domingo, 30 de enero de 2011

Las palmeras salvajes, por William Faulkner

Editorial Siruela. 279 páginas. 1ª edición de 1939, ésta de 2010. Traducción de Jorge Luis Borges, prólogo de Menchu Gutiérrez.

Poco antes de cumplir los 20 años (tal vez tarde) sufrí una transformación como lector: dejé de forma radical los libros de género –ciencia-ficción y terror, principalmente-, gracias a los cuales me había evadido de la realidad hasta entonces, y me inicié, sin vuelta atrás e invadido por una gran emoción, en otra literatura. Una que, a diferencia de la ciencia-ficción o el terror, no usaba un artificio para explicar la realidad, sino que parecía enfrentarse directamente a ella, cara a cara. El libro que sirvió como catalizar entre dos concepciones del mundo literario fue La senda del perdedor de Charles Bukowski. En aquel momento yo estaba perdido en la facultad de Físicas y la evasión de la realidad no era suficiente, necesitaba una guía para intentar explicarme el caos. Fue sorprendente toparme con Bukowski entonces, con su Chinaski, aquel alter ego aspirante a escritor que parecía estar tan poco satisfecho con la realidad que le había tocado vivir como yo.

12 libros después de la catarsis personal que supuso La senda del perdedor, tras algún libro más de Bukoswki, Hemingway o Valle-Inclán, llegué a William Faulkner (1897-1962). Imagino que algún Babelia de los años 90 contribuyó al interés por la figura del escritor de Misisipi, premio Nobel de 1949. La novela corta El oso fue el primer texto que leí de Faulkner. Creo que hubo un punto en la narración en el que perdí el hilo. Nunca me había enfrentado a una prosa tan compleja; algo, que en aquel momento, sólo era un aliciente. Después leí de él: El ruido y la furia (1929), Mientras agonizo (1930) y Santuario (1931).

La sensación que tenía a los 20 años al acercarme al Faulkner era la de encontrarme ante un gran estilista, un genio de las estructuras, de las frases sinuosas y densas, todo un taller de literatura portátil, que me fascinaba como aprendiz de escritor, pero que no me acaba de llenar como lector. Aunque contradiciendo la última aseveración, la primera parte de El ruido y la furia, el monólogo interior del idiota Benjy, puede que contenga las páginas que más me han conmovido como lector. Quizás, reflexiono, yo soy un lector fascinado con la creación de personalidades y el reflejo narrativo de los pensamientos; es decir, aprecio en gran medida la novela psicológica, al estilo de las de Dostoyesvski o Philip Roth.

Los personajes de Faulkner, y en este sentido incluyo a los de Las palmeras salvajes, más que reflejar una evolución psicológica, personalizan la fuerza de las obsesiones, en muchos casos atávicas, y acaban convirtiéndose en arquetipos: el juez, el penado, el campesino… En el prólogo de Menchu Gutiérrez se apunta una idea interesante: la Biblia era el libro fundamental en la casa de los Faulkner, regida por el bisabuelo del escritor. Al sentarse a la mesa se obligaba a niños y a adultos a recitar de memoria versículos de las Sagradas Escrituras. Los niños podían repetir siempre el mismo versículo, pero los adultos tenían que recitar uno nuevo cada día. Si los niños no decían bien sus versículos, se les negaba el pan.

La literatura de Faulkner aspira al versículo, a la representación de un mundo regido por el azar del Viejo Testamento. Faulkner pretende acercarse a la esencia de la experiencia humana intercambiable, al mito, a un mundo ante cuyas fuerzas incontrolables los personajes actúan como peleles, como marionetas de su sangre.

Las palmeras salvajes se compone de dos novelas cortas, la propiamente titulada Palmeras salvajes, y otra llamada El viejo (The Old Man, en inglés, apelativo que se da al río Mississippi). Estas historias aparecen en el libro intercaladas, con 5 capítulos para Palmeras salvajes y 5 para El viejo. Las páginas dedicadas a Palmeras salvajes, que da comienzo al libro, son más numerosas. Faulkner empezó con Palmeras salvajes y al sentir que le faltaba algo imaginó El viejo como contrapunto narrativo.

En Palmeras salvajes asistimos a la historia de amor de Harry, un estudiante de medicina de 27 años (virgen hasta entonces) , con Carlota, una mujer de unos 24 años, casada y con dos hijos. La novela presenta a Harry y Carlota vistos a través de la mirada de un médico, un tipo conservador, su vecino, a quien Harry pide ayuda en mitad de la noche, porque Carlota se está desangrando. Después de este capítulo, pasamos al primero de El viejo, donde dos penados hablan de la inundación del Mississippi en 1927 (Palmeras salvajes transcurre entre 1937 y 1938). Cuando retomamos Palmeras salvajes la historia de Harry y Carlota ha retrocedido un año, hasta el momento en que se conocen en Nueva Orleáns.
Harry y Carlota pasean su relación de una punta a otra de EE.UU., intentado huir de la idea de un matrimonio convencional, principal tesis de la novela: el matrimonio, la vida en pareja, el trabajo, los hijos… arruinan el amor (desde un punto de vista masculino).

En la historia de El Viejo, Faulkner nos describe la Gran Inundación de 1927 del Mississippi: el penado sin nombre, al que el Estado obliga a participar en las tareas de rescate de la población civil, se pierde con su esquife en el río y rescata a la mujer sin nombre. Las descripciones del río desbravado son soberbias, me han recordado a la literatura hispanoamericana, a La Vorágine, a Horacio Quiroga

Las dos historias no se cruzan nunca, aunque tal vez sí su intencionalidad: en ambas hay un embarazo, que para los personajes masculinos representa la pérdida de la libertad. Y estos protagonistas, Harry y el Penado, acabarán en la cárcel, pero por motivos casi contrapuestos de un modo tragicómico: trágico en el caso de Harry, cómico en el caso del Penado.

