sábado, 31 de octubre de 2009

El canto, por C. K. Williams


Hacía tiempo que no leía poesía; y tras hojear unos cuantos volúmenes, me decidí a comprar en La Central El canto de C. K. Williams. Había leído ya de él Reparación, y guardaba un buen recuerdo.
C. K. Williams se encuentra entre los poetas más reconocidos del panorama actual norteamericano. Reparación fue el Premio Pulitzer de 2000 y El canto el National Book Award de 2003.

Bartleby Editores, en la que han aparecido en España estos libros, se ha dedicado durante los últimos años a traducir gran parte de la poesía norteamericana actual. También he leído, de esta editorial, libros de Billy Collins, Raymond Carver, o Sharon Olds. Y el resultado ha sido bastante gratificante. Ya dije en este blog que a mí me gusta bastante la literatura norteamericana, y cuando lo decía me refería principalmente a la narrativa: me parecen unos maestros de la novela, y sobre todo del cuento.
Con esta sensibilidad del cuento por el detalle minúsculo en la vida de alguien, detalle del que se desprende una epifanía de su vida, entronca esta poesía.
Descendientes de Walt Whitman o de William Carlos Williams, los poemas de C. K. Williams, Collins, Olds… suelen partir de una escena real, en muchos casos muy cotidiana, un tren parado y un viajero que mira al exterior, una visita al hospital al padre, y desde ahí el poeta descubre una conexión con otro momento de su vida o de la existencia, y reflexiona sobre cualquier otra cosa.
Partiendo de una composición sencilla, pero no simple, la escena mostrada suele alcanzar altas cotas de comprensión hacia la mente o la sensibilidad del artista, siendo una poesía de gran calado empático y universalizadora.

El canto de C. K. Williams se divide en cuatro partes:

En la primera, el poeta reflexiona desde el presente sobre hechos que marcaron su vida o la marcan en la actualidad: la imagen de un amigo enfermo, el recuerdo de los antepasados, o las reflexiones a las que le conduce ayudar a una persona ciega a entrar en el metro en el poema Lecciones, quizás el que más me ha gustado de esta serie. Destacaría también el último, El mundo, por lo que tiene de revelador de los planteamientos poéticos del autor: “En las sombras que hay detrás, una mancha de tela se desparrama en un cajón, / un símbolo seguramente, pero cuando uno empieza a buscar símbolos, ¿qué no lo es?”, y también para finalizar este poema:
“Catherine debajo del haya con su padre y hermanas, yo observando, / todo y todos ellos podrían permanecer así para algo más, para ser algo más. / Aunque en verdad no puedo imaginar qué, la realidad se ha colado por sí misma con tal solidez ante mi /
que hay poca necesidad de misterio… excepto en nosotros, en cómo tomamos el mundo / y lo ensanchamos más de lo que somos, más incluso de lo que es”.

En la segunda parte reflexiona sobre su infancia más remota, y aquí el grado de abstracción, de evocación desubicada, es mayor.

La tercera parte se titula Elegía a un artista, y está dedicado a Bruce McGrew, pintor y amigo de Williams, como se deduce de lo escrito. Bajo el título de los poemas se marca el tiempo en torno a la muerte del amigo y se centra así el momento evocado frente al punto cero de la muerte, como el acercamiento al epicentro de un terremoto. Unos poemas hondos, crudos, lúcidos y cercanos.

En la cuarta parte se reflexiona sobre el estado del mundo tras los atentados del 11 de septiembre y las guerras actuales. Si en Reparación los poemas parecían proponer una salida al poeta, un refugio frente al exterior, en esta cuarta parte de El canto es como si el poema dejara de ser suficiente como refugio frente a la realidad que evoca. Convirtiéndose los poemas en una elegía por un mundo enfermo. Una visión desencantada de lo que ve. Unos poemas reveladores con títulos tan explícitos como Miedo.

Me ha llamado la atención descubrir en el prólogo de Jaime Priede (también traductor del libro; al leer fragmentos de la versión original, me ha parecido que Priede hace un gran trabajo de reconstrucción del poema en nuestro idioma), que C. K. Williams es un judío de Newark, nacido en 1936, igual que Philip Roth, judío y nacido en la misma ciudad en 1933; y aunque este último es unos años más mayor, me ha gustado imaginarme a ambos compartiendo canchas de baloncesto, cafeterías, cines… en su ciudad de Nueva Jersey.

