miércoles, 30 de abril de 2014

Mario Benedetti, unos poemas

De Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 – Montevideo, 2009), como tantos otros, yo fui fan a los veinte años. Guardo un gran recuerdo de su novela La tregua (de hecho, la leí de la biblioteca, pero tengo un ejemplar nuevo firmado por él en casa, de la Feria del Libro de Madrid del 2000), Disfruté también de novelas como Gracias por el fuego, La borra del café o Andamios. Tengo también un buen recuerdo de la novela corta La vecina orilla. Leí, asimismo, el libro de cuentos Buzón de tiempo. Leí también más de la mitad del Inventario Uno de poesía. Y creo que todas estas lecturas las hice entre los veinte y los veintiséis años. Benedetti era un escritor que sin parecerme genial, me gustaba leer; me caía bien, en realidad, después de la emoción primera que me produjo la lectura de La tregua.

Pero con él me ocurrió algo que suele pasar cuando te vas convirtiendo en un lector más veterano: después de unos años sin haber leído nada suyo, me acerqué a la recopilación de relatos La sirena viuda, y se me cayó de las manos. La decepción fue tremenda; el encanto que yo achacaba a sus historias de repente se había transformado en cañamazo poco sutil, en una división torpe, pero entusiasta, del mundo en buenos buenísimos y en malos malísimos.

Me gustaría volver a leer La tregua, pero me da miedo que ahora ya no se sostenga para mí.

Siempre he pensado, sin embargo, que los artistas como Benedetti son necesarios; son esos escritores que hay que dejar atrás, pero que van marcando el camino –desde los clásicos juveniles- hacia la gran literatura. Con el tiempo, sin embargo, sigo conservando el cariño que le tengo y aprecio cada vez más su poesía. Sigo recordando y me sigue emocionando, como el primer día, el libro Poemas de la oficina. Toda la tristeza del oficinista que soñó con ser artista está ahí, permanece intacta; porque Benedetti sabe perfectamente de qué está hablando en este poemario. Volví mucho a este libro en mis tiempos de auditor de cuentas, cuando soñaba con cerrar el portátil (o la tarde) pero una última llamada me retenía en la prisión de la oficina.

El primer poema de mi poemario El bar de Lee se abre con una cita de Poemas de la oficina: “Montevideo era verde en mi infancia / absolutamente verde y con tranvías / (…) era tan diferente, era verde” (El poema Dactilógrafo es uno de mis favoritos de todos los tiempos).
Y en mi primera novela publicada, Acantilados de Howth, el protagonista le regala a la acosada laboral de su oficina, el día en que va a dejar de acudir al trabajo por despido, un libro, que no es otro que Poemas de la oficina; cuya presencia en mi novela tiene una fuerte carga simbólica.



Dejo aquí unos cuantos de estos Poemas de la oficina. Se los dedico a todos aquellos, que como yo, han tenido que ir –después de cumplir con la semana de lunes a viernes- a trabajar en sábado y domingo a la oficina triste; y durante sus horas de balances y datos soñaron con otra cosa.

EL NUEVO
Viene contento
el nuevo
la sonrisa juntándole los labios
el lápizfaber virgen y agresivo
el duro traje azul
de los domingos

Decente
un muchachito.
Cada vez que se sienta
piensa en las rodilleras
murmura sí señor
se olvida
de sí mismo.
Agacha la cabeza
escribe sin borrones
escribe escribe
hasta
las siete menos cinco.
Sólo entonces
suspira
y es un lindo suspiro
de modorra feliz
de cansancio tranquilo.

Claro
uno ya lo sabe
se agacha demasiado
dentro de veinte años
quizá
de veinticinco
no podrá enderezarse
ni será
el mismo
tendrá unos pantalones
mugrientos y cilíndricos
y un dolor en la espalda
siempre en su sitio.
No dirá
sí señor
dirá viejo podrido
rezará palabrotas
despacito
y dos veces al año
pensará
convencido
sin creer su nostalgia
ni culpar al destino
que todo
todo ha sido
demasiado
sencillo.

KINDERGARTEN
Vino el patrón y nos dejó su niño
casi tres horas nos dejó su niño,
indefenso, sonriente, millonario,
un angelito gordo y sin palabras.

Lo sentamos allí, frente a la máquina
y él se puso a romper su patrimonio.
Cómo un experto desgarró la cinta
y le gustaron efes y paréntesis.

Nosotros, satisfechos como tías,
lo dejamos hacer. Después de todo,
sólo dice «papá». El año que viene
dirá estádespedido y noseaidiota.