Una de las cosas más impresionantes de leer a Faulkner es darse cuenta de su influencia sobre una multitud de escritores posteriores: Juan Carlos OnettiJuan RulfoLobo Antunes...
Elegí la traducción de Borges pensando que el maestro argentino representaba una garantía, y sus “valijas” por “maletas” no me han molestado en absoluto, pero tras acabar el libro y buscar información en Internet, me he encontrado con más de un detractor de su trabajo. En más de un caso, la abuelita Borges no se atreve a respetar el original, y así, por ejemplo, la frase final de su versión es ésta: “-¡Mujeres! –dijo el penado alto”; y el “mujeres” del texto original era en realidad “fucking women”. Borges no se atrevió a traducir la mala palabra.

Leer a Faulkner sigue siendo un taller de literatura portátil, sigue siendo el rey de las estructuras, de las frases sinuosas y densas y complejas, que parecen poesía y no narrativa. Faulkner es el rey de la página esculpida.
La semana pasada también compré en la Cuesta de Moyano su primera novela, reeditada en una bonita edición por RBA: La paga de los soldados. Espero que no hayan de pasar años para que me reencuentre de nuevo con the old man, el viejo Faulkner.

domingo, 23 de enero de 2011

Entrevista sobre Acantilados de Howth en el blog Cuéntate la vida

Los editores de Baile del Sol enviaron mi novela Acantilados de Howth a la periodista Goizeder Lamariano Martín, quien administra el blog Cuéntate la vida (Aquí), dedicado a las reseñas de libros y a cazar gazapos en prensa. Goizeder se acercó al libro y, aunque como apunta ella misma en su reseña (Aquí), las expectativas que tenía sobre él no fuesen muy buenas, parece ser que le gustó el resultado. El lunes 10 de enero colgó la entrada correspondiente a Acantilados de Howth en un blog y fue para mí una agradable sorpresa. Era la primera persona de la que me llegaba una opinión sobre mi libro sin haber tenido previamente ningún tipo de contacto.
Le agradecí su reseña y Goizeder me propuso realizar una entrevista para su blog.
Hace mucho que no presento en el blog un poema mío o algo personal y me ha apetecido ahora colgar aquí esta entrevista. También quería, desde mi espacio, agradecer a Goizeder todo el interés que se ha tomado con mis Acantilados de Howth.

La entrevista aparecida en el blog Cuéntate la vida (Aquí) es esta (he añadido alguna foto más):

David Pérez Vega nació en Madrid en 1974. Empezó a estudiar CC. Físicas y, después de tres años, se cambió a Dirección y Administración de Empresas. Trabajó una temporada como auditor de cuentas de una multinacional, y en la actualidad es profesor de Economía y Matemáticas en un colegio de educación secundaria. Hasta marzo de 2010 residía en Móstoles y ahora vive en la ciudad de Madrid.
Acantilados de Howth (Baile del Sol, 2010) es su primera novela publicada. En 2011 se han de publicar sus poemarios Siempre nos quedará Casablanca (Baile del Sol) y Móstoles era una fiesta (Bartleby Editores).

Las fotos que ilustran esta entrevista han sido cedidas por el propio David Pérez Vega y están tomadas en los acantilados de Howth durante un viaje que el autor realizó para visitar a su hermano, que vivía en Irlanda. La otra fotografía, también cedida por el autor, está tomada en la casa en la que vivió durante su infancia y adolescencia Jorge Luis Borges en Palermo, Buenos Aires.

¿Tú nombre real es David Pérez López y tu nombre como escritor David Pérez Vega? ¿Por qué?
Cuando no tenía nada publicado, ni había abierto un blog (www.desdelaciudadsincines.blogspot.com), si introducía en google la búsqueda “David Pérez López escritor” aparecía (sigue haciéndolo) la página web de un autor mexicano. Esto hizo que pensase en elegir un seudónimo. Me hubiera gustado tener unos apellidos sonoros y poco usuales, pero, a la hora de elegir un nombre falso, me quedé casi con el mío: Pérez Vega son los dos apellidos de mi padre, combinación que trata de emular, por ejemplo, la sonoridad de Pérez Galdós.

¿Cómo y cuándo supiste que querías ser escritor?
Cuando aún no sabía leer o lo hacía con dificultad, a los cuatro o cinco años, mi padre solía leerme cuentos de dos volúmenes publicados en Alianza editorial para adultos; eran Cuentos de Jacob y Wilhlem Grimm y La sombra y otros cuentos de Hans Christian Andersen. Aún recuerdo la fascinación de esas historias y el día en que le pregunté a mi padre si él escribía cuentos. Me parecía la idea más natural del mundo que quien leía cuentos también debería querer escribirlos. Fue una decepción descubrir que mi padre no lo hacía.
Aquello siguió rondándome la cabeza durante la infancia, y la decisión adulta la tomé a los doce años tras leer El Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien. Me fascinaba que aquel hombre pudiera llevar una doble vida: además de ser profesor podía perderse en aquella Tierra Media que había creado. Yo también deseaba poder perderme en un mundo propio. A esa edad pensé que para ser escritor necesitaba una máquina de escribir y perpetrar en ella una novela. Como no tenía máquina de escribir, pasé más de un año imaginando una historia, que no era más que un plagio de El Señor de los Anillos. Y tuve la buena idea de leer siempre con un diccionario al lado, porque, pensaba a esos doce años, que un escritor debería conocer todas las palabras.
Lo primero que escribí fue a los quince años, un relato; y lo hice a mano.

