lunes, 26 de septiembre de 2011

Herzog, por Saul Bellow

Editorial Galaxia Gutenberg. 450 páginas. 1ª edición de 1964, ésta de 2008. Traducción de Vicente Campos.

Sé que durante muchos años he vivido con un prejuicio, adquirido en la infancia, contra Saul Bellow (1915, Montreal - 2005, Massachusetts). En la casa de la sierra madrileña –en el pueblo de Collado Mediano- donde he pasado tantos veranos, mi padre tenía en su biblioteca dos libros de Bellow: El legado de Humbodlt y El otoño del decano en ediciones de bolsillo de los años 70 u 80, de letra apretada y papel barato; unas ediciones poco apetecibles. No recuerdo que mi padre leyera El otoño del decano, pero sí guardo un comentario que me hizo de su lectura de El legado de Humbodlt: era uno de los libros más aburrido que había leído en su vida. Con 12 ó 14 años, me recuerdo hojeando esos dos libros y sobre todo el de El legado de Humbodlt. De un modo peculiar acabé suponiendo que se trataba de una novela de ciencia-ficción, en la que un ser del espacio exterior, llamado Humbodlt, o proveniente del planeta Humbodlt, dejaba constancia de sus experiencias y reflexiones sobre la Tierra a los humanos, en la mayoría de los casos unas reflexiones absurdas y/o delirantes (no sé como llegué a esta idea absurda y delirante; imagino que partí de la fuerza extraña de esa palabra: Humbodlt).
Años después mi madre estuvo suscrita al Círculo de lectores durante bastantes años, y compró una colección de libros llamada Biblioteca de plata, donde Mario Vargas Llosa había seleccionado algunas de las novelas que él consideraba las obras maestras del siglo XX. Al menos he leído la mitad de los libros de esa colección, pero me dejé sin leer Herzog de Bellow, porque le pedí opinión a mi madre (que se leyó toda la Biblioteca de plata) y me dijo que le había aburrido, que iba de un tipo que sólo se dedica a escribir cartas. Aún debía de durarme en la cabeza lo del planeta Humbodlt y no lo leí.

Sin embargo, Herzog no es la primera novela que leo de Saul Bellow, hace unos quince años leí El planeta de Mr. Sammler, y me acerqué a este libro gracias a un artículo leído en la revista Clarín, en el que Antonio Muñoz Molina hablaba de algunos de los libros que más le habían marcado como escritor; y en la lista estaba éste de El planeta de Mr. Sammler (creo que acabé leyendo casi todos los libros de la lista de Muñoz Molina). Y aunque él recomendaba leerlo en inglés porque la traducción existente entonces -de Destino- era mala, lo encontré de saldo en un mercadillo y lo compré. Muñoz Molina tenía doblemente razón: El planeta de Mr. Sammler era un libro realmente bueno y la traducción era realmente mala.
Después leí, cuando Alfaguara lo sacó como novedad, la novela corta La verdadera, que fue saludada por la crítica como una estupenda obra menor.

Años después un profesor de Lengua del colegio donde trabajo –ahora jubilado- me preguntó si había leído a su admirado Saul Bellow y le dije que sí, aunque era consciente de que no había leído los libros que la crítica considera sus obras maestras.

Y desde hace unos meses he llegado a lo conclusión de que estaba cometiendo una torpeza con Saul Bellow, porque mi gusto literario es diferente al de mis padres y, dada mi pasión por la literatura norteamericana, y en gran medida por la literatura judía norteamericana, Bellow era un escritor con ingredientes más que suficientes para que me gustara.
Empecé a buscar por Internet información para saber cuáles eran las mejores ediciones de la obra de Bellow, y más de un artículo me informó de que Galaxia Gutenberg estaba sacando nuevas, y celebradas, traducciones de sus libros.

Compré hace unas semanas Herzog en la edición de Galaxia Gutenberg y la verdad es que tanto el libro (la novela en sí, y el volumen físico) como la traducción me han parecido excepcionales.

En Herzog conocemos a Moses Herzog, judío de 47 años, profesor universitario de filosofía con algún libro de prestigio publicado. Y ya en la primera línea de la novela se presenta así mismo diciendo: “Si estoy como una cabra, qué le voy a hacer”. Herzog se enfrenta a una situación que lo mantiene desquiciado: su segunda mujer, con la que tiene una hija, le ha abandonado y se ha ido a vivir con su mejor amigo, en una casa de la que el propio Herzog paga el alquiler.

Herzog se dedica a escribir cartas, que nunca envía, en un cuaderno –y a veces tan sólo mentalmente- a familiares, amigos, científicos, estudiosos, personajes famosos… “Mírame a mí, por ejemplo: he estado escribiendo cartas atropelladamente en todas las direcciones. Palabras y más palabras. Persigo la realidad con el lenguaje. Tal vez me gustaría trasformarlo todo en lenguaje”, afirma en la página 361.

El recurso de las cartas escritas le sirve a Bellow para ceder el discurso narrativo a la primera persona del personaje. La novela está escrita en principio en tercera, aunque las palabras del narrador están fuertemente ligadas, siguiendo la técnica del estilo indirecto libro, a las del personaje. De hecho, sin recurrir a las cartas, en muchas ocasiones la voz del narrador es cedida a la primera persona de Herzog.

