domingo, 30 de septiembre de 2018

Entrevista a Elvio E. Gandolfo, autor de Vivir en la salina


Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947) se crió en Rosario y actualmente vive entre Buenos Aires y Montevideo. Ha publicado novelas (Boomerang, 1993; Mi mundo privado, 2016), poesía (El año de Stevenson, 2011), ensayo (La mujer de mi vida. Notas y margaritas, 2015) y, sobre todo, libros de cuentos (Ferrocarriles argentinos, 1994; Cada vez más cerca, 2013). Ha trabajado como crítico literario en diversos medios de Argentina y Uruguay (Clarín, La Nación o El País Cultural), y también como traductor de autores como Tennessee Williams o C. S. Lewis. Con la novela Boomerang resultó finalista del Premio Planeta Biblioteca del Sur, y el libro de relatos Cada vez más cerca fue el ganador del Premio de la Crítica de la Feria del Libro de Buenos Aires en 2014.

PINCHANDOAQUÍ puedes leer la reseña que escribí sobre Vivir en la salina (Cuentos completos) de Elvio E. Gandolfo.

Foto de Panta Astiazarán



En 2016 la editorial cordobesa Caballo Negro editó un libro con tus Cuentos completos, que ocupa casi 500 páginas. Este libro reúne tus narraciones breves desde 1970 hasta 2016. Después de más de 40 años de producción, ¿sientes coherencia en tu propuesta narrativa? ¿Has eliminado algún cuento con el que no estuvieras satisfecho o has tenido tentaciones de hacerlo?

No he eliminado cuentos en esa edición. Supongo que hay cierta continuidad en el estilo. A la vez como busco casi siempre algo que me desafíe, que sea nuevo, tal vez la única coherencia sea la variedad (dentro de la cual, por supuesto, se pueden armar grupos pequeños de cuentos semejantes, por la temática, lo autobiográfico, etc.).



Cuando uno empieza a leer uno de tus cuentos no sabe hacia dónde va a avanzar tu propuesta. Se puede encontrar con cuentos realistas, de ciencia-ficción, de terror, oníricos, policiacos… e incluso con géneros mezclados. ¿Decides de antemano qué camino va a tomar un cuento (realista, no realista…) o lo escribes sin un plan previo?

Por lo general el cuento nace de la obsesión con un clima, una frase, un personaje (real o inventado), un ritmo, ya sea sereno o delirante. Después el cuento se hace cargo tanto de la dirección que toma como del punto final, que a veces llega mucho antes de lo que uno espera. Cuantas menos decisiones tome el autor conscientemente, mejor fluye.



¿Quién es a tu juicio el escritor que mejor sabe, o ha sabido, mezclar y jugar con los géneros literarios?

En ese sentido, William Shakespeare es mucho más que un maestro: una fuerza de la naturaleza. Es tan bueno que me deprime decidir leerlo. Cuando lo hago (debo ir por las seis obras), me deja pasmado durante largo tiempo.


A finales de la década de 1990, a petición de la editorial Alfaguara, unos 70 escritores, críticos y editores argentinos votaron para hacer una selección de los mejores cuentos publicados allá. Tu cuento “Vivir en la salina” apareció en el puesto 14 de esa lista. ¿Tú consideras que éste es tu mejor cuento, o prefieres algún otro de los tuyos?

Hay por lo menos media docena que me gustan tanto o más que “Vivir en la salina”: “El momento del impacto”, “Un error de Ludueña”, “Cuando Lidia vivía se quería morir”, “Grande”, “Los amigos”, etc.
           

Te sigo preguntando por la lista anterior, ¿participaste en su votación? En caso afirmativo, ¿qué cuentos votaste?; y en caso negativo, ¿qué cuentos hubieras elegido?

Ese tipo de emprendimiento siempre incluye generosidad y astucia, voluntad e inspiración. Sí voté. Perdí la lista hace muchos años. Seguramente habré incluido “El Aleph” de Borges, “Noche terrible” de Arlt. Aunque no estoy seguro. Una lista de mejores cuentos, en un buen lector (que lee mucho y en busca de la emoción del hallazgo, cosa que hago), cambia por lo menos una vez por semestre.


En el volumen de tus Cuentos completos no se han incluido las narraciones que pasaban de las 20 páginas, y afirmas en el prólogo que éstas las estás guardando para publicar otra recopilación con tus Novelas cortas. ¿Cómo marcha este proyecto?

No es un proyecto, sino una perspectiva, que se convertirá en proyecto cuando acepte el convite algún sello editorial. Incluso uniendo los cuentos y las novelas cortas.


Entre tus cuentos podemos encontrar tres (“El manuscrito de Juan Abad”, “La mosca loca” y “El problema de Van Doren”) que hablan de la misma realidad: un mundo posapocalíptico tomado por una civilización de vacas voladoras. Se trata de una idea maravillosa y he disfrutado mucho de estos tres cuentos. ¿No has tenido la tentación de escribir una novela sobre este mundo fantástico?

Novela no. Pero sí he pensado escribir algún relato más, cuando le encuentre la vuelta. No he podido encontrar la forma de expresar la manera de ver el mundo de una vaca voladora hasta ahora. Hay cuestiones de peso literal en relación con las alas, de sentimiento, de química de las vacas sobre las que sé poco. Nuestra ignorancia sobre los animales, en especial los que comemos, es prodigiosa.


En 2016, después de los Cuentos completos, también publicaste una novela, titulada Mi mundo privado. Tras publicar en cuatro pequeñas editoriales de ciudades distintas, esta vez la novela aparece en Tusquets Argentina. En el programa televisivo Otra trama declaraste: “Para mí fue muy satisfactorio pasar a Tusquets (…) para llegar más.” Me gustaría preguntarte por esto, ¿realmente ha sido significativo el cambio de una editorial pequeña a Tusquets? ¿Has llegado de forma significativa a más lectores?

