miércoles, 30 de abril de 2014

Mario Benedetti, unos poemas

De Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 – Montevideo, 2009), como tantos otros, yo fui fan a los veinte años. Guardo un gran recuerdo de su novela La tregua (de hecho, la leí de la biblioteca, pero tengo un ejemplar nuevo firmado por él en casa, de la Feria del Libro de Madrid del 2000), Disfruté también de novelas como Gracias por el fuego, La borra del café o Andamios. Tengo también un buen recuerdo de la novela corta La vecina orilla. Leí, asimismo, el libro de cuentos Buzón de tiempo. Leí también más de la mitad del Inventario Uno de poesía. Y creo que todas estas lecturas las hice entre los veinte y los veintiséis años. Benedetti era un escritor que sin parecerme genial, me gustaba leer; me caía bien, en realidad, después de la emoción primera que me produjo la lectura de La tregua.

Pero con él me ocurrió algo que suele pasar cuando te vas convirtiendo en un lector más veterano: después de unos años sin haber leído nada suyo, me acerqué a la recopilación de relatos La sirena viuda, y se me cayó de las manos. La decepción fue tremenda; el encanto que yo achacaba a sus historias de repente se había transformado en cañamazo poco sutil, en una división torpe, pero entusiasta, del mundo en buenos buenísimos y en malos malísimos.

Me gustaría volver a leer La tregua, pero me da miedo que ahora ya no se sostenga para mí.

Siempre he pensado, sin embargo, que los artistas como Benedetti son necesarios; son esos escritores que hay que dejar atrás, pero que van marcando el camino –desde los clásicos juveniles- hacia la gran literatura. Con el tiempo, sin embargo, sigo conservando el cariño que le tengo y aprecio cada vez más su poesía. Sigo recordando y me sigue emocionando, como el primer día, el libro Poemas de la oficina. Toda la tristeza del oficinista que soñó con ser artista está ahí, permanece intacta; porque Benedetti sabe perfectamente de qué está hablando en este poemario. Volví mucho a este libro en mis tiempos de auditor de cuentas, cuando soñaba con cerrar el portátil (o la tarde) pero una última llamada me retenía en la prisión de la oficina.

El primer poema de mi poemario El bar de Lee se abre con una cita de Poemas de la oficina: “Montevideo era verde en mi infancia / absolutamente verde y con tranvías / (…) era tan diferente, era verde” (El poema Dactilógrafo es uno de mis favoritos de todos los tiempos).
Y en mi primera novela publicada, Acantilados de Howth, el protagonista le regala a la acosada laboral de su oficina, el día en que va a dejar de acudir al trabajo por despido, un libro, que no es otro que Poemas de la oficina; cuya presencia en mi novela tiene una fuerte carga simbólica.



Dejo aquí unos cuantos de estos Poemas de la oficina. Se los dedico a todos aquellos, que como yo, han tenido que ir –después de cumplir con la semana de lunes a viernes- a trabajar en sábado y domingo a la oficina triste; y durante sus horas de balances y datos soñaron con otra cosa.

EL NUEVO
Viene contento
el nuevo
la sonrisa juntándole los labios
el lápizfaber virgen y agresivo
el duro traje azul
de los domingos

Decente
un muchachito.
Cada vez que se sienta
piensa en las rodilleras
murmura sí señor
se olvida
de sí mismo.
Agacha la cabeza
escribe sin borrones
escribe escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces
suspira
y es un lindo suspiro
de modorra feliz
de cansancio tranquilo.

Claro
uno ya lo sabe
se agacha demasiado
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse
ni será
el mismo
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
No dirá
sí señor
dirá viejo podrido
rezará palabrotas
despacito
y dos veces al año
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido
demasiado
sencillo.

KINDERGARTEN
Vino el patrón y nos dejó su niño
casi tres horas nos dejó su niño,
indefenso, sonriente, millonario,
un angelito gordo y sin palabras.

Lo sentamos allí, frente a la máquina
y él se puso a romper su patrimonio.
Cómo un experto desgarró la cinta
y le gustaron efes y paréntesis.

Nosotros, satisfechos como tías,
lo dejamos hacer. Después de todo,
sólo dice «papá». El año que viene
dirá estádespedido y noseaidiota.

DACTILÓGRAFO
Montevideo quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
muy señor nuestro por la presente
yo tuve un libro del que podía leer
veinticinco centímetros por noche
y después del libro la noche se espesaba
y yo quería pensar en cómo sería eso
de no ser de caer como piedra en un pozo
comunicamos a usted que en esta fecha
hemos efectuado por su cuenta
quién era ah sí mi madre se acercaba
y prendía la luz y no te asustes
y después la apagaba antes que no durmiera
el pago de trescientos doce pesos
a la firma Menéndez & Solari
y sólo veía sombras como caballos
y elefantes y monstruos casi hombres
y sin embargo aquello era mejor
que pensarme sin la savia del miedo
desaparecido como se acostumbra
en un todo de acuerdo con sus órdenes
de fecha siete del corriente
eran tan diferente era verde
absolutamente verde y con tranvías
y qué optimismo tener la ventanilla
sentirse dueño de la calle que baja
lugar con los números de las puertas cerradas
y apostar consigo mismo en términos severos
rogámosle acusar recibo lo antes posible
si terminaba en cuatro o trece o diecisiete
era que iba a reír o a perder o a morirme
de esta comunicación a fin de que podamos
y hacerme tan sólo una trampa por cuadra
registrarlo en su cuenta corriente
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
saludamos a usted atentamente
y desde allí los años y quién sabe.

DESPUÉS
El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.

Yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles
pero de todos modos recordaré que existen
tal vez un poco viejo para andar en la arena
pero el mar todavía me pondrá melancólico
estaré sin memoria y sin dinero
con el tiempo en mis brazos como un recién nacido
y llorará conmigo y lloraré con él
estaré solitario como una ostra
pero podré hablar de mis fieles amigos
que como siempre contarán desde Europa
sus cada vez más tímidos contrabandos y becas.

Claro estaré en la orilla del mundo contemplando
desfiles para niños y pensionistas
aviones
eclipses
y regatas
y me pondré sombrero para mirar la luna
nadie pedirá informes ni balances ni cifras
y sólo tendré horario para morirme
pero el cielo de veras que no es éste de ahora
ese cielo de cuando me jubile
habrá llegado demasiado tarde.

