domingo, 21 de julio de 2024

Navarra-Madrid, de Eduardo Laporte

 


Navarra-Madrid, de Eduardo Laporte

Editorial Sílex. 361 páginas. 1ª edición de 2024.

 

Ya he comentado alguna vez que Eduardo Laporte (Pamplona, 1979), navarro residente en Madrid, es amigo mío. De él he leído la novela de no ficción La tabla (Demipage, 2015) y los libros de diarios titulados Diarios 2015-2016 (Pamiela, 2017) y Tiempo ordinario (Papelesmínimos, 2021). Este último libro se lo presenté yo en Madrid. Si no recuerdo mal, nos conocimos en persona, pro primera vez, en un encuentro de blogs literarios, que tuvo lugar en 2012.

 

Laporte estudió periodismo y esta es su profesión. Navarra-Madrid recopila artículos aparecidos en el periódico navarra.com entre 2016 y 2021. Laporte ha hecho una selección de los cientos de artículos que publicó en ese periódico, con temática navarra, y los ha ordenado, procurando que tengan de esta forma sentido narrativo. Son artículos –nos cuenta en su introducción– escritos en Madrid mirando a Pamplona.

 

La primera sección del libro se titula Navarra-Madrid, y el primer artículo nos habla de una visita que el autor hace a la clínica pamplonica donde nació, en ruinas en ese momento. Es un texto significativo, ya que esta primera parte nos hablará de la dicotomía entre «ser» de un lugar, pero «vivir» en otro. Este primer texto parece querer decirnos que, en realidad, nunca se puede volver al lugar al que uno cree pertenecer, independientemente de que se siga viviendo allí o no, ya que todo cambia con el tiempo. El autor llegó a Madrid en 2004, hace ya veinte años, después de haber vivido hasta sus veinticinco en Pamplona. También nos hablará de la casa familiar, en un edificio diseñado por el arquitecto Víctor Eura, al que llamaban «el Gaudí navarro». Más de uno de los artículos de este primer bloque hablaran del concepto de «cuadrilla», palabra con la que se conoce en el norte de España a los grupos de amigos. Por un lado, está la idea de pertenencia a un lugar, al pertenecer a esa cuadrilla de amigos, pero también la tensión de pasar el tiempo con gente con la que en realidad no se tiene demasiado en común. En Madrid, Laporte parece haber hecho esos amigos que sí guardan más relación con sus inquietudes. En más de una ocasión, Laporte a citar textos de su admirado Pío Baroja, quien al parecer también estaba en contra de las cuadrillas.

 

Como también he podido observar en los otros libros que he leído de él, a Laporte le gusta mezclar registros orales del lenguaje con otros usos que resultan más anticuados. Por ejemplo, usa términos como «ni de coña», con otras expresiones como «viandas y caldos de postín». Aunque sé que esta mezcla es un rasgo de estilo, en algunas ocasiones me ha resultado pertinente y en otras me saca un poco del texto. También es dado Laporte a la creación de diminutivos y derivaciones de palabras chocantes, como «tibiorra» de «tibia», o «chupinacil» de «cupinazo»- Asimismo, también emplea algunas palabras que se pusieron de moda en otros artículos, en la época en la que él escribía los suyos, como «cipotudo» por «prosa que trata de ser muy masculina», debida a Íñigo Lomana. En este contraste entre lo coloquial y lo antiguo suele moverse a gusto Laporte en sus creaciones. Lo nuevo y lo viejo son concepto que se van alternando constantemente en este conjunto de artículos. «Baroja fue un hater», llegará a afirmar en su juego de contrastes, gustando también Laporte, de un modo ligeramente irónico, de los anglicismos de moda.

 

Lógicamente los artículos periodísticos tienen una limitación de palabras o de caracteres muy clara. Lo que hace que los textos tengan una longitud muy similar; aunque también es cierto que existen aquí varios formatos. Me llama la atención que Laporte escribe algunos artículos encadenados, para vencer la limitación espacial del periódico, y, de este modo, algunos de los artículos tienen sentidos si el lector conoce el anterior, al que se hace referencia y se da continuidad en el nuevo texto. Imagino que esto es un riesgo para un articulista, puesto que nadie le garantiza que su lector le tenga absoluta fidelidad y le siga todos los días, pero bajo esta premisa parece escribirlos Laporte. Aunque también es cierto que este riesgo es menor ahora, que los periódicos son digitales, y las entregas anteriores están a disposición del lector.

 

Otra de las secciones del libro de llama Hiperlocalismos, y en ella Laporte ha reunido artículos que hablan de comercios de Pamplona que ya no existen, de sus sensaciones sobre una tómbola que se instalaba debajo de su casa cada año, etc. En realidad, esta parte posiblemente es la más emocionante del libro, ya que está escrita con gran aliento poético. Aunque Laporte de un modo irónico trata de quitar importancia a sus propios textos, con esa exageración de «hiperlocalismos», que también contiene un contraste entre lo grande y lo pequeño, estos escritos apelan a la conciencia colectiva del lector, puesto que todos nosotros podemos recordar un comercio de nuestra infancia que ya no existe, o una clase del colegio que, lógicamente, nunca más va a volver.

También, algo de lo que ya se hablaba al escribir sobre la idea de cuadrilla, Laporte remarcará su capacidad para no casarse con nadie; puesto que Pamplona ha sido un lugar de grandes contrastes políticos, entre nacionalistas vascos y españoles, por ejemplo, que se transformaban en hábitos de vestir, de relacionarse o de vivir con el propio folclore local. En este sentido, Laporte, emulando las ideas de Manuel Chaves Nogales sobre la guerra civil, reivindica una tercera Pamplona, alejada de la polarización política. En este sentido, Laporte da cuenta de la pena que le causó que desapareciera la sofisticación europea del llamado Café Vienés, para que el espacio se transformara en una taberna, más acorde con el gusto del nacionalismo vasco.

 

Los artículos no están ordenados cronológicamente, sino de forma temática, y por eso, resultan significativos, a nivel histórico, aquellos que hablan de la pandemia y el confinamiento. Primero se habla desde la incredulidad de que fuera a ocurrir todo lo que acabo ocurriendo y de que una fiesta tan popular y tan significativa para Pamplona como la de San Fermín pudiera suspenderse en su edición de 2020, como, luego se ve, así acabó ocurriendo.

 

Las partes que menos me han gustado del libro son aquellas en las que Laporte comenta algún libro que ha leído sobre la historia de Navarra, y nos resume información sobre sus reyes o reinas. Estos artículos le resultaran más ajenos al lector no interesado por esa parte de la historia local, que aquellos en los que el propio Laporte habla de su pasado o de sus recuerdos, páginas que nos acercan más al placer de la pura narrativa; páginas más cercanas a los objetivos de la literatura, en definitiva. Hay otras partes políticas que resultan más emocionantes, como cuando se evoca el asesinato de Gregorio Ordóñez.

 

Hacia el final del libro se habla también de la figura colosal de Ernest Hemingway y la publicidad que la obra del autor norteamericano y su presencia en la ciudad ha significado para Pamplona, y se recogen también unas crónicas que hizo Laporte sobre los encierros en las fiestas de San Isidro de 2017 y 2018, que se llaman Encierros a vuelapluma. En estos artículos, Laporte habla de la historia de la carrera, así como de su sociología. Aunque yo no soy aficionado a los toros o la tradición de los encierros, son páginas que han conseguido interesarme.