En resumen El canto me ha parecido un gran poemario.
Estos libros de Williams, Collins u Olds son el equivalente en poesía a la prosa de Richard Ford, Tobias Wolff, Lorrie Moore o Philip Roth. (Por supuesto, los poemas de Carver son el equivalente a la prosa de Carver, pero afirmar esto se me hacía un chiste fácil.)

lunes, 26 de octubre de 2009

Multicines, de Siempre nos quedará Casablanca

Me comentaban unos amigos mostoleños que mi blog debería llamarse, para ser exactos, “Desde la ciudad sin cines comerciales”, porque este sábado habían asistido a la proyección de una película independiente norteamericana, VOS, en el teatro de El Bosque de Móstoles, dentro de un festival de cine internacional. Es decir, que la ciudad sin cines organiza cada año un festival de cine internacional.
Yo había visto los carteles, y me había propuesto acudir el viernes a ver una película de alguno de los países del Este Europeo (creo). Pero al final salí del trabajo, me di una vuelta por el Retiro, leí un cuento de Borges entre las hojas caídas de sus caminos; visité la librería La Central, compré un libro; tomé una caña en un bar regentado por hindús leyendo poemas de C. K. Williams, y seguí caminando por Lavapies. Así que cuando llegué a Móstoles, casi a las nueve de la noche, después de haber tomado por la mañana el tren antes de las siete, estaba demasiado cansado. Y me quedé sin ver cine en mi ciudad, de nuevo.

De todos modos, sé que se puede ver alguna película VOS del alemán, inglés o francés, en salas vinculadas a la Casa de la Cultura y a la Escuela Oficial de Idiomas. Pero lo que recuerdo en el título del blog es esa ausencia de salas comerciales, su inexistencia como un símbolo de la nostalgia, de la pérdida: desaparecieron los cines a los acudía de niño, los bares por los que salía de adolescente, y las pistas de baloncesto siguen ahí, pero desapareció la gente con la que jugaba.
También el título del blog me remite a la condición orbital de Móstoles, ciudad dormitorio anexa a Madrid, sus carencias implican una dependencia de la metrópolis.

Me apetece, por divertimento, hacer un breve repaso a la historia de los cines en Móstoles:

El más antiguo se llamaba cine Estrella, y estaba en la Avenida de la Constitución, la calle principal de la ciudad. Yo nunca lo vi abierto, no sé qué clase de películas se proyectaban en él, parecía elegante. Creo que mi primo mayor si que iba. En el espacio que ocupaba ahora debe de haber tiendas de ropa.

Luego estaba el cine Jaito en la calle Baleares, con sus sesiones dobles, de Pajares y Esteso, de Bruce Lee, de Bud Espencer; es decir, con su promesa de compaginar la visión de unos pechos de mujer con unas tortas dadas por un chino. No recuerdo haber entrado nunca -los fines de semana me iba a cada de mis abuelos-, pero alguno de mis amigos sí tuvo el privilegio. Creo que ahora es una tienda de juguetes.

Con los Jaito acabaron los flamantes Multicines, en la calle Pintor el Greco. El Jaito no podía competir con sus cinco salas. Aquí recuerdo haber visto El retorno del Jedi, por ejemplo, como una de las primeras, con unos doce años, y Salvar al soldado Ryan, como una de las últimas, con veinticinco o así. Ahora son un supermercado.

Con los Multicines acabó el cine del centro comercial 2 de Mayo: salas más grandes, mejor sonido. Aquí recuerdo quedar impresionado con películas como El club de la lucha, American Beauty o El proyecto de la bruja de Blair. Un tiempo vinculado al fin de la universidad y a la búsqueda de empleo. Creo que el centro comercial sigue cerrado y no hay nada nuevo en el espacio del cine. Allí deben seguir sus salas vacías.

Con el cine del centro comercial 2 de Mayo, acabaron entre los cines del centro comercial del Xanadú, territorio de Arroyomolinos, y los cines del Opción, territorio de Alcorcón.

Todavía fui algunos domingos al Opción. Nos gustaban sus salas en escalera, sus pantallas gigantes y el sonido. También han acabado por cerrar. Dicen que van a abrir allí un Carrefour.

Aunque para ser realistas, durante los últimos quince años, donde más he visto cine ha sido en Plaza de España, en los Princesa, Renoir, Golem, o los Verdi en la zona de Quevedo, o Los Ideal en la plaza de Jacinto Benavente, con sus salas en VOS, a pesar de la incomodidad de algunas salas, sin estar diseñadas todavía en escalera.