Yo venía acumulando trabajo y narración con algunas ediciones en sellos grandes (Centro Editor la más masiva, por ser en Capítulo, una edición masiva para kioscos), Alfaguara o Planeta. Como no mantengo una costumbre de un libro por año (a veces es ninguno en varios años, a veces dos o tres en un solo año), lo de Tusquets fue una especie de regreso, anunciado por Cada vez más cerca (Caballo Negro, de Córdoba) o los cuentos completos de Vivir en la salina (ídem). La cobertura en la prensa fue diría yo que desproporcionada, pero recibida por mí con mucha alegría. Mi recién aparecido Los lugares (Blatt & Ríos) tuvo poca cobertura, pero buena recepción en gente que lee y de cuya opinión me entero. No bien pudiera publicar en algún sello grande, lo haría de nuevo. Pero no trabajo para eso. Y conozco demasiados casos en que un agente tranca más de lo que ayuda, como para apurarme también en ese sentido. En el momento de Tusquets sentí, como dije en una entrevista del suplemento Radar, que eso me permitía “comerte mejor” (me refería al lector). Además incidía que la editora de ese sello es una antigua y querida amiga.


En 2011, la editorial Periférica publicó en España tu libro Dos mujeres, que contenía las novelas cortas Rete Carótida y Escamas, piel. El libro tuvo una buena acogida crítica. ¿Fue ésta la primera vez que publicaste en España? ¿Cómo lo viviste? ¿Por qué no hemos visto más libros tuyos en España?

A diferencia de otras épocas, la falta de interés en los editores, lectores, escritores y críticos españoles por los latinoamericanos en general es paradigmática. A tal punto que el diario El País de Madrid tiene, por ejemplo, dos o tres críticos a los que van a parar siempre los libros latinoamericanos, que suelen escribir siempre cosas muy parecidas. Por suerte hay locomotoras como César Aira para romper puertas. La crítica de ese libro fue de una generosidad y precisión notables. Pero no recibí más propuestas de la propia Periférica. Luego un español itinerante me comentó que el distribuidor que tiene le había comentado que no podía seguir con latinoamericanos, porque no venden nada.


En alguna entrevista declaras tu admiración por el escritor argentino David Viñas, un autor que en España no ha sido nunca muy popular. ¿Qué libros suyos recomendarías a un lector español que no conozca a Viñas y que quisiera acercarse a su obra?

Jajaja. Viñas es un argentino tan grande e incomprensible como Perón. Mi libro favorito, que me formó como lector y como crítico, es Literatura argentina y realidad política en su primera edición (algunas posteriores están cambiadas y la forma original era perfecta), con extraordinarias percepciones, y un lenguaje fuera de serie, hasta mejor que el de sus novelas. Entre ellas hay una corta y fácil, Un dios cotidiano, que leí de adolescente. También recuerdo como muy buenas Los dueños de la tierra, Los hombres de a caballo y Dar la cara (pantalla panorámica sobre la sociedad argentina, que dio origen a una gran película, digna del mejor cine polaco). Otras, como Tartabul, me resultaron ilegibles, con clara conciencia de culpa.


Fuiste amigo personal del escritor uruguayo Mario Levrero, que murió en 2004. ¿Cómo estás viviendo el reconocimiento cada vez mayor de su obra? ¿Sientes que al escribir os ocupasteis de temas confluentes? ¿En qué se diferencian tus obsesiones de las suyas?

Para todos los amigos de Levrero (o Varlotta), entre los que me incluyo, es una gran satisfacción haber llegado a ver la bella cajita que incluía las tres novelas de su “trilogía involuntaria” (La ciudad, París y El lugar), ideal para regalarle a un amigo o a la novia, que sacó en un momento Mondadori (otra vez el peso y el músculo de un sello importante). O la edición de inéditos importantes. Como en una época nos veíamos mucho, nos influimos mutuamente. Después menos. No tengo claras las obsesiones de él ni las mías, así que no sé en qué se diferencian.


Llevas décadas ejerciendo la crítica literaria en suplementos culturales. ¿Eres pesimista con la evolución de los suplementos culturales? ¿Crees que la literatura cada vez ocupa menos espacio en la mente del ciudadano medio?

El ciudadano medio es una entelequia incomprensible, salvo desde el punto de vista de los encuestadores preelectorales. Desde el punto de vista de la literatura es un ganso que antes leía diarios, después consumía televisión, y ahora la Red o Netflix. La literatura sigue ocupando un lugar central en la mente de gente ociosa que se ve obligada a trabajar para vivir, y que desearía que el capitalismo, o el neocapitalismo fuera alguna vez menos miserable para repartir las ganancias, o sobre todo el tiempo, para poder leer más. Es un sistema lleno de horas incontables embolantes y mal pagadas en lugares a menudo muy mal ventilados, y a veces demasiado ocupados por ciudadanos medios, incluso con cierto poder.


En alguna entrevista te he oído hablar de una novela bastante larga que andas escribiendo, ¿cómo va este proyecto?

Ahí anda.


Por último, recomiéndanos, por favor, a algún gran cuentista argentino o uruguayo que consideres que no tiene el reconocimiento que se merece.

De Uruguay, Juan José Morosoli, Anderssen Banchero, o Damián González Bertolino. De Argentina, Delia Crochet o Mariano Quirós.


Muchas gracias, Elvio.

domingo, 23 de septiembre de 2018

Vivir en la salina (cuentos completos), por Elvio E. Gandolfo


Vivir en la salina (Cuentos completos, 1970-2016), de Elvio E. Gandolfo.
Editorial Caballo negro. 481 páginas. 1ª edición de 2016.