En principio, el tema central de este libro es Navarra, pero la recopilación de artículos acaba siendo una suerte de análisis sobre la identidad, la nostalgia, los lugares que ya no existen, los que nunca existieron… y acaba reflejando, de un modo muchas veces poético, una experiencia universal que nos interpela a todos. Esta lectura no ha sido una experiencia muy diferente que la de leer los diarios de Laporte, que ya apunté en su momento que me gustaron.

domingo, 30 de junio de 2024

domingo, 23 de junio de 2024

Los perros hambrientos, de Ciro Alegría

 


Los perros hambrientos, de Ciro Alegría

Editorial Alianza. 153 páginas. Primera edición de 1939; ésta es de 1982

 

En el verano de 2022 estuve en la pequeña feria del libro de Guadarrama y en una de sus dos casetas encontré tres libros de Ciro Alegría (Sartimbamba, Perú, 1909 – Lima, 1967), que eran Los perros románticos (1936), La serpiente de oro (1935) y Relatos; los tres publicados por la editorial Alianza en la década de 1980. Si no recuerdo mal, su precio era de dos o tres euros cada uno. No tenían su novela más famosa, El mundo es ancho y ajeno (1941), pero acabé comprando esos tres libros que cito.

Estaba releyendo los Relatos autobiográficos del austriaco Thomas Bernhard, que me fascinaron hace ya más de veinte años, y al acabar el segundo (El sótano), decidí hacer un alto para leer Los perros hambrientos. Además, acabé El sótano un jueves y empezaría con Los perros hambrientos en viernes, que siempre es una sensación que me agrada.

 

Los perros hambrientos se abre con una imagen idílica: La Antuca, una joven pastora de doce años, está en una montaña de la cordillera del norte de Perú con su rebaño de ovejas. Le ayudan en su trabajo los perros de la familia. De hecho, la presencia que los perros van a tener en la novela queda remarcada desde el primer momento. Así empieza el primer capítulo: «Guau…, guau…, guauuúu…  El ladrido monótono y largo, agudo hasta ser taladrante, triste como un lamento, azotaba el vellón albo de las ovejas, conduciendo la manada.». La Antuca habla con los perros y pronto aparecerá en su camino Pancho, otro jovencísimo pastor, que –según nos insinúa el narrador– es muy posible que acabe siendo, en el futuro, la pareja de la pastora.

En este primer capítulo hay ya más de un elemento a destacar sobre la composición de esta obra: desde la primera página se hace hincapié en la importancia compositiva de mostrar al lector el mundo indígena del Perú. En este sentido, sabremos que la Antuca cuenta las ovejas de su rebaño por pares («Todavía, para simplificar aún más el asunto, iban en su auxilio los pares, enraizados en la contabilidad indígena, con las fuertes raíces de la costumbre)». El narrador muestra también su conocimiento sobre el vocabulario rural del norte de Perú (por ejemplo: el verbo «macollar», que significa «brotar las flores de una planta»), así como de las costumbres de sus gentes, y cuando hablan los personajes refleja sus giros lingüísticos, aunque estos se alejen del español normativo, y a veces cueste seguirlo, por los persistentes errores del habla oral. También se muestran las canciones populares que cantan los personajes.

Los perros hambrientos se inscribe dentro de la corriente literaria del indigenismo, mediante la cual los autores querían (esta corriente surge en Latinoamérica en la década de 1920) mostrar las vidas de los indios y mestizos de diversos países latinoamericanos, con un gran conocimiento de sus costumbres y tradiciones, que ahondan sus raíces en las civilizaciones precolombinas del continente americano. Los máximos representantes de esta corriente serían escritores como José María Arguedas (Los ríos profundos), Jorge Icaza (Huasipungo), Alcides Arguedas (Raza de bronce) y el mismo Ciro Alegría, con novelas como El mundo es ancho y ajeno, o ésta de Los perros hambrientos.

 

El segundo capítulo se titula Historias de perros, y el narrador retrocede en el tiempo narrativo del relato para contarnos como los perros pastores llegaron a la familia Robles, a la que pertenece la Antuca, hija de Simón Robles y la Juana, y cuyos hermanos son Timoteo y Vicenta. Diría que en la importancia que Ciro Alegría da a la presencia de los perros en el relato, que en más de un caso llegan a ser protagonistas de lo narrado, podemos ver una influencia del escritor norteamericano Jack London, que también hace protagonistas de sus narraciones a los perros en novelas como La llamada de lo salvaje (1903) y Colmillo blanco (1906).

 

Durante al menos un tercio de la novela, el lector se acercará a una narración costumbrista, en la que aparecen personajes, tanto humanos como animales, en diversos momentos del tiempo, sin que quede muy claro cuál es el núcleo central del relato ni el conflicto narrativo. A algunos personajes –como, por ejemplo, a Simón Robles– les gusta contar historias, que se incorporarán a la novela como si fuesen pequeños relatos. En unos pocos capítulos, el cambio de dueños de un perro, mediante el robo de unos maleantes, constituirá lo que acabará siendo una pequeña subtrama de la novela. En otro capítulo, se nos contará cómo la policía rastrea las zonas rurales buscando a hombres jóvenes que aún no hayan cumplido con su servicio militar; hombres que serán arrancados de sus hogares, aunque sean los que consigan el sustento de la familia.

Otra de las intenciones de la novela indigenista –como vemos en la última subtrama mostrada– es la de denunciar las malas condiciones de vida de los indios americanos, y, en muchos casos, su situación de abandono.

 

En el segundo tercio del libro arrancará el que va a ser el suceso desencadenante de los dramas que se van a narrar: la región sobre la que Alegría nos narra va a sufrir una sequía que persistirá durante dos años, haciendo que cambien las condiciones de vida entre los habitantes de la zona y también su relación con los animales. Las personas no tendrán casi comida para ellas y será difícil compartir su escasez de alimentos con los perros, que, fuera de la protección de los humanos, tendrán que volver a sus costumbres ancestrales y, de este modo, en vez de proteger a las ovejas de los pumas y los zorros, pueden acabar convirtiéndose ellos mismos en depredadores de ovejas, lo que les hará sufrir el rechazo y la persecución de los humanos, que antes los trataban como si fueran miembros de la familia. También las relaciones entre los humanos van a cambiar: los más pobres de la cordillera van a ser los que peor lo van a pasar y tratarán de pedir protección a Cipriano Ramírez, el cacique local, el dueño de la tierra que los indios y los cholos cultivan. En este sentido, quizás la novela peca de cierto maniqueísmo, ya que el cacique, perteneciente a la clase alta de Perú y blanco de piel, mostrará sus miserias, frente a los pobres, indios y cholos, que se comportarán de un modo mucho más noble y solidario entre ellos.

 

Como ya dije, el lenguaje de Los perros hambrientos trata de reflejar el propio de la gente que vive en la Cordillera de Perú, y el vocabulario propio de un entorno rural. En este sentido, es un lenguaje poético, aunque, en alguna ocasión (muy pocas en realidad) cae en algún exceso romántico, como ocurre en la página 14, cuando se describe a la luna: «Ladran a la luna. Ella, la muy pingüe y alba, amada de poetas y damas románticas, hace ante los perros el papel de puma o zorro hambriento.»

La novela contiene también más de una escena notable y emocionante, sobre todo aquellas en la que se muestra el trato cruel en que, a veces, caen las personas con los animales.