La estructura narrativa divide al libro al menos en dos partes, una primera en la que la narración avanza interrumpida con continuos saltos temporales hacia atrás, propiciados por la carta que Herzog decide escribir en ese momento (y que presentan a los personajes principales del libro). Una primera parte que se ha de leer con atención, pues los saltos temporales hacia atrás no son lineales, y el autor parece ceder al lector la responsabilidad de reconstruir el orden cronológico de la historia. Y una segunda, en la que el recurso de las cartas se va dejando de lado para presentar una narración más lineal, en la que Herzog interactúa con los personajes de los que se ha hablado durante la primera mitad del libro gracias a los saltos temporales.

El tema principal de Herzog sería el de la inutilidad del intelectual para valerse de sus ideas en un contexto práctico. Herzog puede ser un experto en Hegel, en los románticos… pero no sabe ver que su mujer le está siendo infiel con su vecino y mejor amigo. Bellow presenta también a la generación anterior a la de Herzog y sus amigos, la de los padres emigrantes de la vieja Europa, como personas más prácticas, y en cierto modo más reales. Todo esto narrado con un humor desquiciado e inteligente.
También me he podido percatar de que Bellow utiliza en esta novela bastantes elementos autobiográficos, pues Herzog ha pasado gran parte de su vida en Chicago, aunque nació en Montreal, y su familia proviene de Rusia; como el propio autor.

En muchos aspectos Herzog me ha recordado a las novelas de Philip Roth, quien también nos acerca a la realidad del intelectual –en su caso a la figura del escritor- con escasa capacidad práctica. En la contraportada de Herzog los editores ha colocado una cita de Philip Roth: “Dos autores constituyen la espina dorsal de la literatura norteamericana del siglo XX: William Faulkner y Saul Bellow”. Si Herzog se publicó en 1964, tengo claro que Philip Roth la había leído y estudiado a la hora de escribir El lamento de Portnoy, publicado en 1969, y que Saul Bellow es el padre literario más claro de Philip Roth.
De hecho, en la página 65 aparece una chica de apellido Portnoy, Geraldine Portnoy, que fue alumna de Herzog en la universidad y después es la canguro de su hija. Ella es quien primeramente descubre el lío que la mujer de Herzog tiene con su amigo, sepultando al protagonista de la novela de Bellow en lo que podríamos denominar el mal de Herzog.
Y además de una Portnoy, en Herzog también aparece un Zuckerman en la página 423.

Herzog, en esta edición de Galaxia Gutenberg, es una de las mejores novelas que he leído últimamente, y es un libro que me confirma y me anima en mi proyecto de retomar a los clásicos. De hecho, ya estoy leyendo un segundo libro de Saul Bellow.

lunes, 19 de septiembre de 2011

Norte, por Edmundo Paz Soldán

Editorial Mondadori. 282 páginas. 1ª edición de 2011.

Estuve en la presentación que se hizo de este libro en la Casa de América de Madrid hace unos meses. Había asistido allí, medio año antes, a la presentación de Blanco Nocturno de Ricardo Piglia y en esta ocasión acudí a la sala con el libro comprado de casa, ya que quería tenerlo firmado y no estaba seguro de que lo fuesen a vender en la propia Casa de América. Los editores de Anagrama habían habilitado una mesa para vender la novela y mi precaución fue innecesaria. Con esta experiencia en el recuerdo, fui de nuevo en la Casa de América para la presentación de Norte sin haber comprado previamente la novela, pensando que podría hacerlo en el momento. No fue así. Los editores de Mondadori no habían pensado en la posibilidad de vender el libro que iban a presentar.
Por favor, señores de Mondadori tomen ejemplo de los de Anagrama. Aún existimos lectores que vamos a las presentaciones de libros porque nos interesa el autor y queremos comprar y leer el libro.

Edmundo Paz Soldán (Cochabamba, Bolivia, 1967) conversó sobre su vida y su novela con Rodrigo Fresán. Este último sacó a relucir su faceta de showman para poner en algún apuro a Edmundo y el acto resultó dinámico y agradable. Al final me pude acercar al autor para que me firmara su primera novela, Río fugitivo, en la edición de Libros del asteroide. Una semana después compré Norte (en realidad cambié el regalo que me habían hecho de un libro poco acertado por éste) en El Corte Inglés. Lo he leído la semana pasada sin la firma del autor.

Me interesaba Norte porque había leído en Internet que se trataba de la novela más ambiciosa de Paz Soldán, y este autor me había causado muy buena impresión con Río Fugitivo (ver AQUÍ), su novela de 1998.

Podríamos decir, en una primera aproximación, que Norte está compuesto por tres novelas cortas, unidas por el territorio físico en el que se desarrollan y por la procedencia de los personajes que trata, y que en algunos momentos, estas personas llegan a convergen.

La trama primeramente nos traslada a un pueblo del norte de México, Villa Ahumada, en 1984, y nos presenta a Jesús, un adolescente de 15 años, enclenque y cargado de odio. Pocas páginas después, quien se acabará convirtiendo en uno de los asesinos en serie más buscados de los Estados Unidos, comete su primer asesinato.
En el siguiente capítulo, nos encontramos al sur de Estados Unidos, en Texas (Landslide, 2008), y conocemos a Michelle, una ex estudiante de literatura, cuya familia es de origen boliviano, y que está enamorada del que fue su profesor argentino, Fabián.
El tercer capítulo nos hace retroceder hasta 1931, y nos acerca a Martín Ramírez en Stockton (California), un emigrante mexicano que trabaja en el ferrocarril y que, al perder la cordura, acabará en una institución mental; donde, desde su hermetismo, se dedicará a pintar unos cuadros que con el tiempo acabarán en algunos de los museos más importantes del mundo.