¿Qué tal lleva un hombre de ciencias y de números su relación con las letras?
En realidad creo que el orden de la pregunta debería ser al revés: ¿Qué tal lleva un hombre de letras su relación con las ciencias y los números? La única vocación real que he tenido es la de escritor. De niño solía sacar buenas notas tanto en letras como en ciencias, y la influencia paterna (mi padre es ingeniero) hizo que el niño o adolescente que era yo siempre considerase que debía estudiar una carrera de ciencias por sus salidas profesionales y que la literatura debía ser un pasatiempo. Además, por aquella época, yo deseaba ser un escritor de ciencia-ficción o terror, géneros con los que crecí, y muchos de los escritores de ciencia-ficción tienen una formación científica. A esto se unía el hecho de que consideraba leer un terreno de descubrimiento propio y lo que se estudiaba en las clases de literatura del instituto, en aquel momento, me interesaba poco. Góngora representaba la autoridad, la rebeldía era Philip K. Dick o H. P. Lovecraft.
Ahora creo que me hubiese gustado más, en realidad, haber estudiado Filología Hispánica, aunque muchas veces intento afianzar una de mis teorías de los veintiún años: para ser escritor es mejor no estudiar literatura, no pervertir tu mirada sobre los libros con la mirada de otro.
Y mi relación actual con los números es correcta: explicar matemáticas (como el poeta Nicanor Parra) me resulta fácil y la economía, a nivel teórico, da mucho juego para hablar de la realidad. Me agrada ser profesor, tratar a diario con adolescentes me gusta más que estar en una oficina con un traje.

¿Qué buscas a la hora de leer?
Busco que la visión del mundo de un escritor me conmueva; que consiga ordenar una realidad que siento desordenada, y me que transporte a otra vida, a otra mente u otro paisaje.



¿Y a la de escribir?
Conseguir crear un mundo propio, en que pueda ordenar la realidad.

¿Dónde buscas y encuentras la inspiración?
En la realidad de mi entorno, y en la realidad de los libros que me han enseñado a mirar con otros ojos.

¿Eres maniático a la hora de escribir?
Depende de la temporada he elegido diversos lugares para escribir: desde la mesa de mi casa hasta la barra de un bar, pasando por bibliotecas. Actualmente lo suelo hacer en casa, siempre en la misma mesa.
Me gustaría poder escribir directamente a ordenador, pero, aunque lo he intentado, no me resulta cómodo. Para que fluyan las ideas, después de hacer el esquema sobre lo que voy a escribir, primero lo hago a mano, muy deprisa, y luego, al pasarlo a ordenador, voy puliendo el estilo.
Cuando me dedico a la prosa lo hago sobre hojas de cuadrícula y cuando se trata de poesía sobre folios en blanco. Imagino que esto puede ser una manía.


¿Cómo definirías a Acantilados de Howth?
Como una novela realista, que trata de captar el paso de la juventud a la vida adulta de una generación, nacida sobre la décadas del 70 o del 80 del siglo XX, y que se enfrenta a problemas como la precariedad laboral, la dificultad de acceder a una vivienda… tras haber creído que estaban destinados siempre a lo mejor.

Aunque tu novela la escribiste hace cinco años, hoy en día tiene plena actualidad, sobre todo por el tema laboral y la marcha de jóvenes a vivir al extranjero. ¿Cómo te sientes?
Cinco años son pocos para que el planteamiento de una novela pierda vigencia. Aunque es cierto que ahora muchos jóvenes pueden elegir irse al extranjero por una necesidad laboral, en la novela el protagonista lo hace con afán de aventura.
Leo a los narradores norteamericanos, a los que tanto admiro, y me atrae su visión intuitiva y poética sobre la realidad. Quería describir así mi realidad. Me intriga esta pregunta: ¿Por qué los jóvenes alemanes que conocí en la universidad, que habían estudiado la misma carrera que yo, en su país, cobraban –en 2005 como ahora- el doble o el triple que yo, trabajaban menos horas, los precios de sus casas eran la mitad o un tercio de los de España, y, como observé cuando fui a visitarlos, los precios de los supermercados y los restaurantes eran iguales que aquí? ¿Por qué ningún político habla de esto o qué novelas españolas lo reflejan?

¿Qué hay de autobiográfico en esta novela?
Quería hablar de mi generación, de los abusos laborales, de la incertidumbre ante el futuro…, pero, aunque deseaba que la novela sonase a autoconfesión real de un veinteañero que pasa a ser treintañero, quería evitar el problema pudoroso de contar mi vida.
El barrio que describo de Móstoles, de donde procede el protagonista, es el mío. Para la casa donde supuestamente vive Ricardo con Isabel en Alcorcón use mi recuerdo real de la casa de una amiga. Para el pasado de Ricardo en Irlanda usé experiencias de mi hermano, que vivió allí. La universidad Carlos III, donde estudió Ricardo, es la mía.
Pero yo no soy Ricardo. Imaginé su vida, realicé un eje cronológico y en escenarios conocidos por mí desarrollé sucesos no vividos por mí.