Dejo abajo una foto del centro comercial en que se han convertido los Multicines de Móstoles, y un poema de Siempre nos quedara Casablanca, libro escrito por 2002, con una primera sección de poemas dedicados al cine, y que Baile del Sol quiere publicar para finales de 2010 (que será 2011…)





MULTICINES

Se colaron películas extrañas, no comerciales,
en el último invierno, cuando los Multicines
ya estaban moribundos. Alguien me contó
que quien distribuía las películas en Móstoles
trabajó allí y le echaron; en venganza
les hacía llegar películas buenas, de los festivales
de Venecia, Cannes o Berlín, que sólo mis amigos
y yo íbamos a ver. Hacía frío en el último invierno
que estuvieron abiertos y por las paredes se filtraban
los sonidos de las salas contiguas. Los empleados
tenían el color macilento de los fantasmas
del cine mudo o de los enfermos crónicos.

Pero no siempre fue así,
porque los Multicines de Móstoles también vivieron
sus días de gloria por los años 80. Salas llenas
de risas, palomitas volando, besos furtivos
y manos intrépidas. Gritos en Tras el corazón verde,
El retorno del Jedi o En busca del arca perdida,
tensión y sueños forjados, salas rebosantes
de vida como nosotros. Colas inmensas,
supuestos amigos que te saludaban para colarse.

El último invierno que estuvieron abiertos
fue cuando acabamos la universidad
y estábamos en paro, la vida ya iba de veras,
y yo lo que sabía era que nunca lograría besar
a mi chica en una de aquellas butacas incómodas.
Aprovechábamos los dos días del espectador, miércoles
y jueves. Íbamos bien abrigados al cine.

domingo, 25 de octubre de 2009

Rebelión en la granja, por George Orwell



Debe ser la séptima u octava vez que leo este libro. Casi cada año, durante los últimos seis, he repetido la operación. Se lo mando leer a mis alumnos de Economía de 1º de bachiller, relacionándolo con el tema de los sistemas económicos. Hablando en lenguaje técnico pedagógico: esta lectura es mi tema trasversal para la asignatura.

La primera vez que leí Rebelión en la granja, tenía trece años y estaba al comienzo del octavo curso de la EGB. Mi padre lo compró y yo sabía que la profesora de Historia nos iba a hacer leerlo meses después, según avanzásemos con los temas del siglo XX. Me adelanté al programa, y lo leí antes de las navidades. Recuerdo la honda impresión que me causó el libro, cómo su sencilla fábula moral penetró en la sensibilidad del alevín de lector que era yo entonces.
Supongo que para un adolescente es difícil olvidar la nobleza de sentimientos del caballo Boxer, el escepticismo de Benjamín, la estupidez de las ovejas o patos, y la maldad de los cerdos, con Napoleón –el gran dictador- a la cabeza.
Con los años he seguido disfrutando de su lenguaje sencillo pero incisivo, de su ironía inteligente, sangrante.
Quizás la lectura de este libro sea uno de mis mejores recuerdos de la EGB; y, en cierto modo, como homenaje a mi profesora de Historia y a los profesores que tuve en mi colegio público de Móstoles, me gusta continuar la cadena y comentar el libro con mis alumnos.
Me llama la atención cómo ellos se sorprenden ante hechos causales de la novela que les parecen absurdos: cómo algunos animales confiesan crímenes que no han cometido y son asesinados en consecuencia. Aunque, claro mis alumnos no han leído Un día en la vida de Iván Denisovich de Aleksandr Solzhenitsyn, para ver cómo los soldados rusos que cayeron prisioneros de los alemanes, al acabar la Segunda Guerra Mundial y regresar a sus casas, eran acusados de espías y enviados a Siberia. Tampoco han leído El libro de la risa y el olvido de Milan Kundera, para percatarse de cómo las figuras molestas eran borradas de las fotos oficiales. Ni se han acercado, seguramente, a los Diarios de Victor Klemperer, el judío alemán de Dresde que leía los periódicos de la Alemania nazi de los años 30 y 40, y la perfidia o la bondad de Rusia e Inglaterra variaban según Hitler negociaba con unos o con otros. Es decir, no saben lo fácilmente manipulable que puede ser una población bajo un régimen totalitario, sometida a purgas, a persecuciones, a progroms; presionada bajo tortura o coacciones.

Rebelión en la granja es toda una metáfora sobre la condición humana. Me gustó también de Orwell 1984. Quien controla el significado de las palabras controla la realidad, la guerra es la paz…, decía Orwell en 1948. Basta estar atento a cualquier explicación sobre las recientes guerras y las labores de los ejércitos para percatarse de que esa frase no ha perdido nada de su vigencia.
Lo más reciente de Orwell que he leído fue Homenaje a Cataluña. Una lúcida visión de la Guerra Civil Española.
Creo que me falta de él al menos Sin un duro en París y Londres.