Tanto el personaje de Jesús como el de Martín Ramírez están basados en personas reales. Jesús en el asesino en serie conocido en Estados Unidos con el apelativo The Railroad Killer, por su afición a atacar a personas cerca de las estaciones de tren; y Martín Ramírez aparece en la novela con su nombre original (en Internet se pueden encontrar reproducciones de sus cuadros).
Michelle sí es un personaje inventado y si está basado en alguien real no lo es, al menos, en una persona pública. De las tres historias ésta es la única narrada en primera persona, imagino que al ser un personaje de origen boliviano, como el propio autor, Paz Soldán se sentía más seguro al crear la voz narrativa para ella.

Los capítulos no se van dando paso de forma mecánica en ternas de tres, sino que, tras la presentación de las historias, la que acaba ocupando más espacio y relevancia en la novela es la de Jesús y sus crímenes. Y la de Martín Ramírez es la que se narra en un menor número de páginas.

El tema de la frontera, su concepción física y mental, es fundamental para la construcción del libro. Así se habla de emigrantes de los años 30, cuando la frontera al norte era fácil de pasar; de inmigrantes en Estados Unidos de primera o segunda generación; del incremento gradual de vigilancia en la frontera para evitar su permeabilidad; de norteamericanos de origen hispano, pero cuyos antepasados ya ocupaban el territorio del sur de los Estados Unidos desde antes de que este país se anexionara parte del territorio mexicano.

Empecé a disfrutar realmente de Norte pasadas unas 50 páginas, porque hasta aquí lo leído me estaba resultando territorio trillado: un asesino en serio que mata porque oye voces; un pintor genial y loco, que piensa que los demás desaparecen si él cierra los ojos; y una estudiante de literatura que se enamora de un profesor brillante, pero que empieza a desquiciarse.

Una vez superado el nivel de la introducción de las historias, la que me resulta más floja es la correspondiente al pintor Martín Ramírez. La representación ficcional que hace Paz Soldán de su locura, su mutismo y su posible capacidad para aislarse de los demás, sobre todo al principio, me ha parecido que se exponía de una forma repetitiva. En todo caso, como la novela, esa historia adquiere más fluidez en su segunda mitad.

La historia del psicópata Jesús empieza a adquirir ritmo según le acompañamos al norte, atravesando los agujeros de una frontera que parece conocer a la perfección; y, sobre todo, al entrar en escena, actuando como contrapunto, el sargento Fernandez, de la policía tejana. Un representante del orden norteamericano de origen mexicano, que en más de una ocasión se apiada de los inmigrantes latinos y no los detiene. Fernandez intentará comprender a Jesús, las motivaciones para sus actos…
En el juego presentado entre Jesús y Fernandez, Norte me ha recordado a No es país para viejos de Cormac McCarthy. El propio Paz Soldán habló de McCarthy, en la presentación, como de un autor al que admira.
Y si comparamos Río Fugitivo con Norte, vemos que el estilo de Paz Soldán ha evolucionado desde un lenguaje exuberante, más al estilo hispanoamericano de, por ejemplo, Vargas Llosa o García Márquez (de este último se hablaba en aquella novela, por otro lado, sin mucho amor), hacia la sequedad fría de un norteamericano como Cormac McCarthy. También el empleo de las elipsis narrativas de Norte me ha recordado al de McCarthy en No es país para viejos.

Un hecho interesante que une a las tres historias, y del que me gustaría hablar, es la presencia de la locura, que Paz Soldán parece identificar con la locura creativa. Todos los personajes principales de este libro se acercan a la página en blanco: Jesús escribiendo unos cuadernos delirantes, plagados de faltas de ortografía, y en los que aboga por la destrucción mundial; Ramírez pintará en cualquier superficie que le suministren; Michelle intenta escribir y dibujar un cómic, y Fabián trata de crear una teoría global de la literatura hispanoamericana, pero, cada vez más, se sumerge en la locura de la droga.
La historia de Michelle es la que más postmoderna de todas, ya que las referencias pop -grupos de música, marcas comerciales...- son continuas. La versión Zombi que escribe sobre el cuento de Juan Rulfo Luvina me ha parecido uno de los momentos más brillantes de Norte.

Ya he dicho que el lenguaje de Paz Soldán se ha vuelto seco y preciso (de una sequedad espeluznante al describir los crímenes de Jesús), pero me gustaría destacar el gran trabajo realizado al intentar captar un español fronterizo, con construcciones mexicanas y términos adaptados del inglés, en muchos casos trascripciones fonéticas al español.