ELEGÍA EXTRA
Hoy
un domingo
como cualquier otro
uno de esos
que Dios ha reservado
para el mate
la radio despacito
para el amor
repetido en los parques
para el descanso
el vino
y el Estadio
para la dulce farra
de la siesta
precisamente hoy
un domingo cualquiera
debo abrir puertas
de silencio horrible
debo juntarme
con mi aburrimiento
debo enfrentar mi mesa
empecinada
asquerosa de tinta
y de papeles.
El sol allí cerquita
sucio domingo
pienso
yo a veces di consejos
claros como setiembre
yo me hice mala sangre
hasta la madrugada
¿y ahora qué?
ahora
espesos y rituales
Gardel y un alboroto
bajan del sexto piso
el sol va recorriendo
tranquilamente
el muro
y yo como un intruso
yo como una pieza
dislocada
yo frente al miedo
de la Ciudad Vieja
más allá del fervor
y el pesimismo
porque a mis dedos
ya
nadie los mueve
y quedan más planillas
más planillas
más inmundas planillas
todas
con siete copias.

domingo, 27 de abril de 2014

Washington Square, por Henry James

Editorial Alba. 286 páginas. 1ª edición de 1880. Ésta de 2010.
Traducción de Catalina Martínez Muñoz.

De Henry James (Nueva York, 1843 – Londres, 1916) había leído, en mi verano londinense de 2006, el estupendo cuento largo El rincón feliz en la Antología del relato norteamericano, elaborada por Richard Ford. También me había acercado a la edición de Cátedra de Otra vuelta de tuerca (1898), la de sobra conocida novela de fantasmas o de locura; libro que me fue regalado por mi novia en los Reyes de 2009 (lo acabo de consultar en la pequeña anotación, a modo de exlibris, que escribo en la primera página de un libro cuando lo termino); y también En la jaula  (1898), editado por Alba, y que compré en el rastrillo de Navidad del colegio donde trabajo. Al consultar mi anotación de la primera página me he llevado una sorpresa: estaba convencido de que había leído antes Otra vuelta de tuerca que En la jaula, y en realidad leí En la jaula en diciembre de 2008 y Otra vuelta de tuerca en enero de 2009. Así que reconstruyo lo que debió pasar: un sábado de diciembre de 2008 fui al colegio donde trabajo para participar en su rastrillo benéfico anual. Me acerqué a la zona de libros, vi este de Henry James, en la bonita edición de Alba, por un precio muy bajo -casi con toda seguridad-, lo compré, lo leí y le comenté a mi novia que me había gustado. Ella (que es una entusiasta de James) me diría que debía leer Otra vuelta de tuerca, y me lo regaló unas semanas después por Reyes.

Mi novia me ha vuelto a regalar otro libro de Henry James estos Reyes de 2014: Washington Square en la bonita edición de Alba; aunque me parece que ella lo tiene en nuestra casa, en su estantería, en la edición de Alianza. Creo que el hecho de regalármelo en una nueva y cuidada edición ha sido una forma ineludible de conseguir que me acerque a este libro del que ella es muy admiradora y que me había recomendado en más de una ocasión.

En una nota inicial se nos informa: “Washington Square se publicó por primera vez por entregas en la revista inglesa Cornhill de junio a noviembre de 1880. (…) en Estados Unidos se publicó en forma de libro ese mismo año.”
El tiempo del libro nos lleva al Nueva York de 1850, y por tanto la acción comienza treinta años antes de que se escribiera Washington Square. Nueva York parece aquí más que la ciudad gigantesca de nuestro imaginario una pequeña villa de caminos de tierra y casas con jardín de vallas de madera, como la que se hace construir el reputado doctor Sloper en la plaza de Washington Square, cuando las familias ricas se están trasladando al norte de la ciudad.

La protagonista de la novela es Catherine, una joven de veintidós años, hija del doctor Sloper, quien ha tenido que vivir la muerte de su mujer y de su hijo primogénito. El doctor siente que Catherine nunca podrá igualar en belleza e inteligencia a su difunta esposa, y a ella tampoco podrá transmitirle los conocimientos que pensaba legar a su hijo muerto. De este modo, la joven Catherine crece en una casa en la que su progenitor no espera gran cosa de ella: “Decididamente, Catherine no era inteligente, no destacaba en sus estudios; en realidad no destacaba en nada” nos informa en la página 22 el narrador que pensaba el doctor Sloper de su hija. En la casa de Washington Square, padre e hija viven con la señora Penniman, hermana del doctor Sloper y también viuda, una mujer propensa al chisme y a la fantasía romántica.
Catherine es heredera de una gran fortuna por parte de la familia de su madre, y cuando en una fiesta conoce a Morris Townsend, un apuesto joven, muy seguro de sí mismo, que ha regresado de una larga estancia en el extranjero (donde se dice que ha dilapidado su fortuna), pero que no tiene una forma conocida de ganarse la vida, y comienza a interesarse por conocer más personalmente a Catherine, el padre no puede concebir que el interés de Morris por su hija (a la que considera carente de atractivo) sea otro diferente al del dinero.

La novela está escrita en tercera persona y, como siempre hace James en sus novelas, en esta también juega con los puntos de vista de los personajes. El narrador interviene en el texto, como era frecuente en las novelas del siglo XIX, pero lo hace usando este recurso con ironía, lo que nos lleva a leer el libro como si estuviera escrito desde la modernidad, y para James, un escritor del XIX, su mirada sobre la forma de narrar de su siglo fuese ya anticuada. El narrador interrumpe la exposición de los hechos, y se hace presente en párrafos como éstos: “Había médicos que recetaban sin molestarse en ofrecer explicaciones, pero él tampoco pertenecía a esta clase, que era a fin de cuentas la más vulgar. Pronto se verá que hablo aquí de un hombre inteligente.” (pág. 12); “De pequeña había sido bastante revoltosa y, aunque esta sea una confesión incómoda sobre una heroína, debo añadir que fue también algo glotona.” (pág. 22).
Además en algunos casos decide abandonar su condición de narrador omnisciente y expone sus dudas sobre lo narrado, como si los hechos de los que nos informa le hubiesen sido transmitidos por terceros. Por ejemplo: “Dudo mucho, en todo caso de que Catherine estuviese irritada cuando protestó con vehemencia” (pág. 94); “Desconozco si él esperaba un poco más de resistencia, por pura distracción”. (pág. 123).

