domingo, 30 de mayo de 2021

Canción, por Eduardo Halfon

 


Canción, de Eduardo Halfon

Editorial Libros del Asteroide. 119 páginas. 1ª edición de 2021.

 

En 2004 Eduardo Halfon (Ciudad de Guatemala, 1971) publicó en Anagrama la novela El ángel literario. Había quedado entre los finalistas del premio Herralde de ese año. Yo la leí en 2005, tras encontrarla en un puesto de libros de segunda mano de la Cuesta de Moyano de Madrid. En aquel momento me desconcertó su apuesta por la autoficción. Bastante tiempo después empecé a fijarme en las novelas cortas y libros de cuentos que Halfon iba publicando en la editorial Libros del asteroide. Leí buenas críticas sobre estos libros y sería en el verano de 2018 cuando empecé a leer bastantes de ellos seguidos. En un periodo de tiempo relativamente corto leí: Monasterio, Duelo, Signor Hoffman; Mañana nunca lo hablamos, El boxeador polaco, Saturno, Biblioteca bizarra, y algunas obras más tempranas como De cabo roto y Elocuencias de un tartamudo.

 

En sus obras más maduras, Halfon ha definido un mundo propio y, obra tras obra, amplia su propuesta. Ha creado al personaje Eduardo Halfon, un escritor de la misma edad del escritor real Eduardo Halfon y con una biografía muy similar a suya. Existen algunas diferencias entre el Halfon personaje y el Halfon autor: por ejemplo, el primero es un fumador impenitente y el segundo no fuma. Halfon habla en sus libros de su gran familia judía, que emigró a Guatemala desde lugares diversos, como Europa del Este y el Medio Oriente, y sobre la búsqueda de la identidad. Uno lee siempre estas novelas pensando que lo que se cuenta en ellas es real, aunque el autor más de una vez ha comentado en sus entrevistas que esto no tiene porqué ser cierto. De hecho, yo como lector atento descubrí una incoherencia interna en su árbol genealógico, que no voy a desvelar; lo que me indica que nos encontramos ante una obra de ficción y no ante un conjunto de novelas memorialísticas.

 

«Llegué a Tokio disfrazado de árabe» es la primera frase de Canción. Halfon ha sido invitado a un congreso de escritores libaneses, aunque nunca ha estado en Líbano y la única vinculación que tiene con este país es que uno de sus abuelos nació allí. Dos páginas más tarde, llegamos a un párrafo que es clave para entender al personaje Halfon y para entender las intenciones narrativas del autor Halfon: «Estaba en Japón para participar en un congreso de escritores libaneses. Al recibir la invitación unas semanas atrás, y después de leerla y releerla hasta estar seguro de que no era un error o una broma, había abierto el armario y había encontrado ahí el disfraz libanés ‒entre mis tantos disfraces‒ heredado de mi abuelo paterno, nacido en Beirut. Nunca antes había estado en Japón. Y nunca antes me habían solicitado ser un escritor libanés. Escritor judío, sí. Escritor guatemalteco, claro. Escritor latinoamericano, por supuesto. Escritor centroamericano, cada vez menos. Escritor estadounidense, cada vez más. Escritor español, cuando ha sido preferible viajar con ese pasaporte. Escritor polaco, en una ocasión, en una librería de Barcelona que insistía ‒insiste‒ en ubicar mis libros en la estantería de literatura polaca. Escritor francés, desde que viví un tiempo en París y algunos aún suponen que sigo allá. Todos estos disfraces los mantengo siempre a mano, bien planchados y colgados en el armario.» (pág. 11)

 

Además de novelas cortas (Monasterio, Duelo y ahora Canción), Halfon ha publicado también con el mismo personaje libros de cuentos (Signor Hoffman, El boxeador polaco o Mañana nunca lo hablamos). Al tratarse de la misma voz y las mismas intenciones narrativas, no existen muchas diferencias entre los libros de cuentos y las novelas (salvo que el mercado recibe peor los libros de cuentos que las novelas). En gran medida, la narrativa de Halfon es la propia de un escritor de cuentos, y sus novelas no se rigen por una estructura clásica de novela en la que la tensión narrativa va creciendo hasta el desenlace, sino que sus novelas funcionan como narraciones breves cosidas que se van intercalando y yuxtaponiendo a lo largo del libro. Estos núcleos narrativos de las novelas de Halfon se evaden por diversos puntos de fuga que el autor dispersa hábilmente por las páginas, y digo hábilmente porque la trabajada negativa a cerrar una narración, y abrir otra en la página siguiente, va creando una eficaz sensación de misterio en el texto. Según estos parámetros está construida también Canción.

Pronto el lector dejará de leer sobre el viaje a Japón y Halfón empezará a hablar del secuestro que sufrió su abuelo en Guatemala en 1967. También nos acercará a algunos hechos históricos sobre el surgimiento de la guerrilla en el país y el intervencionismo de Estados Unidos. Canción, descubrirá el lector, es el seudónimo de uno de los secuestradores de su abuelo, una persona sobre la que se pondrá a investigar Halfon.

 

Canción es una novela de apenas cien páginas y es toda una joya de orfebrería narrativa. De Tokio hemos pasado, casi sin darnos cuenta a un bar de Ciudad de Guatemala donde Halfon espera a alguien que le va a dar datos sobre el secuestro de su abuelo que él ha empezado a investigar. No es raro que las historias de Halfon se planteen como una investigación. Así estaba construida la novela Duelo, donde trataba de esclarecer la supuesta muerte de un hermano de su abuelo en un lago, cuando aún era un niño. ¿Será a Canción, a quién Halfon espera en el bar fumando y bebiendo cerveza mientras nos describe el ambiente sórdido que le rodea?

 

El personaje que al fin se va a entrevistar con Halfon le advierte que no puede escribir nada sobre lo que le va a contar. Con estas negativas a la propia idea de la novela que se está escribiendo también funciona la obra de Halfon. En Duelo también el padre le dirá al personaje Halfon que no puede escribir sobre lo que justo leemos que está escribiendo. Y en la novela corta Saturno ocurría algo parecido, de nuevo con la figura del padre. Esto sumará más tensión y misterio al texto. ¿Lo que leemos es lo que le ha contado en el bar de Guatemala el confidente de Halfon sobre el secuestro de su abuelo o los datos que ha reunido provienen de otra fuente? Por supuesto, el lector avezado, el que sabe cómo se construye una novela, se da cuenta de que tarde o temprano Halfon va a regresar al Tokio desde el que empezó la historia, cerrando así sus muñecas matrioskas narrativas.

 

Cuando Halfon consigue crear en sus páginas la doble sensación de amenaza y misterio me parece uno de los discípulos más aventajados, y a la vez menos evidentes, de Roberto Bolaño.