Como reflexión final diré que he leído Norte con un interés creciente, tras superar dudas iniciales; y que después de señalar algunas de las debilidades de este libro, su construcción y su ritmo me han parecido notables. Pero la verdad es que disfruté más de Río Fugitivo, y creo que esto es por un motivo claro: en Río Fugitivo Paz Soldán nos acerca a una realidad, la suya que, al menos para mí, era desconocida; la de la Bolivia de los años 80. Un país del que no conocía a ningún escritor para que levantara ante mí su mundo ficcional como interpretación del real. Fue muy interesante poder acercarme a la clase media-alta de la ciudad de Cochabamba y percatarme de que, tras los problemas sociales, raciales, o de cualquier tipo de localismo, las inquietudes de un adolescente, con aspiraciones a escritor, eran las mismas que las de cualquier adolescente del mundo. Y quizás esta sea una de las bazas más importantes de la literatura, la posibilidad de encontrar lo que nos une a los demás sobre el lecho de las diferencias geográficas, culturales o temporales. Y este territorio propio, sobre una base local, había sido conquistado por Paz Soldán en Río Fugitivo.
En cambio, en Norte Paz Soldán se acerca a un territorio que debe conquistar no desde la experiencia propia sino desde la del lector (biografía de Martín Ramírez o de the Railroad Killer) y recreando un lenguaje, el chicano, que no es propiamente el suyo. Y aquí el mérito de la conquista es más grande, pero también la posibilidad de no levantar el vuelo hasta las cotas que uno espera de un buen escritor como es Edmundo Paz Soldán.

sábado, 17 de septiembre de 2011

El fanzine Vinalia Trippers

Vinalia Trippers es un fanzine que se dio a conocer en los años 90, como exponente de un discurso literario alternativo y más libre que el oficial.

Con el cambio de siglo y la irrupción del formato blog, el futuro de los fanzines se hizo incierto y Vinalia Trippers se dejó de editar una temporada. Desde hace unos años, sus fundadores decidieron darle una nueva oportunidad a la presentación de grapa y papel.


El escritor Vicente Muñoz Alvárez es uno de los fundadores de Vinalia Trippers, y también, entre otras cosas, administra el blog Hankover. A través de este blog, que empezó para promocionar un libro homenaje a Charles Bukowski, conocí a Vicente, que me colgó en Hankover un poema que yo había escrito sobre el autor californiano. Después, alguno más de mis poemas ha ido apareciendo en este espacio.

Hace unos meses Vicente contactó conmigo para proponerme participar en el nuevo Vinalia Trippers, dedicado a los cuentos y los poemas de terror. La idea me pareció divertida, puesto que la literatura de terror fue una de mis aficiones adolescentes.
Vicente me invitaba a escribir un poema de terror, y la verdad es que no estaba seguro de cómo sería enfrentarse a la escritura de un poema de género, puesto que mi poesía suele partir de un proceso de asimilación de experiencias reales.
Pensé, durante unas semanas, en cómo escribir ese poema de terror, y al final me centré en la necesitad de sugerir en unos cuantos versos, más que en mostrar, un mundo disonante; y acabé imaginando una especie de homenaje futurista a H. P. Lovecraft.


Este fanzine, número 11 de Vinalia Trippers, cuenta con 80 colaboradores entre escritores de cuentos o de poemas e ilustradores. El fanzine propiamente dicho está profusamente ilustrado, y a mí me ha hecho mucha gracia, en particular, la página final donde se imita a los anuncios de los tebeos y revistas que leía en los años 80. Además cuenta con un librito extra donde se recogen los poemas.


Dejo a continuación el enlace a la página de Vinalia Trippers, donde se puede encontrar información acerca de puntos de venta del fanzine y sobre sus diversos colaboradores.
Debajo copio el poema con el que participo en este Trippers from the crypt.

Pinchar AQUÍ para entrar en la página de Vinalia Trippers.

Mi poema para el especial Masters of horror:

PERDIDOS, ÚLTIMOS

Se alzan las ondas de las aves 
y en ellas se prenden los presagios,
el aviso de los acuciantes temblores.
Desapareció la luz eléctrica, el grifo,
la gasolina, el profesional, la máquina…
y su hueco lo cubrió esta música
de timbales, de cítaras, de tambor.
Es el sonido que debería contenerLe,
alejarLe, pero, cada vez más,
en mi interior, es el sonido
que Le precede; la ofrenda
que nos oculta es nuestra música,
la que pugna por que Él elija a otros.

Veo alzarse el oleaje de las aves,
tras mi muralla de esqueletos de coche,
el aleteo de sus sombras en el crepúsculo
sobre las antorchas de la ciudad
(de lo que fue la Ciudad, o una Ciudad),
y tomo mi flauta y danzo, mientras
el suelo abierto retumba, acogiendo
Sus pisadas. Su presencia vuelve
a cercarnos y nosotros vibramos
en la envoltura dúctil de la música,
dentro de nuestro círculo de fuego;
sin miedo, ardientes, subyugados,
perdidos, últimos, creyendo.


domingo, 11 de septiembre de 2011

Los andantes, por Federico Guzmán Rubio

Editorial Lengua de Trapo. 253 páginas. 1ª edición de 2010.

Con este libro, Los andantes, Federico Guzmán Rubio (México DF, 1977) ganó en enero de 2010 el VIII Premio de Narrativa Caja Madrid, para escritores en lengua castellana, residentes en España y menores de 35 años. Estuve pendiente del fallo, porque yo también participaba en ese premio (y, dada mi fecha de nacimiento, era el último año que podía hacerlo). Cuando apareció el libro, en marzo de 2010, lo hojeé, leí algunas páginas y pensé en comprarlo. Pero al final no lo hice por el siguiente motivo: llevo unos años intentando no sucumbir a la lectura competitiva; es decir, leer un libro de un autor joven con el afán de compararlo con lo que yo escribo, o en este caso con el libro que yo presenté al premio citado. Intento dedicar mi tiempo a una lectura puramente de disfrute.