DACTILÓGRAFO
Montevideo quince de noviembre
de mil novecientos cincuenta y cinco
Montevideo era verde en mi infancia
absolutamente verde y con tranvías
muy señor nuestro por la presente
yo tuve un libro del que podía leer
veinticinco centímetros por noche
y después del libro la noche se espesaba
y yo quería pensar en cómo sería eso
de no ser de caer como piedra en un pozo
comunicamos a usted que en esta fecha
hemos efectuado por su cuenta
quién era ah sí mi madre se acercaba
y prendía la luz y no te asustes
y después la apagaba antes que no durmiera
el pago de trescientos doce pesos
a la firma Menéndez & Solari
y sólo veía sombras como caballos
y elefantes y monstruos casi hombres
y sin embargo aquello era mejor
que pensarme sin la savia del miedo
desaparecido como se acostumbra
en un todo de acuerdo con sus órdenes
de fecha siete del corriente
eran tan diferente era verde
absolutamente verde y con tranvías
y qué optimismo tener la ventanilla
sentirse dueño de la calle que baja
lugar con los números de las puertas cerradas
y apostar consigo mismo en términos severos
rogámosle acusar recibo lo antes posible
si terminaba en cuatro o trece o diecisiete
era que iba a reír o a perder o a morirme
de esta comunicación a fin de que podamos
y hacerme tan sólo una trampa por cuadra
registrarlo en su cuenta corriente
absolutamente verde y con tranvías
y el Prado con caminos de hojas secas
y el olor a eucaliptus y a temprano
saludamos a usted atentamente
y desde allí los años y quién sabe.

DESPUÉS
El cielo de veras que no es éste de ahora
el cielo de cuando me jubile
durará todo el día
todo el día caerá
como lluvia de sol sobre mi calva.

Yo estaré un poco sordo para escuchar los árboles
pero de todos modos recordaré que existen
tal vez un poco viejo para andar en la arena
pero el mar todavía me pondrá melancólico
estaré sin memoria y sin dinero
con el tiempo en mis brazos como un recién nacido
y llorará conmigo y lloraré con él
estaré solitario como una ostra
pero podré hablar de mis fieles amigos
que como siempre contarán desde Europa
sus cada vez más tímidos contrabandos y becas.

Claro estaré en la orilla del mundo contemplando
desfiles para niños y pensionistas
aviones
eclipses
y regatas
y me pondré sombrero para mirar la luna
nadie pedirá informes ni balances ni cifras
y sólo tendré horario para morirme
pero el cielo de veras que no es éste de ahora
ese cielo de cuando me jubile
habrá llegado demasiado tarde.

ELEGÍA EXTRA
Hoy
un domingo
como cualquier otro
uno de esos
que Dios ha reservado
para el mate
la radio despacito
para el amor
repetido en los parques
para el descanso
el vino
y el Estadio
para la dulce farra
de la siesta
precisamente hoy
un domingo cualquiera
debo abrir puertas
de silencio horrible
debo juntarme
con mi aburrimiento
debo enfrentar mi mesa
empecinada
asquerosa de tinta
y de papeles.
El sol allí cerquita
sucio domingo
pienso
yo a veces di consejos
claros como setiembre
yo me hice mala sangre
hasta la madrugada
¿y ahora qué?
ahora
espesos y rituales
Gardel y un alboroto
bajan del sexto piso
el sol va recorriendo
tranquilamente
el muro
y yo como un intruso
yo como una pieza
dislocada
yo frente al miedo
de la Ciudad Vieja
más allá del fervor
y el pesimismo
porque a mis dedos
ya
nadie los mueve
y quedan más planillas
más planillas
más inmundas planillas
todas
con siete copias.

6 comentarios:

  1. ¡Qué grande Benedetti! Uno de mis poetas favoritos. Gracias por traerlo por aquí.
    Besotes!!!

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    1. Hola Margari:

      Yo diría que con el tiempo el Benedetti poeta se sostiene mejor que el Benedetti narrador.

      besos

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  2. A mí me pasa igual, David. No me atrevo a abrir ninguno de sus libros por temor a que me decepcionen. Aunque, si lo pienso, no son sus novelas y cuentos los que han cambiado; lo hemos hecho nosotros, jeje.

    Su poesía la llevo algo mejor. "Poemas de la oficina" me sigue gustando mucho. No sólo los poemas que has dejado en tu blog, también otros como "Amor, de tarde" (que sí, que es un poquillo cursi, pero...). Y lo mismo digo de otros libros de poemas. Por ejemplo, "Cotidianas" (especialmente en esa edición antigua de Siglo Veintiuno, que para mí tiene una de las portadas más bonitas que jamás he visto en un poemario).

    Un saludo.

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    1. Hola Juan:

      Yo creo (o quiero creer) que "La tregua" se seguiría sosteniendo si la leyera ahora.

      "Amor, de tarde" lo releí ayer cuando colgué aquí los poemas que he colgado. Sí, me gusta a mí también, pero no podía poner todo el poemario.

      El de "Cotiadinas" no lo he leído. De su poesía leí más de 300 páginas del Inventario Uno. Y no descarto retomarla. Muchos poemas sí que me gustaban.

      Quizás deberíamos hacer una lista con esos libros o autores que leímos de jóvenes y que ahora nos avergüenza un poco confesar que leímos y que nos gustaron tanto. Aunque yo de Benedetti tengo un buen recuerdo, como digo en la entrada le guardo un gran cariño.

      Saludos

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    2. Tienes razón, La Tregua no debería decepcionarte. Yo leo más narrativa que poesía (en realidad soy un nulo lector de poesía) y La Tregua me sigue conmoviendo cada vez que oigo o hablo de ella.

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    3. Hola Adrián:

      Yo también imagino que La tregua me gustaría si la leyera ahora. Sé, por experiencia, que cuando de mayor he vuelto a leer a algún autor que me gustó de joven me ha vuelto a gustar, y no creo que este de Benedetti sea una excepción.

      Saludos

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