El estilo narrativo es contenido y a la vez envolvente, con numerosos puntos de fuga poéticos como éste: «Aquel momento, lo sabía pese a mi inmadurez, tenía el resplandor de una piedra negra en la lluvia.» (pág. 83)

 

Tal vez se podría acusar a Eduardo Halfon de ser un escritor que no arriesga, alguien que encontró en libros como Monasterio o El boxeador polaco la fórmula del éxito y la repite en un libro tras otro; pero, en realidad, apuntaría que Eduardo Halfon está creando una obra muy valiosa, una gran novela dividida en pequeños libritos sobre el pasado, el misterio de las familias y la identidad, y que en algún momento del futuro se leerá con una obra unitaria, como una larga e importante novela de 1.000 o 2.000 páginas. A mí Canción me ha parecido un texto tan fascinante como siempre. Háganse un favor, lean a Eduardo Halfon, es uno de los más grandes escritores latinoamericanos actuales.

domingo, 23 de mayo de 2021

El idiota, por Fiódor M. Dostoievski

 


El idiota, de Fiódor M. Dostoievski

Editorial Alba. 775 páginas. 1ª edición de 1868-69; ésta es de 2020.

Traducción de Fernando Otero Macías

 

El idiota era uno de los grandes clásicos que me faltaban por leer de Fiódor M. Dostoievski (Moscú, 1821 – San Peterburgo, 1881), después de haberme acercado a Crimen y castigo (dos veces), Los hermanos Karamázov, Los demonios, Memorias del subsuelo, El jugador y El doble. En realidad es un libro que tenía en casa desde hacía años, comprado en la editorial Alianza; sin embargo, estaba esperando a que Alba se decidiera a hacer una nueva traducción para leerlo. En 2012 leí Los demonios en la edición de Alianza y fue un libro que me gustó mucho, pero me dio algo de rabia ver que, no mucho después, lo publicaba Alba, porque hubiera preferido leer la edición de Alba. Así que decidí esperar. En realidad, las traducciones de Dostoievski de Alianza son perfectamente correctas. Están realizadas por el hispanista Juan López-Morillas, que trabajó en las universidades de Brown y Austin, en Estados Unidos. López-Morillas tradujo varios clásicos rusos al español por primera vez de forma directa desde el ruso. Además de libros de Dostoievski, he leído otros de sus trabajos, como las traducciones de Anna Karenina de Lev Tolstoi o Historias de San Petersburgo de Nikolái Gogol. Al leer a los tres autores me podía topar con un personaje «emperejilado», con ganas de armar «bochinche» o que le duele el «magín» o el «caletre». Es decir, el trabajo de López-Morilla es bueno, pero considero que algunos términos que usa se han quedado anticuados. En Alba he releído la nueva traducción de Crimen y castigo que acometió Fernando Otero Macías, el mismo traductor que El idiota, y me pareció un gran trabajo. Sin embargo, podría apuntar que en su excelente traducción de El idiota me he encontrado expresiones como «tronado» por «loco» o «cocido» por «borracho», que es posible que dentro de treinta años le suenen al lector en español tan ajenas y extrañas como los «magines» de López-Morillas.

 

Después de escribir casi a la vez, y de un modo apresurado, El jugador y Crimen y castigo, publicadas en 1866, Dostoievski escribió y publico por entregas El idiota entre 1868 y 1869. Así que esta obra pertenece a su gran periodo creador final. Entre 1871 y 1872 aún tendría tiempo para escribir Los demonios y entre 1879 y 1880 Los hermanos Karamázov. Es decir, en un periodo de unos quince años, Dostoievski escribió algunas de las obras cumbres de la literatura universal.

 

El idiota comienza con el príncipe Lev Nikoláievich Myshkin llegando en tren a Rusia desde Suiza. El príncipe Myshkin es un joven de veintiséis años que ha pasado los últimos cuatro en un pueblo de Suiza, al que fue enviado por su preceptor para que se curara de su «enfermedad». El príncipe Myshkin sufre ataques de epilepsia y no ha podido recibir una educación formal. Un personaje le dirá al príncipe: «Yo no estoy de acuerdo, e incluso me molesta, cuando alguien, quien sea, le llama a usted idiota; es usted demasiado inteligente para semejante calificativo; pero estará usted de acuerdo en que es demasiado raro para ser como todo el mundo.» (pág. 731) En realidad, más que un idiota, el príncipe es un joven bondadoso e ingenuo, incapaz de juzgar negativamente a los demás y de negarles su ayuda, aunque se estén burlando de él. Estas características, en principio positivas, son las que le convierten en «un idiota» a ojos de la sociedad de su tiempo. He leído en alguna crítica que se considera que en el príncipe Myshkin Dostoievski quiso especular con la idea de una nueva venida de Jesucristo a la Tierra. No me parece una idea descabellada, pero tampoco algo evidente o claro. En un momento de la novela, el príncipe defiende la primitiva fe cristiana rusa frente al catolicismo, al que considera anticristiano por su ostentación de la riqueza y falta de humildad. En películas (no me viene ahora mismo ningún ejemplo literario) como La palabra (Ordet) (1955) de Carl Theodor Dreyer o Rompiendo las olas (1996) de Lars von Trier la idea de trasladar la figura de Jesucristo a los tiempos de la narración me parece mucho más evidente que en El idiota. En esta novela aparece algunas veces mencionado El Quijote de Miguel de Cervantes, y es cierto que el príncipe también tiene algo de Quijote empeñado en salvar a damas en apuros. En este caso, la principal «dama en apuros» será Nastasia Filíppovna.

Se ha comentado muchas veces que uno de los grandes temas de la novela del siglo XIX es el del matrimonio; haciendo especial hincapié en la figura de la mujer en relación al matrimonio. Nastasia Filíppovna es uno de los personajes más interesantes de la novela. De niña, Nastasia se quedó huérfana y fue rescatada de la pobreza (seducido por su singular belleza) por un hombre maduro llamado Afanasi Ivánovich Totsky, dueño de las tierras en las que vivían sus padres. Este hombre le dio una educación y también la convirtió en su amante a una edad impropia. Pasado el tiempo, Totsky podrá casarse con otra joven sin problemas; y será Nastasia Filíppovna la que quedará marcada para siempre como una «mujer perdida».

 

Según se baja en San Petersburgo del tren, el príncipe irá a visitar la casa de un familiar lejano,  Lizaveta Prokófievna, de apellido Myshkin también. Lizaveta está casada con el militar Iván Fiódorovich Yepanchín (amigo de Totsky), y los dos son padres de tres hermosas hijas casaderas: Aleksandra, Adelaída y Aglaia. El príncipe llegará a su casa únicamente con un hatillo como equipaje y su recepción inicial será bastante tibia, aunque al final se acepte de buen grado su presencia.