En definitiva, he leído Los perros hambrientos, pese a los defectos comentados (como la falta de tensión narrativa de su primer tercio y la dispersión temática) con interés, disfrutando de algunas de sus bellas y emotivas escenas y del vocabulario serrano peruano. Se me ha abierto el apetito para seguir leyendo alguna obra más de indigenismo latinoamericano

 

 

domingo, 16 de junio de 2024

Cartas II, Diario de sueños, de H. P. Lovecraft


Cartas II, Diario de sueños
, de H. P. Lovecraft

Editorial Aristas Martínez. 252 páginas. 1ª edición de 2024.

Traducción y edición de Javier Calvo

 

El año pasado, en 2023, leí Cartas I, Escribir contra los hombres, de H. P. Lovecraft (Providence, 1890-1937), que publicó la editorial Aristas Martínez. Al principio, la editorial anunció que iba a sacar dos libros con su selección de las cartas de Lovecraft, pero al final van a ser tres. En el mundo anglosajón existe una edición completa en 23 volúmenes de estas cartas, de las que se conservan unas 10.000, aunque se supone que Lovecraft escribió unas 75.000. Como decía el editor y traductor Javier Calvo, en el prólogo de Cartas I: el 99% de lo que escribió Lovecraft fueron cartas, ya que su obra artística es relativamente breve, con solo 52 relatos o novelas cortas.

En el prólogo de Cartas II, Javier Calvo nos dice que este nuevo volumen de cartas es un spin-off del volumen anterior, Escribir contra los hombres. Es decir, la idea original de edición era que este conjunto de sueños de Lovecraft, contados en cartas a sus amigos, fuese incluido en Cartas I. Al final, la editorial Aristas Martínez y Calvo decidieron que lo mejor sería publicar este Diario de sueños como volumen independiente.

De entrada debería decir que la edición del Diario de sueños es muy bonita. Como en Cartas I, en Cartas II también hay ilustraciones con portadas de revistas de los años 1920 o 1930, en las que Lovecraft publicaba sus relatos, y aquí, en Cartas II, hay también alguna ilustración que cita Lovecraft y que le había obsesionado, como un grabado de Gustave Doré para ilustrar El paraíso perdido de John Milton. Pero ahora, Cartas II, además está editado con dos colores, el negro habitual y otra tinta roja, lo que enriquece las ilustraciones.

 

En total, Lovecraft narró en cartas a sus amigos veintidós sueños. Calvo nos contará que a veces Lovecraft narraba el mismo sueño a diferentes interlocutores y, en estos casos, ha seleccionado la versión más larga y enriquecedora. También, si en las cartas contaba aspectos diferentes del mismo sueño, ha fusionado las versiones.

Calvo, después de traducir cada sueño, lo comentará y rastreará en la obra de Lovecraft para mostrarle al lector cómo alguno de los sueños que ha leído se han incorporado a la obra del autor. En la página 17 leemos: «Lovecraft duda mucho a la hora de dar validez a sus sueños como material narrativo. Sigue usándolos como motor inicial de sus argumentos, pero solo los integra en forma de detalles o imágenes aisladas dentro de una trama provista de muchos estratos.»

Calvo comenta que los sueños que describe Lovecraft se parecen a la forma de escribir sus relatos: el narrador de sus los cuentos suele ser un testigo impotente.

Algo que me ha llamado la atención del prólogo de Calvo es un trapo sucio que le saca a August Derleth, uno de los amigos escritores de Lovecraft, del que cuenta que escribió dieciséis relatos a los que puso la etiqueta de «colaboraciones póstumas» con Lovecraft. En ellos, lo que hizo Derleth fue saquear el Cuaderno de ideas de Lovecraft, tomando de ahí argumentos y escribiendo los cuentos imitando el estilo de Lovecraft. Otro de sus amigos Frank Belknap Long tomó la narración de un sueño de Lovecraft de una carta que le había enviado y la metió en uno de sus relatos, no sé si con su consentimiento o sin él.

 

Cada sueño tiene un título, y Calvo juega con la idea de que este Diario de sueños podría ser leído como un nuevo libro de relatos de Lovecraft, porque están contados con sentido narrativo.

Es llamativo el primero sueño que se describe aquí, el titulado Descarnados de la noche. Lovecraft rememora unas pesadillas que tenía de niño, entre los tres y los ocho años, unas monstruosas criaturas le agarraban del vientre y le llevaban por el aire. Desde ahí, el podía ver la cúspide de montañas. En algún momento, le dejaban caer y él se despertaba antes de chocar contra el suelo. Luego trataba de hacer esfuerzos por no dormirse de nuevo y recibir otra vez la visita de los «descarnados de la noche». El propio Lovecraft, en sus cartas, trata de dar una explicación a sus sueños; en este caso, piensa que se debían a problemas digestivos que sufría y a la impresión que le causaron los grabados de Doré para el libro El paraíso perdido de Milton (una de estos grabados está reproducido en el libro). Calvo nos va a comentar que estos «descarnados de la noche» van a aparecer, con este nombre, en la novela corta La búsqueda en sueños de la ignota Kadath y también en un soneto de Hongos de Yuggoth.

 

En otro sueño narra cómo sobrevuela sobre una extraña ciudad deshabitada, algo que me ha recordado a esas ciudades que evoca en relatos como Las montañas de la locura.

 

El tercer sueño es bastante narrativo y se parece bastante a un cuento. Incluso Lovecraft introduce diálogos entre los personajes. Se titula Loveman está muerto y en él se cuenta como este amigo suyo, que era escritor, desciende por el hueco abierto en una tumba de un cementerio, acompañado por Lovecraft, que se queda arriba, ayudándole y comunicándose con él a través de una especie de teléfono. En el momento de más horror del cuento, Lovecraft se desmayará, como ocurre con muchos de los narradores de sus cuentos.

 

En el cuarto sueño, Los brazos del doctor Chester tengo la sensación de que Lovecraft lo está recreando en forma de relato, porque los detalles sobre lo contado me parecen excesivos para provenir de un sueño. Calvo va a opinar lo mismo. Sueña que es un médico y visita a un colega con una extraña enfermedad.

 

En la página 75, Lovecraft escribe: «Mis sueños son igual de nítidos que en mi juventud, aunque no más.»

En un cuento vende un bajorrelieve extraño a un museo. Esta idea del bajorrelieve aparece en el cuento La llamada de Cthulhu.

 

El sueño más largo es el titulado El sueño romano. Parece un cuento y en él Lovecraft se ha transformado en un romano que ha de luchar en una campaña contra los salvajes de una ciudad llamada Pompelo, que sería la actual Pamplona. En el relato se insinúa la presencia de elementos fantásticos. Este sueño sí que se planteó meterlo en un relato que no acabó de cuajar. He tenido la sensación, de nuevo, de que Lovecraft añade elementos al narrar el sueño para darle más forma. Aunque yo de niño sí que soñaba historias que se podían contar de un modo narrativo, me ha llamado la atención que él pueda seguir teniendo esos sueños y que los pueda recordar con esa claridad en la vigilia.

El sueño del romano me ha hecho pensar en esa fantasía de Philip K. Dick, según la cuál él no era un californiano de la década de 1970, sino un romano del año 70. Y aquí se unirían mis dos ídolos de la adolescencia.

 

 

En otro sueño viaja en tranvía y el conductor acaba teniendo una cara de tentáculo.

Es interesante la reflexión sobre que en los sueños Lovecraft suele verse como un niño y le retrotraen al mundo de la infancia.