Para el padre Morris “no es más que un petimetre convincente” (pág. 67) y Catherine se enamora perdidamente de él, lo que hace que se distancie del amor incondicional que siempre ha sentido por su padre. La mirada del narrador es ambigua, en casi todos los casos, al hablar de Morris, y el lector aunque lee con atención no acaba de averiguar (hasta bien avanzada la novela) si en realidad está verdaderamente enamorado de las virtudes de Catherine o de su dinero. Y esta es, como ya he apuntado, la característica esencial del narrador, o incluso podríamos ir más allá y decir que esta es la característica principal del estilo de Henry James: la ambigüedad del verdadero punto de vista de los personajes creados. De esta forma, el lector tendrá que preguntarse continuamente si Catherine es realmente una joven carente de atractivo, como parecen percibirla los demás, o esta visión de ella parte más del prejuicio de la mirada de los otros; ya que al lector, que no puede juzgar su belleza, al menos no le parece una joven estúpida.


El doctor Sloper se entrevista con Morris, y de su conversación quisiera destacar una frase que pronuncia el primero: “Mi hija ya no tiene edad para que nadie le prohíba nada, y yo no soy un padre de novela, chapado a la antigua. Eso sí, la instaré por todos los medios a que rompa con usted.” (pág. 105). Me detengo en esta expresión: yo no soy un padre de novela. James nos presenta a su personaje, el doctor Sloper, sabedor que el conflicto que se trae entre manos puede ser el motivo para una mala obra de teatro o para una emotiva novela. El doctor, dibujado por James, como persona real no quiere representar en el drama un papel estereotipado, y tiene presente en sus palabras a los entretenimientos de ficción de la época, la novela y el teatro. En cambio su hermana, la señora Penniman, sí que vivirá la historia de amor de su sobrina con interés, desatando su alma de alcahueta, forjada en la lectura de novelas románticas.

Pero Washinton Square no desarrolla su drama –movido por la mano de Henry James- cayendo en las simplezas melodramáticas de una novela de desamor romántica, sino que sabe avanzar, con un gran sentido del ritmo, mostrando continuamente las sutilezas y matices de sus personajes, y sus evoluciones psicológicas según la historia se desarrolla, sin abandonar nunca su mirada irónica –pero también piadosa- sobre lo contado.

Me ha emocionado este drama y he sufrido con sus personajes. Esto me hace reflexionar sobre la fuerza de la ficción que cree en sí misma (lanzando esta poderosa lección desde una época en la que no existía la televisión, el cine o internet): un lector del siglo XXI puede conmoverse con una historia familiar del siglo XIX si el autor sabe dibujar perfectamente a su personajes (si estos están profundamente vivos) y sabe crear una  buena trama que avance con ritmo. Y si esto existe, ese lector del siglo XXI sostendrá un libro entre sus manos pensando que la experiencia de leer es distinta (y puede que más enriquecedora y honda) que la de ver una película o una serie de televisión.

Un maestro, Henry James.

miércoles, 23 de abril de 2014

Gabriel Celaya, un poema

Del poeta Gabriel Celaya (Hernani, Guipúzcoa, 1911 – Madrid, 1991) tengo a medias una antología editada por Visor. Me pasa a veces con los libros de poesía: releo con insistencia algunos poemas y no acabo con el libro entero. En todo caso le debo una lectura más sería a Itinerario poético.

Me apetece traer hoy aquí, sin embargo, uno de los poemas de este libro (a medio leer) que he leído con entusiasmo más de una vez (y más de dos).






MOMENTOS FELICES

(De "De claro en claro", 1956)

Cuando llueve, y reviso mis papeles, y acabo
tirando todo al fuego: poemas incompletos,
pagarés no pagados, cartas de amigos muertos,
fotografías, besos guardados en un libro,
renuncio al peso muerto de mi terco pasado,
soy fúlgido, engrandezco justo en cuanto me niego,

y así atizo las llamas, y salto la fogata,
y apenas si comprendo lo que al hacerlo siento,
¿no es la felicidad lo que me exalta?

Cuando salgo a la calle silbando alegremente
--el pitillo en los labios, el alma disponible--
y les hablo a los niños o me voy con las nubes,
mayo apunta y la brisa lo va todo ensanchando,
las muchachas estrenan sus escotes, sus brazos
desnudos y morenos, sus ojos asombrados,
y ríen ni ellas saben por qué sobreabundando,
salpican de alegría que así tiembla reciente,
¿no es la felicidad lo que siente?

Cuando llega un amigo, la casa está vacía,
pero mi amada saca jamón, anchoas, queso,
aceitunas, percebes, dos botellas de blanco,
y yo asisto al milagro --sé que todo es fiado--,
y no quiero pensar si podremos pagarlo;
y cuando sin medida bebemos y charlamos,
y el amigo es dichoso, cree que somos dichosos,
y lo somos quizá burlando así a la muerte,
¿no es felicidad lo que trasciende?

Cuando me he despertado, permanezco tendido
con el balcón abierto. Y amanece: las aves
trinan su algarabía pagana lindamente:
y debo levantarme, pero no me levanto;
y veo, boca arriba, reflejada en el techo
la ondulación del mar y el iris de su nácar,
y sigo allí tendido, y nada importa nada,
¿no aniquilo así el tiempo? ¿No me salvo del miedo?
¿No es felicidad lo que amanece?

Cuando voy al mercado, miro los abridores
y, apretando los dientes, las redondas cerezas,
los higos rezumantes, las ciruelas caídas
del árbol de la vida, con pecado sin duda
pues que tanto me tientan. Y pregunto su precio,
regateo, consigo por fin una rebaja,
mas terminado el juego, pago el doble y es poco,
y abre la vendedora sus ojos asombrados,
¿no es la felicidad lo que allí brota?

Cuando puedo decir: el día ha terminado.
Y con el día digo su trajín, su comercio,
la busca del dinero, la lucha de los muertos.
Y cuando así cansado, manchado, llego a casa,
me siento en la penumbra y enchufo el tocadiscos,
y acuden Kachaturian, o Mozart, o Vivaldi,
y la música reina, vuelvo a sentirme limpio,
sencillamente limpio y, pese a todo, indemne,
¿no es la felicidad lo que me envuelve?

Cuando tras dar mil vueltas a mis preocupaciones,
me acuerdo de un amigo, voy a verle, me dice:
"Estaba justamente pensando en ir a verte."
Y hablamos largamente, no de mis sinsabores,
pues él, aunque quisiera, no podría ayudarme,
sino de cómo van las cosas en Jordania,
de un libro de Neruda, de su sastre, del viento,
y al marcharme me siento consolado y tranquilo,
¿no es la felicidad lo que me vence?

Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?

domingo, 20 de abril de 2014

Cuentos completos (1957-2000), por Juan José Saer

Editorial El Aleph. 783 páginas. 1ª edición de 1957-2000. Ésta de 2012.

Un sábado del último verano, un amigo de Móstoles me invitó a tomar algo por su cumpleaños en su casa de un pueblo de Toledo. Me acercó en coche desde Móstoles otro amigo invitado al cumpleaños, y de camino me dejé llevar por una de esas ensoñaciones en las que vivía durante la infancia: los campos amarillos que atravesaba la carretera no eran campos castellanos sino la pampa argentina; y yo iba con mis amigos a compartir un asado a una de las casas a las afueras de la ciudad saeriana. Entonces fue cuando me dije que debería volver a leer a Juan José Saer (Serondino, Santa Fe, Argentina, 1937 – París, 2005). En casa tengo comprado, y aún sin leer, la primera edición de El limonero real. Creo que porque no era exactamente esta novela la que más me apetecía leer de las que me quedan del autor no había continuado leyéndole al ritmo de los últimos años. Considero que Juan José Saer ha sido el gran autor que he leído (partiendo de cero) desde que empecé con el blog, y me gustaría que algún día estuvieren en este espacio comentadas sus obras completas.

Al final, en enero, me compré los Cuentos Completos (1957-2000) como regalo de Navidad de mis padres. Es decir: yo compré el libro para que me lo regalara mi madre: creo que hay costumbres familiares que deberías de abolirse de forma instantánea sobrepasada cierta edad.
Cuando hace dos años El Aleph publicó este volumen de los Cuentos Completos junto a otro de similar tamaño con las tres primeras novelas de Saer, compré el de las novelas con la intención de comprar el de los cuentos cuando hubiese acabado con las novelas. Ya iba siendo hora de que lo comprara y me pusiera con él.

Estos Cuentos completos recogen la producción de Saer durante un periodo de más de cuarenta años: 1957-2000, en concreto. Este volumen está ordenado desde el libro más moderno hasta el más antiguo: “Tal vez de esta manera el lector tendrá del conjunto una perspectiva semejante a la mía”, nos dice Saer en el prólogo. Pero yo he preferido leerlo en el orden en que los libros fueron escritos.
Los libros de relatos que Saer publicó son estos: En la zona (1957-1960), Palo y hueso (1961), Unidad de lugar (1966), La mayor (1969-1975) y Lugar (2000). Las fechas son las que se señalan en el volumen e indican el periodo de tiempo en el que los cuentos están escritos. Además de los cinco libros señalados, estos Cuentos completos incluyen cuatro más, en una sección titulada Esquina de febrero ((1964-1965); y dada la época en que están escritos, se sitúa en el libro tras Unidad de lugar.

Si tenemos en cuenta que Saer nació en 1937, podemos observar pasmados que cerca de la mitad de las páginas de estos Cuentos completos están escritas por un joven que como mucho tiene veinticuatro años cuantos se publican sus dos primeros libros de cuentos, y cuyas primeras composiciones (1957) están escritas cuando tiene diecinueve o veinte años. Este detalle no deja de ser relevante para poner de manifiesto desde ya el gran talento de este autor. Por supuesto su primer libro, En la zona, no es su mejor libro de cuentos, pero que ese libro esté escrito entre los veinte y los veintitrés años nos muestra un indudable talento natural.

En la zona (1957-1960) se divide en dos partes. La primera, titulada Zona del puerto, nos acerca a un grupo de personajes marginales: prostitutas, proxenetas, jugadores, contrabandistas… Como Jorge Luis Borges, Saer se deja fascinar en sus comienzos por el folclore popular de su país, el malevo, el orillero, el cafisho… Estos cuentos (diez, en total) están fuertemente conectados, y podrían haber sido considerados una novela. El titulado Fuego para Rivarola, comienza con una pirotecnia barroca: una frase inicial que consigue arrastrarse una página y media por el papel hasta alcanzar la orilla de un punto. Según la wikipedia, Saer renegó un tanto de su primer libro; pero considero que no están nada mal estos cuentos, donde se aprecia tanto la mano de los maestros: Borges, Faulkner, Onetti… En el último cuento de esta serie, los personajes salen al campo a compartir un asado: lo trivial y el paso del tiempo se dan la mano, y se comienzan a perfilar los grandes temas del autor. Pero es en la segunda parte del libro –Más al centro- donde Saer parece ya encontrarse con el que va a ser su verdadero mundo creativo, el de los jóvenes de este centro de la ciudad, Santa Fe (la ciudad) nunca es nombrada en las páginas de Saer y esto es así desde el comienzo: su mundo creativo será el de estos jóvenes que viven más cercanos al centro urbano (y más al centro de la escala social también) con sus aspiraciones literarias y sus conversaciones y miedos metafísicos  y existencialistas. En el primero de ellos –El asesino- aparece ya César Rey, uno de los habituales en el universo saeriano. En Tango del viudo, nos acercamos al momento en el que Gutiérrez abandona la ciudad. El mismo Gutiérrez del que ya leí en La grande, la novela póstuma e inacabada de Saer (publicada en 2008), que nos habla del regreso de este personaje a la ciudad después de una muy larga estancia en París.

Una de las mejores sensaciones que deja leer este libro de relatos ha sido la de ir completando los huecos del universo saeriano, ya que sus personajes se repiten insistentemente de uno de sus libros al siguiente, deambulando siempre por el territorio mítico-faulkneriano de la ciudad y sus alrededores.

El último relato de En la zonaAlgo se aproxima- con sus más de cincuenta páginas es casi una novela corta, y en él se perfila ya prácticamente la suma de las ideas narrativas de Saer: la mezcla de lo mundano con lo elevado, describiendo a varios personajes casi siempre en torno a una comida; diferencia de los puntos de vista, la percepción, descripción de los objetos y personajes que en gran medida se definen por sus palabras, y que suenen poseer un trasfondo (sobre todo al principio) existencialista. En la página 779 leemos: “¿La vida? ¿Sentido? ¡Muchacho! (…) Ninguno por supuesto”, así acaba esta narración y el primer libro.