En estas escenas iniciales, en las que el príncipe llegaba a la casa y solicitaba una entrevista, he visto de nuevo la influencia de la obra de Dostoievski sobre la de Franz Kafka. Cuando comenté Los demonios y Crimen y castigo ya señalé esta idea, que se me escapó en mis lecturas juveniles de Dostoievski y Kafka y que me resulta evidente de adulto. En las novelas de Dostoievski a veces las acciones de los personajes se rigen por principios no realistas. Muchas veces se han identificado las extrañas acciones de los personajes de Dostoievski con lo exagerado del «alma rusa», pero en otras novelas rusas del siglo XIX esta extrañeza para el lector se produce en mucho menos grado que con Dostoievski. Sus personajes suelen estar desesperados y actúan en gran medida en contra de sus intereses, sucumbiendo de un modo nihilista a sus ansiedades y temores.

El príncipe trata de entrevistarse con Iván Fiódorovich Yepanchín igual que unas décadas después el agrimentor K. tratará de entrevistarse con las autoridades del castillo. Y por el camino le aparecerán al príncipe lacayos con los que tendrá conversaciones banales o tremendamente profundas. Todo esto transcurre en medio de un ambiente vaporoso de ensoñación, igual que en la narrativa de Kafka.

Además lo personajes de Dostoievski a menudo tiemblan y se encuentran enfebrecidos, situaciones muy propias de una narración de Kafka.

El propio Dostoievski sufría ataques epilépticos como le ocurre al príncipe Myshkin y además fue encarcelado por actividades antigubernamentales y condenado a muerte. Sufrió un simulacro de fusilamiento y después se le anunció que su pena había sido conmutada por la de trabajos forzados en Siberia. Sobre este hecho del falso fusilamiento y las condenas a muerte se habla en El idiota e, igual que el tema del suicidio en Los demonios, elevan la novela hacia cimas existencialistas por las que va transcurrir gran parte de la narrativa del siglo XX.

 

La novela está dividida en cuatro partes y en las más de 200 páginas de la primera se describe únicamente el primer día del príncipe en San Petersburgo. Serán multitud los personajes con los que se cruce, creando un gran fresco de la vida en la ciudad. Luego habrá saltos temporales y algunos de los personajes pasarán una temporada en Moscú, un periodo de tiempo que no será narrado en la novela, pero sí evocado con posterioridad. Los escenarios de la novela son San Petersburgo y Pávlovsk, un pueblo de veraneo cercano.

Si bien el príncipe llega a San Petersburgo sin un rublo encima, pronto se verá que es el heredero de una considerable fortuna, lo que hará que pueda ‒de momento‒ vivir sin trabajar. Serán muchos los crápulas que se le acerquen para tratar de sacarle el dinero, pero también su juventud y su bondad serán atractivas para más de una mujer. El príncipe vivirá rodeado de nobles disolutos, mujeres perdidas, jóvenes extremistas, viejos fantasiosos, un joven a punto de morir por tisis y otros jóvenes enamorados y que viven la experiencia del amor como la de una terrible condena. Aquí, como en Crimen y castigo y Los demonios, también nos encontraremos con suicidas, asesinos y posibles asesinos.

 

Mi último acercamiento a Dostoievski había sido la relectura de Crimen y castigo hace tres años, y la sensación que he tenido al leer El idiota es que la estructura del libro estaba menos clara que la de Crimen y castigo. En El idiota Dostoievski plantea muchas escenas en las que entran y salen los personajes y en ellas sitúa al actor principal y distorsionante del príncipe. Y uno transita por las escenas que crea Dostoievski con extrañeza y fascinación, sin saber hacia dónde se dirige, quizás ya enfebrecido y con temblores. Hay escritores que saben levantar bonitas y solidas casas en el campo, pero Dostoievski eleva sobre nosotros turbias catedrales poco iluminadas y uno camina bajo sus bóvedas inestables pensando que en cualquier momento se van a caer y a aplastarnos. En la poca luz de estas catedrales, en precario equilibrio, anida la literatura.

domingo, 16 de mayo de 2021

Granta, los mejores narradores jóvenes en español, por VV. AA.

 


Granta, los mejores narradores jóvenes en español, de VV. AA.

Editorial Candaya, 352 páginas. 1ª edición de 2021.

 

El 7 de abril de 2021 la revista Granta, de origen británico, dio a conocer su lista de «los 25 mejores narradores en español, menores de 35 años» en una rueda de prensa por la mañana. Por la tarde había organizado una presentación en el instituto Cervantes de Madrid y me apeteció acudir. En 2010 fue la primera ocasión en la que Granta elaboró esta lista de autores en español, cuando habitualmente lo hacía en inglés y, si bien estaba programada la segunda entrega para 2020, la pandemia la retrasó hasta 2021. No leí el libro de 2010, de cuya publicación se encargó la actualmente inactiva editorial Duomo, pero sí he leído esta de 2021, que viene de la mano de la editorial Candaya.

En 2010 la lista estuvo compuesta por 22 nombres, donde había autores como Andrés Barba, Alberto Olmos, Elvira Navarro, Federico Falco, Patricio Pron, Samanta Swcheblin o Alejandro Zambra, que han desarrollado en la mayoría de los casos una exitosa carrera (dentro de lo exitoso que puede ser un escritor en el siglo XXI, que tampoco es mucho, deberíamos apuntar).

 

El libro empieza con una esclarecedora introducción de Valerie Miles, editora de Granta en español, que nos revela algunos datos interesantes sobre esta selección de autores. Para ser considerados, los autores debían haber nacido a partir del 1-1-85. Esto hizo que algunos autores importantes como Juan Gómez Bárcena o Eduardo Ruiz Sosa se quedaran fuera por poco. Los candidatos que se postularon al premio rondaron los 200, sin llegar, mientras que en la convocatoria de 2010 fueron unos 300. De entrada, he de decir que 200 candidatos me han parecido pocos. El español es una lengua que la hablan unos 500 millones de personas, y de estos, al menos, 200 millones deben tener menos de 35 años, así que la muestra analizada me parece pequeña como para poder seleccionar a los mejores narradores jóvenes.

De entre los 25 seleccionados, 11 son mujeres y 14 hombres. Aunque no se alcanza la paridad, Miles apunta que hay mayoría de mujeres entre los escritores más jóvenes de la muestra. A Miles le llama la atención que esta nueva hornada de escritores apuesta más por el color local de sus lenguas, frente al uso de un español neutro, que fue muy habitual entre los escritores latinoamericanos del 2000, y también considera que ahora hay más empleo del humor. Miles dice que aquí buscaban relatos que se distanciaran del yo, del mero testimonio. «Las narraciones de muchachos en el burdel, o de violencia gratuita, nos parecen ahora insufribles, inequívocamente passé

Al leer estas ideas me empezaron a saltar las alarmas: ¿está Granta buscando marcar unas líneas sobre lo que debe ser la literatura del futuro y lo que no debe ser? Si un joven Mario Levrero se hubiera postulado a esta publicación con La novela luminosa a sus espaldas, ¿hubiera sido rechazado por el «muy cansino uso y abuso de la primera persona, de las figuraciones del yo»? Si un joven Cormac McCarthy se postula con Meridiano de sangre, ¿alguien hubiera considerado que su propuesta estaba passé por tener demasiada «violencia gratuita»? ¿A quién se dirige el dardo de los «muchachos en el burdel»? ¿A Mario Vargas Llosa, que también hubiera sido rechazado por Granta?