Al final sí he leído Los andantes, debido a que hace unos meses tuve la oportunidad de conocer a su autor, con el que he mantenido alguna interesante conversación sobre literatura, y acabamos intercambiando mis Acantilados de Howth por sus Andantes. Y, si he de hacer un comentario comparativo entre este último y el libro que yo envié al premio (sin conocer ninguno de los demás presentados), Los andantes es un ganador más que meritorio, puesto que Federico Guzmán Rubio, con 32 años camino de los 33 a la hora del fallo, presenta una madurez narrativa y un control de muy diversos recursos técnicos encomiables.

Los andantes se divide en cuatro partes, que a su vez se descomponen en cuatro cuentos o capítulos (y en un caso en tres), y digo cuentos o capítulos porque ya la contraportada nos advierte de que “El lector decidirá si lee este libro como un conjunto de cuentos hilvanados o una novela disgregada”. Yo elegí la primera opción, y así en la primera parte conocemos al personaje de Jesús, un mexicano que durante los últimos 10 años ha estado trabajando en Estados Unidos y regresa ahora a su país con el deseo de encontrar a una antigua novia, Josefina; a buscarla parece dedicarse en los dos primeros cuentos. Y en el tercero nos topamos con el primer cráter narrativo que Guzmán Rubio nos propone en este libro; el protagonista vuelve a ser Jesús, pero ahora la acción se sitúa en Estados Unidos y parece ser que Josefina emigró en un primer momento con él y viven juntos. En este tercer cuento, Las mañanitas, se plantea una vida alternativa para Jesús si hubiese tomado sus decisiones en el pasado de otra manera, si su identidad se hubiese formando de otra manera. Y éste parece ser el hilo conductor que hilvana todos los cuentos del libro: la formación de la identidad, la aceptación de una de ellas, el deseo de trastocarla mediante el viaje, el cambio de trabajo, de pareja... Así, en el segundo cuento, La buena suerte, Jesús visita en México un burdel donde le pueden ofrecer el siguiente servicio: una prostituta caracterizada como su antigua novia Josefina, pero tal y como era cuando la dejó 10 años atrás.

En la segunda parte, también nos encontramos con el juego de los cambios de identidad en el primer cuento, Los mil rostros del amor, donde dos mexicanos que trabajan en Londres ayudan a su jefe a reconquistar a su mujer disfrazándole con diversas identidades, de luchador mexicano, de intelectual hispanoamericano, de bombero… En este cuento, como en muchos otros, una intención cómica o paródica domina la composición, que acaba pudiéndose leer como un cuento neofantástico de baja intensidad, al hacernos tomar como real la situación aparentemente disparatada que plantea.
En el tercer cuento de esta parte, La mano de Dios, se introduce un nuevo recurso técnico: en vez de estar narrado en primera persona, como hasta ahora, lo está en la primera persona del plural, y la localización vuelve a ser nueva, ahora nos encontramos en el norte de África. Y en el segundo, La mano de Dios, el escenario es un aeropuerto, donde el protagonista de esta segunda parte sufre un retraso y escucha el discurso que le hace un compañero de vuelo, que dice ser el árbitro del famoso partido Argentina-Inglaterra del Mundial del 86, en el que Maradona consiguió marcar sus dos goles míticos. Un compañero de vuelo que puede no ser quien dice ser, que puede estar de nuevo jugando al trastoque de identidades.

La tercera parte también se acerca a eso que he llamado, por no saber de qué otra forma hacerlo, cuento neofantástico de baja intensidad. Aquí se nos presenta a otro hombre joven mexicano que vive con una mujer francesa en la ciudad de Lyon. Esta mujer desea cumplir cada día con una misma rutina y no admite alteraciones en los elementos de su casa. El hombre mexicano se empezará a preguntar por su función en ese orden de cosas inamovible, qué representa él en ese contexto. Las respuestas las encontrará en los diarios que la mujer escribe y que le ha pedido que no lea. Esta tercera parte es la más hilvanada del libro y la de estructura más lineal. En el último cuento la lectura del diario de ella nos acerca -haciendo uso Guzmán Rubio de un nuevo recurso- al relato erótico.

En la cuarta parte se ensayan nuevos recursos narrativos, y así, el segundo relato, Para eso están los amigos, se construye con los diálogos que tres amigos intercambian en un bar de México, y el autor nos muestra aquí todo un despliegue de lenguaje coloquial mexicano. Uno de los personajes se inventa una identidad, la del conquistador maduro de una joven italiana con la que se ha encontrado, en un viaje de negocios, en su hotel de Bruselas. Por la descripción hecha, esta mujer parece ser la de la tercera parte, que en el tercer cuento de esa sección del libro ha viajado a Bruselas. El encuentro con la supuesta joven italiana (que el lector sabe que es francesa), descrito a los amigos, es falso. Este hombre ya ha desarrollado esta historia falsa en el anterior cuento, al contársela a un camarero de Bruselas que supuestamente, también, vivió en México en el pasado.
En el tercer cuento de esta parte, El otro hombre, se propone directamente el intercambio de identidades entre un mexicano que sueña con ser turco, y viceversa, en un juego muy a lo Julio Cortázar.
En el cuarto cuento, Nombre de guerra, el juego de elementos desarrollados en Los andantes se cierra, y el protagonista de esta sección tiene un encuentro sexual con una prostituta que parece ser la misma Josefina de la primera parte, pero en la versión en la que emigró a Estados Unidos con Jesús. Y también se desmiente el final que según sabemos tuvo el protagonista de la segunda parte.