De Elvio E. Gandolfo (Mendoza, Argentina, 1947) había leído hasta ahora ocho libros, aunque sólo uno de ellos (Dos mujeres, editorial Periférica) ha sido publicado en España. El resto lo encontré en librerías hispanoamericanas de Madrid, en Iberlibro o bien, después de un tiempo, cuando contacté con Gandolfo, me los empezó a enviar él mismo desde Argentina; o, como en este caso, Gandolfo le pidió a su editor de Caballo negro (Córdoba, Argentina) que me lo enviara.

De este volumen de Cuentos completos había leído, antes de ponerme con él, casi la mitad: los relatos contenidos en los volúmenes Ferrocarriles argentinos (1994) y Cada vez más cerca (2013). Los he vuelto a leer, quería absorber entera la experiencia de acercarme a este libro.
El orden no es cronológico. Primero se suceden tres libros de relatos enteros: Ferrocarriles argentinos (1994), Cuando Lidia vivía se quería morir (1998) y Cada vez más cerca (2013). Después hay otros libros de los que faltan los relatos más largos; al parecer, Gandolfo y su editor decidieron retirar los de más de veinte páginas para sacar otro volumen de Novelas cortas. En esta segunda parte, que aparece en el libro con el epígrafe de Otros cuentos, tenemos narraciones de La reina de las nieves (1982), The Book of Writers (2010) y Libro de mareo (2016). El volumen se cierra con una sección titulada De antologías, e inéditos. En total tenemos aquí cincuenta y siete cuentos de Elvio Gandolfo.

El primer cuento al que se acercará el lector que abra este libro es La oscuridad bajo la mesa. En él, un oficinista regresa a su casa para recoger unos papeles en un momento inesperado y descubrirá a su mujer con un amante. Observará sus movimientos escondido debajo de la mesa, sin intervenir y pese a que su mirada llega a cruzarse con la de su mujer. Aunque la situación descrita parece realista, en realidad no lo es. Una corriente turbia recorre este relato cargado de extrañeza. El segundo relato, No es una línea recta, se adentra de forma más clara en el género fantástico, con un hombre que vende cajitas en las que unos «muñequitos» cobran vida si se les da cuerda. El tercero, Un error de Ludueña, es un cuento policial, uno de los mejores de Ferrocarriles argentinos y quizás de toda la producción de Gandolfo.

Lo que más me llama la atención de los libros de cuentos de Gandolfo es su capacidad para romper con las expectativas del lector. Cuando se empieza a leer uno de sus cuentos, nunca se sabe hacia dónde va a evolucionar la narración: puede ser un cuento puramente realista, que describe la vida en la provincia, uno de ciencia-ficción, policial, onírico, y lo mejor: un cuento donde se mezclan géneros, ciencia-ficción apocalíptica con un relato romántico; denuncia de los abusos militares en la dictadura con terror, etc. La pura libertad creadora parece dirigir los pasos de Gandolfo.

Andante es un relato realista del que, como la primera vez que lo leí, he tenido la sensación que me perdía algo. Andante antecede a Llano del sol, un relato apocalíptico, en el que una guerra civil ha devastado Argentina y un hombre solitario trabaja vigilando una decrépita planta de paneles solares; además, éste es un cuento de amor en la provincia. Llano del sol es uno de los cuentos que más me gustan de Gandolfo.
El bulto en el casino, sobre casualidades que se dan en los sueños, podría ser un relato de corte borgiano.
Estrategia mezcla el costumbrismo de la vida en un pueblo con el relato negro.
En La yanqui y el polaco, Gandolfo hace comparecer a una escritora real, en este caso Susan Sontag. Este recurso lo volverá a usar en otro relato (Corta amistad en Londres), en el que describe los divertidos momentos en los que «trató» con H. G. Wells en Londres.
El último cuento de este primer libro, Ferrocarriles argentinos, nos habla de un viaje en tren y de la desaparición de una mujer en la noche. Una anécdota mínima que sirve de metáfora para hablar de una realidad más amplia y terrorífica.

Cuando Lidia vivía se quería morir se divide en tres partes. En la primera, compuesta por tres relatos, Gandolfo posa su mirada sobre su vida en Rosario. A pesar de haber nacido en Mendoza, la familia de Gandolfo es de Rosario y él, que creció en esta ciudad, se siente rosarino. El primer cuento da título al libro y narra un simpático recuerdo acerca de un primer amor en la provincia. El segundo, El polvo del mediodía, es otro relato realista que me ha recordado el tono de los cuentos de Juan José Saer. Filial trata de la relación de Gandolfo con su padre, poeta aficionado que montó una imprenta en Rosario; uno de los cuentos más hermosos de este libro.