¿Te identificas con Ricardo? ¿Por qué?
Raymond Carver decía: “Tú no eres tus personajes, pero tus personajes son tú”. Muchas de las opiniones de Ricardo son las mías, aunque él tiene una personalidad más extrema que yo. Es posible que ante sucesos que le ocurren a Ricardo en la novela, y que yo no he vivido, reaccionase como lo hace él.
A través de Ricardo viví dos experiencias que no han ocurrido en mi vida. Una que sí me hubiera gustado que sucediera: haberme ido, tras acabar la carrera, a trabajar al extranjero, a Inglaterra o Irlanda, como hizo mi hermano y algunos amigos. Y otra que no me hubiera gustado que sucediera: que tras acabar la carrera hubiese entrado en el mundo de los licenciados en ADE; y no hubiera salido de él, teniendo que trabajar siempre como contable o auditor en una empresa, y que sus horarios no me permitieran desarrollar mis aficiones. Afortunadamente, al tomar la decisión de hacerme profesor, puedo leer y escribir casi a diario.

¿Es Ricardo un eterno adolescente, un Peter Pan fracasado que sólo vive de recuerdos?
Ricardo es una persona de treinta años que está pasando por un momento desagradable en su vida, inmerso en un posible proceso de separación con su mujer, y al que, además, no le gusta demasiado su trabajo. En este momento se vuelca en el recuerdo, idealizado, de su pasado en Irlanda. En realidad, no creo que Ricardo sea un fracasado, sólo es una persona normal, a la que le ocurren sucesos desagradables normales y que mientras le ocurren no le gustan, y cae en la tentación, tan humana, de idealizar el pasado. Pero aún le queda mucho por vivir.

Acantilados de Howth es tu primera novela publicada, ¿has escrito otras?
En realidad Acantilados de Howth es la sexta novela que he escrito. Las cinco anteriores sí que eran autobiográficas, y, ahora, con el tiempo, las considero mi taller personal de escritura. Quería hablar de mí mismo, de mi entorno, pero llegó un momento en que pensé que la narración autobiográfica era un callejón sin salida: el pudor me impedía profundizar en aspectos interesantes, y el miedo a herir sensibilidades en mi familia y amigos hacía que tuviera que callar cosas de las que me hubiera gustado hablar. La novela autobiográfica me suponía un ejercicio de autojustificación y de autocensura constantes. Crear personales e inventar una historia me liberó artísticamente mucho.
Así que esas cinco novelas, o conatos de novela, están descartados. Creo que sí que puede ser más interesante mi séptima novela. Actualmente estoy tratando de que alguna editorial se interese por ella.


¿Qué es lo mejor y lo peor que has oído de tu novela?
Lo mejor me lo dijo una persona por teléfono: que la novela le había impresionado tanto como cuando leyó de veinteañero En el camino de Jack Kerouac. Obviamente me reí, y esta persona es un buen amigo.
Lo peor que me han dicho es que Acantilados de Howth es una novela solipsista, en la que no se desarrollan los personajes secundarios. Aunque yo creo que se habla de un extenso número de personajes secundarios.

Tu novela combina a la perfección los pensamientos y recuerdos de Ricardo, el protagonista, con un elenco de personajes igual o más importantes que él. Acantilados de Howth es un puzzle. Para conseguir esto, ¿te has basado en algún autor o novela concreta?
Gracias por lo de la perfección, que me hace sonreír.
Cuando empecé a trabajar la estructura de la novela me planteé narrarla con dos niveles temporales. Los capítulos del presente transcurren en unos seis meses (aquí además hay saltos temporales hacia un pasado siempre posterior al otro pasado) y los del recuerdo irlandés representan casi tres años. A partir del cuarto capítulo escribí unos y luego los otros y en la composición final los intercalé.
De todos modos, tenía claro que la fuerza de la historia partía de un punto concreto: un suceso ocurrido en esos acantilados, y para acercarme a ese punto necesitaba ir sobreponiendo capas anteriores y posteriores al núcleo narrativo. No es algo consciente, pero ahora que me obligas a reflexionar sobre ello, encuentro que novelas como El dios de las pequeñas cosas de Arundhati Roy o Jazz de Toni Morrison tienen una estructura parecida. Aunque, posiblemente, la gran influencia literaria del libro sea la obra de Roberto Bolaño, al crear un personaje que es un poeta casi secreto, y sobre todo por la idea de añadir continuos personajes y relatos adyacentes a la historia principal.

¿En qué proyecto literario estás trabajando ahora?
Acabé un libro de relatos y empecé hace unos meses una nueva novela. De nuevo el mercado laboral español es el gran tema que exploro. De hecho, estoy usando el material de mi cuarta novela autobiográfica, correspondiente al periodo en que fui auditor, para, sobre esa base, crear personajes, que me permitan acercarme al desquiciado mundo de los auditores desde perspectivas distintas.


En 2010 has publicado una novela y tienes aceptados y pendientes de publicación dos poemarios, todo un logro en estos momentos de crisis en los que las editoriales no confían en escritores desconocidos. ¿Cómo ha sido tu experiencia en este sentido?
Los tres libros fueron aceptados para su publicación en 2008. Baile del Sol es una editorial canaria que sí que apuesta por autores desconocidos. Actualmente ha tenido que colgar el cartel de no admisión de originales por saturación. Tuve suerte al contactar con ellos antes de ese momento.
Móstoles era una fiesta, poemario escrito en 1998, fue el primer libro que me aceptó una editorial, Bartleby, para su publicación. Esto ocurrió en enero de 2008, hace exactamente tres años. Con la crisis, el editor ha estado retrasando la salida de este libro para poner en el mercado otros títulos de personas más consagradas (avaladas por premios Nobel, Pulitzer…) y frente a estos lanzamientos los libros de españoles nuevos están siendo relegados. Espero que 2011 sea definitivamente el año en que vea publicado este poemario de 1998.