Palo y hueso (1961) está formado tan sólo por cuatro narraciones. Comienza con Por la vuelta, un relato de casi sesenta páginas, que puede leerse como un complemento a la novela La vuelta completa (1966), ya que aparecen los mismos personajes (Tomatis, Pancho, Barra…) haciendo prácticamente las mismas cosas que en esa novela (comer, deambular por la ciudad, hablar de literatura…). Además esta narración está fuertemente conectada con En la zona, porque además de repetir personajes, estos están hablando de los sucesos narrados en Zona del puerto, con sus asesinatos entre marginales.
En el cuento Palo y hueso se relata un hecho brutal, y formaría parte del segundo tipo de relatos que escribe Saer. Si el primero es el de las andanzas del grupo de jóvenes literarios y existencialistas (Tomatis, Rey, Barra, Pancho, Leto…), el segundo sería el de los personajes brutales marcados por el entorno, narraciones de corte más costumbrista y tremendista; escritos en un estilo sobrio no exento de belleza. En este contexto podríamos incluir El balcón, sobre una mujer que puede ser la que actuaba en el bar del puerto y que vieron Pancho, Barra y Tomatis en el primer relato de este libro. El libro finaliza con El taximetrista, que con sus setenta páginas es decididamente una novela corta. Una novela sobre personajes primordiales -que se incluiría en el segundo tipo de relatos de Saer señalados-, que se cruzan momentáneamente con los jóvenes que campan en el primer tipo de narraciones.

Esquina de febrero (1964-1965): son cuatro relatos que en principio –como nos cuenta Saer en el prólogo- estaban destinados a formar parte del libro Unidad de lugar (1966)- y que al final decidió descartarlos porque no le acababan de convencer. El titulado El camino de la costa se publicó en 1964 en la revista Zona y los otros tres son inéditos. Lo cierto es que son cuentos bastante buenos, y están escritos por un escritor que apenas sobrepasa los treinta años y el hecho de que los descarte de su libro nos hace pensar que estamos ante un exigente derrochador de talento.

Unidad de lugar (1966): Es, según la wikipedia, el primer libro de relatos verdaderamente maduro de Saer. Y es cierto que, aunque lo leído hasta ahora tenía un nivel alto, este libro da un paso al frente de la madurez estilística y la seguridad narrativa. Unidad de lugar está formado por seis relatos de entre 20-35 páginas. El primero –Sombras sobre vidrio esmerilado-, que trata sobre una mujer mayor que escribe poesía, me ha recordado a algunas de las páginas de Roberto Bolaño, quien estoy seguro de que tuvo que leer a Saer, aunque no haya ni un solo comentario sobre él en Entre paréntesis. El siguiente cuento, Paramnesia, sobre un episodio de la conquista española del Paraná, me ha recordado al acercamiento existencialista, con trasfondo de  novela de época, que ya llevaba a cabo Saer en El entenado. En el cuento Barro cocido la ciudad está siendo asolada por una sequía tremenda que hace que el entorno ominoso se convierta en un personaje más, y es uno de los mejores cuentos de este libro y puede que de toda la literatura hispanoamericana (y aquí dejo escrito esto). Me ha gustado este detalle de la sequía porque en otro cuento del libro La mayor lo que ocurre es lo contrario: una inundación que no parece remitir anega las tierras más cercanas al río. El último cuento –Fresco de mano- parece un capítulo de la primera parte de la novela Cicatrices, pues nos acerca al Ángel Leto que protagonizaba ésta.

La mayor (1969-1975) comienza con un cuento que según se apunta en la entrada de la wikipedia sobre Saer: “el relato que da título al volumen se encuentra entre lo más radical de su obra”. La mayor es un relato de unas treinta páginas que parece un largo poema sobre el perspectivismo de un personaje que mira su escritorio y poco más… la verdad es que no lo disfruté mucho; el arranque experimental con que está escrito me resulto excesivo. Sí que me gustó mucho el siguiente cuento –A medio borrar- que es el cuento en el que la ciudad sufre una inundación, justo los días previos al viaje a París de Pichón Garay, personaje que volverá a Argentina en la novela La pesquisa. Gracias a este cuento ato dos cabos que tenía suelto del universo de Saer: el primero sería saber que el Garay que protagoniza La ocasión es un hermano de la bisabuela de Pichón y Gato Garay, dos habituales de los libros de Saer, y segundo, que el Garay que es juez y que es uno de los personajes de Cicatrices es primo de estos Garay. Después de estos dos cuentos extensos, se sitúa Argumentos (1969-1975) que está compuesto por microrrelatos o fragmentos de pensamientos de personajes de la ciudad, y que de nuevo me ha recordado poderosamente a Bolaño, más concretamente a lo forma que tiene éste de componer en la novela expresionista-surrealista Amberes. Argumentos tiene páginas muy logradas.

Lugar (2000) es el último libro de cuentos de Saer, y aunque en él vuelven a aparecer sus personajes clásicos (Tomatis, Pichón Garay…) se produce una novedad respecto al conjunto de su obra: Saer abandona su enclave habitual –la ciudad (Santa Fe) y sus alrededores, o bien a los personajes que viven por ejemplo en París, pero cuyos recuerdos pertenecen a la ciudad, como Pichón en París- y crea historias de composición más sencilla con personajes de cualquier parte situados en cualquier época o lugar: Viena, Egipto…
Sin embargo, es posible que lo mejor de Lugar sea la existencia de dos relatos que en cierto modo continúan, o completan, a lo narrado en la novela La pesquisa: En línea narra la conversación telefónica entre Tomatis (en la ciudad) y Pichón (en París) sobre un nuevo documento encontrado en la casa de Washington Noriega que da continuidad a la novela encontrada en La pesquisa: Las tiendas griegas. Y el cuento Recepción en Baker Street comienza justo donde se acababa La pesquisa. Los personajes que despedíamos en este libro se encuentra en la estación de autobuses con Nula (uno de los protagonistas de la novela La grande).

Lo cierto es que no he leído estos Cuentos completos de un tirón; entre algunos de sus libros he leído las tres últimas novelas comentadas en el blog, pero lo que sí que tengo claro es que este volumen es una de las obras capitales de la literatura en español de las últimas décadas. Aunque también he de decir que para disfrutar totalmente de estos cuentos es recomendable haberse acercado a la obra novelística de Saer, ya que estos cuentos van a completar en gran medida el mundo que el lector de sus novelas ya conocía. Si alguien tiene oportunidad de acercarse a algún libro de cuentos en concreto de Saer le recomendaría que empezase por Unidad de lugar (para este libro no hace falta además haber leído las novelas).

