terror de gran intriga y ritmo trepidante, porque esta novela, de atmósfera oscura, requiere de un lector exigente y de una lectura atenta y propone otro juego más sutil. Quizá la faja que acompaña al libro, firmada por Mario Vargas Llosa, pueda ayudarnos a comprender cuál es el verdadero alcance e intencionalidad narrativa de este libro: “Al final de la lectura uno queda descontrolado y alucinado… Los lectores que sean capaces de disfrutar las sutilezas y secretos escondidos en un texto tan rico y profundo como el de esta novela, no la olvidarán”.

jueves, 5 de noviembre de 2015

Alguien habló sobre mi novela Los insignes

En esta entrada voy a dejar los posibles comentarios que aparezcan sobre mi novela Los insignes (Sloper, 2015):


8) Suplemento El Cultural
Reseña escrita por Pilar Castro

7) Blog Mi estantería
Reseña escrita por el bloguero Yossi Barzilai

6) Blog Devaneos
Reseña escrita por un señor de Logroño que lee mucho.

5) Blog Estado Crítico
Reseña escrita por Antonio Rivero Taravillo

4) Revista digital y de papel Librújula
Reseña escrita por Enrique Villagrasa

3) Revista digital La Caja Negra
Reseña escrita por Eugenio Navarro

2) Blog El cuaderno rojo
Reseña escrita por Jesús Artacho

1) Periódico El Mundo Baleares, comentario sobre la presentación en Palma de Mallorca
Noticia escrita por Andreu Vidal Buenafuente.

martes, 3 de noviembre de 2015

Reseña de "Los insignes" en el blog El cuaderrno rojo

Le envié a Jesús Artacho, al que conozco gracias a intenet y con el que he intercambiado algunos libros, Los insignes.
Jesús mantiene un interesante blog literario llamado El cuaderno rojo (Ver AQUÍ)



Tras leer mi novela, Jesús escribió en su blog:

El mostoleño David Pérez Vega, a quien no pocos descubrimos por su blog literario,Desde la ciudad sin cines, salta de archipiélago, sin abandonar la insularidad editorial, y pasa de la tinerfeña Baile del Sol, donde habían aparecido sus cuatro libros anteriores, a la mallorquina Sloper, que hará poco menos de un mes ha publicado su última novela, Los insignes. Agradezco al autor el detalle de enviarme la novela, que he podido ya leer no sin entusiasmo.

El libro se anuncia como parodia del mundillo poético de una gran ciudad española, pongamos que hablamos de Madrid. Tiene una estructura más bien epistolar, y concretamente reproduce las conversaciones por Skype (el monólogo, valdría decir) entre un poeta español y -sorpresa- Kim Jong-un, el Líder Supremo de Corea del Norte, al que descubrimos también poeta y deseoso de mejorar su español. Aquí el lector debe hacer un pequeño acto de fe, pues la vídeo-conferencia, pese a su componente oral, aparece, como por otra parte sea razonable, siguiendo los códigos y convenciones del registro escrito. Como decíamos, al que siempre leemos es al personaje español, mientras que Kim Jong-un ejerce de respetuoso oyente que sólo por momentos abandona la mudez. La aparición del líder norcoreano puede actuar, según el tipo de lector, como un arma de doble filo, y si bien puede atraer lectores y sazonar el conjunto de forma muy apropiada, al colisionar con nuestro horizonte de expectativas, también se puede pensar que con su presencia la verosimilitud pierde algunos enteros (dentro de la excentricidad, por cierto, no deja de tener cierto sentido, pues cuentan que una de las personas de confianza del líder de la hermética república, Alejandro Cao de Benós, es español).

Hechas estas puntualizaciones, en mi caso no he podido sino disfrutar con esta novela que encuentro de estirpe bolañana, por espíritu lúdico, giros verbales, chispa, inteligencia, vértigo y dosis de delicioso disparate. Por riqueza referencial y buen hacer, se nota que el autor, a diferencia de algo que critica, la figura del aspirante a poeta que apenas se preocupa por leer o conocer los rudimentos del oficio, es un gran lector. 