¿Cómo ves en la actualidad el mercado editorial español?
Muy concentrado en unos grandes grupos (Planeta básicamente), que sólo apuestan por una literatura sin riesgos. Aunque afortunadamente han surgido en las últimas dos décadas editoriales más pequeñas que han cubierto huecos de mercado dejados por las grandes (esto en mis clases de economía se llama “han aprovechado mercados intersticiales”), buscando libros extranjeros, españoles, haciendo nuevas traducciones, cuidando la presentación… ¿Hay libros más bonitos que los de Impedimenta?

¿Cuáles son tus autores favoritos?
He tenido muchas fases. De adolescente me gustaba mucho Philip K. Dick y H. P. Lovecraft. Tuve una fase francesa, con Camus. Una rusa con Dostoyevski, Tolsoi o Chejov. Incluso fase japonesa, con Kenzaburo Oé.
Aunque creo que las literaturas que más he frecuentado han sido la norteamericana: Mark Twain, Hemingway, Scott Fitzgerald, Carver, Tobias Wolff, Richard Ford, Philip Roth…, y la hispanoamericana: Borges, Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo, y, en los últimos años, Juan José Saer, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro y, sobre todo, Roberto Bolaño.


¿Prefieres la novela o la poesía?
Como lector me decanto más por la prosa, y cuando leo poesía la que más me suele gustar es la más narrativa. Como escritor a veces siento la necesidad de expresar algo más íntimo y entonces me sirvo de la poesía, y a veces prefiero que una historia me envuelva y me decanto por la novela y los relatos. Hace poco cumplí un ciclo completo: novela, poemario, libro de relatos, novela (ahora)… lo que tampoco quiere decir que siga por un poemario: el futuro dirá.


jueves, 20 de enero de 2011

Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, por Gsus Bonilla

Editorial Bartleby. 95 páginas. 1ª edición de 2010.

Estuve en la presentación de este poemario de Gsus Bonilla (1971) en la librería-bar La buena vida, cerca del metro de Opera, en noviembre de 2010. Había coincido con el autor -2 ó 3 veces- en algún acto literario: presentaciones de libros o recitales. Fue en la presentación de sus Ovejas esquiladas, que temblaban de frío, cuando por primera vez intercambié algunas palabras con quien será mi compañero en dos editoriales: en Baile del Sol, cuando él publique un poemario que tiene pendiente con ellos, y en Bartleby editores, cuando yo publique un poemario que tengo pendiente con ellos. Y, como había imaginado, comprobé que Gsus Bonilla es de esas personas tímidas y honestas que acaban siempre abriéndose a los demás.

El título del poemario, así como las seis secciones en las que se divide, parten de un párrafo tomado de Las aventuras de Pinocho, novela de Carlo Collodi. En estas palabras de Collodi se refleja siempre una falta, una ausencia, “ovejas esquiladas, que temblaban de frío”, “perros pelones, que bostezaban de hambre”, etc. A catalogar faltas y ausencias, desde la denuncia, la resistencia y el recuerdo va a dedicarse Bonilla en sus poemas.

En la primera parte el autor posa su mirada –y su denuncia- sobre injusticias aparentemente lejanas, pero universales gracias a los medios de comunicación; imágenes de la degradación humana (el conflicto de Gaza, el hambre en África…) que el poeta no puede olvidar, y con las que le resulta incómodo convivir. Su grito pretende involucrarnos: “una imagen me viene a la cabeza / ¿recordáis?” (pág. 21).

En la segunda parte la mirada y la denuncia se hacen más cercanas, y Bonilla nos habla de su familia, de abuelos, tías abuelas…que sufrieron la pobreza y los desastres de la guerra. Lo cercano también se hace universal: la historia familiar del poeta puede ser nuestra propia historia, y su evocación nos pone sobre aviso de los riesgos de la desmemoria.

En la tercera parte, el poeta repliega su mirada y se centra en el yo, en el autobiografismo simbólico. “Nací / en el seno de un establo” (pág. 43), estos versos sirven de apertura a esta sección, en la que a través de ese “yo” seguimos el camino de la inmigración rural a las grandes ciudades, y la palabra no nos permite olvidar la dureza del extrarradio, de la falta de oportunidades y la amenaza del falso oasis de la droga.

En la cuarta parte la mirada del yo se abre de nuevo a la familia. Pero si en el segundo bloque de poemas nos acercábamos a la época de la Guerra Civil, ahora el poeta se centrará en perfilar la figura de su madre.

En la quinta parte, el mundo de Bonilla desborda los lazos de sangre y su mirada se posa sobre ciudadanos anónimos, náufragos urbanos que no aparecen en las noticias, como mendigos, o sobre los círculos de conocidos y amigos: “es fabuloso encontrarse a alguien / y comprenderle” (pág. 75)

En la sexta parte se nos presentan otros personajes quizás más lejanos, entreverados con reflexiones diversas, por ejemplo, incluso, sobre el amor.

Los últimos versos del epílogo sirven de resumen moral de la intención del poemario: “el desafecto nos convierte / en ciudadanos de un purgatorio / donde se premia la frialdad” (pág. 92)

El estilo es rico en metáforas, en acercamientos tangenciales a la realidad que nos quiere mostrar. Como enseñaban los maestros del cine clásico de terror: lo que más miedo da no es ver al monstruo, sino que éste quede insinuado. Así, Bonilla fijará su mirada en el detalle íntimo, que le servirá para describir una realidad global.