Y como ya he escrito aquí otras veces, voy a repetirlo de nuevo: es sorprendente que ahora mismo en España no se pueda encontrar con facilidad toda la obra de Juan José Saer, uno de los más destacados autores en español de las últimas décadas, alguien destinado a ser un clásico de nuestra lengua.

miércoles, 16 de abril de 2014

Joan Margarit, unos poemas

Del poeta catalán Joan Margarit (Sahajuana, Lérida, 1938) he leído entero el poemario Casa de misericordia, libro con el que ganó el Premio Nacional de Poesía de 2008. También he leído de él otros poemas sueltos, de los libros que tiene en la biblioteca de Móstoles. Recuerdo haberme acercado así a algún poema de Joana o de Cálculo de estructuras.

Arquitecto de formación y profesión, la suya es una poesía muy directa y sentida, de honda capacidad reflexiva.



Dejo aquí algunos de los poemas de Casa de misericordia (traducidos del catalán):

Casa de Misericordia

El padre fusilado.
O, como dice el juez, ejecutado.
La madre, ahora, la miseria, el hambre,
la instancia que le escribe alguien a máquina:
Saludo al VencedorSegundo Año Triunfal,
Solicito a Vuecencia poder dejar mis hijos
en esta Casa de Misericordia.

El frío del mañana está en la instancia.
Hospicios y orfanatos fueron duros,
pero más dura era la intemperie.
La verdadera caridad da miedo.
Igual que la poesía: un buen poema,
por más bello que sea, será cruel.
No hay nada más. La poesía es hoy
la última casa de misericordia.


El equipo del asesino

Entre tantos desastres amontonados como sacos
la vida me dejó tu amor.
Qué más da el silencio de la noche,
el coche negro que apagó los faros
y el saxo de la radio, puesta a bajo volumen.
Impecable ha de ser sólo el disparo:
certero y peligroso. Como tú en mi vida.


Costa de poetas

Invernaderos en el horizonte
relucen como un mar de hielo gris.
Al llegar a la playa me deslumbran
los grandes túmulos de sal.
Junto a cada casucha la barraca
de madera con artes de pescar.
Muertas redes enfrente de la puerta.
El viento empuja el oleaje
contra el espigón negro de cemento,
arqueológicos restos de un mañana
que ignorará lo que los muertos vimos.
La mayor de las casas, destartalada y blanca,
abajo tiene un comedor. Arriba
hay unos pocos cuartos luminosos.
Me atiende una mujer. Sin sonreír.
Con el Levante la mar gruesa ronca,
se agitan hojas secas de la palmera
en la huesuda pérgola que ampara una gran ancla
abandonada, negra por la herrumbre.
La soledad cerca a los viejos: hace
que me indigne tan sólo por pasión.
Por la mera alegría.
Por lucidez. Los enemigos son
mi único remedio contra el asco.
La cólera sin gritos ni tumultos
suplanta a la ironía. La cólera es fracaso,
es lejanía y frío, es decidir
amar el odio antes que no amar.

Va oscureciendo, pero nadie enciende
ninguna luz: un velo de recuerdos
va cubriendo la fonda.
Sentado en un rincón, callado, el hombre
que sirve el comedor.
Hasta la cena no hace nada más.
Detrás de él está el mar. Son gente triste.

domingo, 13 de abril de 2014

La visita, por Jose González

Editorial Caballo de Troya. 111 páginas. 1ª edición de 2013.

La visita es la primera novela de Jose González (Monforte de Lemos, Lugo, 1981). Me la regaló en diciembre de 2013 su editor, Constantino Bértolo, junto con otros libros de Caballo de Troya, como El bosque es grande y profundo, de Manuel Darriba, y Las vacaciones de Iñigo y Laura, de Pelayo Cardelús.
Había visto La visita en la mesa de novedades de alguna librería, donde destacaba su sobria y elegante portada; pero no sabía realmente nada de ella hasta que no leí las reseñas que fueron colgadas en los blog El lector Malherido (ver AQUÍ) y Devaneos (ver AQUÍ), dos de los blogs de reseñas que sigo. En ambos espacios La visita es elogiada: “El libro está realmente muy bien” (blog El Lector Malherido), y “La visita de José González me ha gustado un montón, que su lirismo me ha calado, que su historia me ha interesado (…)” (blog Devaneos).

El narrador innominado de La visita es una persona joven (de una edad menor a la treintena, en todo caso) y su estado de ánimo no pasa precisamente por su mejor momento. La visita indaga en las conflictivas relaciones que este personaje mantiene con su familia; y los conflictos lejos de ser violentos, visibles o espectaculares, tienen que ver más bien con el paso del tiempo y la forma de entender la vida de las distintas generaciones de una misma familia. Así que en realidad los conflictos planteados aquí son universales. “La abuela se ha acabado”, es la primera frase de la novela, después de una nota previa, que nos introduce de sopetón en el tono melancólico del libro: “La vida tiene un riesgo elemental y principal que define muy bien lo que en general entendemos por muerte.”
La abuela del narrador sufre de demencia senil, y su nieto en cada visita a la casa de sus padres -lo que ocurre durante los fines de semana- se acerca al pueblo para estar con sus abuelos. Durante estas visitas trata de recordar cómo era en tiempos pasados su abuela antes de dejar de reconocer a sus familiares, y cómo era (o es) en general la relación con sus abuelos y con sus padres, quienes cada vez parecen más distantes entre sí y más cargados de reproches silenciosos. Muchos son los silencios de esta novela, silencios generados por la incomunicación.

El narrador no es amable con su propia generación, a la que considera una generación de niños mimados; pero tampoco ensalza los valores de la generación de sus padres o de sus abuelos, tan apegados a la televisión, ese ente anulador de conciencias: “Lamento todo lo que esa maldita televisión les ha hecho creer y el modo en que les ha coloreado este mundo.” (pág. 27)
“No sé cómo encontrarle sentido a la vida cuando todo apunta hacia el suelo” (página 110), parece ser la depresiva conclusión final de esta historia.

El tiempo de la novela está muy apegado al presente; como telón de fondo de esta narración familiar se encuentra la crisis económica del país: “Empezamos a hablar sobre la vida y mis proyectos y cómo están de mal las cosas y las familias y los hogares que se reúnen de nuevo en un clima de miseria, de desahucio, de castigo por haberse creído algo que no eran pero que convenía en ese momento tal grado de ingenuidad para recibir esta lección, este engaño, este absurdo impostado de obligaciones, deberes y derechos para unos cuantos y las libertades para los de siempre.” (pág. 60).

