domingo, 13 de abril de 2014

La visita, por Jose González

Editorial Caballo de Troya. 111 páginas. 1ª edición de 2013.

La visita es la primera novela de Jose González (Monforte de Lemos, Lugo, 1981). Me la regaló en diciembre de 2013 su editor, Constantino Bértolo, junto con otros libros de Caballo de Troya, como El bosque es grande y profundo, de Manuel Darriba, y Las vacaciones de Iñigo y Laura, de Pelayo Cardelús.
Había visto La visita en la mesa de novedades de alguna librería, donde destacaba su sobria y elegante portada; pero no sabía realmente nada de ella hasta que no leí las reseñas que fueron colgadas en los blog El lector Malherido (ver AQUÍ) y Devaneos (ver AQUÍ), dos de los blogs de reseñas que sigo. En ambos espacios La visita es elogiada: “El libro está realmente muy bien” (blog El Lector Malherido), y “La visita de José González me ha gustado un montón, que su lirismo me ha calado, que su historia me ha interesado (…)” (blog Devaneos).

El narrador innominado de La visita es una persona joven (de una edad menor a la treintena, en todo caso) y su estado de ánimo no pasa precisamente por su mejor momento. La visita indaga en las conflictivas relaciones que este personaje mantiene con su familia; y los conflictos lejos de ser violentos, visibles o espectaculares, tienen que ver más bien con el paso del tiempo y la forma de entender la vida de las distintas generaciones de una misma familia. Así que en realidad los conflictos planteados aquí son universales. “La abuela se ha acabado”, es la primera frase de la novela, después de una nota previa, que nos introduce de sopetón en el tono melancólico del libro: “La vida tiene un riesgo elemental y principal que define muy bien lo que en general entendemos por muerte.”
La abuela del narrador sufre de demencia senil, y su nieto en cada visita a la casa de sus padres -lo que ocurre durante los fines de semana- se acerca al pueblo para estar con sus abuelos. Durante estas visitas trata de recordar cómo era en tiempos pasados su abuela antes de dejar de reconocer a sus familiares, y cómo era (o es) en general la relación con sus abuelos y con sus padres, quienes cada vez parecen más distantes entre sí y más cargados de reproches silenciosos. Muchos son los silencios de esta novela, silencios generados por la incomunicación.

El narrador no es amable con su propia generación, a la que considera una generación de niños mimados; pero tampoco ensalza los valores de la generación de sus padres o de sus abuelos, tan apegados a la televisión, ese ente anulador de conciencias: “Lamento todo lo que esa maldita televisión les ha hecho creer y el modo en que les ha coloreado este mundo.” (pág. 27)
“No sé cómo encontrarle sentido a la vida cuando todo apunta hacia el suelo” (página 110), parece ser la depresiva conclusión final de esta historia.

El tiempo de la novela está muy apegado al presente; como telón de fondo de esta narración familiar se encuentra la crisis económica del país: “Empezamos a hablar sobre la vida y mis proyectos y cómo están de mal las cosas y las familias y los hogares que se reúnen de nuevo en un clima de miseria, de desahucio, de castigo por haberse creído algo que no eran pero que convenía en ese momento tal grado de ingenuidad para recibir esta lección, este engaño, este absurdo impostado de obligaciones, deberes y derechos para unos cuantos y las libertades para los de siempre.” (pág. 60).

El tono de la narración es melancólico, como ya he apuntado, y eminentemente lírico. Podríamos decir incluso que La visita funciona como una suerte de diario lírico.
La visita es una primera novela y la firmeza en el uso poético del lenguaje es destacable; además, sin muchas concesiones, se atreve a hablar de un tema universal y que en muchos momentos constituye un tabú para la mayoría de nosotros: las incomodidades que surgen dentro de la familia al estar en contacto diversas generaciones. Y estos que destaco, como logros de una primera novela, no dejan de ser notables, pero creo que las expectativas provocadas en mí por las reseñas leídas en El lector Malherido y en Devaneos no han sido colmadas.

En los últimos años he leído en internet o en algún suplemento literario, que la razón de ser actual de la literatura debería ser el estilo, que tras el éxito del cine o las series  de televisión (soy también aficionado a ambas formas de entretenimiento), las historias con trama dejaban de tener importancia y los textos literarios deberían sustentarse en el estilo. Si el lector de esta reseña está de acuerdo con esta premisa, La visita podrá colmar sus deseos lectores. Pero yo no estoy de acuerdo con la premisa enunciada; por supuesto, considero que el estilo narrativo es importante, pero un novelista no debería olvidarse del poder de seducción de una trama.
En La visita el narrador no acaba de aparecer como personaje, describe a su familia con un tono melancólico, pero el lector acaba por saber muy poco de él. Los fines de semana visita a sus padres, y duerme en su casa; la tarde del sábado o el domingo, visita el pueblo donde se encuentra la casa de sus abuelos. Pero no acabamos de saber de dónde viene o qué hace. Uno de sus cortos capítulos acaba con las siguientes palabras: “Quizás soy yo el error, o todos, o ese todo con el que tanto me lleno la boca. Estoy fuera. Lejos. Despedido. Parado.” (pág. 85). Al leer este final de capítulo no estaba seguro de si el narrador había perdido el trabajo que en ningún momento nos cuenta que tiene o ese estar “despedido” o “fuera” es metafórico y con esas expresiones se refiere al lugar que piensa que ocupa en el mundo.
Hacia el final hay algún juego entre la primera persona y la tercera;  en algún momento, la primera persona del narrador es cedida a la primera persona de la abuela, y el lector acaba por no estar seguro de quién está hablando durante algunas frases.


Resumiendo, La visita me parece que está escrita con un cuidado –y destacable- tono lírico, que se atreve a acercarse a algunas de las realidades más duras de la existencia; pero considero que, para captar con mayor fuerza el interés del lector, Jose González tendrá que trabajar en el futuro con más intensidad sobre la trama de sus futuros libros.

2 comentarios:

  1. El alquimista del tedio14 de abril de 2014, 14:49

    Hola David:

    Da gusto intercambiar lecturas, y saber que las opiniones/comentarios/críticas/reseñas de unos, hacen de acicate para que otros lectores empedernidos, lean esos libros comentados.
    Al final creo que todos nos dejamos inflluenciar por aquellos con los que compartimos gustos, en la literatura también. Por ejemplo tras leer tu escrito sobre Rodrigo Rey Sosa, tengo muchas ganas de leer Imitación de Guatamela, porque estoy con La parte inventada de Rodrigo Fresán voy por la página 110 y no sé si seguir o proseguir con El que tiene sed de Abelardo Castillo.
    Felices Fiestas.

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    1. Hola Alquimista:
      El volumen de Alfaguara con las 4 novelas de Rey Rosa es muy recomendable. Es uno de mis autores hispanoamericanos actuales favoritos, y lo único malo de sus libros es que se acaban demasiado pronto. 4 juntos es una gran idea.

      Acabé el de Fresán hace poco y la verdad es que no ha acabado de conquistarme: demasiada digresión, falta cuerpo novelístico para tanta página. Pero no seré yo quien te diga que pases a otra cosa.

      El de Castillo no lo conocía, busco información.

      Felices fiestas para ti.
      Saludos

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