La segunda parte de Cuando Lidia vivía se quería morir también comienza con un tono realista, aunque más lírico (Con los pies en el agua) que la parte anterior; y El sol y el hielo es un cuento fuertemente erótico, que toca otra vía temática en esta colección de cuentos tan diversa. En Me saqué los anteojos, nena, el sexto cuento de este segundo libro, Gandolfo parece volver al género abiertamente fantástico, con unas gafas que cuando el protagonista se las pone o quita le permiten viajar en el tiempo. Cuando en la página 173 leí: «Las tropas francesas siguen resistiendo el avance del Ejército Islámico, cerca de París» me sentí desconcertado, pero cuando un poco más abajo de esta misma página se habla de «la colonia lunar angloindia», me invadió una plácida sensación de felicidad lectora. Gandolfo había vuelto a la ciencia-ficción con estas ligeras pinceladas.
La tercera parte de Cuando Lidia vivía se quería morir se abre de forma clara al relato fantástico. El viaje relata una travesía por el desierto en un mundo apocalíptico, que no tiene por qué ser exactamente el nuestro y, debido a la presencia de una nube anaranjada que persigue a los protagonistas, me ha hecho pensar en el relato Gelatina de Mario Levrero, que fue un íntimo amigo de Gandolfo.
El manuscrito de Juan Abad, sobre un apocalipsis en el que las vacas voladoras (sí, han leído bien) han conquistado el mundo, es grandioso; pura felicidad lectora. Pura sensación de vuelta a la infancia y a la lectura de descubrimiento e imaginación.
El momento del impacto trata sobre una gran ballena que cae desde el cielo sobre la ciudad de Rosario. No llega a la altura de El manuscrito de Juan Abad, pero también es un relato muy libre e imaginativo.

Quince años separan la publicación de Cuando Lidia vivía se quería morir de Cada vez más cerca, libro que ganó el Premio de la Crítica de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires en 2014. El libro se abre con El cuerpo, donde se unen dos tiempos narrativos, el recuerdo de un amor y una visita al dentista que, desde luego, no me parece de los mejores cuentos aquí incluidos. Me gusta bastante Más bien bajo, sonriente, diminuto un cuento de terror clásico con un aire a H. P. Lovecraft.
En Cada vez más cerca nos encontramos cuentos, en general, más cortos que en los dos libros ya comentados. De este libro destacaría Los pasos en las huellas, sobre un policía secreta que, durante años, vigila a un tipo que no hace nada especial; Clasificación, que mezcla el relato sobre escritores con la narración fantástica; Pegando la vuelta, un relato postapocalíptico, que por su temática me ha recordado a Llano del sol; Caballero estafador, un relato picaresco sobre el hampa de Buenos Aires; y sobre todo, Las negritas, otro relato de terror clásico, aderezado además con un rico lenguaje de la calle bonaerense; Contacto, sobre un militar retirado y los extraterrestres, es también muy desconcertante. En los últimos cuentos, Gandolfo vuelve a Rosario y al costumbrismo de la provincia. Es muy hermoso el cuento El tango y Tito Lamónica.

La siguiente sección del libro, la que se denomina Otros cuentos, se abre con Vivir en la salina, que se supone que es el mejor cuento de Gandolfo. Explico esto: votaron unos 70 conocedores del cuento en Argentina (escritores, críticos y editores) sobre cuál era el mejor cuento de Argentina, con el criterio de que sólo se podía elegir un cuento por autor. El primero de esta lista es Esa mujer de Rodolfo Walsh, el segundo es El aleph de Borges y el decimocuarto es Vivir en la salina de Gandolfo. Es posible que a mí, por ejemplo, me guste más Llano del sol, pero, sin duda, Vivir en la salina es un cuento redondo, magnífico en contenido, forma y ritmo. Un relato en apariencia realista, pero que es más bien expresionista.
Sobre las rocas es otro relato estupendo, con un personaje varado en una playa que come cangrejos, mientras el mundo conocido se acaba. Muy original.

Los relatos tomados del libro The Book of Writers tratan sobre escritores. De ellos destaco Actos de desaparición, que trata de la relación del autor con otro polémico escritor de provincia.
Con los cuentos de Libro de mareo conecto menos que con los que llevo leídos hasta ahora. Son cuentos de poco más de una página, y ya he comentado más de una vez que a mí los microrrelatos no me gustan mucho.

En la última parte, De antologías, e inéditos, destaco dos grandes momentos de felicidad lectora: encontrarme con los cuentos La mosca loca y El problema de Van Doren, que rescatan el mundo creado en el relato El manuscrito de Juan Abad, el maravilloso y sugerente mundo de las vacas voladoras. En serio, Gandolfo escribe relatos postapocalípticos sobre vacas voladoras que no podemos leer en España. Lo pregunto ya: ¿por qué esta condena? Le he escrito un correo a Gandolfo, se lo he pedido, quiero, por favor, una novela sobre las vacas voladoras; quiero entrar y perderme en ese mundo. Imagino que no me hará caso, pero debería.

Como ya he comentado antes, leer los cuentos de Gandolfo es toda una aventura literaria: el lector nunca sabe, cuando empieza uno, hacia dónde se dirige. Se puede tratar de un cuento policial, costumbrista, de ciencia-ficción, de terror, onírico, y lo mejor de todo, con varios géneros mezclados. Ahora que se habla tanto del neofantástico en Argentina, con voces sugerentes como las de Samanta Schweblin, Federico Falco o el auge de un nuevo relato de terror con autores como Mariana Enríquez, creo que sería de justicia reivindicar la figura de Elvio E. Gandolfo. En Argentina sí que es un escritor considerado, pero es una pena que el lector español casi no lo conozca.

En el prólogo de los Cuentos completos de Fogwill, escrito por Gandolfo, éste afirma que el libro de Fogwill «contiene seis o siete de los mejores cuentos de la literatura argentina». Sé que no soy el primero que lo dirá en una reseña, porque ya se escribió en Los inRocktibles, pero yo lo había pensando antes de leerlo ahí (y, por tanto, creo que esto me legitima para escribirlo): lo mismo se podría decir de Gandolfo.
Recapitulo los cuentos que me parecen más sobresalientes de este libro: Un error de Ludueña, Llano del sol, Filial, El manuscrito de Juan Abad, Las negritas, El tango y Tito Lamónica, Vivir en la salina y Sobre las rocas. Cualquiera de estos ocho cuentos podría estar en las mejores antologías del cuento en español de las últimas décadas, y repito: que el lector español no tenga a su alcance un libro como Vivir en la salina, Cuentos completos no habla nada bien de la sana confluencia que debería existir (pero que suele fallar) entre los países de habla hispana.