La prosa desarrollada por Federico Guzmán Rubio en este libro, como ya he dicho, muestra una gran variación de recursos y registros. Y Los andantes es un libro que podría leerse como una novela fantástica (Jesús viajó a Estados Unidos con Josefina, Jesús no viajó a Estados Unidos con Josefina), y que observados uno por uno cada cuento sería realista. Pero no absolutamente realista, o al menos así me lo han parecido los juegos paródicos propuestos, a lo Julio Cortázar (como ese cuento de los disfraces citado) y que he llamado cuento neofantástico de baja intensidad. Y, a veces, la prosa se expande hasta  la reflexión borgiana, como en el siguiente párrafo: “También me alteraba que la escritura sugiera la posibilidad de que fuera viable concebir un día como una unidad casi indivisible o como un conjunto de fragmentos infinito; sé que se trata de una obviedad física, pero me intrigaban las consecuencias que esto pudiera tener en la vida y por lo tanto en la escritura, o viceversa” (pag. 148-149).

Los andantes me ha parecido un libro arriesgado, innovador en su juego de relatos cruzados que se complementan -o bien se niegan- en otros; en el que Federico Guzmán Rubio ha desplegado un medido elenco de recursos narrativos y de registros literarios, y que dada su juventud me hace pensar que tiene un gran mundo literario que desarrollar. Sé que Federico está ultimando ahora una novela, cuyo argumento realmente promete. Esperemos verla pronto publicada.

sábado, 10 de septiembre de 2011

El último libro de poesía de Alejandro Céspedes.

El poeta Alejandro Céspedes (Gijón, 1958), que entre otros ha sido ganador del premio Hiperión de Poesía de 1994 (Las palomas mensajes sólo saben volver) o del Jaén de Poesía en 2009 (Flores en la cuneta), y del que he comentando en mi blog casi toda su obra (ver AQUÍ), ha decidido publicar directamente en versión digital y de forma gratuita para los lectores su último poemario, titulado Topología de una página en blanco, y que él considera su mejor libro.


Desde mi blog quisiera darle a Alejandro la enhorabuena por su nuevo trabajo y desearle suerte para que se pueda acercar a él un gran número de lectores interesados.
Para contribuir a esto último sitúo a continuación un enlace a una página web donde se puede encontrar, y leer completamente gratis, Topología de una página en blanco:

AQUÍ ENCONTRARÁS EL ÚLTIMO LIBRO DE POESÍA DE ALEJANDRO CÉSPEDES

domingo, 4 de septiembre de 2011

Antología del cuento norteamericano, por Richard Ford

Editorial Galaxia Gutenberg / Círculo de lectores. 1.276 páginas. 1ª edición de 2011, ésta de 2002. Selección de Richard Ford.

Compré este libro hace ya unos cuantos años en la Feria del Libro de Madrid, y me lo llevé a Londres en 2006 para leerlo durante un mes de verano que pasé allí. Pero, como quería mejorar mi inglés, llegué hasta la página 240 y dejé esta antología para realizar una inmersión lingüística, y así me puse con unos cuentos de Lorrie Moore y una novela de Ian McEwan en versión original.

He tardado 5 años en decidirme de nuevo por esta antología, y ahora que ya he acabado su lectura siento que dejar pasar todo este tiempo ha sido un error, puesto que el libro es impresionante. 65 cuentos, que en algunos casos se acercan a las dimensiones de la novela corta, que son una reivindicación absoluta del género del relato, un género fecundo e importante en la gestación de una identidad literaria en Estados Unidos.

El libro abarca una selección de relatos que cubre todo el siglo XIX y el XX, empezando por el Rip van Winkle de Washington Irving, publicado en 1820, y terminando con Como la vida de Lorrie Moore, publicado en 1990.

La elección de Rip van Winkle como primer relato parece bastante acertada, puesto que en este cuento el protagonista se duerme un día en el bosque cuando la tierra que habita pertenece a Inglaterra, y al despertar unas décadas después ya es un ciudadano norteamericano.

La selección ha sido elaborada por el escritor norteamericano Richard Ford (1944), y quizás un hecho que me ha parecido inapropiado, no por falta de méritos sino de elegancia, es que Ford se ha incluido a sí mismo en la antología con un relato titulado Optimistas (1987); un relato magnífico, por otra parte.
Richard Ford es un escritor realista en una línea que considero muy norteamericana, un escritor sutil, que sabe encontrar los momentos epifánicos en las vidas de personajes en principio anodinos, y cuya obra entronca perfectamente con la tradición a la que pertenece (Bierce, Hemingway, Wharton…).

Resulta evidente que a la hora de selección relatos dentro de un marco tan amplio como todos los escritos por ciudadanos de un país durante la historia de dicho país, Ford ha hecho prevalecer su punto de vista, y de los 65 relatos seleccionados la mayoría son realistas; si bien los primeros no lo son (el Rip van Winkle, de Irving, El joven Goodman Brown de Nathaniel Hawthorne), debido a que en esta época las influencias europeas eran las del romanticismo.
También en los primeros relatos aparece al menos uno no realista, pero que tampoco es romántico, que sería el de Bartleby el escribiente (1853) de Herman Melville, que prefigura ya lo que después sería el expresionismo europeo.