 

En el instituto Cervantes pude saludar a Olga y Paco, los incombustibles editores de Candaya, y a algunos de los autores seleccionados, como Mónica Ojeda y Alejandro Morellón, a los que ya conocía, y pude saludar en persona a David Aliaga, a quien seguía en Facebook. Conversé también con Munir Hachemi y no pude cambiar ni una palabra con Irene Reyes-Noguerol, la autora más joven de todo este número de Granta.

Para participar en el proceso de esta selección, además de tener menos de 35 años, había que tener libros de relatos o novelas publicados. Los candidatos las enviaban al jurado y este seleccionaba a los autores que consideraba con más méritos.

En la presentación me enteré de que se envió un mensaje a un grupo de autores para decirles que habían sido preseleccionados, pero que su inclusión en la selección final dependía del texto que mandaran para la revista. El texto tenía que ser inédito, y podía ser un relato o un fragmento de una novela. Esto que comento ahora no lo dice Valerie Miles en su introducción, y tal vez sea una indiscreción contarlo, pero lo hago porque creo que esta premisa competitiva ha influido, en algunos casos, en los textos que los candidatos acabaron mandando a la revista.

 

El orden de los cuentos no se guía por la fecha de nacimiento de los autores, ni por ningún criterio reconocible. Voy a hacer un recorrido breve por todos los cuentos, dando una opinión sincera sobre la impresión que me han causado:

 

1) Inti Raymi, de Mónica Ojeda (Ecuador, 1988). Ojeda era mi apuesta más segura para estar incluida en esta selección de Granta. De ella he leído sus novelas Nefando (2016) y Mandíbula (2018) y me parece una escritora muy talentosa y con un gran mundo propio. Su narración es el comienzo de una novela, y trata sobre la violencia que un grupo de niños quiere ejercer sobre otro, en el contexto de una fiesta rural americana en la que se invocan a fuerzas ancestrales y místicas. La violencia y la cercanía a la extrañeza y el terror están presentes aquí, como en el resto de su obra. Un comienzo de novela muy prometedor. Empezamos bien.

 

2) Juancho, baile, de José Ardila (Colombia, 1985). No conocía de nada a este autor y su cuento me ha impactado. Una gran narración sobre la violencia ejercida por un grupo de adolescentes sobre un hombre con una deficiencia mental, una violencia que tiene que ver con sus frustraciones y su sensación de pertenencia. Una narración violenta, bella y poética.

 

3) Buda Flaite, de Paulina Flores (Chile, 1988). De Flores había leído su libro de cuentos Qué vergüenza (2016), que me gustó bastante. En esta ocasión, su texto es el comienzo de una novela. Buda Flaite es su protagonista, un adolescente no binario, que se ha escapado de un centro de acogida. Por primera vez en un texto narrativo me encuentro con el uso de la partícula neutra «e» para designar un género indefinido. Hasta ahora, había visto en las redes sociales de algunas autoras, sobre todo latinoamericanas, expresiones como «niñes», pero luego veía que no las usaban en sus libros. Flores es la primera autora a la que le veo hacerlo. También usa un vocabulario chileno de la calle que me cuesta entender. La propia Flores detiene su narración y le explica al lector que el lenguaje callejero chileno evolucionó igual que el argentino o el mexicano, pero que las películas o las canciones lo popularizaron y no así el chileno. Esta reflexión me interesa. Aunque no dejo de darme cuenta de que para empezar su novela ultramoderna con un personaje no binario y un vocabulario rompedor, Flores ha de usar un recurso narrativo del siglo XIX: el narrador interviene en lo contado para explicar qué está contando. Me surge otra pregunta ¿que el personaje sea no binario suma algo a la narración o refleja el miedo a no ser lo suficientemente moderna y no ser seleccionada para Granta? Anotemos: primer relato con tema de identidad de género.

Sin embargo, acabo el capítulo de su novela con ganas de leer más. Me ha interesado.

 

4) El niño dengüe, de Michel Nieva (Argentina, 1988). Nieva nos presenta aquí un relato de ciencia ficción, ambientado en una Argentina futurista en la que gran parte de su territorio se encuentra bajo el mar y cuyo protagonista es un niño mutante, mitad humano, mitad mosquito. El niño dengüe no deja de ser una reinvención de La metamorfosis de Franz Kafka. Nieva me parece el heredero de los cuentos más imaginativos del también argentino Elvio E. Gandolfo. El niño dengüe será en realidad una niña. Segundo relato sobre el tema del género. Vamos sumando. Me ha gustado El niño dengüe.

 

5) Cápsula, de Mateo García Elizondo (México, 1987). Nos encontramos aquí con otro relato futurista. Un preso es condenado a vivir en una cápsula en el espacio. Me ha parecido un relato demasiado juvenil. García Elizondo presenta aquí a un único personaje en el espacio, que reflexiona, pero que no ha de interactuar con nadie. Recuerdo haber escrito yo mismo relatos así cuando tenía unos dieciocho años, el solipsismo era algo atractivo y sencillo. García Elizondo es nieto de Gabriel García Márquez y de Salvador Elizondo, dos pesos pesados de la literatura latinoamericana. Tengo la impresión de que García Elizondo es alguien que ha tenido todas las puertas abiertas en la literatura desde el primer momento (primera novela publicada en, nada menos, que Anagrama). Cápsula sería un buen relato para una selección sub21, pero no para una sub35. Primer bajón del libro.

 

6) Deshabitantes, de Gonzalo Baz (Uruguay, 1985). Baz evoca aquí una adolescencia difícil en un barrio marginal. Deshabitantes es un relato social, bello, poético y evocador sobre el amor, la familia y la soledad.

 

7) Reinos, de Miluska Benavides (Perú, 1986). Benavides presenta aquí el comienzo de una novela. Empieza bien, un relato social sobre una mina en Perú y trabajadores que sufren abusos, pero el texto se acaba diluyendo en diversas ramificaciones. Seguramente si el lector pudiera acercarse a la novela entera todo tendría más sentido, pero, al leer solo una parte, ve cómo se despliegan ante él caminos narrativos que quedan algo deslavazados.

 

8) Viajeras bajo la marquesina, de Eudris Planche Savón (Cuba, 1985). Dos chicas coindicen en un tres. Se atraen. Una saca un libro de Katherine Mansfield, la otra lo lee. Ambas imaginan escenas con la otra, escenas con Mansfield. Viajeras bajo la marquesina me ha parecido un texto demasiado literario, demasiado cifrado y confuso. Me esperaba (sin fundamento) que un escritor cubano me hablara de la situación actual en Cuba, de su mundo en transición, pero no ha sido éste el camino elegido por Planche Savón y no ha captado mi interés.