 

El sueño La buhardilla del clérigo pasó a ser su relato El clérigo malvado. Lovecraft envió una versión del sueño a su amigo Austin Duyer y este lo copió y se lo mandó a la revista Weird Tales, donde se publicó en abril de 1939 con el título de El clérigo malvado. La carta original se ha perdido y el texto que se reimprime como «sueño» es el relato de la revista.

 

El último cuento que narrará Lovecraft se titula La aldea de los gatos negros y es de 1936; en él se habla de un pueblo de casa humanas, que parece habitado solo por gatos. Sirve de puente para la ultima sección del libro. Javier Calvo ha decidido finalizar y completar su edición de Diario de sueños con una sección titulada Las fabulosas aventuras de la Fraternidad Kappa Alpha Tau donde Lovecraft habla de los gatos que rondan su vecindario, durante sus últimos años, a sus amigos. En 1933, nos cuenta Calvo, Lovecraft y su tía Annie se vieron obligados a mudarse una vez más por razones económicas. La habitación de Lovecraft va a dar a un patio, donde ser reúnen los gatos del vecindario sobre un tejado que queda enfrente de su ventana. Lovecraft se entretendrá en poner nombres a todos y a familiarizarse con ellos, de tal modo, que acabarán entrando en su habitación y él jugará con ellos en vez de escribir. Escribe Calvo: «También un testimonio de que Lovecraft siempre fue un niño grande, atrapado en un aislamiento vital no del todo elegido y terriblemente necesitado de afecto.» Las cartas sobre los gatos que, como señala Calvo, debían de desconcertar a sus interlocutores (quienes a su vez le hablaban de sus mascotas gatunas), están llenas de humor y muestran a un Lovecraft sensible, que lo pasa mal cada vez que sus amigos gatos mueren, o las familias a las que pertenecen cambian de domicilio. Al leer estas páginas alegres me he acordado de la amargura de las últimas cartas de Lovecraft en Escribir contra los hombres cuando dejaba constancia de su fracaso artístico, que son de la misma época. Sabiendo esto, sus relatos sobre los gatos del vecindario resultan más entrañables y ha sido una bonita forma de acabar este libro.

 

Considero que Cartas I, Escribir contra los hombres es más interesante que Cartas II, Diario de sueños. En cualquier caso, este segundo volumen seguirá gustando a todos los seguidores, como yo mismo, del gran autor de Providence.

 



domingo, 2 de junio de 2024

Soberbia, de Recaredo Veredas

 


Soberbia, de Recaredo Veredas

Editorial De Conatus. 186 páginas. 1ª edición de 2024.

 

 

En 2022 leí Amores torcidos (editorial Tres hermanas, 2022) de Recaredo Veredas (Madrid, 1970), que es amigo con el que quedo de vez en cuando. Ya conté que Amores torcidos me sorprendió gratamente, y su narración sobre los abusos que sufría un adolescente en un colegio privado del Madrid, en la década de 1980, me pusieron los pelos de punta. En 2024, Recaredo ha publicado una nueva novela, titulada Soberbia, en la editorial De Conatus, que cobró popularidad cuando en octubre de 2023 se anunció el Premio Nobel de Literatura para el noruego Jon Fosse y era De Conatus la editorial que había apostado por él en España.

 

Estuve en la presentación de Soberbia en Madrid, que tuvo lugar en la librería Antonio Machado de la plaza de las Salesas, y fue la escritora Elvira Navarro la que acompañó a Recaredo. Una frase de la presentación de Elvira Navarro me llamó la atención, y estuve pensando en ella mientras leía la novela: Veredas escribe su novela como si estuviera contando la información de forma resumida. Soberbia es una novela relativamente corta (de unas 170 páginas, si descontamos las de cortesía iniciales), y el arco temporal de la narración abarca más de treinta años. El personaje principal de la novela es Sebastián López de Lucena, al que conoceremos recién ingresado en la facultad de Medicina de la Complutense de Madrid, durante la etapa final del franquismo.

«Sebastián y su familia viven en un barrio próximo a la Castellana madrileña, un pequeño París con calles anchas y arboladas, con edificios que nacieron como mansiones y terminaron como pisos, donde la élite de la ciudad duerme y muere y adonde todo arribista aspira a llegar. Ocupan un lugar intermedio en la comedia, situado entre las grandes fortunas y los profesionales meritorios.», leemos en la página 18. Soberbia es una novela muy madrileña, que retrata en sus páginas a los vecinos del barrio de Salamanca, desde una perspectiva crítica, no exenta de sarcasmo. El propio apellido de la familia, «López de Lucena», con su ennoblecedora «de», es de dudoso origen, y solo remontándose al abuelo andaluz de Sebastián, enriquecido con el contrabando, se pueden encontrar ya dos ramas de la familia: la de los López y la de los Lucena.

El padre de Sebastián es médico y esta será también la vocación del hijo, que destaca en la universidad y pronto se especializará en el tratamiento del pulmón, leyendo revistas extranjeras y poseyendo unos conocimientos en el tema superiores a los de la España de la época. Sebastián, alentando por su padre, pronto empezará a soñar con recibir el Premio Nobel de Medicina, tras convertirse en el primer médico del mundo capaz de realizar una prótesis de pulmón válida. El régimen franquista, ávido de reconocimiento internacional, apoyará al joven Sebastián como posible niño prodigio de la medicina moderna.

 

La mirada de Veredas sobre sus personajes –y sobre Sebastián en particular– es casi siempre cruel. Cuando el lector puede sentir un mínimo de empatía por Sebastián, Veredas se encargará de recordarle, de forma insistente, que se trata de una mala persona, pagado de sí mismo e imposibilitado para amar a alguien que no sea él mismo. «Es perfecto y así se considera cuando se repasa frente al espejo.» (pág. 16), «Sebastián solo se quiere a sí mismo» (pág. 29), «Sebastián nunca, ni un solo día, deja de pensar en su patrimonio y en su futuro.» (pág. 44)

Incluso, cuando –como todo parece indicar el comienzo de la historia– la prótesis pulmonar ideada por Sebastián no vaya a funcionar, el narrador le explicará  al lector que a Sebastián no le preocupa, en realidad, el bienestar de sus pacientes, sino tan solo su gloria y reconocimiento: «Carecen de su conocimiento de los matices cardiacos. No causarían la muerte del paciente, que es lo de menos, sino que ninguno sobreviviría más allá de tres o cuatro días.» (pág. 43)

 

Yo nunca he ido a un taller literario, pero sé que una de las consignas que se suele impartir en ellos es que el escritor debe «mostrar» a sus personajes y no «explicarlos». Es decir, el autor debería mostrar cómo actúa o habla su personaje y de este modo el lector comprendería que es alguien soberbio o pagado de sí mismo. En Soberbia, Veredas rompe de continuo con esta regla y su narrador, de forma insistente, explica cómo son sus personajes y cuál es la mirada que el lector debería tener sobre ellos. Aunque en primera instancia, este hecho pudiera parecer un error en la construcción de la novela, acaba convirtiéndose en un rasgo de estilo, lo que hace que, como peculiaridad narrativa, propia del estilo de Veredas, funcione. Este continuo señalamiento del autor sobre lo que debe pensar el lector acerca de los personajes se acaba convirtiendo en un rasgo humorístico, y toda la novela adquiere así un aire bufo, un toque de farsa, que elude el realismo de los hechos narrados.