Existe dos relatos no realistas porque los autores han utilizado los recursos del género de la ciencia-ficción para hablar de su presente, que serían Bienvenido a la jaula de los monos (1961) de Kurt Vonnegut y Como la vida (escrito en 1988) de Lorrie Moore.

Hay algún relato no realista porque su composición se puede acercar a la del terror psicológico, como Nieve silenciosa, nieve secreta (1934) de Conrad Aiken.
Y el realismo se abandona también en algunos relatos de la década de 1960, cuando primaba el experimentalismo, como en El chico de Pedersen (1968) de William H. Gass, que con sus casi 70 páginas de letra apretada (como toda la de la antología) yo lo llamaría novela y no relato; y que está construido con un punto de vista muy subjetivo, cuyo realismo se acaba rompiendo al final, y constituye un experimento narrativo interesante. Menos interesante me ha parecido el relato El levantamiento indio (1968) de Donald Barthelme, que está construido con párrafos casi inconexos, y que en su semblanza biográfica llaman técnica de collage, e incluyen a Barthelme en la narrativa postmoderna. Este es el cuento que menos me ha gustado del conjunto, ya que su deseo de renovar las formas es contrario a cualquier atisbo de emoción buscada por el lector.

Si hubiera hecho una estadística sobre los escenarios donde se desarrollan estos relatos la ciudad de Nueva York ganaría con diferencia. También, más de uno transcurre en ciudades europeas, como Las fiebres romanas (1936) de Edith Wharton en Roma, o Regreso a Babilonia (1931) de Francis Scott Fitzgerald en París. Los hay con ubicación más exótica, como Un episodio distante (1947) de Paul Bowles, situado en el desierto del Sahara o Las cosas que llevaban (1990) de Tim O´Brien que transcurre en Vietnam.

En esta antología hay relatos que reflejan la vida rural, la vida urbana, relatos de 2 páginas, de 70, relatos que representan a minorías étnicas… y podría hacer distintas clasificaciones usando de guía esos criterios, pero lo me gustaría destacar, para que quede claro, es que lo que hay en esta antología, sobre todo, son obras maestras.
Hay escritores de relatos por los que siento una gran admiración (Raymond Carver, Tobias Wolff, Richard Ford…) y al leer los libros en los que incursionan en este genero encuentro más de un relato que me parece una obra maestra. Pero el caso es que, también, más de uno de estos relatos reflejan un mundo parecido, y los enfoques y, por supuesto, el estilo es similar. En la Antología del cuento norteamericano me ha resultado frecuente encontrarme con una obra maestra seguida de otra, que refleja otra realidad, con otro enfoque y con otro estilo. 
Hay momentos impresionantes, como leer seguidos:

El hotel azul de Stephen Crane, El caso de Paul de Willa Cather, Quiero saber por qué de Sherwood Anderson y El fuego de la hoguera de Jack London.

 En otro momento llegan seguidos los cuentos de la Generación Perdida: Regreso a Babilonia de Scott Fitzgerald, después El otoño del Delta de William Faulkner, Allá en Michigan de Ernest Hemingway y Los crisantemos de John Steinbeck.

Otro momento excelente me parece el contraste que se establece entre estos dos cuentos Los blues de Sonny de James Baldwin y El negro artificial de Flannery O´Connor, que no sé si Richard Ford habrá buscado a propósito. El primero está escrito por un escritor negro y situado en el barrio de Harlem en Manhattan, y refleja toda la pena y la marginalidad del hombre negro, y el segundo refleja el profundo sur y O´Connor nos acerca a dos personajes blancos, un abuelo y su nieto, que viven en un pueblo sin negros porque al último se le expulso de allí 12 años antes, y acaban perdiéndose en la gran ciudad que es Atlanta, llena de esos negros a los que no pueden entender.

Ahora, que acabo de pasar la 2ª página de word para realizar esta entrada, he decidido que voy a elegir uno de los cuentos de entre los 65 de la antología, mi cuento favorito, el que más me ha conmovido, y éste es Regreso a Babilonia de Francis Scott Fitzgerald. Este autor hace más de 15 años se convirtió en uno de mis favoritos, con las novelas El gran Gatsby y Suave es la noche (algo menos me gustó A este lado del paraíso), pero me quedan libros de él sin leer y he pensado retomarlo.

Me ha encantado también el cuento Mentirosos enamorados de Richard Yates.

A los dos autores anteriores ya los había leído y admirado y, por tanto, que me gusten sus cuentos no me ha parecido muy sorprendente, así que quizás lo más llamativo de la antología era encontrarse con autores de los que nunca había oído hablar con cuentos estupendos, como el caso de Robert Penn Warren y su Invierno de moras o Stuart Dybek y su Chopin en invierno.