 

9) Insomnio de las estatuas, de David Aliaga (España, 1989). El cuento nos habla de un editor español en Canadá llamado David Aliaga que ha de volver a su hotel una noche. Aliaga es un estudioso de la cultura judía y en su cuento el personaje procede de una familia judío europea y habla de la identidad. Su modelo es la narrativa del guatemalteco Eduardo Halfon. El peso de la influencia de Halfon sobre el cuento de Aliaga quizás sea excesivo; siendo un buen cuento, en cualquier caso.

 

10) Mar de piedra, de Aura García-Junco (México, 1988). Otro cuento futurista. Una profesora está liada con una alumna, y en las avenidas de Ciudad de México aparecen estatuas de personas congeladas. El texto es, en principio, sugerente y misterioso, pero se acaba dispersando y no me convence.

 

11) Nuestra casa sin ventanas, de Martín Felipe Castagnet. (Argentina, 1986). Una escultora transexual recibe el anillo de una organización secreta, que la reconoce como la gran artista de su época. Un anillo que habrá de pasar cuando se siente morir a otro artista. Ella elegirá a su rival.

Al toparme con el tercer personaje con problemas de identidad de género, tras once relatos, en los que además hay dos sobre lesbianas, empiezo a plantearme si los candidatos a aparecer en Granta habían sido avisados de que no querían historias sobre violencia gratuita, chicos en el burdel y autoficción del yo. Entonces ¿qué quieren?, me imagino que se preguntarían. ¿Cuáles son los temas sobre los que sí debo escribir? ¿Qué está de moda, que es incuestionable? ¿La transexualidad, el lesbianismo? ¿Esto es incuestionablemente moderno, no? Que el personaje de Nuestra casa sin ventanas sea transexual no aporta nada al relato. Se habla aquí de dos artistas que han competido por las mismas becas. ¿Cómo se compite por las becas?, me pregunto yo. ¿Sabiendo en cada momento cuáles son los temas sobre los que hay que hablar, por ejemplo? Siempre he pensado que los artistas verdaderos tienen unas obsesiones que los acompañan siempre, con pocas variaciones. No me imagino a Kafka eligiendo un tema para un cuento o una novela, considerando lo que estuviera de moda en ese momento, lo que era incuestionable para las autoridades que habrían de juzgarse. Si el joven Cormac McCarthy que he evocado antes, envía Meridiano de sangre al jurado del Granta, ¿hubiera sido rechazado porque su narrativa contiene mucha violencia gratuita? ¿Y si McCarthy entonces hubiera decidido transformar al chico protagonista de Meridiano de sangre en un chico transexual, entonces ya sí, sería elegido como un gran y prometedor escritor?

Hace no mucho la escritora transexual Camila Sosa Villada ha publicado Las malas, una novela que se basa en sus vivencias, y en los problemas que le ha dado su transexualidad. En este caso, el tema de la transexualidad me parece totalmente pertinente, el individuo se enfrenta a un mundo hostil y nos lo narra. En Nuestra casa sin ventanas me parece una impostura que no consigue hacer levantar el vuelo a un relato inane.

 

12) Ruinas al revés, de Carlos Fonseca, (Costa Rica, Puerto Rico, 1987). El protagonista, Carlos Fonseca, sobrevive en Puerto Rico a un huracán que ha dejado su casa sin luz. Encuentra una caja con documentos de un psiquiátrico que hablan de uno de los primeros arquitectos reconocidos de Puerto Rico y se pone a investigar sobre esta persona. Hay algo de Cervantes y Borges en esta narración poética y evocadora. Este cuento me parece uno de los mejores del conjunto.

 

13) Anillos de Borromeo, de Andrea Chapela (México, 1990). Nos encontramos aquí con un relato de ciencia ficción apocalíptica, que nos habla de la supervivencia en México y del pasado de la protagonista en Madrid. Una narración conseguida.

 

14) Mi nuevo yo, de Andrea Abreu, (España, 1995). El nombre de la canaria Abreu ha sonado, durante el último año, gracias al éxito de su novela Panza de burro. En Mi nuevo yo, como hacía en su novela, usa palabras muy canarias, que yo no había oído nunca, y esto da bastante sabor local al relato. En Mi nuevo yo nos habla de una mujer recién divorciada que busca en talleres de comida macrobiótica, yoga, etc. reinventarse a sí misma. Al final veremos cómo ha de enfrentarse a sus dependencias y deseos. Un gran relato.

 

15) Nadie sabe lo que hace, de Camila Fabbri (Argentina, 1989). En este relato una chica evoca su infancia y convivencia con sus dos hermanastras. Nadie sabe lo que hace es un relato poético y potentes sobre las familias disfuncionales y las cicatrices que esto deja en las personas.

 

16) El color del globo, de Dainerys Machado Vento (Cuba, 1986). Una pareja de cubanos que vive en Florida ha sido invitada a una pura fiesta gringa: la prima de uno de ellos celebra un gender reveal, donde una pareja que espera un hijo revela a su familia y amigos el género del bebé que van a tener. La chica despotrica sobre esta fiesta heteropatriarcal, porque no se sabe si el bebé será niño, niña o niñe. Cuarto cuento con el tema del género, anoten. En este caso la narración es irónica, y en realidad nos habla sobre el peso de las costumbres y en la adaptación, por parte de los emigrantes, de las costumbres burguesas del país de acogida. Es el cuento más divertido del conjunto y me ha gustado.

 

17) El gesto animal, de Alejandro Morellón (España, 1985). Morellón es mi amigo y he leído todos los libros que ha publicado hasta ahora, los conjuntos de relatos La noche en que caemos (2013) y El estado natural de las cosas (2016) y la novela Caballo sea la noche (2019). Para Granta ha presentado el comienzo de una novela, una novela sobre la primera papesa católica. Quinto relato sobre el tema del género. Lo cierto es que no ha logrado interesarme. Quizás la novela en su conjunto sea otra cosa, pero el fragmento que nos muestra Granta me ha dejado indiferente.

 

18) Rasgos de Levert, de José Adiak Montoya (Nicaragua, 1987). Montoya juega en su relato con la historia bíblica de Jesús, y le sitúa en la Nicaragua actual con el nombre de Levert. Parece que Montaya desea hacer una narración social sobre su país, pero los paralelismos bíblicos han acabado por chirriarme.

 

19) Días de ruina, de Aniela Rodríguez (México, 1992). Un cuento sobre un borracho, cuya adicción provoca la muerte de su hijo. Un cuento brutal con claras reminiscencias de Juan Rulfo. Un cuento que funciona perfectamente.

 

20) Wandaja, de Estanislao Medina Huesca (Guinea Ecuatorial, 1990). A veces se nos olvida que existe un país en África en el que el español es una de las lenguas oficiales. Nunca había leído a un escritor guineano y por esto mismo el relato de Medina Huesca me ha interesado mucho. Nos encontramos con un protagonista que culpa de todos los problemas de su país al hecho de haber sido una colonia de España. Sin embargo, pasó su juventud en España, en Fuenlabrada, y esto creará diferencias sociales con los guineanos que no se han formado fuera. Sin tener el relato ningún alarde técnico, me gusta el rincón de la realidad del idioma desde el que habla. Me gusta Wandaja.