 

En el trasfondo político, pasaremos de la dictadura a la democracia, mientras los López de Lucena, como buenos arribistas, siempre tratan de nadar y guardar la ropa, y por eso van a misa y a manifestaciones antifranquistas. Se dejan ver en un lado, en el otro… porque cuando se produzca un cambio de régimen tienen que haber quedado bien con ambos lados por lo que pueda pasar. El final de la novela nos acercará hasta el gobierno de José María Aznar (presidente de España desde 1996 hasta 2004). Conoceremos también a los hijos de Sebastián: los mellizos Ángela y Jacobo, una torpe socialmente y poco agraciada y el otro, que también querrá ser médico, exitoso y guapo. Como ya ocurría en Amores torcidos, Veredas volverá a hablar, en su nueva novela, de la crueldad adolescente y de los abusos y marginalidad que va a sufrir Ángela en el colegio. De nuevo, Veredas me conseguirá poner los pelos de punta con este tema.

 

«Amigo Sebastián, la búsqueda de reconocimiento es la mayor de las desdichas porque lo pones todo en manos del otro. De alguien que puede, a su antojo, elogiarte o machacarte.», le dirá uno de los personajes a Sebastián en la página 179. Durante el último tercio de la novela, cuando Veredas nos hablaba de los hijos de Sebastián, llegué a tener la sensación de que no tenía muy claro hacia dónde se dirigía la novela y que esta corría el riesgo de habernos contado ya lo que tenía que contar y acabar en un punto diferente al que la primera mitad del libro parecía conducirnos. Sin embargo, en el tramo final del libro, Veredas vuelve a enfocar su mirada sobre Sebastián, el personaje principal del libro, y consigue cerrar su novela de un modo brillante, manteniendo su tensión narrativa hasta el final.

 

Como ya había leído hace dos años Amores torcidos, esta vez no he ha pillado por sorpresa: Recaredo Veredas es un gran narrador, que sabe mantener la tensión de una historia. Soberbia, a través del retrato implacable de su protagonista, Sebastián López de Lucena, sabe mostrarnos –y reírse de ellos– los tejemanejes de una clase social (la burguesía madrileña), durante un periodo crucial de nuestra historia, el de la Transición y sus aledaños, antes y después. Soberbia es una novela destacada dentro de la narrativa española actual, que gustará a todos aquellos que quieran mirar nuestra sociedad con sentido crítico y humor.

domingo, 19 de mayo de 2024

La catedral y el niño, por Eduardo Blanco Amor

 


La catedral y el niño, de Eduardo Blanco Amor

Editorial Libros del Asteroide, 496 páginas. Primera edición de 1948; esta edición es de 2019.

Prólogo de Andrés Trapiello

 

Durante el verano de 2023, pasé unos días de vacaciones en La Coruña (Galicia). Me había llevado para leer allí la novela Los gozos y las sombras, del escritor gallego Gonzalo Torrente Ballester. Sentí curiosidad por la literatura gallega y estuve buscando información en internet, con la idea de llevarme de recuerdo de Galicia algunos libros de autores de aquellas tierras. Me llamó la atención la historia de Eduardo Blanco Amor (Orense, 1897 – Vigo, 1979). Como cuenta Andrés Trapiello en el prólogo de este libro, Blanco Amor emigró en 1916 a Buenos Aires para evitar ser llamado al servicio militar. Allí se hizo periodista y regreso a España como corresponsal entre 1929 y 1931 y luego un segundo periodo entre 1933 y 1936, unos meses antes de que estallara la guerra civil, que le pilló en Argentina. Desde allí colaboró con las autoridades republicanas, lo que hizo que, al finalizar la guerra, no pudiera regresar a España. Pudo volver, para instalarse definitivamente en Galicia, en 1966. Fue amigo de Federico García Lorca, ya fue Blanco Amor quien le animó a escribir sus poemas gallegos. Encontré La catedral y el niño en la feria del libro de La Coruña y lo compré.

La catedral y el niño es la primera novela de Blanco Amor y la empezó a escribir cuando tenía casi cincuenta años. Por lo que cuenta Trapiello, en gran medida, está basada en sus propios recuerdos. El padre de Blanco Amor, que era barbero en Orense, abandonó a su madre –que trabajaba de florista en el mercado– por otra mujer. Luis Torralba, el protagonista de La catedral y el niño, va a pertenecer a una clase social más elevada que el autor, pero las desavenencias entre su padre y su madre van a vertebrar, en gran medida, los conflictos planteados en la novela.

 

La novela comienza con cinco o seis páginas en las que el narrador (Luis) describe la catedral de Auria –trasunto de Orense– que me han parecido de un barroquismo decimonónico bastante trasnochado. He imaginado que la novela no podía continuar de este modo durante sus quinientas páginas, porque de ser así una editorial con el gusto tan fino como es Libros del Asteroide no hubiera rescatado este libro. Por fortuna, mi intuición era cierta. Los tres primeros capítulos son, definitivamente, muy decimonónicos, con su descripción de la catedral, de Auria, de la casa familiar… La verdadera narración comienza en el capítulo 4: Luis María, el padre de Luis, se ha ido de casa, por las continuas peleas que tenía con su madre Carmela y, por ahora, Luis, de ocho años, vive con su madre. El padre va a intentar convencerle de que se vaya a vivir con él, y Luis tendrá que debatirse entre las dos ramas de su familia.

 

Luis tiene dos hermanos mayores, que son hermanos solo por parte de madre, ya que ella se casó muy joven con un hombre que luego murió, y Luis María fue su segundo matrimonio. Por deseo del padre de Luis, que no ha querido tenerlos cerca, los hermanos mayores estudian fuera de Auria, en internados. Luis María tiene un fuerte vínculo con su hermano Modesto, el tío de Luis. Ambos hombres son presentados en la novela como nobles decadentes, que se dedican a los placeres mundanos y a malgastar la mermada hacienda familiar, sin llegar a trabajar en nada útil. Viven en un pazo, a las afueras de la ciudad, donde pretenden llevarse a Luis.

En Auria, Luis vive con su madre y tres tías, además de algunas sirvientas, en un mundo netamente femenino.

En el primer encuentro en el pazo, el tío no deja de plantear la idea de que las mujeres de la casa de Auria están «amariconando» al niño. Esta idea es significativa, porque Blanco Amor era homosexual y en algunas páginas de internet leí que algo de esto lo había plasmado en la novela. Tenía curiosidad por ver cómo el autor trataba el tema en su ficción de 1948.

 

La casa de la madre está más cercana al mundo religioso, aunque Blanco Amor retrata a Carmela como una mujer con personalidad e ideas propias, y no como a una simple beata, obsesionada con el «qué dirán», como alguna de las tías.

 

Aunque, a partir del capítulo 4, la narración fluye mejor que al principio, Blanco Amor elige, de vez en cuando, un vocabulario que suena antiguo, diría que incluso para la época en la que escribió el libro, o así me han sonado a mí palabras como «ratimagos», «cazatas», «barcino», «regüeldo»…

 

El padre va a «secuestrar» al niño durante tres meses. Imagino que las leyes o las costumbres de la época son diferentes a las de ahora y no se convocaba a las autoridades para dirimir en disputas como esta. De hecho, los padres se han separado, pero no están legalmente divorciados.

 

A Luis le apodan en Auria «El Sietelenguas», pues tiene fama de niño vivaz y dicharachero. En más de una ocasión nos describirá sus visitas a la catedral de la ciudad, que queda muy cerca de la casa de la madre. El interior de la catedral simboliza en la novela la zozobra de la vida interior del niño, su enfrentamiento a los miedos de la vida y la misteriosa idea de la trascendencia.