lunes, 19 de octubre de 2009

Cuento inédito de Roberto Bolaño



Acabo de leer por segunda vez, en este día, el cuento de Bolaño El contorno del ojo.
No sabía de su existencia pública hasta hace un par de días, cuando me pusieron sobre su pista a través de un correo electrónico. Lo hizo Javier García Wong-Kit, antiguo compañero de un foro, ahora fantasma, donde hablábamos de Bolaño y de literatura en general.
Yo he leído todo lo que se ha publicado en España escrito por Bolaño; tengo muchas de sus primeras ediciones; he leído también casi todo lo publicado sobre él. Le conocía desde bastante antes de su muerte, desde 1999 ó 1998. Llegó a convertirse en mi escritor talismán, era el que me hacía creer en la literatura con fuerza adolescente; y ahora que se ha puesto de moda, y desde un lugar y otro parecen querer zarandear su figura, creo que su potencia como escritor permanece intacta, aunque haya perdido un poco el brillo que tenía para mí de privacidad, de refugio secreto. Terminé de leer Estrella distante (el primer libro que leí de él) en el verano de 1999, en un McDonald, protegiéndome del calor infernal del exterior, y supe que había dado con una voz nueva, alguien que tenía algo que decir desde una perspectiva inusual. Recuerdo ese momento con nitidez. Seguí con todos sus libros.

Tras la muerte de Bolaño, su ordenador parece haberse convertido en un saco sin fondo, cada año se anuncia la aparición de un libro nuevo. Ocurrió hace poco, otra vez, en la feria de Francfort (lo leí en el Moleskine literario de Iván Thays hace unos días).
Ya había leído con prudencia los libros póstumos: La universidad desconocida, anunciado como inédito, y luego al menos un tercio de su material ya lo conocía de otras ediciones. El libro de relatos El secreto del mal suscitó mi interés, pero no estaba al nivel de sus grandes libros de relatos: Llamadas telefónicas, Putas asesinas o El gaucho insufrible.

He buscado el relato en la referencia que me dejaba Javier bajo este miedo. Me ha interesado el artículo que lo acompañaba (dejo aquí la dirección). El relato es anterior a casi todo lo que conozco de Bolaño. Esta fechado en 1983, así que tiene que estar escrito cuando Bolaño no llegaba a los treinta años.



Los libros de su primera época, por ejemplo las novelas Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce o La pista de hielo, me parecen bastante inferiores a sus grandes obras; lo que me lleva a pensar, en un primer momento, dos cosas: que esto no era un borrador sin pulir, pero que tampoco iba a estar a la altura de sus mejores libros.
Pero lo que ha captado mi atención poderosamente ha sido descubrir que se trata del relato que le hizo acreedor de un tercer accesit en el concurso literario que le llevó a entrar en contacto con Antonio di Benedetto, escritor al que admiraba, que tampoco era el ganador del premio, sino un accesit más. Es decir es su “premio bufalo”. Es el cuento del que se habla en Sensini, de Llamadas telefónicas, uno de los mejores cuentos de Bolaño, uno de mis cuentos favoritos a nivel absoluto.

Me imagino a un Bolaño que no llega a los treinta, malviviendo en Gerona, queriendo ser escritor, preparando en la casa prestada por su hermana arroz de una docena de formas diferentes y creando este cuento.
El contorno del ojo no es un preámbulo de un cuento de Bolaño, no es borrador, es un auténtico cuento de Bolaño. De un Bolaño que no llega a los treinta y que malvive en una casa de Girona, solo, estirando el dinero del verano. Y nos habla de esto, pero desde una perspectiva insólita: a través del diario del oficial chino Chen Huo Deng en 1980, convaleciente de un trastorno nervioso en una aldea remota de la China comunista.

Deng tiene 45 años, ha estado en la guerra, sufre trastornos nerviosos, y es escritor. Ha publicado libros de poemas, y al menos un diario de juventud. Se repone en una extraña casa solitaria, desde la ventana ve hogueras de carboneros en las escarpadas. Recibe visitas: la profesora del pueblo, el comisario, dos soldados, niños… pero Deng está solo y pretende ordenar el mundo a través de unos recortes de periódico que hace sobre noticias inverosímiles, surrealistas.




En este cuento primerizo se encuentran ya todos los temas de Bolaño, y las muestras de su estilo (de una forma más clara, por ejemplo, que en Consejos de un discípulo…):

1) El protagonista es un escritor, que intenta ordenarse el mundo a través de la escritura. El mundo sólo le produce extrañeza. La escritura le abisma en esta extrañeza. Además está sólo. “Me vi a mí mismo, solo en la casa y luego vi la casa confundida entre las otras casas vacías. En la perspectiva algo iba mal.”, nos dice en la primera página, o en la primera página de mi copia impresa con interlineado 1,5.