Novela hilarante, en Los insignes se desenmascaran vicios de la poesía (en algunos casos extensibles a la literatura en general), tanto en lo que atañe a autores como a editores. Se critica con gracia, por ejemplo, el exceso sentimentalista, el aplauso amiguetil y acrítico en el que a veces se cae, los egos desmedidos o ciertas poses (el mundo de los blogs y las redes sociales, como no podía ser de otra manera, está muy presente). Se denuncian de forma pormenorizada las corruptelas en el apartado de premios, becas, subvenciones o el comportamiento de ciertas editoriales. El protagonista de esta sátira, un escritor e inspector de Hacienda calvo y bajito, que pretende hacerse un hueco en el mundo literario, peca en ocasiones de ingenuidad y de un deseo desesperado de reconocimiento, pero su punto de vista es generalmente honesto. 

Se atisba que Pérez Vega ha ficcionado pero también ha sabido utilizar de forma acertada su experiencia como bloguero y como escritor. "Me di cuenta de la ridiculez de sufrir por la literatura", declara en una entrevista reciente, haciendo gala de una sana distancia a la que a no todo autor en ciernes parece capaz de llegar, y es que, como decía el otro, los malos escritores (o los que, en general, se afanan por ganar respetabilidad, por alcanzar la gloria) sufren como ratas de laboratorio.

No todo es literatura y humor en el libro, y de forma transversal se hace referencia a la coyuntura político-social del país (la especulación inmobiliaria, el 15-M...).Móstoles, como viene siendo habitual, también está muy presente, y de hecho el protagonista es oriundo de esta "ciudad dormitorio" o "suburbio", según se la califica en el libro, algo que, según comenta el autor en facebook, fue la única pega -curioso- que su madre le puso al libro, que llamara a Móstoles suburbio, que no siéndolo lo llamara así para romantizarlo

Como pequeña crítica, en una edición por lo demás muy pulcra y un texto expedito deerratas, creo que se les ha colado una en la contraportada. Se lee: "Si todos los poetas de España, los que lo son y los que se lo creen, compran este libro, será un súper ventas histórico". Me sonó raro ese "súper" y me fui al diccionario, donde leí que acentuado, "súper" es siempre acortamiento de "supermercado", de ahí que la tilde no venga al caso.



Muchas gracias, Jesús.

as, Jesús.
Muchas 

domingo, 1 de noviembre de 2015

Fabián y el caos, por Pedro Juan Gutiérrez

Editorial Anagrama. 235 páginas. 1ª edición de 2015.

Conocí a Pedro Juan Gutierrez (Matanzas, Cuba, 1950) gracias a una reseña de Babelia firmada por mi admirado crítico Miguel García-Posada. Descubrí mucha literatura moderna en la década de 1990 gracias a sus reseñas, me fiaba mucho de él y nuestros gustos solían coincidir. Tras el verano de 1999 yo había acabado mi licenciatura de Administración y Dirección de Empresas y estaba pensando irme una temporada a Londres, un plan que al final, y por diversas circunstancias, abandoné. Recuerdo que cuando tomé la decisión de quedarme en Madrid y buscar con intensidad trabajo, también, como afirmación de un destino (o algo similar), compré dos libros de relatos de Anagrama: Llamadas telefónicas de Roberto Bolaño y Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez. Ambos libros se encuentras entre mis favoritos de colecciones de relatos. A Bolaño ya lo había leído y por tanto la sorpresa de su lectura fue menor que la que supuso la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan; un volumen formado por tres colecciones de cuentos que su autor había tratado de publicar en Cuba sin éxito. Creo que a través de algunos autores españoles consiguió hacer llegar sus libros a Anagrama y Trilogía sucia de La Habana se convirtió en un gran éxito traducido a muchos idiomas (me parece que ya va por los veinte). Roberto Bolaño y Pedro Juan Gutiérrez se convirtieron desde ese año 1999 en mis dos autores de cabecera de Anagrama, los dos autores de los que iba a comprar sus libros según aparecían. De hecho, tengo casi todas las primeras ediciones de sus obras. Quizás Bolaño me ha parecido siempre más versátil que Pedro Juan, pero, a pesar de que Pedro Juan ha conseguido crear un tipo de escritura que puede resultar repetitiva, su forma de narrar era tan potente que siempre era un placer volver a reencontrarse con él.