 

La novela se divide en tres partes, siendo la más extensa la primera, titulada La catedral. En la segunda parte, titulada Interludio, significativamente más corta que las otras, se narran cuatro años que Luis va a pasar fuera de Auria, en un colegio de Lemos, donde estudiará interno. El tempo narrativo se acelera en estas páginas. Acabábamos la primera parte leyendo unos capítulos que describían un solo día en la vida de Luis, el de su primera comunión, y en los capítulos de la segunda parte transcurrirán meses o incluso años. En el internado conocerá a Julio, un niño muy introvertido y solitario, del que se hará amigo íntimo, sintiendo un cariño por él que parece que no acabar de entender. El lector puede leer, entre líneas aquí, que Luis, quizás homosexual, se ha enamorado por primera vez.

 

En la tercera parte –La muerte, el amor, la vida– Luis, ya adolescente, vuelve a Auria, sin saber bien a qué dedicarse y, habiendo abandonado sus estudios, se dedica a deambular por la ciudad. Aquí va a conocer a Amadeo, un joven soñador, muy similar a él.

 

Vi un vídeo en internet en el que un joven homosexual se quejaba de que Eduardo Blanco Amor parece insinuar el tema homosexual en su libro, pero no acaba de desarrollarlo. A este joven lector, esto le parecía un fallo del libro y La catedral y el niño le había, por tanto, decepcionado, ya que él, que sabía que el autor era homosexual, esperaba que el personaje de su novela lo fuera y deseaba leer una historia que representara al colectivo al que pertenecía. Si alguien se acerca a este libro, con esta idea se va a sentir decepcionado. Desde luego, un escritor homosexual no tiene ninguna obligación de escribir ficciones en las que sus personajes lo sean.

A mí, más que este tema, me ha preocupado la falta de desarrollo de algunas subtramas; por ejemplo, el niño Julio de la segunda parte desaparece en la tercera y no se vuelve a saber de él.

 

Con el paso de los años, Blanco Amor también nos habla de la modernidad que llega con el siglo XX: como el alumbrado eléctrico o la irrupción en las calles de los primeros coches con motor de combustión. De hecho, durante bastantes páginas me he estado preguntado por la fecha exacta en la que sitúa su acción su novela. En una ocasión tiene que dar una fecha y la expresa así «19…». Me ha llamado la atención que, hacia el final, los personajes contemplan en el cielo el cometa Halley, que se puede ver desde la Tierra casa 76. Se vio en 1910 y esta fecha sí que sitúa la acción, que acabará con el estallido de la Primera Guerra Mundial. En 1914 se nos dice que Luis va a cumplir 19. Por tanto, había nacido en 1895, dos años antes que el autor.

 

Eduardo Blando Amor es recordado en Galicia sobre todo por su novela La parranda (1959), que escribió en gallego (con el título A esmorga) y es –creo– de lectura obligatoria en los institutos de allá. Me han comentado en las redes sociales que es su novela más recordable.

En la contraportada de Libros del Asteroide leemos sobre La catedral y el niño: «Esta novela de aprendizaje, seguramente una de las mejores novelas escritas en castellano de todo el siglo XX, debería haber situado a su autor como uno de los más destacados narradores españoles de su época.». Quizás tildarla de «una de las mejores novelas en castellano del siglo XX» me parece un tanto exagerado. Muchas de sus páginas son bellas y evocan el mundo de la infancia y de la provincia con fuerza, pero también arrastra algunos de los problemas que ya he comentado: barroquismo decimonónico excesivo en algunos pasajes, lenguaje a veces arcaizante y subtramas que no se acaban de desarrollar. En cualquier caso, es una novela meritoria.

domingo, 12 de mayo de 2024

En agosto nos vemos, por Gabriel García Márquez

 


El agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez

Editorial Random House, 142 páginas. Primera edición de 2024.

 

Cuando vi que se anunciaba para 2024 –a diez años del aniversario de su muerte– la publicación de una novela inédita de Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927 – Ciudad de México, 2014), sentí curiosidad por ella. La novela se titula En agosto nos vemos, y su publicación ha suscitado polémica. García Márquez empezó a trabajar en esta novela, en la segunda mitad de la década de 1990, a la vez que lo hacía con Memoria de mis putas tristes, que apareció en 2004, y que se convertiría en su última novela publicada en vida. El manuscrito de En agosto nos vemos quedó postergado porque García Márquez empezó a escribir sus memorias, tituladas Vivir para contarla, publicadas en 2002. En 1999 García Márquez leyó en público el primer capítulo de En agosto nos vemos en la Casa de América de Madrid y, cuando aún estaba sin pulir, se la envió a su agente, Carmen Barcells, quien le pidió a su editor, Cristóbal Pera, que trabajara con García Márquez para acabarlo. Sin embargo, en la etapa final de su vida el escritor fue sufriendo una progresiva demencia senil, que le hacía perder la memoria, y que cada vez fuese más difícil para él acabar su novela. La frustración hizo que, en algún momento, García Márquez les dijera a sus hijos: «Este libro no sirve. Hay que destruirlo». Pero, por otro lado, existe una carpeta con una última versión de la novela, sobre la que están escritas las palabras: «Gran OK final». Los hijos han tomado la decisión de publicar el libro, y en el prólogo de la edición de Random House escriben: «Al juzgar el libro mucho mejor de cómo lo recordábamos, se nos ocurrió otra posibilidad: que la falta de facultades que no le permitieron a Gabo terminar el libro también le impidieron darse cuenta de lo bien que estaba, a pesar de sus imperfecciones. En un acto de traición, decidimos anteponer el placer de sus lectores a todas las demás consideraciones. Si ellos lo celebran, es posible que Gabo nos perdone. En eso confiamos.»

 

Lo más normal es que la obra de un escritor, vivo o muerto, no interese a nadie, y más raro es todavía que esa obra pueda generar dinero. Hay quien ha acusado a los hijos del autor de querer hacer dinero con esta novela, como si eso fuera algo malvado. Hacer dinero con la literatura es un milagro, no una maldad. Hay quien opina, también, que publicar esta novela sin el consentimiento del autor empeora el conjunto de su obra. Para mí esta última opinión es un sinsentido. El valor artístico de una novela como Cien años de soledad es autoconclusivo. Es independiente de las otras obras del autor, de sus acciones en vida, o de sus declaraciones en privado.

Por otro lado, no sé si todas las personas que afirman que son admiradoras de la obra de García Márquez, pero apuntan que no van a leer En agosto nos vemos, porque lo consideran una traición a su legado, han leído las novelas de Franz Kafka, que este pidió a su amigo Max Brod que destruyera. Si leyeron novelas como El desaparecido, El proceso o El castillo, no entiendo ahora sus escrúpulos, y si no las leyeron no sé qué hacen hablando de literatura.

 

En agosto nos vemos es una novela corta (bastante corta, en realidad), cuyo cuerpo real, quitando prólogo y epílogos, apenas sobrepasa las cien páginas, de letra grande y amplios márgenes. Consta de seis capítulos. La protagonista de la novela es Ana Magdalena Bach, que es el nombre real de la mujer del compositor Johann Sebastian Bach. Imagino que se trata de una broma, ya que la familia de Ana Magdalena es una familia de músicos. Cuando empieza la historia sabremos que Ana Magdalena, desde hace ocho años, cada 16 de agosto viaja desde la ciudad en la que vive, ubicada en la costa (el lector entiende que del Caribe, pero no se dice explícitamente en el texto) hasta una isla cercana, para dejar flores en la tumba de su madre. Ana Magdalena tiene cuarenta y seis años y lleva veintisiete años casada, «un matrimonio bien avenido con un hombre que amaba y que la amaba» (pág. 18). Ana Magdalena tiene dos hijos ya criados. El mayor, siguiendo la estela familiar, es el primer chelo de la Orquesta Sinfónica Nacional, y con la hija menor, de dieciocho años, existe un pequeño conflicto, ya que quiere meterse a monja. Esta subtrama de la novela no acaba de esta desarrollada, y se pierde un tanto.