Los seis cortes del libro mantienen siempre una fuerte unidad, ligada por el tono que Bonilla imprime a sus versos. En éstos siempre encontramos su identificación con los más desfavorecidos, la constatación de una carencia y una respuesta a ello: la llamada a la acción, al cambio o, cuanto menos, a la resistencia. Un libro duro y a la vez hermoso, honesto y frágil, hondo y cercano, cuya lectura de denuncia no nos deja indiferentes.

martes, 18 de enero de 2011

Salvatierra, por Pedro Mairal

Editorial El Aleph. 136 páginas. 1ª edición de 2008, ésta de 2010.

De Pedro Marial leí su primera novela, Una noche con Sabrina Love, hace unos 8 ó 10 años. Una pequeña odisea sobre la adolescencia de la que guardo un grato recuerdo. Durante un tiempo esperé a que Anagrama publicara algo más de este autor argentino, y no lo hizo. Se han encargado de llenar el hueco en España, durante 2010, otras dos editoriales, El Aleph, con este Salvatierra, y Salto de Página con la novela El año del desierto.

De entrada debería decir que hacía ya casi tres meses que no leía una novela argentina y que me he sentido reconfortado al reencontrarme con sus usos idiomáticos, que he aprendido a apreciar como a una música cercana. Así, me iba sonriendo al encontrarme con palabras como costanera, yuyos, porteño, fierro… además de sonreírme al reconocer esa idiosincrasia propia, de cuchilleros, gauchos, asados…

Salvatierra, hijo de un emigrante español, instalado en el campo argentino -en Barrancales, un pueblo separado de la frontera de Uruguay por un río-, se cae a los 9 años de un caballo. Si para Funes el Memorioso, el personaje de Borges, un trance similar supuso adquirir la cualidad de recordarlo todo, para Salvatierra supondrá la mudez y la iniciación en el arte pictórico. Un arte pictórico peculiar: a lo largo de 60 años concentrará sus energías en pintar una secuencia continua sobre una tela, dividida en rollos, y que al final supondrán 4 kms. de cuadro. Una especie de autobiografía en la que la propia figura del artista está ausente.

La novela está narrada por Miguel, el hijo menor de Salvatierra, quien junto a su hermano, Luis, dejaron el pueblo para instalarse en Buenos Aires. Después de la muerte de la madre, Miguel primero, y después Luis, se interesarán por la suerte del legado del padre -fallecido antes que la madre-; esa obra río, que descansa en un galpón de Barrancales. Los hermanos iniciarán un infructuoso camino con la burocracia argentina, hasta que consigan interesar a una institución holandesa, que va a mandar a dos expertos para escanear todo el cuadro. Con la idea de atenderlos, Miguel regresa al pueblo. Aquí se percata de que falta un rollo de la pintura paterna, el correspondiente al año 1961. Y la novela se abre al misterio: Miguel necesita encontrar ese rollo ausente para completar su figura del padre, que a veces siente que le ha anulado, ya que él hubiera hecho, nos dice, todo, a la manera de Salvatierra, o nada, y la inmensidad de la obra del padre desbarató sus energías.

El libro admite muchas lecturas simbólicas: el hijo busca al padre, o se busca a sí mismo a través de la figura anuladora del padre; el campo se ha despoblado y la vida se ha trasladado a la ciudad, y la novela puede ser una metáfora de una Argentina que ha perdido sus señas de identidad; aquí está nuestro intento de apresar la vida –de recordarlo todo, como Funes- y la inutilidad final de todos nuestros esfuerzos; la continuidad, sus ciclos humanos; y puede ser leía, incluso, como un desquite del propio Mairal contra la fuerza anuladora del padre de la literatura argentina, Borges.

Salvatierra se lee muy rápido, uno no desea desprender la vista de sus páginas, siempre abiertas al misterio, a la poesía. Las escenas están dibujadas con una gran viveza y todos los personajes o las situaciones se hacen esencias, hasta llegar a un final que ya estaba insinuado en las primeras páginas.

Me ha apenado que esta novela fuera tan corta. La acabé de leer y sentí la necesidad de comenzarla de nuevo. Así releí unas 30 páginas, percatándome del gran ajuste en el despliegue de información, del gran trabajo invisible realizado, porque las páginas de Salvatierra fluyen como debía fluir el gran río-cuadro que constituye la pintura narrada.

Salvatierra me ha sabido a clásico; tiene la fuerza de esas cortas y perfectas novelas hispanoamericanas, como El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez.

Espero leer pronto El año del desierto.

domingo, 16 de enero de 2011

Hogueras en la llanura, por Shohei Ooka

Editorial Libros del Asteroride. 235 páginas (más 8 de prólogo). 1ª edición de 1957, ésta de 2006.

Dos de los blogs de reseñas que sigo, Atisbos (Aquí) y El lector-malherido (Aquí), destararon como una de las mejores lecturas de 2010 esta novela japonesa, Hogueras en la llanura, de la que no tenía ninguna referencia. Esta coincidencia hizo que me interesara por el libro y leí las reseñas que los dos blogs le habían dedicado. Hace dos viernes, después de un largo paseo por un Madrid lluvioso, y aunque tengo muchos libros sin leer en casa, estaba llegando al final de La canción del verdugo y me apeteció acercarme al libro de Ooka.

Lo he leído durante la última semana en la agradable edición de Libros del Asteroide. Por temporadas me he acercado a la literatura japonesa, sobre todo a través de las figuras de Kenzaburo Oé,  Yukio Mishima o Yasunari Kawabata, y he disfrutado, ahora, volviendo.