En Trilogía sucia de La Habana Pedro Juan Gutierrez crea al personaje de Pedro Juan, un alterego de sí mismo, pero más desesperado y furibundo que lo que debe ser el autor en la realidad. Pedro Juan es un tipo que fue periodista en el pasado, pero debido a su individualismo cayó en desgracia (esto nunca se aclara del todo) y se dedica en el presente narrativo del libro a sobrevivir en La Habana, en la dura época de los balseros de los años 90. Trilogía sucia de La Habana se puede leer como una novela formada por pequeñas aventuras de Pedro Juan. Cada cuento refleja una salida de su casa, una tarde de reflexión en su azotea o un encuentro sexual (el sexo, el alcohol y la escritura furiosa son sus válvulas de escape). En realidad estos cuentos entroncan con la tradición picaresca, salvo que la sensación de desesperación supera al uso del humor. Pedro Juan se busca la vida en una Habana caótica, en plena descomposición. Nunca se habla de Fidel Castro ni del poder, pero su crítica está latente en cada página, en cada imagen de edificio derruido o personas desgraciadas en la calle. Al fin y al cabo Gutiérrez (al escritor le llamaré Gutiérrez y al personaje Pedro Juan) pretendía publicar su libro en Cuba y seguir viviendo allí.

Después vendrían Animal tropical (con un impagable Pedro Juan en Suecia), El Rey de La Habana (sin Pedro Juan, con el personaje de un joven analfabeto, un joven salvaje de ciudad, que me gustó menos), el libro de relatos El insaciable hombre araña (que sigue en la línea de la Trilogía) y Carne de perro (unos relatos más sosegados; aunque no se comente en los textos, Gutiérrez ha tenido éxito con sus libros y su personaje se ha sosegado, ya no tiene que salir a la calle a buscarse la vida, y puede ir tranquilamente a la playa o quedarse en casa pintando un cuadro; aumenta aquí la melancolía, pero baja la rabia vital, fuente de la narrativa de Gutiérrez); la novela Nuestro G. G. en La Habana (una curiosa intriga en torno al escritor Graham Greene) y El nido de la serpiente (con un Pedro Juan más joven). Esta última novela fue publicada en 2006. Gutiérrez publicó en Anagrama siete libros en siete años y de repente desapareció. Sé que ha publicado algún libro más en otras editoriales, pero que no he leído debido a mi demencial pasión por Anagrama.
Gutiérrez tiene una página web en la que anuncia sus libros y ahí yo he leído que había escrito alguna novela más que se encontraba libre de derechos de autor. También escribe poesía, que no ha sido publicada en España. En alguna ocasión me pareció que sería una buena idea que esa poesía se viese publicada; incluso me pareció una buena idea comercial, repetir el fenómeno de la poesía de Charles Bukowski o de Raymond Carver, autores con un gran número de lectores en prosa que se consiguen traspasar a su obra en poesía. Se lo comenté a mis editores canarios de Baile del Sol, y dio la casualidad de que les resultó fácil contactar con Gutiérrez ya que desde hace unos años vive en Tenerife, pero no pudieron ponerse de acuerdo: Gutiérrez pedía un adelanto por su obra poética que la editorial no podía permitirse. Una pena, me hubiera encantado haber intervenido de forma tan directa en la vida literaria de este país y poder haber promocionado así  parte de la obra de un escritor del que soy tan seguidor.

Ahora, después de nueve años, cuando estaba pensando en releer los libros que tanto me gustaron de él, Gutiérrez vuelve a publicar en Anagrama, y como en los viejos tiempos yo he comprado el libro según ha aparecido en las librerías. Ha sido un bonito reencuentro.