Además de viajar en barco a la isla, donde está enterrada la madre, y dejar esa misma tarde sobre su tumba un ramo de gladiolos, Ana Magdalena pasa, cada año, la noche de ese día sola en un hotel. Sin embargo, la noche del día en el que da comienzo la novela, va a sentir el impulso de acostarse con un desconocido al que va a conocer en el bar del hotel.

 

Es posible que este primer capítulo sea el más conseguido del libro. En él se pueden reconocer muchos de los rasgos de la escritura de García Márquez, como mostrar la naturaleza y el paisaje en la composición de sus escenas. Por ejemplo, en la página 14 (segunda de la novela), leemos: «Al final del pueblo se enfiló por una avenida de palmeras reales donde estaban las playas y los hoteles de turismo, entre el mar abierto y una laguna interior poblada de garzas azules.» También podemos acercarnos a esa adjetivación tan llamativa, habitual en sus libros, como «cerdos impávidos», o esos nombres que se convierten en adjetivos, como «pueblo indigente» o, mediante el uso de la preposición «de» y un nombre, darle a esa construcción el sentido de un adjetivo, como «pueblo de lástima» o «volumen de carnaval». También podría añadir que, la prosa, pese a estar cuidada, es más sencilla que la que podemos encontrar en las grandes obras de Gabriel García Márquez. Esto no implica que no sea, en cualquier caso, una prosa digna, superior a la de muchas novelas actuales que se venden como obras logradas.

 

«Nunca más volvería a ser la misma», así comienza el capítulo 2 en la página 35. Aunque el hecho de acostarse con un hombre ha sido casi fortuito, Ana Magdalena se ha sentido libre en esos momentos, descubridora de una nueva parte de su intimidad. Lo que no quiere decir que deje de querer a su marido o quiera romper su unión. La idea de un amante pasajero para cada noche del 16 de agosto que viaja a la isla empezará a formar parte de su ser, de su privacidad. De hecho, las características de ese amante tendrán capacidad para que, durante el año siguiente, Ana Magdalena se comporte de un modo o de otro.

Ana Magdalena volverá a la isla cada año y el pasar del tiempo irá haciendo mella en el lenguaje. En esta novela, aparece un nuevo tema en los intereses de García Márquez: la modernidad, que el personaje parece no entender y que no le hace sentir a gusto, y el deterioro de los paraísos naturales, a causa del turismo de masas. Me sentí raro al leer en un libro de García Márquez sobre puertas de hotel que se abrían con tarjetas de banda magnética.

También En agosto nos vemos es la primera novela de García Márquez con una mujer como personaje principal. En la página 120 leemos: «Entonces se acomodó en la cama, sin cambiarse de ropa ni apagar la luz, y volvió a dormirse llorando de rabia contra ella misma por la desgracia de ser mujer en un mundo de hombres.». Así que la obra de García Márquez, de un modo sorpresivo, acaba con este pequeño alegato feminista, que quizás esté provocado por haber sido acusada su última obra, Memoria de mis putas tristes, de machista. Ya dije al principio que García Márquez había empezado a escribir Memoria de mis putas tristes y En agosto nos vemos por las mismas fechas, y se pueden observar algunos temas comunes en las dos obras: las dos hablan del sexo como celebración de la vida y celebración de uno mismo.

En agosto nos vemos acaba con un interesante e inesperado giro final. A pesar de que a este sexto y último capítulo le falta algo de pulido, la novela sí deja la sensación de obra terminada.

Imagino que todo aquel que se acerque a esta novela, conoce las circunstancias en las que fue escrita y en las que se ha publicado. E imagino también que sus lectores van a ser admiradores de la obra de García Márquez, que sienten curiosidad por conocer este texto final. Lo que no tiene sentido, por supuesto, es que algún lector joven se acerque a la obra de García Márquez empezando por aquí, cuando claramente es el final. Para el lector que admira a García Márquez –y que ha leído toda su narrativa previa– y que sabe a qué tipo de obra se acerca, En agosto nos vemos es un libro disfrutable que, posiblemente, le hará añorar los libros de García Márquez que le hicieron pasárselo mejor, y puede ser una invitación o recordatorio para volver a ellos. Yo mismo lo he hecho. Leí en una reseña de En agosto nos vemos, que este libro era mejor que Memoria de mis putas tristes, y me apeteció volver a leer este libro, después de veinte años, para poder comentarlo. Ya hablaré también de él.

domingo, 5 de mayo de 2024

PAUL AUSTER, UNAS PALABRAS TRAS SU MUERTE

 Grabé un vídeo el jueves 2 de mayo de 2024, día en el que se anunció la muerte de Paul Auster, hablando de los libros suyos que había leído y reflexionando un poco sobre su obra. Te dejo aquí el vídeo:




domingo, 21 de abril de 2024

Polémica sobre la publicación de "En agosto nos vemos" de Gabriel García Márquez

 Grabé un vídeo hablando de las circunstancias en las que se ha publicado la novela póstuma de Gabriel García Márquez "En agosto nos vemos" y sobre la polémica que ha habido sobre ello:




domingo, 14 de abril de 2024

Un lugar soleado para gente sombría, por Mariana Enriquez


 Un lugar soleado para gente sombría, de Mariana Enriquez

Editorial Anagrama, 229 páginas. Primera edición de 2024.

 

De Mariana Enriquez (Buenos Aires, 1973) había leído, hasta ahora, su libro de cuentos Las cosas que perdimos en el fuego (2016) y la novela Nuestra parte de noche (2019). Con estas dos obras me lo he pasado muy bien. Estaba barruntando la idea de acercarme a Los peligros de fumar en la cama (2009), el anterior libro de cuentos de Enriquez, cuando vi el anuncio de que Anagrama publicaba una nueva colección de relatos de esta autora titulada Un lugar soleado para gente sombría (2024). Decidí pedírselo a la editorial, para poder leerlo y reseñarlo y, ya de paso, les pedí también Los peligros de fumar en la cama. El personal de prensa de Anagrama me envió los dos y me siento afortunado por ello.

 

Un lugar soleado para gente sombría está formado por doce relatos, la misma cantidad de las dos colecciones de cuentos anteriores de Enriquez.

 

Mis muertos tristes es el primer relato. Empieza con la descripción de un barrio depauperado de Buenos Aires. Es un comienzo que me recordaba al del primer cuento de Las cosas que perdimos en el fuego, que se titulaba El chico sucio. Una mujer que vive sola empieza a escuchar los gritos de su madre muerta; y también podrá ver a otras personas fallecidas. Y este fenómeno no solo ocurre con ella, sus vecinos del barrio también empezaran a tener que tratar con estos muertos. El cuento termina criticando esa manía de la ultraderecha de culpar de los problemas sociales a los inmigrantes o a los más desfavorecidos. Es un buen cuento. La sensación que tengo es que he vuelto a abrir el libro de Las cosas que perdimos en el fuego, que ha aumenta ahora su número de relatos. Es decir, Mariana Enriquez ha encontrado una fórmula de éxito y va a seguir explotándola en este libro. Enriquez, a través de los mecanismos del género fantástico y de terror, va a mostrar, siendo crítica, las contradicciones y los problemas de la sociedad en la que vive.