 

21) Soporte vital, de Munir Hachemi, (España, 1989). Hachemi es de padre argelino y madre española, y sitúa su relato en China. Un joven porta el cadáver de su abuela hasta un hospital. Soporte vital es un buen relato.

 

22) Niños perdidos, de Irene Reyes-Noguerol (España. 1997). Reyes-Noguerol escribe un relato poético y potente sobre la infancia y la muerte de la madre. Reyes-Noguerol es la autora más joven de este conjunto y promete mucho.

 

23) Cerezos sin flor, de Carlos Manuel Álvarez (Cuba, 1989). Hace un par de años yo había escuchado hablar a Álvarez en la Casa de América de Madrid y me sorprendió la claridad y la madurez de su discurso. Cerezos sin flor es un grandísimo cuento sobre la nostalgia de la infancia y las personas que nos cuidan en ella. Cerezos sin flor me parece, tal vez, el cuento más talentoso de todo este libro.

 

24) Una historia del mar, de Diego Zúñiga (Chile, 1987). De Zúñiga había leído su novela policiaca Racimo, una obra prometedora. En Una historia del mar lo que parece un cuento sobre la épica de los perdedores, en este caso deportivos, se transforma pronto en un relato sobre los terrores de la dictadura chilena. Un cuento muy bien armado, muy potente.

 

25) Oda a Cristina Morales, de Cristina Morales (España, 1985). Morales habla aquí de mujeres que practican deportes de contacto. Al principio ‒este es uno de los relatos más largos del conjunto‒ parecen unas notas deslavazadas sobre una reivindicación feminista, pero, gracias al humor, va ganando enteros. Una narración muy libre que, pese a su estructura suelta, que hace que parezca estar escrito a buena pluma, acaba funcionando.

 

 

Tengo la impresión de que la labor de Granta más que la de la búsqueda de talento, es la de la confirmación del éxito. La mayoría de los autores aquí presentados han tenido ya un largo recorrido de premios, becas, reconocimientos y traducciones. En general, salvo cuando se ha buscado alguna diversidad curiosa, como la del guineano Estanislao Medina, Granta juega sobre seguro. También trata de marcar un discurso, prohibiendo temas, y premiando otros, por impostados que sean. Ahora mismo, escribir una novela sobre transexuales, sin ser transexual, me parece un tema convencional y trillado, y escribir una novela sobre violencia gratuita y chicos en un burdel me parece profundamente transgresor. Con el primer tema ‒anota esto, joven escritor‒ vas a conseguir reconocimientos y palmadas en la espalda que te digan que haces una literatura «valiente», y con el segundo solo rechazo y marginalidad. Joven escritor, si te obsesiona la violencia gratuita que sufres en tu país y quieres contarla, recuerda que tu personaje ha de ser transexual, o al menos no binario. Es posible que así puedas dar rienda suelta a tus obsesiones de escritor y conseguir, de paso, la beca a la creación y el ansiado reconocimiento.

¿Merece la pena leer este Granta, los mejores narradores jóvenes en español? Sí, merece la pena. En general, me parece que esta selección de Granta contiene grandes relatos y otros que no lo son tanto, o que no funcionan del todo, porque son fragmentos de novelas y no relatos. El nivel es bueno, con los altibajos señalados.

domingo, 9 de mayo de 2021

El alcalde de Casterbridge, por Thomas Hardy

 


El alcalde de Casterbridge, de Thomas Hardy

Editorial Alba. 534 páginas. 1ª edición de 1886; ésta es de 2010.

Traducción de Bernardo Moreno

 

En diciembre de 2020 leí Jude el oscuro (1895), la última novela de Thomas Hardy (Higher BockhamptonStinsford, Inglaterra, 1840 - Max Gate, 1928), un libro que se convirtió en una de mis mejores lecturas del año pasado. Así que a principios de 2021 me apeteció volver en este autor. Ya comenté que Jude el oscuro lo había tomado prestado de la biblioteca de mi suegra, donde también descansaba El alcalde de Casterbridge (1886) y se lo pedí prestado.

 

El arranque de El alcalde de Casterbridge es impresionante: Henchard, un joven de veintiún años camina leyendo junto a su joven mujer, que lleva en brazos un bebé. Entran en un pueblo, donde se está celebrando una feria de ganado. Bajo una carpa, donde sirven comida y bebidas, el hombre se emborracha y empieza a despotricar contra su mujer. Piensa que ella es una carga para él y está dispuesto a venderla en una subasta (junto al bebé) al mejor postor. Lo que parece una broma de mal gusto se complica cuando un marinero ‒de apellido Newson‒ ofrece las cinco guineas que pedía Henchard por la mujer y el bebé y se marcha con ella. La joven Susan parece querer así dar a su marido una lección. Cuando el joven se despierte de la borrachera tratará de buscar a su mujer para enmendar su error sin encontrarla.

Como dije al comentar Jude el oscuro, Hardy me parece el más ruso de los escritores británicos y en esta primera escena del libro me lo vuelve a parecer. Henchard parece un puro personaje de Fiódor Dostoyevski.

 

En este primer capítulo ya veo más de una conexión con Jude el oscuro. De entrada, tenemos al joven Henchard ‒un humilde aparvador de oficio‒ que lee según camina, mostrando así que quiere elevarse respecto a su condición, igual que hacía el joven Jude, cantero de oficio. Henchard y Jude parecen hacerse casado los dos demasiado jóvenes y sienten que la boda les ha truncado sus posibilidades de futuro. Además los dos riegan en alcohol sus frustraciones. Thomas Hardy es un escritor naturalista, y por tanto, en gran medida, el entorno social del que proceden sus personajes va a determinar su destino. «Rápidamente volvió a aflorar a la superficie ese rasgo de su idiosincrasia que había gobernado sus actos desde el principio y que lo había convertido en el hombre que fundamentalmente era.», leemos en la página 489 sobre un personaje.

 

Henchard no encuentra a su mujer y a su bebé y se hace la promesa de no volver a beber hasta que no pase, al menos, el tiempo correspondiente a la edad que tiene en ese momento, que es de veintiún años. El lector intuye que Hardy va a volver a sacar el tema de la adicción al alcohol de Henchard y esto a va a tener su importancia en la trama.

 

Entre el capítulo II y el III han transcurrido unos dieciocho años, y Susan camina con su hija Elizabeth-Jane hacia el pueblo de Casterbridge donde ha oído que quizás viva Henchard. Susan es una mujer crédula y sencilla, que había vivido con el marinero Newson, pensando que su «venta» tenía alguna validez legal. Después de que una vecina le haga despertar de su error y de que a Newson se le dé por desaparecido en un naufragio, decide buscar al que, según la ley, aún debe ser su marido, Henchard.