No me resisto a comentar que yo he leído un cuento más de los que están aquí, un cuento escrito con posterioridad al cierre de este volumen (2016) y que Gandolfo me envió por mail, un cuento de ciencia-ficción postapocalíptica que me gustó mucho.
Como sé que es difícil para la mayoría de los lectores tener en sus manos este libro y quizás les entró la curiosidad hacia los cuentos de Gandolfo, voy a dejar, para finalizar, un enlace a una web en la que se puede leer el cuento Vivir en la salina, que da título a estos Cuentos completos. Así podrá juzgar por sí mismo si mis palabras sobre la calidad de los cuentos de Gandolfo son exageradas o le hacen justicia.

PINCHANDO AQUÍ se puede leer el cuento Vivir en la salina. Disfrútenlo.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Biblioteca bizarra, por Eduardo Halfon


Editorial Jekyll & Jill. 110 páginas. Primera edición de 2018.

Después de leer los tres libros que Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) ha publicado en la editorial Libros del Asteroide (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo) en tan sólo cuatro días, me apeteció seguir con su obra y compré en La Central de Callao los libros Mañana nunca lo hablamos y Biblioteca bizarra.
Lo cierto es que intuía que si le escribía a Víctor Gomollón, el editor de Jekyll & Jill, al que sigo en Facebook, el libro de Biblioteca bizarra para reseñarlo, me lo enviaría. Pero ocurrieron dos cosas: quería leerlo de forma inmediata, tras los otros libros de Halfon, y además me di cuenta de que ya había salido al mercado la segunda edición, pero que en La Central aún quedaban ejemplares de la primera. Y al abrir ejemplares de la primera edición vi que los libros estaban numerados. Busqué el número más bajo y me lo llevé a casa. Tengo el 126 de la primera tirada de este libro. Éste tipo de detalles libresco-fetichistas se inventaron para gente como yo.

Después de acabar con Mañana nunca lo hablamos, el mismo día empecé (y terminé) Biblioteca bizarra. Este libro está formado por seis textos que fueron publicados en revistas literarias entre 2011 y 2017. Los seis han sido revisados y quizás ampliados o reescritos. Al final, en la nota que explica su lugar de procedencia, se da la siguiente información de cada una de estas composiciones: «Una primera versión de XXX fue publicada en YYY, con tal fecha.»

Los seis textos de Biblioteca bizarra podrían ser calificados de relatos, pequeños ensayos o artículos. En realidad, creo que no tiene mucha importancia la distinción, puesto que Eduardo Halfon, como otros escritores actuales, juega a la mezcla y confusión de géneros narrativos.

El primer texto es el que da título al libro, y en él se describen diversas bibliotecas que Halfon ha podido ver (o de las que ha oído hablar) a lo largo de su vida. La primera biblioteca es la de una de sus tías abuelas, que ha muerto recientemente, y Halfon va a su casa a ver la enorme biblioteca que esta mujer ha dejado tras de sí. «Me vestí con el entusiasmo que sólo conoce un bibliófilo.», leemos en la página 15. Se trata de una biblioteca dedicada a un único tema: el sionismo. Un aire melancólico acaba impregnando las reflexiones de Halfon, que, como en otros de sus libros, medita aquí sobre su condición de judío. Otra de las bibliotecas de las que habla es llamada La biblioteca salvaje y aquí se habla de la relación de Roberto Bolaño con Antonio di Benedetto que dio pie a la existencia del cuento de Bolaño titulado Sensini. En realidad este primer relato (o miniensayo o artículo) tiene un aire muy bolañesco, de ese Bolaño salvaje y erudito, del Bolaño que acaba de leer a Borges. De hecho, diría que además de hablar del cuento Sensini, existe aquí otro homenaje a Bolaño en las páginas de La biblioteca mojada, en las que se habla de un médico riojano que regala todos los libros que compra y que lee en la bañera. En una entrevista, Bolaño comentaba que su amigo el poeta Mario Santiago (que da origen al personaje Ulises Lima) leía en la ducha.
También, Biblioteca bizarra me ha hecho pensar en muchas de las páginas de un bibliófilo como Enrique Vila-Matas.

El segundo relato se titula Los desechables y habla de una conferencia sobre literatura que Halfon tuvo que dar en Bogotá para un público formado por personas de la calle en proceso de integración social. No es la primera vez que me ocurre al leer a Halfon, pero en estas páginas he sentido más que en otras la conexión de algunas de sus propuestas con las del escritor argentino Sergio Chejfec. En el libro de relatos de Chejfec Modo linterna, el autor también convierte en objeto del cuento los actos y las charlas literarias.

Halfon, boy es el texto que más me ha gustado de este libro. En este relato, Halfon habla del nacimiento de su hijo en Nebraska, donde trabajo como profesor de literatura. Se habla aquí del hijo y de los problemas que encuentra en la traducción de la obra del autor norteamericano William Carlos Williams, que a su vez fue traductor del español al inglés, y un médico pediatra que ayudó a que llegaran muchos niños al mundo. La forma en la que Halfon une sus reflexiones sobre la obra de Williams y el nacimiento de su propio hijo me ha parecido brillante.

Saint-Nazaire es el texto, de los presentes aquí, que más se relaciona con la parte de la obra de Halfon que ha tenido más repercusión (Monasterio, Signor Hoffman y Duelo), puesto que habla de una de las experiencias europeas de su abuelo polaco. También se habla aquí de escritores, y esto entronca más con el espíritu ensayístico de Biblioteca bizarra. «¿No es la nimiedad, pues, la materia prima del cuentista? ¿No son las anécdotas en apariencia mínimas, es decir, insignificantes, la arcilla misma con la cual el cuentista trabaja su artesanía y moldea su arte?», escribe Halfon en la página 78, comentando los cuentos de Chejov y también su propia obra.