2) La realidad es sorprendente y extraña, es surrealista, es poética. En los periódicos que recorta lee noticias sobre monstruos avistados en lagos, ancianos de 148 años, niños con visión de rayos X. Deng no consigue conectar estos hechos. “Sólo sé que suceden cosas extraordinarias”, nos dice.

3) Los protagonistas parecen moverse en un mundo de melancolía perpetúa y siempre están a punto de llorar, como ocurre en muchos de sus relatos o en Los detectives salvajes. “Sus senos eran pequeños y anchos y sollozó mientras la penetraba”, no dice Deng de su amante.

4) La mera enumeración de lo que ve Deng se convierte en un poema en prosa. “Detrás de ella las colinas eran una mancha negra debajo de la luna creciente, pero al mismo tiempo era una mancha móvil, inestable”.

5) Bolaño escribe como si todo lo narrado contuviese un misterio o una amenaza. Sus metáforas y comparaciones se establecen de un modo extraño, poético. Destaco esta frase: “Me pregunto quiénes son los carboneros, de qué aldea, y a manera de respuesta imagino una planicie blanca”.

6) Este relato es ya una muestra del gusto de Bolaño por la pura fabulación. Puede hablar de Gerona, de Chile, de México, pero elige un pueblo de China donde nunca ha estado.

Quizás como única nota negativa destacaría el cierre, que parece algo inocente para el escritor que se estaba fraguando ya en esta escritura. En él se salta la premisa fundamental de Hemingway para escribir un relato: lo más importante no es lo que cuentas, sino lo que no cuentas. De hecho, este relato se parece a más de uno de ex combatientes de Hemingway.

Un gran reencuentro, en todo caso. Este es el cuento de un mexicano chileno perdido en España, es decir de un chino perdido en China. Tengo que releer a Bolaño.

Dejo aquí el enlace a El contorno del ojo.




Gracias Javier.

martes, 13 de octubre de 2009

Caseta para pájaros, de El calvo del Sonora

Hasta ahora había podido mantener un ritmo de lectura superior al del libro por semana, pero desde que me he enredado (de nuevo) con el volumen I de las Obras Completas de J. L. Borges, el ratio ha bajado, y con él el de entradas en este blog. Colgaré hoy, sin embargo, un poema. Ayer, aprovechando el día festivo, di un paseo por el paisaje de mi infancia. Como había llevado la cámara de fotos, pude dedicarme a capturar detalles, rincones en los que siempre acabo.
La foto de este post corresponde a lo descrito en el poema, perteneciente al poemario El calvo del Sonora, escrito durante 2008. Las imágenes (de la foto y del poema) reflejan momentos diferentes. No mucho han cambiado los motivos desde que el poema fue concebido, hace unos cuatro o cinco años. Me gusta pensar que su reflexión contiene un poso proustiano.








CASETA PARA PÁJAROS


La riqueza de la vida está hecha de recuerdos, olvidados.
Cesare Pavese

Sólo al enfrentarme a los pequeños cambios
me percaté en realidad, abrumado, del tiempo,
el tiempo físico, transcurrido desde la última vez
que mis ojos habían paseado por las orillas del río
de mi infancia. Era falsa –o al menos inconsistente-
la impresión de permanencia a la que deseaba
aferrarme por su continua, reiterada, evocación.
Se había reducido el espacio del paisaje –comprendí-
a un mero recinto mental, imposible. Más lejano
ahora, incluso, que estaba allí de nuevo, de pie
sobre la misma tierra y entre los mismos árboles.

A pesar de mi cansancio, de mi falta de sueño,
avanzábamos. Quería mostrarle a mi amiga
la que fue la casa de mis abuelos paternos.
Le señalé desde la acera el cuarto piso,
la ventana a través de la que mi abuela
acechaba entre visillos, los domingos,
la llegada del coche de mi padre. Nunca,
pensé, volvería a ver aquel rostro ennoblecido
por el cabello blanco, el rostro de aquella mujer,
mi abuela, atrapada en un cuarto piso sin ascensor.
Con enorme esfuerzo, sólo bajaba de allí
una vez por semana, y sólo se adentraba
en el mundo ajeno para ir hasta la peluquería.

Sopló un viento frío, se movía la noche invernal.
Habían desaparecido los muros del desguace
que saltaba con la vista desde aquella ventana
que seguíamos mirando a través de la oscilación
de las moreras, árboles que de niño agité con un palo
(pertenezco a la última generación que en Madrid
guardó gusanos de seda en cajas de zapatos).