En Hogueras en la llanura, Ooka (1909-1988) parece llevar a cabo un exorcismo sobre su propia experiencia en la 2ª Guerra Mundial. Tamura, en primera persona, nos cuenta su experiencia como soldado destinado en la isla filipina de Leyte. La narración no nos habla de toda la experiencia militar de Tamura, sino de sus últimos meses, cuando el ejercito japonés ya empieza a conocer su derrota y el caos vive instaurado en toda la estructura militar nipona.

La novela, significativamente, empieza con una frase de naturaleza contradictoria que un superior expele a Tamura: “¡Estúpido! ¿Dónde se ha visto que porque te digan «vuélvete» tienes que volverte? De sobra sabías que no es así.” (página 6).
Tamura ha contraído la tuberculosis; desde su compañía le han enviado a un hospital de campaña, y desde el hospital le han ordenado regresar a su compañía, donde no es aceptado. Así que el ejército japonés, el Estado japonés, en la primera página del libro abandona a Tamura a su suerte. Y éste decide regresar a las puertas del hospital para reunirse con otros moribundos, a los que tampoco permiten el ingreso en el centro, con los que poder compartir los que presupone que van a ser sus últimos días de vida.

Tamura, habiendo asumido la conciencia de su propia muerte, empieza a sentirse libre. Y, tras sufrir el hospital un ataque, deambula sólo por la isla, temiendo a las hogueras que marcan la presencia de los hostiles filipinos, temiendo al enemigo norteamericano y a sus propios compañeros, a la desbandada, a la rapiña.
Tamura es un hombre solo, que ante la naturaleza poderosa del trópico, reflexiona sobre su propia muerte, su pasado, su destino, su sentimiento religioso o su ausencia de él. En la página 67 dice: “Si yo hubiera sido Robinson Crusoe, me habría arrodillado allí mismo sobre la tierra para dar gracias a Dios, pero siendo un oriental ateo no tenía ni idea de a quién o a qué dar las gracias”.

Tamura se acerca a una aldea abandonada, con la intención de visitar una iglesia. Allí, inesperadamente, acabará usando su fusil para matar a una mujer filipina, lo que le hace pensar que se ha distanciado irremediablemente de los hombres. Al volver a su soledad decide arrojar el fusil, el aparato para matar que le entregó el mismo Estado que luego decidió abandonarlo a su suerte, al lodo de un río.
Volverá a encontrarse con compañeros japoneses, que están tratando de reagruparse en un punto de la isla de Leyte para ser rescatados por un barco nipón. Y lo que aún no sabe Tamura es que le quedan algunas experiencias penosas más a las que enfrentarse y que constituyen el núcleo del discurso a exponer que se ha planteado Ooka. La narración de una experiencias que supusieron un escándalo en la sociedad japonenesa, ya que rompieron un tabú sobre las consecuencias que acarreó la derrota y los límites sociales que sus soldados se vieron obligados a superar. Estamos hablando de antropofagia.

En la página 208 escribe Ooka: “El ser humano es capaz de adaptarse a la situación más anormal y, una vez en ella, puede asimilar cualquiera de las impresiones que le sobrevengan. En tales circunstancias, entre el observador y lo observado se interpone un velo de indiferencia que impide que el apasionamiento construya fantasmas innecesarios”
Y la página 213: “Si resulta necesario que los seres humanos se devoren entre ellos para saciar su hambre, este mundo no es más que un reflejo de la cólera de Dios”.

Tamura es el soldado derrotado, es el superviviente fruto del azar y de las decisiones que rompen con un mundo reconocido. Y al final tendrá que aceptar la escisión metal, la locura, tras lanzar su profundo grito existencialista.

Hogueras en la llanura se une ya en mi imaginario de lector a todos los libros sobre la barbarie del siglo XX que tanto me han impresionado, a Primo Levi, a Alexander Solzhenitsyn, a Tadeusz Borowski

Todo lo que nos puede impactar de una historia como la propuesta por Cormac McCarthy en La carretera no es una fantasía apocalíptica, ha ocurrido ya y ha sido descrito hace más de medio siglo.

miércoles, 12 de enero de 2011

La canción del verdugo, por Norman Mailer

Editorial Anagrama. 572 páginas. 1ª edición de 1979, ésta de 2008.

He leído a muchos de los clásicos norteamericanos del siglo XX: la generación Perdida, la generación Beat, el Realismo Sucio, la literatura Sureña…, pero no había leído nada hasta ahora de Norman Mailer, uno de los escritores más reputados de Norteamérica. Y esto a pesar de haber sido un autor cuyos libros han reposado en mis manos muchas veces, desde hace más de 15.

Y negarme a leer a este autor se debió -me sonrío ahora- a una extraña filia por la obra de Truman Capote, uno de mis autores norteamericanos favoritos. En el prólogo de su Música para camaleones, publicado en 1980, Capote afirma (cito de memoria) que Mailer había criticado con dureza la aparición de su obra A sangre fría en 1966. Libro que marcó en Estados Unidos el nacimiento del llamado “Nuevo periodismo” (nonfiction novel): crear una novela a partir de la ficcionalización de hechos periodísticos (aunque, en realidad, el argentino Rodolfo Walsh, en su obra Operación masacre, de 1957, lo hizo 9 años antes). Y criticaba Capote a Mailer, en el citado prólogo, porque después de los desprecios a su A sangre fría, tras ver el éxito que reportó a Capote este libro, él hizo algo similar, precisamente en esta novela, La canción del verdugo, con la que obtuvo el premio Pulitzer de 1980.

Mailer, como en A sangre fría hizo Capote, también realizó cientos de entrevistas para llegar a componer este libro en 15 meses, que, al igual que en A sangre fría, se reconstruyen las circunstancias en torno a unos asesinatos.