El tono de la narración es melancólico, como ya he apuntado, y eminentemente lírico. Podríamos decir incluso que La visita funciona como una suerte de diario lírico.
La visita es una primera novela y la firmeza en el uso poético del lenguaje es destacable; además, sin muchas concesiones, se atreve a hablar de un tema universal y que en muchos momentos constituye un tabú para la mayoría de nosotros: las incomodidades que surgen dentro de la familia al estar en contacto diversas generaciones. Y estos que destaco, como logros de una primera novela, no dejan de ser notables, pero creo que las expectativas provocadas en mí por las reseñas leídas en El lector Malherido y en Devaneos no han sido colmadas.

En los últimos años he leído en internet o en algún suplemento literario, que la razón de ser actual de la literatura debería ser el estilo, que tras el éxito del cine o las series  de televisión (soy también aficionado a ambas formas de entretenimiento), las historias con trama dejaban de tener importancia y los textos literarios deberían sustentarse en el estilo. Si el lector de esta reseña está de acuerdo con esta premisa, La visita podrá colmar sus deseos lectores. Pero yo no estoy de acuerdo con la premisa enunciada; por supuesto, considero que el estilo narrativo es importante, pero un novelista no debería olvidarse del poder de seducción de una trama.
En La visita el narrador no acaba de aparecer como personaje, describe a su familia con un tono melancólico, pero el lector acaba por saber muy poco de él. Los fines de semana visita a sus padres, y duerme en su casa; la tarde del sábado o el domingo, visita el pueblo donde se encuentra la casa de sus abuelos. Pero no acabamos de saber de dónde viene o qué hace. Uno de sus cortos capítulos acaba con las siguientes palabras: “Quizás soy yo el error, o todos, o ese todo con el que tanto me lleno la boca. Estoy fuera. Lejos. Despedido. Parado.” (pág. 85). Al leer este final de capítulo no estaba seguro de si el narrador había perdido el trabajo que en ningún momento nos cuenta que tiene o ese estar “despedido” o “fuera” es metafórico y con esas expresiones se refiere al lugar que piensa que ocupa en el mundo.
Hacia el final hay algún juego entre la primera persona y la tercera;  en algún momento, la primera persona del narrador es cedida a la primera persona de la abuela, y el lector acaba por no estar seguro de quién está hablando durante algunas frases.


Resumiendo, La visita me parece que está escrita con un cuidado –y destacable- tono lírico, que se atreve a acercarse a algunas de las realidades más duras de la existencia; pero considero que, para captar con mayor fuerza el interés del lector, Jose González tendrá que trabajar en el futuro con más intensidad sobre la trama de sus futuros libros.

jueves, 10 de abril de 2014

Homenaje a Kurt Cobain: un poema de El bar de Lee

Hace unos días fue el aniversario de la muerte de Kurt Cobain (20-2-1967 / 4-4-1994). Me resultó sorprendente darme cuenta de que ya habían pasado veinte años desde la mañana en que después de salir de marcha con mis amigos (era sábado o domingo) escuché en la televisión la noticia sobre el suicidio del cantante, a quien había estado escuchando la misma noche anterior en los bares de Alcorcón (aquel día habíamos salido por Alcorcón). Como era de esperar lo convertí en un icono generación, y conservo todos sus discos.
La música triste de Nirvana la tengo muy asociada a los tres años que pasé en la facultad de CC. Físicas (1992-1995), años de no muy grato recuerdo.

Una frase me llamó esta semana la atención: Kurt Cobain murió sin haber navegado nunca por internet. Y empiezo ya a entender el tango Volver de Gardel: "que veinte años no es nada", y esto quiere decir que me hago irremediablemente mayor.

Siempre me encantó su chaqueta de lana.


Dejo aquí hoy, como homenaje, uno de los poemas de El bar de Lee, donde hablo explícitamente de Nirvana

MECÁNICA Y ONDAS

Mesas arañadas y resbaladizos peldaños,
me desprendí del examen antes de tiempo,
la mente embotada y el martillero punzante
de una canción de Nirvana en la cabeza,
sin tregua sobre los folios en blanco
(porque el tiempo de Einstein también
fue para mí el tiempo de Nirvana)
…come as you are, come as you are

Angustiado, vertiginoso, con esquinas
de filos muy agudos al girar la vista,
salí al remanso del pequeño parque
entre las facultades de ciencias.
No tomé el metro a casa, fui hasta
Recoletos, quería ver la exposición
al aire libre con las estatuas de Botero.
Adentrándome en el césped, me moví
alrededor de las rechonchas figuras, toqué
curvas de alegres gigantas, despreocupadas
y tónicas.
      En la mañana de febrero
calentaba el sol y la gente y los coches 
pasaban ajenos a los hamiltonianos,
a mi juventud ridícula y a los equilibrios
estables e inestables, más allá de las integrales
de delirantes cambios de ánimo y variable.

Había estado días (meses) inmóvil en la silla
de mi cuarto, sabiendo que no podía aprobar,
pero consciente también de la imposibilidad
de eludir el parvo rito de las horas de estudio.
Me asfixiaba al correr y mis perseguidores
iban a darme alcance: tras el extravío
de las sábanas, por las noches se repetía.
Sobre la silla de mi cuarto chapoteaba
en la seca inutilidad de mis esfuerzos,
peor aún: de mi fingir y mi yo fraudulento.

Pero allí, en aquellos minutos -que retengo
sobre este nuevo folio en blanco
donde pretendo ser yo ahora 
el que examine a la vida, a la que tuve—
con los pies en el césped y el calorcillo
de la mañana invernal, palpando
las voluptuosas curvas de las relajadas
mujeres de Botero, el sol derramado
sobre el rostro, sé que conseguí imaginar
que más allá de la pronta vuelta
a casa, el ¿qué tal? de mis padres
y de nuevo la silla de estudio
y el esfuerzo inútil del impostor,
podía existir para mí, todavía,
alguna clase de equilibrio –aunque
fuese inestable—en algún lugar
                 de las malditas coordenadas del espacio.

domingo, 6 de abril de 2014

Jerjes conquista el mar, por Óscar Esquivias

Editorial Ediciones del viento. 137 páginas. 1ª edición de 2001, esta de 2009.