Entonces la vi -deslumbrante fogonazo
de extrañeza- colgando de la fachada:
la caseta para pájaros que construyó mi padre,
un tubo con agujeros redondos y un palito
bajo cada agujero. Yo le ayudé a pintarla de verde.
Cayó sobre mí el recuerdo nítido, el recuerdo
olvidado, oculto y ahora a bocajarro, sin el falaz
intermediario de ninguna nostalgia, vertido.
Un pincel, el olor verde de la pintura,
un mundo que alcanzaba sólo al levantar el rostro
y el cosquilleo alegre, las confusas expectativas,
por todos los pájaros que vería en aquella caseta,
bastaría -de nuevo aquella sensación estaba-
con asomarse a la estrecha terraza del cuarto piso.

La propiedad se vendió y los nuevos dueños
no han retirado la caseta para pájaros de la fachada.
La caseta construida por mi padre y por mí.
Quizás viva ahora en la casa un niño pequeño
que curioso, esperanzado, desee contemplar en ella
misteriosos revoloteos. Le deseo más suerte
que la que yo tuve: me asomé y los pájaros no estaban.

martes, 6 de octubre de 2009

Una novela que comienza, por Macedonio Fernández


Macedonio Fernández es el clásico nombre que suena vinculado a la literatura argentina, sobre todo a Borges. Bolaño lo cita hasta siete veces en Entre paréntesis. Macedonio Fernández tiene un nombre imposible de olvidar. Sin embargo, no parece nada fácil encontrar algo de él en una librería española, (iba a escribir que no está ni en la editorial Cátedra, pero me como mis palabras. Lo acabo de buscar en su web y tienen Museo de la Novela de la Eterna).
En Argentina vi algún tomo suelto de sus obras completas, y en una de las librerías de Corrientes, que vendían saldos, tenían ejemplares de una colección llamada La biblioteca argentina, dirigida por Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkaski; libros editados por el periódico Clarín. Recuerdo alguno de José Bianco, Bioy Casares, las hermanas Ocampo… al barato precio de 9 pesos (menos de 2 euros), pero al final me contuve (entre los libros y los alfajores temía pagar exceso de equipaje a la vuelta), y sólo compré este, Una novela que comienza de Macedonio (debe ser el único escritor para el que suena más natural referirse a él por el nombre que por el apellido), que completó la alienación argentina de once títulos.

Macedonio es un vanguardista, es decir, un raro. Y bajo esta premisa tomé el libro, pensando que en esta novela que comienza me iba a encontrar con cualquier cosa menos con una novela. No he quedado defraudado, aunque quizás me ha llamado la atención encontrarme con más humor del que imaginaba.

El libro comienza con un prólogo de Mónica Bueno -especialista en la obra de Macedonio Fernández-, donde ya se nos advierte de lo que sospechaba: Macedonio parece más un personaje de Borges que un escritor real. Es muy probable que si no llega a ser por la reivindicación que de él hace Borges, Macedonio se hubiese perdido en el limbo de los escritores que fueron y nunca más se supo.
Una novela que comienza es el único libro publicado en vida del autor, en 1941 y en Chile, concretamente, aunque estaba escrita en los años 20 del siglo pasado.

Macedonio hace a su vez un prólogo para los “lectores de comienzos”, y empieza el libro: la voz narrativa se queja por un amor no correspondido, lo que hace pensar en una parodia del género folletinesco. Pero Macedonio interviene en el texto, interpela al lector, hace chistes; nos dice, por ejemplo, que las personas muy altas tienen el horroroso inconveniente de andar siempre muy lejos de sí mismas. Nos dice de su amigo que siente calor en verano y frío en invierno y que este cambio de opinión no excluye firmeza de carácter. Entonces Macedonio se pone serio y nos dice que le cuesta narrar porque se lanza a pensar mientras escribe y así no se puede hacer una novela. Luego reflexiona del tiempo y el espacio, y luego vuelve a la parodia del folletín y nos cuenta cómo a primera vista se enamora de una joven, pero luego también de otra, lo que resta credibilidad a su sufrimiento. Habla de Corrientes y Maipú, calles en las que estuve y eso me atrae.
Nos dice: “Alargar ¿es genial o no es genial? Porque aquí de lo genial se trata. Se trata del lector”. Prevé Una novela que no sigue; al fin y al cabo, como nos advierte en el título, esta sólo es una novela que comienza. Y cierra este capítulo, esta novela que no sigue, apuntando que una de las dos damas de las que se ha enamorado resultó ser hermana del autor.

Empieza ahora la Novela de la eterna, dedicada al Lector Salteado. Comienza un diálogo teatral entre QUIZAGENIO Y DULCE-PERSONA. Entonces se detiene la media página de diálogo y Macedonio empieza a interpelar a un Lector que le ha salido respondón, y se para a explicar el nombre que pone a sus personajes, y las motivaciones de un suicida. “No admite suicidio bajo monoconciencia placentera”, concluye.