En Fabián y el caos vuelve a aparecer el personaje de Pedro Juan, pero el encuentro del lector con él no es tan directo como en otras de sus obras. De hecho, el comienzo de la novela me ha desconcertado un tanto. Fabián y el caos empieza en tercera persona acercándose a la figura de Fabián, pero para llegar a él nos contará la historia de sus padres, que emigraron desde España a Cuba. La prosa de Gutiérrez parece haberse vuelto más comedida, menos desmelenada que de costrumbre. De hecho, el estilo indirecto libre de la tercera persona, cuando habla de los padres de Fabián (un catalán y una madrileña que se conocen en Madrid), se olvida de los cubanismos y usa términos castizos; por ejemplo: “Iba por la vida dándoselas de chulita” (pág. 13), “Haber consumado el matrimonio como Dios manda” (pág. 17), “Se iban a joder” (pág. 39).
Los padres de Fabián emigran a Cuba. La madre toca el piano en una guardería y el padre trabaja en la tienda de un tío que emigró una generación antes que él. El padre sueña con el éxito económico y ahorra cada peso. No podrá imaginar que en 1959 va a perder todo su dinero gracias a la revolución.
A pesar del lenguaje más comedido de esta primera parte del libro, Gutiérrez vuelve como otras veces a hablar sin tapujos de sexo, pero lo que más me llama la atención es que ahora habla sin tapujos de política. La primera parte, la de la historia de la emigración de los padres de Fabián, acaba en 1959. Este es su último párrafo: “En ese momento todos los cubanos, seis millones de personas, quedaron igualados por lo bajo. Como un golpe de kárate. Magistral. En un instante dejaron de existir la clase alta, la media y la baja. Mandrake el Mago, con un solo pase de sus manos, hizo un truco perfecto delante de los ojos de todos, y nadie vio la trampa. Ahora todos eran pobres de verdad. En todos los sentidos. No sólo económicamente. Era un golpe genial, algo perfecto. Pero era sólo el comienzo. Lo mejor vendría después.” (pág. 51)

En la segunda parte la voz narrativa es la de Pedro Juan. Recuperamos aquí toda su desesperación y su fraseo cubano. Este estilo narrativo es más potente que el anterior (aunque el anterior llevaba muy bien al lector, que siempre quería saber más sobre lo que iba a pasar). Estamos ante un Pedro Juan joven que nos va a contar su vida en el instituto, centrándose en su relación con el apocado Fabián, aprendiz de pianista. Algunas de las historias que se cuentan ya son conocidas por el lector de Gutiérrez, como la dedicación de Pedro Juan al negocio de los helados.

La estructura del libro es la siguiente: partes 1, 3 y 5 contadas en tercera persona (la primera con casticismos, porque se centra en los padres españoles de Fabián, y las dos siguientes con más sabor cubano, porque el estilo indirecto libre se acerca más a los pensamientos de Fabián, nacido en Matanzas). Las partes 2 y 4 están narradas por Pedro Juan y se centran en sus encuentros con Fabián, el verdadero protagonista de este libro, que como leí en una entrevista está basado en una persona real que Gutiérrez conoció en su juventud.
La crítica al gobierno cubano ya he comentado que se vuelve aquí manifiesta, pero además se centra en un tema concreto: la crítica a la persecución de los homosexuales. Fabián trata de vivir aislado del exterior soñando con convertirse en un gran pianista, además es homosexual. Casi acaba en una cárcel de reeducación cuando es pillado en la playa con otro chico. Así habla uno de los policías cuando son llevados a comisaría: “¿Son los maricones que cogieron en la playa? Si yo fuera el juez les meto veinte años por lo menos. Uhhh, como no. Veinte años. En Agüita, trabajando al sol, pa que se hagan hombres. O se hacen hombres o se mueren.” (pág. 141)
Fabián acabará sufriendo seriamente la persecución por ser homosexual, y aunque en algunos casos se comporta como un ser desagradable y despótico con sus padres, su historia es terrible y uno acaba el libro sobrecogido.


Si alguien no ha leído nunca a Pedro Juan Gutiérrez le recomiendo que empiece por Trilogía sucia de La Habana, un libro que me impactó muchísimo en su momento, que desde hace más de quince años viaja conmigo, en mi imaginario de lector, y que he de releer. Si alguien es lector habitual de Gutiérrez Fabián y el caso le gustará. Fabián, como personaje, es una creación potente. Pedro Juan Gutiérrez ha vuelto a Anagrama y, como ya he apuntado antes me ha encantado este reencuentro.