 

Henchard cumplió su promesa y abandonó beber. Con el tiempo dejó de ser un simple aparvador para pasar a ser un hombre próspero de la ciudad, y en el momento en el que Susan y Elizabeth-Jane llegan a ella se ha convertido en su alcalde. La aparición en Casterbrige de las dos mujeres y su irrupción, ya inesperada, en la vida de Henchard va a coincidir con la llegada a la ciudad de del joven escocés Donald Farfrae, que pensaba emigrar a Norteamérica, pero, dada su maña con los granos, Henchard le convencerá para que empiece a trabajar para él.

En El alcalde de Casterbridge nos vamos a encontrar con muchos momentos como el anteriormente descrito, en los que las casualidades y las coincidencias entre personajes van a tener un peso muy importante en la construcción de la trama. También habrá más de un «inesperado giro de guion». El alcalde de Casterbridge se publicó por primera vez en entregas en la revista inglesa Graphic y en la norteamericana Harper´s Weekly, y dependen mucho más de las técnicas constructivas propias del folletín que una obra más madura como es Jude el oscuro. También debo decir que, aunque en gran medida, El alcalde de Casterbrigde depende de las técnicas constructivas del folletín, no quiero que suene esto de un modo despectivo. La novela es muy entretenida y la he leído con un gran interés en cada momento. Lo digo ya, El alcalde de Casterbrigde me ha parecido una buena novela, que ha aguantado muy bien el paso del tiempo; y Jude el oscuro es una obra maestra, una obra en la que Hardy dominaba ya plenamente todos sus recursos y posibilidades literarias.

Además, los personajes de El alcalde de Casterbridge están bien perfilados y sus personalidades y los choques con los demás a los que les lleva su carácter están muy bien hilados. Es interesante ver cómo los motivos de las acciones de los personajes son interpretados de un modo diferente por otros. Como en un buen folletín la fortuna de los personajes va a sufrir grandes altibajos y al final, parece decirnos el Hardy más naturalista, van a sucumbir a sus pasiones más humanas.

Es interesante ver además cómo son los personajes de fuera del espacio de la novela (Casterbridge) en los que se centra la trama. La idea del «forastero» ronda cada página de la novela.

 

Si bien comenté que en Jude el oscuro, publicada en 1895, casi no aparece el narrador omnisciente que interviene en la historia, tan propio del siglo XIX; éste tipo de narrador está algo más presente en El alcalde de Casterbrigde, publicada nueve años antes.  Pero su presencia nunca llega a ser molesta o a sonar anticuada. Me han gustado algunos pasajes en los que se destaca el pasado romano de Casterbrigde, y en los que se describen los barrios marginales de la ciudad: «En Mixed Lane se podían ver muchas cosas tristes y bajas, y algunas funestas. El vicio entraba y salía por sus fueros en ciertas puertas del vecindario; la temeridad habitaba bajo el tejado de la chimenea torcida; la vergüenza, en algunos balcones; el robo (en época de carestía), en las cabañas con paredes de barro junto a los sauces.» (pág. 413)

También me gusta más de una de las mordaces apreciaciones de Hardy: «Exteriormente no había nada que le impidiera empezar de nuevo y, aprovechando su rica experiencia, llegar más alto aún que en el pasado. Pero a ello se oponía el ingenioso mecanismo ideado por los dioses para reducir al mínimo de las posibilidades de mejora de los humanos, y por el cual la pericia para hacer las cosas viene pari passu con la pérdida de ilusión para hacerlas.» (pág. 512)

 

Como ocurría en Jude el oscuro, es importante observar en El alcalde de Casterbridge la posición de la mujer en la sociedad de la época. Como el mundo rural dibujado (vuelve a aparecer aquí el inventado contado de Wessex) parece exigir a las mujeres una conducta más conservadora que a los hombres. Por ejemplo, Elizabeth-Jane será recriminada porque la noche de su llegada a Casterbridge, antes de darse a conocer a Henchard, trabajará durante unas horas en una posada como sirvienta, actividad que será, más tarde, impropia para la hija o la ahijada de alguien con tanta relevancia social como un alcalde. Lucetta, otro de los grandes personajes femeninos del libro, también sufrirá por lo que considera manchas en su pasado, unas supuestas manchas que la sociedad en la que vive le harán pagar muy caras. Hardy parece, en todo momento, tomar partido por estas mujeres y es, por lo que le leído, en su penúltima novela, Tess, la de los d'Urberville (1891), en la que desarrolla este tema como mayor profusión. Tengo ya ganas de leer esta novela.

Normalmente son famosos los comienzos de las grandes novelas, pero en este caso creo que es memorable la última frase del libro: «Al verse obligada a contarse entre los afortunados, no dejaba de asombrarse de la persistencia de lo imprevisto, convencida de que la persona a la que se le había concedido en la edad adulta aquel sosiego permanente no era otra que ella misma, que en juventud había aprendido que la felicidad no es sino un episodio ocasional del drama general del dolor.» En gran medida este cierre de novela concentra gran parte de la filosofía vital y novelística del gran Thomas Hardy.

domingo, 2 de mayo de 2021

Reseña de mi novela Caminaré entre las ratas en el blog La esquina de este círculo

 Borja Buzón Bernal, a quien conozco de las redes sociales, leyó mi novela Caminaré entre las ratas y escribió una reseña para su blog La esquina de este círculo:




 

«Los que frecuentan la blogosfera literaria conocerán a David Pérez Vega como ese profesor de economía de Móstoles apasionado por la literatura que sube sesudas reseñas de todo cuanto lee cada domingo a su espacio Desde la ciudad sin cines (y a también a su canal de YouTube). Yo conocía dicho blog mucho antes de compartir por aquí mis impresiones sobre cada lectura y ha sido para mí desde entonces un modelo de crítica literaria que siempre he admirado por la trabazón de su contenido, que, sin rozar la pesada erudición de la academia, daba todas y cada una de las claves interpretativas de las diferentes novelas y colecciones de relatos que iban apareciendo en el panorama editorial como novedades de este siglo XXI o como obras clásicas del XIX o del XX (principalmente narrativa hispanoamericana). Esta labor de Pérez Vega como crítico no es un fin en sí mismo, como él ha afirmado numerosas veces en sus redes sociales, sino un mecanismo para darse a conocer como escritor, para demostrar que su sensibilidad literaria le permite interpretar tanto textos complejos y representativos de la literatura contemporánea como incorporarlos a su imaginario particular y valerse de ellos, junto a su propia experiencia vital, para redactar una prosa de gran valor. A pesar de este extraordinario bagaje lector y hermeneuta que sitúa Desde la ciudad sin cines como uno de los espacios de la blogosfera literaria alejada del circuito del bestseller con más visitas, el propio Pérez Vega no destaca por ser un autor muy leído. Y esto se debe muy posiblemente a que aún no ha podido dar el salto a una editorial grande. Pérez Vega escapó, como su personaje Domingo, protagonista de esta novela que hoy reseño, de la autopublicación, pero se ha movido siempre en editoriales medianas y pequeñas, saltando de una a otra y con un pequeño séquito de lectores que le seguimos la pista. 