En otro capítulo vuelve a empezar La novela de la Eterna. Se nos advierte que esto será “una burla del cuento en una burla de la novela”. Y se empieza a hablar del género de lo nunca habido; se comenta, o critica, una obra que aún no existe, una “novela futurista”, nos dice.
“La facilidad actual de escribir hace la escasez de lo leíble y hasta ha suprimido la injuriosa necesidad de que haya lectores: se escribe por fruición de arte y a lo sumo para conocer la opinión de la crítica”. Esta frase me pareció muy buena, y eso que Macedonio no había visto Internet.
De esta novela, nos dice, sólo ha hecho el título y tiene veintinueve prólogos, y dos comienzos, tres tiempos matemáticos nuevos, con personajes de las tres edades, habrá una niña cuyo hermoso amor no fue sabido y habrá un No-Existente-Caballero. Se nos dice que todo es pretexto para dejar sin personajes al lector.

Sigue un capítulo (¿?) llamado “Salutación”, que debe ser otro prólogo de la novela (¿?), y luego “otro deseo de saludar”. El lector es por definición un simpatizante, nos dice.
Me pregunto ahora, comenta, ¿qué es, en la región de las motivaciones, lo que ha promovido en mí la noción y voluntad de hacer una novela? (…) Al principio hubo un deseo de expresarme, también de estudiar la vida psicológica, también de comprometerme en un estudio general de estética, también de mejorar económicamente, para hacerse grato a una persona… para estas cosas Macedonio inició el manuscrito… y se despide del lector otra vez.

Cuando ya no tenía esperanzas de que Macedonio volviese a narrar nada (hubo algo al principio, cuando habla de su amigo y sus dos amores a primera vista), me sorprende en “Tantalia. El mundo es de inspiración tantálica”, con algo muy parecido a un relato, con dos personajes: Él y Ella. Ella le regala a Él un trébol, símbolo de su amor, y ante el miedo a que muera lo acaban abandonando en un campo de tréboles, y luego Él coge un trébol al azar y lo tortura (muy negras son sus motivaciones…).

Y aún hay un último capítulo, o añadido, donde se estudia, o se hace, un poema sobre la siesta como hecho trascendente del universo.

Conclusiones:
1) Que difícil es resumir un libro sin argumento.
2) Borges debía de partirse de risa con Macedonio, y puede que de él venga su aversión a la novela y el gusto por los laberintos.
3) Macedonio no hace una novela, juega con la literatura, la desborda; lleva al lector por un camino, le pierde, le cuenta un chiste, le exaspera. El lector se sonríe, atónito ante lo que ve. No creyéndose a veces lo que ve: demasiado fragmento, demasiado posmoderno este Macedonio.
4) Si Macedonio mete alguna palabra en inglés en alguno de sus títulos, un crítico avispado le cita como fundador de la Generación Nocilla.
5) Me parece gracioso imaginar la cara de Ernesto Sabato, tras escribir su seriote ensayo El escritor y sus fantasmas leyendo este libro.
6) Me gusta Macedonio como personaje, su distancia del mercado literario, su burla incluso de éste. Atrae su persona casi más que su literatura.
7) Creo que Macedonio está influyendo en la literatura argentina actual sobre la figura de César Airea. Aunque me faltan lecturas para asegurarlo (sólo he leído Cumpleaños de él), estuve en una charla y no paraba Aira de elogiar los folletines, la literatura mala como material para la literatura buena…
8) Un libro de Macedonio de 77 páginas es simpático de leer, las obras completas asustan.

sábado, 3 de octubre de 2009

El mirlo, de Móstoles era una fiesta

Me apetece dar un giro a este blog, y si, hasta ahora, lo considera un lugar donde escribir unos apuntes sobre los libros que leo, he decidido ampliar sus contenidos. Así, de vez en cuando colgaré alguno de mis poemas, que ocupan un espacio adecuado para un formato como éste (mis relatos suelen ocupar más de veinte folios, por no hablar de las novelas).

He decidido empezar con el que probablemente sea uno de mis poemas favoritos (de los escritos por mí, se entiende); se trata de El mirlo, y pertenece al libro Móstoles era una fiesta. Está escrito allá por el año 1998 y la idea parte de una anotación en el diario que escribía por entonces, hasta que se me hizo, por varios motivos, una carga demasiado pesada.