El quinto texto se titula La memoria infantil y se subtitula Notas a pie de página. Me he sentido afortunado al leerlo, porque ha dado la causalidad de que estas páginas son un comentario al libro Mañana nunca lo hablamos que, como comentaba al comienzo de esta reseña, había acabado el mismo día que leía esta reflexión personal sobre los cuentos de ese otro libro. De hecho, el comienzo de este miniensayo es el texto de contraportada de Mañana nunca lo hablamos. Aquí se apostillan los cuentos del otro libro, y se explica, en cierta medida, cómo están hechos  y por qué; cómo es el recuerdo o el impulso que lleva a Halfon a escribir un cuento a partir de un recuerdo o una sensación del pasado. «Un escritor escribe desde allí: desde lo que ha visto, desde lo que ha escuchado, desde los olores y sonidos que revolotean como mariposas en su memoria. No escribe su memoria. Escribe solamente a partir de ella. Desde ella. Hacia delante.» (pág. 88), «Veo esas imágenes en el álbum de mi memoria: inconexas y opacas y acaso inventadas. El hilo que las une es la literatura. La literatura, hilvanándolas, les da sentido. El oficio de un escritor no difiere del oficio de un sastre. Parches, remiendos, costuras, hilos, retazos que, con oficio, crean la ilusión de un todo.» (pág. 89)
De los recuerdos que cita lo que más curioso me ha resultado es ver cómo algunos de ellos servían de base a relatos que estaban en el libro Mañana nunca lo hablamos y otros no llegaban a relatos de ese libro; recuerdos que se perderán o que, tal vez, den lugar en el futuro a nuevas narraciones.
En esta quinta narración también nos encontramos con Rol, uno de los trabajadores de la casa familiar de Halfon, que protagonizaba uno de los relatos de Mañana nunca lo hablamos y del que se habla aquí, de nuevo, muchos años más tarde.

Cierra el volumen la narración más ominosa de todas, Mejor no andar hablando demasiado. Aquí Halfon reflexiona sobre la condición del escritor en un país como Guatemala, además de su propio proceso de transformación desde ser un ingeniero hasta convertirse en un escritor. «Durante el último siglo, los escritores guatemaltecos han estado escribiendo, y muriendo, en el exilio.» (pág. 102). Aquí hablará de Miguel Ángel Asturias, Augusto Monterroso, Luis Cardoso y Aragón o Luis de Lión. La escena final que cierra el relato y el libro es terrible: Halfon recibe una visita amenazante en su casa después de haber publicado su primer libro en Guatemala.

Biblioteca bizarra es un libro que gustará a los lectores habituales de Eduardo Halfon, a los que le conozcan por sus libros más famosos (los publicados por Libros del Asteroide), aunque creo que también podría ser una buena puerta de entrada a su obra.  Hasta ahora no había leído ningún libro de la editorial Jekyll & Jill, dirigida por Víctor Gomollón y la verdad es que me ha impresionado el cuidado con que está editado Biblioteca bizarra, un precioso libro-objeto.


miércoles, 12 de septiembre de 2018

Unos poemas de La pierna ortopédica de Rimbaud, de José Luis Gracia Mosteo


El poeta José Luis Gracia Mosteo (Calatorao, Zaragoza, 1957) ha ganado el I Premio de Poesía Melaza Villa de Salobreña con el libro titulado La pierna ortopédica de Rimbaud. El libro saldrá próximamente a la venta.



Dejo aquí tres poemas de este nuevo poemario:




LA RESURRECCIÓN DE DANTE

Pintó Giorgio Vasari seis poetas:
dos sin laureles; con, otros cuatro;
cinco llevan cubierta la cabeza,
dos tienen un libro entre las manos.
Pintólos Vasari en una mesa
cubierta con un liso y verde paño,
pintólos entre libros y entre esferas,
sospecho de lo que estarán hablando.
No es Beatriz ni Laura en quienes piensan,
ni en Mandetta ni amor ni desengaños;
tampoco en la Toscana ni en Florencia,
ni en sus bellos campos y palazzos.
Es en ti, lector, para que entiendas,
en ti, que soy yo mismo y miro el cuadro;
es en quien al mirarlos los recrea
y al leer los está resucitando;
es en quien la vida les devuelva
y les saque del lienzo congelado,
es en quien les exhume de la tierra
y se torne en poeta al recitarlos.
Pintó Giorgio Vasari seis poetas,
lo hizo en mil quinientos cuarenta y cuatro,
hurtó sus rostros vagos a la hierba,
juntó lo que el tiempo no ha juntado;
pensó que la poesía es eterna,
que los seis seguirán siempre charlando,
seis que tienen tu edad y hablan tu lengua,
nacieron en tu casa y son toscanos.


EL ÚLTIMO VIAJE DE JAIME GIL DE BIEDMA

Si el tiempo es una rueda y somos polvo
que flota en el aire como un punto;
si la vida cabe en un poema,
si la historia cabe en un segundo,
si somos lanzamiento de un discóbolo,
si somos una broma del destino,
si el arte es circular y somos arco,
si somos poco más que un verso anónimo…,
bebamos, caro Jaime, hasta perdernos
en esa lejanía de aire en vilo,
pues polvo es el alma y polvo somos,
polvo de píxel, papel y olvido,
polvo que un día quiso transformarse
en poema, ensayo o vino tinto,
polvo cual Catulo, que acaso fuiste,
polvo de la nada de este mundo;
si el tiempo es una rueda y somos polvo,
no gastemos, Jaime, ni un gemido,
dejemos que nos pise alegremente,
seamos polvo sucio del camino.