Dentro de los múltiples acercamientos que se puede hacer a esta antología me ha parecido interesante el siguiente: descubrir en alguno de estos cuentos, desconocidos para mí, formas embrionarias de narrar desarrolladas en otros autores que sí conozco. Así, por ejemplo, he creído ver que del cuento Un suceso en el puente sobre el río Owl de Ambrose Bierce, Jorge Luis Borges toma la idea para escribir su cuento El milagro secreto.
 En el cuento El caso de Paul de Willa Cather me ha parecido observar el embrión de El guardián entre el centeno de J. D. Salinger.
El estilo amenazante que Paul Bowles desarrolla en el cuento Un episodio distante es el que usa Rodrigo Rey Rosa en su narrativa.
Y quizás lo que más me ha llamado la atención al leer la antología bajo esta perspectiva es que el cuento Venus, Cupido, Locura y Tiempo de Peter Taylor, publicado por primera vez en 1959, y que es un de los cuentos que más me han gustado de los 65, está escrito en un estilo que usa la primera persona del plural para describir unos hechos ocurridos en el vecindario de los narradores y que tiene que ver con los chicos jóvenes de su comunidad; una primera persona del plural móvil, puesto que el narrador va cambiando. Y así es como está escrito el libro Las vírgenes suicidas (1993) de Jeffrey Eugenides, un libro que en su momento me pareció muy novedoso y que ahora he visto que no lo es tanto.

Desde otro punto de vista, había relatos que ya había leído, y así me ha encantado reencontrarme con Las cosas que llevaban de Tim O´Brien, que es el primer relato o capítulo del libro del mismo nombre y que en su momento me impresionó mucho y que ahora reedita Anagrama y que invito a todo el mundo a leer, porque es un libro antibélico estupendo.
O podría comentar que hay autores de los que he leído todos sus cuentos como Raymond Carver y Tobias Wolff, y que seguramente yo no elegiría como más representativos de ellos los cuentos que elige Richard Ford, que son, respectivamente, Tres rosas amarillas y El otro Miller.
Quizás, si hubiese podido hablar con Richard Ford, yo le hubiese dado una oportunidad al cuento El color surgido del espacio de H. P. Lovecraft.

Antología del cuento norteamericano, editado por Richard Ford, admite una gran variedad de enfoques y acercamientos, pero lo que me gustaría destacar por encima de todos, para finalizar, es su alto valor literario. Éste es un libro que cualquier aficionado al relato debería leer sin falta, como inspiración, como reivindicación de un género que en España no deja de ser minoritario y que, como podemos ver a través de las páginas de este libro, está lleno de posibilidades.

La lista de todos los cuentos que aparecen en esta antología es la siguiente:


Washington Irving, Rip van Winkle
Nathaniel Harwthorne, El joven good Brown
Edgar Allan Poe, La carta robada
Herman Melville, Bartleby el escribiente
Mark Twain, La famosa rana saltarina de calaveras country
Bert Harte, Los proscritos de Poker Flat
Ambrose Pierce, Un suceso en el puente sobre el río Owl
Henry James, El rincón feliz
Joel Chandler Harris, Free Joe y el resto del mundo
Sarah Orne Jewett una garza blanca
Kate Chopin, Historia de una hora
Edith Wharton, Las fiebres romanas
O. Henry, El poli y el himno
Stephen Crane, El hotel azul
Willa Carther, El caso de paul
Sherwood Anderson, Quiero saber por qué
Jack London, El fuego de la hoguera
William Carlos Williams, El uso de la fuerza
Ring Lardner, Corte de pelo
Raymond Chandler, Sangre española
Conrad Aiken, Nieve silenciosa, nieve secreta
Katherine Anne Porter, Judas en flor
Dorothy Parker, Una rubia imponente
James Thurbes, El lugar del pájaro maullador
Francis Scott Fitzgerald, Regreso a Babilonia
William Faulkner, El otoño del delta
Ernest Hemingway, Allá en Michigan
John Steinbeck, Los crisantemos
Kay Boyle, Amigo de la familia
S. J. Perelman, Hasta el final y bajando la escalera
Robert Penn Warren, Invierno de moras
John O´Hara, ¿Nos marchamos mañana?
Eudora Welty, No hay sitio para ti, amor mío
Paul Bowles, Un episodio distante
John Cheever, Oh ciudad de sueños rotos
Irwin Shaw, Las chicas con sus vestidos de verano
Delmore Schwarzt, En sueños empiezan las responsabilidades
Ralph Ellison, El rey del Bingo
Bernald Malamud, El barril mágico
Peter Taylor, Venus, Cupido, Locura y Tiempo
Grace Payle, Conversación con mi padre
Kurt Vonnegut, Bienvenido a la jaula de los monos
William H. Grass, el chico de Pedersen
James Baldwin, Los blues de Sonny
Flannery O´Connor, El negro artificial
Richar Yates, Mentirosos enamorados
Stanley Elkin, Una poética para bravucones
Donald Barthelme, El levantamiento indio
John Updike, A&P
Philip Roth, La conversación de los judíos
Leonard Michaels, Chico de ciudad
Raymond Carver, Tres rosas amarillas
Bharati Mukherjee, El manejo del dolor
John Edgar Wideman, Papi Basura
Barry Hannah, Testimonio de un piloto
Stuart Dybek, Chopin en invierno
Richard Ford, Optimistas
Joy Williams, Tren
Tobias Wolff, El otro Miller
Richard Bausch, Valentía
Tim O´Brien, Las cosas que llevaban
Ann Beattie, Hora de Greenwich
T. Coraghessan Boyle, El Lago Grasiento
Jamaica Kincaid, La mano
Lorrie Moore, Como la vida