 

Los pájaros de la noche es el segundo cuento, y aquí la narradora es una adolescente que nos va a hablar de su hermana mayor y de sus padres. Como en otros cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego, ahora nos hemos trasladado de Buenos Aires al Paraná. «Tengo una enfermedad cuyo síntoma principal es que la piel se pudre, como si estuviera muerta. Por suerte no huele, es solo el aspecto verdegrís lo impresionante, y que, de vez en cuando, se cae y voy dejando jirones de mí misma por la casa.» (pág. 35). Diría que en este nuevo libro, Enrique ahonda más en los temores a la descomposición del propio cuerpo, porque esta idea aparece en más relatos. En la región en la que vive la familia hay muchas leyendas sobre pájaros: «Todos los pájaros son mujeres que han recibido un castigo», y pasará a hablar de estos mitos de Misiones, Corrientes o Entre Ríos: las mujeres que desobedecen, que tienen mala conducta, etc. se transforman en pájaros. De este modo, Enriquez señala aquí la composición machista de la cultura popular. En este relato la creación de una atmósfera funesta y opresiva está por encima de la creación de la trama.

 

La desgracia en la cara tiene un trabajo de composición interesante: las primeras páginas están narradas en primera persona por un varón (algo inusual en los cuentos de Enriquez) y, antes de la mitad del relato, se pasará a un narrador omnisciente en tercera persona lo que, además, marcará un salto en el tiempo. El relato gira en torno al trauma de la madre de una familia que sufrió una violación en su adolescencia. La hija acabará descubriendo que esa violación no fue necesariamente a manos de un hombre. Tanto la madre como la hija irán perdiendo el rostro, de un modo drástico, perturbador. Cruda metáfora del borrado de las mujeres.

 

Julie se ha convertido en mi relato favorito del conjunto. La narradora, una joven bonaerense de veinte años, nos va a hablar de su prima Julie, de veintiuno, hija de sus tíos que emigraron a Nueva York y que, en el tiempo del relato, vuelven a Argentina. Julie ha sido una niña con obesidad que jugaba con amigos invisibles, mientras que la madre era aficionada a la ouija. Los amigos invisibles de Julie parecen ser fantasmas con los que no solo habla, sino que también mantiene relaciones sexuales con ellos, como en la película ochentera El ente. Según lo estaba pensando, Enriquez cita a película en el relato. Me ha encantado esta confluencia de recuerdos ochenteros. Como decía, este relato se ha convertido en mi favorito, porque tiene un giro final, en la última página, que no me esperaba, y que cambia el sentido de lo narrado y que lo abre hacia otros terrores, que me ha parecido muy sutil. Como trasfondo social del relato aquí se ven las tensiones entre los argentinos que emigraron a países más prósperos y los que se quedaron en el país.

 

Metamorfosis es un relato sobre los miedos a las enfermedades. Una mujer de cuarenta y tantos años ha de ser operada del útero, del que le extraerán un mioma, que ella se empeñará en introducir de nuevo en su cuerpo. Es un relato con menos trama que otros, que apuesta por la extrañeza y la repugnancia. Me ha parecido menos conseguido que otros del conjunto.

 

Un lugar soleado para gente sombría, que trata de una mujer argentina en Estados Unidos, me ha parecido otro de los relatos más destacados del libro. La narradora escribe artículos para revistas paranormales, y le propone al editor escribir sobre Elisa Lam, que apareció flotando muerta en el depósito de agua de un hotel de Los Ángeles, depósito que reúne a unas personas en un culto que invoca a Elisa Lam. Esta historia está basada en algo real, y fue extraño leer sobre esto y poder buscar las últimas imágenes de Elisa Lam en el ascensor del hotel, que están en YouTube. Este relato habla también del miedo real a la pérdida de los seres queridos.

 

El narrador de Los himnos de las hienas es un joven gay que acompaña a su pareja, diez años más joven que él, a visitar a su familia en su pueblo del interior. En este pueblo la municipalidad creó un zoo para atraer a turistas, pero los animales murieron en un incendio, al que sobrevivieron las hienas. La pareja visitará un palacio abandonado donde, en el periodo de la dictadura, se piensa que se torturó a presos políticos. La visita a este lugar –lógicamente– va a tener consecuencias inesperadas. He tenido la sensación de que una idea muy parecida a esta ya la usó Enriquez en uno de los cuentos de Las cosas que perdimos en el fuego. No es un mal cuento en realidad (como no lo es ninguno de los incluidos en esta colección), pero me ha parecido de ejecución más previsible y mecánica.

 

Diferentes colores hechos de lágrimas también es un buen cuento, pero he tenido un poco ya al leerlo sensación de agotamiento. Es decir, ya sé que Enriquez va a dar un giro fantástico a lo que narra y por eso, cuando ese giro ocurre, no acaba de sorprenderme. En este caso, unas mujeres jóvenes, que trabajan en una tienda de ropa de segunda mano, van a visitar a un anciano que les quiere vender unos vestidos de su mujer fallecida y unas joyas. Los vestidos van a mostrar sobre los cuerpos de las mujeres que se los prueben los daños que han sufrido sus antiguas dueñas. Aquí, como ocurría en Nuestra parte de noche, parece criticarse la impunidad de la clase alta argentina durante la última dictadura, y la impunidad en general, hace unas décadas, sobre los maltratos domésticos a las mujeres.

 

En Cementerio de heladeras una mujer adulta habla de un incidente de su primera adolescencia, que ocurrió treinta años antes, y en el que tuvo lugar  la muerte de otro niño a causa de una broma más que desafortunada. Es un cuento correcto, aunque con menos fuerza que otros.

 

En Un artista local una joven pareja de Buenos Aires va a pasar unos días a una casa en el campo, a un pueblo que está tratando de salir a flote gracias a enfocarse hacia el turismo. Este cuento está narrador en tercera persona. Pronto empezarán a sentir la extrañeza de que no todo parece estar en su lugar en este pueblo. El final me ha recordado al de algunos cuentos de Lovecraft, con la creación de nuevos mitos. Aquí se habla también del problema de la despoblación de los pueblos argentinos.

 

En Ojos negros una trabajadora social, que acerca, con una furgoneta, comida a mendigos por las noches, nos va a contar su encuentro con dos niños cuyos ojos no tienen pupilas, sino que son completamente negros. De nuevo he sentido aquí la influencia de los cuentos del círculo de Lovecraft, como el titulado Los perros de Tíndalos de Frank Belknap Long.

 

Quien haya leído Las cosas que perdimos en el fuego con gusto y se acerque ahora a Un lugar soleado para gente sombría creo que va a disfrutar de nuevo de la experiencia. Lo único malo que le va a poder ocurrir es que su capacidad de sorpresa ya no va a poder ser la de antes. Como dije al comienzo, Mariana Enriquez ha encontrado una fórmula exitosa de narrar –unir terrores cotidianos a otros sobrenaturales, y hacer crítica social a la situación de los pobres en su país, y sobre todo a la de las mujeres– y sigue explotando el mismo camino. Como diferencia, creo que ahora he podido percibir que algunos relatos se adentraban más en los miedos a las enfermedades y el envejecimiento del cuerpo. En Un lugar soleado para gente sombría hay relatos realmente muy buenos. He pasado verdaderos grandes ratos leyendo este libro.