NIEZTSCHE, ENTRE ALEJANDRO Y DARÍO

Escribe el filósofo en La gaya ciencia
que todo se repite, y en Zarathustra,
que la historia no es lineal
sino circular, algo en que García Márquez
insiste en Cien años de soledad,
o Milan Kundera en La insoportable
levedad del ser, algo en lo que abunda
Borges; escribe Friedrich Nieztsche
y mi memoria yerra en sus palabras
al leer Batallas decisivas de Occidente,
de Fuller, donde se cuenta la apetencia
de Europa a los pueblos del desierto,
yerra y pienso en él, pues aparece
Gaugamela, la batalla en que Alejandro
persigue a Darío y derrota a su ejército;
pienso en él y en Así habló Zaratustra,
pues la capital del Estado Islámico,
Mosul, está a pocos estadios; pienso
y me digo si Borges, pero también
García Márquez, Milan Kundera o yo
mismo éramos soldados en esa época,
servíamos al macedonio o al persa.
Escribe el filósofo en La gaya ciencia
que el fin es el comienzo y se repite.

domingo, 9 de septiembre de 2018

Mañana nunca lo hablamos, por Eduardo Halfon


Editorial Pre-textos. 138 páginas. Primera edición de 2011.

Ya he comentado que en la pasada Feria del Libro de Madrid compré los tres libros que a Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) le ha publicado la editorial Libros del Asteroide. En cuatro días, he leído los tres seguidos. El lunes que iba a acabar Duelo estaba ya de vacaciones y decidí irme de librerías. Compré tres libros más de él: Mañana nunca lo hablamos, Biblioteca bizarra y De cabo roto. Ese mismo lunes que acabé Duelo, por la noche leí los dos primeros cuentos de Mañana nunca lo hablamos. Creo que me estoy convirtiendo en un adicto a la prosa de Halfon. No sé si hacía falta señalarlo. Mañana nunca lo hablamos y Biblioteca bizarra los compré en la librería La Central y De cabo roto en una librería de segunda mano, cerca del metro de Alfonso XIII.

Mañana nunca lo hablamos está formado por diez relatos, y se abre con una cita de Virginia Woolf que dice: «Ese gran espacio de catedral que fue la infancia.». La contraportada del libro está redactada por el propio Halfon y resulta muy significativa. En ella podemos leer: «Toda infancia tiene sus puertas de salida. En toda infancia hay momentos –a veces magnánimos, a veces prolijos, a veces breves y volátiles– que son como pórticos hacia la grandeza del futuro. Los atravesamos con pasos inocentes, llenos de ímpetu y curiosidad, sin entonces lograr comprender, por supuesto, que esos precarios pasos son irrevocables, que no tienen marcha atrás. A veces pienso que por eso escribo. Para intentar regresar a la ilusoria y frágil pureza de mi niñez, en la Guatemala de los turbulentos años setenta.»

Como el propio autor nos cuenta, los diez cuentos de Mañana nunca lo hablamos nos acercan al Halfon que fue un niño en la década de 1970, antes de irse a vivir a Miami (como sabremos por otros libros; por ejemplo, se habla de esto en Duelo) en 1981, cuando va a cumplir diez años. La voz narrativa de cada cuento es la misma, y por tanto este libro puede leerse como una colección de cuentos o bien como una novela, en la que cada capítulo (o relato) es una estampa que evoca la niñez del autor en su país natal. Al finalizar el volumen, el lector comprenderá que este libro es, en gran parte, una despedida de la infancia y también de un territorio físico.

El primer cuento se titula El baile de la marea y se desarrolla en las playas de Iztapa, un lugar que también aparecía en uno de los cuentos de Signor Hoffman. Es un cuento breve y bello sobre el misterio de la vida captado por un niño. «Quería preguntarle a mi padre quién sería yo sin mi padre.» (pág. 17) El tema narrativo de la búsqueda de la identidad aparece ya en estas páginas iniciales.

Polvo retrata la experiencia de un niño en 1976, cuando Guatemala sufrió un terremoto que acabó con 30.000 vidas. El comienzo de este cuento es muy similar al del comienzo de la novela Formas de volver a casa, que el chileno Alejandro Zambra publicó en 2011, el mismo año que Mañana nunca lo hablamos. Dos niños viviendo el terremoto de asola sus ciudades hispanoamericanas como si tratase de una aventura que rompiera con la rutina. En el cuento de Halfon, el niño será obligado por su tío a mirar a los más desfavorecidos y a tomar conciencia de las tragedias ajenas.

El poder de la euforia nos habla del miedo a decepcionar a los adultos en la infancia –en este caso por unas posibles malas notas del colegio–, de la euforia infantil por salvarse de esa situación, y finalmente de la incapacidad de saber qué hacer con esa euforia y la posibilidad de convertirla, por ejemplo, en crueldad hacia los animales. Todas estas sensaciones están muy bien captadas aquí, sin subrayados innecesarios.
En la página 39, la primera de este cuento, se habla del «abuelo polaco» del narrador. Este dato concordaría con los otros que conozco –gracias a las lecturas anteriores–, de la biografía del personaje y narrador llamado Eduardo Halfon. En Mañana nunca lo hablamos no aparece nunca el nombre del narrador, pero su voz y su biografía son concordantes con las de Monasterio, Signor Hoffman y Duelo. Quizás me ha parecido detectar una pequeña diferencia: en este tercer cuento se habla de un hermano pequeño del padre del narrador, y si no recuerdo mal (que puede ser) en Duelo se nos informa de que el padre no tiene hermanos.