Me había dejado el libro para un periodo vacacional, como el que he tenido ahora en Navidades, porque el tamaño de la letra que usaba Anagrama por los años 80, y que sigue usando en esta edición de bolsillo del libro, no invita a leerlo en el metro o en un autobús.
También había retrasado su lectura -el libro llevaba unos dos años en mi estante de inleídos- porque me habían puesto sobre aviso de un problema: la traducción es deficiente, con muchas palabras o expresiones que suenan mal en español y que imagino que serán traducciones demasiado directas del inglés. Así en el texto he encontrado bastantes veces el adjetivo “rudo”, traducción directa del “rude” inglés, pienso, pero que en nuestro idioma no se suele usar del mismo modo que en inglés. Aunque quizás la expresión que más me ha chirriado al leer era “estaba cierto de que lo haría” y variantes.
Un problema similar tenía, al parecer, la traducción de Anagrama de A sangre fría, y hace 2 ó 3 años reeditaron el libro con una nueva. Momento en el que yo lo leí (aunque admiro bastante a Capote no había leído su obra capital porque ya había oído comentar ese problema de traducción).

Pero lo cierto es que a pesar de que yo, en principio, era del equipo de Capote, en contra del de Mailer; de que las ediciones de Anagrama, con un tamaño de letra como el de este libro, hacen que no apetezca mucho leerlas; y de la traducción; la fuerza del libro consigue que el lector se sobreponga a todas las trabas.

La novela reconstruye la vida de Gary Gilmore, quien en 1976 tiene 35, y de ellos, en diferentes periodos, ha pasado 18 en reformatorios o prisiones. Gary puede salir de la carcel gracias al aval de su familia, mormones de Utah, quienes se encargarán de darle cobijo, buscarle un empleo, amigos o citas.

Gary es un tipo impulsivo, impaciente, que se pierde por estar borracho de cerveza y consumir pastillas, que alivien sus supuestos dolores de cabeza, y que no sabe gestionar su dinero. Éste, enseguida, se tornará insuficiente para mantener su tren de vida; caerá, así, en pequeños robos, peleas…
Gary conoce a Nicole, una chica de 19 años, con una vida casi tan cargada de problemas como la suya. Nicole tiene ya 2 hijos de padres diferentes y ha mantenido relaciones con multitud de amantes poco recomendables.
La novela centrará su atención en narrarnos el vínculo que se crea entre estos 2 marginados. Nicole decide abandonar a Gary cuando el comportamiento excesivo de éste: borracheras, pastillas, robo de armas… le hace temer por su vida.
Gary, ante esta pérdida, se desquicia, y acaba matando a dos personas para dar salida de alguna forma a su frustración interna.

Hasta aquí las primeras 200 páginas, quizás la parte más interesante de la novela, cuando conocemos los lazos familiares de Gary y se establece su relación con Nicole y el mundo.
200 páginas que recuerdan a la mejor narrativa rusa del siglo XIX: unos personajes, Gary y Nicole, dignos de un drama de Dostoyevski.

Gary es apresado, juzgado y condenado a muerte. A partir de aquí el Estado espera que Gary apele su sentencia en un proceso que puede durar años y cuyo objetivo sería el de conmutar la pena de muerte por la de cadena perpetua. Pero Gary no desea seguir viviendo en prisión, desea asumir la condena que le ha sido impuesta. A partir de aquí tendrá que luchar por morir. Y en este punto es donde comienza una segunda novela, y el contenido de las casi 400 páginas restantes nos lleva, en este caso, hasta el expresionismo de Kafka, cuya esencia podría quedar concretada en estas palabras de Gilmore: “Yo me limité a aceptar la sentencia que se impuso. Me he pasado la vida aceptando sentencias. Ignoraba que me quedase otra alternativa. Pero cuando la acepté, todos se alzaron y quisieron discutir conmigo. Parece ser que la gente, en especial la de Utah, desea la pena de muerte, pero no las ejecuciones”. (página 442)
Si la pena de muerte de Gilmore se lleva a cabo sería la primera de EE.UU en 10 años. La lucha de Gilmore por su propia muerte se convierte en un debate nacional y la prensa y los productores de cine empiezan a rondar a Gary y a Nicole, cuyo amor por Gary se ha visto confirmado tras su detención. De hecho, planean morir juntos, él ejecutado y ella cometiendo suicidio.

Quizás esta segunda parte, donde la novela pasa de ser un drama familiar a un conflicto jurídico, se haga un tanto pesada en algunos tramos, sobre todo debido a la introducción en la trama de multitud de personajes secundarios, y de muchas explicaciones técnicas legales. Aún así, el libro se deja leer con interés hasta el final, pues uno desea saber en qué acaban los amores de Gary y Nicole. Y Mailer consigue sorprendernos al mostrar la sociología de su país: la hipocresía, y la capacidad para comerciar con cualquier cosa. ¿Quién no quiere comprar una camiseta con el lema “Gay Gilmore desea morir”.

En cuanto a estilo, Mailer, en todo momento, expone los hechos sin juzgar, y trata a todos los personajes con el mismo prisma de objetividad. Sólo mediante la visión de unos personajes sobre otros existe un juicio de valores.

Me quedo con mi Capote y su A sangre fría, pero La canción del verdugo no le desmerece mucho. Un interesante libro del “Nuevo periodismo” norteamericano, que aúna la virtud de reflejar con gran maestría la personalidad de un psicópata y su historia individual, con la historia colectiva de un país, en una época concreta, los 70 en EE.UU, y que también puede leerse como un alegato contra la incapacidad reformadora del individuo por parte del sistema penitenciario.