EL MIRLO

Todo arte es completamente inútil.
Oscar Wilde


Cuando ondulante como en alta mar
arrastro por las baldosas del paseo
mi tempestad bajo el túnel de álamos, sábana
rumorosa de la noche húmeda de viento,
solo, a las 5 de la mañana
concentrado en la tristeza continua de cada paso
y en la retina los finos tirantes de sus vestidos,
canta el mirlo a las 5 de la mañana
tras la lluvia y la ciudad en invierno,
su canto de amor fuera de temporada
destinado a quién sabe qué amantes dormidas,
hermoso como sólo pueden serlo las cosas inútiles,
me detengo.

Escucho el poderoso canto del mirlo.
El viento sopla, mi carne se estremece,
no reconozco esta sensación que me invade
y pienso que tal vez se parezca a la felicidad,
sonrío al vacío, muy quieto ahora
busco al mirlo, poeta del invierno,
sin encontrarlo en las frondas de la noche.

Prisión perpetua, por Ricardo Piglia


Este fue el primero de los libros que compré en Buenos Aires, y la verdad es que me equivoqué al hacerlo. Y digo que me equivoqué porque pensaba que compraba un libro que no había leído de Piglia, y no era así. A veces olvido bastantes cosas de los libros que leo, pero no suelo llegar al extremo de olvidar si los he leído o no. De Piglia había leído, hace al menos diez años, este de Prisión Perpetua y Respiración artificial. Ambos me gustaron y me desconcertaron. La confusión con Prisión perpetua se debió a que cuando yo lo leí era un libro editado por Lengua de Trapo y lo recordaba más grueso (en esa edición había algún cuento añadido).

De todos modos, me ha gustado releerlo. En realidad me ha gustado más ahora que cuando lo leí por primera vez. Entonces me pilló desprevenido, ya que no se trata de un libro tradicional, donde se plantea una historia con unos personajes. El autor interviene, las formas de acercarse al texto son variadas, parece que se intercalan textos de distintas épocas, se hace metaliteratura… Y ahora, que ya he leído a Vila-Matas y así, estaba más preparado para una miscelánea como la planteada.

Prisión perpetua consta, en principio, de dos historias, la que da título al libro y otra llamada Encuentro en Saint-Nazaire.
En Prisión Perpetua, el propio Piglia toma la palabra y nos habla de la mudanza de su familia desde un suburbio de Buenos Aires, hasta la ciudad de Mar del Plata. Y una vez allí de la fascinación adolescente que sentía por un norteamericano que en Nueva York había llegado a ser una promesa literaria y había aparecido en Argentina persiguiendo a una mujer mientras escribía una novela inacabable. Piglia nos dice que en esa época llevaba un diario, su primer ensayo literario, y lo curioso para él es que allí están registrados hechos que ha olvidado por completo y otros de los que guarda un recuerdo inolvidable no aparecen. En la narración de sus recuerdos irá insertando páginas de su diario adolescente para dar una visión caleidoscópica de Steve Ratliff, el americano que le saca más de veinte años y cuya actitud vital marcó su vocación literaria. También se intercalan páginas que podrían formar parte de los escritos de Ratliff, donde queda patente su obsesión por las cárceles.
En un momento Prisión perpetua se abre o al diario del joven Piglia o los escritos de Ratliff, y se suceden una serie de vertiginosos microrrelatos, que empiezan: “Había un ex alcohólico…”, “Había una mujer…” , literatura del fragmento.

Encuentro en Saint-Nazaire es un texto diferente, pero yo lo he leído como si fuese una continuación del anterior. En él, un escritor llega a París, a la casa de los escritores extranjero, y se empieza a interesar por el antiguo inquilino de su cuarto, otro escritor obsesionado con las estructuras del lenguaje, en el que intenta encontrar secuencias como series matemáticas. Este personaje se llama Stephen Stevensen. Quien investiga sobre él es un escritor que yo interpretaba como trasunto del mismo Piglia; entonces quería ver en Stephen Stevensen una mutación de Steve Ratliff. Y lo leía como si el Piglia adulto estuviese buscando al Esteve que le impresionó en la adolescencia en un París claustrofóbico. Lo leía como si fuese el Doctor Pasavento de Vila-Matas, y los personajes pudiesen cambiar de nombre y de pasado a su antojo.
Así yo he hecho una lectura vila-matiana de Piglia y el resultado ha sido que me he quedado con ganas de más. Piglia me ha gustado más que lo que recordaba.

De hecho, posteriormente he leído todo lo que escribió Roberto Bolaño, y he percibido una influencia de Piglia en él. Piglia también quiere sacar a Borges a la calle, y como el chileno, escribe como si detrás de cada suceso hubiese un misterio que queda sin resolver. Es decir, escribe una novela psicológica como si fuese una novela policiaca.

En la biblioteca de Móstoles tienen casi todo lo que Piglia ha sacado con Anagrama. A ver si me pongo, aunque creo que por ahora estoy empezando a saturarme de argentinos.