El cuarto cuento –Muerte de un cácher–, como el tercero, recrea algunos de los miedos más reconocibles de la infancia: el miedo a hacer el ridículo en el colegio y a no ser creído; en este caso, al profesor le cuesta creer que al narrador le duele de verdad la cabeza. El niño acabará en el hospital y se hará real para él la idea de la propia muerte, un concepto del que parecía sentirse totalmente a salvo cuando vivió de cerca las consecuencias del terremoto del segundo cuento.
El cierre de este relato es muy sutil, con la idea de la muerte que acabará desviándose desde el cuerpo del niño hasta la muerte del ídolo deportivo. Al leer este cuento, y los anteriores, el lector atento pensará en la forma de componer relatos de los escritores norteamericanos. Estos cuentos de Halfon están influidos por Raymond Carver, Tobias Wolff, Ernest Hemingway, Bernard Malamud o J. D. Salinger. Y por esta influencia de autores norteamericanos de relato breve, pero trasladados a los escenarios hispanoamericanos, he sentido a los cuentos de Halfon cercanos a las propuestas de otros autores americanos de habla española como Edmundo Paz Soldán o Rodrigo Hasbún.

El cuento Quieto a la orilla del lago, en el que Halfon recuerda a un joven trabajador de veinte años de la casa de sus padres, quien le habla de su infancia en las orillas del lago Amatitlán, me ha recordado al final de la novela Duelo. Y no sólo porque aparezca el lago Amatitlán, sino porque se da aquí espacio a la narración oral y a la naturaleza mágica de las tradiciones de los indígenas guatemaltecos.

La señora del gabán rojo, el sexto cuento, abre el libro de forma clara a una segunda mitad, en la que va a predominar, cada vez con más fuerza, el tema de la violencia en la Guatemala de la época. Aquí se habla del secuestro que sufrió uno de los abuelos de Halfon, un asunto del que ya he leído en otros de sus libros. Para el niño es difícil asumir la cotidianidad de la violencia, y esta idea está muy bien captada en el relato.

Si hasta ahora estaba pensando que Halfon aún no considera, en este libro, el tema de su pasado judío como uno de sus grades tema narrativos, ahí está el cuento El último café turco para desmentirme. Aunque es cierto que en este cuento se habla de los orígenes de los abuelos, pero todavía no se insiste en el tema del judaísmo, las persecuciones y los conflictos de identidad. Aún no hay conflictos de identidad, parece decirnos Halfon aquí, porque el niño asume cualquier realidad que le rodea como la más lógica y la única posible. De nuevo, en este cuento aparecen los militares como una presencia ominosa.

Mujeres buenas y mujeres malas guarda relación con la composición de los relatos El poder de la euforia y Muerte de un cácher. Aquí se habla de otra de las sensaciones más reconocibles de la infancia: el brote de los primeros deseos sexuales y la sensación de no conocer cuáles son los límites sociales entre lo que es aceptable y lo que no.

Corazón, no moleste nos vuelve a hablar de la extrañeza ante las reglas del mundo de los adultos que los niños no saben cómo asumir. Aquí se habla de la posible desaparición (violenta o no) de un empleado de la fábrica del padre de Halfon.

El último cuento, Mañana nunca lo hablamos, me ha parecido un gran cierre al libro. Un relato muy logrado. Si acabé la reseña de Duelo diciendo que sentía curiosidad por saber qué caminos narrativos iba a seguir Halfon en sus próximos libros y que a mí me gustaría que hablara de la violencia de la que fue testigo en su país, durante la década de los setenta, no me estaba dando cuenta, entonces, que le estaba pidiendo a Halfon que escribiera Mañana nunca lo hablamos. De hecho, comenté que me gustaría saber más cosas sobre el día que pasó encerrado en el colegio porque en la calle se enfrentaban la guerrilla y los militares. Bien, esa historia, que yo reclamaba, está contada en este último relato. De hecho, es el suceso que va a hacer que sus padres decidan dejar el país y trasladarse a Miami, experiencias que son narradas en Duelo. De lo que nunca hablará mañana el narrador con su padre es de quiénes son los guerrilleros y los militares, de quiénes son los indios, los blancos, los ricos, los pobres de su país. El libro acaba cuando el niño Halfon ya puede plantearle a su padre preguntas incómodas.
Y, así, uno cierra este libro, pensando que para Halfon queda atrás su país natal, igual que queda atrás la infancia.

En Mañana nunca lo sabremos Halfon aún no utiliza el recurso estilístico de repetir palabras al comienzo de las frases de un mismo párrafo para conseguir una cadencia poética y, de forma tradicional, los diálogos se muestran con guiones y no insertos en el discurso narrativo como ocurre en los libros publicados en Libros del Asteroide. En Mañana nunca lo sabremos aún no está presente, como ya he comentado, el gran tema para el autor del pasado judío, las persecuciones, los conflictos con el judaísmo y la memoria. Pero diría que el narrador de estos cuatro libros que he leído seguidos de Halfon es básicamente el mismo, aunque la unidad temática es más fuerte entre el tríptico que forman Monasterio, Signor Hoffman y Duelo.
Mañana nunca lo hablamos es un conjunto de relatos muy uniforme, de corte clásica y poso norteamericano, que se puede leer como una novela y que gustará, sin duda, a aquellos lectores que leyeron los tres libros comentados anteriormente, y que me parece que se han vendido más que este otro libro. Y si alguien empieza a leer la obra de Halfon por Mañana nunca lo hablamos no creo, en ningún caso, que quede decepcionado, porque éste es un gran libro de relatos.