Conocía a Óscar Esquivias (Burgos, 1972) como autor de relatos; sabía que había ganado el premio Setenil al mejor libro de relatos publicado en 2008 con La marca de Creta; y había leído su cuento Miedo en la antología Siglo XXI, publicada por la editorial Menoscuarto en 2010; así que le pedí amistad en facebook, ese lugar del ciberespacio en el que un montón de desconocidos se llaman amigos por tener una afición en común; en este caso, la literaria. Descubrí el entusiasmo de Esquivias por el escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia cuando colgué allí los enlaces a las entradas que le dediqué a este autor en el blog; y a raíz de estas entradas conversamos un poco virtualmente. Meses después le pude conocer en persona en la presentación del libro de cuentos La vida interior de las plantas de interior de Patricio Pron, presentado por Ernesto Calabuig. La casualidad quiso que compartiéramos metro para volver a casa, y fue agradable darse cuenta de que en realidad es muy fácil entablar conversación con esos desconocidos de facebook con los que compartes una pasión común. Mantuvimos una animada charla en el metro sobre Jorge Ibargüengoitia y José Donoso.

Cuando anuncié en las redes sociales el verano pasado que iba a firmar mi poemario El bar de Lee en la feria del libro de Madrid, fue una sorpresa que Óscar me comentase que había leído mi anterior poemario, Siempre nos quedará Casablanca, y que le había gustado. Yo había comprado unos meses antes La marca de Creta, pero no lo había leído todavía. Óscar apareció en la caseta el día que firmaba y me compró El bar de Lee, además de mi novela Acantilados de Howth. Unos días después firmaba él y, por supuesto, no podía dejar de pasarme por su caseta. Allí compré otro de sus libros de cuentos, Papanitos verdes, y su primera novela, Jerjes conquista el mar. En un mundo en el que desaparecen los lectores literarios, ahí quedamos los autores para comprarnos libros entre nosotros antes del fin.

El viernes 28 de febrero (que fue festivo para los docentes) seguía leyendo los Cuentos completos de Juan José Saer, y después de terminar el tercer libro (de cinco) –el titulado Unidad de lugar– me apeteció (como la semana pasada con El material humano de Rodrigo Rey Rosa) cambiar de aires y tomé de la montaña de inleídos Jerjes conquista el mar. Lo leí casi de una sentada esa misma tarde.

Con Jerjes conquista el mar Óscar Esquivias ganó el Premio Arte Joven de la Comunidad de Madrid en el año 2000; la novela la publicó la editorial Visor ese año. La editorial con la que Esquivias publica actualmente –Ediciones del Viento– la volvió a reeditar en 2009, tras una revisión “para acercarse al ideal de precisión de aquel primer intento”, como nos cuenta Esquivias en una nota final. Jerjes conquista el mar fue la primera novela escrita por el autor, que debía de tener unos veintisiete años.

Jerjes es un joven con una leve discapacidad mental, y trabaja –gracias a un Plan de Integración– limpiando cristales en el edificio de la Telefónica de Gran Vía, junto a Duque, otro joven, cuya discapacidad, según él mismo apunta, es la sordera, aunque el lector intuya que miente por pudor.
La novela comienza en la madrileña –y tan fatigada por mis pasos– cuesta de Moyano. En concreto en la caseta de la viuda de Infantes, una señora mayor que se dedica más a ahuyentar a la posible clientela que a tratar de vender libros. Jerjes rebusca entre sus libros y pregunta interesado por un álbum de fotos y recuerdos, ya que le interesan las postales antiguas, sobre todo si aparecen playas. Cuando pregunta el precio del álbum, va a recibir el esperado bufido de la viuda de infantes. Sin embargo, Jerjes volverá al puesto hasta que consiga el álbum, mientras se va creando una extraña relación de amistad entre estos dos personajes bastante desvalidos. En la página 64, el librero Fermín Vidrieras, que regenta un puesto de libros cercano al de la viuda, apuntará: “Qué pareja, la loca y el tontito”.

Los escenarios principales de la novela serían la cuesta de Moyano, donde Jerjes interactúa con los libreros señalados y también con algún otro comprador de libros; el edificio de la Telefónica de Gran Vía, donde Jerjes se relaciona con su compañero Duque, los guardias de seguridad y algún que otro empleado de la Telefónica; y la casa de Jerjes, donde este convive con su madre y el cada vez más presente novio de esta.

Todos los personajes de la novela son peculiares, y hasta cierto punto marginales. Sobre ellos el narrador posa una mirada tierna, no exenta, en más de una ocasión, de un humor socarrón.
La novela se sitúa a finales de los noventa, cuando aún se compraba con pesetas y Juan Villalonga era el presidente de la Telefónica. En más de un caso me ha parecido ver que el narrador se detenía en una visión costumbrista de Madrid; por ejemplo al describir los discursos de mendigos y músicos del metro, como si quisiera rescatar para la capital una corte de los milagros valleinclanesca (“Madrid es un carnaval”, pág. 59).

Jerjes conquista el mar se organiza en capítulos cortos, con abundantes diálogos frescos y coloquiales. Sus pequeñas tramas se van engarzando de modo sencillo y elegante. Ya dije al comenzar la entrada que esta novela se puede leer prácticamente de una sentada, y uno acompaña a sus personajes marginales y entrañables (bien perfilados mediante el empleo de certeros detalles) con una sonrisa. Jerjes conquista el mar es una primera novela, escrita por alguien que no llega a los treinta años, bastante sencilla, pero muy bien armada; una novela que parece escrita sin grandes pretensiones de trascendencia, pero con el pulso firme de un narrador que sabe estructurar bien una historia y desplazar a los personajes sobre la trama de forma ágil, mediante el uso de los diálogos y las elipsis. Jerjes conquista el mar es “un texto muy depurado, muy sencillo, muy limpio, con una anécdota aparentemente pequeña, pero con una gran carga poética”, como apunta el propio Óscar Esquivias en este vídeo en el que presenta la novela:



Como el mismo Esquivias apunta en el vídeo, su trilogía novelística formada por las obras Inquietud en el paraíso, La ciudad del Gran Rey y Viene la noche es la que más lectores (y reconocimiento, apuntaría yo) ha tenido de toda su obra. También es un destacado cuentista: dentro de poco espero comenzar sus dos libros de cuentos, que están esperándome en mi montaña de libros inleídos.

miércoles, 2 de abril de 2014

Dámaso Alonso, un poema

La semana pasada estuve leyendo algunos poemas de una hoja fotocopiada; una hoja que uno de los profesores de literatura del colegio donde trabajo había preparado para sus alumnos. Alguno de aquellos poemas no los conocía y de otros era un viejo amigo. Me volví a emocionar leyendo Insomnio de Dámaso Alonso (Madrid, 1898-1990), un poema que creo que descubrí en algún libro de texto del instituto, y fue una de esas lectura iniciáticas que me rompió la cabeza.



Me apetece hoy traer a este espacio este potentísimo poema:

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad
de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?