Previamente a Caminaré entre las ratas, Pérez Vega publicó en Sloper su novela Los insignes, que representa una radiografía brutal de los bajos mundos de la comidilla literaria (especialmente de esos círculos poéticos que viven del amiguismo y que son tan frecuentes desde que la poesía se concibió como género). Yo pude leer Los insignes a finales de 2015 y sigo pensando que es una novelas más divertidas que se han escrito jamás en español (a ver si este verano la releo y reseño). Aunque las novelas no están conectadas entre sí, se aprecia en ambas una progresión en el pensamiento de Pérez Vega, que viaja del desenfreno tragicómico de Los insignes al tono predominantemente serio, pero con pinceladas de un humor muy inesperado, en Caminaré entre las ratas. Los protagonistas de ambas obras tratan de abrirse camino en el mundo literario, pero mientras que en Los insignes parece solo importar dicho mundo literario y todo lo que escapa a él se siente sumido por un aire de parodia, en Caminaré entre las ratas Pérez Vega busca construir una novela río, una novela total en la que tocar todos los aspectos que puedan condicionar la vida de un hombre de mediana edad (a punto de cumplir los cuarenta años) y que se siente incapaz de alcanzar una estabilidad vital, económica, sentimental, sexual, etc. Domingo, muy posiblemente al igual que el propio Pérez Vega, sabe que quizás es algo tarde para él dar ese salto a una editorial más grande que le garantice vivir únicamente de la escritura, como soñaba de pequeño. Caminaré entre las ratas es, pues, el relato de un desengaño que resulta no solo doloroso para todos los que hemos fantaseado con la idea de redactar los clásicos del mañana en nuestra adolescencia como estudiantes marginales, como empollones abatidos por las collejas de los más grandes que terminaron trabajando en una obra o en el campo, es la historia de una eterna crisis que nos impide vivir como han vivido nuestros padres, que alcanzaron la estabilidad antes que nosotros y con muchos menos estudios. Es el desengaño del éxito prometido. 

Domingo es forzado durante su juventud para convertirse en ingeniero como sus primos, pero es incapaz de seguir al tercer año y opta por una decisión intermedia entre sus verdaderos deseos de estudiar Filología Hispánica o Literaturas Comparadas y ese ideal de sus padres, inculcado socialmente de manera tácita acerca del éxito de las carreras de ciencias. Se decide por estudiar Economía como el propio Pérez Vega y asume que la literatura puede ser esa luz que le guíe de forma paralela. Asume que renunciar a su vocación de manera temporal por timidez y falta de garbo le garantizará un trabajo digno y estable tras el cual disponer de horas de sobra para cultivar sus sueños y su afición. Sin embargo, Domingo acaba siendo un infeliz, un hombre explotado en un ambiente que lo rechaza por no formar parte de ese linaje aristócrata-burgués de auditores que veranean en Boston y se han educado en las universidades privadas más caras y conservadoras dentro y fuera del país y que creen que todo lo que han conseguido (incluidos muchos de sus puestos por enchufe) se debe a sus dotes innegables para los negocios, que los pobres como Domingo no tienen, por supuesto. 

De un trabajo, Domingo rebotará a otro cada vez peor. Y lo mismo sucederá con sus relaciones sentimentales. Su formación estoica en resolver problemas de matemáticas en la mesa del comedor de su casa lo han convertido en un ser asocial, un hombre que solo ha sido capaz de establecer lazos con mujeres (más allá de su madre y sus hermanas) en su adultez. El tabú cuasireligioso del sexo y el aislamiento en los libros le han llevado a vivir francamente mal los diversos encuentros amorosos en una juventud tardía, en la que ha tenido que fingir muchas veces ser quien no era para granjearse el interés y el amor de sus parejas y compañeras de una noche.

Domingo vive en una crisis perpetua, pero es un disparo el que le hace despertar. Nada más comenzar la novela, se nos revela que uno de sus amigos de la infancia, muy cercano a él, se ha abierto la tapa de los sesos con una escopeta en la tranquilidad de su casa. A partir de aquí, Domingo tendrá que sumar un duelo más a la lista de duelos pendientes y de los que nos iremos enterando a medida que vaya transcurriendo la trama. A pesar de este aura de pesimismo que envuelve toda la obra, el final servirá para redimir en parte al personaje y hacerlo aprender de sus experiencias y errores.

Como ya he ido comentado, hay mucho del propio escritor en la obra. Pérez Vega es un lector entusiasta de autores como Rodrigo Rey Rosa, Horacio Castellanos Moya o Eduado Halfon, que también vierten mucho de sus vidas en sus historias. Por su parte, hay una herencia indudable aquí con La senda del perdedor de Bukowski, novela que yo no he leído, pero cuya trama y planteamientos conozco. A través de Bukowski, Pérez Vega entronca con Fante y con los personajes propios de Dostoievski: seres marginales que tienen grandes aspiraciones, pero cuyo encontronazo con la realidad resulta en fracaso. De igual forma, el capítulo Tarde bajo el volcán recuerda poderosamente a La uruguaya de Pedro Mairal, que pude leer hace poco, aunque sigo considerando que el escritor mostoleño se muestra aquí muy superior al argentino. Y así puedo ir dando una larga lista de referencias que se aprecian en la novela de manera directa o indirecta y que se hacen evidentes para aquel que, como yo, ha leído algo sin ser mucho. En cualquier caso, no se cae en ningún momento en la pedantería, lo que es de agradecer.

Pérez Vega se muestra constante en la frase larga, donde suele predominar la yuxtaposición y un ritmo muy fluido que hace que, a pesar de contar con párrafos particularmente densos, estos no se hagan pesados en exceso. El narrador es en primera persona y viaja al recuerdo constantemente, a pesar de que los capítulos, largos por extensión, transcurren en períodos de tiempo muy breves, normalmente de días. Como única pega cabría señalar la presencia de erratas diseminadas a lo largo del texto, que indican una corrección incompleta, pero que no son suficientes como para que este no deje de ser disfrutable.

He visto varios comentarios señalando que la novela refleja el sentimiento colectivo de la generación del autor. Esto es como mínimo cuestionable, ya que no me resulta difícil reconocer comportamientos y actitudes mías del pasado en el protagonista. Y Pérez Vega y yo nos llevamos más de 20 años, lo que se dice poco. Sin ser el público objetivo de la novela no me es nada difícil empatizar con el desgraciado personaje de Domingo y sus tribulaciones de proto-adulto de pueblo-ciudad-aldea, así como con su desengaño. En definitiva, que recomiendo la obra plenamente.

Lean mucho, coman con moderación y namasté.»